Capítulo 24
—Tu hermano vino a hablar conmigo —soltó Matthew, mientras cenaban en la terraza en compañía de Boris.
El trozo de salmón gratinado que Isabella se había metido en la boca dos segundos antes, se le atravesó en la garganta. Bebió un poco de agua y se limpió los labios húmedos con la servilleta de papel.
—¿Cuándo, dónde, por qué? —inquirió atónita y levantó la voz. ¿Cómo había ocurrido aquello y ella no se había enterado?
—¡Ey, dispara más despacio! —le respondió él mientras levantaba las manos.
—¡Matthew, responde!
Él dejó la copa de vino y apoyó ambos brazos sobre la mesa.
—Te has equivocado de profesión, deberías haber ingresado en la academia de policía. —Le sonrió divertido—. Tus métodos de interrogatorio son bastante especiales.
Ella no dijo nada, sus dedos comenzaron a tamborilear por encima de la mesa impaciente por escucharlo.
—¿Cuándo? Ayer por la tarde. ¿Cómo? Apareció en mi trabajo. —Hizo una pausa—. Y el porqué, te lo debes imaginar.
—No juegue conmigo, detective Lawson —le advirtió.
Matthew le acarició el dorso de la mano con el dedo índice.
—No me pidas eso, Isabella —dijo con la voz ronca.
Ella retiró la mano.
—¡Estoy hablando en serio!
—¡Está bien, está bien! Te lo diré. —Dejó escapar un suspiro—. Jason vino a hablar conmigo como tu hermano mayor.
—¿Y qué diablos significa eso? —Isabella estaba comenzando a sospechar los motivos de la sorpresiva visita de su hermano a Matthew, pero quería que él mismo se lo confirmara.
—Según sus propias palabras, vino a preguntarme qué intenciones tengo contigo.
Isabella se quedó boquiabierta. Sabía que la aparición de Jason en el loft podría tener una consecuencia como aquella. ¡Dios! ¿Qué le habría exigido su hermano a Matthew? Y lo que era más importante aún, ¿qué le habría dicho él? Intentó imaginárselos en aquella conversación y tuvo que reconocer que, a pesar de la sorpresa y la vergüenza que estaba experimentando en ese mismo momento, no dejaba de tener su lado cómico. Jason indagando las intenciones de Matthew para con ella y el pobre Matthew, enfrentándose a un hermano mayor posesivo y demasiado protector.
Comenzó a reírse para ocultar su nerviosismo.
—Lo siento, Matt. Debió de ser una situación extraña para ti. —Seguramente no estaría acostumbrado a que los hermanos mayores de alguna de sus conquistas se presentaran ante él para exigirle explicaciones acerca de sus intenciones.
—En realidad, no lo fue —respondió muy tranquilo.
—¿No?
Él negó con la cabeza y volvió a acariciarle la mano.
—Tu hermano es un hombre sensato y se preocupa por ti.
—A veces, creo que demasiado. —Esbozó una sonrisa.
—No puedes culparlo.
—Lo sé, pero haber ido a hablar contigo para exigirte…
—¡Espera! Tu hermano no me ha exigido nada. —La sacó de su error—. Solo conversamos y aclaramos las cosas.
«Conversamos y aclaramos las cosas.»
Isabella estaba más confundida que antes.
—¿Qué quieres decir?
Matthew se puso de pie y la invitó a que hiciera lo mismo.
—Ven. —La condujo hacia el balcón y le hizo girarse hasta darle la espalda. La rodeó con los brazos y dejó sus manos apoyadas sobre las suyas—. La vista desde aquí es bellísima.
Isabella asintió. Las luces de Fresno titilaban inmersas en la profundidad de la noche y la oscuridad que los rodeaba hacía aquel momento único, mágico. Cerró los ojos y recostó su cabeza en el hombro de Matthew.
—No deberías preocuparte por lo que tu hermano y yo hayamos hablado —le dijo al oído.
—No me preocupo, solo es curiosidad.
—Bien, entonces, para saciar tu curiosidad, te diré que Jason se quedó bastante conforme con mi respuesta.
Isabella sabía que estaba jugando con ella al cargar aquel instante de misterio.
—Solo dilo, Matt.
Él le hizo girarse y le pasó el dedo pulgar por la boca húmeda.
—Le dije que te amo y que si él estaba de acuerdo, quería pasar el resto de mi vida contigo.
El corazón de Isabella comenzó a latir con más fuerza.
—¿Qué te dijo Jason?
—¿Tú qué crees?
—¡Solo dilo, detective!
—Aceptó ser el padrino de la boda, solo si Sarah es la dama de honor.
El rostro de Isabella se iluminó.
—¿Es esta tu manera de pedirme matrimonio?
Él asintió con timidez.
—¡Oh, Matthew! —Isabella se arrojó a sus brazos, hundió su cara en la mata de cabello negro y comenzó a besarle el cuello.
—Bueno, supongo que esa es tu manera de decirme que aceptas.
Ella buscó su boca y la encontró. Él le brindaba su amor y su protección y era todo lo que ella necesitaba. Alrededor podía existir la maldad, la locura y la muerte, pero Isabella sabía que las podía enfrentar, siempre y cuando Matthew estuviera a su lado.
Aquella tarde Isabella esperaba a Brandon para seguir trabajando en el proyecto «Art & Pleasure» que se lanzaría, de forma oficial, en dos semanas. Estaban dando los toques finales y todos en la editorial estaban satisfechos con los resultados. Jennie no se cansaba de elogiar la excelente labor que estaban haciendo y hasta había deslizado la posibilidad de que ambos podrían formar un equipo de trabajo para llevar adelante varios proyectos más que Sunrise Press tenía programado lanzar ese año. Tanto Brandon como ella estaban encantados con la idea y sabían que todo dependía del éxito de «Art & Pleasure».
Estaba leyendo unos artículos que Jennie le había entregado sobre los maestros del arte italiano y, como solía sucederle, se había quedado maravillada por las geniales obras de los grandes maestros. Cuando llamaron a la puerta estaba admirando una lámina de Aníbal Carracci y otra de Caravaggio, exponentes del arte barroco en la Italia de fines del siglo XVI.
Maldijo en silencio y caminó con paso cansino hacia la puerta.
No había nadie y cuando miró en dirección al suelo comprobó, aterrada, que había una caja con un enorme lazo rojo por encima. El miedo la paralizó. Observó si había alguien en el pasillo, pero no vio a nadie.
De pronto, la caja comenzó a moverse y la tapa, que apenas estaba superpuesta, se levantó. Una pequeña bola de pelo color fuego asomó la cabeza y comenzó a maullar.
Isabella se agachó y tomó al gatito entre sus manos.
—Hola, precioso. —Se lo llevó al pecho y volvió a inspeccionar el pasillo. Buscó dentro de la caja pero no había ninguna nota. Dio un paso hacia atrás cuando Boris saltó sobre ella para olfatear la cosa peluda que sostenía entre sus brazos.
Isabella volvió a agacharse y acercó el gato hasta el hocico curioso de Boris con cuidado.
Congeniaron de inmediato; Boris le lamió la cabeza y el pequeño le tocaba los mofletes con la punta de sus patas delanteras.
—¿Quién te ha traído hasta aquí? —le preguntó mientras frotaba su nariz.
—Parece que le agradas.
Brandon apareció en el rellano de la escalera.
—¿Has sido tú?
Él se acercó y acarició la cabeza del gatito que comenzó a ronronear.
—¿Te gusta?
—¡Es precioso! —Le dio un beso en la mejilla—. ¡Gracias, Brandon!
—Entremos para que tu nuevo amiguito conozca dónde vives. —Dejó su maletín sobre el baúl—. Parece que se lleva bien también con el perro.
—Sí.
—¿Crees que el detective se molestará?
Isabella ni siquiera se había puesto a pensar en la posibilidad de que tal vez, a Matthew no le agradara tanto la idea de tener un gato en casa.
—No lo sé —respondió y se mordió el labio.
—Supongo que sabrás cómo convencerlo —dijo él.
Isabella soltó al gatito para que se fuera familiarizando con el lugar. El comentario de Brandon la había ruborizado y, cuando se aseguró de que el tono de su cutis se había normalizado, lo volvió a mirar a la cara.
—¿Nos ponemos a trabajar? —sugirió.
—A eso he venido.
Dos horas después, seguían revisando artículos de arte y eligiendo cuáles usarían y cuáles sería mejor descartar. Mientras ellos trabajaban, Boris y su nuevo amiguito descansaban en la terraza.
Matthew llegó al atardecer y ya no le sorprendía encontrarse al tal Brandon en su hogar. Deseaba que aquel proyecto terminara; no podía evitar sentir celos de aquel hombre. Sabía que no tenía motivos pero le molestaba que estuviera tan cerca de Isabella.
—Matthew, tengo algo que decirte —le dijo Isabella apenas puso un pie en la casa.
—¿De qué se trata? —preguntó y saludó, con un leve movimiento de cabeza, a Brandon Tanner.
Isabella no alcanzó a explicarle nada. Boris y el gatito entraron al salón y se pavonearon frente a él.
—¿Y eso?
Isabella notó la sorpresa en su rostro.
—Es un regalo.
—De parte mía —aclaró Brandon.
Matthew los miró a ambos después de observar, durante un buen rato, al gatito color fuego que jugaba con la cara de Boris.
—¿Te ha regalado un gato?
Isabella asintió. Percibió cierta vacilación en su rostro. Parecía que la idea no le entusiasmaba tanto.
Adivinando tal vez lo que estaba pensando, Brandon se apresuró a hablar.
—Espero que no le moleste, detective.
—No, claro que no.
Isabella suspiró aliviada, aunque al mismo tiempo, sabía que algo le estaba molestando.
—Isabella, yo me retiro. Hemos trabajado suficiente por hoy —dijo Brandon y recogió sus cosas.
—Te acompaño. —Observó a Matthew meterse en la cocina—. No le ha gustado.
—No te preocupes, chérie. Boris no permitirá que lo separen de su nuevo amiguito —le sonrió y, con un beso en la mejilla, se marchó.
Cuando entró en la cocina, Matthew estaba bebiéndose una cerveza. Se dio media vuelta y la observó; ella estaba de pie en el umbral con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Si te molesta que el gato se quede, solo tienes que decírmelo. —No soportaría que le dijera que debía deshacerse de él.
—No me molesta que el gato se quede, Isabella.
—¿Entonces, por qué tengo la sensación de que sí te molesta?
Dejó la lata a medio beber y se apoyó contra el fregadero.
—Lo que me molesta es que haya sido él quien te lo haya regalado —soltó por fin.
Isabella no podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Estás celoso de Brandon porque me ha regalado un gato?
—Estoy celoso porque quien iba a regalarte uno era yo.
—¿Tú? ¿Me ibas a regalar un gato? —Un sentimiento de ternura la invadió.
—Sí, de eso estaba hablando con Lewis McKey el otro día —le explicó—. Una de sus gatas acaba de tener gatitos y le pedí que reservara uno para ti; sin embargo, tu amigo se me ha adelantado.
Isabella sintió unas ganas inmensas de correr hasta él y abrazarlo. Solo un hombre como Matthew podía ser tan recio, aparentar una fortaleza de hierro y tener un gesto tan tierno como aquel.
—¿Por qué me miras de ese modo? —quiso saber él.
—Eres único, Matthew Lawson.
Él alzó una ceja.
—¿Por qué no me lo demuestras?
Una media sonrisa curvó los labios sensuales de Isabella. Le dio la espalda un instante, solo para cerrar la puerta corrediza, y avanzó hacia él contoneando sus caderas.
Él la recibió con los brazos abiertos e Isabella comprobó, una vez más, que Matthew Lawson podía ser el hombre más tierno y más apasionado del mundo.
Habían pasado tres días desde la llegada de OteloII, y él y Boris se habían hecho prácticamente inseparables. Dormían juntos y hasta compartían la comida y los jirones de tela que Boris se encargaba de romper. Solo se peleaban cuando querían acaparar tanto la atención como los mimos de Isabella y de Matthew.
El proyecto «Art & Pleasure» estaba casi listo para ser presentado y Jennie les había anunciado, horas antes, que el lanzamiento se había adelantado una semana.
Las tardes de trabajo se extendían cada vez durante más horas y Brandon se marchaba entrada la noche. A veces Matthew regresaba temprano y se dedicaba a hacer ejercicios mientras ellos se enfrascaban en los libros y en los artículos de arte. A Isabella se le hacía difícil concentrarse en alguna obra del Renacimiento cuando, a pocos pasos, Matthew levantaba pesas. Su mirada se desviaba, sin poder evitarlo, hacia sus músculos sudados y cuando él la contemplaba con intensidad, algo comenzaba a agitarse en su interior. Él sabía compensarla muy bien luego en la habitación.
No había asistido a ninguna otra sesión de hipnosis. Matthew le había dicho que él mismo había hablado con el doctor Foster y le había explicado que ya no era necesario, porque había recobrado la memoria. Ya no había recuerdos borrosos en su mente. La cara de su secuestrador seguía siendo un misterio, e Isabella se arrepintió mil veces de no haber visto su rostro antes de haberse escapado de aquella cabaña.
Por las mañanas, recibía a Peter Franklin. Habían tenido ya tres entrevistas y, aunque Isabella se sentía incómoda al hablar de su vida privada, él siempre parecía encontrar las palabras correctas para convencerla de decir algo más de lo que quería revelar. Sin duda, Peter Franklin sabía hacer muy bien su trabajo.
Esa mañana, después de salir a correr con Matthew cuatro vueltas al parque, Peter la había llamado para decirle que llegaría un poco más tarde de lo habitual. Aprovechó las dos horas que tenía libres, entonces, para pintar. Estaba trabajando en un nuevo lienzo y, por primera vez, no sentía la necesidad compulsiva de llenarlo de nomeolvides. Parecía que, tras haber recuperado la memoria, aquel impulso había desaparecido junto con las sombras que habían estado enterradas en su mente durante cuatro años. La pintura en la que estaba trabajando era por completo diferente. Era su primera incursión en el mundo de las figuras humanas y estaba orgullosa de los resultados que estaba obteniendo. Nadie había visto aquel cuadro inconcluso todavía, ni siquiera Brandon, a pesar de su insistencia.
Echó un vistazo a su reloj; sería mejor que bajara al loft, porque Peter no tardaría en llegar. Limpió los pinceles y cubrió el lienzo con una sábana blanca. Alzó a OteloII y le hizo señas a Boris de que se estaban marchando.
Cuando bajó el último peldaño, la puerta del montacargas se abrió.
—Justo a tiempo —dijo y sonrió.
Peter la miró y le devolvió la sonrisa.
—Me ha sido imposible llegar antes.
—No te preocupes, he estado pintando un rato.
—¿Cuándo podré ver en lo que estás trabajando? —le preguntó mientras la seguía al interior de la vivienda.
—Esa es la pregunta del millón. —Soltó a OteloII sobre el sofá—. Y a todos les respondo lo mismo. La veréis cuando esté terminada.
—Extravagancias de artista, supongo.
—Prefiero llamarlo «necesidad de mantener el misterio». —Sonrió—. ¿Empezamos?
Peter se sentó en el sofá junto al gato y le acarició el lomo.
—En realidad, quería proponerte si no querrías ir al estudio de un fotógrafo amigo —le dijo—. Ya te he comentado que me gustaría incluir algunas fotos tuyas en mi libro.
—¿Tiene que ser hoy?
—Mi amigo sale de viaje mañana, hará una excepción y nos recibirá hoy mismo. Es un fotógrafo muy ocupado y ha logrado hacer un hueco en su agenda para tomarte algunas fotografías —le explicó con seriedad.
Isabella se encogió de hombros.
—Está bien; si tu amigo ha sido tan amable de aceptar hacerme esas fotos, será mejor que no lo hagamos esperar. —Buscó su bolso—. ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos?
—Un par de horas, no más.
—Bien, no hace falta que avise a Matthew entonces; él no llegará hasta la noche y, seguramente, estaremos de regreso antes que él.
Peter Franklin asintió y la observó despedirse con cariño de Boris y del gatito.
—No soy muy adepta a que me fotografíen —le comentó ya en el interior del montacargas.
—Haces mal. Eres tan hermosa.
Isabella se sonrojó.
—Seguramente mi amigo se quedará encantado contigo; sabe apreciar la belleza femenina y sabrá valorar lo que hay en ti —dijo y la miró con intensidad—. Tu belleza no es solo externa, hay algo en el brillo de tus ojos que te hace más hermosa aún.
—Si sigues alabándome de esa manera solo vas a lograr que me sonroje, Peter. Además, no creo que tu amigo piense que mis mejillas enrojecidas sean muy fotogénicas.
—No te preocupes, quedará encantado contigo —le aseguró.
Abandonaron el edificio bajo la atenta mirada de los oficiales que estaban aparcados en ambas esquinas desde el incidente con Boris.
—Es un honor que subas a mi automóvil —le dijo y le abrió la puerta del Ford Focus color verde oliva.
—Gracias.
Lo observó rodear el automóvil; a pesar de su cojera, caminaba rápido. No se había atrevido a preguntarle qué se la había causado; durante sus entrevistas, era él quien realizaba las preguntas. Cuando ella intentaba indagar algo de su vida él sabía evadirse con astucia.
—¿Vive lejos tu amigo?
—No, llegaremos en unos cuantos minutos —contestó y encendió el motor.
Ella asintió y apoyó la cabeza en el asiento.
—¿Puedo encender la radio?
—Adelante.
—Tienes unas cuantas cintas aquí —comentó mientras revolvía el compartimiento en donde guardaba los casetes.
—Elige el que quieras —le respondió mientras se detenían en un semáforo.
Isabella sacó un par y leyó las etiquetas. Era, sobre todo, música de los años ochenta. Sus ojos se posaron en una de las etiquetas y, cuando descubrió lo que decía, se le heló la sangre.