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En Marte, la pequeña avanzadilla humana construía domos de presión semienterrados para el grupo mayor de hombres y mujeres que llegaría con la siguiente nave. Este trabajo se realizó mucho más rápido de lo previsto originalmente, ya que los marcianos se mostraron colaboradores no críticos. Parte del tiempo que se adelantó fue empleado en preparar una estimación preliminar de un proyecto a muy largo plazo para liberar el oxígeno atrapado en las arenas de Marte y convertir el planeta en un territorio más acogedor para las futuras generaciones humanas.
Los Ancianos ni cooperaron ni pusieron trabas a esos planes humanos a largo plazo; todavía no era el momento oportuno. Sus propias mediciones se acercaban a un violento punto crítico culminante, que controlaría el arte marciano durante muchos milenios. En la Tierra, las elecciones continuaban como siempre, y un poeta muy de vanguardia publicó una edición limitada de versos, que consistían enteramente en signos de puntuación y espacios en blanco; la revista Time hizo la crítica del libro, y sugirió que las Actas de la Asamblea de la Federación podían ser provechosamente traducidas a ese sistema. El poeta fue invitado a dar una conferencia en la Universidad de Chicago, cosa que hizo vestido formalmente de etiqueta, pero sin llevar ni pantalones ni zapatos.
Se abrió una campaña publicitaria colosal para promover la venta de órganos sexuales de plantas para uso humano, y se divulgó que la señora de Joseph Douglas («Sombra de grandeza») había declarado al respecto: «Antes me sentaría a una mesa sin servilletas que a una mesa sin flores». Un swami tibetano de Palermo, Sicilia, anunció en Beverly Hills el reciente descubrimiento de una antigua disciplina yoga de respiración que aumentaba tanto el pranha como la atracción cósmica entre los sexos. Se pidió a sus novicios que adoptaran la postura matsyendra vestidos con pañales de lienzo tejido a mano mientras el swami leía en voz alta himnos del Rig-Veda y un ayudante gurú examinaba en otro cuarto los bolsillos de los pupilos. Nada era robado nunca de esos bolsillos; la finalidad era menos inmediata.
El presidente de Estados Unidos proclamó «Día Nacional de las Abuelas» el primer domingo de noviembre, y animó a los nietos norteamericanos a que lo dijesen con flores. Una cadena de establecimientos de pompas fúnebres fue procesada por rebajar sus tarifas y reventar precios de forma desleal. Los obispos fosteritas, tras un cónclave secreto, anunciaron el segundo Gran Milagro de su Iglesia: el obispo supremo Digby había sido trasladado en cuerpo y alma al Cielo y ascendido a arcángel, alineándose junto —pero inmediatamente después— al Arcángel Foster. La gloriosa noticia fue mantenida en reserva mientras llegaba la confirmación celestial de la elevación de un nuevo obispo supremo, Huey Short… un candidato de compromiso aceptado por la facción de Boone, después de echar a suertes repetidamente las papeletas.
L’Unita y Hoy publicaron idénticas denuncias doctrinarias a la elevación de Short; L’Osservatore Romano y el Christian Science Monitor la ignoraron; el Times of India se burló de ella en su editorial, y el Manchester Guardian se limitó a informar de ello, sin comentarios; la congregación fosterita en Inglaterra era pequeña pero extremadamente militante.
Digby no se sintió complacido con esa promoción. El Hombre de Marte le había interrumpido cuando tenía su trabajo a medio terminar… y con toda seguridad aquel estúpido borrico de Short lo iba a malograr todo. Foster le escuchó con angélica paciencia hasta que Digby se hubo desahogado por completo; luego le dijo:
—Escucha, hijo, ahora eres un ángel… así que olvídalo. La eternidad no es momento para las recriminaciones. También tú fuiste un estúpido borrico hasta que me envenenaste. A partir de entonces te las arreglaste bastante bien. Ahora que Short es obispo supremo, también se las arreglará bastante bien, no puede evitarlo. Lo mismo ocurre con los papas. Algunos de ellos no son más que un grano en el culo hasta que son promocionados. Habla con alguno de ellos, sigue adelante… recuerda que aquí no existen las envidias profesionales.
Digby se calmó un poco, pero hizo una petición. Foster agitó negativamente su halo.
—No puedes tocarle. Ni siquiera debes intentarlo. Oh, nada te impide presentar una solicitud de milagro, si quieres ponerte en una situación ridícula. Pero te lo digo de antemano: rechazarán tu petición. Todavía no entiendes el Sistema. Los marcianos poseen su propia organización, distinta de la nuestra, y, en tanto se les necesite, no podemos tocarlos. Dirigen su propio espectáculo como les parece mejor: el universo tiene variedad, hay algo para cada uno… un hecho que vosotros, los trabajadores de campo, pasáis a menudo por alto.
—¿Pretendes decir que ese tipo puede quitarme de en medio, y yo he de quedarme cruzado de brazos?
—Yo me quedé cruzado de brazos en las mismas circunstancias, ¿no? Y ahora te estoy ayudando, ¿no? Mira, hay trabajo que hacer, y mucho. El Jefe quiere resultados, no excusas. Si necesitas un Día Libre para calmar tus nervios, zambúllete en el Paraíso Musulmán y tómatelo. De otro modo, endereza tu halo, cuadra las alas y ponte a trabajar. Cuanto antes empieces a actuar como ángel, antes te sentirás angélico. ¡Sé feliz, hijo!
Digby dejó escapar un profundo suspiro etéreo.
—De acuerdo, soy feliz. ¿Por dónde tengo que empezar?
* * *
Jubal no se enteró de la desaparición de Digby ni siquiera cuando fue dada la noticia. Cuando llegó a sus oídos, no dejó de asaltarle una fugaz sospecha respecto a quién había realizado el milagro, aunque la desechó apresuradamente; si Mike había metido el dedo en ello, se había salido bien librado… y a Jubal le importaba un comino lo que les sucediese a los obispos supremos siempre y cuando no le molestasen con ello.
Más aún, su propia casa había sufrido una considerable alteración. En este caso Jubal supo lo que había ocurrido, pero no se molestó en preguntar. Es decir, Jubal sospechaba lo que había ocurrido pero no sabía con quién… y no quería saberlo. Un ligero caso de violación. ¿Era «violación» la palabra adecuada? Bien, «violación de menores». No, no era eso tampoco; Mike era legalmente mayor de edad, y se suponía que estaba capacitado para defenderse en cualquier clase de forcejeo. De todos modos, ya era hora de que sazonasen un poco al chico, no importaba cómo hubiera ocurrido.
Jubal no pudo reconstruir el crimen basándose en la conducta de las chicas, ya que sus normas variaban constantemente; a veces era ABC versus D, luego BCD versus A, o AB versus CD o AD versus CB… a través de todas las formas posibles en que cuatro mujeres podían aliarse o enfrentarse entre sí.
El juego se mantuvo durante la mayor parte de la semana posterior a la desdichada visita a la Iglesia, período durante el cual Mike permaneció en su cuarto sumido en un trance de retraimiento tan profundo, que Jubal le hubiera declarado muerto de no haberle visto otras veces antes en igual situación. No le habría importado, de no ser porque el servicio doméstico se fue completamente al traste. Las chicas parecían pasar la mitad de su tiempo yendo de puntillas «a ver si Mike se encontraba bien», y estaban demasiado preocupadas para cocinar adecuadamente y mucho menos para actuar de secretarias. Incluso Anne, siempre firme como una roca… ¡maldita sea, Anne era la peor de todas! Abstraída y sometida a inexplicados accesos de lágrimas… y Jubal hubiera apostado su propia vida a que, si Anne hubiera tenido que ser testigo de la Segunda Venida, se habría limitado a memorizar fecha, hora, personajes, acontecimientos y presión barométrica sin que sus tranquilos ojos azules parpadeasen siquiera.
A última hora de la tarde del jueves, Mike despertó de pronto y, de inmediato, ABCD estuvieron a su servicio, «en menos tiempo del que dura el polvo bajo las ruedas del carro». A partir de ahí las chicas encontraron de nuevo tiempo para ofrecerle también a Jubal un perfecto servicio, con lo cual éste contó sus bendiciones y olvidó lo pasado. Todo, excepto un pensamiento retorcido y muy privado de que, si les hubiera pedido que tomaran una decisión definitiva, Mike habría podido quintuplicar sus sueldos con sólo escribirle una postal a Douglas… Pero de todos modos, las chicas se habrían puesto sin un parpadeo de parte de Mike, fueran cuales fuesen las circunstancias.
Una vez recobrada la tranquilidad doméstica, a Jubal no le importó que su reino fuera gobernado por una especie de mayordomo de palacio. Las comidas estaban a su hora y —si eso era posible— mejor guisadas que nunca; cuando gritaba: «¡Primera!», aparecía la chica de turno con los ojos brillantes, feliz y eficiente… y, siendo ése el caso, a Jubal le importaba un comino quién se apuntara los tantos de parte de los chicos. O de las chicas.
Además, el cambio sufrido por Mike le resultaba tan interesante como agradable era el restablecimiento de la paz. Antes de aquella semana, Mike se manifestaba dócil de un modo que Jubal había calificado de patológico; ahora se mostraba tan seguro de sí mismo que Jubal le hubiera descrito como engreído de no ser porque el joven derrochaba una consideración y una cortesía inagotables. Pero aceptaba el homenaje de las chicas como si se tratara de un derecho natural, parecía más viejo de lo que marcaba el calendario de su edad antes que más joven, su voz se había hecho más profunda, y hablaba con disciplinada energía antes que con timidez. Jubal decidió que Mike se había integrado a la raza humana; se dijo que podía dar de alta a su paciente como curado.
Excepto en un punto, se recordó Jubal: Mike seguía sin reír. Podía sonreír ante una broma, y a veces ni siquiera pedía que se la explicasen. Mike estaba alegre, incluso contento… pero nunca se reía.
Jubal decidió que aquello no era importante. El paciente estaba cuerdo, sano y era humano. Pocas semanas antes, Jubal no habría apostado nada a que el muchacho pudiera llegar a curarse. Era lo bastante honesto y humilde como para no atribuirse como médico el mérito de aquella transformación; eran las chicas quienes tenían más que ver con ello. ¿O debería decir «una de las chicas»?
Desde la primera semana de su estancia, Jubal había repetido a Mike casi a diario que podía quedarse todo el tiempo que quisiera en la casa… pero que debería ponerse en movimiento y ver el mundo tan pronto como se considerara en condiciones. En vista de esto, Jubal no hubiera debido sorprenderse cuando Mike anunció una mañana —durante el desayuno— que iba a marcharse. Pero se sorprendió y, ante su propio asombro, se sintió dolido.
Lo disimuló utilizando innecesariamente la servilleta antes de responder:
—¿Ah, sí? ¿Cuándo?
—Nos vamos hoy.
—Hum. Hablas en plural —Jubal miró en torno de la mesa—. ¿Es que Larry, Duque y yo vamos a tener que guisar nuestras comidas hasta que pueda conseguir más ayuda?
—Hemos hablado de eso —repuso Mike—. Jill vendría conmigo, nadie más. Necesito a alguien a mi lado, Jubal; todavía no sé cómo hace las cosas la gente en el mundo. Sigo cometiendo errores; necesito un guía por un tiempo más. Pensé que podía ser Jill, puesto que quiere seguir aprendiendo el marciano… y creo que las otras también. Pero si desea que Jill se quede, entonces puede ser alguien distinto. Tanto Duque como Larry están dispuestos a ayudarme, si no puede prescindir de ninguna de las chicas.
—¿Quiere decir que tengo voto sobre el asunto?
—¿Qué? Jubal, ha de ser su decisión. Todos sabemos eso.
«Hijo, eres todo un tipo», pensó Jubal, «y probablemente acabas de pronunciar tu primera mentira. Dudo mucho que pueda convencerte de que te vayas con Duque si ya has tomado tu decisión hacia otro lado».
—Supongo que tiene que ser Jill, pero… Miren, chicos, ésta sigue siendo su casa. El cerrojo nunca estará corrido para vosotros.
—Lo sabemos, y volveremos. Compartiremos el agua otra vez.
—Así será, hijo.
—Sí, padre.
—¿Eh?
—Jubal, no existe palabra marciana para «padre». Pero últimamente he asimilado que es usted mi padre. Y el padre de Jill.
Jubal lanzó una mirada a Jill.
—Hum, asimilo. Cuídense.
—Lo haremos. Vamos, Jill.
Se habían ido antes de que Jubal se levantase de la mesa.