Capítulo 18

El partido entre los Falcons y los Sharks de San José había entrado ya en el segundo período. Ganaban los locales dos a uno y había una marcada diferencia entre los dos equipos. Jessie estaba entusiasmado con el juego y se levantaba de su asiento cada vez que algún jugador cometía una falta o era sancionado. A su lado, Mónica se limitaba a calmarlo y a decirle que estaba haciendo el ridículo. De vez en cuando miraba a Isabella y ponía cara de fastidio. Parecía que no disfrutaba del partido con la misma euforia que su marido.

Matthew e Isabella estaban sentados junto a sus vecinos pero ella notó, casi de inmediato, que lo que menos llamaba la atención de él era el partido; ni siquiera había celebrado los dos goles. En cambio, continuaba con su rol de novio perfecto y su brazo se extendía sobre el hombro de Isabella; era tan largo que sus dedos llegaban hasta allí donde nacían sus senos. Ella temía que él pudiera sentir cómo su corazón había comenzado a palpitar alocadamente dentro de su pecho. Su mano no se movía, pero el calor que emanaba traspasaba la tela gruesa de su sudadera y le quemaba la piel.

Matthew estaba atento a la multitud que había asistido a ver el partido pero no olvidaba dónde estaba su mano. Tuvo que reprimir varias veces el impulso de acariciar la curva de su cuello para luego sujetarla del rostro con suavidad y besarle la boca.

Se dijo que lo hacía por el simple hecho de no levantar sospechas con sus vecinos. En el edificio, todos creían que eran novios y era mejor que continuaran creyéndolo. Sin embargo, por más que se engañara, sabía que lo hacía porque quería hacerlo, porque cualquier excusa era buena para estar cerca de Isabella.

De repente, un niño que sostenía un enorme vaso de refresco de cola llamó su atención. Tenía el cabello rojizo y llevaba una sudadera de los Falcons; coincidía con la descripción del niño que había entregado la caja. Siguió buscando entre la multitud, pronto descubrió que no era el único niño pelirrojo dentro del pequeño estadio. Contabilizó cuatro en total, pero solo dos llevaban la insignia del equipo que iba venciendo.

Isabella notó la expectativa en el rostro de Matthew; sabía cuál era su verdadera misión al asistir a aquel partido.

—Vuelvo en un momento —le dijo y se puso de pie.

Isabella no tuvo más remedio que quedarse sentada en la grada a esperarlo.

Lo observó mientras se alejaba y caminaba hacia la grada ubicada frente a ellos. Se acercó a una mujer que estaba acompañada por un niño pelirrojo. Desde allí vio que Matthew le mostraba su placa y el rostro de la mujer se puso pálido. Luego se dirigió al niño y, después de hablar un momento con él, los dejó que siguieran disfrutando del partido. A juzgar por la expresión en el rostro de Matthew, aquella charla no había sido positiva.

Lo vio dirigirse hacia otra grada ubicada a un costado y acercarse a otro niño pelirrojo; éste, como el anterior, llevaba una sudadera de los Falcons. Estaba acompañado por un hombre que Isabella supuso sería su padre. Una vez más, Matthew sacó su placa y después de intercambiar algunas palabras con el niño y con el hombre sentado junto a él, se alejó y regresó a su lugar. Esa vez su rostro denotaba satisfacción.

—¿Has tenido suerte? —preguntó Isabella mientras se sentaba junto a ella.

—Sí, el segundo niño con el que he hablado es el mismo que entregó la caja en tu casa. Irá mañana mismo a la comisaría para que lo interroguemos y para ver si reconoce a Jack Gordon —le informó y la tomó de la mano.

—Matthew, ¿es realmente necesario? —Isabella miró sus manos unidas.

Él la miró y luego observó con el rabillo del ojo a Mónica y a su marido.

—Debemos hacerlo, cariño. —Esbozó una sonrisa seductora—. Considéralo como parte de mi trabajo.

Trabajo. Isabella lo sabía, ella siempre había formado parte de su trabajo, sin embargo, escucharlo de sus propios labios era mucho más doloroso aún. ¡Y ella que creía que existía un vínculo especial entre ellos!

«¡Reacciona, Isabella!», se dijo para sus adentros. «¡No imagines lo que no es!» Tal vez Matthew Lawson, además de ser un competen te detective, era un excelente actor que representaba su papel no solo frente a sus vecinos.

Se preguntó si no había estado actuando con ella desde el principio. Prefirió no responderse, porque la respuesta a aquella duda era demasiado dolorosa.

Después de que el partido finalizase, Mónica la buscó.

—Ven, charlemos un poco —le dijo, mientras su marido y Matthew caminaban delante de ellas y comentaban los pormenores del partido.

Isabella le sonrió, era una mujer simpática y a pesar de que renegaba de su marido, se notaba que lo adoraba.

—¿Sabes?, hace más de un año que conocemos a Matthew y nunca nos había presentado a ninguna novia suya —le dijo mientras lanzaba una mirada a Matthew que escuchaba con atención como su esposo le explicaba la jugada que había llevado a los Falcons a anotar su tercer gol, el que les había dado la victoria definitiva.

—Me halaga ser la primera —respondió Isabella deseosa de seguir escuchando lo que Mónica tenía que decirle.

—Ha traído varias mujeres a su casa, eso sí —bajó el tono de su voz para evitar ser oída—. Jessie y yo hemos visto desfilar unas cuantas por allí.

Isabella intento sonreír de nuevo pero no pudo. No tenía ningún motivo, ni el menor derecho, sin embargo sintió celos.

—Puedo imaginármelo —se limitó a responder. Seguramente una de aquellas conquistas se había dejado olvidado el sujetador en alguna de sus visitas.

—Pero ahora parece que va a sentar cabeza. Te ha encontrado a ti y no dudó en pedirte que fueras a vivir con él. —Su rostro regordete adquirió una expresión de emoción—. Ambas sabemos cuál es el siguiente paso.

Isabella alzó las cejas.

—¿Siguiente paso?

—Sí. Cuando Jessie y yo llevábamos ya tres años de novios él me pidió que probáramos la convivencia. Compartimos el techo diez meses antes de que por fin me lo propusiera.

Entendió finalmente aquello de lo que Mónica estaba hablando, pero no podía decir o hacer algo para sacarla de su error.

—No lo sé —respondió. ¡Por Dios, ni siquiera sabía qué decirle para salir del paso!

—Hacéis una pareja muy bonita, Isabella; además reconozco a una mujer perdidamente enamorada cuando la veo.

Isabella se detuvo en seco. ¿Qué estaba diciendo aquella mujer? ¿Acaso estaba representando su rol de novia de Matthew tan bien? Ella no estaba enamorada de Matthew, no podía estarlo.

Lo observó. Seguía caminando junto a Jessie un par de pasos por delante. De repente, como si supiera que tenía sus ojos clavados en la espalda, Matthew se dio la vuelta y la miró. No era la primera vez que la miraba de aquella manera; sin embargo, Isabella sintió que ella lo estaba contemplando de un modo diferente. Él le sonrió y ahí supo entonces que era verdad. El papel que había estado desempeñando se había vuelto contra ella: lo amaba. Amaba a Matthew Lawson y ya no podía negarlo. Desvió la mirada de inmediato, temerosa de que él descubriera lo que sus ojos ya no podían ocultar.

Tras despedirse de Mónica y Jessie entraron en casa, no sin antes prometerles que cenarían con ellos lo antes posible. Boris les salió al encuentro. Saltó primero sobre Isabella y Matthew levantó la mano en gesto de desaprobación.

—Creo que estoy comenzando a sentirme celoso —comentó mientras Isabella se agachaba para saludar a Boris con unas cuantas caricias en la cabeza. Luego, como si el perro hubiese entendido sus palabras, se acercó a él y se tumbó sobre sus pies—. No estoy muy seguro de si debo aceptar tus zalamerías ahora.

Extendió la mano para tocarle la cabeza y sus dedos terminaron rozando los dedos de Isabella.

—¿Tienes hambre? —le preguntó él y buscó su mirada.

Isabella tragó saliva; ya ni siquiera se atrevía a mirarlo directamente a los ojos, no después de haber descubierto que lo amaba.

—Sí —contestó y procuró mantener la voz firme.

—Pidamos una pizza —sugirió mientras observaba cómo Boris se acomodaba sobre el sofá—. Sé que no suena tan especular como la cena que habías preparado anoche, pero siento que debo compensarte de alguna manera.

Isabella creía que no mencionaría aquel asunto, aunque, cuando lo hizo, no supo qué decir.

—No te preocupes por eso —dijo—. Iré a cambiarme; tú, mientras tanto, pide la pizza.

Matthew asintió y la dejó marcharse a la habitación. Presentía que Isabella intentaba evitarlo de una manera bastante sutil. Algo había pasado después del partido de hockey, estaba seguro de ello.

Se sacó el teléfono móvil del bolsillo del pantalón y antes de pedir la pizza marcó el número de su compañera.

—Wilder, he encontrado al niño, fue lo primero que dijo.

Del otro lado de la línea la voz de Susan sonaba ronca.

—Estupendo, Lawson —dio un bostezo.

—¿Te he despertado?

—¿Tú qué crees? He aprovechado que mi hermana y su esposo han salido de compras con los niños para descansar un rato —dijo impaciente.

—Muy bien, quería avisarte de que el niño y su padre irán a la comisaría mañana temprano.

—Crucemos los dedos, Matthew. Si logra identificarlo entonces lo tendremos cogido por el cuello y no habrá artilugio legal que logre sacarlo —dijo esperanzada.

—Esperemos que así sea.

—¿Cómo ha estado el partido?

—Han ganado los Falcons.

—Me alegro. —Se hizo un silencio—. ¿Estás en tu casa?

—Sí, acabamos de llegar.

—Bien.

Matthew tuvo el presentimiento de que su compañera quería decirle algo más, pero solo se limitó a despedirse y colgó.

Se quedó mirando el teléfono un instante antes de llamar para pedir una pizza en Angelo's.

Unos minutos después, Isabella se reunió con él en la cocina.

—La pizza no debería tardar —dijo él mientras buscaba un par de latas de cerveza.

—Genial, porque me muero de hambre —respondió ella de pie junto a la puerta.

Matthew la observó. Había reemplazado la sudadera de los Falcons y los vaqueros por una blusa color rojo borgoña y una falda blanca con pequeñas flores estampadas. La fina tela de algodón caía sobre sus piernas libremente y llegaba hasta la altura de sus rodillas. Ella necesitaba moverse, no podía soportar más los ojos azules de Matthew que desnudaban cada milímetro de su cuerpo.

Caminó hacia el aparador.

—¿Por qué mejor no bebemos vino? —Sacó la botella que había quedado de la noche anterior.

Él le sonrió.

—Me parece estupendo. —Levantó el dedo índice—. Con una condición.

A Isabella le preocupó el tono de misterio en su voz.

—¿Cuál sería esa condición?

—Que veamos alguna de las películas de mi colección.

—¿Beber vino y comer pizza mientras miramos una película de terror? —preguntó y alzó las cejas.

—¿No es un plan maravilloso? —Una sonrisa divertida surcó su rostro.

—Pues… no exactamente, pero creo que podré soportarlo.

—¡Te encantará!

Isabella asintió, aunque no estaba en absoluto convencida. Estaba a punto de decirle que ella sería quien elegiría la película, pero unos golpes en la puerta se lo impidieron.

—Debe de ser el repartidor de pizza —dijo Matthew y fue hacia el salón.

Isabella buscó un par de copas y cogió la botella de vino blanco. Cuando salió de la cocina, comprobó que la idea de elegir ella misma la película que verían no daría resultado. Matthew ya había quitado el disco de su estuche y lo estaba colocando dentro del reproductor de DVD. Respiró resignada mientras colocaba la botella y las copas encima del baúl.

—Es de mozzarella y aceitunas negras —le dijo y señalo la pizza—. Espero que te guste.

—Con el hambre que tengo me comería hasta la caja —respondió mientras se pasaba una mano por el estomago.

Él sonrió y la invitó.

—Ven, sentémonos.

Isabella se quedo inmóvil durante una fracción de segundo; luego, tomó su mano y dejó que él la condujera hacia el sofá y la ayudara a sentarse. No era necesario pero le agradó que él lo hubiera hecho. Hasta parecía que estaban en medio de una cita romántica y él estaba actuando como el perfecto caballero.

«No es una cita, y menos una romántica», se recordó mientras se ubicaba en el centro del sofá junto a Boris, que ya se había dormido. Tampoco debía olvidar que, tal vez, todo aquello solo era parte del papel que Matthew estaba cumpliendo frente a ella, solo estaba haciendo su trabajo, aunque este incluyera una cena con vino blanco y una película de terror de los años treinta.

Él se sentó junto a ella e Isabella se movió inquieta en su lugar. En realidad, entre Matthew y Boris no le quedaba mucho espacio disponible para moverse.

—¿Estás cómoda? —Una media sonrisa curvaba sus labios.

Isabella asintió en silencio.

—Será mejor que empecemos a comer antes de que se enfríe. —Le entregó una porción de pizza a Isabella.

—Gracias —balbuceó ella y sujetó la porción con ambas manos.

—Espero que te guste la película que he elegido para esta noche. —Apoyó la espalda contra el sofá y estiró las piernas hacia adelante.

—Yo también lo espero —respondió ella y esbozó una sonrisa.

—Bien. —Tomó el control remoto, lo apuntó hacia la pantalla y la película comenzó a pasar.

Isabella descubrió enseguida que se trataba de una de las tantas películas protagonizadas por Boris Karloff. Matthew había elegido para esta ocasión, Lamomia.

—He visto otras versiones de esta misma película —comento ella después de darle un gran bocado a la pizza.

—Seguramente sí, pero solo son eso, versiones. —Sirvió el vino en las dos copas—. Ahora verás una verdadera obra maestra del gran cine de terror, aquel que no usaba los efectos especiales exagerados que se usan hoy y que terminan robando el protagonismo de los propios actores.

Isabella sonrió. Realmente era un apasionado de aquellas películas. Podía comprender aquel sentimiento, porque a ella le pasaba lo mismo con las obras de arte. Tomó la copa que Matthew le entregó y bebió un sorbo; el vino le hizo cosquillas en la garganta.

—Está delicioso.

—Sin duda lo está —comentó él y la miró. Los labios de Isabella se habían humedecido por el vino y resultaban mucho más tentadores aún.

Isabella miró hacia la pantalla, trató de concentrarse en la película y rogó, en silencio, que él hiciera lo mismo. Lanzó un ligero suspiro de alivio cuando por fin Matthew apartó los ojos de su boca.

La película, como era de esperar, estaba en blanco y negro y estaba ambientada en Egipto en la década de los años veinte.

Isabella observaba con atención.

Whemple, uno de los personajes que se veía en la pantalla, preso de la curiosidad y la codicia, abre el cofre que contiene el rollo de Thoth. Después de quitar la cinta roja que lo sujetaba desenvuelve el antiguo pergamino y así desafía a la maldición. Cuando comienza a leer aquellos jeroglíficos egipcios la momia de Im‑ho‑tep, que descansa en su sarcófago, abre sus ojos.

Matthew notó que Isabella se movía inquieta. Intentó no reírse y procuró seguir atento a la película.

La momia no solo mueve sus ojos, ha separado los brazos del pecho y comienza a caminar hacia el hombre que, sin saberlo, la ha despertado de su sueño de más de tres mil años.

Isabella dejó la porción de pizza sobre la caja, estaba empezando a perder el apetito.

La mano de la momia, lentamente se va acercando a su objetivo y cuando, por fin, logra alcanzarlo, el profanador comienza a gritar aterrado.

Matthew observó a Isabella por el rabillo del ojo. Sostenía la copa casi vacía de vino con las dos manos. Estaba inmóvil.

Los gritos luego se mezclan con fuertes carcajadas; el hombre ha perdido la razón y mientras continúa riendo la momia de Im‑ho‑tep desaparece del lugar.

—¿Estás bien? —preguntó Matthew y se esforzó por no hacer algún comentario burlón.

Isabella asintió mientras bebía el último resto de vino que le quedaba. Extendió la copa.

—Sírveme otra.

Matthew obedeció y volvió a llenar con vino blanco su copa vacía.

Isabella se lo bebió casi de un sorbo. Matthew la miró asombrado.

Volvió a concentrarse en la película.

La pantalla mostraba el primer plano de la cara de Im‑ho‑tep, sus ojos sin vida reflejaban una luz aterradora. Un perro ladraba en medio de la noche al percibir su presencia.

Isabella dio un salto cuando Boris comenzó a ladrar a su lado.

—¡Por Dios, Boris! —exclamó Isabella y se llevó la mano al pecho.

Matthew ya no pudo controlarse más y se echo a reír.

—¡Boris, no vuelvas a hacer eso! —lo regañó—. ¿No ves que Isabella teme que la maldición de la momia pueda llegar hasta ella?

Isabella le lanzó una mirada asesina y por un segundo, deseó tener el mismo brillo maligno de Im‑ho‑tep en los ojos para mostrarle lo enfadada que estaba.

—¡No es gracioso!

—¡Oh, sí lo es! —dijo y se mordió el labio—. Eres deliciosamente graciosa.

Isabella dejó la copa sobre la mesa y buscó entretenerse acariciando la cabeza de Boris, que parecía estar más asustado que ella. Pero solo era consciente de que Matthew la estaba mirando, de que la película seguía avanzando y de que ninguno de los dos le estaba prestando atención ya.

En el momento en que se inclino para besarla Isabella volvió la cabeza hacia otro lado. Matthew era demasiado encantador pero ella debía resistirse. La tomó de la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos, Isabella dejó escapar un gemido que pretendía ser una protesta. Pero ambos sabían que no lo era. Debería apartarse, pero su cuerpo no parecía estar en sincronía con su sentido común.

La oposición, débil como era, cedió cuando sus labios entraron en contacto. Él aún mantenía sus dedos en la barbilla de Isabella para obligarla a entreabrir su boca. Su lengua no cruzó el límite de la línea de sus dientes y solo acaricio el interior del labio inferior, pero Isabella sintió que se hundía en un mar de deleite. La mano grande y fuerte de Matthew se apoyó sobre su espalda para acercarla más a él.

La naturaleza tierna de aquel beso fue cambiando lentamente, se hizo más intenso y demandante. La mano que la sostenía por la parte trasera del cuello avanzó por debajo de su cabellera y se enredó en sus hebras para llevarle la cabeza hacia atrás.

—Eres increíblemente dulce, Isabella. Dulce y delicada —murmuró él contra su garganta. Su boca estaba tibia y dejó una huella de besos ardientes por la piel hasta el hueco de la clavícula. Matthew alzó la cabeza para mirarla y ella trato de moverse.

Isabella colocó las palmas de las manos contra el pecho fornido para alejarlo de ella.

—Matthew… —Intentó recobrar el aliento para hablar con él. No iba a permitir que volviera a suceder.

—¿Qué pasa? —Clavó sus ojos azules en los suyos.

—No… no voy a dejar que lo hagas de nuevo.

Él sabía con claridad de qué estaba hablando.

—No hablemos ahora —le dijo con la voz ronca—. Es tiempo de sentir, no de conversar.

Una parte de su ser deseaba alejarse, pero sabía que él no lo permitiría, ni ella tampoco deseaba que lo hiciera. Cerró los ojos, apoyó la cabeza en el hombro de Matthew y apretó la cara contra la tela suave de su camisa. El fuego comenzó a arder y consumió su determinación.

Entonces, Matthew la atrajo hacia sí una vez más y la besó apasionadamente; ladeó la cabeza para absorber todo cuanto pudiera de aquella mujer a quien parecía desear desde hacía siglos. Ella le rodeó el cuello con los brazos y correspondió a su beso con igual pasión.

Deseaba alzarla en brazos y llevarla adonde ella quisiera. Desde el mismo instante en que la había rodeado con los brazos, había anhelado hacerla finalmente suya. Ya no se detendría; aquella noche ya no eran el policía y su protegida. Cuando hicieran el amor solo serían un hombre y una mujer entregados el uno al otro sin miramientos ni reservas.

Boris se movió inquieto, se subió al respaldo del sofá y comenzó a lamer el brazo desnudo de Isabella. Ella comenzó a reírse.

—¡Ah, no! —protestó Matthew sin soltarla—. Esta noche no, amigo. Esta noche Isabella me pertenece solo a mí.

Se levantó y la ayudó a hacer lo mismo. Ella dejó que él la guiara hasta la habitación. Boris los seguía, pero antes de que se pudiera colar con ellos Matthew logró cerrar la puerta.

—Lo siento, Boris. —Se dio media vuelta y la contempló—. Esta noche será solo mía.

Esas palabras la dejaron muda y contuvo la respiración cuando él avanzó hacia ella.

Se quito la camisa y luego se deshizo de los pantalones. Se acercó más a ella. Isabella se relajó lo suficiente como para volver a respirar. Su cuerpo era poderoso, lleno de vigor, y sus manos ansiaban conocerlo en todo su esplendor. Matthew la tomó de las manos e hizo que se pusiera de pie. Con rapidez le desprendió los botones de la blusa y la hizo deslizar por su espalda hasta hacerla desaparecer bajo sus pies. Sus pechos, ocultos detrás de una delicada tela de encaje, refulgían blancos a la luz de la luna que entraba por la ventana.

Él le tomo la mano, la poso sobre su corazón y la retuvo allí.

—Mira lo que provocas en mí, Isabella.

Ella podía sentir sus latidos acelerados.

Matthew avanzo por sus costados, buscó el cierre de su falda y se la quito con destreza, luego, le acaricio la piel sedosa de la espalda y de los hombros. Rozó con los labios su frente, su mejilla, por fin encontró su boca. La besó con suavidad y luego se deslizó hasta su oreja. Ella dejó escapar un profundo gemido que reproducía la excitación, el ansia que a Matthew le oprimía el pecho. El deseo, empujado por la adrenalina, atravesó como una descarga el cuerpo de Matthew. Nunca se había sentido así. Nunca había deseado tanto a una mujer. Nunca se había sentido tan fuera de sí. Deslizó las manos sobre la espalda desnuda de Isabella y ella respondió acariciando su pecho. Matthew sintió una lluvia de placer que lo dejó aturdido.

—Te necesito, Isabella.

Las palabras la atravesaron como flechas al rojo vivo y la dejaron indefensa para resistirse a la urgencia de sus propios deseos. Los labios tentadores e incitantes se posaron nuevamente sobre su boca, que estaba ansiosa por recibirlos una vez más. Su lengua la invadió de manera casi salvaje mientras ella le sostenía la cabeza con ambas manos. La reacción de Matthew fue lanzarse a una posesión apasionada que la dejó sin aliento. Su lengua le llenó la boca con un fuego acariciador. Él exploró y probó todo lo que ella le ofrecía, retrocedía solo para incitarla a que lo imitara. Estaba tan ocupada descubriendo las maravillas de la boca de Matthew que no advirtió el momento en que él le quitó el sujetador.

La mano de Matthew le cubrió uno de los senos. Instintivamente Isabella movió su cuerpo para acercarse a él. Entonces Matthew frotó su pulgar sobre el pezón tieso y la atormentó. Su ardor creció y sus ansias se hicieron cada vez más sofocantes.

Él seguía saboreando la boca de Isabella. Ya no servía de nada protestar o negarse, se dejó vencer por la embestida violenta de nuevas sensaciones. El control que él ejercía sobre sus sentidos era inmanejable para ella.

Matthew se apartó un momento para mirarla, Isabella no pudo abrir los ojos. Luchó denodadamente contra el repentino deseo que se expandió por todo su ser cuando Matthew se inclinó para tomar posesión de su pecho con los labios ardientes y mojados.

Ella se arqueó para ofrecerle los suaves montículos de sus senos, los gritos de placer que se escaparon de su garganta solo elevaron el deseo de Matthew. La empujó sobre la cama y la aprisionó allí con el peso de su cuerpo. Ella lo contempló mientras él se despojaba de la última prenda y se recostaba a su lado. Matthew deslizó sus dedos sobre la superficie satinada de su piel mientras trataba de descubrir lo que le hacía gritar de placer incontenible.

Con los ojos cerrados, Isabella sintió que se hundía en un mundo de pasión desconocida en donde solo las caricias y los besos de Matthew le producían ese goce tan perfecto y sublime. Con roces apenas insinuados, Matthew le acarició la entrepierna para luego pasar el dorso de la mano entre ambas ingles mientras observaba, con detenimiento, el rostro de Isabella para conocer su reacción.

—Matt —susurró ella y lo miró a los ojos.

A él le agradó escucharle llamarlo así por primera vez.

Él introdujo sus dedos debajo de la tela de sus bragas y la acarició con deleite.

—¡Oh, Dios! —Su cabeza se echó hacia atrás.

Matthew la observó luchar con sus sensaciones, mientras la devoraba la pasión Isabella le aferró los hombros y luego deslizó sus manos por la espalda para estrecharlo más contra su cuerpo.

Él arremetió de nuevo contra sus senos turgentes y tibios mientras que con una de sus manos la desnudaba por completo.

Ella dejó escapar un gemido y se frotó contra él. Jadeaba y se deshacía con sus caricias.

La boca de Matthew absorbió el grito de placer, mientras sus cuerpos, por fin, se unieron en una comunión arrolladora. El movimiento fuerte e intenso casi la hizo estallar, pero él la sostuvo inmóvil durante un segundo y, cuando la soltó, ella volvió a relajarse.

Isabella susurró su nombre a la vez que hundía su rostro en el cuello de Matthew. Cuando él comenzó a moverse, ella clavó su mirada en sus pupilas y se unieron tanto emocional como físicamente. Sus embestidas, feroces y posesivas, quebraron su control. Todos sus sentidos estaban pendientes de ella, de sus leves gemidos y de los estremecimientos que sacudían su cuerpo.

Pronto, el ritmo se hizo más urgente, más exigente, y los elevó a ambos a la cima más alta, donde solo los afortunados lograban llegar.

A Isabella le dolían los brazos de estrechar a Matthew tanto tiempo, pero no podía soltarlo ni por un segundo durante la larga caída de regreso al sosiego. No deseaba moverse, ni siquiera respirar. Lo único que quería era tener a Matthew con ella para siempre.

—Eres hermosa —susurró él y trató de moverse, pero ella se ciñó más a él con brazos y piernas.

Él le acaricio el vientre y recogió gotas de sudor con la yema de sus dedos. Aquel ligero roce hacía que su cuerpo sensible se hundiera en el éxtasis. Esa vez, él lo hizo con lentitud; con una ternura extrema. Isabella perdió conciencia de su propio ser y se dejó arrastrar una vez más hacia el placer que él le prometía.