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Superar el miedo a la muerte y demás neuras existenciales
Un famoso profesor espiritual se presentó a las puertas del palacio real. Como era un personaje conocido, ninguno de los guardias lo detuvo hasta que llegó a la misma sala del trono. El rey se encontraba sentado allí.
—¿Qué deseas? —preguntó el rey, que inmediatamente reconoció al visitante.
—Me gustaría dormir en esta posada —contestó el sabio.
—¡Pero esto no es una posada! —clamó el rey—. ¡Es mi magnífico palacio!
—¿Puedo preguntaros quién poseyó esta casa antes que vos?
—Mi padre, que está muerto —contestó el monarca.
—¿Y antes que él?
—Mi abuelo, que también está muerto.
—¿Y a un lugar donde van y vienen gentes de paso no lo llamáis posada?
En una ocasión, acudió a mi consulta un paciente llamado Raúl que me relató lo siguiente:
—A veces, me asusta el hecho de que estemos en este planeta girando, perdidos en la inmensidad de la galaxia. Si me pongo a pensar en ello, me lleno de ansiedad.
Y Raúl no era ningún tonto. De hecho, era un hombre de negocios importante, hecho a sí mismo. Pero cuando, de adolescente, dejó de creer en Dios, le entró este tipo de angustia existencial. También le daba miedo su propia muerte y, por lo tanto, era bastante hipocondríaco.
Mi intervención con él incluyó escuchar una canción. Me dirigí al equipo de música que tengo en mi consulta y puse «¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?» de uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos: Siniestro Total.
Este tema rockero dice así:
¿Cuándo fue el gran estallido?
¿Dónde estamos antes de nacer?
¿Dónde está el eslabón perdido?
¿Se expande el universo? ¿Es cóncavo o convexo?
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
¿Estamos solos en la galaxia o acompañados?
¿Y si existe un más allá? ¿Y si hay reencarnación?
¿Somos alma? ¿Somos materia?
¿Somos sólo fruto del azar?
¿Es eficaz el carbono 14?
¿Es nuestro antepasado el Hombre de Orce?
Los más jóvenes no conocerán a Siniestro Total, una banda gallega de los ochenta de punk-rock fenomenal, pero no hay mejor presentación de ellos que otro tema suyo: «Somos Siniestro Total» en el que se definen como «los que hacen el balance de los daños».
Siniestro Total es un grupo con mucha fuerza, letras pegadizas, frases demoledoras y mucho humor. Su música transmite amor por la vida, goce y desenfado. Justo lo que necesitamos los seres humanos.
Después de escuchar el tema, Raúl dijo:
—Vale, lo pillo. He de dejar de hacerme preguntas tontas acerca del sentido del universo, ¿no?
Efectivamente, todo lo que hay que saber acerca del sentido de la vida es que nosotros somos parte de ella. Somos hijos de la naturaleza. Siempre que armonizamos con ella nos encontramos muy bien. Cuando vamos a dar un paseo por la montaña, la visión de los bosques y sus sonidos armónicos nos llenan de paz. El agua cayendo por una cascada o una extensa pradera verde nos proporcionan una gran sensación de plenitud. Porque nuestro cerebro está íntimamente conectado a todo lo que nos rodea. Las cosas hermosas del mundo encienden nuestras neuronas y nos hacen sentir genial.
Como dicen mis amigos de Siniestro Total, no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos, pero no importa: sabemos que procedemos de lugares benéficos y a ellos iremos a parar. Es más, es mucho mejor desconocer el sentido de la vida porque ello quiere decir que pertenecemos a algo tan enorme, tan inmenso, que no lo podemos comprender.
Los científicos no han hecho más que rascar algún conocimiento del universo, muy poco, pero ya nos avanzan que se trata de algo alucinantemente complejo y grande. Yo prefiero pertenecer a algo de tal entidad —aunque no lo comprenda— que a algo pequeño y aburrido.
Hace un tiempo leí que es probable que haya centenares de dimensiones de la realidad, pero nosotros no podemos captarlas. Según los físicos, esto haría posible que hubiese universos paralelos, realidades simultáneas… ¡Uau, esto es inimaginable incluso para los sesudos investigadores! Les sale en sus fórmulas matemáticas, pero nadie es capaz de visualizar algo semejante. ¡Pues así de inmensa es la cosa a la que pertenecemos! Y esto, a su vez, nos hace grandes a nosotros.
Como podría haber dicho Siniestro Total, «¡La ininteligibilidad de la naturaleza mola!» porque nos dice que pertenecemos a algo extraordinario, de proporciones enormes.
SOY UNA MOSCA
La muerte sigue siendo uno de los temas que más «neuras» produce. Como no la aceptamos, sufrimos en demasía cuando se nos muere un ser querido y las pasamos canutas cuando nos diagnostican una enfermedad grave. Todos esos miedos y pesares tienen que ver con una malísima comprensión de la vida y de la muerte.
Yo sé que las personas podemos tener otra actitud frente a la muerte —mucho más receptiva, menos temerosa— porque muchos grupos humanos a lo largo de la historia la han aceptado con naturalidad.
Los nativos americanos, uno de los pueblos más ecológicos que han existido, sentían por la «hermana muerte» respeto y simpatía. Cuando un abuelo así lo decidía, reunía a sus seres queridos para anunciarles lo siguiente: «Ya he vivido lo suficiente, hijos míos. Mañana partiré al encuentro del Gran Espíritu». Y, sin más, se iba solo hacia las montañas, sin comida, para morir. Y esto no es una mitificación de pelis de indios y vaqueros. Realmente, se lo tomaban así.
Hace ya un tiempo que afirmo en conferencias y medios de comunicación que la muerte es buena y bonita. Así como también lo es la vida. Como lo es cualquier manifestación de la naturaleza. Los seres vivos nacemos, crecemos, hacemos el amor y pasamos al otro barrio. Y menos mal que es así porque, en caso contrario, la inmortalidad provocaría unos problemas inmensos. Para empezar, habría una sobrepoblación insostenible en poco tiempo; además, no soportaríamos la idea de vivir para siempre: sería demasiado aburrido.
A mis pacientes hipocondríacos, que temen enfermizamente enfermar, les explico que somos como moscas que viven siete días.
—Fíjate bien: las moscas nacen, crecen, copulan, vuelan imperiales por el aire y, en poco más de una semana, ¡plash!, mueren. ¡Una vida fulgurante!
Nosotros también somos así: maravillosamente fulgurantes y vitales. Estamos de paso como el resto de los campeones de la naturaleza.
La muerte es buena y bella, como lo son los mares, las playas paradisíacas, los montes verdes y todos los seres vivos. Los indios americanos no seccionaban la naturaleza en lo «políticamente correcto o incorrecto»; para ellos, toda manifestación natural tenía su sentido, aunque ellos no lo comprendiesen.
¡AY, PAQUITA, QUÉ MAL LO PASARÁS!
En una ocasión, me invitaron a un programa de radio de mucha audiencia y, en un momento dado de la entrevista, expresé mi opinión sobre la muerte. Enseguida llamó una oyente y entró en directo en la emisión. Dijo algo así:
—¡No entiendo cómo dejan que este psicólogo diga tales barbaridades! ¡Es una falta de respeto! La muerte no es nada bonita. Mi marido está muerto y yo no dejo de llorarlo todos los días. ¡Es muy duro para mí!
Yo creí entender que su marido había muerto hacía tres meses, así que le dije:
—Vamos a ver: si hace tan poco que perdió a su esposo, entiendo su pesar. Necesita un poco de tiempo para recuperarse.
A lo que ella replicó, en el mismo tono airado del inicio:
—¿Cómo 3 meses? ¡Si mi marido murió hace 14 años!
Todos los presentes nos miramos y alzamos las cejas en señal de sorpresa. Esa señora de unos sesenta y largos llevaba bloqueada todo ese tiempo en el dolor del duelo. Así que intenté ayudarla diciendo:
—Mire: si su marido estuviese viéndola desde el cielo, ¿qué le diría a usted? ¿No le animaría a que dejase de llorar y disfrutase sus últimos años?
A lo que ella respondió:
—¡Ni en broma! Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron: «Ay, Paquita, qué mal lo vas a pasar sin mí».
Todos en la emisora expresamos nuestro asombro ante tal filosofía de la muerte. ¡Paquita se había tomado como un mandato esas palabras de su marido! Cuando seguramente él no quiso «ordenarle» estar deprimida, sino que se lamentaba de su nociva dependencia.
Y es que pensar mal sobre la muerte, tenerle manía, no aceptarla, es un pasaporte para la neurosis.
DENTRO DE POCO LE SIGUES TÚ
Hace mucho tiempo que, en los entierros, les digo a mis amigos que han perdido a un ser querido: «Aprovecha la vida porque tú vas rápido detrás».
Ya no doy el pésame ni me lamento de la muerte porque creo que, con ello, les hacemos un flaco favor a los demás. Si expresamos tristeza, transmitimos que lo sucedido es malo, que el fallecido no debería haber muerto y ése es el mensaje que capta la persona en duelo. Así, tardará más en superarlo.
Y es que toda muerte es lógica: la gente se muere y eso es un proceso natural del ser humano.
Muy cerca de mi consulta, en la calle Córcega de Barcelona, se reúnen grupos de duelo. Hay un gran local con muchas salas dedicadas a eso. Yo estoy en contra de ese método de trabajo: no hay nada peor que reunirse periódicamente para hablar de los decesos de las personas queridas.
He tenido más de un paciente que ha participado en esos mismos grupos y que, tiempo después, ha acudido a mi consulta a que le ayudase de verdad a superar la muerte de su esposo o hijo.
Reunirse para hablar de la muerte de alguien es nocivo porque lo que hacemos es lamentarnos, reforzarnos los unos a los otros en nuestra depresión.
Para entender este fenómeno, suelo ponerles a los pacientes el siguiente ejemplo:
—¿Te imaginas que nos reuniésemos los hombres para procesar el duelo por la pérdida del cabello?
—¡No me lo imagino! —dicen riendo.
—Sí: nos juntaríamos cinco o seis para explicar nuestra experiencia con las entradas, cuando ves los pelos en la almohada, cómo te fijas en las melenas sanas de algunos amigos y les envidias secretamente… —bromeo.
—¡Sí! Y todos llorando… —se animan a decir.
Todos nos damos cuenta de que organizar un grupo de duelo por la alopecia sería friki y contraproducente porque ¡es normal que a los hombres se nos caiga el pelo! ¡Sí, incluso prematuramente! Unas personas que se reuniesen para procesar eso, en realidad, le estarían dando demasiada importancia al tema.
De la misma forma, estoy seguro de que los nativos americanos de antaño tampoco entenderían por qué los «blancos» se reúnen durante meses y años para seguir procesando la muerte de alguien. Porque la muerte no tiene nada de malo: todo lo contrario, es un proceso natural importantísimo para el correcto funcionamiento del universo.
Mi intervención en los casos de pérdidas es hacer entender a la persona que:
- No ha pasado nada extraño ni malo.
- La vida es muy corta y no hay tiempo para quejas.
- Si hay algo que podríamos hacer en honor del difunto es disfrutar de la vida, pues es eso lo que él o ella desearía.
SIGMUND FREUD Y MI ABUELO
Cuando doy conferencias sobre la hipocondría y la muerte, siempre hay alguien entre el público que me hace la siguiente observación:
—Rafael, lo que dices está bien, pero lo que no se puede superar es la muerte de un hijo. Eso no es natural.
Y mi réplica siempre es la siguiente:
—Amigo mío: no hay nada más natural que la muerte, incluso la prematura. Además, por otro lado, abre tu mente: ¡claro que hay gente que lo supera! Ahora, pregúntate: ¿qué tipo de persona quieres ser tú? ¿De los que finalmente lo hacen o de los que arruinan su vida entre lamentos?
Yo no creo en el psicoanálisis y tengo poderosas razones para criticarlo. Sin embargo, en mi biblioteca el mayor número de libros que atesoro siguen siendo los dedicados a Freud. Sus obras completas y un montón de biografías.
Leyendo los relatos sobre su vida, me ha llamado la atención el hecho de que Sigmund Freud tuvo muchos hijos, de los cuales murieron casi la mitad. ¡Y eso que él era rico y médico! Y es que, no hace mucho, a principios del siglo XX, en cualquier familia europea, morían casi la mitad de los niños.
En la época de nuestros abuelos y tatarabuelos, la mortalidad infantil era alta y prácticamente todos los padres lo superaban. En aquellos tiempos nadie hubiese dicho que la muerte de un hijo es «insuperable». Lo que ha cambiado es nuestra filosofía acerca de la muerte.
En aquella época no se había puesto de moda la «ficción de la inmortalidad» en la que vivimos ahora. Nos hemos apartado tanto de la realidad de la muerte que vivimos como si nadie fuese a morir, y eso es falso y nocivo. Pronto moriremos todos, y no pasa nada. Lo único cierto es que la vida es fulgurante y eso la hace más hermosa.
En este capítulo hemos aprendido que:
- Tenemos que esforzarnos para comprender que la muerte es buena.
- Incluso la mortalidad infantil es un hecho inevitable que cumple una función.
- El desconocimiento del sentido último de la vida es positivo, pues nos dice que pertenecemos a un universo fantásticamente enorme y complejo.