21
Últimos consejos
Cuatro monjes decidieron llevar a cabo un intenso programa de meditación: iban a estar dos semanas enteras meditando en estricto silencio. Hacia el anochecer del primer día, la vela empezó a parpadear y se extinguió.
El primer monje dijo:
—Oh, no. La vela se ha apagado.
El segundo monje saltó indignado:
—¿No se suponía que no íbamos a hablar?
El tercero dijo:
—¡Qué vergüenza! ¿No sois capaces de mantener el voto de silencio?
Y el cuarto, riendo:
—¡Ajá! ¡Soy el único que no ha dicho nada!
A lo largo de todo este libro hemos descrito a nuestras compañeras las «neuras». Ya las comprendemos. Sabemos cómo se originan y cómo las mantenemos. También hemos empezado a combatirlas. Pero ahora toca llevar a cabo una parte fundamental del trabajo terapéutico: perseverar por encima de las recaídas.
Algunos pacientes —por suerte, menos de un 5%— abandonan la terapia antes de tiempo. Suele suceder a la quinta o sexta sesión. Después de una mejora espectacular, de repente, tienen una semana mala y lo dejan correr. A veces, me dicen:
—Rafael, esta terapia no funciona conmigo. No voy a volver.
Por eso, desde hace un tiempo siempre advierto, al inicio de la terapia, que tener recaídas es normal. Es parte del proceso. Incluso durante toda la vida.
Y es que los seres humanos podemos aspirar a tener una buena salud mental, pero no completa. Somos falibles y eso es lo que hay. De hecho, crearse la necesidad absoluta e imperiosa de estar bien todo el tiempo, de no hacer el ridículo ni tener debilidades, es la peor de las locuras porque lleva a las personas a grandes cotas de descalabro personal.
Los nazis pretendían erigirse en modelos de fortaleza aria, pero lo cierto es que Hitler, durante muchos años, se administraba una cantidad inusitada de tranquilizantes, estimulantes y los primeros antidepresivos de la historia. Su ideología de la fortaleza pura era una falacia desde el minuto uno.
Por lo tanto, aunque suene paradójico, si queremos estar bien, tenemos que dejarle cierto espacio a la debilidad y al malestar ocasional. Ya lo hemos visto en otros capítulos: ser menos puede llevarnos a ser mucho más.
Por otro lado, sabemos que si perseveramos y remontamos las recaídas, cada vez tendremos menos momentos de ansiedad y depresión. Además, esas puntuales perturbaciones serán, mes tras mes, año tras año, de menor entidad.
APAGAR EL ORDENADOR CENTRAL
Otro de los conceptos que trato mucho en mi consulta y que tiene que ver con las recaídas es adquirir la actitud adecuada cuando lleguen las mismas.
Como hemos visto, todos tendremos recaídas. De hecho, hasta las personas más sanas tienen días malos, pero no hacen un drama acerca de ello.
En esa línea, tenemos que adquirir una filosofía de aceptación tranquila de esos bajones esporádicos. Si lo conseguimos, estaremos contribuyendo a estar cada vez mejor.
Esos días en que nos encontremos mal, en que retorne la «neura», lo mejor es hacer los ejercicios de racionalidad que llevamos a cabo habitualmente (de una hora de duración por término medio) y después, aceptar con estoicismo la situación.
No hagamos más deberes de los programados porque es un error engancharse mentalmente a querer estar bien a toda costa.
Si, en un día de recaída, nos rebelamos al malestar, luchamos contra él, paradójicamente, lo vamos a amplificar. Esta amplificación produce justo los efectos no deseados: nos encontraremos peor y además haremos que el mal rollo nos acompañe por más tiempo.
Los días de recaída hay que saber decirse: «Mala suerte. Preferiría no tener ansiedad o depresión, pero no es el fin del mundo. Todos nos encontramos mal de vez en cuando».
Y ese día es mejor finiquitar la jornada rápidamente. Irse temprano a dormir. Y mañana será otro día. Se trata de la estrategia que yo llamo «apagar el ordenador central», entre otras cosas, para no provocar más daños.
¡CÓMO QUIERO A MI PARIENTA!
En una ocasión, vino a verme a la consulta una mujer de unos 50 años. Se llamaba Mila y estaba muy mal a nivel psicológico, pero también neurológico. No se trataba sólo de un caso de terribilitis, sino también de deterioro de algunas estructuras cerebrales. Así que dejamos el tratamiento de la neurología al especialista y nos dispusimos a trabajar sus frecuentes ataques de ira y los episodios de depresión.
Su marido la acompañaba a todas las sesiones y participaba en ellas. Era un hombre práctico y tranquilo que tenía un par de negocios muy boyantes en las afueras de Barcelona. Recuerdo que, en una ocasión que nos quedamos él y yo solos, tuvimos la siguiente conversación:
—¿Y cómo llevas el trastorno de tu mujer? ¿Cómo estás tú? —le pregunté.
—Yo bien, Rafael. A ver si podemos ayudarla un poquito en esto, pero todo bien —me respondió.
—¿No te afecta el hecho de que tu mujer lleve tanto tiempo mal? —inquirí.
—¡No! Siempre tienen cosas las «parientas». ¡Ya lo verás cuando te cases! —concluyó riendo.
Me encantó su actitud frente al problema de su mujer. Tenía el tipo de aceptación tranquila que se requiere frente a las recaídas. En esta familia —tenían una hija de 18 años— se producían con frecuencia momentos «calientes» por culpa de Mila: ataques de ira, desplantes a amigos y vecinos, etc., pero, con todo, su marido la aceptaba con calma y naturalidad.
Me recordó el talante de las gentes de montaña, como la familia de mi padre, oriundo de un pueblo colgado en el Pirineo. Hace unos años, mi tío sufrió una serie de embolias cerebrales que le dejaron bastante impedido. A partir de ahí, sobrevivió unos tres años ingresado en una residencia de Barcelona donde lo asistían por completo.
El primer día que fui a visitarlo era domingo y llegué a eso de las 5 de la tarde. Cuando entré en la sala de visitas, me lo encontré rodeado por su extensa familia: su mujer, sus hijos, sus nietos, hermanos, cuñados… ¡había hasta vecinos de otros pueblos de la montaña!
Y allí estaban charlando unos con otros como si no pasase nada. Acudían todos los domingos, se llevaban a mi tío a comer fuera, y se pasaban la mayor parte del día en la residencia. Y todo de una forma sorprendentemente natural. En vez de pasar el domingo en otro sitio, lo pasaban con él, adaptados a la circunstancia, y tan felices.
Ése es también el talante adecuado frente a las recaídas: una dulce aceptación tranquila.
TODOS PODEMOS TENER UNA JAQUECA
Tan importante es combatir nuestras creencias irracionales como saber aceptar las recaídas. Cuando estamos neuróticos, nos volvemos talibanes del propio malestar y eso amplifica el mal rollo. Sin embargo, una persona fuerte sabe aparcar los días grises. Es tan buena haciendo eso, que las «depres» o los nervios le duran muy poco: media hora, una tarde a lo sumo.
La novia de uno de mis pacientes me preguntaba en una ocasión:
—¿Y qué puedo hacer cuando él está muy mal? Sufro viéndole comerse el coco. Con lo alegre que es cuando no tiene «neuras».
—Pues déjale que pase el mal rato con toda tranquilidad. Imagínate que es una jaqueca. Las personas que tienen dolores de cabeza tienen que quedarse más de una tarde en casa, acostados, con la luz apagada y en silencio. Y no pasa nada. Haz tú lo mismo —contesté.
HACERSE DEL PP O DEL PSOE
En una ocasión tuve una paciente fantástica, Cristina, muy divertida e inteligente. Me lo pasaba en grande en las sesiones con ella porque era realmente muy agradable. Sin embargo, se castigaba mucho por estar un poco gorda. Como siempre, estaba todo en su imaginación porque, en realidad, era una delicia de mujer, dulce y atractiva, y no le faltaban pretendientes. Además, tenía muchos amigos que la adoraban.
Pero en una ocasión me dijo:
—Me da vergüenza mi propio cuerpo. Evito mirarme en el espejo y preferiría que nadie lo viese jamás.
En cuanto oí eso, pensé para mí: «¡Ni de coña! Vamos a cambiar eso: ¡Cristina es un amor y descubrirá que toda ella es fantástica: hermosa y sexy!». Y emprendimos, en ese mismo instante, una insistente y feroz campaña para cambiar esa mentalidad. ¡Y lo conseguimos!
En esos casos de complejos físicos tenemos que convencernos de forma radical de que la belleza, en este mundo, no importa en absoluto. En el capítulo dedicado a los complejos, vimos todos los argumentos necesarios para convencernos de este punto, pero aquí me gustaría subrayar la importancia de cambiar de filosofía de forma profunda, para lo cual hay que picar piedra, ¡tenemos que llegar a niveles muy altos de convicción!
Resumiendo mucho el trabajo que llevamos a cabo, a Cristina le pedí que adoptase mi filosofía acerca de la belleza: por sí misma y por los demás. Le pedí que «hiciese bandera» de su nueva forma de entender la vida para contribuir a crear un mundo mejor. Tenía que quererse a sí misma, mostrarse al mundo orgullosa (aunque gorda) no sólo para ser más feliz, sino para liberar a otros con su ejemplo.
Y es que, en cierta medida, cambiar de forma de pensar, volverse plenamente racional es como hacerse de un partido político, del PP o del PSOE.
Si yo quiero ser de derechas y acudo a las reuniones del PP, y me repito el argumentario de ese partido, al cabo de poco tiempo, pensaré como ellos. Y lo mismo con el PSOE o con cualquier partido del mundo.
Con la filosofía racional sucede algo parecido. Los seres humanos somos así de permeables. Aprovechemos ese fenómeno de adhesión a un credo.
Por eso, muchas veces, cuando los pacientes me dicen:
—Rafael, veo difícil que yo llegue a pensar como tú en ese punto. Me gustaría, pero creo que no voy a poder.
Yo les replico:
—Claro que podrás. Si quieres, puedes. Piensa que convencerte de lo que te digo, hacerlo tu bandera, es como hacerse del PP o del PSOE. Tú adhiérete a este movimiento de pensamiento y llegarás a creer en él.
SER COMO UNA ROCA
Los psicólogos que acuden a mis cursos de formación conocen bien mi expresión: «Tenemos que ser como una roca» porque la digo muchas veces. Y la pronuncio especialmente cuando me cuentan que algún paciente se les resiste en la consulta. La conversación suele ir de esta manera:
—Rafael, tengo un paciente que ya no sé qué hacer con él. Llevamos cinco sesiones trabajando su miedo a las enfermedades y no avanza nada.
Y mi respuesta es, como siempre:
—¡Tienes que ser como una roca!
Con esto quiero decir que lo que esa persona necesita es perseverancia y nosotros tenemos que ser su modelo. Por experiencia, sé muy bien que insistir e insistir en los argumentos racionales suele acabar rompiendo hasta el muro más grueso.
En una ocasión, estuve trabajando hasta seis meses seguidos con una chica hipocondríaca. Dale que te pego, una y otra vez, repasábamos los mismos argumentos racionales. Llevamos a cabo muchas visualizaciones racionales. Vimos ejemplos, testimonios… Y, como conseguí ser como una roca, al final, abrió su mente y superó por completo su miedo a enfermar.
Ser como una roca es importante y, más todavía, si uno se quiere aplicar la terapia por su cuenta. Tendremos que ser así de persistentes, para empezar a cambiar y, luego, para mantener la mejora. Pero, sin duda, el esfuerzo merece la pena. El premio es la capacidad de volver a disfrutar de la vida, la auténtica fortaleza emocional.
En este capítulo hemos aprendido que:
- La perseverancia es un elemento fundamental del cambio psicológico.
- Las recaídas forman parte del proceso de cambio y de mantenimiento.
- Lo ideal es trabajar en tu mente una hora al día y dejarlo estar el resto del tiempo.
- A veces, es mejor «apagar el ordenador central»: recogerse pronto que mañana será otro día.
- Tratarse bien a uno mismo también significa permitirse estar «neura» de vez en cuando.
- Y recuerda: ¡tú puedes ser como una roca! Con amor y persistencia, tú serás tu mejor entrenador emocional.