Capítulo 20
—¿Cuánto hace que te conozco Matthew? —preguntó Phil Conway mientras observaba con atención cómo uno de sus mejores detectives daba vueltas como una fiera enjaulada en medio de su oficina.
—Tú lo sabes mejor que nadie, Phil —respondió él sin mirarlo a los ojos y sin dejar de moverse—. Prácticamente desde que tenía cinco años y corría detrás de papá y de ti y os pedía vuestras pistolas.
Phil esbozó una sonrisa.
—Así es. Y sabes que para mí, eres más que uno de mis mejores hombres: eres el hijo de mi mejor amigo y, por tal motivo, me veo en la obligación de mantener esta conversación contigo antes de que se vuelva oficial.
Matthew se detuvo y se dejó caer en la silla.
—Te escucho. —Sabía lo que iba a decirle y temía que, después de salir de aquella oficina, su vida cambiara para siempre y le sucediera lo mismo que a su padre.
—Como tu jefe y, sobre todo como tu amigo, debo decirte que has cometido un gran error. Sabes mejor que nadie que no puedes involucrarte de manera personal con nadie que esté relacionado directamente con el caso en el que estás trabajando —comenzó a decir y adoptó una expresión seria—. Sobrepasaste los límites en el preciso instante en que llevaste a Isabella Carmichael a vivir contigo. —Hizo una pausa—. ¡Maldición, Matthew! ¿Cuándo pensabas decírmelo?
Matthew agachó la cabeza. Odiaba estar envuelto en aquella situación pero no estaba arrepentido de nada de lo que había hecho, solo, tal vez, de haber involucrado a su compañera al pedirle que guardara silencio.
—Pensaba hacerlo, Phil. —Se rascó la cabeza—. Estaba esperando el momento adecuado.
—¿Y pretendes que crea eso? Si Trisha no hubiese llamado esta mañana a tu casa, dudo de que me hubiera enterado. —Levantó las cejas—. Tu compañera sí lo sabía, ¿verdad?
—Deja a Susan fuera de todo esto —se apresuró a responder—. Ella no tiene la culpa de nada, si alguien merece ser sancionado, ese soy yo, no ella.
—¿En qué pensabas, Matthew? Sabías que si se descubría, quedarías fuera del caso. ¿Es eso lo que quieres?
—¡No! Estoy dispuesto a recibir cualquier sanción, pero no me quites del caso —le pidió.
—Se ha vuelto personal para ti ahora, Matthew. No creo que sea lo más sensato que sigas en él.
—Por favor, Phil.
Phil Conway siempre se había caracterizado por ser un hombre justo que hacía respetar las reglas a rajatabla, por eso le dolía que, esa vez, el involucrado fuese el hijo de su mejor amigo.
—Se lo debo a Isabella. —Apretó el puño sobre el escritorio—. Se lo debo a mi padre.
Phil se recostó en su silla y lo observó un momento antes de dar su veredicto.
—¿Qué sientes por la muchacha? —pregunto de repente.
Matthew no se demoró ni siquiera un segundo en dar la respuesta.
—La amo y estoy dispuesto a hacer lo que sea para atrapar a ese sujeto y acabar con la pesadilla en la que se ha convertido su vida.
—Lo que sea pero dentro de la ley, supongo —dijo Phil y frunció el ceño.
—Sabes que nunca haría algo indebido. Me conoces, Phil, tú mismo lo has dicho.
Su jefe se cruzó de brazos.
—A veces debería detenerme a pensar antes de hablar.
El teléfono móvil de Matthew comenzó a sonar.
—Discúlpame. —Se levantó de la silla—. Diga.
—¡Matt! —la voz de Isabella denotaba angustia.
—¿Isabella, qué sucede?
—¡Es Boris! ¡Alguien le ha atacado!
Cortó después de pedirle los datos de la clínica veterinaria adonde lo habían trasladado.
—Debo irme.
—¿Qué ha sucedido? —Phil se puso de pie y se acercó—. ¿Estás bien?
—Al parecer alguien ha atacado a Boris.
—¡Maldición! Esto está llegando demasiado lejos.
Matthew caminó hacia la puerta todavía conmocionado por la llamada de Isabella. Antes de marcharse se dio media vuelta y miró a su jefe.
—¿Sigo en el caso?
Phil Conway le dio unas palmaditas en el hombro.
—No debería pasar por alto lo que has hecho, pero sé que eres uno de los mejores elementos dentro de la división y si existe alguien que pueda detener a ese asesino, ese eres tú sin duda.
—¿Eso es un «sí»?
—Un «sí condicionado»; si descubro que haces de este caso una venganza personal, yo mismo te daré esa patada en el trasero, Matthew.
Matthew lo abrazó.
—Gracias, jefe.
—Ahora vete y haz lo que tengas que hacer. Mantenme informado —le dijo y disimuló la emoción con una sonrisa.
Matthew asintió y abandonó la comisaría de policía sin mirar atrás.
—¿Cómo está Boris?
Isabella se abalanzó sobre el veterinario apenas lo vio salir de su consultorio.
—Está bien, no se preocupe; si lo hubieran querido matar, podrían haberlo hecho —respondió el veterinario preocupado.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Brandon Tanner mientras sostenía la mano temblorosa de Isabella.
—Le han inyectado una dosis leve de ketamina, la suficiente como para dejarlo inconsciente, pero no para causarle la muerte. —Frunció el ceño—. ¿Tiene idea de quién podría querer hacerle daño a su perro?
Isabella estaba demasiado aturdida todavía como para responder a aquella pregunta.
—Boris no es su perro —dijo Brandon.
—Es como si lo fuera —se apresuró a decir Isabella.
—Bueno, alguien quería hacerle daño y no precisamente al perro; le repito que la dosis no fue letal.
—Gracias, doctor.
—¿Puedo llevarme a Boris ya? —preguntó Isabella y miró hacia la puerta cerrada de su consultorio.
—Continúa sedado, pero puede llevárselo cuando quiera. —Se dirigió al mostrador a hablar con su asistente—. Julie, ve a buscar al bulldog que está en mi consultorio.
La joven pelirroja lo obedeció de inmediato.
Segundos después reapareció cargando el cuerpo inerte de Boris. Isabella no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas.
—¡Oh, Boris! —Lo acurrucó entre sus brazos—. ¡Nunca me habría perdonado si algo malo te hubiese sucedido!
La puerta de la clínica se abrió de golpe y Matthew irrumpió en la sala de espera a grandes zancadas.
Se sorprendió al descubrir que Isabella estaba acompañada por Brandon Tanner. Ella no le había mencionado que estaba con él cuando lo había llamado por teléfono.
—¡Matthew! ¡Qué bien que has llegado! —El rostro de Isabella se iluminó.
—¿Cómo está? —Se acercó y tocó la cabeza de Boris; ni siquiera saludó a Brandon.
—Está bien, ahora está bien.
—¿Qué ha sido lo que ha pasado?
Brandon se puso al lado de Isabella.
—Alguien le ha inyectado ketamina a tu perro —explicó.
—El doctor ha dicho que ha sido una dosis suave, que solo querían dejarlo inconsciente —agregó Isabella y apretó a Boris junto a su pecho.
Matthew frunció el ceño.
—¿Cómo ha pasado?
—Te lo explico por el camino, será mejor que ahora llevemos a Boris a descansar.
—Está bien. —La tomó de la cintura—. Vamos.
—¿Brandon, vienes con nosotros? —preguntó Isabella y se giró hacia él.
—No, no hace falta. —Le sonrió—. Nos vemos mañana.
—Hasta mañana y gracias por todo.
Cuando subieron al Lexus, Matthew la acribilló a preguntas.
—¿Cómo pudo alguien inyectarle nada a Boris?
—No lo sé. Estábamos en el taller y, de pronto, se volvió loco.
—¿Escuchó algún sonido?
—No lo creo, yo no escuché nada.
—El oído de los perros es mucho más sensible que el humano —explicó.
—Me pidió salir y cuando le abrí, salió disparado hacia las escaleras. Corrí tras él. Al principio, creía que tú habías regresado, que había percibido tu llegada, pero no se dirigió a la casa, sino que bajó hasta la planta baja. Allí comenzó a ladrar y, de repente, no lo oí más. —Acarició las orejas de Boris—. Cuando llegué al descansillo y lo vi tirado en el suelo, me asusté mucho.
—Me lo imagino. —Apoyó su mano en el regazo de Isabella.
—Por suerte, Brandon llegó en ese momento y me llevó hasta la clínica.
—¿Brandon Tanner llegó en ese momento? —Matthew se quedó pensativo durante un segundo.
—Sí, había decidido hacerme una visita sorpresa y cuando llegó me encontró intentando reanimar a Boris.
—¿Lo viste llegar de la calle o ya estaba dentro del edificio?
A Isabella le extrañó aquella pregunta.
—No lo recuerdo; cuando levanté la vista ya estaba a mi lado. ¿Por qué me lo preguntas?
—No lo sé, pero me pareció raro que apareciera precisamente en ese momento.
—¿Sospechas que él le ha hecho esto a Boris?
—Yo no he dicho eso.
—¡Pero lo piensas!
—Soy detective y debo valorar todas las opciones.
—¡Brandon no sería capaz! —Se detuvo de inmediato; lo que estaba comenzando a pensar la estaba aterrando.
—Isabella, escucha, no digo que tu amigo tenga algo que ver; solo me ha parecido demasiado oportuna su aparición, eso es todo.
—Él pretende hacer lo mismo que hizo con Otelo —dijo y apartó la mirada.
—Esta vez solo ha sido un susto y creo que no estaba dirigido a ti.
Los ojos de Isabella se clavaron de inmediato en los suyos.
—¿Qué quieres decir? No pensarás que… —Ni siquiera podía decirlo en voz alta.
—Boris es mi perro; por lo tanto, deduzco que a quien quería advertir era a mí, no a ti —respondió convencido.
—¿Irá detrás de ti ahora? —La sola idea le aterraba.
—Está celoso. Él te ama y no soporta que ningún hombre se acerque a ti.
—¿Y Jack? Él está encerrado. —Hizo una pausa—. ¿Crees que ha enviado a alguien más?
Matthew negó con la cabeza.
—Lo dudo. —Odiaba tener que admitirlo, pero parecía que tenían al hombre equivocado tras las rejas.
—¿Entonces?
Matthew no le respondió.
—No es él, ¿verdad? Jack no es el asesino.
Él la miró y no hizo falta pronunciar palabra, Isabella percibió la preocupación instalada en sus ojos azules.
Algo húmedo despertó a Isabella aquella mañana. Abrió los ojos en el mismo instante en que la lengua caliente de Boris estaba a punto de lamer su mejilla por segunda vez.
—¡Buenos días, encanto! —Le sacudió los mofletes.
Se incorporó en la cama y comprobó de mala gana que Matthew ya se había marchado. Echo un vistazo al reloj. No era extraño que no estuviera, eran ya casi las diez de la mañana y a pesar de que la noche anterior se habían dormido pasada la medianoche por haber estado pendientes de Boris, se había levantado temprano y se había ido sin despedirse. Entonces vio la nota sobre la mesita de noche. Se estiró mientras luchaba por liberarse de los lengüetazos de Boris y leyó lo que decía.
«Dormíais tan plácidamente que no he tenido el valor de despertaros. Nos vemos luego. Ya te estoy extrañando. Matt.»
Estrujó el papel contra el pecho. La extrañaba de la misma manera que ella lo extrañaba a él. Deseaba que el día pasara lo más rápido posible y que la espera se hiciera menos insoportable.
El timbre comenzó a sonar con insistencia. Isabella empujó a Boris a un lado de la cama y se levantó de un salto. Se puso la bata de Matthew y corrió antes de que la persona que estaba llamando terminara por derribar la puerta.
Espió por la mirilla. Se ajustó el nudo en la cintura y se acomodó el cabello antes de abrir la puerta.
—¡Jason, qué sorpresa!
Jason se quedó de pie y observó a su hermana menor con detenimiento.
—¡¿Cuándo demonios ibas a avisarme de que ya no vivías en tu casa?! ¡Si no llamo a Sarah, nunca lo habría sabido!
—No exageres. —Le hizo señas de que pasara.
Jason entró y echó un vistazo al lugar.
Aquel lugar, sin lugar a dudas, pertenecía a un hombre.
—¿Con quién estás viviendo?
Boris apareció en el salón en ese momento.
—Con él —respondió Isabella y trató de ponerle un poco de humor a aquella incómoda situación.
—¡Isabella, no estoy bromeando! —Levantó los brazos. Estaba enfadado—. Intento llamarte y no te encuentro; luego Sarah me dice que os tuvisteis que mudar de casa porque ese loco se metió en tu habitación. ¡Por Dios, soy tu hermano y formo parte de tu vida! ¡No me excluyas!
Isabella se acercó y lo tomó de la mano.
—Ven, sentémonos; estás demasiado alterado.
Se sentaron en el sofá y Boris ocupó su sitio junto a Isabella.
—Isabella, no sabes la angustia que pasé cuando Sarah me contó todo. Me enojé mucho porque decidiste mantenerme al margen; soy tu hermano y merezco saber lo que sucede contigo —dijo más calmado.
—Lo sé y te pido perdón. —Esbozó una sonrisa—. No quería preocuparte; tú estabas demasiado ocupado con la construcción de la escuela en Clovis y, además, no había nada que pudieras hacer.
—Podía estar contigo y cuidarte. —Agachó la mirada—. Cuidarte como no lo hice hace cuatro años.
—No sigas con eso; tú siempre has cuidado de mí.
—Si lo hubiera hecho bien, nada de esto estaría sucediendo, tampoco estarías viviendo en casa de un extraño —observó a Boris.
—Créeme que estoy bien aquí. —Se mordió el labio inferior; deseaba contarle todo a su hermano pero no estaba segura—. Matthew cuida de mí y, además, tengo a Boris. —Sacudió con ternura la cabeza del bulldog.
—Veo que tienes plena confianza en él —comentó y la observó. Obviamente así era si llevaba puesta la bata del detective.
Isabella se sonrojó. ¿Qué estaría pasando por la cabeza de su hermano en ese momento?
—Sí, confío plenamente en él.
Jason se quedó mirándola un rato en silencio y luego esbozó una gran sonrisa.
—Supongo que deberé hacerme a la idea.
—¿De qué hablas?
—De ti y ese detective. No soy tonto, Isabella y sé que hay algo entre los dos.
Isabella sonrió nerviosa. A esa altura comenzaba a creer que ser demasiado evidente era el peor de sus defectos.
Le contó todo; no tenía caso seguir ocultándole lo que estaba pasando entre ella y Matthew.
—Debes decirle que tiene que hablar conmigo, soy tu hermano mayor y…
—¡No voy a hacer semejante cosa! —lo interrumpió con una exclamación.
—¡Oh, sí lo harás! De lo contrario, me veré obligado a buscarlo yo mismo —dijo en tono amenazante.
—¡No te atreverías!
Jason soltó una carcajada y recibió un golpe en el hombro de parte de su hermana menor.
—¡Deberías haberte visto la cara, hermanita!
—¡Eres un idiota! —le dijo e intentó contener la risa.
Conversaron un rato más bajo la atenta supervisión de Boris, e Isabella lamentó cuando Jason le dijo que debía marcharse.
—Te vendré a ver en unos días —le dijo antes de despedirse—. Espero encontrar a tu detective la próxima vez.
—Le encantará verte.
—¡No estoy tan seguro!
—¡Vete antes de que me arrepienta de no haberte dado ese puntapié en el trasero!
Se dieron un beso y se marchó antes de que ella cumpliera con su amenaza.
Un par de segundos después de cerrar la puerta, alguien volvió a llamar.
—¡Jason, la amenaza sigue en pie!
Pero no era Jason quien estaba de pie junto al umbral de la puerta.
—He sabido lo de Boris —dijo Susan mientras entraba en la oficina—. ¿Cómo está?
—Bien, el que lo atacó no tenía la intención de matarlo —respondió meditabundo.
—O sea que fue una advertencia.
Matthew asintió.
—¿Crees que Jack Gordon tiene alguien fuera que lo ayuda?
Era la segunda vez que alguien le hacía aquella observación y, cada vez más, se convencía de que eso no era así en realidad.
—No es lo que parece, Susan. —Jugó con un bolígrafo sobre el escritorio—. Hay algo más detrás de todo esto.
—Pero si Gordon no tiene un cómplice, significa que él no es el culpable. Pero entonces, ¿por qué el bisturí se encontró en su poder? Además, está la llamada realizada desde menos de cincuenta metros de su casa y el anillo que Jonathan Thomas identificó positivamente.
—Estás viendo solo un lado de la moneda, Susan. También tenemos que las huellas de pisadas encontradas en una de las escenas del crimen y en el sótano de Isabella no son suyas; tampoco el bisturí tiene sus huellas digitales y, a pesar de que Jonathan identificó el anillo, no pudo afirmar que se tratara del mismo hombre que le entregó la caja.
—Cada vez me convenzo más de que estamos en medio de un callejón sin salida donde las únicas pistas que tenemos no nos llevan a ninguna parte. —Se sopló un mechón de cabello en señal de fastidio—. ¡Y ahora atacan a tu perro!
—Ha sido solo otro mensaje, esta vez dirigido directamente a mí.
—No te quiere cerca de Isabella —dijo Susan.
—Exacto, ve en mí una amenaza.
—Ahora, no solo ella está en peligro; tú también lo estás.
Matthew percibió la preocupación en el tono de voz de su compañera.
—Ya le he pedido a Phil que ponga vigilancia las veinticuatro horas fuera del edificio. No puedo hacer más. Es Isabella quien en verdad está en peligro, no yo —le aseguró apesadumbrado.
—El día que todo esto termine me acostaré a dormir y no me levantaré durante días —dijo y arrojó una bola de papel al cesto de la basura—. Tú deberías hacer lo mismo.
Él le sonrió.
—¡Lawson, Wilder! —Su jefe irrumpió en la oficina—. Tenemos otra víctima.
Matthew y Susan se miraron por un instante; ambos sabían lo que aquello significaba.
—Señorita Carmichael, espero no ser inoportuno.
Isabella se quedó mirando a Peter Franklin sin decir nada. Había olvidado por completo que iba a ir esa mañana para comenzar con la dichosa entrevista.
—Disculpe, señor Franklin —dijo mientras se aseguraba de que el nudo de la bata siguiera en su lugar—. Pase.
—Gracias; por lo que veo, había olvidado que iba a venir —comentó mientras observaba el interior del loft con interés.
—La verdad es que sí, señor Franklin.
—Peter, habíamos quedado en que me llamaría Peter —le recordó.
—Tiene razón.
Boris se acercó a ellos y prestó atención al extraño que acababa de invadir su territorio.
Peter Franklin se agachó y le acarició la cabeza.
—Simpático.
—Es Boris, el perro de Matthew.
Boris se apartó de inmediato y se puso al lado de Isabella.
—¿Está sola?
—Sí, mi hermano acaba de irse. Ha debido de cruzarse con él en pasillo.
Él asintió.
—Seguramente.
—¿Por qué no se pone cómodo mientras me termino de vestir? Estaré con usted en un instante —le dijo y se fue hacia la habitación.
—Está bien.
La observó desaparecer detrás de la puerta corredera y se sentó en el sofá. Sacó unos papeles del interior del maletín que llevaba y, mientras esperaba, se dedicó a estudiar el lugar.
Unos cuantos minutos después, Isabella regresó más presentable.
—Espero no haberle hecho esperar demasiado —le dijo y le sonrió—. ¿Le gustaría un café?
—No, quizá más tarde.
—Bien. —Se acercó y se sentó junto a él.
—Antes que nada, le agradezco que haya aceptado que la entrevistara. He seguido el caso del Asesino de las Flores desde el principio y quedé fascinado con los crímenes. —Hizo una pausa—. No me malinterprete; lo que quiero decir es que lo que realmente me parece extraordinario en este caso, es lo que se esconde detrás, la motivación que tiene ese hombre para cometer semejantes actos.
—Entiendo.
—He recopilado mucha información a través de las entrevistas y las conferencias de prensa que ha dado la policía y el alcalde. Incluso he conseguido hablar con un par de oficiales que me han comentado algunos aspectos del caso que no fueron revelados a la prensa. Pero cuando Sarah me contó que usted estaba relacionada con esos crímenes, supe que tenía que conocerla.
—Querría no estar relacionada, créame.
—La entiendo. Debo confesarle que apenas supe de su existencia me puse a investigarla a usted y a su pasado. Entonces, me dije a mi mismo: «¿Por qué no contar su historia?» Así surgió la idea de escribir esta novela basada en su caso de secuestro y en su conexión con los crímenes del Asesino de las Flores.
—Veo que le fascina este tema.
—No se imagina cuánto, Isabella.
—Me ha dicho que ha investigado mi vida; entonces, no habrá mucho de mí para contarle.
—Se equivoca. Estoy seguro de que tendrá mucho que decirme.
Isabella se sintió incómoda de repente. No le gustaba hablar de su vida privada y aquel hombre parecía dispuesto a invadir a fondo su intimidad.
—Comenzaré a hacerle preguntas; si no se siente con ánimo de responderlas, solo me lo dice y cambiamos de tema. No quiero que se sienta obligada a contestar algo que no quiera —dijo y se acomodó las gafas.
—Me parece bien.
Sacó entonces una grabadora de su maletín.
—Espero que no le importe que grabe nuestras conversaciones. Es más práctico para mí que estar tomando notas —le explicó y apretó el botón de rec—. Además, no quiero pasar nada por alto.
Isabella asintió, no había otra cosa que pudiera hacer.
La escena primaria del crimen de la quinta víctima oficial del Asesino de las Flores no fue ninguna sorpresa para nadie, mucho menos para Matthew y Susan.
Una joven, con las mismas características de Isabella, tendida cruelmente sobre su cama con pétalos de nomeolvides alrededor. El vestido de algodón, los pies descalzos y la trenza eran los detalles que parecían completar la obra de aquel psicópata. Sin embargo, ellos sabían que había mucho más. Susan se acercó y la observó.
—¿Son ideas mías, o cada vez se parecen más a Isabella?
Matthew tenía un nudo en la garganta. Era imposible no advertir que las dos últimas víctimas eran casi la viva imagen de Isabella.
—Sigue colocando las manos cruzadas sobre su pecho; después de las víctimas que se ha cobrado, parece que experimenta cierto remordimiento después de asesinarlas —comentó con los ojos azules clavados en sus manos.
—Me parece patético que sienta remordimiento y siga matando —respondió Susan y echó un vistazo a la habitación.
—¿Cómo se llamaba?
—Lisa Rogers, tenía veintisiete años y vivía sola con su perro. Trabajaba en un banco como contable. Su jefe y sus compañeros han comenzado a preocuparse cuando esta mañana no ha llegado a su trabajo, la han llamado y, al ver que nadie respondía, uno de ellos ha llamado al 911. Cuando la han encontrado, su perro no estaba en la casa. Luego lo han oído lloriquear del otro lado de la puerta de calle —explicó Susan.
Matthew no pudo evitar pensar en Boris y en lo que había pasado en el lobby de su edificio.
—¿Dónde está el perro ahora?
—Se lo han llevado los de Sanidad Animal. Lo tendrán allí para los estudios de rutina y luego se lo devolverán a la familia.
Matthew asintió mientras levantaba la sábana que cubría el cuerpo sin vida de Lisa Rogers de cintura para abajo.
Creía que estaría listo para lo que vendría a continuación, pero cuando vio aquellas palabras grabadas en su piel, sintió que los músculos de su estómago se tensaban.
«Bella, estoy acercándome.»
La mano de Susan se apoyó en su hombro.
—¿Estás bien?
Él asintió.
—Sera mejor que echemos un vistazo a la escena; Zach se encargará del cuerpo apenas llegue —sugirió Matthew y apartó la vista del cadáver.
—No dejes que esto te afecte demasiado, Matt.
—¿Cómo lo hago? —le preguntó aturdido.
—Tal vez deberías alejarte del caso.
—¡Ni siquiera lo menciones! ¡Voy a atrapar a ese maldito, aunque sea lo último que haga en mi vida! —le aseguró.
Susan no le dijo nada, pero era exactamente eso lo que temía, que arriesgara su propia vida en afán de detener al asesino. Y ya no se debía solo a su deber como policía y para cerrar el caso que había acabado con la vida de su padre. Sus razones iban mucho más allá; Susan comprendió que el amor que sentía por Isabella Carmichael era lo que realmente lo motivaba a querer atrapar al Asesino de las Flores. Dejó escapar un suspiro, debía resignarse, no había nada que ella pudiera hacer para impedírselo, solo permanecer a su lado y cuidarle las espaldas. Era imposible hacer entrar en razón a un hombre enamorado, mucho más cuando la mujer amada se encontraba en peligro.
—Iré a revisar la sala —le dijo y lo dejó solo en la habitación—. Cuando hemos llegado había dos tazas de café, tal vez, la víctima lo dejó entrar porque lo conocía.
—O fue lo bastante hábil para que ella le permitiera la entrada —alegó Matthew mientras hurgaba en el armario.
—Si bebió del café, podremos obtener su ADN —le gritó Susan desde la sala.
Matthew lo dudaba, y cuando Susan le avisó de que solo una taza estaba medio vacía no se sorprendió. Ni siquiera había bebido el café para no dejar rastros. La inteligencia de aquel sujeto no dejaba de inquietarle. Pensó en Jack Gordon, el hombre que habían atrapado y que se había convertido en el principal sospechoso. Él no poseía esa capacidad intelectual y, sin embargo, se habían encontrado algunas evidencias en su contra. Con ese quinto crimen, no tenían más opción que dejarlo ir.
El verdadero asesino era demasiado sagaz, incluso para ellos. Más que nunca se convenció de que Jack Gordon no había sido más que una distracción, una pieza importante en un juego de ajedrez que el asesino estaba jugando con ellos. Deseaba desviar la atención hacia alguien más y por esa razón, había plantado el bisturí en su casa. Eso estaba claro, pero lo que lo desconcertaba más era el asunto del anillo. Era obvio que el asesino lo había usado porque sabía que Jack Gordon tenía uno y sería fácil identificarlo. Sin embargo, estaba convencido de que no sería nada sencillo conseguir un anillo como aquel. La fraternidad a la que pertenecían los que lo usaban ya no existía en la Universidad Estatal de California. Se había disuelto un par de años atrás, después de un escándalo sexual en medio de una ceremonia de iniciación.
—¡Matt, ven aquí!
Matthew salió de la habitación y se unió a su compañera. La encontró sentada en el sofá mientras hojeaba un anuario escolar.
—¿Qué sucede?
—Tienes que ver esto. —Se puso de pie—. Observa esta foto.
Matthew fijó su mirada en la fotografía que Susan le había señalado.
—Es… es Isabella —balbuceó impresionado.
En la foto estaban Isabella y Lisa Rogers abrazadas y riendo; ambas estaban disfrazadas de brujas en lo que parecía ser una fiesta durante la celebración de Halloween.
Debajo de la foto, había una pequeña nota escrita en negro: «Isabella y Lisa, mellizas de corazón.»