Capítulo 2

Cuatro años más tarde.

Matthew Lawson estacionó su Lexus gris plata junto a la acera. La avalancha de curiosos que ya se había dado cita en el lugar debía llevar horas allí. Seguramente, para los vecinos de aquella zona residencial de Fresno, un homicidio no era cosa de todos los días, y aquel acontecimiento, sin duda, despertaba no solo la curiosidad y el morbo esperado, sino también una gran inquietud.

Llevaba trabajando en la División de Crímenes Violentos ya más de seis años. Sin embargo, a pesar de enfrentarse a cosas que poca gente soportaría, nunca había llegado a acostumbrarse del todo. Ignoraba cuánto tiempo le llevaba a alguien habituarse a lidiar con la muerte cara a cara, casi a diario. No es que no le afectara ni mucho menos, pero en los años que llevaba en ese trabajo, había aprendido a dejar los escrúpulos de lado. Procuraba que cada escena de un crimen tuviera para él un significado particular. Se había obligado a ver cada caso con ojos frescos. Creía que era una nueva perspectiva, lo único que podía ayudarle a seguir adelante con su trabajo y con su vida.

Se abrió paso entre la multitud; pudo esquivar no solo a los curiosos sino también a la prensa que, como de costumbre, ya se encontraba en el lugar del hecho preparada para dar la primicia. Pasó junto a unos reporteros que desistieron de abordarlo para hacerle alguna pregunta. La mirada fulminante que les lanzó fue suficiente para que se sintieran amedrentados.

Caminó hacia la entrada de la residencia. El lugar ya estaba acordonado, y un par de oficiales se aseguraban de que nadie se acercara demasiado.

—Buenos días, muchachos —saludó, se agachó y pasó por debajo de la cinta policial amarilla.

—Buenos días, detective.

Raudamente, saltó los tres escalones que lo separaban de la entrada principal que estaba abierta, y busco a su compañera.

Susan Wilder venía a su encuentro, contoneaba no solo su cabello color rojo fuego, sino también sus caderas. Matthew la observó mientras se acercaba. Sin duda era un ejemplar digno de admirar, y no era raro que todos los policías giraran sus cabezas para dedicarle un par de miradas. Su altura y sus piernas interminablemente largas, sumadas a su melena ondulada y un par de ojazos grises, hacían de ella una mujer muy llamativa. «Demasiado sexy para ser policía», pensó Matthew cuando la tuvo cerca.

—¿Cómo estás, Lawson? —saludó mientras se ponía una mano en la cintura.

Matthew le sonrió.

—No tan bien como tú, Wilder —respondió. Hacía dos años que eran compañeros, y les divertía aquel juego de usar sus apellidos para hablarse entre ellos.

Susan frunció el ceño y le hizo señas para que la siguiera.

—¿Qué tenemos?

—Alison Warner ha sido encontrada muerta esta mañana, a las siete y treinta. —Atravesaron la sala y subieron las escaleras en medio de un par de técnicos forenses que estaban sentados en uno de los escalones recogiendo fibras de la alfombra.

—¿Vivía sola? ¿Quién la ha encontrado?

—Vivía sola, y una amiga suya, con la que supuestamente debía reunirse anoche, ha notificado el hecho. La llamó varias veces durante la noche, pero no logró comunicarse con ella. Esta mañana ha venido hasta la casa y ha encontrado a su amiga muerta —explicó sin detenerse.

Entraron a la habitación de la víctima; a simple vista, aquella parecía ser, sin duda, la escena primaria del crimen. Un fotógrafo y un médico, ambos del equipo forense, se encontraban trabajando en el lugar. Matthew observó todo como si, analizando sus pormenores, pudiera descubrir lo que había sucedido allí. Había cosas que representaban un extraño déjà‑vu, una escena que ya habían visto con anterioridad.

—Matthew, Susan, ¿cómo estáis? —saludó el forense, a la vez que apartaba por un segundo la atención de la víctima para concentrarse en los policías.

—Hemos tenido días mejores, Zach —dijo Susan mientras recorría la habitación con especial cuidado de no pisar los pétalos de flores esparcidos por encima y alrededor de la cama.

—Lo sé.

—¿Tienes ya la causa de la muerte? —quiso saber Matthew, aunque sabía de antemano su respuesta.

—Podré decirte más después de la autopsia. —Le indicó que se agacharan—. Pero a priori diría que es muy probable que haya sido estrangulada.

Ambos policías observaron los rastros de sangre en los ojos de la víctima.

—Hemorragia petequial —aseveró Matthew.

—Así es, amigo. —No se sorprendió ante su afirmación; después de varios años trabajando para la policía, aquellos términos exclusivamente médicos no le eran del todo desconocidos.

—Igual que la mujer asesinada hace dos semanas en el boulevard Golden State —dijo Susan, tras lanzar un suspiro.

—Me temo que no es lo único que tienen en común, Susan. —Sacó un par de guantes de látex del maletín del forense y se arrodilló—. Las dos víctimas llevan el mismo peinado, y ambas son castañas.

—Sí, lo había notado.

Matthew levantó el vestido de la joven y no se sorprendió con lo que vio.

—El mismo maldito tatuaje, justo debajo de la cintura; las mismas malditas flores regadas por toda la habitación —señaló Susan contrariada. No era la primera vez que se enfrentaban a un asesino en serie, pero los dos años que llevaba en la División de Crímenes Violentos le decían que se estaban enfrentando a alguien muy diferente. Un loco demasiado inteligente como para no dejar huellas ni fibras en las escenas de los crímenes; alguien que buscaba, mediante sus víctimas, revivir la imagen de alguna mujer que, de seguro, había tenido un significado crucial en su vida.

—Debe de ser su madre —murmuró.

—¿Qué has dicho? —Matthew levantó una ceja.

—Este maldito demente seguramente pretende traer de nuevo a su madre; y lo hace con sus víctimas.

Matthew se puso de pie y así permitió que Zach continuase con los estudios preliminares.

—No creo que sea a su madre a quien trata de revivir. —Se pasó una mano por la mata de cabello negro cuidadosamente peinado hacia atrás—. Observa las trenzas, el vestido corto y de estilo juvenil; además, las dos víctimas son jóvenes; si quisiera representar a su madre buscaría a mujeres mayores, no a jovencitas.

—Sí, es probable que tengas razón. —Buscó un par de guantes para ella.

—¿Cuándo murió, Zach? —Matthew observó el rostro de la muchacha. Estaba blanco y tenía los labios entreabiertos en una mueca casi siniestra. Pero lo que más le llamaba la atención eran sus ojos; estaban muy abiertos, parecían guardar el terror y la angustia que debía de haber padecido en sus últimos segundos de vida.

—Según la temperatura del hígado, lleva unas seis horas muerta.

Matthew observó su reloj.

—Eso quiere decir que fue asesinada, aproximadamente, a las dos de la madrugada.

Zach asintió.

—¿Qué hay del tatuaje? ¿Fue realizado postmortem como en la otra víctima?

—Es muy probable; si lo hubiese hecho cuando aún estaba viva, no habría resistido el dolor y se habría desmayado; y sabemos que intentó estrangularla mientras estaba despierta. No creo que hubiese esperado a que despertase para luego estrangularla.

—Es paciente, pero no tanto —acotó Susan mientras echaba un vistazo al tatuaje de un nudo celta grabado en la piel de la víctima a fuego vivo. Al menos, no había estado consciente cuando el desgraciado se lo había hecho.

—Quiere que lo miren a los ojos mientras las está estrangulando. Eso indica, probablemente, que siente cierta especie de conexión con las víctimas o con la mujer que trata de caracterizar a través de ellas. —Matthew lanzó una mirada a sus manos—. Le coloca las manos sobre el pecho, como si estuviera buscando una manera de redimirse ante la mujer que busca representar.

—No puede haber redención para un sádico como él —respondió Susan a la vez que se dejaba vencer por la rabia. Sabía que debía aprender a controlar su temperamento explosivo, pero le hervía la sangre cada vez que se enfrentaba a crímenes tan crueles como aquel.

Matthew esbozó una sonrisa comprensiva. Conocía a su compañera mejor que nadie y, muchas veces, había sido él el encargado de calmar su furia.

Uno de los técnicos forenses que estaban trabajando en la escalera entró en la habitación y, con cuidado, comenzó a recolectar los pétalos de flores en bolsas de papel.

—¿Qué crees que significan? —preguntó Susan mientras observaba al joven hacer su trabajo.

—Sin duda, es un mensaje; tal vez los pétalos de nomeolvides tengan un significado simbólico para él.

—Es un loco.

—Es más que eso —corrigió Matthew—. Sabe lo que hace, Susan. Es un asesino completamente organizado, no deja evidencias físicas en la escena, planea con tiempo sus crímenes, estudia a sus víctimas con minuciosidad antes de dar el gran paso, llega hasta ellas y ejerce su poder. No está loco, al menos, no en el sentido al que tú te refieres.

—Como sea, Lawson. Debemos atraparlo y acabar con su locura antes de que vuelva a atacar —sentenció y salió de la habitación.

Matthew asintió.

—Bajemos y echemos un vistazo al resto de la casa.

Recorrieron la planta baja en un intento por buscar el lugar por donde había entrado el asesino. La puerta principal no había sido forzada.

—¡Detective! —Un oficial lo llamó desde la cocina—. ¡Venga a echar un vistazo a esto!

—Ve tú; yo, mientras tanto, voy a interrogar a la amiga de la víctima —le indicó Susan y se dirigió hacia la sala.

—Dime que has encontrado algo realmente bueno —dijo Matthew ya en la cocina.

—Entró por aquí, detective. —Corrió la cortina en dónde había un círculo recortado en el cristal de la puerta.

Se acercó y abrió la puerta que daba a un patio trasero, delimitado por una cerca de madera. Había algunos sectores en donde la hierba había sido apenas aplastada, pero no lo suficiente como para poder tomar alguna huella de calzado. Salió al patio y comenzó a caminar; casi seguro era el mismo trayecto que horas antes había hecho el asesino. Cuando llegó hasta el fondo de la propiedad, echó un vistazo a la banqueta de madera apoyada contra la cerca.

—Dile a alguno de los forenses que venga —gritó.

—Enseguida, señor.

Segundos después, un hombre cuarentón enfundado en su mono blanco apareció en el patio.

—Busque huellas en la banqueta y en la puerta de la cocina —le indicó—. Es muy probable que se haya marchado saltando por aquí.

—Por supuesto.

Se quedó observando con atención cómo el forense echaba un polvillo oscuro sobre la banqueta para luego levantar las huellas dactilares. Matthew dudaba que alguna de ellas perteneciera al asesino, pero, aún así, no podían dejar pasar nada por alto. Cometería algún error y, entonces, finalmente, lo atraparían.

—¿Quieres un poco? —Susan le ofreció un vaso de té helado.

—No, gracias. Sabes que detesto el té —gruñó Matthew desde su escritorio.

—Si bebieras un poco menos de café y probaras mi delicioso té verde no tendrías ese humor tan —levantó la vista al cielo raso y busco un adjetivo que no ofendiera a su compañero— especial.

—Sabes que no puedo vivir sin mi ración diaria de cafeína —replicó e intentó esbozar una sonrisa—. Será mejor que nos pongamos a trabajar.

—Sí, será lo mejor. —Acercó su silla al escritorio de Matthew y comenzó a leer unos papeles que sacó de una carpeta.

—He revisado una y mil veces el caso de la muerte de Anna Beasley y, cada vez que lo leo, me aterran las coincidencias con la muerte de Alison Warner —dijo y lanzó un suspiro.

—¿Qué fue lo que te dijo la amiga de Alison?

—Que comenzó a preocuparse cuando faltó a su cita sin avisar y luego no respondía al teléfono. —Sacó su libreta de anotaciones—. Según ella, llegó a su casa cerca de las siete y treinta, como Alison no respondía, tomó la llave que ella misma le había dado y entró a la casa, el resto ya lo sabes.

—¿Te dijo algo del aspecto que tenía Alison cuando la encontró? —quiso saber.

—Sí, me comento que le extrañó muchísimo verla vestida así y peinada con una trenza. Según ella, Alison nunca usaba esa clase de vestidos, y rara vez usaba trenza.

—Lo que tenemos, entonces, es que ambas víctimas tienen cierto parecido a alguien que pertenece a su mundo. Su fantasía consiste en hacerlas parecer lo más parecidas posible a ese alguien a quien busca representar una y otra vez.

—Tal vez, la clave sea descubrir quién es esa mujer —comentó Susan mientras arrojaba su libreta sobre las carpetas.

Matthew asintió en silencio. Sus ojos azules se habían clavado en la pizarra ubicada detrás del escritorio en donde iban registrando los pormenores del caso. De repente, dio un respingo y saltó de su silla.

—¡Por Dios, Lawson! ¿Quieres matarme de un infarto o qué?

Él ni siquiera la escuchaba; su atención estaba en las fotografías de ambas víctimas.

Susan se le unió y se cruzó de brazos.

—¿Y bien?

—Hay algo familiar en ellas —dijo y frunció el ceño. Recorrió ambos rostros, una y otra vez, mientras buscaba algo que le dijera que no estaba equivocado.

—¿Qué quieres decir?

—Yo he visto antes a esa mujer, Susan —aseveró y la miró.

—¿Te refieres a la mujer que el asesino quiere revivir en su fantasía?

—Sí, sí. —Cruzó la oficina como una tromba y, a grandes zancadas, dejó el pasillo atrás.

Susan corría detrás de él, pero sabía exactamente hacia dónde se dirigía su compañero. Bajaron las escaleras que llevaban al sótano y, cuando Susan logró alcanzarlo, él ya estaba revisando uno de los expedientes abandonados en un viejo fichero de metal. Susan echó un vistazo a lo que se había convertido en la oficina de casos no resueltos.

—¿Me vas a decir qué buscas exactamente? —Se plantó a su lado, pero él seguía ocupado revisando unos papeles que había sacado del fichero.

—¡Voilà! —exclamó después de unos segundos.

A Susan le agradó la expresión de triunfo en su rostro. Aquella carrera hasta el sótano tal vez había valido la pena, después de todo.

Sacó entonces una fotografía.

—Mira y dime lo que ves. —Puso la fotografía ante sus ojos.

—A ver. —La tomó y la observó con atención. La misma expresión de triunfo apareció en su rostro cansado.

—¡Por Dios! —exclamó. La joven de la fotografía guardaba gran similitud con las dos víctimas halladas. Tenía el cabello y los ojos castaños, la trenza a un costado de su cabeza estaba casi deshecha, pero seguía siendo una trenza—. ¿Quién es? ¿Acaso es otra víctima, una que no hemos relacionado con este caso?

Matthew sacudió la cabeza.

—¡No, no! —Le entregó el archivo—. Esta joven fue secuestrada hace cuatro años y, de alguna manera, logró huir de su captor. El caso nunca fue resuelto; ella apareció tres meses después, pero no recordaba nada de lo sucedido.

Susan lo escuchaba mientras leía los pormenores del caso.

—El tatuaje, lleva el mismo tatuaje —comentó al observar una foto del nudo celta marcado a fuego.

—Sí, se lo hicieron mientras estuvo cautiva —afirmó pensativo.

Susan distinguió un nombre familiar cuando estuvo a punto de cerrar la carpeta.

—Matthew. —Hizo una pausa—. El investigador del caso fue…

—Sí, fue mi padre, Susan —dijo, a la vez que terminaba la frase de su compañera. Una sombra de tristeza cubrió el azul de sus ojos.

—Deberías hablar con él, tal vez pueda ayudarnos.

—Lo sé. —Sabía que sería difícil tratar aquel asunto con su padre después de tantos años, pero debía intentarlo.

—Si lo deseas, puedes ir ahora, yo, mientras tanto, iré al laboratorio para ver si hay alguna novedad —dijo y apoyo una mano en su hombro.

Él asintió, aun cuando parecía no haber escuchado nada de lo que le había dicho. Echó un vistazo a su reloj, habían pasado quince minutos de las siete.

—Espero que me dejen verlo a estas horas.

—A cualquier problema les muestras tu placa y pan comido, Lawson. —Susan le sonrió y le dio el ánimo que necesitaba.

—Tienes razón. —Se dirigió hacia la escalera—. Avísame si los del laboratorio han encontrado algo.

Susan le dijo que sí y volvió a poner toda su atención en el expediente que llevaba en las manos.

Apenas puso un pie fuera de la jefatura, los periodistas se abalanzaron sobre él como moscas a la miel. Cualquier intento de esquivarlos, esa vez, sería inútil. Respiró hondo y se armó de la paciencia necesaria para enfrentarlos.

—¡Detective, detective! —La marea de hombres y mujeres que sostenían sus micrófonos y grabadoras se arremolinó alrededor suyo.

—¡Con calma, por favor! —pidió y levanto las manos para evitar que un micrófono terminara en su boca—. Soy el detective Matthew Lawson y responderé a sus preguntas.

—Detective Lawson, estamos en directo para el noticiario de las siete —le anunció una mujer morena que se abría paso entre sus colegas—. ¿Puede confirmar, finalmente, que estamos ante un asesino en serie, que los dos asesinatos fueron cometidos por la misma persona?

En todos sus años como policía sabía a la perfección qué preguntas responder y cuáles no, y aquella, definitivamente, pertenecía a la segunda categoría.

—Señorita, no puedo confirmar lo que usted dice —respondió, de manera escueta, ante la expresión de fastidio de la mujer.

—¡Detective, para el FresnoBee! —Una mujer le acerco la grabadora a la cara—. ¿Es verdad que en las escenas de los crímenes se encontraron pétalos de flores alrededor de las víctimas?

A Matthew no le sorprendió la pregunta con anterioridad, en varias ocasiones, se había filtrado información importante que había llegado hasta la prensa. Y, muchas veces, aquello significaba un tropiezo en la investigación.

Matthew frunció el ceño.

—No sé cómo ha llegado hasta la prensa esa información, pero cualquier dato que se revele en el momento inadecuado solo puede estropear nuestro trabajo.

—Pero ¿es verdad, entonces? —insistió la reportera.

—¿Es verdad? —Todos lo acribillaron con la misma pregunta, mientras el avanzaba hacia su automóvil.

—Prefiero no responder —dijo y subió al vehículo.

—Eso suena a afirmación, detective —dijo el reportero que le había hecho la pregunta en primer lugar.

—Piense lo que quiera. —Comenzó a subir el cristal de la ventanilla—. No más comentarios, muchas gracias.

Su agradecimiento sonaba falso, y en realidad lo era. Odiaba aquello, era una de las partes engorrosas que conllevaba su trabajo y estaba seguro de que nunca se acostumbraría. El deber de la prensa era mantener informada a la comunidad, pero a veces, sentía que algunos hacían su trabajo solo para saciar su propia curiosidad o por pura morbosidad.

Encendió el motor de su Lexus y se marchó a toda prisa. Dejó a los periodistas con la palabra en la boca.

En los pasillos de la clínica de reposo, el aire olía demasiado a mentol. Matthew se quitó las gafas de sol y colocó ambas manos en los bolsillos de sus pantalones mientras esperaba que la enfermera que aquella tarde cuidaba a su padre viniera a buscarlo. Absorto en la vista del enorme jardín trasero ni siquiera oyó cuando ella se le acercó.

—Señor Lawson, no lo esperaba hasta la próxima semana. Su padre se encuentra en la sala de visitas —le indicó, con una expresión de cansancio en el rostro. Había visto a aquella mujer llamada Eve cientos de veces y siempre llevaba esa misma expresión en su arrugado rostro. Supuso que no sería demasiado agradable trabajar en un lugar como aquel; seguramente, tratar con los pacientes a diario sin sentirse afectada debía de ser difícil. Él visitaba a su padre una vez por semana y cada vez que lo hacía, salía de allí con mal sabor en la boca. La clínica era hermosa, una mansión de estilo colonial en las afueras de la ciudad, pero lo que se respiraba allí dentro distaba mucho de ser placentero.

Siguió a la enfermera a través de la enorme sala de visitas. Distinguió la figura encorvada de su padre sobre una mesita junto a la ventana. Estaba armando un puzle, aquella había sido su afición desde que había ingresado en la clínica tres años antes.

—Señor Lawson. —La enfermera tocó el hombro del anciano—. Su hijo ha venido a visitarlo —le anunció y esbozó apenas una sonrisa.

Pero Ben Lawson no apartó la vista de la mesa.

Matthew le dijo a la enfermera que los dejara a solas y cuando ella se alejó para atender a otro paciente que demandaba su atención tomó una silla y se sentó frente a su padre.

Lo observó mientras insistía en colocar una pieza del rompecabezas en un lugar donde no parecía encajar. Lanzó un suspiro, aún le costaba ver a su padre de aquella manera. Ben Lawson siempre había sido un hombre fuerte y bien plantado. Matthew lo había admirado desde niño, no solo como padre sino como profesional. Siempre supo que también él se convertiría en policía, y esa decisión se la debía a él. Su padre era respetado y reconocido dentro de la fuerza policial, sin embargo, sus superiores no titubearon ni un segundo cuando decidieron darlo de baja, tres años atrás. Matthew recordó el día en que su padre había llegado a casa después de haberle comunicado, oficialmente, que ya no podría seguir ejerciendo sus tareas como teniente de la policía de Fresno. Desde ese preciso momento, su vida cambió, y Ben Lawson ya no volvió a ser el mismo nunca más. Se encerraba en casa y apenas comía. Matthew se vio obligado a contratar a alguien para que cuidara de su padre mientras él trabajaba, pero nadie duraba más de un par de semanas a su lado. Se había vuelto irascible y, más tarde, cuando apenas hablaba y, el psicólogo le dijo que había caído en un gran pozo depresivo, no tuvo más remedio que seguir sus consejos e internarlo en aquel lugar. Le había dolido mucho hacerlo, siempre habían estado juntos desde la muerte de su madre cuando él tenía quince años, y separarse de su padre significó un dolor tan grande como la pérdida de su madre. Lo visitaba religiosamente cada semana y, muchas veces, apenas hablaba con él. Vivía sumido en aquellos rompecabezas que él mismo le compraba no bien terminaba de armar uno. Esperaba que ese día no estuviese demasiado medicado y lograra entablar una conversación con él.

—Papá. —Extendió el brazo sobre la mesa de madera y tocó su mano huesuda—. ¿Me oyes?

Tras una fracción de segundo, Ben Lawson levantó la mirada y clavó sus pequeños ojos en el rostro de su hijo.

—Matt… —balbuceó, y el azul de sus ojos pareció recobrar su brillo habitual.

—Sí, papa, soy Matt —le respondió y apretó su mano—. ¿Cómo estás hoy?

Ben se encogió de hombros un par de veces.

—Sobrevivo otro día más, hijo.

A Matthew se le hizo un nudo en la garganta. Deseaba levantarse de aquella silla, arrastrar a su padre fuera de aquel lugar y llevarlo de regreso a casa, pero sabía que no era posible.

—Cuando te recuperes, volverás a casa conmigo. —Sus palabras sonaron más a un deseo que a una realidad.

—Sabes que eso no va a pasar, hijo. Jamás volveré a ser el mismo de antes. —Soltó la pieza de color celeste que sostenía en la mano—. Mi vida acabó cuando me quitaron la posibilidad de seguir cumpliendo con mi trabajo.

Hubiese querido creer que había sido una injusticia lo que le habían hecho a su padre, pero sabía que no era así. Había cometido un error, y ese error casi le había costado la vida a otro policía. El hecho de haber trabajado en el caso del secuestro de Isabella Carmichael y de haberse entregado a él en cuerpo y alma sin obtener ningún resultado había sido devastador para él. El juego del gato y el ratón que el secuestrador se había empeñado en jugar con él fue el disparador que puso en picado no solo su vida profesional, sino también personal. Cuando el caso se cerró, después de que la joven apareciera con vida, su padre aún seguía dedicando el tiempo que no tenía a trabajar extraoficialmente para resolverlo. Aquello consumió sus fuerzas y su capacidad mental, a tal límite de no poder concentrarse en los nuevos casos que le eran asignados.

—Papá, necesito hablar contigo de un asunto —comenzó a decir inquieto, no sabía cómo reaccionaría su padre al hablar nuevamente de aquel tema que había estado evitando durante los últimos tres años—. Se trata del caso en el que estabas trabajando; el de la joven secuestrada en la Universidad Estatal de California…

—Isabella Carmichael —le interrumpió Ben.

Matthew asintió con un leve movimiento de cabeza. Percibió que la expresión en el rostro de su padre había cambiado.

—¿Sabes?, a pesar de tener la cabeza embotada por los medicamentos la mayor parte del tiempo, no hay un día en que no piense en ella. —Cerró los ojos un instante, y la imagen de aquella jovencita asustada que no comprendía lo que le estaba sucediendo vino a su mente como un recuerdo fresco, casi vívido.

—¿Qué puedes decirme de ella, papá?

—¿Por qué quieres saber de ella, Matt? —Se movió intranquilo en su silla.

—Según el expediente de su caso, apareció tres meses después de haber sido secuestrada, sin recordar nada de lo sucedido durante su cautiverio.

—Así es, yo mismo hablé con ella tras su reaparición en el hospital a donde había sido trasladada. La pobrecita creía que la noche anterior había salido de la universidad; era como si el tiempo que había estado secuestrada se hubiera evaporado de su mente.

—¿Nunca recordó nada?

Ben sacudió la cabeza.

—No, yo seguí viéndola durante unos meses, y nunca llegó a recuperar la memoria —sonrió con amargura—. Creo que, en parte, ni siquiera deseaba hacerlo; estaba horrorizada de lo que pudiera llegar a recordar —añadió.

—Entiendo.

—Nunca me lo dijo abiertamente, pero estoy seguro de que le desagradaba que yo insistiera en seguir viéndola para ver si había tenido algún progreso. —Volvió a tomar la pieza color celeste que había abandonado minutos antes—. Con el tiempo, hasta se cambió el apellido, decidida a comenzar una nueva vida y dejar todo ese suceso en el pasado.

Aquel dato no figuraba en el expediente del caso.

—¿Recuerdas cuál es el apellido que usa ahora?

Ben frunció el ceño y entreabrió la boca.

—¿Por qué tanto interés en ella, hijo?

Debía decirle la verdad, no tenía otra opción.

—Creemos que hay alguien que intenta revivir su imagen a través de otras mujeres a las que luego asesina —explicó sin rodeos; no cabían las medias palabras con su padre.

La pieza del rompecabezas cayó sobre la mesa.

—Es él… es él —balbuceó con la mirada clavada en la pequeña pieza de cartón que acababa de caer de su mano.

—Estamos casi seguros de que se trata del mismo hombre que secuestró a Isabella Carmichael hace cuatro años —aseveró y observó a su padre atentamente.

—Mitchell —dijo él de repente.

—¿Perdón?

—Mitchell, ahora se hace llamar Isabella Mitchell —le indicó, sin mirarlo a la cara.

—Ok, creo que sería de gran ayuda si lograra hablar con ella. —Se tranquilizó cuando los ojos de su padre se volvieron hacia él—. ¿Crees que seguirá sin recordar todavía?

—No lo sé —respondió con ironía—. ¿Cómo podría saberlo encerrado aquí dentro?

Matthew sabía que su padre no lo culpaba a él de aquel encierro, pero, en ese momento, se sintió el blanco de sus reproches.

—Papá…

—No digas nada, hijo. No es tu culpa que yo haya terminado en este lugar. —Intentó esbozar una sonrisa para él—. Deberás averiguarlo por ti mismo; búscala y lo sabrás.

—No creo que quiera ayudarnos con este caso. Si, como tú dices, ha cambiado su identidad para poder seguir con su vida, dudo que mi visita sea de su agrado —dijo mientras lanzaba un suspiro.

—Inténtalo, Matt —le pidió—. Busca a la muchacha; tal vez ella sea la clave para resolver el caso. —Hizo una larga pausa antes de continuar hablando—. Atrapa a ese malnacido y ponlo donde debe estar antes de que siga causando más daño. Termina mi trabajo, hijo.

Matthew no pudo hacer otra cosa sino asentir. Debía atrapar al sujeto y valerse de cualquier recurso para lograrlo. El primer paso sería encontrar a Isabella Carmichael o Mitchell y hablar con ella. Lo atraparía, aunque fuera la última cosa que hiciera en la vida. Se lo debía a la familia de las víctimas, a la misma Isabella y, sobre todo, se lo debía al hombre que le había dado la vida.