22.

El relato tiene un punto de exageración —no todos los atenienses sucumbieron al desorden—, pero sólo un punto. Las cosas no se habrían descontrolado de tal manera de no haber existido previamente una tendencia cultural hacia la subversión del antiguo orden moral. Las capas superiores de la sociedad ateniense del último cuarto del siglo V sufrieron la sacudida de una crisis moral y religiosa en la que los intelectuales pusieron en duda la existencia de los dioses y el valor de la conducta moral tradicional. Los sofistas y quienes experimentaron su influencia cuestionaron los fundamentos mismos de la moralidad. ¿Por qué tendría que soportar el individuo, se preguntaban, incomodidades y sacrificios en aras de un bien superior? Si un individuo puede adoptar impunemente una conducta que, aunque no cuente con la sanción del código moral, le hace ser próspero y feliz, ¿por qué no habría de practicarla? Los sofistas enseñaban que no había dioses, o que, de haberlos, no se interesaban por los mortales, y que el prestigio y el éxito material eran los valores más importantes. La reacción ateniense frente a aquellas ideas subversivas consistió en amordazar a los intelectuales mediante la burla (como hacían los comediógrafos ante el público reunido en los festivales de teatro) o, incluso, recurriendo a medios legales: el famoso juicio de Sócrates, celebrado en el 399, fue la culminación de una serie de causas y decretos, reales o amagados, cuyo propósito era reforzar la tradición.

Además de estar expuesto a una relativa inseguridad material, Jenofonte nació, por tanto, en una época de cambio moral. Sin embargo, nunca puso en duda la religión de su juventud. La religión griega se basaba en la práctica de ciertos ritos —principalmente sacrificios, rezos y libaciones—, y no en un credo. Los dioses eran fuerzas omnipresentes y poderosas que podían influir, e influían de hecho, en todas las cosas de la vida, grandes y pequeñas. En consecuencia, el principal deber del individuo consistía en intentar granjearse el favor de los dioses para sí y para sus amigos, su familia y su comunidad. La primerísima norma de Jenofonte para un jefe de la caballería (un alto rango militar en Atenas) es la siguiente:

En primer lugar, debes empezar por hacer un sacrificio a los dioses y pedirles que tus pensamientos, palabras y obras les sean muy gratos y favorables, honrosos y de la mayor utilidad para ti mismo, para tus amigos y para tu ciudad.

Una vez que los dioses sean propicios, has de alistar soldados de caballería