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Simplemente, aprender a estar

Chan Chuan, el maestro de Lao Tsé, se hallaba muy enfermo. En realidad, eran sus últimos días. Lao Tsé fue a visitarle y le dijo:

—¡Está muy enfermo, maestro! Quizá sea éste nuestro último encuentro. Deme una última lección.

—¿Mi lengua aún está ahí, hijo mío? —preguntó el anciano.

—¡Está! —respondió Lao Tsé.

—¿Mis dientes aún están ahí?

—¡No! —contestó el discípulo.

—¿Y sabes por qué? —preguntó Chan Chuan.

—¿No será que la lengua dura más tiempo por ser más blanda? ¿Y que los dientes, por ser duros y rígidos, se caen antes? —contestó Lao Tsé.

—¡Sin duda! —dijo Chan Chuan—. Acabas de resumir todos los principios relativos al mundo. ¡No necesitas más mis enseñanzas!

Recuerdo que en una ocasión vino a verme Fernando. Otro caso de «depre» por abandono. A sus 24 años estaba desesperado porque su novia le había dejado hacía unos seis meses y él no paraba de sufrir.

Fernando era un tipo genial: sensible y cariñoso. Era muy fácil cogerle afecto. No podía evitar tratarle como si fuese mi hermano pequeño. Se acababa de licenciar en la facultad de Bellas Artes y ya era un escultor con trabajo —cosa difícil en el mercado del arte—. Era bien parecido con su negro cabello largo y sus pintas de estilo «siniestro». Tenía muchos amigos, le apasionaba la música y los viajes a los países nórdicos. Pero su hiperromanticismo lo mataba.

A veces, me decía:

—¡Pero la vida sin amor no vale nada!

Se refería, claro, al amor sentimental.

Estuvimos trabajando duro durante muchas sesiones, pero se resistía al cambio. Al final, un día, acudió diciéndome:

—Rafael, por fin lo he entendido. Estas dos últimas semanas he estado muy bien.

—Pues, dime: ¿qué has comprendido entonces? —le pregunté a modo de examen.

Fernando me miró fijamente, sonriendo con sus grandes ojos negros. Y lo primero que hizo fue extender el brazo hacia un lado. Al final, cerraba el puño como si guardase algo dentro. Y, de repente, lo abrió con un gesto como quien tira un papel al suelo.

—He tenido que tirar la estúpida idea de que «¡necesito!» el amor de pareja.

Le miré sonriendo. Había dado en el clavo. Y, con una gran cara de satisfacción, volvió a repetir el gesto de tirar un papel al suelo.

—¡Es que me negaba a hacerlo! Ahora lo veo. No sé si tendré novia algún día, si me casaré o tendré niños, pero te juro que, independientemente de ello, tendré una gran vida.

LA VIDA ES JUEGO

Fernando soltó su necesidad y eso le liberó de su «neura». Le costó varias sesiones y mucha insistencia con los deberes, pero lo consiguió.

A veces, me encuentro con casos incluso más difíciles. Se trata de personas con muchas dificultades para «soltar las neuras». Y esto suele suceder cuando su temor lo provoca un proyecto que tiene que ver con toda la organización de su vida.

Me explico. Las anoréxicas, por ejemplo, son chicas que se han metido en un proyecto total para adelgazar, una carrera en la que no pueden fallar y en la que han invertido casi todos sus recursos.

Al poco tiempo de estar contando calorías, practicando deporte, pensando todo el día en platos poco calóricos, haciendo actividades frenéticas para quemar grasas y un larguísimo etcétera, la mayor parte de su mente y su tiempo gira en torno a su proyecto de conseguir el Santo Grial: la delgadez, icono de la belleza y la elegancia, prueba clara de éxito en la vida.

Quiero decir que, una vez «enneuradas», su principal trabajo, hobby y pasatiempo es adelgazar.

Y lo mismo les sucede a muchas personas que se estresan en el trabajo o en su empresa, a la que dedican una parte muy importante de su vida. Vuelven a casa a las quinientas, pasan muchos fines de semana trabajando, y hasta las comidas las dedican a charlar con socios y colegas. Su trabajo es casi todo en su vida.

En esos casos, «soltar la neura» es más difícil porque «soltar» implica dejar de darle tanta importancia al tema. Para conseguirlo tenemos que «imaginar» que podríamos renunciar totalmente a «adelgazar», «a ganar dinero», etc., y seguir siendo felices. Recordemos una vez más que «en la renuncia está la fortaleza». Pero cuando a estas personas les pedimos que lleven a cabo esta renuncia mental, se bloquean, porque eso significa renunciar a toda su vida.

Todas las mañanas, cuando voy a la consulta en mi bicicleta, pienso: «¿Necesito ser psicólogo para ser feliz?». Y siempre me respondo: «¡Para nada!». Entonces, y sólo entonces, me doy permiso para ir a trabajar, porque de lo contrario, me estresaría.

Cuando desarrollamos un temor, nos sucede que le estamos dando demasiada importancia a algo que no la tiene. Se trata de tareas interesantes con las que disfrutar, pero si no rindiésemos bien en ellas, no sería nunca el fin del mundo. ¡En absoluto!

Y es que la mayor parte de la vida es una pachanga al baloncesto entre amigos. Todo lo que emprendemos, todos nuestros objetivos al margen de la comida y el agua, tienen como objeto la diversión. Es idiota darle demasiada importancia a todo ello, aunque muchas veces, neuróticamente, lo hacemos.

Lunáticamente, convertimos:

LLENAR LA VIDA DE AIRE

El motivo por el cual a las anoréxicas o a los adictos al trabajo les cuesta tanto soltar su «neura» es que les es difícil imaginar a qué dedicar su tiempo si renunciasen a la belleza o al dinero. «¿Qué hago ahora si no me obsesiono con mi proyecto?». Y esto les atemoriza lo suficiente como para no abrir el puño y dejar caer la necesidad que les esclaviza.

Mentalmente, se les abre un precipicio interior muy desagradable. Si piensan: «De acuerdo, puedo imaginar que renuncio a la belleza física… pero ¿qué demonios hago este fin de semana que ya está encima? ¡No tengo una vida alternativa ahí fuera!».

Muchas veces, este vacío es suficiente para hacerlas recaer en el juego de la superexigencia. Es algo así como decirse: «Prefiero comerme el coco con la anorexia al terror al vacío de los próximos días».

Terror vacui, una vieja neura, algo de lo que ya hablaron los antiguos filósofos. Algo muy absurdo porque, como veremos a continuación, el vacío es nuestro amigo. Ya lo dijo Lao Tsé en el siglo VI a. C.:

Diez radios lleva la circunferencia de una rueda; y lo útil para el carro es esa nada (su hueco).

Con arcilla se fabrican las vasijas; y en ellas lo útil es la nada (de su oquedad).

Se agujerean puertas y ventanas para hacer la casa, y la nada de esos huecos es lo útil.

Así pues, en lo que tiene «ser» está el interés. Pero en el «no ser» está la utilidad.

Y para ilustrar mejor cuán absurdo es el temor al vacío, les hablo a mis pacientes de mi amigo Kiko y la meditación vipassana.

DESCUBRIR EL CONFORT DE LA EXISTENCIA

Hace tiempo ya, me presentaron a un hombre de unos 50 años, alto, delgado y moreno. Un tipo genial. En el ámbito profesional, es un prestigioso asesor financiero. En el ámbito privado, un consumado practicante de meditación budista. Hace más de treinta años, cuando era un joven hippy en Ibiza, descubrió esta filosofía y, desde entonces, se ha dedicado a profundizar más y más en ella.

Siempre sin ánimo de lucro, Kiko imparte clases de budismo, organiza cursos con grandes maestros y a la que puede, ayuda a los neófitos a introducirse en el camino de la iluminación.

En una ocasión, me habló de la «experiencia vipassana».

Hasta entonces yo no había oído hablar de eso, pero supe que muchas personas en todo el mundo llevan a cabo «el retiro de diez días vipassana». Existen monasterios en muchos lugares —también en España— donde realizarlo.

Se trata de una técnica de meditación extrema. Consiste en recluirse durante diez días en un lugar tranquilo para exclusivamente meditar en una misma posición. No se puede hacer nada más: ni leer, ni hablar con nadie, ni ninguna otra cosa que no sea estar allí sentado fijándose en la respiración. Diez días de completa inmovilidad y silencio.

Kiko me explicó que muchísimas personas abandonan ya al término del primer día, pero los que aguantan, comprueban sus beneficios: una gran sensación de liberación frente a cualquier miedo presente, pasado o futuro.

Así es un día a día en el retiro, según me contó Kiko:

Las normas son muy estrictas. Todo el mundo se levanta a las 4.30 de la mañana y se acuesta a las 21.30. A las 6.30, el desayuno; a las 11.30, la comida (vegetariana, por supuesto). Y a las 17.00 un zumo de limón caliente. Nada más.

La actividad exclusiva del día es la meditación: no está permitido ni leer ni escribir ni hacer deporte y, por supuesto, está prohibido cualquier tipo de comunicación. Lo único que se hace es comer, dormir, pasear un poco y meditar sentado.

«En todo el edificio, no hay ni una imagen, ni un cartel ni una fotografía que haga referencia al budismo o cualquier otra religión. Es más, no está permitido llevar símbolos de ningún tipo. Hay una total y absoluta asepsia religiosa.

»Para mí el retiro son mis vacaciones: estoy en el lugar que quiero, realizando una actividad en la cual me siento cómodo. Por lo tanto, hago lo que cualquier persona en sus vacaciones: me organizo y disfruto. Sé que al no tener comunicación con nadie y tener todas mis necesidades cubiertas, el único “enemigo” soy yo mismo. También sé que todas las cosas que haces en esta vida requieren un requisito previo y, en la meditación, soy serio, riguroso, incluso escéptico, paciente y, sobre todo, muy (pero que muy) amable conmigo mismo.

»Cuando empiezan las sesiones de meditación, escucho atentamente las instrucciones. No me vienen de nuevo, pero me relajo mentalmente y no pongo condiciones en las explicaciones. Soy riguroso en su aplicación. Me siento con las piernas cruzadas o en posición de loto, mantengo la espalda erguida y sin hacer un esfuerzo especial, relajo mis hombros. Cierro los ojos suavemente como si escuchara una música muy agradable… y relajo todo mi cuerpo. Descubro y me asombro de las tensiones de toda mi musculatura. ¡Las de la cara! Estaba seguro de que estaba relajado, pero aún tenía tensiones importantes. Entonces, pongo con suavidad mi atención en la respiración… No la controlo, sólo soy un observador de ella. Es como cuando miras las olas del mar en un día de calma… Simplemente observas… Y aparecen los pensamientos… Y me digo con cariño: “Kiko, tú a lo tuyo”. Poco a poco, el continuo mental va ralentizándose, la suavidad de mi atención va relajándome cada vez más. La inmovilidad física y la quietud mental dan paso a la absorción… Te empiezas a distanciar de tu cuerpo y de tu discurso mental. Ya no eres eso que está allí.

»Recuerdo que cuando empezaba a meditar, esta experiencia (el vivir el momento) me podía producir temor y, alguna vez, tuve que dejarlo: estaba tan acostumbrado a “hacer”, que el estar ahí, simplemente en el “ser”, me asustaba. Por increíble que parezca, me atemorizaba mi propia esencia.

»Con la meditación descubres el verdadero confort de la existencia. Con el retiro vipassana, además, tienes la oportunidad de experimentar tal absorción que prácticamente te unes a tu respiración. El sujeto (que es quien observa) se funde con lo observado y puedes vivir por primera vez en tu vida una experiencia no dual. Y te aseguro que la sensación es fantástica.

»En los últimos días de la meditación vipassana, uno puede experimentar una sensación de amplitud y espaciosidad a un nivel increíble. Uno siente que el latido del corazón es claro y obvio igual que la respiración. En realidad, no hay diferencia entre las dos cosas y uno mismo. Uno experimenta la existencia, la unión, la ausencia de límites, la ausencia de centro de referencia».

La experiencia vipassana nos demuestra que el vacío es bueno, que «no hacer nada» puede ser genial, que en esta vida no necesitamos tener la existencia ocupada.

SENTIR TU PROPIO VOLUMEN

¿Es un problema el vacío que queda cuando dejamos de lado una obsesión? Sin trabajar todos los fines de semana, sin batallar constantemente contra las calorías, ¿es posible estar bien?

La respuesta es que sí porque, como diría mi amigo Kiko, el ser humano puede ser inmensamente feliz sin hacer completamente nada.

Las anoréxicas y todos nosotros —cuando estamos neuróticos— tenemos que aprender esta lección. No hay nada más hermoso y valioso que saber no hacer nada, disfrutar de observar los árboles, los colores, de dejar pasar el tiempo y sentir «el confort de la existencia».

Por lo tanto, las anoréxicas no tienen por qué temer ese cambio de vida que les proponemos: es cierto, pasarán por un dulce período de indefinición hasta que se reorganicen la vida sin la «neura» de la comida, pero será un período fantástico, de recogimiento, de paz: algo parecido al retiro vipassana.

Me gustaría acabar con una anécdota que me han contado algunos meditadores. Una experiencia que yo también he tenido.

Recuerdo un día cualquiera. Estaba en mi despacho esperando a alguna persona que no aparecía. Allí sentado, en mi sillón de trabajo, las piernas cruzadas. Miraba hacia la gran ventana que tengo detrás del escritorio y a través de la cortina veía las formas redondeadas de los balcones modernistas del edificio de enfrente.

No pensaba en nada en particular, pero me encontraba muy bien: calmo y satisfecho. Y, en un momento dado, noté el volumen de mis brazos y esa sensación tan simple me llenó de bienestar. Notaba todo mi cuerpo allí, sereno, y me di cuenta por primera vez de que yo tenía volumen y eso, sólo eso, ya era placentero.

¿Podemos estar bien sin hacer nada? ¡Claro que sí! No es necesario correr ni ocuparse el tiempo ni tener proyectos o metas: simplemente gozar de estar vivo.

En este capítulo hemos aprendido que:

  • Superar las neuras implica soltar necesidades inventadas.
  • A veces, nos cuesta hacerlo por temor al vacío: «¿Qué haré a partir de ahora con mi vida?».
  • Sin embargo, no hay nada que temer porque podemos disfrutar de unas vacaciones mentales maravillosas: no hacer nada es dulce y bueno.