ESCENA V
Bruscamente se abre la puerta y con talante de gendarme, queda detenida en su centro la DUEÑA de la pensión.
DUEÑA. —¿Qué escándalo es éste en mi casa? Vea demonio de hombre cómo ha puesto las sábanas y la colcha.
SAVERIO. —No moleste, señora, estoy ensayando.
PEDRO. —Si se produce algún desperfecto, pagaré yo.
DUEÑA (sin mirar a PEDRO). —¿Quién lo conoce a usted? (A SAVERIO). Busque pieza en otra parte, porque esto no es un loquero, ¿sabe? (Se marcha cerrando violentamente la puerta).
LUISA. —Qué grosera esa mujer.
ERNESTINA. —Vaya con el geniecito.
SAVERIO. —Tiene el carácter un poco arrebatado. (Despectivo). Gentuza que se ha criado chapaleando barro.
PEDRO. —Continuemos con el ensayo.
SAVERIO (a PEDRO). —¿Quiere hacer el favor, doctor?, cierre la puerta con llave. (PEDRO obedece y se queda de pie para seguir la farra).
ERNESTINA. —¿Habíamos quedado?…
SAVERIO. —Ahora es una conversación que yo mantengo durante el baile, en el palacio imperial, con una dama esquiva. Le digo: «Marquesa, el gobernante es coronel, el coronel es hombre y el hombre la ama a usted».
LUISA. —Divino, Saverio, divino.
ERNESTINA. —Precioso, Saverio. Me recuerda ese verso de la marquesa Eulalia, que escribió Rubén Darío.
PEDRO. —Ha estado tan fino como el más delicado hombre de mundo.
ERNESTINA. —Escuchándole, quién se imagina que usted es un simple vendedor de manteca.
LUISA. —Mire si Susana, después de curarse, se enamora de usted.
SAVERIO. —Ahora recibo una visita del Legado Papal. Como es natural, el tono de voz tiene que cambiar, trocarse de frívolo que era antes en grave y reposado.
LUISA. —Claro, claro…
SAVERIO. —A ver qué les parece: «Eminencia, la impiedad de los tiempos acongoja nuestro corazón de gobernante prudente. ¿No podríamos insinuarle al Santo Padre que hiciera obligatorio en las fábricas de patrones católicos un curso de doctrina cristiana para obreros descarriados?».
PEDRO (violentamente sincero). —Genialmente político, Saverio. Muy bien. Usted tiene un profundo sentido de lo que debe ser la ética social.
LUISA. —Esos sentimientos de orden, lo honran mucho, Saverio.
ERNESTINA. —¡Oh!, cuántos gobernantes debieran parecerse a usted.
SAVERIO (bajando del trono). —¿Están satisfechos?
PEDRO. —Mucho.
LUISA. —Usted superó nuestras esperanzas.
SAVERIO. —Me alegro.
ERNESTINA. —Más no se puede pedir.
SAVERIO (quitándose el morrión). —¡A propósito! Antes que ustedes llegaran, pensaba en un detalle que se nos escapó en las conversaciones anteriores.
PEDRO. —¿A ver?
SAVERIO. —¿No tienen ustedes ningún amigo en el Arsenal de Guerra?
LUISA. —No. (A PEDRO Y ERNESTINA). ¿Y ustedes?
PEDRO y ERNESTINA (a coro). —Nosotros tampoco. ¿Por qué?
SAVERIO. —Vamos a necesitar algunas baterías de cañones antiaéreos.
PEDRO (estupefacto). —¡Cañones antiaéreos!
SAVERIO. —Además varias piezas de tiro rápido, ametralladoras y por lo menos un equipo de gases y lanzallamas.
LUISA. —¿Pero para qué todo eso, Saverio?
SAVERIO. —Señorita Luisa, ¿es un reino el nuestro o no lo es?
PEDRO (conciliador). —Lo es, Saverio, pero de farsa.
SAVERIO. —Entendámonos… de farsa para los otros…, pero real para nosotros…
LUISA. —Usted me desconcierta, Saverio.
PEDRO. —Andemos despacio que todo se arreglará. Dígame una cosa, Saverio: ¿Usted qué es, coronel de artillería, de infantería o de caballería?
SAVERIO (sorprendido). —Hombre, no lo pensé.
ERNESTINA. —Pedro… por favor… un coronel de artillería es de lo más antipoético que pueda imaginarse.
LUISA. —Susana se ha forjado un ideal muy distinto.
PEDRO. —Como facultativo, Saverio, me veo obligado a declararle que el coronel de Susana es un espadón cruel pero seductor.
LUISA. —Si ustedes me permiten, les diré esto: en las películas, los únicos coroneles románticos pertenecen al cuerpo de caballería.
SAVERIO. —Señorita: en los Estados modernos, la caballería no cuenta como arma táctica.
ERNESTINA. —Saverio, un coronel de caballería es el ideal de todas las mujeres.
LUISA. —Claro… el caballo que va y viene con las crines al viento… los galopes…
SAVERIO. —Esto simplifica el problema de la artillería, aunque yo preferiría ser secundado por fuerzas armadas. (Golpean a la puerta).