Epílogo

Dos meses después.

Isabella respiró profundamente y dejó que la brisa que soplaba aquella tarde inundara sus pulmones. Apoyó los brazos en el balcón y sus ojos se posaron en la sortija que llevaba en el dedo anular de su mano izquierda.

Se había convertido en la señora Lawson tres días atrás y todavía le parecía estar viviendo un sueño, después de haber estado inmersa en una pesadilla que había durado más de cuatro años. Aquellos dos meses habían pasado demasiado rápido y, en ese momento, apenas podía detenerse a pensar en todo lo que había sucedido.

Matthew había pasado casi dos semanas en el hospital recuperándose de la herida en su abdomen. Todavía se le helaba la sangre cada vez que recordaba los momentos que habían pasado en aquel edificio abandonado.

Por fortuna, la policía y los paramédicos habían llegado rápido al lugar. Sonrió al recordar las reprimendas que había recibido Matthew de su compañera sobre no haberle avisado de nada y haberse enfrentado a aquella situación él solo, arriesgando su propia vida. Matthew había sabido calmarla con un apretón de manos y una de sus mejores sonrisas encantadoras.

Ese día, en el mismo momento en que Peter Franklin Massey caía el vacío, la pesadilla de Isabella terminaba. Al menos la amenaza latente de la que había sido víctima había llegado a su fin. Después de aquella experiencia se despertaba por las noches bañada en un sudor frío. Estiraba la mano y, entonces, se daba cuenta de que Matthew no estaba con ella porque estaba internado en el hospital. Siguió sus consejos y los de su hermano y volvió a las sesiones de terapia. Aquellas dos horas semanales, poco a poco, le fueron devolviendo la paz y el sosiego que su vida necesitaba. La terapia y Matthew habían sido su motor para seguir adelante.

Cerró los ojos y pensó que, si algo malo le hubiese sucedido a él, ella no lo habría soportado. Matthew había puesto su vida en peligro para salvarla. Sin detenerse a pensar en las consecuencias, había permitido que Peter lo hiciera partícipe de su juego. Le agradeció lo que había hecho por ella y fue a diario al hospital. Se quedaba durante todo el día y regresaba por las noches a casa, completamente agotada, para acostarse a dormir junto a Boris y el pequeño OteloII.

Lo amaba y le debía la vida.

Abrió los ojos cuando percibió su presencia. Se quedó allí, quieta. Le gustaba que él la observara antes de acercarse.

Matthew se recostó contra la puertaventana y se metió las manos en los bolsillos.

Una brisa ligera echaba el cabello de Isabella hacia atrás, y él pensó, una vez más, que era la mujer más hermosa que había conocido en su vida. La mujer que había comenzado a amar, casi sin darse cuenta, desde el primer encuentro: tan asustada y vulnerable. Su necesidad de protegerla poco a poco se había ido convirtiendo en algo más profundo, más grande. Tan profundo y tan grande como el amor que sentía por ella.

No le había importado poner en vilo su propia vida por salvar la de ella. Después de todo, si algo le hubiera sucedido a Isabella, si la hubiese perdido en manos de aquel loco, el dolor habría sido insoportable y la vida ya no habría sido jamás la misma.

Isabella había estado junto a él mientras se recuperaba de su herida, y sus cuidados y su devoción eran la mejor recompensa por tanta angustia.

Su último día en el hospital sería inolvidable para ambos. Acostado en aquella cama y con el rostro todavía algo pálido le había pedido oficialmente que se convirtiera en su esposa. Había contado con la complicidad de Jason que se había encargado de traerle un anillo a escondidas. Se estremeció al recordar la emoción en el rostro de Isabella cuando le dio la pequeña cajita de terciopelo negro. Ni siquiera había habido necesidad de palabras, se habían mirado y eso había bastado. Ella lo había abrazado y, segundos después, la habitación del hospital se había llenado de gente. Estaban todos. Jason y Sarah que, para alegría de Isabella, parecían estar más cerca que nunca. Se habían unido al festejo Jennie y Brandon, que se habían escapado un par de horas de la editorial para felicitarlos, y también habían llegado Susan y Phil, con una botella de champán y algunas copas.

Aquel momento había sido el más feliz de su vida y, sin embargo, la persona más querida no podía estar con él compartiendo su felicidad. Cuando salió del hospital, fue a visitar a su padre a la clínica con Isabella. Ambos le dieron la noticia de que el caso del secuestro de Isabella y de los crímenes del Asesino de las Flores finalmente se había cerrado. Ben Lawson había llorado al oír las novedades y ambos lloraron con él.

«Ha terminado; todo ha terminado.» Las palabras de su padre se le quedaron grabadas durante días. Era así, costaba creerlo, pero sus vidas habían recobrado la calma que les había sido arrebatada como consecuencia de la enferma obsesión de un hombre.

Atravesó la terraza y se paró detrás de ella. Aspiró el aroma a gardenias que emanaba su cabello suelto y estiró la mano.

Le acarició el cuello y percibió cómo Isabella se estremecía con aquel contacto. Se dio media vuelta y, cuando ella clavó sus ojos castaños en los suyos, el corazón comenzó a latirle furioso contra las costillas.

Él exhaló un lento suspiro.

—Estás más bella que de costumbre esta tarde —le susurró y se acercó a ella.

Isabella le sonrió y le acarició el rostro con el dorso de la mano.

—¿Te he dicho últimamente lo mucho que te amo?

Él miró su reloj.

—No en las últimas tres horas —respondió y se hizo el ofendido.

Ella se pegó a su cuerpo y se puso puntillas para llegar a su oreja.

—Te amo, detective.

—Repítelo. —Sus manos comenzaron a descender por la espalda de Isabella.

—Te amo. —Su voz se perdió en medio de los besos que él le daba.

De repente, ella lo separó y le puso ambas manos sobre el pecho.

—Todavía no hemos hablado de la luna de miel, detective —le reprochó y frunció el ceño.

Matthew sabía que aquel había sido un asunto pendiente. Sobre todo, porque después de la boda improvisada, Isabella se había tenido que ocupar de los preparativos del lanzamiento de «Art & Pleasure». El proyecto había terminado y había sido un éxito, e Isabella solo había conseguido más proyectos que habían cargado su agenda casi por completo.

—Eso tiene solución —dijo con aire misterioso.

—Apuesto a que sí —respondió ella y bajó la mirada.

Su olfato policial le decía que Isabella también le estaba ocultando algo.

—¿Qué te traes entre manos, Isabella?

Ella le sonrió, lo tomó del brazo y lo arrastró fuera de la terraza.

—¿Adónde me llevas?

—Tú solo déjate llevar.

Salieron del loft y subieron al piso superior. Matthew sabía adónde iban, pero no sabía lo que ella estaba planeando.

Entraron al taller a toda prisa y Matthew no encontró nada fuera de lo normal, solo pinturas cubiertas y otras a medio terminar.

—¿Hay algo que yo debería ver? —preguntó intrigado.

Isabella le tomó la mano y lo condujo hacia el bastidor que daba a la ventana.

—Cierra los ojos —le pidió.

Matthew sonrió, le estaba gustando aquel juego.

Dejó que ella lo condujera mientras él procuraba mantener sus ojos cerrados y no hacer trampa.

Cuando se detuvieron supo que estaba delante del lienzo en el que Isabella había estado trabajando y que se había empeñado en ocultar.

—Puedes abrirlo.

Los párpados de Matthew se alzaron lentamente y, poco a poco, la imagen que Isabella había cuidado con tanto recelo durante aquellos meses ya no era un misterio para él.

—¿Te gusta? —preguntó ella y se paró al lado del bastidor.

Matthew no respondió. La emoción le había hecho un nudo en la garganta.

Era él. Era él y su barco.

—Supongo que no está bien que yo lo diga, pero —acarició el lienzo— es hermoso, Isabella. —De repente, tuvo deseos de tomar su barco y perderse en el mar.

Ella se acercó a él y depositó un beso en su mejilla.

—Tú eres hermoso, Matthew.

—Es bueno que ya no pintes esas flores —comentó y echó un vistazo a los demás lienzos.

Isabella asintió.

—No sé cómo ni cuándo sucedió. —Lo miró directamente a los ojos—. Creo que fue en el mismo instante en que me di cuenta de que te amaba. De algún modo, necesitaba volcar lo que sentía por ti, y sabes que la pintura es una de mis mejores formas de expresarlo.

—Hay otra manera de expresar lo que sientes por mí que me fascina aun más —le dijo y la atrajo hacia sí.

—¡Ey! ¡No trates de evadir el tema! —Le apuntó con el dedo.

—¡Cierto! —Chasqueó los dedos—. ¡Nuestra postergada luna de miel!

—Así es.

—Como te he dicho, tengo la solución.

—Y yo tengo la mía.

—Como soy todo un caballero, dejaré que expongas la tuya primero —le dijo en tono solemne.

—Bien. Mira el cuadro y dime lo que ves.

Matthew enarcó las cejas y puso cara de meditabundo.

—Un hombre guapo timoneando su barco —respondió y trató de contener la risa.

Isabella intentó mantenerse paciente.

—¿Recuerdas que cuando me trajiste a vivir contigo me comentaste que te gustaría llevarme a navegar algún día?

Matthew asintió.

—Pues quiero que pasemos nuestra luna de miel en tu barco y que me lleves a navegar hasta la bahía Suisun o hasta donde tú quieras llegar —le dijo finalmente.

Él tuvo ganas de abrazarla y besarla en ese mismo instante y no frenó sus impulsos.

—Todavía no has escuchado mi propuesta —comenzó a besarla en el cuello.

Ella se arqueó hacia atrás y le pasó los dedos por el pelo.

—Soy toda oídos —respondió, con la respiración entrecortada.

—Debemos regresar abajo —dijo de repente.

Isabella protestó cuando él dejó de besarla.

—¿Es necesario? —Metió una mano por debajo de la ropa y la deslizó por su abdomen.

Él dio un respingo e hizo un esfuerzo enorme por no perder el control.

—Sí —logró balbucear.

Ella quitó la mano y puso fin a la tortura.

—Vayamos, entonces.

Caminó hacia la puerta y Matthew se quedó un instante mientras recuperaba la compostura.

Cuando la alcanzó ya estaba entrando en la vivienda.

—¿Y bien? Ya estamos aquí —le dijo y se dejó caer en el sofá.

Matthew comenzó a mirar por todos los rincones.

—¿Qué buscas?

—A Boris.

—Debe de estar en la cama.

Llamó al perro, que apareció unos segundos después todo somnoliento.

Isabella observó a Matthew agacharse y hablarle en voz baja a Boris.

—¿Ahora tienes secretos con él? —preguntó divertida.

OteloII había despertado también y ya había saltado al regazo de Isabella. Ella le acarició el lomo y observó cómo Boris regresaba a la habitación.

Matthew se sentó a su lado y miraba impaciente en dirección a la puerta entreabierta por donde Boris acababa de desaparecer.

—¡Matt! ¡No juegues con mi curiosidad! —protestó Isabella y abrazó al gatito.

—Ten paciencia —le pidió.

Un instante después, Boris apareció en el salón. Un sobre blanco colgaba de su hocico.

Matthew le hizo señas de que se lo entregara a Isabella.

—¿Qué significa esto?

Boris me ha ayudado a darte una sorpresa; eso es todo —respondió él mientras se deleitaba con la expresión de asombro en el rostro de Isabella.

Isabella dejó de acariciar a OteloII y tomó el sobre que Boris cargaba y que parecía estar destinado a ella. Estaba mojado con su baba pero no le importó. Se sentía ansiosa por descubrir aquel juego misterioso que Matthew, y hasta el propio Boris, habían tramado a sus espaldas.

Abrió el sobre y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando vio lo que aquel sobre escondía.

—¡Dos billetes de avión a Londres! —Lo miró a los ojos y buscó una explicación.

—Jason me contó tu sueño de viajar a Inglaterra y poder ver en persona los cuadros de tu bisabuelo.

Isabella leyó los billetes una y otra vez; necesitaba creer y cerciorarse de que aquello estaba sucediendo realmente.

—¡Es maravilloso! —dijo entre sollozos.

—No llores —le pidió y apretó sus manos—. No quiero que mojes los billetes.

Ella intentó esbozar una sonrisa pero la emoción que sentía era más fuerte y su corazón parecía que, en cualquier momento, explotaría de felicidad.

—Cómo verás, estamos en un dilema —comentó él—. Será difícil decidir cuál de las dos opciones es la mejor.

Sabía que solo estaba bromeando y lo amó más todavía.

—Podemos hacer el viaje a Londres y luego pides una semana de vacaciones adelantadas para que podamos salir a navegar —comenzó a decir deprisa—. No creo que Phil tenga problemas si te alejas de la comisaría unos días más, además…

Él le cubrió la boca con los dedos.

—Me parece estupendo —le dijo con voz ronca—. Ahora, dejemos de hablar; hace tres días que estamos casados y tengo en mente otra cosa.

Isabella colocó a OteloII en el suelo, junto a la panza de Boris que lo recibió con agrado. Se volvió hacia Matthew y lo besó apasionadamente. Él se puso de pie y con un movimiento rápido la alzó en brazos.

Isabella se aferró a su cuello y le susurró al oído lo mucho que lo amaba. Apoyó la cara en el hueco de su hombro y sonrió feliz.

Estaba entre los brazos del hombre que la había protegido y amado como nadie.

¿Qué más le podía pedir a la vida?