Los cinco padrinos

«Querida tía May:

»Te voy a contar lo del bautizo. El padre del niño, don Onofre Tur y Tur, era abogado, pero aquí, en Mallorca, esto no quiere decir nada. Sólo unos cuantos abogados tienen despachos y bufetes y escribientes y todo eso. Los demás sólo estudian la carrera de abogado porque sus padres quieren convertirlos de este modo en señoritos, aunque no haya suficiente trabajo en cosas de leyes para ocuparles a todos. Y una vez que se han convertido en señoritos, les da vergüenza vender melones en el mercado, o arar los olivares con una mula de arado; en consecuencia, la mayoría de ellos pierden el tiempo en los cafés, o hacen la corte a señoras turistas con aspecto solitario.

»El padre de Onofre, don Isidoro, había ganado mucho, muchísimo dinero, vendiendo helados en la puerta de los colegios de niños en verano y pastas en invierno. Después compró una sala de fiestas llamada El Loro Azul y una tienda de souvenirs llamada Pensées de Majorque, y de esta forma se hizo inmensamente rico, como Charles Augustus Fortescue en los Cuentos de escarmiento. Pero Onofre se enamoró de Marujita, una de las chicas de alterne del Loro Azul y se casó con ella en secreto. (El trabajo de las chicas de alterne consistía en bailar con los clientes y hacerles comprar litros y litros de bebidas caras, y luego sentarse con ellos en un rincón y abrazarles toda la noche.) Don Isidoro se puso hecho una furia cuando se enteró y desterró a Onofre a Binijini, con un subsidio de cien pesetas diarias y la orden de no volver a aparecer por Palma nunca más.

»Naturalmente, en Binijini todo el mundo estaba enterado, y la mujer del alcalde y la del secretario criticaban muchísimo a Marujita. Pero Onofre le dijo que no tenía que prestar atención a esta gente ruin. Él consiguió ser bastante feliz, pues tenía una motocicleta y un aparato para matar peces debajo del agua, y una escopeta para matar conejos, y un señuelo para cazar codornices, y una red para atrapar tordos. También jugaba al póquer cada día con dos pintores americanos abstractos y con un pintor de verdad, neozelandés. Puede que Marujita se sintiera algo sola, pero le encantaba tener un hogar propio, después de haber sido una chica de alterne, y las cien pesetas diarias le parecían una fortuna.

»Un día corrió el rumor de que Marujita estaba embarazada y que pronto iba a dar a luz, y poco tiempo después Onofre le pidió a mamá que arreglase las cosas con la comadrona, una mujer muy amable de Madrid, que cree que Binijini es muy rústico. Mamá así lo hizo. Hacia el final, Marujita ya no podía encargarse de la casa, pero los vecinos fingían estar demasiado ocupados para pasar a echarle una mano, y nosotros vivimos en el otro lado del valle. Y como los hombres españoles no ayudan a las mujeres en el trabajo de la casa, sobre todo si se trata de un señorito como Onofre, Marujita envió un telegrama a su hermana menor, Sita. Don Isidoro había despedido a Sita del Loro Azul, donde además bailaba, por temor a que algún cliente del local se enterara de que era parienta suya; le dio un día de plazo y un billete de barco, de tercera clase, para Valencia. Qué sinvergüenza, ¿verdad? Bueno, pues Sita llegó a Binijini un mes antes de la fecha esperada para el nacimiento, y aunque al principio parecía tenernos miedo a mamá y a mí, como si forzosamente tuviéramos que tratarla mal, la encontramos muy simpática. Las dos hermanas siempre estaban llorando juntas, dándose besos y rezando el rosario, y Sita se pasaba el día haciendo camisetas y calcetines de punto de aguja.

»Pero en fin, el niño llegó sano y salvo, y como era un niño a Onofre no le quedó más remedio que llamarle igual que el abuelo; aquí esto es la norma, y el segundo hijo ha de llamarse igual que el otro abuelo. Sita estuvo maravillosa. Ayudó a la comadrona con Marujita y no chilló ni corrió de un lado para otro como hacen las mujeres de Binijini; al contrario, hizo que el bebé se sintiera cómodo, lo lavó y lo cambió, y le cantó canciones flamencas muy bonitas. También guisó las comidas e hizo todo el trabajo de la casa. El primer día, Onofre le había dicho: "Cuñada, eres muy buena chica: serás la madrina". Cuando le pidió al pintor neozelandés que fuera el padrino, éste le contestó: "Oiga, es que yo soy protestante", y Onofre dijo: "No importa, da igual. Los curas son curas en todas partes".

»Naturalmente, Onofre les había anunciado el nacimiento a los abuelos, primero con un telegrama respetuoso y luego con una carta muy florida, incluyendo una invitación al bautizo. Jamás se le ocurrió que la contestarían; sólo era para asegurarse el subsidio.

»Bien, pues el día del bautizo, Sita se puso su vestido de los domingos y se quitó el maquillaje y arregló las bebidas, las pastas, los pasteles y las tapas para la fiesta del bautizo en la sala de estar. Luego envolvió al bebé como una momia, con cuatro o cinco mantones, y doña Isabel, la comadrona, la acompañó, porque era la primera vez que hacía de madrina. Marujita no pudo ir porque aún no estaba bien del todo y tuvo que quedarse en cama. Onofre había enviado todo un paquete de invitaciones para el bautizo, pero no vino nadie más, excepto mamá, papá y yo, y Richard y los dos pintores abstractos americanos, y el pintor de verdad neozelandés.

»El cura estaba esperando en la iglesia, pero los monaguillos aún no habían llegado. Esperamos allí casi una hora, hablando y haciendo bromas, mientras el bebé dormía. Por fin el cura dijo que tenía otros asuntos que atender y que tendrían que empezar sin los monaguillos y que quizás Onofre sería tan amable de asistirle, cosa que hizo, para ganar tiempo. Sita ya tenía el cirio encendido en la mano, como es costumbre aquí con las madrinas, cuando llegó un coche grande y vistoso a la plaza y entraron don Isidoro y doña Tecla. Onofre palideció y el viejo malvado dijo en seguida:

»—Aquí soy yo el padrino y nadie más, ¿comprendes, Onofre? Y es más, esta mujer indecente no va a ser madrina a mi lado. O se marcha de aquí o te retiro el subsidio y el niño se morirá de hambre.

»Onofre se puso aún más pálido, pero Sita mantuvo la calma. Le dijo al cura:

»—Padre, renuncio a mis derechos. Nadie podrá decirme nunca que perjudiqué la fortuna de esta preciosa criatura.

»A continuación le entregó el cirio a doña Isabel y volvió a casa a contárselo a Marujita. El pintor neozelandés también lo dejó correr, naturalmente, y el cura empezó, pero en cuanto hubo dado media vuelta y hecho una reverencia ante el altar, doña Tecla le arrebató el niño a doña Isabel y dijo:

»—Aquí soy yo la madrina, señora, y nadie más, ¿comprende?

»Pero doña Isabel no soltó el cirio y les dijo a los abuelos en voz baja, pero enérgica, que Sita les daba cuarenta vueltas a unos canallas como ellos. Doña Tecla respondió con chillidos y risotadas que parecían de una gallina vieja, y en consecuencia el cura perdió el punto en el libro y empezó a leer oraciones para misioneros en el extranjero. Acababa de darse cuenta de su error, diciendo: "Caramba, ¡qué despiste!", cuando entraron corriendo los monaguillos sin las sobrepellices y en pleno ataque de risa. El director del hotel les había mandado buscar a doña Isabel urgentemente porque dos señoras belgas insistían en tomar el sol desnudas junto a las casetas de los pescadores, y si los guardias las cogían le multarían a él con doscientas cincuenta pesetas por señora, porque se hospedaban en su hotel, y eso es lo que dice la ley. Doña Isabel les preguntó:

»—¿Por qué he de ir yo?

»Y ellos le contestaron:

»—Porque usted tiene costumbre de tratar con mujeres desnudas,

»Así que doña Isabel dijo:

»—Paciencia, ¡dentro de un momento iré!

»El cura cogió el bebé y le puso la acostumbrada sal en la boca para echar al demonio, pero no sé por qué motivo no lloró. A lo mejor le gustaba el sabor. Don Isidoro dijo:

»—Póngale más, hombre, ¡el demonio aún está dentro!

»Y doña Tecla alargó el brazo bajo los mantones y pellizcó al pobre bebé a propósito para que chillara. Onofre se dio cuenta y dijo en voz alta:

»—Mamá, puedes insultar a mi cuñada y a la comadrona titular en este pueblo; son cosas de mujeres en las que no me quiero meter. Pero te prohíbo pellizcar el culo de mi hijo.

»El cura hizo rápidamente la señal de la cruz en la frente del niño y le llamó Onofre, por equivocación, en lugar de Isidoro. Luego Onofre le tomó de los brazos del cura y lo entregó a mamá, que salió corriendo de la iglesia antes de que pudiera ocurrir algo peor. Doña Isabel salió con ella, con el cirio aún en la mano.

»Naturalmente, don Isidoro hizo como si no conociera a Onofre y doña Tecla le dio un cachete en la cara y luego los dos salieron de la iglesia con paso decidido y se marcharon en su coche grande y vistoso. Los demás nos fuimos, cabizbajos, a la fiesta del bautizo. Onofre se esforzó por aparentar alegría y dijo:

»—Vamos, amigos, ayudadme a beber el coñac porque mañana todos seremos mendigos.

»Sita estaba allí cuando llegamos, meciendo el bebé y muy bonita sin su maquillaje. En seguida se pusieron todos a beber y a bailar. Nuestra familia se marchó pronto, porque Richard había comido demasiado pastel y se había bebido medio vaso de anís; al poco rato llegó otra persona que se había invitado a sí mismo, un oficial de la División Azul española, al que los rusos acababan de dejar en libertad después de catorce años. No le quedaba ningún amigo y quería celebrar su regreso. Doña Isabel también vino. Había asustado a las señoras belgas hasta obligarlas a vestirse de nuevo y luego había regresado a la iglesia, donde descubrió que doña Tecla no había firmado el registro como madrina del niño. Así que lo firmó ella porque, al fin y al cabo, había sujetado el cirio. Y dijo que el nombre sería Onofre, y no Isidoro, porque ésta había sido la voluntad de Dios.

»Justo antes de la medianoche, Onofre se golpeó la cabeza con el puño y gritó:

»—¡Casi se me olvida! El muy bruto de mi padre tampoco firmó el libro. ¡Corran, caballeros, a la casa parroquial, antes de que el reloj dé las doce y se extinga el día!

»Entonces, el prisionero de la División Azul y los dos pintores abstractos, y el de verdad, se marcharon todos a la casa parroquial, muy intoxicados, y allí insistieron en firmar el registro como copadrinos del niño. El cura tuvo que permitírselo, para evitar un escándalo.

»Y... ¿sabes qué? En abril se van a ir todos a la feria de Sevilla, invitados por el nuevo novio de Sita, que es un millonario chileno llamado don Jacinto; yo le he conocido. Además, don Jacinto va a prestarles a Onofre y a Marujita cinco millones de pesetas para abrir una sala de fiestas en Palma, mucho más lujosa que el Loro Azul. Dice que así aprenderá don Isidoro a no insultar a las pobres y preciosas bailarinas, que son unas santas. La van a llamar Los Cinco Padrinos, porque don Jacinto también ha añadido su nombre a la lista, por razones de solidaridad.

»Aun así, no puedo decir que me fíe de él, ni tampoco se fía Marujita, pero esperemos que todo vaya bien.

»Muchos besos de

»Margaret.»