31

Patricia rodeó con sus brazos a Ben Caxton y le estampó el beso completo de hermandad antes de que él supiera lo que se le había venido encima. De inmediato ella se dio cuenta de su turbación, y también se sorprendió. Michael le había dicho que le esperase, había estampado en su mente el rostro de Ben y le había explicado que Ben era un hermano completo, del Nido Interior, y ella sabía que el acercamiento entre Jill y Caxton era de segundo nivel, después del de Jill y Michael. Éste era necesariamente del primero, puesto que Michael era la fuente y el manantial de todo su conocimiento del agua de la vida.

Pero era algo innato en Patricia el sentir un deseo infinito de hacer a las personas tan felices como ella, así que frenó la marcha. Invitó a Ben a librarse de su ropa, pero sin apremiarle. Sólo para pedirle que se quitase los zapatos, con la explicación de que el Nido era amable con los pies descalzos; el corolario no formulado era que los zapatos de calle no eran amables con el Nido, que estaba tan suave y limpio como únicamente los poderes de Mike eran capaces de conseguir, como Ben podía ver por sí mismo.

Aparte de eso, se limitó a mostrarle el lugar donde podía dejar colgada cualquier prenda que considerara quitarse, y se apresuró a prepararle una copa. No le preguntó sus preferencias; las sabía por Jill. Simplemente supuso que esta vez él elegiría un martini doble antes que un escocés con soda; el pobre muchacho parecía cansado. Cuando regresó con las bebidas, Ben estaba descalzo y se había quitado la chaqueta.

—Hermano, que nunca tengas sed.

—Compartamos el agua —asintió él, y bebió—. Pero en esto hay un mínimo de agua.

—La suficiente —respondió ella—. Mike dice que el agua puede estar por completo sólo en el pensamiento; es el compartir lo que cuenta. Asimilo que habla correctamente.

—Asimilo. Y esto es justamente lo que necesito. Gracias, Patty.

—Lo nuestro es tuyo y lo tuyo es nuestro. Nos alegramos de tenerte sano y salvo en casa. En estos momentos los demás están asistiendo a los servicios, o atendiendo a la enseñanza. Pero no hay prisa; vendrán cuando la espera se haya colmado. ¿Te gustaría echar un vistazo a tu nido?

Aún desconcertado pero interesado, Ben se dejó guiar por la mujer. Algunos lugares eran más bien comunes: una cocina enorme con una barra en un extremo… más bien escasa de utensilios y con el mismo tipo de suelo amable-con-los-pies que todos los demás sitios, pero notable por el único aspecto de su tamaño; una biblioteca aún mejor surtida que la de Jubal; cuartos de baño amplios y lujosos; dormitorios…

Ben decidió que debían de ser dormitorios, aunque no contenían cama alguna, sino tan sólo suelos, que eran más blandos y suaves que en los demás sitios. Patty los llamó «niditos», y le mostró el que solía utilizar ella para dormir.

Contenía sus serpientes.

Uno de sus lados había sido acondicionado para albergarlas cómodamente. Ben dominó su desagrado hacia las serpientes hasta que llegó a las cobras.

—No hay ningún peligro —le aseguró la mujer—. Al principio poníamos un cristal delante de ellas. Pero Michael les ha enseñado que no deben cruzar esta línea.

—Creo que confiaría más en el cristal.

—De acuerdo, Ben.

En un tiempo notablemente breve volvió a colocar la barrera de vidrio, delante y arriba. Caxton se sintió aliviado cuando se fueron de allí, aunque llegó a acariciar a Cariñito cuando ella le invitó a hacerlo. Antes de regresar a la enorme sala de estar, Pat le mostró otra habitación. Era grande, circular, con el suelo tan mullido como el de los dormitorios, y sin ningún mueble. En el centro había una piscina redonda.

—Éste es el Templo Íntimo, donde recibimos a los nuevos hermanos que entran en el Nido —avanzó un poco e introdujo un pie en el agua—. ¿Quieres compartir el agua y acrecentar el acercamiento? ¿O prefieres limitarte a nadar?

—Oh, ahora no.

—La espera es —asintió Pat.

Volvieron a la sala de estar, y Patricia fue a buscarle otra copa. Ben se acomodó en un grande y cómodo sofá… luego se levantó casi de inmediato. El sitio era demasiado caluroso para él, aquella primera copa le estaba haciendo sudar, y reclinarse en un asiento que se ajustaba demasiado a los contornos de su cuerpo aumentaba aún más el calor. Decidió que era una maldita tontería seguir vestido como lo haría en Washington. Además, Patty seguía sin nada encima excepto tinta de tatuaje, y una serpiente toro que se había enrollado alrededor de sus hombros durante la última parte de la visita, un reptil que le hubiera quitado toda tentación si no hubiera resultado evidente desde un principio que Patty no intentaba ser provocativa.

Se comprometió hasta el extremo de quedarse en calzoncillos, y colgó el resto de su ropa en el vestíbulo. Mientras lo hacía, vio un cartel impreso en la parte interior de la puerta por la que había entrado: «Recuerda que debes vestirte».

Decidió que, en aquella extraña casa, aquel gentil aviso podía ser necesario para cualquier distraído. Luego observó algo más que se le había pasado por alto al entrar, ya que su atención se había visto atraída de inmediato por la decorada Patty. A ambos lados de la puerta había dos grandes cuencos del tamaño de pequeños toneles… llenos de dinero.

Más que llenos… Los billetes de la Federación, de distintas denominaciones, desbordaban los cuencos y se derramaban por el suelo.

Estaba contemplando aquella improbabilidad cuando regresó Patricia.

—Aquí está tu bebida, hermano Ben. Acerquémonos en la Felicidad.

—Hum, gracias —sus ojos regresaron al dinero.

Patricia siguió la dirección de su mirada.

—Debes pensar que como ama de casa soy una calamidad, Ben… y lo soy. Michael hace que todo resulte tan sencillo, la limpieza y lo demás, que a menudo olvido las cosas —se agachó, recogió el dinero que había en el suelo y lo metió en el cuenco menos lleno.

—Patty, ¿qué demonios es eso?

—¿Eh? Oh, lo tenemos aquí porque ésta es la puerta que da a la calle. Si alguno de nosotros sale del Nido… yo misma lo hago casi a diario para ir a comprar comida… puede necesitar dinero. Por eso lo ponemos aquí, donde a uno no se le olvide coger un poco.

—¿Quieres decir… así, sin más ni más? ¿Coger un puñado y salir?

—Vaya, por supuesto, querido. Oh, ya sé lo que quieres decir. Pero aquí nunca hay nadie excepto nosotros. Ningún visitante, nunca. Si alguno de nosotros tiene amigos fuera… todos nosotros los tenemos, por supuesto… la parte de abajo está llena de hermosas habitaciones, del tipo al que están acostumbrados los de fuera, donde podemos encontrarnos con ellos. Este dinero no puede tentar a ninguna persona de carácter débil.

—¡Hey! Yo soy bastante débil…

Ella rió quedamente ante el chiste.

—¿Cómo puede tentarte lo que ya es tuyo? Tú formas parte del Nido.

—Hum… supongo que sí. Pero, ¿qué me dices de los ladrones?

Trató de calcular cuánto dinero contendrían aquellos cuencos. La mayor parte de aquellos billetes parecían ser grandes… Demonios, en el suelo había uno con tres ceros que a Patty se le había pasado por alto.

—Entró uno, la semana pasada.

—¿De veras? ¿Cuánto robó?

—Oh, nada. Michael lo alejó.

—¿Llamó a los polis?

—¡Oh, no, no! Michael nunca entregaría a nadie a los polis. Asimilo que sería una incorrección. Michael se limitó a… —se encogió de hombros— alejarle. Luego Duque reparó el agujero del tragaluz en el cuarto donde está el jardín… ¿te lo enseñé? Es estupendo, con el suelo de hierba. Pero recuerdo que tú también tienes un suelo de hierba, Jill me lo dijo. Allí fue donde Michael vio uno por primera vez. ¿Está toda tu casa así?

—Sólo la sala de estar.

—Si alguna vez voy a Washington, ¿me dejarás pasear por él? ¿Tenderme sobre la hierba? Por favor…

—Claro que sí, Patty. Oh… es tuyo.

—Lo sé, querido. Pero no está en el Nido, y Michael nos ha enseñado que es bueno preguntar, aunque sepamos que la respuesta es sí. Me tenderé en el suelo y sentiré la hierba contra mí, y me colmará de felicidad el encontrarme en el «nidito» de mi hermano…

—Serás más que bienvenida, Patty —Ben miró los tatuajes a la vista, pensó que le importaba un comino lo que pensaran sus vecinos… pero confió en que dejara atrás las serpientes—. ¿Cuándo quieres ir?

—No lo sé. Cuando la espera se colme. Quizá lo sepa Michael.

—Bueno, avísame si puedes, para estar en la ciudad cuando vayas. Si no, Jill conoce siempre el código de mi puerta… lo cambio de tanto en tanto. Patty, ¿no lleva nadie la cuenta de este dinero?

—¿Para qué, Ben?

—Oh, la gente acostumbra hacerlo.

—Bueno, nosotros no. Simplemente sírvete cuando salgas… luego depositas lo que te haya quedado cuando vuelvas a casa, si te acuerdas. Michael me dijo que los mantuviera siempre llenos. Si el nivel baja, le pido un poco más.

Ben dejó a un lado el asunto, aturdido por la simplicidad del arreglo. Tenía ya una cierta idea —del propio Mike y de segunda mano de Jill y Jubal— del comunismo carente de dinero de la cultura marciana; podía ver que Mike había establecido allí una avanzadilla de ese sistema… y aquellos cuencos señalaban el punto de transición por el que uno pasaba de la economía marciana a la terrestre. Se preguntó si Patty sabía que todo aquello era falso, un disfraz mantenido gracias a la enorme fortuna de Mike. Decidió no preguntarlo.

—Patty, ¿cuántas personas hay en el Nido?

Experimentó un ligero conato de preocupación acerca de que estaba adquiriendo demasiados hermanos con quienes compartir sin su consentimiento, pero rechazó la idea como ridícula; después de todo, ¿por qué iba a querer exprimirle ninguno de ellos? Aparte tenderse en su alfombra de hierba, él no tenía ollas de oro a cada lado de su puerta.

—Veamos… casi veinte, contando los hermanos novicios que aún no piensan realmente en marciano y no han recibido las órdenes.

—¿Tú has sido ordenada, Patty?

—Oh, sí. Pero casi toda mi labor consiste en enseñar. Doy clases de marciano a los que empiezan, y ayudo a los hermanos novicios y cosas así. Y Dawn y yo… Dawn y Jill son las dos sumas sacerdotisas. Dawn y yo somos fosteritas bastante conocidas, especialmente Dawn, así que trabajamos juntas en la tarea de demostrar a los demás fosteritas que la Iglesia de Todos los Mundos no está en conflicto con la Fe, del mismo modo que ser anabaptista no le impide a un hombre formar en las filas de los masones… —le mostró a Ben el beso de Foster, le explicó su significado, y luego le mostró el milagroso compañero puesto allí por Mike—. Todos ellos saben lo que representa el beso de Foster y lo difícil que es ganárselo… y han presenciado algunos de los milagros de Mike, y muchos están maduros para hacer el esfuerzo de ascender hacia el círculo superior.

—¿Es un esfuerzo?

—Naturalmente que lo es, Ben… para ellos. En tu caso y en el mío, y en el de Jill, y en el de unos pocos más (tú los conoces a todos), la cosa fue sencilla porque Michael nos llamó directamente a la hermandad. Pero, a los otros, Michael empieza por enseñarles primero la disciplina: no una fe, sino un sistema para comprender la fe mediante el trabajo. Lo cual significa que han de empezar por aprender marciano. Eso no es fácil; yo tampoco soy perfecta en ello. Pero trabajar y aprender es pura felicidad. Has preguntado por el tamaño del Nido; déjame ver: Duque, Jill, Michael… dos fosteritas, Dawn y yo, un judío circunciso y su esposa y cuatro hijos…

—¿Niños en el Nido?

—Oh, más de una docena. No aquí, sino en el nido de los polluelos, justo fuera de aquí; nadie podría meditar con chiquillos gritando y alborotando alrededor. ¿Quieres verlo?

—Hum… después.

—Una pareja católica no casada, con un niño pequeño… excomulgados, lamento decirlo; su párroco se enteró del asunto. Michael tuvo que proporcionarles una ayuda especial; fue un golpe terrible para ellos, y tan absolutamente innecesario… Se levantaban temprano cada domingo para ir a misa como de costumbre, pero los niños hablan. Una familia mormona del nuevo cisma… eso hace tres más, y sus chicos. El resto son la mezcla habitual de protestantes, y un ateo… es decir, uno que creía que era ateo hasta que Michael le abrió los ojos. Vino con ánimo de burlarse; se quedó para aprender, y dentro de poco tiempo será sacerdote.

»Esto hace, hum, diecinueve adultos. Estoy casi segura de que ésa es la cifra correcta, aunque resulta difícil de decir, puesto que rara vez se encuentran todos en el Nido al mismo tiempo, excepto para nuestros propios servicios en el Templo Íntimo. El Nido se ha construido para albergar a ochenta y uno… es decir un «tres lleno», o tres veces tres multiplicado por sí mismo… pero Michael dice que habrá mucha espera antes de que se necesite un nido mayor, y que para entonces ya habremos construido otros más. Ben, ¿te gustaría presenciar un servicio externo y ver cómo lo lleva Mike, en vez de escucharme a mí decir tonterías? Michael estará predicando ahora.

—Oh, sí, me encantaría, si no es demasiado trastorno.

—Podrías ir por ti mismo. Pero me gustará ir contigo… y no tengo ninguna otra cosa que hacer en estos momentos. Espera un segundo, querido, mientras me pongo decente.

—Jubal, volvió al cabo de un par de minutos cubierta por una túnica, no muy distinta de la toga de testigo de Anne pero con un corte diferente, con mangas en alas de ángel, cuello alto y la marca registrada que utiliza Mike para la Iglesia de Todos los Mundos: nueve círculos concéntricos y un sol convencionalizado, bordados encima del corazón. Ese atuendo era una túnica de sacerdotisa, su vestimenta; Jill y las otras sacerdotisas vestían del mismo modo, excepto que la de Pat era opaca, de densa seda sintética, y el cuello era lo suficientemente alto como para cubrir sus dibujos. También se había puesto medias de malla densa, o quizá calcetines, y llevaba unas sandalias en la mano.

»Aquellas prendas la cambiaban por completo, Jubal. La investían de una gran dignidad. Su rostro es muy agradable, y pude darme cuenta de que era considerablemente mayor de lo que había supuesto en un principio, aunque no la diferencia de veinte años que ella asegura. Posee una piel exquisita, y pensé que era una vergüenza haberla estropeado con todos aquellos tatuajes.

»Yo me había vuelto a vestir. Me pidió solamente que siguiera descalzo por el momento, porque no iríamos por el camino por el que yo había llegado. Me condujo a través del Nido hasta salir a un pasillo; nos detuvimos allí el tiempo suficiente para calzarnos y luego descendimos un par de pisos por una rampa hasta alcanzar una galería. Era una especie de anfiteatro que dominaba el auditorio principal. Mike estaba de pie en un estrado. No había púlpito ni altar. Sólo era una sala de conferencias, con un gran símbolo de Todos los Mundos pintado en la pared detrás de él. Había una sacerdotisa con Mike en el estrado y, a aquella distancia pensé que era Jill, pero no lo era; se trataba de otra mujer que se le parece un poco y es casi tan hermosa como ella. La otra suma sacerdotisa, Dawn Ardent.

—¿Qué nombre ha dicho? —interrumpió Jubal.

—Dawn Ardent… nacida Higgins, si quiere ser tan exigente.

—La conozco.

—Ya sé que la conoce, pretendido chivo retirado. Ella pierde la chaveta por usted.

Jubal negó con la cabeza.

—Aquí hay algún error. La «Dawn Ardent» a la que me refiero apenas intercambió unas palabras conmigo, hará cosa de dos años. No es posible que se acuerde de mí.

—Le recuerda. Compra todos sus bodrios comerciales baratos en cinta, bajo todos los seudónimos que ha sido capaz de rastrear. Se va a dormir con ellos, normalmente, y le proporcionan sueños felices. O eso dice ella. Además, no hay la menor duda de que sabe quién es usted. Esa gran sala de estar, y el Nido propiamente dicho, tiene sólo una pieza de adorno, si me disculpa la palabra: una fotografía a tamaño natural, en color, de su cabeza. Da la impresión de que le hubieran decapitado, y su rostro exhibe una sonrisa espantosa. Se trata de una instantánea que Duque le tomó a escondidas.

—¡Maldito mocoso!

—Jill se lo pidió, a espaldas de usted.

—¡Dos mocosos, entonces!

—Señor, habla usted de la mujer a la que quiero… aunque no soy el único dentro de esa distinción. Fue Mike quien la convenció. Agárrese, Jubal: es usted el santo patrón de la Iglesia de Todos los Mundos.

Jubal puso cara de horror.

—¡No pueden hacerme eso!

—Ya lo han hecho. Pero no se preocupe; no es oficial, y no se ha hecho público. Pero Mike le atribuye a usted todo el mérito, dentro del Nido y sólo entre los hermanos de agua, de haber instigado todo el espectáculo. Dice que le explicó tan bien las cosas que finalmente fue capaz de imaginar cómo adaptar la teología marciana a la idiosincrasia de los humanos.

Jubal pareció a punto de vomitar. Ben siguió:

—Me temo que no puede evitarlo. Pero, además, Dawn opina que es usted hermoso. Aparte esa absurda peculiaridad, sin embargo, es una mujer inteligente… y absolutamente encantadora. Pero me estoy desviando del tema. Mike nos vio enseguida, saludó con la mano y dijo: «¡Hola, Ben! Luego nos vemos…», y siguió su plática.

»Jubal, no voy a intentar citarle; hubiera debido usted oírle. No parecía un sermón, y no llevaba ropas místicas… sólo un traje de lino sintético blanco, elegante y bien cortado. Sonaba como un maldito vendedor de coches usados, de los buenos. Soltaba chistes y explicaba parábolas… nada de ello puritano precisamente, pero nada tampoco realmente obsceno. Su esencia era una especie de panteísmo. Una de las parábolas era aquel viejo cuento de la lombriz que, mientras está cavando, tropieza con otra y exclama: «¡Oh, qué hermosa eres! ¡Qué encantadora! ¿Quieres casarte conmigo?». Y la otra responde: «No seas tonta, ¿no ves que soy tu otra punta?». ¿No lo había oído antes?

—¿Oírlo? ¡Yo lo escribí!

—No me había dado cuenta de que fuera tan viejo. Mike le saca mucho partido. Su idea es que, cuando alguien se encuentra con otro ser asimilante… Bien, él no dice «asimilante» en este punto… cualquier otro ser vivo, hombre, mujer o gato extraviado, lo que hace uno es encontrarse con su «otra punta», y el universo es sólo algo pequeño que zurramos entre todos la otra noche para entretenernos y luego acordamos olvidar la broma. Todo ello planteado de una forma muy recubierta de azúcar, y con un extremo cuidado de no pisarles los pies a los competidores.

Jubal asintió y se mostró huraño.

—Solipsismo y panteísmo. Unidos pueden explicarlo todo. Cancelan cualquier hecho inconveniente, reconcilian todas las teorías e incluyen todas las realidades e ilusiones que uno quiera nombrar. El problema es que sólo son algodón de azúcar: todo gusto y ninguna sustancia, y tan insatisfactorios como resolver un relato diciendo: «… y entonces el niño cayó de la cama y despertó; sólo era un sueño».

—No la tome conmigo sobre esto; tómela con Mike. Pero créame, hacía que sonara convincente. Una vez se interrumpió y dijo: «Debéis estar aburridos de tanta charla…», y le gritaron: «¡No!»… Se lo digo, los tenía realmente en un puño. Pero alegó que su voz estaba cansada y que, de todos modos, dentro de una Iglesia tenía que haber milagros y aquello era una Iglesia, aunque no tuviera ninguna hipoteca. «Dawn, tráeme la caja de los milagros». Y entonces hizo un asombroso juego de manos… ¿Sabía que actuó de mago en una feria?

—Supe que había estado en una. Pero nunca me aclaró la naturaleza exacta de su vergüenza.

—Es todo un mago prestidigitador; hizo trucos que me dejaron confuso. Claro que no hubiera importado aunque les hubiera hecho tan sólo los trucos con las cartas que aprenden los niños; los tenía en el bolsillo. Finalmente se detuvo y dijo, como disculpándose: «Se espera que el Hombre de Marte haga maravillas… así que realizo algunos milagros en cada reunión. No puedo evitar ser el Hombre de Marte; es algo que me ocurrió. Pero los milagros pueden ocurriros a vosotros también, si los deseáis. No obstante, para poder ver algo más que estos milagros de vía estrecha, tenéis que entrar en el Círculo. Me entrevistaré luego con aquellos que quieran aprender de veras. Que pasen las tarjetas».

Ben se aclaró la garganta.

—Patty me explicó lo que Mike estaba haciendo realmente: «Esta muchedumbre no son más que primos, querido… personas que han venido atraídas por la curiosidad o quizá impulsadas por algunos de los nuestros que ya alcanzaron uno de los círculos internos». Jubal, Mike tiene la cosa organizada en nueve círculos, como los grados de iniciación de una logia… y a nadie se le dice que hay otro círculo más interior hasta que ha madurado lo suficiente como para ingresar en él. «Ésta es la presentación que hace Mike del asunto», me dijo Patty, «y la hace tan fácilmente como respirar, mientras sondea al mismo tiempo a los asistentes y los evalúa, se mete dentro de sus cabezas y decide cuáles de ellos son posibles candidatos. Quizá uno de cada diez. Por eso se extiende tanto. Duque está detrás de aquella verja, y Michael le dice a qué primos evaluar, dónde se sientan y todo lo demás. Michael le transmite esa información… y despide a los que no le interesan. Dawn se encarga de esa parte, después de recibir el diagrama de los asientos de Duque».

—¿Cómo arreglan eso? —preguntó Harshaw.

—No lo vi, Jubal. ¿Importa? Hay una docena de medios para separar del rebaño a los que les interesan, siempre que Mike sepa quiénes son y haya elaborado alguna forma de señalárselo a Duque. Patty afirma que es clarividente y lo dice con el rostro muy serio. Y… ¿sabe?, yo no descartaría esa posibilidad. Pero inmediatamente después pasaron la colecta. Mike ni siquiera lo hizo al estilo habitual de las iglesias, con música suave y dignos monaguillos. Dijo que nadie creería que aquello era un servicio religioso si no había colecta… así que la incluía, pero con una diferencia. Uno podía poner o coger dinero… cada cual a su gusto.

Y así, Dios me ayude, pasaron una colección de cestitos ya llenos de dinero. Mike no dejaba de decirles que esto era lo que había dejado la última congregación que se había ido, así que cada cual se sirviera, en el caso de estar sin un centavo o hambriento y lo necesitara. Pero que si consideraban que debían dar algo, que lo diesen. Que compartieran con los demás. Simplemente que hicieran una cosa o la otra… que pusieran algo o cogieran algo. Cuando lo vi, pensé que había descubierto un sistema más para desembarazarse de parte del dinero que le sobra.

—No estoy seguro de que pierda dinero en eso —dijo Jubal, pensativo—. Ese truco, adecuadamente planteado, debería dar como resultado que más gente diera más… con sólo unos pocos tomando algo. Y probablemente muy pocos. Diría que es muy difícil que alguien meta la mano y coja dinero cuando la gente a ambos lados está dándolo… a menos que lo necesite realmente.

—No lo sé, Jubal… pero entiendo que se muestran tan indiferentes hacia esas colectas como hacia ese montón de billetes en los cuencos de arriba. Pero Patty me arrancó rápidamente de allí cuando Mike pasó el servicio a sus sumas sacerdotisas. Fui llevado a un auditorio mucho más pequeño, donde acababan de iniciarse los servicios para el séptimo círculo interior… gente que llevaba ya varios meses como mínimo perteneciendo allí y había hecho progresos. Si es que eso eran progresos…

»Jubal, Mike fue directamente de un sitio a otro, y yo no pude ajustarme al cambio. Esa reunión externa era mitad conferencia popular y mitad puro entretenimiento… pero en este otro auditorio se celebraba un rito casi vudú. Esta vez Mike se había puesto una túnica; parecía más alto, ascético y vehemente; hubiera podido jurar que le fulguraban los ojos. El lugar estaba débilmente iluminado, y había una música lánguida que, sin embargo, hacía que uno sintiera deseos de bailar. Esta vez Patty y yo tomamos asiento en un diván que había condenadamente cerca de una cama. Soy incapaz de decir en qué consistía exactamente el servicio. Mike les cantaba en marciano, ellos le respondían en marciano… excepto el estribillo: «¡Tú eres Dios! ¡Tú eres Dios!», que despertaba siempre el eco de alguna palabra marciana que me provocaría dolor de garganta si tratase de pronunciarla.

Jubal emitió un sonido chasqueante.

—¿Era eso? —preguntó.

—¿Eh? Sí, creo que sí… teniendo en cuenta su horrible acento. Jubal… ¿Me ha puesto usted el anzuelo? ¿Ya sabía todo eso? ¿Ha intentado sonsacarme?

—No. Stinky me la enseñó. Él dice que es herejía de la peor especie. Según como él lo ve, quiero decir; a mí no me importa un rábano. Es la palabra marciana que Mike traduce por «Tú eres Dios». Pero nuestro hermano Mahmoud asegura que ni siquiera se aproxima a una posibilidad de traducción. Es el universo proclamando su autoconsciencia… o el «peccavium» con una total ausencia de contrición… o una docena de cosas más, todas ellas intraducibles. Stinky confiesa que no sólo no puede traducirse, sino que él en realidad no la comprende, ni siquiera en marciano… excepto que es una mala palabra, la peor posible en su opinión, y mucho más cerca del desafío de Satanás que de la bendición de un Dios benévolo. Adelante. ¿Eso fue todo? ¿Sólo un puñado de fanáticos gritándose unos a otros en marciano?

—Oh… Jubal, no gritaban, y no me pareció nada fanático. En algunos momentos sus voces apenas pasaban del susurro; la sala estaba casi en silencio. Luego aumentaban ligeramente de volumen, un poco, pero no mucho. Mantenían una especie de ritmo, una pauta, como una cantata, como si llevaran ensayándolo mucho tiempo… y, sin embargo, no tuve la impresión de que lo hubiesen ensayado; más bien parecía como si todos fueran una sola persona, entonando para sí misma lo que sentía en ese momento. Jubal, usted ha visto cómo se animan los fosteritas…

—Demasiado, lamento decirlo.

—Bien, esto no era en absoluto la misma clase de frenesí; todo se desarrollaba con calma y sencillez, como cuando a uno le va venciendo el sueño. Era algo intenso, de acuerdo, y se acentuaba de una manera uniforme, pero… Jubal, ¿ha asistido alguna vez a una sesión espiritista?

—Sí. He probado todo lo que he podido, Ben.

—Entonces ya sabe cómo puede ir aumentando la tensión sin que nadie se mueva o diga una palabra. Se parecía mucho más a eso que a una conmemoración a gritos, o al más relajado de los servicios religiosos. Pero no era suave; entrañaba un hervor terrible.

—La palabra técnica es «apolíneo».

—¿Eh?

—En contraposición a «dionisíaco». Y ambas son más bien procusteanas, lamento decirlo. La gente tiende a simplificar el término «apolíneo» como suave, tranquilo y frío. Pero apolíneo y dionisíaco son dos caras de una misma moneda: una monja de rodillas en su celda, completamente inmóvil y con los músculos faciales relajados, puede hallarse en un éxtasis religioso más frenético que cualquier sacerdotisa de Pan Príapo celebrando el equinoccio primaveral. El éxtasis está en el cráneo, no en la realización de un programa de ejercicios… —Jubal frunció el entrecejo—. Otro error común consiste en identificar apolíneo con «bueno»… simplemente porque nuestras sectas más respetables son apolíneas en sus ritos y preceptos. Mero prejuicio local. Prosiga.

—Bien… de todos modos las cosas no eran allí tan tranquilas como una monja en sus devociones. No se limitaban a permanecer sentados y dejar que Mike les entretuviera; iban de un lado para otro, cambiaban de asientos, y no había duda de que se estaban besuqueando. Sólo besuqueando, creo, aunque la luz era escasa y resultaba difícil ver de uno a otro banco. Una muchacha se dirigió hacia nosotros, pero Patty le hizo alguna seña de que nos dejara, así que simplemente nos besó y se marchó —sonrió—. Fue un buen beso, de todos modos, aunque no se entretuvo con él. Yo era la única persona que no llevaba túnica; me sentía tan llamativo como un traje espacial en un salón de baile. Pero ella no pareció darse cuenta.

»Todo el asunto parecía lo más natural del mundo… y, sin embargo, estaba tan coordinado como los músculos de una bailarina. Mike se mantenía ocupado; a veces allá delante, otras vagando entre los demás. En un momento determinado me dio un apretón en el hombro y besó a Patty, sin prisa pero sin pausa. No me habló. Detrás del lugar que ocupaba cuando parecía presidir la reunión había una especie de artilugio parecido a un espejo mágico, o posiblemente un gran tanque estéreo; lo empleaba para sus «milagros». Aunque en este círculo nunca usó esa palabra, al menos en inglés. Jubal, todas las Iglesias prometen milagros, pero siempre son música celestial ayer y música celestial mañana; nunca música celestial hoy.

—Hay excepciones —le interrumpió Jubal de nuevo—. Muchos de ellos son realizados como un asunto de rutina… exempli gratia entre muchos: los cristianos científicos y los católicos romanos.

—¿Católicos? ¿Se refiere a Lourdes?

—El ejemplo incluía Lourdes, por todo lo que vale. Pero me refería al milagro de la transustanciación, al que apela cada sacerdote católico al menos una vez al día.

—Hum… Bueno, no puedo juzgar algo tan sutil como un milagro. En cuanto a los cristianos científicos, no pienso discutir; si me rompo una pierna, prefiero avisar a un matasanos.

—Entonces mire dónde pone los pies —gruñó Jubal—. No me moleste con sus fracturas.

—Nunca se me ocurriría. No quiero a ningún condiscípulo de William Harvey.

—Harvey podía reducir una fractura. Prosiga.

—Sí, ¿pero qué me dice de sus condiscípulos? Jubal, esas cosas que cita como milagros tal vez lo sean… pero los que Mike ofrece son ostentosos, el tipo de cosas que cualquier cliente que haya pagado podría ver. O es un experto ilusionista, alguien que haría parecer torpe al fabuloso Houdini… o un asombroso hipnotizador.

—Puede que sea ambas cosas.

—O ha maniobrado los cables del circuito cerrado de la estereovisión hasta el punto de que simplemente no pueda distinguirse de la realidad por sus efectos especiales. O «apaga y vámonos, querida».

—¿Cómo es posible que se niegue a aceptar usted los auténticos milagros, Ben?

—Los he incluido en el «apaga y vámonos». No es una teoría que me guste. Sea cual sea el sistema que usara, fue una buena función. Las luces se encendieron detrás de él, y allí estaba un león de negra melena, en una pose tan mayestática y tranquila como un guardián de bronce en la escalinata de una biblioteca, mientras un par de corderitos jugueteaban a su alrededor. El león se limitó a parpadear y bostezar. Desde luego, en Hollywood son capaces de filmar esos efectos cada día… pero parecía real, tanto que tuve la impresión de que olía al león; sin embargo, eso también pudo estar falsificado.

—¿Por qué insiste en la falsificación?

—¡Maldita sea, trato de juzgar imparcialmente!

—Entonces no se eche tan atrás, que está a punto de caerse de espaldas. Procure emular a Anne.

—Yo no soy Anne. En aquel momento me abstuve de juzgar; no hice más que reclinarme en mi asiento y disfrutar del espectáculo. Ni siquiera me irritó el que no pudiera comprender la mayor parte de lo que se decía; tenía la sensación de que pese a todo captaba su música. Mike ejecutó un sinfín de milagros… o números de ilusionismo. Levitaciones, y cosas así. No me sentí crítico. Estaba dispuesto a disfrutar de aquello como si fuera un buen espectáculo. Patty se dirigió hacia el extremo del auditorio después de susurrarme que yo continuase donde estaba.

»—Michael acaba de decirles que todo aquel que no se sienta preparado para ingresar en el círculo siguiente deberá retirarse ahora —me informó.

»—Entonces será mejor que me marche yo también —le dije.

»—Oh, no, querido —me contestó—. Tú perteneces al Noveno Círculo… ya lo sabes. Sigue ahí sentado, vuelvo enseguida —y se fue.

»No creo que nadie se marchara. Aquel grupo estaba formado por miembros del Séptimo Círculo que estaban a punto de ascender. Casi sin que me diera cuenta, las luces volvieron a encenderse… ¡y allí estaba Jill!

»Jubal, definitivamente, aquello no parecía estereovisión. Jill se me quedó mirando y me sonrió. Oh, ya sé, si un actor contempla directamente la cámara, sus ojos se encuentran con los tuyos, no importa dónde estés sentado. Pero si Mike había arreglado aquello también, debería patentar el sistema. Jill llevaba un atuendo de lo más extraño: de sacerdotisa, supongo, pero no como los otros. Mike empezó a decir algo, para ella y para nosotros, parcialmente en inglés; algo sobre la Madre de Todos, la unidad de muchos, y empezó a llamarla con una serie de nombres… Y con cada nombre, su vestido cambiaba.

* * *

Ben Caxton se puso rápidamente alerta cuando las luces se encendieron detrás del sumo sacerdote y vio a Jill Boardman allí de pie, por encima y detrás del sacerdote. Parpadeó y se aseguró que no había sido engañado por la luz y la distancia. ¡Era Jill! Le miraba directamente y le sonreía. Medio escuchó la invocación mientras pensaba que había estado convencido de que el espacio que había detrás del Hombre de Marte era seguramente un tanque estéreo, o algún artilugio parecido. Pero casi podría jurar que era capaz de avanzar unos cuantos pasos y pellizcarla.

Estuvo tentado de hacerlo, pero se recordó que sería una sucia faena que arruinaría el espectáculo de Mike. Lo mejor era aguardar a que Jill estuviese libre.

—¡Cibeles!

… y el atuendo de Jill cambió bruscamente.

—¡Isis!

…de nuevo.

—¡Gea!… ¡Devi!… ¡Ishtar!… ¡Maryam!

—¡Madre Eva! ¡Mater Deum Magna! Amorosa y amada. Vida imperecedera…

Caxton dejó de escuchar las palabras… porque Jill fue de pronto la Madre Eva, revestida sólo con su propia gloria. La luz se diseminó, y vio que ella estaba relajadamente de pie en un Jardín, al lado de un árbol en el que había enroscada una gran serpiente.

Jill sonrió a todos, se volvió un poco, alargó la mano y acarició la cabeza de la serpiente… Luego se volvió de espaldas y abrió los brazos a todos ellos.

El primero de los candidatos avanzó para entrar en el Jardín.

Patty regresó y tocó a Caxton en el hombro.

—Ya estoy de vuelta. Ven conmigo, querido.

Caxton se mostró reluctante. Deseaba quedarse y beber de la gloriosa visión de Jill… deseaba hacer más que eso; deseaba unirse a la procesión e ir adonde ella fuese. Pero se puso en pie y se dirigió hacia la salida con Patricia. Volvió la cabeza, y vio a Mike a punto de abrazar y besar a la primera mujer de la fila. Se volvió para seguir a Patricia, y eso le impidió ver que la túnica de la candidata se desvanecía cuando Mike la besó… y tampoco vio lo que sucedió a continuación, cuando Jill besó al primer candidato masculino para su elevación al Octavo Círculo… y la túnica de éste desapareció también.

—Iremos dando una vuelta —explicó Patty— para darles tiempo a salir de aquí y entrar en el Templo del Octavo Círculo. Oh, no haría ningún daño interrumpirles; pero luego Michael tendría que perder tiempo volviendo a ponerlos en la debida disposición de ánimo… ¡y trabaja tanto ya!

—¿Adónde vamos ahora?

—A recoger a Cariñito. Luego volveremos al Nido, a menos que quieras tomar parte en la iniciación del Octavo Círculo. Puedes hacerlo, ¿sabes?, puesto que perteneces al Noveno Círculo. Pero todavía no has aprendido marciano; te parecería todo muy confuso.

—Bueno… me gustaría ver a Jill. ¿Cuándo estará libre?

—Oh, sí: me indicó que te dijera que luego subirá a verte. Por aquí, Ben.

Se abrió una puerta, y Ben se encontró en el jardín que había visto antes. La serpiente todavía estaba enroscada en el árbol; alzó la cabeza cuando ellos se le acercaron.

—¡Ven, aquí, preciosa! —dijo Patricia—. Eres la buena chica de mamá… —desenroscó con suavidad a la boa y la introdujo en un cesto, con la cola por delante—. Duque la trae por mí, pero yo tengo que enrollarla y decirle que no se marche del árbol. Has tenido suerte, Ben; una transición del Séptimo al Octavo no ocurre muy a menudo… Michael no la celebra hasta que no hay suficientes candidatos para acumular y mantener la disposición de ánimo necesaria. Incluso hubo un tiempo en el que utilizábamos gente del Círculo Íntimo para ayudar a los primeros candidatos a pasar de nivel.

Ben llevó por Patty el cesto con Cariñito hasta que alcanzaron el nivel superior, y así supo que una serpiente de cuatro metros es toda una carga: el cesto tenía asas de hierro, y las necesitaba. Tan pronto como llegaron arriba, Patricia se detuvo.

—Déjala en el suelo, Ben —se quitó la túnica y se la tendió, luego sacó la serpiente y se la enrolló en torno del cuerpo—. Ésta es la recompensa de Cariñito por haber sido buena chica; siempre espera abrazarse a mamá. Tengo que dar una clase dentro de un momento, así que la llevaré hasta el último segundo. No es correcto decepcionar a una serpiente; son como niños pequeños. Son incapaces de asimilar en toda su amplitud, excepto que Cariñito asimila a mamá… y a Michael, por supuesto.

Recorrieron unos cincuenta metros hasta la entrada del Nido propiamente dicho, y a su puerta Patricia dejó que Ben le quitara sus sandalias después de hacer lo mismo con sus propios zapatos. Ben se preguntó cómo podía mantenerse en equilibrio sobre un solo pie bajo tal carga… y observó asimismo que en algún momento se había quitado también sus medias o calcetines… sin duda cuando estaba fuera, arreglando la aparición de Cariñito en el escenario.

Entraron, y ella fue con él, aún envuelta en la gran serpiente, mientras Ben volvía a quedarse en calzoncillos… y dudaba mientras lo hacía, tratando de decidir si debía desprenderse de ellos también. Había visto ya lo suficiente como para tener la razonable certeza de que llevar encima ropa —alguna ropa— dentro del Nido, era algo tan fuera de esas convenciones —y posiblemente tan grosero— como salir a una pista de baile con botas claveteadas. El amable aviso sobre la puerta de salida, el hecho de que en el Nido no había ventanas de ninguna clase, su confort como de seno materno, la falta de atuendo de Patricia, más el hecho de haberle sugerido —aunque no insistido— que la imitase… Todo señalaba hacia un inconfundible esquema de nudismo doméstico entre personas que eran al menos nominalmente sus propios «hermanos de agua», aunque no conociera a la mayoría de ellos.

Había hallado otras confirmaciones además de Patricia. No había tomado mucho como modelo su conducta, bajo la vaga sensación de que una dama tatuada podía muy bien tener extrañas costumbres respecto a la forma de vestir. Pero al entrar en la sala de estar se cruzaron con un hombre que se encaminaba en la otra dirección, hacia los baños y los «niditos»… y Patricia le ganaba al menos por una serpiente y un montón de dibujos. Les saludó con un «tú eres Dios» y continuó su camino, al parecer tan acostumbrado a aquello como la propia Patricia. Pero —se recordó Ben— su «hermano» no había parecido tampoco sorprendido de que Ben fuera vestido.

En la sala de estar había más pruebas. Un cuerpo echado boca abajo en un sofá al otro lado de la estancia: una mujer, le pareció a Ben, aunque no quiso volver a mirar después de que una rápida ojeada le confirmara que también iba desnuda.

Ben Caxton se había considerado siempre bastante liberal respecto a tales cosas. Consideraba simplemente una cosa sensata el nadar sin bañador. Sabía que muchas familias iban tranquilamente desnudas por el interior de sus hogares… y ésta era una familia, más o menos, aunque él no había sido educado en esas costumbres. En una ocasión había dejado que una chica le invitara a un campo nudista, y no se había sentido particularmente turbado luego de los primeros cinco minutos o así; simplemente lo había considerado como una forma estúpida de buscarse un montón de problemas para gozar de los dudosos placeres de las plantas urticantes, los arañazos y la insolación general que lo habían mantenido en cama durante todo un día luego.

Pero ahora se encontraba equilibrado en una perfecta indecisión, incapaz de tomar una resolución entre la probable cortesía de quitarse su simbólica hoja de parra… y la más fuerte probabilidad —la certeza, decidió— de que, si lo hacía así y entraban desconocidos convenientemente vestidos y seguían así, ¡se sentiría como un maldito estúpido! Demonios, incluso era posible que se ruborizara…

—¿Qué hubiera hecho usted, Jubal? —preguntó.

Harshaw alzó las cejas.

—¿Pretende que me muestre impresionado, Ben? He visto cuerpos humanos desnudos, profesionalmente y bajo otros aspectos, durante la mayor parte de un siglo. A menudo es agradable a la vista, con frecuencia resulta deprimente… y nunca es significativo de por sí. Todo depende del valor subjetivo que le agregue el que lo contempla. Asimilo que Mike gobierna su casa siguiendo las líneas nudistas. ¿Debo lanzar gritos de júbilo, o ponerme a llorar? Ninguna de las dos cosas. Me deja indiferente.

—Maldita sea, Jubal, es muy fácil para usted permanecer sentado aquí y mostrarse olímpico acerca de ello: nunca se encontró enfrentado a la elección. Pero jamás le he visto a usted quitarse los pantalones en compañía.

—Ni es muy probable que me vea hacerlo. «Otros tiempos, otras costumbres». Pero asimilo que no se sentía usted motivado por la modestia. Sufría el miedo morboso de parecer ridículo… una fobia muy conocida que tiene un largo nombre pseudogriego con el cual no tengo intención de aburrirle.

—¡Tonterías! Simplemente, no estaba seguro de que fuese educado hacerlo.

—Tonterías usted, señor. Sabía muy bien que era educado, pero temía parecer tonto. O posiblemente le asustaba la idea de ser atrapado inadvertidamente en pleno reflejo galante. Pero me parece asimilar que Mike tenía una razón para instituir tal costumbre en su casa; Mike siempre tiene razones para todo lo que hace, aunque algunas de ellas me parezcan extrañas.

—Oh, sí. Tenía sus razones. Jill me las dijo.

* * *

Ben Caxton estaba de pie en el vestíbulo, de espaldas a la sala de estar y con las manos en sus calzoncillos, tras decirse, no muy firmemente, que lo mejor que podía hacer era lanzarse de cabeza y ver lo que pasaba… cuando unos brazos se cerraron cariñosamente en torno de su cintura desde su espalda.

—¡Ben, encanto! ¡Qué maravilloso tenerte aquí!

Se volvió, y Jill estuvo en sus brazos; su boca cálida y ansiosa se aplastó contra la de él… y Ben se sintió muy feliz de no haber terminado de desnudarse. Porque ella ya no era «Madre Eva»; ahora llevaba una de las largas y envolventes túnicas de sacerdotisa. No obstante, se dio cuenta con gran satisfacción de que tenía entre sus brazos a una muchacha llena de vitalidad, cálida y ondulante; su atuendo sacerdotal no era un mayor impedimento del que hubiera sido una delgada bata, y sus sentidos —tanto táctiles como cinestésicos— le dijeron que el resto era Jill.

—¡Vaya! —dijo Jill, interrumpiendo por fin el beso—. Te he echado de menos, viejo bruto. Tú eres Dios.

—Tú eres Dios —concedió él—. Jill, estás más hermosa que nunca.

—Sí —admitió ella—. Y te lo debo a ti. No sabes el estremecimiento de felicidad que me recorrió cuando te vi en la apoteosis.

—¿La apoteosis?

—Jill se refiere —intervino Patricia— a la parte final del servicio, en el que ella es la Madre de Todos, Mater Deum Magna. Muchachos, debo apresurarme.

—Nunca te apresures, Patty cariño.

—Debo darme prisa, y así no tendré que apresurarme. Ben, tengo que poner en su cama a Cariñito y bajar a dar mi clase; así que dame el beso de buenas noches ahora, ¿quieres?

Ben se encontró dándole el beso de buenas noches a una mujer con una serpiente gigante enrollada en su cuerpo, y decidió que podía pensar en mejores formas de hacerlo… digamos llevando una armadura completa. Pero intentó ignorar a Cariñito y trató a Patty como merecía ser tratada.

Jill besó a Pat y dijo:

—Párate y dile a Mike que aguarde hasta que yo llegue allí, por favor.

—Lo hará de todos modos. Buenas noches, queridos —se marchó, sin precipitaciones.

—Ben, ¿no es una ovejita?

—Ciertamente que lo es. Aunque confieso que al principio me desconcertó.

—Asimilo. Pero no es porque esté tatuada ni por sus serpientes, lo sé. Patty te dejó turbado, deja turbado a todo el mundo, porque nunca tiene dudas; siempre hace automáticamente lo que se tiene que hacer. Se parece mucho a Mike. Está mucho más adelantada que cualquiera de nosotros. Debería ser suma sacerdotisa, pero no quiere aceptar el nombramiento porque sus tatuajes dificultarían el cumplimiento de algunas de sus tareas, y como mínimo serían una distracción para los demás… y no desea quitárselos.

—¿Cómo podría quitarse tantos dibujos? ¿Con un cuchillo de desollar? La mataría.

—Nada de eso, querido. Mike podría borrárselos por completo, sin dejar huella y sin lastimarla en absoluto. Créeme, querido: podría hacerlo. Pero él asimila que ella cree que no le pertenecen; que no es más que su custodio… y asimila con ella al respecto. Ven, sentémonos. Dawn preparará la cena para los tres en un momento. Tengo que comer mientras dure la visita, o no podré hacerlo hasta mañana. Eso parece decir muy poco en favor de la dirección, con toda la eternidad por delante… Pero no sabía cuándo te presentarías, y resulta que has llegado en uno de los días más atareados. Pero dime qué opinas de lo que has visto. Dawn me ha contado que asististe también a un servicio de aspirantes.

—Sí.

—¿Y bien?

—Mike —dijo Caxton despacio— sería capaz de venderles zapatos a las serpientes.

—Estoy completamente segura de que podría. Pero nunca lo haría porque sería algo incorrecto… las serpientes no los necesitan. ¿Qué ocurre, Ben? Asimilo que algo te preocupa.

—No —repuso él—. No se trata de nada sobre lo que pueda poner el dedo. Oh, no soy muy partidario de las Iglesias… pero tampoco estoy en contra de ellas exactamente. Y por supuesto, no de ésta. Supongo que lo único que ocurre es que no asimilo.

—Te lo volveré a preguntar dentro de una o dos semanas. No hay prisa.

—No estaré aquí dentro de una semana.

—Tienes columnas en conserva, ¿no? —no era una pregunta.

—Tres, preparadas recientemente. Pero no debería quedarme ni siquiera tanto tiempo.

—Creo que sí lo harás. Luego puedes telefonear algunas más… probablemente acerca de la Iglesia. Para entonces creo que habrás asimilado que debes permanecer aquí más tiempo.

—Me parece que no.

—La espera es, hasta llenarla. ¿Sabes que esto no es una Iglesia?

—Bueno, Patty me dijo algo por el estilo.

—Digamos más bien que no es una religión. Es una Iglesia, en todos los sentidos legales y morales… y supongo que nuestro Nido es un monasterio. Pero no tratamos de acercar a la gente a Dios; eso es una contradicción en sí misma, ni siquiera puedes expresarla en marciano. No intentamos salvar almas, porque las almas no pueden perderse. No pretendemos convencer a la gente de que tengan fe. Lo que ofrecemos no es fe sino verdad… una verdad que todos pueden verificar; no les animamos a que crean en ella. Una verdad para propósitos prácticos, para el aquí-y-ahora, una verdad tan prosaica como una tabla de planchar y tan útil como una hogaza de pan… tan práctica que puede hacer que la guerra y el hambre, la violencia y el odio sean tan innecesarios como… bueno, como las ropas aquí en el Nido.

»Pero primero tienen que aprender el idioma marciano. Ése es el único problema: encontrar seres lo bastante honestos como para creer en lo que ven, y deseosos de trabajar duro. Es un trabajo duro aprender el lenguaje que puede enseñárseles. Un compositor no podría escribir una sinfonía en inglés… y este tipo de sinfonía no puede escribirse en inglés, como no puede hacerse con la Quinta de Beethoven…

»Pero Mike nunca tiene prisa —sonrió Jill—. Día tras día criba a cientos de personas; encuentra unas pocas docenas, y de entre ésas un número aún menor ingresan en el Nido, y aquí las entrena más profundamente. Y algún día Mike nos tendrá a algunos de nosotros tan completamente entrenados que podremos salir y empezar otros nidos, y entonces todo será como la bola de nieve rodando por la ladera. Pero no hay prisa. Ninguno de nosotros, ni siquiera los del Nido, está realmente entrenado. ¿No es así, querida?

Ben alzó la vista, ligeramente sobresaltado, al oír las cuatro últimas palabras de Jill… y entonces se sobresaltó realmente cuando descubrió inclinada sobre él para ofrecerle una bandeja a una mujer en la que reconoció demasiado tarde a la otra suma sacerdotisa… Dawn, sí, eso era. Su sorpresa no se vio reducida por el hecho de que iba vestida al mismo estilo que Patricia, menos los tatuajes.

Pero Dawn no se sobresaltó. Sonrió y dijo:

—Tu cena, hermano Ben. Tú eres Dios.

—Oh, tú eres Dios. Gracias.

Estaba más allá de sentirse sorprendido cuando ella se inclinó y le besó, luego llevó bandejas para Jill y para sí, se sentó al otro lado de él y empezó a comer. Ben estuvo dispuesto a conceder que —si no era Dios— Dawn tenía los mejores atributos asociados con la divinidad; casi lamentó que no se hubiera sentado frente a él… hubiera podido verla sin que su contemplación resultase demasiado evidente.

—No —admitió Dawn, entre bocado y bocado—, todavía no estamos entrenadas. Pero la espera se llenará.

—Así es el tamaño de las cosas, Ben —continuó Jill—. Por ejemplo, de vez en cuando me tomo un respiro para comer. Pero Mike no ha probado bocado desde hace más de veinticuatro horas, y no lo hará hasta que los demás dejen de necesitarle; has venido en un día muy atareado a causa de este grupo que efectúa la transición al Octavo Círculo. Luego, cuando haya terminado con ello, se atiborrará como un cerdo, y después volverá a aguantar todo el tiempo que sea necesario sin comer. Aparte eso, Dawn y yo nos cansamos… ¿no es así, dulzura?

—Claro que sí. Pero ahora no estoy cansada, Gillian. Deja que me ocupe de ese servicio y quédate con Ben. Dame la túnica.

—En esa cabecita puntiaguda tuya ha entrado algo de locura, cariño… y mamá da azotes. Ben, ella lleva en servicio ininterrumpido casi tanto tiempo como Mike. Ambas podemos resistir mucho esfuerzo… pero comemos cuando tenemos hambre, y a veces necesitamos dormir. Hablando de túnicas, Dawn, ésta era la última en desvanecerse en el Séptimo Templo. Tendré que decirle a Patty que encargue unas cuantas docenas más.

—Ya lo ha hecho.

—Debí suponerlo. Ésta parece un poco apretada… —Jill onduló dentro de su túnica de una manera que turbó a Ben más que la perfecta y desnuda piel de Dawn—. ¿No será que estamos engordando?

—Creo que sí, un poco. Pero no importa.

—Más bien ayuda, querrás decir. Estábamos demasiado delgadas. Ben, ¿te has dado cuenta de que Dawn y yo tenemos la misma figura? Estatura, busto, cintura, caderas, peso, todo… por no citar el color de la piel. Éramos casi iguales cuando nos conocimos… luego Mike colaboró un poco y acabamos por ser idénticas, y nos mantenemos así. Incluso nuestros rostros se parecen cada vez más… pero no lo planeamos de este modo. Eso es consecuencia de hacer las mismas cosas y pensar las mismas cosas. Ponte en pie y deja que Ben te eche un vistazo, querida.

Dawn apartó su plato a un lado y obedeció, adoptando una pose que a Ben le recordó extrañamente a Jill. Hablar de semejanza estaba más que justificado; y entonces comprendió que aquélla era la pose exacta que había adoptado Jill cuando apareció revelada como Madre Eva.

Invitado a mirar, lo hizo. Jill dijo, con la boca llena:

—¿Lo ves, Ben? Ésa soy yo.

Dawn le sonrió.

—Hay la diferencia del filo de una navaja, Gillian.

—Bah. Estás siendo demasiado meticuloso. Casi lamento que nunca podamos llegar a tener la misma cara. Resulta muy cómodo, Ben, el que Dawn y yo nos parezcamos tanto. Necesitamos dos sumas sacerdotisas; es todo lo que podemos hacer para estar a la altura de Mike. Podemos cambiarnos de una a otra justo en medio de un servicio… y a veces lo hacemos. Además —añadió—, Dawn puede comprar vestidos que a mí me sientan bien. Eso me ahorra la molestia de tener que ir de tiendas. Cuando llevamos ropa.

—No estaba seguro —dijo Ben lentamente— de que utilizaseis vestidos. Excepto estos uniformes de sacerdotisa.

Jill pareció sorprendida.

—¿Cómo podríamos salir a bailar con esto? Llevamos trajes de noche, como todo el mundo. El baile es nuestra forma favorita de no convertirnos en unas bellas durmientes, ¿no es así, querida? Siéntate y acaba de cenar, Dawn; Ben ya nos ha mirado bastante por el momento. Oye, en ese grupo de transición hay un hombre que es un perfecto bailarín, y esta ciudad está repleta de buenos clubes nocturnos… Dawn y yo nos hemos alternado sacándolo un montón de noches seguidas; hemos mantenido al pobre tipo tan atareado, que luego hemos tenido que ayudarle a permanecer despierto durante las clases de idioma. Pero todo irá bien para él; en cuanto alcance el Octavo Círculo no necesitará dormir demasiado. ¿Qué te hace pensar que no nos vestimos nunca, querido?

—Oh… —Ben se dio cuenta del lío en el que se había metido.

Jill se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, empezó a reír quedamente… se cortó de inmediato, y de pronto Ben se dio cuenta de que no había oído reír a nadie de aquella gente… sólo los «primos» en el servicio exterior.

—Entiendo. Pero, querido, no he tenido tiempo de cambiarme. Llevo esta túnica porque siempre tengo que estar hablando y actuando. De haber asimilado que eso te turbaba, me habría cambiado de ropa antes de venir a saludarte, aunque no estoy segura de que tuviera otra a mano en estos momentos. Nos hemos acostumbrado a vestirnos o no según lo que estamos haciendo, y es posible que simplemente olvidase que esta túnica tal vez no sea apropiada para la ocasión, según las reglas de la cortesía. Encanto, tú puedes llevar puestos esos calzoncillos o quitártelos… según te parezca bien a ti.

—Hum.

—No te sientas violento por ello, de ninguna de las dos maneras —Jill sonrió e hizo un mohín—. Esto me recuerda la primera vez que Mike fue a una playa pública, pero a la inversa. ¿Te acuerdas, Dawn?

—¡No lo olvidaré nunca!

—Ben, ya sabes cómo es Mike acerca de la ropa. Simplemente no la comprende. Tuve que enseñarle todo. No podía ver ninguna utilidad para la ropa, ni siquiera como protección, hasta que asimiló, con enorme sorpresa, que no éramos tan invulnerables a los cambios atmosféricos como él. La modestia… ese tipo de modestia, no es un concepto marciano, no puede serlo. En realidad él es tan modesto, en el auténtico sentido del término, que hasta duele. Y sólo más tarde asimiló Mike que las prendas de vestir pueden ser ornamentos, después de que empezáramos a experimentar con varias formas de vestir nuestros actos.

»Pero aunque Mike siempre está dispuesto a hacer lo que yo le diga, tanto si lo asimila como si no, no puede imaginar cuántos millones de cosas insignificantes resultan propias y exclusivas del ser humano. Nos pasamos veinte o treinta años aprendiéndolas; Mike tuvo que hacerlo casi de la noche a la mañana. Aún quedan lagunas, incluso ahora. Hace cosas sin darse cuenta de que no es así como las hacen los seres humanos. Todos procuramos enseñarle… en especial Dawn y yo. Todos excepto Patty, que está convencida de que cuanto hace Michael tiene que ser perfecto. Entre otras muchas cosas, él sigue sin asimilar la naturaleza de vestirse. Asimila en su mayor parte que las ropas son la incorrección que separa a la gente, que se interponen en la forma en que el amor permite el acercamiento. Últimamente ha llegado a comprender que en muchos momentos uno desea y necesita esa barrera contra los desconocidos. Pero, durante mucho tiempo, Mike sólo se vistió cuando yo le pedí que lo hiciera, y cuando le dije que debía hacerlo.

»Y una vez olvidé pedírselo. Estábamos en la Baja California. Fue precisamente por aquella época cuando conocimos (en realidad nos encontramos de nuevo) a Dawn; Mike y yo llegamos por la noche a uno de esos grandes hoteles de moda junto a la playa, y él estaba tan ansioso por asimilar el océano, mojarse de pies a cabeza, que a la mañana siguiente me dejó dormir y bajó solo, dispuesto a enfrentarse por sí mismo con el mar por primera vez. Y yo no pensé que Mike no sabía nada acerca de trajes de baño.

»Oh, debía de haberlos visto; pero no sabía para qué eran, o en todo caso tenía alguna idea más bien nebulosa o equivocada. Ciertamente, no sabía que se suponía que uno debía llevarlos en el agua… la idea era casi sacrílega. Y ya conoces las rígidas reglas de Jubal acerca de mantener limpia la piscina; estoy segura de que nunca ha visto un traje dentro de ella. Recuerdo una noche que un montón de gente fue arrojada a ella completamente vestida; pero fue cuando Jubal había decidido ya vaciarla y limpiarla de inmediato.

»¡Pobre Mike! Llegó a la playa, se quitó su bata y se dirigió al agua… con todo el aspecto de un Dios griego, y tan ajeno a ello como a los convencionalismos humanos. El tumulto que se organizó fue tan estrepitoso, que me desperté enseguida; agarré mis ropas y bajé justo a tiempo para impedir que lo llevaran a la cárcel… Regresamos a la habitación y él se pasó el resto del día en trance.

La expresión de Jill se volvió momentáneamente lejana.

—Y ahora también me necesita. Dame un beso de buenas noches, Ben; te veré por la mañana.

—¿Vas a estar ausente toda la noche?

—Probablemente. Es una clase de transición de proporciones más bien numerosas. Mike ha estado manteniéndolos ocupados durante la última media hora y más, mientras nosotras veníamos a saludarte. Pero todo está bien.

Se puso en pie, tiró de él suavemente para obligarle a levantarse también y se echó en sus brazos. Finalmente interrumpió el beso pero no el abrazo, y murmuró:

—Ben, querido, has estado tomando lecciones. ¡Uau!

—¿Yo? Te he sido absolutamente fiel… a mi modo.

—Igual que yo… de la misma manera. No me estaba quejando; simplemente creo que Dorcas te ha estado ayudando en la práctica del beso.

—Un poco, tal vez. Curiosa.

—Oh, oh, siempre soy curiosa. La clase puede esperar mientras me besas otra vez. Trataré de ser Dorcas.

—Procura ser tú misma.

—Lo seré de todas formas. Yo misma. Pero Mike asegura que Dorcas besa de una manera más completa, «asimila más el acto de besar»… que nadie.

—Deja de parlotear.

Lo hizo, por un tiempo; luego suspiró.

—Clase de transición, ahí voy… irradiando claridad como una luciérnaga. Cuida de él, Dawn.

—Lo haré.

—¡Y será mejor que le beses de inmediato y veas lo que quiero decir!

—Eso pretendo hacer.

—¡Adiós, muchachos! Ben, sé buen chico y haz lo que Dawn te diga.

Se marchó, sin apresurarse… pero corriendo. Dawn se puso en pie, oprimió todo su cuerpo contra el de Ben y le rodeó con sus brazos.

Jubal alzó una ceja.

—Y ahora supongo que va a decirme que, en ese punto, se volvió usted gallina.

—Hum, no exactamente. Aunque estuve a punto, casi. A decir verdad, yo no tenía mucho que decir al respecto. Así que, eh… «cooperé con lo inevitable».

Jubal asintió.

—Ningún otro curso de acción posible. Estabas atrapado y no podías correr. En esa situación, lo mejor que un hombre puede hacer es intentar conseguir una paz negociada —añadió—. Pero lamento que las costumbres civilizadas de mi casa hayan causado que el muchacho cayera bajo las garras de la ley en las junglas de la Baja California.

—No creo que sea ya un muchacho, Jubal.