36
Jubal se despertó alerta, descansado y feliz. Se dio cuenta de que se sentía mucho mejor antes del desayuno de lo que se había sentido en años. Desde hacía mucho, mucho tiempo, pasaba el negro período entre el instante de abrir los ojos y la primera taza de café consolándose a sí mismo con el pensamiento de que a la mañana siguiente la cosa resultaría un poco más fácil.
Esta mañana se sorprendió a sí mismo al descubrirse silbando. Al darse cuenta se interrumpió, lo olvidó y empezó de nuevo.
Se vio a sí mismo en el espejo, esbozó una sonrisa sesgada, luego sonrió más ampliamente.
—Eres un viejo chivo incorregible. En cualquier momento vendrán a buscarte.
Observó un pelo blanco de su pecho, lo arrancó, sin preocuparse de los muchos más que había allí tan blancos como el primero, y siguió preparándose para hacer frente al mundo.
Cuando salió, Jill estaba junto a su puerta. ¿Accidentalmente? No, ya no creía en las «coincidencias» en aquel lugar; todo estaba organizado como un ordenador. La muchacha se arrojó directamente a sus brazos.
—¡Oh, le queremos tanto! Usted es Dios.
Jubal devolvió el beso con el mismo calor con que lo había recibido, mientras asimilaba que sería hipócrita no hacerlo así… y descubrió que besar a Jill difería de besar a Dawn de una manera inconfundible, pero que estaba más allá de toda posible descripción.
Finalmente la apartó, sin dejarla marchar.
—Mesalina en pañales… Me preparó usted una trampa.
—Jubal, querido… ¡estuvo usted maravilloso!
—Hum. ¿Cómo diablos supo que yo aún era capaz?
Jill le lanzó una mirada que rezumaba franca inocencia.
—Oh, vamos, Jubal, he estado segura de ello desde el primer día que Mike y yo llegamos a su casa. Verá, incluso entonces, mientras estaba dormido en trance, Mike podía ver a su alrededor, en un radio bastante amplio, y a veces miraba en el interior de usted, en busca de la respuesta a una pregunta o algo, para comprobar si estaba usted dormido.
—¡Pero yo dormía solo! Siempre.
—Sí, querido. Pero no es eso lo que quería decir. Siempre he tenido que explicarle a Mike cosas que no entendía.
—Uf —Jubal decidió no seguir ahondando en el tema—. Bueno, no importa. No tuvo que prepararme esa trampa.
—Asimilo que, en el fondo de su corazón, no siente lo que está diciendo, Jubal… y usted asimila que hablo correctamente. Hubiéramos debido tenerle en el Nido desde un principio. Le necesitamos. Puesto que es tan tímido y tan humilde en su corrección, hicimos lo que debía hacerse para darle la bienvenida sin lastimar sus sentimientos. Y no los hemos lastimado, como usted mismo asimila.
—¿Qué significa ese «nosotros»?
—Fue un Compartir el Agua del Nido en pleno, como usted seguro que asimila: estaba allí. Mike interrumpió lo que estaba haciendo y se despertó para asistir también, y asimiló con usted y nos mantuvo a todos juntos.
Jubal se apresuró a abandonar también aquel tema.
—Así que Mike se ha despertado por fin, ¿eh? Por eso brillan tanto esos ojos.
—Sólo en parte. Por supuesto, siempre nos sentimos contentos cuando Mike no se halla retraído, es una alegría. Pero de todos modos nunca se encuentra lejos. Jubal, asimilo que no ha asimilado usted la plenitud de nuestra forma de Compartir el Agua. Pero la espera se llenará. Al principio ni el propio Mike lo asimilaba; pensaba que sólo era un medio para la aceleración ovípara, como en Marte.
—Bueno… ése es el propósito primario, el más evidente: bebés. Lo cual hace que sea un comportamiento más bien estúpido por parte de una persona como yo, por ejemplo, que a mi edad no alberga la menor intención ni deseo de promover tal incremento.
Ella agitó la cabeza.
—Los bebés son el resultado evidente, pero en absoluto el propósito primario. Los bebés dan significado al futuro, y eso es una gran corrección. Pero sólo tres o cuatro o una docena de veces se produce la aceleración de un bebé en la vida de una mujer, de entre los miles de veces que puede compartir… y ésa es la finalidad primaria de que lo hagamos tan a menudo, cuando necesitaríamos hacerlo muy de tarde en tarde si fuera sólo para reproducirnos. Es el compartir y el acercarse, para siempre y siempre. Jubal, Mike asimiló esto porque en Marte las dos cosas, la aceleración ovípara y el acercamiento, son dos funciones separadas por completo, y asimiló también que nuestro sistema es mejor. Y para él es un motivo de felicidad no haber eclosionado marciano, sino humano… ¡y que haya mujeres!
Jubal la miró atentamente.
—Chiquilla, ¿está usted embarazada?
—Sí, Jubal. Asimilé al fin que la espera había terminado y que era libre de quedar embarazada. La mayor parte de las mujeres del Nido no necesitan esperar, pero Dawn y yo hemos tenido mucho trabajo. Pero cuando asimilamos la inminencia de este punto crítico culminante me di cuenta de que dispondríamos de tiempo después de él, y puede ver que lo tendremos. Mike no reconstruirá el Templo de la noche a la mañana, así que las sumas sacerdotisas no estarán tan atareadas y podrán gestar. La espera siempre se llena.
Jubal extrajo de entre aquel revoltijo de palabras el hecho central, o la creencia de Jill relativa a tal posibilidad. Bueno, sin duda había tenido todas las oportunidades necesarias y más. Decidió mantener su atención sobre el asunto e intentar llevarse a Jill a casa para que pasase allí el embarazo. Los métodos de superhombre que tenía Mike estaban muy bien, pero no se perdería nada con tener a mano el mejor instrumental y técnicas. Perder a Jill por culpa de la eclampsia o cualquier otro contratiempo era algo que no estaba dispuesto a dejar que ocurriese, aunque tuviera que ponerse duro con los chicos.
Pensó en otra posibilidad… pero decidió no mencionarla.
—¿Dónde está Dawn? ¿Y dónde está Mike? La casa parece espantosamente tranquila.
No había aparecido nadie por el pasillo donde estaban y no había oído ningún tipo de voces… y, sin embargo, aquella extraña sensación expectante y feliz era incluso más fuerte que el día anterior. Cabía esperar una cierta relajación después de la ceremonia en la que, aparentemente, había participado sin saberlo, pero el lugar estaba más cargado que nunca. De pronto recordó lo que había sentido cuando era muy pequeño, mientras aguardaba que pasase el desfile de su primer circo, cuando alguien exclamó: «¡Ahí vienen los elefantes!».
Jubal tuvo la sensación de que, puesto que había crecido un poco, podría ver los elefantes por encima de la multitud. Pero no había ninguna multitud.
—Dawn me ha dicho que le dé un beso en su nombre: estará ocupada durante las tres próximas horas. Y Mike está muy ocupado también; ha vuelto a retraerse.
—Oh.
—No se sienta tan decepcionado; pronto quedará libre. Está haciendo un esfuerzo especial para poder ponerse a su disposición… y para que todos nosotros quedemos libres también. Duque se ha pasado toda la noche recorriendo la ciudad en busca de grabadoras de cinta de alta velocidad, que son las que utilizamos para el diccionario, y ahora todo el mundo capacitado para ello se encuentra trabajando en los símbolos fonéticos marcianos. Luego Mike habrá acabado, y podrá dedicarse a las visitas.
»Dawn acaba de empezar una sesión de dictado; yo terminé la mía hace un momento y vine para darle los buenos días… pero ahora tengo que volver a cumplir con la última parte de mi tarea, así que estaré ausente un poco más de tiempo que Dawn. Y aquí está el beso de Dawn… el primero era mío —Jill le rodeó el cuello con los brazos y aplicó ávidamente su boca contra la de él; finalmente exclamó—. ¡Dios mío! ¿Por qué aguardamos tanto tiempo? ¡Volveré enseguida!
Jubal encontró a unas cuantas personas en el comedor. Duque alzó la vista, sonrió, agitó una mano y siguió comiendo con ganas. No parecía haber pasado la noche en blanco… y en realidad eran dos noches las que había estado sin pegar ojo.
Becky Vesey miró a su alrededor cuando Duque agitó la mano; lo vio y le dijo alegremente:
—¡Hola, viejo chivo! —cogió a Jubal de una oreja, tiró de él hacia abajo y susurró—. Te he conocido desde siempre, pero… ¿por qué no acudiste a consolarme cuando falleció el Profesor? —y añadió en voz alta—. Siéntate aquí a mi lado y te meteremos un poco de comida en la barriga, mientras me cuentas qué diabólicas conspiraciones has estado tramando últimamente.
—Sólo un momento, Becky… —Jubal rodeó la mesa—. Hola, capitán. ¿Tuvo buen viaje?
—Sin complicaciones. Un paseo tranquilo. Me parece que no conoce usted a la señora Van Tromp. Querida, te presento al padre fundador de toda esta gran hazaña, el único y exclusivo Jubal Harshaw. Dos hubieran sido demasiado.
La esposa del capitán era una mujer alta y sencilla, con los ojos tranquilos de quien ha contemplado el Sendero de la Viudez. Se puso en pie y besó a Jubal.
—Usted es Dios.
—Oh, usted es Dios.
Jubal decidió que sería mejor que se olvidara del ritual. Demonios, si lo decía las suficientes veces, podía perder el resto de los tornillos que le quedaban y creerlo… Selló esta decisión con un amistoso abrazo al capitán y un beso a su esposa. Luego se dijo que la señora Van Tromp incluso podía enseñar a Jill algo sobre el arte de besar. La mujer… —¿cómo lo había descrito Anne una vez?— concedía al acto toda su atención; no estaba en ninguna otra parte.
—Supongo, Van —dijo—, que no debería sorprenderme de hallarle aquí.
—Bueno —repuso el astronauta—, un hombre que va y viene de Marte tendría que estar en condiciones de parlamentar con los nativos, ¿no cree?
—Sólo alguna conferencia de vez en cuando, ¿eh?
—Hay otros aspectos —Van Tromp tendió la mano hacia una tostada; ésta cooperó—. Buena comida, buena compañía.
—Hum, sí.
—Jubal —llamó Madame Vesant—, ¡la sopa está a punto!
Harshaw volvió a su sitio y encontró frente a sí huevos, zumo de naranja y otras cosas sabiamente elegidas. Becky le palmeó en la pierna.
—Una estupenda reunión de fieles, muchacho.
—¡Mujer, vuelve a tus horóscopos!
—Eso me recuerda una cosa, querido. Necesito saber el momento exacto de tu nacimiento.
—Oh, nací en tres días sucesivos, a distintas horas. Era un chico demasiado grande; tuvieron que manejarme por secciones.
La respuesta de Becky fue rudamente decidida:
—Lo averiguaré.
—El juzgado se incendió cuando yo tenía tres años. No podrás.
—Hay medios. ¿Te apuestas algo?
—Sigue maquinando cosas en contra mía, y descubrirás que no eres demasiado crecida para escapar de unos azotes. ¿Qué ha sido de tu vida, muchacha?
—¿Qué opinas tú? ¿Tengo buen aspecto?
—Saludable. Un poquito ancho en la parte trasera. Te has retocado el cabello.
—En absoluto. Dejé de teñirme hace meses. Tú sí que deberías hacerlo, compañero, para librarte de esas canas. Sustitúyelas con un buen césped.
—Becky, me niego a ser más joven por ninguna razón. He alcanzado la decrepitud por la senda penosa, y me propongo disfrutarla. Deja de parlotear y permite que un hombre coma tranquilo.
—De acuerdo, viejo chivo.
* * *
Jubal estaba a punto de abandonar el comedor cuando entró el Hombre de Marte.
—¡Padre! ¡Oh, Jubal! —Mike le abrazó y le besó.
Jubal se deshizo suavemente del abrazo.
—Compórtese de acuerdo con su edad, hijo. Siéntese y disfrute de su desayuno. Me sentaré con usted.
—No he venido aquí a desayunar, he venido a verle. Buscaremos un lugar tranquilo y charlaremos.
—Está bien.
Fueron a la sala de estar de una de las suites. Mike tiraba de la mano de Jubal como un chiquillo excitado dando la bienvenida a su abuelo favorito. Eligió un amplio y cómodo sillón para Jubal y se dejó caer en un sofá que había delante y próximo a él. Aquella habitación daba hacia el ala que tenía la plataforma privada de aterrizaje; unas altas puertas vidrieras daban acceso a ella. Jubal se levantó para cambiar el sillón de sitio de forma que la luz no le diera directamente en la cara cuando miraba a su hijo adoptivo; no se sorprendió mucho, pero sí se irritó ligeramente, cuando el pesado sillón se movió como si su masa no fuera superior a la del balón de un niño; sus manos solamente tuvieron que guiarlo.
Había dos hombres y una mujer en la habitación cuando llegaron. Se marcharon al poco rato, severa, pausada y discretamente. Después de eso quedaron a solas, excepto que a ambos les fueron servidas sendas raciones del coñac favorito de Jubal… a mano, con gran complacencia de éste. Estaba completamente dispuesto a admitir que el control remoto que poseía aquella gente sobre los objetos ahorraba esfuerzos y probablemente dinero —ciertamente en lavandería: su camisa manchada de spaguetti quedó en una fracción de segundo tan limpia como si se la hubiera acabado de poner—, y evidentemente era un método preferible a la ceguera automática de los aparatos mecánicos. Sin embargo, Jubal no estaba acostumbrado al telecontrol realizado sin cables ni corriente; era algo que le asombraba, del mismo modo que los coches sin caballos alteraron a los caballos decentes y respetables en la época en que nació.
Duque sirvió el coñac.
—Hola, Caníbal —dijo Mike—. Gracias. ¿Eres el nuevo mayordomo?
—De nada, Monstruo. Alguien tiene que hacerlo, y tienes a todos los cerebros de esta casa esclavizados ante los micrófonos.
—Bueno, habrán terminado dentro de un par de horas, así que podrás volver a tu inútil y lasciva existencia. El trabajo está terminado, Caníbal. Cero. Treinta. Fin.
—¿Ya está todo ese maldito lenguaje marciano metido en un puño? Monstruo, será mejor que te examine en busca de condensadores fundidos.
—¡Oh, no, no! Sólo los conocimientos primarios que tengo de él. Que tenía, quiero decir; mi cerebro es ahora un saco vacío. Pero los hombres de frente ancha y despejada como Stinky volverán a Marte durante todo un siglo para empaparse de lo que yo nunca aprendí. Ya he terminado mi trabajo: unas seis semanas de tiempo subjetivo hasta las cinco de esta mañana, o cuando fuera el momento en que terminamos la reunión, y ahora las personas robustas y firmes podrán terminarlo, mientras yo puedo ver a Jubal sin nada en mi mente —Mike se estiró y bostezó—. Siento una sensación agradable. Concluir un trabajo siempre causa bienestar.
—Antes de que termine el día estarás metido en alguna otra cosa. Jefe, este monstruo marciano no puede tomarlo o dejarlo. Puedo asegurarle que ésta es la primera vez que se relaja un poco y no hace nada desde hace más de dos meses. Debería apuntarse a los «Trabajólicos Anónimos». O debería visitarnos usted más a menudo. Es una influencia benéfica sobre él.
—Dios evite que sea nunca una influencia benéfica sobre nadie.
—Sal de aquí, Caníbal, y deja de decir mentiras sobre mí.
—Mentiras, y un cuerno. Me has convertido en un sincero compulsivo: siempre digo la verdad… y eso es un gran inconveniente en algunos de los lugares que frecuento…
Duque se marchó. Mike alzó su vaso.
—Compartamos el agua, hermano mío padre Jubal.
—Beba profundamente, hijo.
—Usted es Dios.
—Tranquilo, Mike. Paso por eso con los demás, y respondo educadamente. Pero no me venga con ésas. Le conozco desde que «no era más que un huevo».
—De acuerdo, Jubal.
—Eso está mejor. ¿Cuándo empezó a beber por las mañanas? Siga haciendo eso a su edad y pronto habrá arruinado su estómago. No vivirá para convertirse en un viejo borrachín feliz como yo.
Mike contempló su vaso medio vacío.
—Bebo cuando es un acercamiento hacerlo. El licor no me produce ningún efecto; ni a mí ni a la mayoría de nosotros, a menos que lo deseemos. Una vez dejé que surtiese efecto sin detenerlo, hasta que llegué a perder el sentido. Fue una extraña sensación. Ninguna corrección en ello, asimilo. Sólo una forma de descorporizarse por un tiempo, sin llegar a hacerlo del todo. Puedo conseguir un efecto similar retrayéndome, sólo que mucho mejor y sin ningún daño que tenga que ser reparado después.
—Y más económico, al menos.
—De acuerdo, pero la factura de licores no es casi nada. De hecho, mantener todo el Templo no costaba más de lo que le cuesta a usted mantener nuestra casa. Excepto la inversión inicial y reemplazar alguna que otra cosa, café y pastelillos era casi lo único; nosotros mismos nos procurábamos nuestra diversión. Éramos felices. Necesitábamos tan poco que a veces me preguntaba qué hacer con los ingresos que llegaban.
—Entonces, ¿por qué organizaba colectas?
—¿Eh? Uno tiene que cobrar algo, Jubal. Los primos no prestan ninguna atención a lo que se les ofrece gratis.
—Lo sabía. Sólo me preguntaba si usted lo sabía también.
—Oh, sí. Asimilo a los primos, Jubal. Al principio intenté predicar gratis, sólo por el placer de hacerlo. Tenía todo el dinero que necesitaba, así que pensé que era lo correcto. No dio resultado. Nosotros los seres humanos tendremos que hacer considerables progresos antes de poder aceptar las cosas gratuitas y valorarlas. Normalmente no les doy nada gratis hasta que alcanzan el Sexto Círculo. Para entonces ya están en condiciones de aceptar… y aceptar es mucho más difícil que dar.
—Hum. Hijo, creo que tal vez debería escribir un libro sobre psicología humana.
—Ya lo hice. Pero está en marciano; Stinky tiene las cintas —Mike miró de nuevo su vaso, dio un lento sorbo—. Nos hemos acostumbrado a tomar algo de licor. Unos cuantos de nosotros: Saúl, Sven, yo, algunos más… nos gusta. Y he aprendido que puedo permitir que surta sólo un poco de efecto; lo interrumpo en ese punto, y así obtengo un acercamiento eufórico muy parecido al trance, pero sin tener que retraerme. Los daños menores son fáciles de reparar —dio otro sorbo—. Eso es lo que estoy haciendo esta mañana: dejar que me inunde un suave resplandor interno y sentirme feliz a su lado.
Jubal lo estudió atentamente.
—Hijo, no está bebiendo únicamente para mostrarse social; algo le bulle en la cabeza.
—Sí.
—¿Quiere hablarme de ello?
—Sí, padre, siempre es una gran corrección estar con usted, aunque no me turbe nada. Pero es usted el único ser humano con el que puedo hablar y saber que asimila, y no sentirme abrumado por ello. Jill siempre asimila, pero si se trata de algo que me duele, a ella le duele todavía más. Con Dawn ocurre lo mismo. Patty… bien, Patty puede alejar de mí cualquier angustia, pero a cambio de quedarme con ella. Las tres resultan heridas con demasiada facilidad para que yo pueda correr el riesgo de compartir plenamente con ellas alguna cosa que no asimile y que desee compartir.
Mike parecía muy pensativo.
—La confesión es algo necesario —continuó—. Los católicos lo saben, la tienen… y poseen todo un cuerpo de hombres fuertes para recibirla. Los fosteritas tienen confesiones en grupo, donde las palabras pasan de unos a otros y pierden virulencia. Necesito introducir la confesión en esta Iglesia, como parte de las purificaciones iniciales… Oh, ya la tenemos ahora, pero espontánea, cuando el peregrino ya no la necesita. Necesitamos hombres fuertes para eso. El pecado rara vez está relacionado con la auténtica incorrección… pero «pecado» es lo que el pecador asimila como tal, y cuando uno asimila con el pecador, el pecado puede doler. Lo sé.
»La corrección no es suficiente —continuó, ahora inquieto—, la corrección nunca es suficiente. Ése fue uno de mis primeros errores, porque entre los marcianos corrección y sabiduría son la misma cosa, idéntica. Pero no sucede así entre nosotros. Tome a Jill. Su corrección era perfecta cuando la conocí; pero pese a todo, estaba confusa interiormente, y casi la destruí, y me destruí a mí mismo también, porque yo estaba tan confuso como ella… hasta que pusimos las cosas en claro. Su infinita paciencia (un rasgo nada común en este planeta) fue lo que nos salvó, mientras yo aprendía a ser humano y ella aprendía lo que yo sabía.
»Pero la corrección sola nunca es suficiente. Se requiere también una dura y fría sabiduría para que la corrección alcance la corrección —sonrió, y su rostro se iluminó—. Y es por eso por lo que le necesito, padre, tanto como le amo. Necesito confesarme con usted.
Jubal se agitó.
—¡Oh, por el amor de Dios! Mike, no convierta esto en una producción. Simplemente dígame qué le corroe por dentro. Encontraremos una salida.
—Sí, padre.
Pero Mike no prosiguió. Por último, Jubal dijo:
—¿Se siente derrotado a causa de la destrucción del Templo? No se lo reprocharía. Pero no está vencido, puede construir uno de nuevo.
—Oh, no, eso no tiene la menor importancia.
—¿Eh?
—Ese templo era un diario con todas las páginas ya escritas. Había sonado la hora de empezar uno nuevo, antes que escribir encima y estropear las páginas ya llenas. El fuego no puede destruir las experiencias vividas en él, y desde el punto de vista estrictamente publicitario y de la política práctica de la Iglesia, ser arrojados de una forma tan espectacular puede ayudar, a la larga. No, Jubal, el último par de días han sido simplemente una pausa agradable en una ajetreada rutina. No ha representado daño alguno —su expresión cambió—. Pero… Padre, últimamente he averiguado que soy un espía.
—¿Qué quiere decir, hijo? Explíquese.
—De los Ancianos. Me enviaron aquí para espiar a nuestro pueblo.
Jubal meditó aquello. Finalmente dijo:
—Mike, sé que es usted inteligente. Posee a todas luces poderes de los que yo carezco, y que no había visto nunca. Pero un hombre puede ser un genio y pese a todo sufrir ilusiones.
—Lo sé. Déjeme que se lo explique, y luego decidirá si estoy loco o no. Ya sabe cómo funcionan los satélites de vigilancia que utilizan las Fuerzas de Seguridad.
—No.
—No me refiero a los detalles técnicos que interesarían a Duque; me refiero al esquema general. Circulan en órbita en torno del globo, recogiendo datos y almacenándolos. En un momento determinado se acciona el «Ojo en el Cielo», y el mecanismo emite todo lo que ha captado. Eso es lo que han hecho conmigo. Le supongo enterado de que en el Nido utilizamos lo que se llama telepatía.
—Me he visto obligado a creerlo.
—Lo hacemos. Pero esta conversación es privada, y, además, nadie de nosotros intentaría nunca leerle; no estoy seguro de que pudiéramos tampoco. Incluso anoche el enlace se efectuó a través de la mente de Dawn, no de la suya.
—Bueno, no deja de ser un consuelo.
—Hum, quiero volver sobre ello más tarde. Soy tan sólo un huevo en este arte; los Ancianos son los maestros. Se mantuvieron en contacto conmigo, pero me dejaron a mis propios medios; me ignoraron totalmente. Luego me activaron, y todo lo que yo había visto y oído, hecho, sentido y asimilado brotó de mí y se convirtió en parte de sus registros permanentes. No quiero decir que borrasen las experiencias de mi mente; simplemente pasaron la cinta, por decirlo así, y sacaron una copia. Pero me di cuenta de la activación… y todo hubo terminado antes de que tuviese tiempo de hacer nada por impedirlo. Luego me soltaron, y eliminaron la conexión; ni siquiera pude protestar.
—Bueno… me parece que te utilizaron de un modo más bien despreciable.
—No según sus estándares. Ni yo habría puesto objeción alguna, me habría ofrecido alegremente voluntario… si lo hubiera sabido antes de abandonar Marte. Pero no quisieron que lo supiese; deseaban que viera y asimilara sin interferencias.
—Iba a añadir —indicó Jubal— que, si ahora está libre de esa condenable invasión de su intimidad, ¿qué daño se ha producido? Opino que, si hubieras llevado un marciano auténtico junto a tu codo durante esos dos últimos años y medio, no se habría producido más daño que el de atraer todas las miradas.
Mike estaba profundamente serio.
—Jubal, escuche una historia. Escúchela hasta el final —y le explicó la destrucción del desaparecido Quinto Planeta del sistema solar, cuyas ruinas eran los asteroides—. ¿Y bien, Jubal?
—Eso me recuerda un poco los mitos acerca del Diluvio.
—No, Jubal. Nadie en la Tierra está completamente seguro acerca del Diluvio. En cambio, están seguros de la destrucción de Pompeya y Herculano.
—Oh, sí. Ésos son hechos históricos establecidos.
—Jubal, la destrucción del Quinto Planeta por los Ancianos es tan históricamente segura como la erupción del Vesubio… y está registrada con muchos más detalles. Nada de mitos. Hechos.
—Oh, de acuerdo. ¿Debo entender que temes que los Ancianos de Marte decidan darle a este planeta el mismo tratamiento? Me perdonarás si confieso que me resulta un poco difícil tragármelo.
—Pero, Jubal, no les costaría nada a los Ancianos hacerlo. Lo único que se necesita es un cierto conocimiento fundamental de la física, saber cómo está unida la materia… y el mismo tipo de control que me ha visto usar una y otra vez. Tan sólo se necesita asimilar primero lo que se desea manipular. Yo puedo hacerlo ahora, sin ninguna ayuda. Se elige un fragmento cerca del núcleo del planeta de digamos unos ciento cincuenta kilómetros de diámetro. Es mucho mayor de lo necesario, pero deseamos hacerlo de una manera rápida y sin dolor, aunque sólo sea para complacer a Jill. Se calcula el tamaño y el lugar, luego se asimila cuidadosamente cómo unir las partículas… —su rostro perdió toda expresión y sus globos oculares giraron hacia arriba.
—¡Hey! —intervino Harshaw—. ¡Ya basta! Ignoro si puede hacerlo o no, ¡pero no quiero que lo intente!
El rostro del Hombre de Marte recobró la normalidad.
—Oh, no lo haría nunca. Para mí sería una gran incorrección; soy humano.
—¿Pero no para ellos?
—No. Los Ancianos pueden asimilarlo como una plétora de belleza. No sé. Oh, poseo la disciplina para hacerlo, pero no la voluntad. Jill podría hacerlo también… es decir, podría contemplar el método exacto. Pero nunca desearía hacerlo; también es humana, y éste es su planeta. La esencia de la disciplina es primero la autoconsciencia, luego el autocontrol. Para cuando un humano estuviese físicamente en condiciones de destruir este planeta mediante este método, en vez de cosas tan torpes como las bombas de cobalto… no le sería posible albergar la volición necesaria, lo asimilo plenamente. Se descorporizaría. Y eso pondría fin a cualquier amenaza. Nuestros Ancianos no vagan por aquí del mismo modo que lo hacen en Marte.
—Hum… hijo, ya que estamos buscando murciélagos en su campanario, acláreme otra cosa. Siempre habla usted de esos «Ancianos» con la misma naturalidad con que yo hablaría del perro del vecino… pero a mí los espíritus me resultan difíciles de engullir. ¿Qué aspecto tiene un «Anciano»?
—Bueno, exactamente el mismo que cualquier otro marciano… excepto que hay mucha más variedad en la apariencia de los marcianos adultos que la que hay entre nosotros.
—Entonces, ¿cómo se sabe que no son más que marcianos adultos? ¿Se escurren por las paredes o algo así?
—Cualquier marciano puede hacer eso. Yo mismo lo hice ayer.
—Oh… ¿Resplandecen, o algo?
—No. Uno los ve, los oye, los palpa… todo. Es como una imagen en un tanque estéreo, sólo que perfecta y colocada de forma directa en la mente de uno. Pero… Mire, Jubal, todo este asunto sería una cuestión estúpida en Marte, aunque comprendo que aquí no lo es. Pero si estás presente en la descorporización… en la muerte de un amigo, y luego ayudas a comer su cuerpo… y entonces ves su espíritu, hablas con él, le tocas, todo… ¿no creería uno después en los espíritus?
—Bueno… O eso, o creerá que ha perdido el juicio.
—Está bien. Aquí podría ser una alucinación, si asimilo correctamente que nosotros no nos quedamos aquí cuando nos descorporizamos. Pero, en el caso de Marte, la alucinación tendría que ser todo un planeta con una civilización intensa y muy compleja abocado a una alucinación masiva… o de otro modo la explicación más sencilla es la correcta: la que me enseñaron y la que toda mi experiencia me impulsa a creer. Porque, en Marte, los «espíritus» constituyen de lejos la parte más potente, importante y numerosa de la población. Los que aún están con vida, los corpóreos, son los desbastadores de los bosques y los extractores del agua, los sirvientes de los Ancianos.
Jubal asintió.
—De acuerdo. Nunca me echo atrás cuando hay que cortar una rebanada con la navaja de Occam. Aunque esto es una contradicción a mi propia experiencia, lo cierto es que mi experiencia se limita a este planeta… es provinciana. De acuerdo, hijo, ¿está asustado por la idea de que puedan destruirnos?
Mike negó con la cabeza.
—No de un modo especial. Creo… no se trata de asimilación, sino de una simple hipótesis… que pueden hacer una de estas dos cosas: o destruirnos, o intentar conquistarnos culturalmente, transformarnos a su propia imagen.
—Pero, ¿no le preocupa la posibilidad de que nos hagan saltar en pedazos? Eso es un punto de vista más bien distanciado, incluso para mí.
—No. Oh, creo que pueden decidir hacerlo. Verá, según sus estándares, nosotros somos unos seres sucios y tarados… las cosas que nos hacemos los unos a los otros, la forma en que no conseguimos comprendernos recíprocamente, nuestra imposibilidad casi absoluta de asimilar entre nosotros, nuestras guerras y epidemias y hambrunas y crueldades… todo eso es una absoluta locura para ellos. Lo sé. Así que pienso que es muy probable que decidan terminar con nosotros por piedad. Esto no es más que una suposición mía; y no soy un Anciano. Pero, Jubal, si se deciden a hacerlo, transcurrirán… —Mike se detuvo y meditó largo rato—… un mínimo absoluto de quinientos años, más probablemente cinco mil, antes de que hagan algo.
—Eso es mucho tiempo para que un jurado tome su decisión.
—Jubal, la mayor diferencia entre nuestras dos razas es que los marcianos nunca se apresuran… mientras que los humanos siempre lo hacen. Ellos preferirán siempre meditar sobre algo un siglo más de la cuenta, o media docena, sólo para asegurarse de que asimilan en toda su plenitud.
—En tal caso, hijo, sugiero que no se preocupe por ello. Si dentro de quinientos o mil años la raza humana no es capaz de manejar a sus vecinos, entonces ni usted ni yo podremos hacer nada. Sin embargo, sospecho que sí podrán hacer algo.
—Eso asimilo, aunque no en su plenitud. Pero ya le he dicho que no estaba preocupado por eso. La otra posibilidad me inquieta más: la de que se trasladen aquí e intenten remodelarnos. Jubal, no pueden hacerlo. Cualquier intento de hacer que nos comportemos como los marcianos acabará con nosotros con la misma seguridad, pero con mucho dolor. Será una gran incorrección.
Jubal se tomó su tiempo para contestar.
—Pero, hijo, ¿no es eso precisamente lo que usted ha estado intentando hacer?
Mike no pareció muy feliz.
—Sí y no. Eso es lo que pretendí al principio. Pero no es lo que intento hacer ahora. Padre, ya sé que se sintió decepcionado conmigo cuando inicié esto.
—Era asunto suyo, hijo.
—Sí. Exclusivamente mío. Debo asimilar y decidir a cada punto crítico culminante yo solo. Y lo mismo debe hacer usted… y cada uno de nosotros. Usted es Dios.
—No acepto el nombramiento.
—No puede rechazarlo. Usted es Dios y yo soy Dios, y todo lo que asimila es Dios, y yo soy todo lo que he sido, visto, sentido o experimentado en toda mi vida. Soy todo lo que asimilo. Padre, vi la horrible forma en que estaba este planeta y asimilé, aunque no plenamente, que podía cambiarlo. Lo que tenía que enseñar no podía aprenderse en las escuelas y las universidades; me vi obligado a introducirlo en la ciudad disfrazado como una religión, cosa que no es, e inducir a los primos a saborearlo a través de despertarles su curiosidad y su deseo de diversión. En parte la cosa funcionó exactamente como yo esperaba; la disciplina y el conocimiento estaban al alcance de los demás tanto como lo estaban de mí, que había sido criado en un nido marciano. Nuestros hermanos se llevaban bien juntos; ya lo ha visto, lo ha compartido: viven en paz y felicidad, sin amarguras ni celos.
»Esto sólo ya fue un triunfo, que demostró que estaba en lo cierto. El mayor don de que disponemos es la relación hombre-mujer; puede que el amor físico-romántico sea algo único de este planeta. No lo sé. De ser así, el universo es un lugar mucho más pobre de lo que podría ser… y asimilo nebulosamente que nosotros-que-somos-Dios debemos conservar este precioso invento y difundirlo. La mezcla, la unión real de dos cuerpos físicos, con la simultánea fusión de las almas en un éxtasis compartido de amor, dando y recibiendo y deleitándose mutuamente… Bueno, no hay nada en Marte comparable a eso, y es la fuente de todo lo que hace que este planeta sea un lugar tan intenso y maravilloso; lo asimilo en toda su plenitud. Y hasta que una persona, hombre o mujer, haya disfrutado de ese tesoro, y se haya bañado en la bendición mutua de tener las mentes enlazadas de un modo tan íntimo como los cuerpos, esa persona seguirá siendo tan virginal y estando tan sola como si nunca hubiese copulado.
»Pero asimilo que usted lo ha hecho; su misma reluctancia a arriesgar una cosa insignificante lo demuestra… y, de cualquier forma, lo sé de forma directa. Usted asimila. Siempre lo ha hecho. Y sin necesidad del lenguaje de la asimilación. Dawn nos explicó que profundizó usted tanto en su mente como en su cuerpo.
—Hum… creo que la dama exagera.
—Es imposible para Dawn hablar sobre esto de una manera que no sea la correcta. Y perdóneme… pero nosotros estábamos allí. En la mente de ella, pero no en la suya… y usted estaba con nosotros, compartiendo…
Jubal se refrenó de decir que las únicas veces en las que había sentido débilmente que podía leer las mentes fueron precisamente en esa situación… y aun entonces no en pensamientos, sino en emociones. Tan sólo lamentaba, sin amargura, no haber sido medio siglo más joven… en cuyo caso sabía que Dawn habría quitado el «señorita» de delante de su nombre y él se habría arriesgado a otro matrimonio, a pesar de sus cicatrices. Y tampoco habría renunciado a la noche anterior ni por todos los años que pudieran quedarle de vida. En esencia, Mike tenía toda la razón.
—Adelante, señor; continúe.
—Eso es lo que debería ser. Pero he ido asimilando poco a poco que raras veces lo era. En su lugar, casi siempre existía la indiferencia, y actos ejecutados de manera mecánica: violación y seducción como un juego no mejor que el de la ruleta, pero con menos posibilidades. Prostitución y celibato, voluntario o forzoso, y miedo y culpa, odio y violencia, y niños educados en la creencia de que el sexo era algo «malo» y «vergonzoso», un acto «animal», y algo que debía ocultarse y de lo que siempre había que desconfiar. Y a esa relación amorosamente perfecta, hombre-mujer, se le daba completamente la vuelta, lo de dentro fuera, y era exhibida como algo horrible.
»Y todas y cada una de esas cosas incorrectas son corolario de los celos. Jubal, no podía creerlo. Aún sigo sin asimilar los celos en toda su plenitud; me parecen una demencia, una terrible incorrección. Cuando aprendí por primera vez lo que era el éxtasis, mi primer pensamiento fue que deseaba compartirlo, compartirlo de inmediato con todos mis hermanos de agua… directamente con mis hermanos femeninos e indirectamente mediante la invitación a compartir con mis hermanos masculinos. Si se me hubiera ocurrido la idea de intentar mantener para mí solo las delicias de esta fuente inagotable, me habría horrorizado. Pero era incapaz de pensar en eso. Y en perfecto corolario, no sentí el más leve deseo de gozar de ese milagro con nadie a quien no amara ya, y en quien confiara. Jubal, soy físicamente incapaz de intentar el amor con una mujer que no haya compartido el agua conmigo. Y esto reza para todo el Nido. Es una impotencia psíquica, a menos que el espíritu se fusione como se fusiona la carne.
Jubal estaba escuchando y pensando tristemente que aquél era un espléndido sistema —para los ángeles—, cuando un aerocoche aterrizó en la plataforma privada, diagonalmente frente a ellos. Volvió un poco la cabeza para ver y, cuando los patines de aterrizaje rozaron el suelo, el vehículo se desvaneció: dejó de estar allí.
—¿Dificultades? —preguntó.
—Ninguna —negó Mike—. Empiezan a sospechar que estamos aquí… que estoy aquí, más bien; creen que todos los demás están muertos. Los del Templo Íntimo, quiero decir. No molestan especialmente a los de los otros círculos… y muchos de ellos han abandonado la ciudad hasta que se calmen las cosas… —sonrió—. Podríamos obtener un buen precio por estas habitaciones de hotel; la ciudad rebosa de visitantes más allá de su capacidad con las tropas de choque del obispo Short.
—Y bien, ¿no es el momento de enviar la familia a algún otro lado?
—Jubal, no se preocupe por ello. Ese coche no ha tenido la menor posibilidad de enviar un informe, ni siquiera por radio. Estoy manteniendo una firme vigilancia. No existe ningún problema, ahora que Jill ha superado sus conceptos erróneos acerca de la «incorrección» de descorporizar personas que tienen la incorrección en ellas. Solía verme obligado a utilizar todo tipo de recursos complicados para protegernos. Pero Jill sabe ya que sólo actúo cuando he asimilado hasta la plenitud —el Hombre de Marte esbozó una sonrisa juvenil—. Anoche me ayudó en una tarea de poda… y no era la primera vez que lo hacía.
—¿Qué clase de tarea?
—Oh, sólo una secuela de la fuga de la cárcel. Unos cuantos individuos de los que estaban también encerrados y a los que no podía dejarse sueltos por ahí; eran perversos. Así que tuve que desembarazarme de ellos antes de eliminar los barrotes y las puertas. Pero, durante meses, he estado asimilando lentamente toda esta ciudad, y algunos de los peores no estaban en la cárcel. Así que me mantuve a la espera, redactando una lista, asegurándome hasta la plenitud en cada caso.
»Y ahora que nos marchamos de esta ciudad… ellos dejarán de vivir aquí también. Eliminados. Necesitaban ser descorporizados y enviados de vuelta al pie de la línea, para que vuelvan a intentarlo. Incidentalmente, ésa fue la asimilación que cambió la actitud de Jill, de los escrúpulos a la aprobación entusiasta: cuando asimiló por fin que es absolutamente imposible matar a un hombre… que todo lo que estábamos haciendo se parecía mucho a la decisión de un arbitro que expulsa del campo a un jugador por «dureza innecesaria» en el juego.
—¿No teme atribuirse el papel de Dios, muchacho?
Mike sonrió con desvergonzada jovialidad.
—Soy Dios. Usted es Dios… y cualquier necio al que extirpo, es Dios también. Jubal, se dice que Dios observa a cada gorrión que cae. Y así es. Pero la forma más aproximada en que puede expresarse esta idea en nuestro idioma, es decir que Dios no puede evitar darse cuenta de la caída del gorrión porque el gorrión es Dios. Y cuando un gato atrapa a un gorrión, ambos son Dios, y realizan los pensamientos de Dios.
Otro aerocoche fue a aterrizar, y se desvaneció antes de tocar el suelo.
—¿A cuántos jugadores expulsó anoche del campo?
—Oh, a unos cuantos. Alrededor de cuatrocientos cincuenta, supongo; no los conté. Ésta es una ciudad grande, ¿sabe? Pero por un tiempo va a ser también una ciudad inusualmente decente. No es una cura definitiva, por supuesto… no hay ninguna cura, excepto adquirir una férrea disciplina —Mike pareció desdichado—. Y ése es un tema sobre el que debo interrogarle, padre. Temo haberme confundido con la gente que me ha seguido. Con todos nuestros hermanos.
—¿En qué sentido, Mike?
—Son demasiado optimistas. Han visto lo bien que ha ido todo para nosotros; todos han comprobado lo felices que son, lo fuertes y sanos que se sienten, lo profundamente que se aman unos a otros. Y ahora creen asimilar que sólo es cuestión de tiempo el que toda la raza humana alcance idéntica beatitud. Oh, no mañana; algunos de ellos asimilan que tendrán que transcurrir dos mil años antes de que empiece a cristalizar un experimento así. Pero consideran que finalmente ocurrirá. Y al principio yo opinaba así también. Incluso les incité a creerlo.
»Pero, Jubal, había pasado por alto un punto clave: los humanos no son marcianos. Cometí este error una y otra vez… me corregí… y aún sigo cometiéndolo. Lo que funciona perfectamente para los marcianos no funciona necesariamente con los humanos. Oh, la lógica conceptual que sólo puede expresarse en marciano sirve para ambas razas. La lógica es invariable… pero los datos difieren. Así que los resultados son diferentes.
»No consigo comprender por qué, si la gente tenía hambre, algunas personas no se ofrecieron voluntarias para ser sacrificadas y que el resto pudiera comer. En Marte esto es algo obvio… y es un honor. Tampoco logro entender por qué los bebés son tan mimados. En Marte, nuestras dos pequeñas serían simplemente arrojadas a la intemperie para que muriesen o sobrevivieran… y en Marte nueve de cada diez ninfas mueren en su primera temporada. Mi lógica era correcta, pero me había equivocado en los datos: aquí los bebés no compiten pero los adultos sí; en Marte los adultos no compiten en absoluto, la competencia está reservada a la primera niñez. Pero, de una forma u otra, la competencia y la eliminación tienen que producirse… ya que de otro modo la raza iniciaría su decadencia.
»Pero, tanto si me equivocaba como si no al tratar de eliminar la competencia en ambos extremos, últimamente he empezado a asimilar que la raza Humana no va a permitirme hacerlo, sea lo que fuere.
Duque asomó la cabeza en la habitación.
—Mike, ¿has echado un vistazo fuera? Hay una muchedumbre concentrándose alrededor del hotel.
—Lo sé —asintió Mike—. Diles a los demás que la espera aún no se ha llenado.
Se dirigió a Jubal.
—La frase «tú eres Dios» no es un mensaje de alegría y esperanza, Jubal. Es un desafío… y una suposición atrevida y desvergonzada de responsabilidad personal… —su expresión se hizo triste—. Pero rara vez exijo que se acepte. Unos cuantos, muy pocos… sólo los que están aquí con nosotros hoy, nuestros hermanos… me han comprendido y han aceptado lo amargo y lo dulce, se han puesto en pie y lo han bebido… lo han asimilado. Los demás, los centenares y miles de otros, insisten en considerarlo como un premio sin competición, una «conversión», o lo ignoran enteramente. No importa lo que les haya dicho; han insistido en pensar en Dios como algo fuera de ellos mismos. Algo que anhela tomar en brazos a todo imbécil indolente, llevárselo al pecho y consolarlo. La idea de que el esfuerzo tiene que ser suyo… y de que todos los problemas que tienen son obra suya… es algo que no quieren o no pueden albergar.
El Hombre de Marte agitó la cabeza.
—Y mis fracasos son tan superiores en número respecto a mis éxitos que estoy empezando a preguntarme si la asimilación completa no me mostrará que sigo un camino equivocado: que esta raza debe vivir escindida, odiándose los unos a los otros, luchando eternamente entre sí, constantemente infelices y en guerra incluso consigo mismos… sólo para que se produzca el proceso de eliminación que toda raza debe sufrir. Dígame, padre. Debe decírmelo.
—Mike, ¿qué demonios le induce a creer que soy infalible?
—Quizá no lo sea. Pero cada vez que he necesitado saber algo, usted fue capaz de explicármelo… y la plenitud demostró siempre que había hablado correctamente.
—¡Maldita sea, me niego a esta apoteosis! Pero comprendo una cosa, hijo. Usted fue quien instó siempre a todo el mundo a que no se apresurara… «La espera se llenará», decía.
—Eso es correcto.
—Ahora está violando su propia regla primaria. Ha esperado sólo un poco… muy poco según los estándares marcianos, calculo… y ya quiere arrojar la toalla. Ha demostrado que su sistema puede funcionar para un grupo pequeño, cosa que me alegra confirmar; nunca había visto personas tan felices, sanas y alegres. Eso debería ser suficiente para el poco tiempo en que lo ha realizado. Vuelva cuando haya multiplicado por mil este número, con todos trabajando y felices y no celosos, y hablaremos de nuevo del asunto. ¿Le parece razonable?
—Habla correctamente, padre.
—Pero todavía no he terminado. Le ha estado preocupando el hecho de que, si había fracasado en conseguir más del noventa y nueve por ciento de los éxitos, era porque la raza no podía seguir adelante sin sus actuales perversidades, y entonces habría que hacer una selección. Pero… maldita sea, muchacho, ya ha estado haciendo esa selección… mejor dicho, los fracasos han estado haciendo la selección por usted, dejando afuera las personas que no le han escuchado. ¿Había planeado eliminar el dinero y la propiedad?
—¡Oh, no! Dentro del Nido no los necesitábamos, pero…
—No los necesita ninguna familia que funcione como es debido. La suya solamente es más grande. Pero afuera son necesarios, para tratar con las demás personas. Sam me dijo que nuestros hermanos, en vez de olvidarse del mundo, se habían mostrado más hábiles que nunca con el dinero. ¿Es eso cierto?
—Oh, sí. Hacer dinero es una tarea sencilla, una vez lo has asimilado.
—Muchacho, acaba de añadir una nueva bienaventuranza: «Bienaventurados los ricos de espíritu, porque ellos amasarán la pasta». ¿Cómo se las apaña nuestra gente en otros campos? ¿Mejor o peor que la media?
—Oh, mejor, por supuesto; es algo que ni siquiera necesita asimilar. Verá, Jubal, esto no es una fe; la disciplina es, sencillamente, un método para funcionar eficazmente en cualquier actividad que uno elija.
—Ahí tiene su respuesta, hijo. Si todo lo que dice es verdad… y no estoy juzgando; sólo pregunto, y usted contesta… entonces ésa es toda la competición que necesita, y se trata de una carrera ganada por anticipado. Si tan sólo un diez por ciento de la población es capaz de entender la noticia, entonces todo lo que hay que hacer es mostrárselo… y en cosa de unas cuantas generaciones todos los estúpidos habrán muerto, y los que gocen de su disciplina heredarán la Tierra. Cuando esto ocurra, dentro de mil años o dentro de diez mil… entonces habrá llegado el momento de preocuparse por crear una nueva valla, para hacer que salten más alto. Pero no tiene que descorazonarse porque sólo un puñado de hombres se hayan convertido en ángeles de la noche a la mañana. Personalmente, nunca me atreví a pensar que lo consiguiese ni siquiera uno. Simplemente creí que no iba a hacer usted más que el ridículo al pretender convertirse en predicador.
Mike suspiró y sonrió.
—Empezaba a temer que lo hubiera hecho; me preocupaba la idea de haberles fallado a mis hermanos.
—Me gustaría que lo hubiese denominado «halitosis cósmica» o algo parecido. Pero el nombre es lo de menos. Si uno posee la verdad, puede demostrarla. Muéstresela a la gente. Si sólo habla, no probará nada.
El Hombre de Marte se puso en pie.
—Me ha presentado las cosas con claridad, padre. Ahora estoy preparado. Asimilo la plenitud —miró hacia la puerta—. Sí, Patty, te he oído. La espera ha terminado.
—Sí, Michael.