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Los cimientos de la transformación
Había una vez un estudiante que meditaba diligentemente en su celda del monasterio. Al cabo de un rato allí sentado, creyó ver una araña descendiendo delante de su misma cara y se asustó.
Pero ahí no acaba la cosa: cada día la criatura amenazadora volvía, más grande y más fea. Tan perturbado estaba, que el joven acudió a su maestro con el problema. Le explicó que planeaba hacerse con un cuchillo para matar a la araña durante la siguiente meditación. El maestro le aconsejó que no lo hiciera. En su lugar, le sugirió que siempre que meditase llevara una tiza consigo. Cuando apareciera la araña, tenía que marcar una X en su feo y peludo vientre.
El estudiante regresó a su celda. Cuando, de nuevo, apareció la araña, reprimió su impulso de atacarla y siguió las extrañas instrucciones del maestro. Cuando más tarde fue a contarle al anciano toda la experiencia, éste le dijo que se levantara la camisa: ¡en el propio vientre del muchacho, ahí estaba la X!
Es sorprendente ver cómo todos los problemas emocionales están en nuestra mente: incluso las dependencias como el alcoholismo o el tabaquismo. Si tenemos la clave mental para liberarnos, resulta fácil hacerlo. Pero eso sí: el cambio sólo se halla dentro de nosotros, en nuestra forma de pensar.
¿Preparado? En las próximas páginas vamos a aprender las claves del cambio emocional. Pon atención porque, si queremos transformarnos, es esencial tener muy claro cómo funciona la tecnología de la fortaleza mental. Todos podemos conseguirlo, pero depende, en gran medida, de que comprendamos bien estos primeros puntos.
Antes que nada, me gustaría presentar a tres personas: Jaume, Karoline y Elena. Jaume es un joven que conocí hace unos años en Barcelona; acababa de fundar una ONG llamada Sonrisas de Bombay para financiar el orfanato que dirigía en esa ciudad. Recuerdo que me sorprendió su normalidad. Vestía y hablaba como cualquiera de nosotros: ninguna pinta de santón o gurú; simplemente uno de nosotros al que le había entrado la «locura» de irse al otro extremo del mundo para salvar la vida de los niños más pobres.
A Karoline la conozco por medio de algunos amigos suyos. Y además sé de ella por lo que explica en su libro El secreto siempre es el amor. Karoline es una monja de unos setenta años, delgada, vestida de calle y con una amplísima sonrisa. Llegó a Chile a finales de los sesenta, con 25 añitos, y se fue a vivir sola a un barrio chabolista.
Y, por fin, Elena: una de mis pacientes. Una chica de 19 años: guapísima, con un piercing en la nariz y mucha dulzura en sus ojos. Elena, claro, acudió a mi consulta porque era demasiado vulnerable y ¡eso lo teníamos que cambiar!
DOS TIPOS DE MENTES
El caso de Elena sigue muy fresco en mi cabeza. Era estudiante de enfermería y se había intentado suicidar hacía unas semanas. Su madre estaba muy preocupada. Tuvimos la siguiente conversación:
—Elena, ¿por qué demonios has intentado matarte?
Con una carita larguísima respondió:
—Entré en crisis porque mi vida es un asco. Mi madre no para de echarme cosas en cara: que no limpio, que no ayudo… Y los estudios me cuestan demasiado. El otro día, para rematarlo, mi abuela echó a mi novio de casa y sentí que no podía más.
Regresemos a Jaume y a Karoline. Jaume Sanllorente trabajaba como periodista en una importante revista económica y, un verano, se fue quince días de vacaciones a la India. Un viaje normal de un joven normal: visita al Taj Majal, paseo a lomos de un elefante y demás. Pero, poco antes de regresar, mientras deambulaba por las calles de Bombay, el destino quiso que se detuviese frente a una bonita casa que parecía una escuela. En realidad, era un orfelinato cargado de deudas a punto de cerrar. Ya de vuelta en Barcelona, no podía sacarse de la cabeza a esos cuarenta chavales que corrían un gran peligro: las mafias iban a apoderarse de ellos para prostituirlos o explotarlos en la mendicación.
Algo impulsó a Jaume a dejarlo todo —vendió su piso y se despidió de su trabajo— para trasladarse allí a dirigir ese centro. Y desde hace ya ocho años, Jaume vive en esa megaciudad india llevando a cabo una labor social que amplía cada año a más y más niños (véase www.sonrisasdebombay.org).
Jaume me ha hablado muchas veces de la plenitud que siente dedicándose a los demás, del cariño que le llega de parte de sus colaboradores, pero también sé que, en realidad, vive junto a los barrios chabolistas más pobres del mundo. En alguna ocasión, me ha explicado que paseando entre las sucias casuchas de hojalata del slum, se ha encontrado dramas humanos muy duros, como ver a un pequeño, enfermo de gravedad, completamente desatendido y, por tanto, con pocas probabilidades de sobrevivir.
Pero allí, en medio de los calores, las pestes y la suciedad de los barrios pobres de Bombay, Jaume es uno de los tipos más felices del mundo.
Karoline Mayer se fue a los 25 años a Chile para trabajar con los desfavorecidos. Ahora tiene unos setenta y sigue allí, en el mismo barrio chabolista donde inició su carrera como monja obrera.
En su libro El secreto siempre es el amor, Karoline relata cómo al poco de llegar a Santiago de Chile abandonó la casa parroquial en la que vivía para irse a vivir a una chabola de tres metros cuadrados. En aquel momento, sus compañeras se llevaron las manos a la cabeza y también el obispado, pero ella tenía claro que quería vivir en igualdad de condiciones que las personas a las que iba a atender. En su libro, Karoline habla mucho de ese minihogar: le tiene un cariño especial.
Karoline luchó contra la dictadura militar, en defensa de los pobres y ahora, tras décadas de combate, recibe elogios y reconocimientos en Chile. Pero, ajena a los aplausos, ella sonríe y afirma que la afortunada es ella por poder ayudar a los demás.
¿QUÉ NOS HACE FUERTES O DÉBILES?
Fijémonos, por un lado, en Karoline y Jaume y, por otro, en mi joven paciente.
Elena se quejaba de las «horribles» incomodidades de su casa, de sus «agobiantes» dificultades en los estudios. Y realmente sufría por ello.
Ahora podemos preguntarnos: ¿qué significarían las dificultades de Elena para Jaume y Karoline? La respuesta es obvia: casi nada. Y eso nos da una pista muy valiosa de cuál es la clave de la fortaleza mental.
Como veremos a partir de ahora, los seres humanos somos fuertes o débiles dependiendo de nuestra filosofía de vida, de nuestros pensamientos, y ésa es la primera lección de nuestro curso de transformación. Los pensamientos son los causantes de las emociones: si aprendes a pensar de forma adecuada, aprenderás a sentir de otra forma: ¡garantizado!
Y es que si queremos transformarnos, tenemos que darnos cuenta —con muchísima profundidad— de que los pensamientos son la clave de todo. Esto es así hasta el punto de que la psicología que yo practico se llama «psicología cognitiva», es decir, «psicología del pensamiento». Esencialmente, hacerse fuerte es aprender a controlar lo que te estás diciendo a ti mismo en cada momento.
Los seres humanos somos básicamente seres pensantes. Con nuestro cerebro tamizamos toda la realidad que entra por nuestros sentidos. Como dijo Ramón de Campoamor, la vida es «según el cristal con que se mira», y esto no es sólo una frase hecha, es un fenómeno importantísimo. Epicteto, el filósofo griego, lo puso de otra forma: «No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede».
Jaume y Karoline manejan pensamientos diferentes a los de Elena y esto es lo que define su fortaleza. Para estos dos cooperantes la incomodidad no es ninguna molestia digna de mencionarse y, por supuesto, comprenden que todos fallamos (sí, incluso los padres y las abuelas). Jaume y Karoline tienen bien instaurada en su mente la idea de que van a disfrutar de la vida caiga quien caiga, cualesquiera que sean las circunstancias. Y así es para ellos.
La buena noticia es que si cualquiera de nosotros empieza a pensar como ellos, se va a hacer así de fuerte. Por cierto, así lo hizo Elena.
NATRIX
Cuando hablo de psicología cognitiva, me acuerdo a veces de la película Matrix, porque lo que se narra en ella tiene algo que ver con lo que hacemos los psicólogos cognitivos en nuestra consulta.
En esa peli, Neo (Keanu Reeves) conoce a un gurú llamado Morfeo (Laurence Fishburne) que le da a elegir entre tomar dos pastillas: una azul y otra roja. Morfeo, vestido con un largo abrigo negro, le dice con voz grave y pausada: «El mundo que has tenido hasta ahora ante tus ojos es un engaño. Vives en una prisión para tu mente. Si tomas la pastilla azul, todo seguirá como hasta ahora; si escoges la roja, te enseñaré otra realidad completamente diferente, llena de posibilidades».
Neo escoge la pastilla roja y, ¡flash!, aparece un mundo nuevo ante sus ojos. A partir de entonces, adquiere poderes especiales y empieza la película de acción.
Los guionistas de Matrix basaron parte de su historia en la filosofía budista y en el Tao más antiguo. Ambas disciplinas llegaron a la misma conclusión que manejamos los psicólogos cognitivos: la realidad depende de la lectura que hacemos de ella y si aprendemos a manejar ese guión, el cambio puede ser espectacular. Los monjes budistas más avanzados tienen un control muy alto de su mundo emocional, lo cual, a veces, puede resultar espectacular, casi mágico.
Nuestra magia consiste en convertirnos en personas emocionalmente fuertes. Pero en vez de tomarnos una pastilla, lo que haremos es dedicar muchas horas de trabajo al análisis y al cambio de nuestras pautas mentales.
EL FALLO PRIMORDIAL
Sí, los seres humanos podemos comprender que «todo es según el color del cristal con que se mira», pero ¡lo olvidamos tan rápido! Tenemos una fortísima tendencia a creer, una y otra vez, que los hechos externos son los responsables de nuestro estado de ánimo. Se trata de un defecto de fábrica y nuestro lenguaje habitual es muestra de ello. Muchas veces, decimos frases del estilo: «Esta tarea me pone frenético», «Las críticas de mi hijo me han dejado hecha polvo», «¡Juan me saca de mis casillas!».
¡Y todo lo anterior es falso!
Haríamos bien en cambiar todas esas frases por: «Yo escojo ponerme frenético con este trabajo», «Yo me hago polvo a partir de las críticas de mi hijo», «Me he convertido en alguien tan débil que hasta Juan me saca de mis casillas».
Porque la realidad es que somos nosotros los que nos provocamos las emociones. ¡Basta de echarle la culpa a los demás o al mundo de nuestra infelicidad!
Hasta que no asumamos nuestra autoría sobre las emociones, no seremos capaces de tener el control de nuestra mente. Pero puedo asegurar que todos los pacientes que han llevado a cabo una terapia cognitiva —y son cientos de miles a lo largo de las últimas décadas— pueden certificarlo: cambiando nuestra antigua manera de pensar, decimos adiós al estrés, los nervios, la ira, la vergüenza o la tristeza excesiva. ¿A qué estamos esperando?
IDEAS CUARTELARIAS EN PLENO SIGLO XXI
A todos esos pensamientos que nos causan malestar emocional, que nos hacen débiles, los psicólogos racionales los llamamos «creencias irracionales». Veamos las características de estas creencias con un ejemplo.
Diego vino a verme hace muchos años, en el inicio de mi trabajo como terapeuta, y me presentó un caso curioso, sobre todo por su resolución. Era un joven de unos 20 años que estudiaba medicina y un gran deportista. Practicaba el atletismo y competía en certámenes europeos. Era muy buena persona, sensible y agradable con todo el mundo. Pero Diego estaba deprimido desde hacía unos meses. Le pregunté por la causa de su tristeza y me respondió:
—Porque lo he dejado con Marga. No sé por qué, pero no consigo superarlo.
—¿Y llevabais mucho tiempo juntos? —pregunté.
—No; sólo un par de meses, pero estoy hecho polvo. Sobre todo por cómo ha ido —añadió.
Y, no sin dificultad, Diego me explicó la causa de la ruptura: claramente avergonzado, confesó que en la primera noche que Marga y él estuvieron juntos, no había conseguido la erección. Seguí indagando:
—¿Y qué pasó? ¿Ella se enfadó?
—No. No es eso. La cosa es que yo me puse fatal y tuve que irme. ¡Y ya no la he visto más! —explicó con la mirada gacha.
—Pero ¿ella estuvo rara, te echó en cara tu impotencia?
—No, no. Ella no dijo nada.
—Entonces ¿ha sido ella quien no ha querido volver a verte o has sido tú? —pregunté.
—He sido yo.
Hasta aquí, nada que pueda sorprender a un psicólogo. Al problema de Diego lo llamamos «ansiedad de rendimiento». Cuando nos presionamos para hacer las cosas tan y tan bien, podemos llegar al colapso. Se trata de un fenómeno especialmente común en aquellas tareas relacionadas con el disfrute o con el arte. Para todo lo que requiera de espontaneidad.
Ya en esa misma primera sesión confirmé que, en realidad, Diego no tenía ningún problema de impotencia fisiológica. De hecho, podía masturbarse sin ninguna dificultad.
Seguí investigando:
—¿Ésta es la primera vez que fallas con una mujer o ha sucedido más veces?
—Eso es lo peor. Sólo he estado con otras dos mujeres y ¡me sucedió lo mismo! —me dijo.
—Pero ya ves que tú sí puedes tener erecciones… Entonces ¿dónde crees que está el problema? —le pregunté.
—¡Lo sé! En que me pongo nervioso, pero no sé cómo evitarlo.
¡No sólo nervioso! ¡Mucho más que eso! Diego me explicó que sólo el hecho de pedirle el teléfono a una chica para ir al cine, ya le revolvía el estómago. No podía evitar anticipar el fracaso en la cama. Además, en esas veladas inocentes en el cine o de paseo, también estaba tenso porque el problema planeaba todo el tiempo por encima de su cabeza.
Estaba claro que toda su dificultad se debía a la tensión que él mismo se provocaba. Estuvimos hablando de ello y le pregunté:
—¿Sabes por qué te tensionas tanto ante la idea de hacer el amor? Porque le das demasiada importancia a hacerlo bien o mal.
—Pero, Rafael, ¿qué pensará ahora Marga de mí? ¡Que soy un impotente!
—¡No! Pensará que estabas nervioso y punto. Otro día funcionarás. Las mujeres son mucho más comprensivas de lo que te piensas. ¡La gente en general lo es!
—¿Qué dices? ¿Y si nunca puedo hacerle el amor a una mujer? Te lo confieso: no he dormido algunas noches pensando en eso.
Diego era un chico inteligente y con una gran formación, pero aun así albergaba fuertes creencias irracionales acerca del sexo y las relaciones humanas. Me explicó de dónde procedían.
Diego vivía con su madre y, esporádicamente, se les unía su hermano mayor, Tomás, militar de profesión. Su padre murió cuando Diego tenía sólo 8 años y, desde entonces, Tomás se había convertido en su referente. Diego me explicó la ideología sobre el sexo que había heredado de su hermano. Una vez, éste le había dicho:
—¡Si dejas insatisfecha a una mujer, olvídate de ella para siempre!
Y en otra ocasión:
—En la vida, ¡hay que tener huevos y una buena tranca!
Por estúpidas que sean, hay ideas que a un niño le quedan grabadas para siempre. Sólo hace falta que se las diga una persona que admira y que, luego, no tenga la oportunidad de debatir en torno a ellas con nadie.
Huelga decir que, en pocas semanas, en cuanto Diego abandonó los conceptos «cuartelarios» de su hermano, dejó de experimentar problemas de erección. Y, además, lo comprobó con la misma Marga, quien estuvo encantada de volver a quedar con él. De hecho, ella se había quedado con la impresión de que era Diego quien la rechazaba, quizá por poco atractiva.
Durante la terapia, repasamos las creencias que ponían nervioso a Diego:
—Si no satisfago a las mujeres, éstas me menospreciarán por mi falta de hombría.
—Eso ocurre en la práctica totalidad de casos de impotencia.
—Si las mujeres me rechazan, estaré condenado a una vida de soledad.
—Cuando mi hermano sepa que hay un problema en mí —debido a mi soltería— también me despreciará.
—Yo necesito la aprobación de mi hermano porque es prácticamente el padre que no he tenido.
En un momento dado del tratamiento, le dije:
—Diego, ¡cómo eres! Si yo tuviese esas mismas ideas, ¡te aseguro que tampoco tendría una erección!
A esto es a lo que los psicólogos llamamos «creencias irracionales». Son creencias que hemos adquirido en algún momento de nuestra vida —a través de educadores, amigos o nuestra propia experiencia— y que son exageraciones o directamente asunciones falsas que nos presionan hasta complicarnos la vida.
Todas y cada una de las cinco ideas que tenía Diego sobre el sexo, las relaciones sentimentales y su hermano eran irracionales. ¡Incluso la relativa a Tomás! A raíz de la terapia, Diego tuvo una conversación sincera con él y éste ¡le confesó que era homosexual! Tomás se sintió fatal por insuflar esa inseguridad en Diego y decidió, ese mismo día, salir del armario y abandonar la careta supermachista que había llevado hasta el momento.
CREENCIAS IRRACIONALES
Las creencias irracionales son todos aquellos pensamientos que generan malestar y debilidad emocional. Son fatales y, sin embargo, las sostenemos. Incluso las defendemos públicamente. Llevo mucho tiempo dando conferencias sobre psicología cognitiva y, frecuentemente, me encuentro con personas que se enfadan cuando intento desmontar algunas de las creencias irracionales más extendidas. ¡Y eso que son pensamientos que yo sé que las están perjudicando! ¡Levantan la mano y protestan airadamente! Así son estas creencias: por alguna razón, nos apegamos a ellas.
Podríamos definir las creencias irracionales como:
- ideas autopresionantes
- superexigencias
Y, como veremos a lo largo de este libro, tendremos que esforzarnos por cambiarlas por creencias racionales que son:
- renuncias que simplifican la vida
- ideas que nos sacan presión
Nuestro querido Diego se había creado la necesidad absoluta de ser un campeón en la cama y esa exigencia le causaba tal presión que paradójicamente le impedía tener una erección. Era obvio que tenía que cambiar esa absurda idea para disfrutar de una actividad tan natural y fácil como es el sexo.
Albert Ellis, el padre de la psicología cognitiva, estableció una clasificación de todas las creencias irracionales que pueden existir —y puede haber infinitas—. Le salieron 3 grupos:
- ¡Debo! hacer las cosas siempre bien.
- La gente me ¡debe! tratar bien.
- El mundo ¡debe! funcionar de forma correcta.
Fijémonos que las creencias irracionales son siempre «deberías», exigencias absolutistas cargadas de presión y con la absurda lógica de la obligación. Y podemos perpetrarlas en relación con nosotros mismos, a los demás y al mundo.
Sin embargo, una persona sana y fuerte se cuida mucho de no exigirse nunca nada. Si pudiéramos entrar en la cabeza de nuestros héroes del inicio del capítulo, Jaume Sanllorente o Karoline Mayer, veríamos que sí, se apasionan por proyectos e ideales, pero sin un ápice de loca presión.
Las creencias racionales, las que nos permiten disfrutar de la vida, se parecen a las siguientes aseveraciones:
- Para ser feliz, no es necesario hacerlo TODO bien, sino con amor.
- No necesito que TODO el mundo me trate bien TODO el tiempo.
- El mundo nunca ha funcionado perfectamente y, pese a eso, mucha gente ha conseguido disfrutar de la vida. Yo también puedo hacerlo.
Las creencias racionales son mucho más lógicas, sosegadas y maduras; producen ilusión por mejorar las cosas, pero sin obsesionarse con determinado resultado, y son la elección de las personas más fuertes y sanas. Todos podemos aprender a manejarlas. Elena, la joven agobiada por su familia, y Diego, el estudiante que se presionaba con el sexo, lo consiguieron. ¿No vas a poder tú también?
«BASTANTIDAD» FRENTE A INSACIABILIDAD
Un famoso psicólogo cognitivo llamado Anthony de Mello empleaba la palabra «bastantidad» para definir el estilo de pensamiento de las personas emocionalmente fuertes. La «bastantidad» consiste en darse cuenta de que los seres humanos necesitamos muy poco para estar bien. La «bastantidad» es decirnos «ya tengo bastante» en cada momento de nuestra vida. En todos.
El neuroticismo, por el contrario, es una especie de insaciabilidad mental.
Los seres humanos cada vez estamos más neuróticos. En la actualidad, el 30% de las personas están bastante mal a nivel emocional, por no decir muy mal.
Para comprender a qué nivel de insaciabilidad o superexigencia hemos llegado, podemos compararnos con nuestros abuelos o tatarabuelos. Hace pocos años, en 2008, se estrenó un documental titulado El somni (el sueño). Dirigido por Christophe Farnarier, trataba sobre el último pastor trashumante del Pirineo catalán: un tipo excepcional llamado Joan Pipa.
Este hombre risueño de 71 años es una reminiscencia del hombre de hace unos doscientos años. Nació en el Pirineo catalán y aparte del servicio militar realizado en Mallorca en 1960, nunca ha salido de la montaña.
Joan es un hombre simpatiquísimo, que viste de forma sencilla: una camisa gastada, un pantalón ajustado con una gran faja de lana y una gorra permanentemente calada. A los labios, una pipa que empezó a fumar a los 6 años. En la televisión pública catalana, TV3, se emitió una entrevista y apareció con unos zapatos «de vestir». Entre risas, Joan dijo: «Hace cuarenta años que los tengo. Me los pongo sólo en los entierros».
Pero la característica fundamental de Joan Pipa es su alegría: su humor, sus cantos, su risa pegadiza. En la entrevista que le hizo el famoso periodista Albert Om, canta melodías de montaña en directo y suelta perlas de este tipo:
—Mi tío fue mi maestro. Un hombre muy fuerte que se dedicó siempre a las ovejas. No durmió nunca en una cama. Si las ovejas dormían en el corral, él también. Pero si dormían fuera, él se iba fuera también. Comió muy pocas veces en una mesa. Él siempre del zurrón. Y tampoco usó nunca el dinero.
—¿Cómo que no usó dinero?
—No. Hasta el tabaco que fumaba lo cultivaba y secaba él. Y si tenía que comprar algo, cosa que pasaba raramente, se lo comprábamos nosotros. ¡Era un gran hombre!
—¿Qué me dice? ¿No había comprado nunca nada?
—¡Nada! Y murió a los 101 años y hasta los 100 estuvo trabajando como el primer día.
—Era un hombre muy particular, ¿verdad, Joan?
—Era extraordinario. Y siempre fue soltero: nunca montó a mujer.
Joan ríe a cada frase y contagia su alegría de vivir. Sus pasiones son la naturaleza, su familia y sus amigos pastores. Su modelo, como hemos visto, era su tío, otro hombre sencillo, pero de valores firmes. Joan tiene casi mil ovejas y afirma conocerlas a todas. Por supuesto, trabaja todos los días, incluido en Navidad. Al respecto, el entrevistador le pregunta:
—¿Usted no hace vacaciones nunca?
—Sí y no. Porque, en realidad, yo hago fiesta cada día. Salir con los animales es para mí hacer fiesta. Si uno disfruta con su trabajo, se convierte en algo muy hermoso. Si no, también es cierto, puede ser muy duro.
Hasta hace relativamente poco, la mayor parte de la gente era como Joan Pipa. Personas que vivían en contacto con la naturaleza. En España, a principios del siglo XX, el 65% de la población se dedicaba a la agricultura y la ganadería, labores físicamente duras, pero que, por «la cultura de la sencillez» que trae aparejada, proporcionaban una filosofía de vida magnífica.
Mi padre también fue pastor en el Pirineo catalán y también comparte la fuerza de Pipa. Como veremos a lo largo de este libro, ya sea en la ciudad o en el campo, todos podemos volvernos así. Ricos o pobres, cultos o ignorantes, en realidad, nuestra mente está hecha para disfrutar de la vida sin locas exigencias ni presiones.
COMER, BEBER Y DORMIR EN UN TONEL
Como hemos visto, para convertirnos en hombres como Pipa tenemos que adquirir la «bastantidad», virtud que se basa en el presupuesto de que todos los seres humanos necesitamos muy poco para estar bien. En concreto, sólo necesitamos la comida y el agua del día, y quizá un poco de cobijo para los días fríos, pero poco más.
Se dice que san Francisco de Asís dijo, al final de su vida: «Cada vez necesito menos cosas y las pocas que necesito, las necesito muy poco». Y éste es un buen resumen de la que fue su estrategia general para convertirse en alguien fuerte y vibrante.
Del célebre filósofo Diógenes, se cuenta la siguiente anécdota:
Estando Diógenes en Corinto, llegó a la ciudad el gran conquistador Alejandro Magno. El filósofo se hallaba sentado al sol junto al gran tonel en el que dormía. Se trataba de una enorme tinaja tumbada junto a las escaleras que daban acceso al ágora.
El emperador llegó con su aparatoso ejército y toda la población fue a recibirlo. Alejandro estaba de paso en la ciudad y después de saludar a los nobles, quiso conocer a Diógenes antes de partir. Ordenó que le condujeran a su morada.
El filósofo, absolutamente indiferente al boato del rey, seguía sesteando delante del tonel.
—Filósofo —dijo el rey—, soy un gran admirador tuyo. Me he desviado de mi ruta sólo para conocerte. Iba a traerte un regalo, pero no he encontrado nada lo suficientemente valioso para un maestro como tú. Pídeme lo que desees y te será concedido de inmediato.
—Muy bien. Sólo te pediré una cosa: apártate para que me pueda seguir bañando el sol.
Cuentan que, al marchar, los hombres del emperador empezaron a criticar al sabio. Alejandro les detuvo diciendo:
—En verdad os digo que, de no ser Alejandro, de buena gana sería Diógenes.
LAS NECESIDADES INMATERIALES
Siempre que hablo de «bastantidad», la gente suele darme la razón en cuanto a los bienes materiales. Me dicen: «Es cierto, Rafael, tenemos demasiadas cosas. Esta sociedad de consumo es una exageración». Pero frecuentemente no caemos en que la «bastantidad» también hace referencia a los bienes inmateriales.
En Occidente somos insaciables también en referencia a las virtudes, los amigos, la salud, el amor sentimental, la cultura, la extroversión, la necesidad de respeto, la libertad, la pasión vital, el entretenimiento… Es decir, muchas veces enfermamos más por exigirnos bienes inmateriales que por dinero o poder.
Creer que se necesita «aprovechar la vida» o «tener hijos», por ejemplo, es tan absurdo como creer que se necesita un Ferrari, pero parece que la pasión vital es un objetivo más digno que un deportivo y por ello, tiene mayor credibilidad.
Nunca seremos personas psicológicamente sanas si nos permitimos más necesidades que las de tener la comida y la bebida del día. Si entramos en la dinámica de la insaciabilidad, tras satisfacer una de esas exigencias, vendrá otra y otra y otra, en un bucle sin fin. Ninguna de ellas, por virtuosa que parezca, cabe en la mente de una persona fuerte.
En este capítulo hemos aprendido que:
- Los pensamientos producen las emociones.
- Para hacernos fuertes tenemos que cambiar nuestro diálogo interno.
- A los pensamientos nocivos les llamamos «creencias irracionales».
- Las creencias irracionales son superexigencias para nuestra mente.
- Una buena filosofía de vida está basada en la «bastantidad» tanto en lo material como en lo inmaterial.
- A mayor «bastantidad», mayor fuerza, libertad y salud mental.