Capítulo 16

—¿Y bien? —Matthew y Susan habían estado esperando los resultados de las pruebas del bisturí encontrado en la casa de Jack Gordon, durante más de dos horas.

El criminalista de turno esbozó una amplia sonrisa.

—Hemos hallado rastros de tejido epitelial perteneciente a las dos últimas víctimas. —Se quitó los guantes de látex—. Sin duda es el objeto con el que talló los mensajes en la piel.

Matthew y Susan se miraron y no fue necesario decir nada. Aquello era lo que estaban esperando: un golpe de suerte que les permitiera seguir adelante en la investigación.

—Volvamos a la sala de interrogatorios —dijo Matthew y salió del laboratorio—. Jack Gordon tiene mucho que contarnos.

Susan lo siguió y prefirió quedarse fuera y ver todo a través de la ventana de cristal.

Jack Gordon alzó la vista cuando Matthew entró en la pequeña oficina.

—Creía que no iba a regresar. —Estaba molesto.

—Creía mal, señor Gordon. —Se sentó en la silla y arrojó una carpeta sobre la mesa—. Espero que haya tenido tiempo de reflexionar mientras ha estado aquí solo.

—No tengo nada que decirles porque no he hecho nada —le respondió secamente.

Matthew abrió la carpeta y se la acercó.

—¿Reconoce este objeto?

Jack Gordon lanzó una mirada fugaz a la foto que Matthew le estaba mostrando.

—Jamás lo he visto en mi vida.

—Pues eso no es posible. —Le acercó la foto aun más—. Obsérvelo con detenimiento.

—¡Ya le he dicho que no lo he visto antes!

Matthew se recostó contra el respaldo de su silla.

—Es extraño, porque lo hemos encontrado en un cajón dentro de su habitación.

Jack Gordon abrió los ojos como platos. Estaba asombrado pero también asustado.

—¡Eso no puede ser! —Volvió a mirar la foto del bisturí—. ¡Nunca antes lo había visto! ¡Tiene que creerme!

—¿Y cómo supone que ha llegado hasta su habitación?

—No… no lo sé. —Comenzó a sacudir la cabeza—. ¡Tal vez alguien con uniforme y placa lo ha plantado ahí para culparme, no es la primera vez que eso sucede!

—¿Por qué íbamos a hacer eso? —preguntó recogiendo el guante.

—¡Para encarcelarme y hacerme pasar por culpable y decir que la policía ha cumplido con su deber! —gritó.

Matthew percibió el sudor en las manos de Jack Gordon.

—Eso es solo paranoia pura, Gordon. —Lanzó un suspiro—. ¿Por qué no me dice lo que quiero escuchar?

—Ya le he dicho que no tuve nada que ver con el secuestro de Isabella —respondió más calmado—. Han pasado cuatro años y nunca nadie me ha vuelto a buscar en todo ese tiempo, ¿por qué ahora de nuevo?

—Yo soy el que hace las preguntas aquí —le recordó—. Dígame lo que sucedió la noche en que Isabella fue secuestrada. —Pronunciar su nombre le provocaba un cosquilleo en el estómago.

—Pasé por la biblioteca porque sabía que ella estaría allí. —Entrelazó las manos temblorosas encima de la mesa—. Estaba esperando el autobús y me acerqué a ella.

—¿Y luego?

—Me ofrecí a llevarla, pero ella se negó y entonces me fui.

—¿No insistió?

—No, me dijo que prefería esperar el próximo autobús.

—¿Qué hizo luego?

—Me fui directamente a casa, subí a mi habitación y me acosté a dormir.

—Sus padres atestiguaron haberlo visto esa noche, ¿verdad?

—Sí, ellos confirmaron que yo estaba durmiendo cuando Isabella desapareció.

—Ambos sabemos que, a veces, nuestros padres son capaces de hacer lo que sea por nosotros.

—¿Está insinuando que mis padres mintieron para protegerme? —Sus dedos se crisparon.

—No sería la primera ni la última vez que algo así sucede.

—Ellos dijeron la verdad, yo estaba durmiendo en casa —aseguró—. La última vez que vi a Isabella estaba bien y esperando al autobús.

—¿Ha oído hablar del Asesino de las Flores, señor Gordon? —pregunto entonces Matthew.

—Por supuesto, no hay nadie en Fresno que no sepa del caso. Ha salido en las noticias y en los periódicos —respondió con indiferencia.

—Una de las informaciones que se ha filtrado a la prensa es el hecho de que el asesino ha dejado un mensaje escrito en el cuerpo de sus dos últimas víctimas. —Señaló la foto—. Un mensaje escrito con este bisturí.

—¿Me está acusando de ser el Asesino de las Flores?

—No lo estoy acusando de nada, señor Gordon, solo lo estoy interrogando.

—Pero, ¿qué tiene que ver el secuestro de Isabella con esos crímenes?

Matthew entrecerró los ojos para observarlo con detenimiento. Parecía realmente consternado por lo que estaba sucediendo, aunque se había topado con muchos delincuentes a lo largo de los seis años que llevaba de policía, solo se atenía a lo que le mostraban las evidencias, y las evidencias decían que el bisturí usado por el asesino se había encontrado en poder de Jack Gordon.

—El hombre que secuestró a Isabella hace cuatro años es el autor de esos asesinatos —dijo con cautela.

—¿Y creen que yo lo he hecho? —Se pasó las manos por la cabeza.

—Usted fue la última persona que vio a Isabella aquella noche y ahora encontramos una evidencia importante en su poder.

—¡Pero yo no he hecho nada! ¡Ni hace cuatro años ni ahora! —Se puso de pie, estaba fuera de sí—. ¡Ni siquiera he visto a Isabella en todo ese tiempo y tampoco conocía a las chicas que han matado!

Matthew se levantó de la silla y le ordenó que volviera a sentarse de inmediato.

Jack Gordon parecía no escucharlo. Comenzó a caminar en círculos por la habitación.

—¡Quiero un abogado!

—¡Lo tendrá, se lo aseguro! ¡Ahora, siéntese!

Él obedeció y Matthew se dio cuenta de que ya no seguiría respondiendo a sus preguntas hasta que su abogado estuviera presente. No tuvo más remedio que detener el interrogatorio para no violar su derecho.

Fuera, Susan y Phil lo estaban esperando.

—¿Qué crees? —preguntó su jefe y miró a través del cristal a Jack Gordon.

—No sé, el bisturí ha aparecido en su casa y conocía a Isabella en la época del secuestro. —Hizo una pausa para lanzar un suspiro—. ¿Han encontrado algo más que pueda incriminarlo?

Susan negó con la cabeza.

—Podemos relacionarlo con las dos últimas víctimas gracias al bisturí, pero…

Matthew la interrumpió.

—¿Tenía sus huellas?

—Estaba inmaculadamente limpio —respondió Phil Conway.

—Eso no significa nada —dijo Susan—. Sabemos que es demasiado inteligente para dejar algún rastro.

—Y, sin embargo, sí deja restos de sus víctimas. —Matthew no estaba del todo convencido—. ¿Cuánto tiempo podemos tenerlo bajo arresto?

—Cuarenta y ocho horas —dijo su jefe—. Después de eso, si no se presentan cargos debemos soltarlo.

—No tenemos mucho tiempo, entonces. —Miró a su compañera—. Será mejor que nos pongamos en marcha.

Isabella observó, por enésima vez, la pequeña cena que había preparado y que había servido sobre el baúl del salón comedor. Boris, desde la puertaventana de la terraza, contemplaba con atención los dos platos en los que Isabella había colocado los trozos de carne y la ensalada.

Echó un vistazo al reloj. Si Matthew no llegaba en unos minutos la cena se enfriaría y todo su esfuerzo no habría servido de nada. Fue hasta la habitación, no sin antes advertirle a Boris que no se acercara a la improvisada mesa por nada del mundo. Corrió hasta el cuarto de baño y contempló su aspecto una vez más. Llevaba un vestido corto de gasa color celeste, y se había soltado el cabello. Estaba nerviosa; era la primera vez que preparaba una cena para Matthew a pesar de ser plenamente consciente de que no era una experta a la hora de cocinar. Había preparado una receta que le había enseñado Sarah tiempo atrás y estaba orgullosa de los resultados. Se miró una vez más en el espejo y volvió al salón.

Matthew no llegaba y tampoco había llamado. No había tenido más noticias desde que les había comentado, a él y a Susan, que su ex novio vivía en la misma calle donde habían rastreado la llamada a la emisora de radio. Había supuesto que regresaría temprano por la noche y por eso se había decidido a prepararle aquella cena, pero al parecer no iba a llegar.

Caminó pesadamente hacia el baúl y miró la comida en los platos. Hasta el apetito se le había quitado con la espera, tenía el estómago cerrado. Los nervios y la ansiedad estaban causando estragos en ella.

Se dejó caer en el sofá y cuando Boris se acercó lo recompensó con un pedazo de carne horneada.

—Al menos, disfrútala tú —le dijo y apenas le sonrió.

Subió las rodillas al sofá y apoyó la espalda. ¿Habrían ido a buscar a Jack Gordon? ¿Acaso sería él quien la había secuestrado aquella noche y, después de tanto tiempo, había vuelto para acecharla? No podía creerlo; ella y Jack habían sido novios y se negaba a creer que hubiera sido el autor de aquellos actos tan crueles. Jack Gordon no era un asesino, no el Jack Gordon que ella había conocido y del cual se había enamorado cuando tenía veintidós años. Nunca había vuelto a saber de él en todo ese tiempo y la última vez que lo había visto había sido en aquella fatídica noche en la que su vida había cambiado para siempre. Se mordió los labios. Si hubiese aceptado que él la llevara en su coche hasta su casa todo habría sido muy diferente y su vida no se habría convertido en una pesadilla.

Tal vez tampoco las cosas habrían sido tan así. Si aquel sujeto pretendía raptarla lo habría hecho en cualquier otra ocasión; habría esperado el momento oportuno para acercarse a ella.

El destino no se podía cambiar ni torcer, y aquel hombre parecía estar marcando el suyo desde aquella noche.

Se rodeó las piernas con ambos brazos y se quedó un instante así con los ojos cerrados. Buscó en su mente el momento en que había visto a Jack por última vez.

Ella salía de la biblioteca y había perdido el autobús. Jack apareció en su viejo Chevy y se ofreció a llevarla hasta su casa. Se negó de inmediato; sabía que su intención era convencerla de que volvieran a salir. Él había insistido en reanudar su relación pero ella había sido sincera con él y le había dicho que ya no lo amaba. En ese momento, lejos en el tiempo, se daba cuenta de que, en realidad, nunca había amado a Jack Gordon y que se había convertido en su novia para cubrir más las expectativas de los amigos y de la familia de él que las suyas.

Después de la partida de Jack se quedó sola en la parada de autobuses, y en ese punto su mente comenzaba a traicionarla. No lograba recordar qué había sucedido después. Podía recordar qué ropa llevaba y qué libros había sacado de la biblioteca, recordaba también que sentía mucho calor y hasta podía recordar el perfume de las flores alrededor, pero los acontecimientos que llevaron a su secuestro se habían borrado sin explicación de su memoria, como si alguien los hubiera apagado para siempre.

Abrió lentamente los ojos. Era en vano cualquier esfuerzo por recordar cómo había acabado aquella noche.

Observó de nuevo los platos en la mesa, la cena se había echado a perder. La carne se había enfriado y la salsa de almendras se había espesado demasiado. Matthew ya no iba a venir, y aquella cena no se llevaría a cabo.

«Tal vez es lo mejor», pensó y se estiró en el sofá. Se recostó e invitó a Boris para que la acompañara. Le pesaban los párpados y el sueño estaba venciéndola, al menos aquella noche no le costaría dormirse. Lamentó por enésima vez que él no hubiese llegado a tiempo y se quedó profundamente dormida.

Matthew estacionó su Lexus junto a la acera. Había dejado a Susan en casa de su hermana después de haber pasado otra vez por la casa de Jack Gordon para interrogar a su madre.

No habían obtenido mucho de aquella mujer que parecía defender, a capa y a espada, a su hijo. Le habían preguntado por la conducta de Jack Gordon en los últimos tiempos y les había dicho que había sido normal. Cuando le preguntaron sobre dónde había estado su hijo las noches en que se habían cometido los asesinatos, la única respuesta que obtuvieron fue un «no sé». Volvieron a preguntarle sobre la noche del secuestro de Isabella y les reiteró que ella y su esposo lo habían visto subir a su habitación y no lo habían visto hasta la mañana siguiente en el desayuno.

Se habían ido de allí con un amargo sabor en la boca, decepcionados por no obtener nada que pudiera retener a Jack Gordon en la comisaría de policía por mucho tiempo más. La única evidencia que tenían en su contra no bastaba para arrestarlo, debían encontrar algo más antes de que expiraran las cuarenta y ocho horas que la ley disponía en aquellos casos.

Recogió una bolsa del asiento del acompañante y se bajó del automóvil. Entró en el edificio casi corriendo. La distancia que lo separaba de su casa le pareció interminable y el deseo de volver a ver a Isabella era insoportable.

Abrió la puerta y la vio acostada sobre el sofá; la cabeza de Boris se apoyaba sobre sus pies. Notó los dos platos con comida, un par de copas y una botella de vino sobre el baúl.

La contempló de nuevo y un sentimiento de ternura lo invadió. Isabella se había esmerado en preparar aquella cena para él y hasta se había vestido para la ocasión. Se maldijo en silencio una docena de veces por no haber llegado antes; si ella le hubiera avisado las cosas habrían sucedido de otra manera. Era probable que no le hubiera mencionado nada porque quería darle una sorpresa; tal vez, como recompensa por haberle hecho correr en castigo aquella misma mañana.

Boris percibió su presencia y de un salto se bajó del sofá.

—No hagas ruido, Boris —le pidió en voz baja—. No despertemos a Isabella.

El perro dio un par de saltos alrededor de Matthew y moviendo el rabo se fue caminando muy despacio a la terraza.

—Buen chico.

Dejó la bolsa que traía en el suelo; se acercó a Isabella y le pasó un brazo por debajo de la espalda. La obligó a sentarse y ella apoyó la cabeza en el hueco de su hombro. Murmuró algo ininteligible pero no se despertó. Con cuidado logró levantarla y alzarla. Los brazos de Isabella enseguida rodearon su cuello y Matthew entonces enterró la cara en la espesura de su cabello castaño.

Cuando estaba con ella se sentía desvalido, vivo y estremecido hasta la médula. Matthew mantenía la cabeza quieta, aspiraba el aroma de su perfume y pensaba en lo agradable que sería que Isabella se despertara justo en ese momento y le pidiera que le hiciera el amor. Se humedeció los labios secos y tragó saliva.

La sujetó con fuerza y la llevó hasta la habitación. Deseaba que no se despertara; sabía que si lo hacía, le sería imposible resistirse.

La colocó sobre la cama con cuidado y la falda de su vestido se abrió y expuso ante sus ojos mucho más de lo que él podía permitirse ver. Con el brazo que tenía libre volvió a colocar la tela en su lugar, mientras que con el otro intentaba acomodar la cabeza de Isabella sobre la almohada. Ella giró su cuerpo hacia un lado y su brazo quedó atrapado debajo. Si intentaba quitarlo, corría el riesgo de que despertara y que terminaran con lo que habían empezado en dos ocasiones. Isabella buscó su brazo con el suyo y cuando lo encontró se aferró a él con fuerza.

Matthew ni siquiera se atrevió a respirar. No tenía escapatoria. Si se levantaba en ese instante ella se despertaría; se acostó detrás de Isabella y con el otro brazo la rodeó por la cintura. Ella hizo un leve movimiento hacia atrás y sus caderas se apoyaron en la parte baja de su abdomen. Matthew contuvo el aliento un momento; aun estando dormida, lograba encenderlo como nadie. Cuando estaba con ella no podía pensar con claridad; solo deseaba tocarla, amarla y perder el control.

Isabella se revolvió inquieta. La habitación estaba a oscuras iluminada solo por la luz que provenía de la calle y que se filtraba a través de la ventana. No sabía si estaba completamente despierta o si aquello era un sueño. Se restregó los ojos con la mano para asegurarse de que lo que estaba viendo no era más que el producto de su imaginación.

¿Cómo había terminado en los brazos de Matthew? ¿Qué hacía él a su lado en la cama? La noche anterior ni siquiera lo había visto y ahora estaba envuelta entre las sábanas y él. Isabella levantó la cabeza, no podía ver muy bien su rostro. Estaba profundamente dormido o al menos era lo que parecía.

¿Cómo había llegado ella hasta allí? Si no recordaba mal, se había quedado dormida en el sofá del salón con Boris a sus pies. Seguramente, Matthew había llegado en medio de la noche, la había cargado en sus brazos y la había llevado hasta la cama para que descansara mejor. Pero aún no entendía cómo había terminado durmiendo en su cama, y además, con ella casi encima de él.

Matthew estaba vestido, y ella también; al menos, no había sucedido nada de lo que luego pudiera arrepentirse. La primera vez que hiciera el amor con él quería estar lo suficientemente consciente como para recordar cada detalle. Se estremeció de solo pensarlo. Respiró hondo, observó su brazo que descansaba sobre el pecho de Matthew y pudo percibir el latido sereno de su corazón con la palma de la mano.

De pronto, Matthew se movió un poco y con el brazo que le envolvía la cintura la atrajo más hacia él. Isabella creyó entonces, que se había despertado, aunque seguía con los ojos cerrados. Agachó la cabeza y con suavidad la apoyó sobre el hombro de Matthew. Quiso apartar un poco las piernas de las de él, pero una de ellas estaba atrapada entre sus fuertes muslos. Era imposible escapar de la prisión de su cuerpo sin despertarlo. Se quedó quieta mientras intentaba controlar los latidos de su corazón que comenzaban a hacerse cada vez más audibles; al menos a ella le parecía que el sonido de su palpitar inundaba toda la habitación.

Cerró los ojos con fuerza y buscó aplacar las sensaciones que recorrían cada milímetro de su cuerpo. Estaba allí, en la cama y entre los brazos de Matthew Lawson. Cualquiera diría que acababan de compartir una noche de pasión y que sus cuerpos descansaban tras haber recobrado la calma; la misma calma que llega después de una fuerte tempestad.

No podía evitar lo que sentía, el fuego que se agitaba dentro de ella era demasiado abrasador como para ignorarlo. Posó una mano sobre su brazo, duro como la roca, y reprimió el deseo de deslizar la mano sobre su fina camisa de algodón para aliviar la tensión que le oprimía la boca del estómago.

Cuanto más conocía a Matthew, más lo deseaba y más deseaba creer que entre ellos existía un vínculo auténtico. Si pudiera convencerlo para que se abriera a ella, pero no tenía muchas esperanzas de conseguirlo. Matthew jamás cedería el férreo control que ejercía sobre sí mismo cada vez que la tenía cerca. Un control que no le impedía buscarla y excitarla, aunque sí entregarse por completo a ella. Por un instante, Isabella pensó que era culpa suya, que no se trataba de otra mujer sino que simplemente él no quería crear ningún lazo con ella. Después de todo, él solo la había buscado para pedirle ayuda; no era más que una herramienta que le servía para lograr sus objetivos; tal vez, involucrarse con ella podría significar echar por la borda toda la investigación. Pero, si era así, ¿por qué sentía que cuando estaban juntos el mundo se detenía solo para ellos? El mundo podía dejar de girar y caerse en pedazos pero a ella no le importaba si estaba entre los brazos de Matthew.

Como lo estaba en ese momento. Aferrada a él y sin importarle nada más. Quedarse allí, tendida sobre su cuerpo, era lo único que deseaba en aquel momento. Si Matthew podía entregarle solo eso, ella se conformaría.

Contempló a la muchacha desde lejos; aun así, percibió el parecido. La había estado acechando hacía unos días; había estudiado cada movimiento; había retenido en la memoria sus horarios de llegada y salida. Sabía que abandonaba su casa todas las mañanas quince minutos después de las nueve para irse a su trabajo como cajera en un banco. Sabía que regresaba por la tarde y sacaba a su perro a pasear. Luego, se volvía a encerrar en la soledad de su hogar para enfrentarse a la rutina, de nuevo, al día siguiente.

Tenía solo un par de amigas; al menos eran las únicas que la visitaban. Pasaba las noches a solas con la compañía de su pequeño perro. No sería difícil acercarse a ella; estaba seguro de que, de todas sus víctimas, ella sería la más fácil de abordar.

Había algo especial en aquella muchacha; no era solo su parecido con Isabella lo que lo había atraído sin remedio hacia ella; un detalle hacía que su próximo paso fuera aun más excitante que los demás.

Sabía que, esa vez, sus actos causarían gran impacto. Esa vez, Isabella comprendería que no tenía más remedio que enfrentarse a su destino y unirse a él para siempre.

Lanzó un último vistazo a la luz que arrojaba la ventana de la habitación ocupada por su próxima víctima y encendió el motor de su automóvil.

Se tomaría su tiempo para acercarse a ella; sería una especie de juego de ensayo y error. Si lograba pasar aquella última prueba ya no habría necesidad de perder el tiempo buscando aquellas absurdas imitaciones, sería la hora de ir en busca de su verdadera fuente de inspiración y terminar con aquella agonía de tenerla tan cerca y no poder, siquiera, decirle que la amaba.

Apretó el volante mientras esperaba que la adrenalina que fluía por sus venas se disipase. Pronunció su nombre, solo aquel que él conocía y que creaba un vínculo especial entre ellos.

Bella.

Dejó que aquellas cinco letras salieran de sus labios, una y otra vez, como una promesa. Una promesa que ansiaba cumplir después de cuatro años.