24

    
    Carys Panther llevó el metrodeportivo MG gris metálico al cruce de Nueva Costa y después lo metió directamente en el transbordador de coches que iba a Elan. El vagón estaba cerrado por completo, era un tubo de aluminio con una franja polifotónica brillante en el techo con un par de ventanillas estrechas a cada lado. Su MG era tan bajo que las ventanillas le quedaban más arriba. La matriz de conducción del coche la llevó detrás de un gran BMW 6089 todoterreno antes de poner el freno, un turismo Ford Yicon se colocó detrás de ella.
    Carys le ordenó al asiento que se reclinara y se recostó para disfrutar del viaje. Su mayordomo electrónico cargó en su visión virtual toda una serie de ideas para historias y argumentos que la mujer empezó a rellenar y unir con complicados giros. En ese momento había una gran demanda de sagas largas y un poco fantásticas, que eran su género preferido. Ant, su agente, estaba deseando explotar el mercado. Decía que era la incertidumbre de la situación con los primos lo que estaba quitándole a la gente las ganas de ver el realismo más crudo, querían evadirse. Y quién mejor que él para saberlo. Ant era incluso mayor que Nigel Sheldon y llevaba siglos haciendo el mismo trabajo. Había visto todos los caprichos creativos que habían aparecido, y había vivido el ciclo de las modas que hacía girar una y otra vez los mismos géneros.
    Pasaron veinte minutos antes de que el tren empezara a moverse, arrastrado por una locomotora eléctrica Fanton T5460. De Augusta se iba sin escalas a Nueva York. Desde ahí, el enlace transterráqueo la llevó a Tallahassee, Edmonton, Seattle, Los Ángeles Galáctico, Ciudad de Méjico y Buenos Aires antes de cruzar al fin el Pacífico hasta Sydney, que desviaba el tren hasta Wessex. Tardaron una hora más o menos en recorrer la Tierra y pararon en cinco de las estaciones para que pudieran subir al transbordador más vehículos. Cuando llegaron a Wessex, hubo una parada más larga para que se añadieran seis vagones más, después les llevó cinco minutos cruzar la estación planetaria hasta la salida de Elan. Un minuto después, estaban entrando en el largo andén que llevaba a la carretera de Runwich, la capital del planeta.
    La matriz de conducción del MG se conectó con el directorio de carreteras de la ciudad, pagó el impuesto de vehículos local y atravesó las afueras para llegar al aeropuerto. Por una vez, los horarios de los enlaces funcionaron como estaba previsto.
    Un Siddley-Lockheed CP-505, un gran avión de seis hélices, la aguardaba en la plataforma de estacionamiento. Carys subió con el coche por la rampa posterior y entró en la bodega de carga abierta, donde unos cepos electromusculares sujetaron las llantas del coche. Había otros quince coches allí dentro, junto con dos autocares. El avión podía transportar sesenta y cinco toneladas de carga en total, además de ciento veinte pasajeros en la cubierta superior.
    Carys se pasó las siguientes tres horas sentada en un cómodo asiento de primera clase mientras un agradable auxiliar de vuelo que todavía estaba en su primera vida le servía champán y cruzaban el ecuador a una velocidad de mach 0,95.
    Ant la llamó dos veces para consultarle unos guiones y para pedirle permiso para intensificar las negociaciones de sus contratos. Era bastante halagador que tratara con ella en persona, su lista de clientes llevaba cerrada más de un siglo. Si todo iba bien, su última saga debería llegar a la unisfera en unos seis meses.
    Aterrizaron en el aeropuerto de Kingsclere, en Ryceel, y Carys volvió a subirse a su MG. Mientras salía de la capital del continente meridional, vio las Dau’sings elevándose sobre el horizonte.
    La caseta de peaje que había a la entrada de la autopista que llevaba a Randtown tenía un gran cartel nuevo en la parte delantera que decía: «No se permite la entrada a vehículos militares». Alguien había pintado encima con un aerosol de color naranja brillante «Muerte a los putos traidores antihumanos».
    -Esto va a ser divertido -murmuró mientras se acercaba al exterior de la caseta y ponía el tatuaje de crédito del pulgar en la almohadilla. La barrera reforzada se levantó y Carys entró en la autopista. La amplia franja de hormigón amalgamado por enzimas se extendía ante ella, completamente desierta. La guionista pensó que parecía la parrilla de salida de una pista de carreras de gigantes, lo que representaba un desafío interesante. Cargó todas las herramientas de los programas de la matriz de conducción en su visión virtual y supervisó su integración en el sencillo sistema de gestión de tráfico de la autopista. El regulador de velocidad era un viejo programita al que no resultaba nada difícil meterle el parche que venía de serie en las modernas y agresivas rutinas del MG. Eliminó la incómoda función de supervisión del coche del programa causante del conflicto y pisó a fondo el acelerador manual.
    Entró una oleada de potencia en los motores de eje que la hundió en el asiento. Carys trabó la velocidad, conectó el radar y las funciones de navegación con el programa de dirección y le cedió todo el control a la matriz de conducción. Las bandas electromusculares de las paredes de las llantas respondieron al incremento de velocidad cambiando de costado y expandiendo el ancho de banda para contar con un grado de tracción incluso mayor. Había una sonrisa malvada en el rostro de Carys cuando el coche atacó la primera colina de las estribaciones a trescientos kilómetros por hora.
    
    -Permanecí leal -dijo Dudley Bose-. Fui un estúpido. ¿Oíste lo que dije? ¿Has visto las grabaciones? Les advertí, les dije que huyeran. Y entonces mi voz desapareció. Los alienígenas debieron de silenciarme, debieron de castigarme por estropearles los planes. Y durante todo ese tiempo estuve arriesgando el cuello por el puto Wilson Kime. El cabrón que me dejó allí para que me pudriera, para que muriera bajo un sol alienígena. Que me sacrificó para salvarse él.
    -Estás muy vivo, mi amor -le dijo Mellanie.
    Estaban echados en la cama de matrimonio de lo que el hotel, con un ojo muy avispado para la sátira, llamaba la suite nupcial. Las cortinas estaban abiertas, permitiendo que Dudley viera sus preciosas estrellas. A Mellanie le costaba no ponerse a bostezar. Estaba desesperada por irse a dormir. Algo que el nuevo Dudley Bose al parecer nunca hacía sin la ayuda de potentes fármacos. La joven se preguntó si debería deslizarle otra píldora en la copa, ya eran casi las tres de la mañana. Pero el champán que habían tragado con tanta impaciencia un rato antes se había quedado sin burbujas y ni siquiera el Jardines del Corazón de Pino, el mejor hotel de Randtown, iba a ofrecerles servicio de habitaciones a esa hora. Maldito sea este sitio, no se puede ser más patético ni atrasado.
    No le habían quedado muchas alternativas, aparte de regresar a Randtown para terminar el reportaje de seguimiento sobre el bloqueo. Alessandra quería saber si los residentes habían renunciado a su postura antihumana una vez que se había instalado por la fuerza la estación de detección de agujeros de gusano en las montañas Regentes, sobre la ciudad. La perspectiva que pensaban adoptar era la de una población arrepentida que comenzaba a darles la espalda a bufones patanes como Mark Vernon. A Mellanie no le costaría nada encontrar las entrevistas apropiadas, cuanto más pintorescas, mejor.
    Pero Mellanie no quería hacerlo, no solo porque despreciaba Randtown y su engreída mentalidad pueblerina. El caso Myo era mucho más importante para ella. Si conseguía descifrar aquello, ya ni siquiera necesitaría la protección de Alessandra. Pero le estaba resultando difícil. Después del glorioso fiasco de la ceremonia de bienvenida de la marina, se había pasado día y medio encerrada en su habitación de hotel con Dudley Bose, proporcionándole un maratón sexual que la mayor parte de los hombres solo había visto en los porno-TSI o durante sus crisis de los cuarenta. El científico no le había contado nada. Hablaba sin parar, entre hazaña y hazaña física que Mellanie llevaba a cabo para él, pero siempre era sobre lo mismo: él, y si seguía vivo allí fuera, en Dyson Alfa. Se tomaba algún respiro ocasional en forma de diatribas contra Wilson Kime, su ex mujer y la Marina en general. Sus recuerdos seguían siendo demasiado caóticos como para proporcionarle algo útil a Mellanie.
    Había estado a punto de dejarlo en el hotel Nadsis, en Augusta, cuando tuvo que irse a coger el tren de Elan. A punto. Pero una duda persistente, algo que la joven esperaba que fuera el comienzo de su intuición periodística, abogaba por la perseverancia. Estaba segura de que Dudley sabía algo que podría ayudarla, aunque estaba empezando a preguntarse si no se estaba pasando en su interpretación del comentario de Myo.
    Así que cuando al fin había llamado a Alessandra para admitir que no estaba progresando en el caso de Myo, había tenido que soportar la mordaz superioridad de su mentora. Mellanie le dijo de inmediato a Dudley que iban a pasar un fin de semana en un retirado destino turístico que conocía y donde iba a convertir en realidad las fantasías que había tenido en todos los Mundos Silenciosos que había visitado, las más ardientes y lascivas. Sería su última oportunidad para intentar averiguar qué sabía aquel hombre, lo que Myo no le estaba contando. Y el científico la había seguido como un niño bueno.
    -¿Pero estoy vivo ahí arriba? -Dudley señaló con un gesto débil la ventana abierta de la suite nupcial.
    -No. Solo existes tú. Eres único. Debes comprender eso de una vez y dejar de preocuparte por tu antigua vida. Se acabó. Ahora empiezas de cero y yo estoy aquí para hacer que sea lo más placentero posible.
    -Dioses, esa es la formación cruzada de Zemplar. -Dudley se bajó de la cama y se acercó descalzo a la ventana. La abrió de un tirón y sacó la cabeza. La brisa fresca que soplaba del Trine’bar hizo que Mellanie se estremeciera en la cama.
    -No me dijiste que estábamos aquí -dijo Dudley.
    -¿Dónde? ¿En Randtown? Sí que te lo dije.
    -No, en Elan. Esto tiene que ser Elan. Tengo razón, ¿no?
    -Sí, mi amor, esto es Elan. -Estaba impresionada; era obvio que la transferencia de recuerdos se había hecho de una forma impecable. Era solo la personalidad la que no había sobrevivido intacta al procedimiento-. Y ahora, por favor, cierra la ventana. Me estoy congelando.
    -Es lo más cerca que se puede estar de Dyson Alfa, aparte de Tierra Lejana. -Dudley todavía tenía la cabeza fuera, así que su voz sonaba apagada.
    -Sí.
    -De ahí es de donde vienen los Guardianes, sabes.
    -Lo sé. -La joven empezó a buscar el edredón a su alrededor, después se detuvo-. ¿Sabes algo de los Guardianes?
    -Un poco. Fue solo una vez.
    -¿Qué fue una vez?
    El científico le dio la espalda a la ventana y bajó la cabeza, avergonzado.
    -Nos entraron en casa. Al final averiguamos que podrían haber sido los Guardianes. La investigadora jefe creía que la puta con la que estaba casado había conocido al mismísimo Bradley Johansson.
    -¿Qué investigadora jefe? -preguntó Mellanie intentando contener su agitación.
    -La tía rara de la Colmena, Paula Myo.
    Mellanie se dejó caer de espaldas y levantó los dos puños en el aire con gesto triunfante.
    -¡Sí!
    -¿Qué pasa? -preguntó Dudley, nervioso.
    -Ven aquí.
    Y se lo tiró.
    Como siempre, le resultó increíblemente fácil controlarlo. Si lo dejara, el muchacho alcanzaría el clímax en cuestión de segundos, así que fue muy estricta, lo arrastró, lo provocó y se lo negó todo a partes iguales para que durara todo lo que ella quisiese. Pero esa vez fue diferente en una cosa, esa vez ella también se permitió correrse. No hubo fingimientos ni efectos de sonido. Se convirtió en su propia y egoísta celebración, aquel hombre estaba allí para complacerla.
    Dudley debió de saber que había algo diferente, debió de percibir algún cambio en ella. Su mirada, mientras yacía después en la cama con ella, era de adoración.
    -No me dejes -le rogó-. Por favor, no me dejes jamás. No lo soportaría. No podría.
    -No te preocupes, amor mío -le dijo Mellanie-. Todavía no he terminado contigo. Ahora sé bueno y tómate una de tus pastillas para dormir.
    Dudley asintió, ansioso por complacer, y se tragó una con los restos del champán. Mellanie ahuecó las almohadas, se hundió en ellas y le sonrió al techo. Por primera vez en cuatro días, cayó en un sueño profundo y satisfecho.
    
    Mark estaba en el viñedo con uno de los recolectores automáticos que se había calado. Barry y Sandy estaban con él, ansiosos por contribuir a las reparaciones. La ayuda que ofrecían era en forma de carreras por las filas de parras, de un lado a otro, con el perro ladrando como un loco mientras esquivaba a los niños. La gran máquina larguirucha se había detenido a medio camino de la tercera fila, cuando los programas de control se habían dado cuenta de que las moras grencham no se deslizaban por la tolva central. Los brazos recolectores, parecidos a los de un pulpo, se habían quedado inmóviles en diferentes fases mientras recogían los racimos.
    Solo llevaban tres días recogiendo la cosecha y ya había tenido dos averías en su propio viñedo. Las llamadas de los vecinos para que les ayudara con problemas mecánicos estaban entrando cada vez con más frecuencia y desesperación. Mark se deslizó por el hueco que quedaba entre las frondosas parras y el costado de la máquina y desenganchó el panel de inspección del mecanismo del cargador. Igual que antes, unos trozos de parra habían bajado por la tolva y se habían enredado alrededor de varios engranajes y rodillos. Eran las tenazas del extremo de los brazos recolectores las que estaban metiendo la vegetación. Si lo mirabas bien, era igual que todo en la vida: un problema de programación. Tendría que escribir un parche de discriminación a tiempo para el año siguiente. Entretanto, eran un simple par de podaderas las que tenía, que cortar las parras fibrosas y, luego, las manos humanas las que tenían que sacarlas. Las moras grencham aplastadas hacían que el proceso entero fuese lento y viscoso.
    -Mira eso, papá -exclamó Barry.
    Mark arrancó los últimos trozos de parra del mecanismo de alimentación y levantó la cabeza. Alguien estaba conduciendo por la carretera de piedra compacta del valle a una velocidad ridícula. Un vehículo bajo y gris que producía un largo torbellino de polvo a su paso.
    -Idiota -gruñó Mark.
    El panel de inspección volvió a colocarse en su sitio, después le dio a los tornillos de seguridad un par de golpes con la parte superior de los alicates medianos que llevaba para que no se abrieran. Su mayordomo electrónico le dio a la matriz del recolector automático la orden de que reanudara las operaciones y los brazos se extendieron de nuevo poco a poco. Las tenazas hicieron un corte ligero en la parte superior de los racimos. Los movimientos comenzaron a acelerarse. Mark asintió satisfecho y sacó las gafas de sol del bolsillo del mono.
    -Vienen hacia aquí, papi -chilló Sandy.
    El coche había frenado un poco para girar por el camino de entrada del viñedo de los Vernon. No se parecía a nada de lo que tendría un habitante de Randtown.
    -Pues vamos, entonces -le dijo a sus hijos-. Vamos a recibirlos.
    Se metieron entre las parras y corrieron hacia la entrada llamando a Panda, que se había ido a perseguir wobes, los equivalentes locales a los ratones de campo. Mark llegó al final de la fila, donde le echó un buen vistazo al elegante coche que se acercaba a la casa. Su lustrosa forma le dio alguna pista sobre el visitante.
    El MG se detuvo junto a la camioneta Ables; llevaba la suspensión alta para viajar por terreno accidentado, que después bajó para que las ruedas volvieran a encajar en el chasis. Se abrió una puerta ondulada de uno de los lados y la que salió fue Carys Panther. Vestía una elegante falda de ante de tablas y unas carísimas botas vaqueras hechas a mano, con una sencilla blusa blanca. El Stetson de color gris paloma lo llevaba en una mano.
    Barry lanzó un chillido de júbilo a modo de bienvenida y echó a correr. Sandy sonreía encantada, siempre era emocionante cuando la tía Carys venía de visita.
    -Bonito cacharro -dijo Mark con ironía.
    -¿Oh, eso? -Carys señaló con desdén el MG-. Es el coche de la mujer de mi novio.
    Mark hizo un exagerado llamamiento a los cielos. Aquella mujer siempre tenía que hacer una entrada espectacular.
    
    Ninguna de las dos doncellas que les llevaron el desayuno a las once miró a Mellanie a los ojos. Pusieron las grandes bandejas en la mesa y salieron sin más.
    -Que os follen -les dijo Mellanie después de que la puerta se cerrara tras ellas. Empezó a levantar las tapas plateadas de las fuentes. El servicio de habitaciones quizá fuera una mierda, pero la cocina era de primera, desde luego-. Al ataque -le dijo a Dudley.
    El científico se sentó enfrente de ella, como un colegial delante del director. Mellanie recordaba muy bien aquella sensación.
    -¿Qué quieres de mí?
    -Tu historia.
    -¿Eso es todo lo que soy, una historia?
    -Al final todos somos historias. Quiero ayudarte, Dudley, en serio. Si puedes asumir lo que te ha pasado, serás mucho más feliz. Y creo que puedo ayudarte. De veras.
    -¿Y nosotros? ¿Qué pasa con nosotros?
    Mellanie esbozó una sonrisa descarada, cogió una fresa y la lamió con un gesto igual de malicioso.
    -No creerás que me entrego así a alguien que no me importa, ¿verdad?
    La sonrisa con la que respondió Bose fue de cauto alivio. Mellanie fue rodeando la mesa con la silla hasta que quedó apretada contra él. Bajo la mirada fascinada y silenciosa del hombre, la joven cogió otra fresa y la sostuvo con delicadeza entre los dientes. Se desató la bata muy poco a poco y la abrió, después se inclinó hacia él y le introdujo la fresa en la boca. Dudley la mordió y sus labios se tocaron.
    -Oh, Dios. -El científico estaba temblando y tenía los ojos húmedos.
    -Ahora dame tú algo.
    Dudley sostuvo una fina rodaja de tortita chorreante de jarabe de arce. Mellanie se echó a reír cuando le cayeron unas gotas en los pechos y después fue mordisqueando la tortita. Dudley saltó sobre ella y derribó las bandejas del desayuno de la mesa. A la joven le sorprendió que su amante hubiera mostrado tanta contención y se rió cuando la silla salió volando hacia atrás y los dos cayeron rodando por el suelo con Dudley tirándose del albornoz como un loco.
    Se la tiró allí mismo, sobre la costosa alfombra moozaki, con el zumo de naranja cayéndoles encima de los vasos volcados que habían quedado en la mesa. Luego la arrastró hasta la cama y se la tiró otra vez.
    -Voy a necesitar otro baño -dijo Mellanie cuando él se corrió al fin. Aunque el científico había hecho todo lo que había podido para lamerle el jarabe y las jugosas golosinas del pecho y los muslos, seguía sintiéndose pegajosa.
    -Pues me baño contigo.
    La joven sonrió y se acurrucó contra él.
    -¿Y cuándo conociste a Paula Myo?
    -Antes del vuelo -dijo Dudley con un suspiro-. Me sacaron del rejuvenecimiento para la entrevista.
    -¿Que hicieron qué?
    -Me estaba sometiendo a un rejuvenecimiento parcial antes del vuelo. No había tiempo para uno completo, pero yo era bastante mayor, fisiológicamente hablando, así que me iban a quitar todos los años que pudieran antes de comenzar el entrenamiento con la tripulación. Paula Myo hizo que me sacaran. Me interrogó a mí, y a Wendy. No me acuerdo de mucho de lo que dije. Fue muy desorientador que interrumpieran el proceso. Por eso no era tan joven como quería cuando nos fuimos. Ni tan joven como quería Oscar Monroe.
    -No empieces a darle importancia a lo que diga ese viejo borracho. Has dicho que Myo te estaba preguntando por un allanamiento.
    -Sí. La zorra de mi ex habló con Bradley Johansson, que se estaba haciendo pasar por periodista; le preguntó por las organizaciones que financiaban mi observación. Y lo siguiente que supimos fue que habían entrado en nuestra casa y habían copiado todos los archivos que teníamos en la matriz doméstica.
    -¿Cuál pensaba Myo que era la relación?
    -Ese imbécil de Johansson creía que una de las sociedades benéficas que financiaban mi observación era una tapadera del aviador estelar. Es el alienígena...
    -Ya sé qué es el aviador estelar. ¿Y cuándo pasó eso, exactamente?
    -Justo después del ataque contra el Segunda Oportunidad. Myo tenía autoridad para hacer casi todo lo que quisiera cuando le dieron el caso, incluyendo arrancarme a mí del rejuvenecimiento.
    -Y rastreó esa conexión. ¿Por qué?
    -No tengo ni idea. Solo dijo que estaba buscando anomalías, y que examinaban a cualquiera relacionado con el proyecto del Segunda Enseñanza. Pero lo extraño es que Johansson sabía que ella encontraría la conexión, le dijo a Wendy que le diera a Myo un recado.
    -¿De veras, y qué fue?
    -Deja de concentrarte en los detalles, es la imagen de conjunto lo que cuenta.
    -Qué raro. ¿Recuerdas de qué sociedad benéfica sospechaba Johansson?
    -Sí, Cox de Educación.
    -Jamás he oído hablar de ellos. -Después le dio unos golpecitos en el brazo y se levantó-. Sabes lo que acabas de hacer, ¿no?
    -¿Qué?
    -Acabas de hablar de lo que le pasó a tu cuerpo anterior como si fueras tú. Estás empezando a conectar las vidas de tus cuerpos. Bien hecho. Ya te dije que sería una buena influencia para ti. -Le mandó un beso al rostro joven y sorprendido del hombre y entró en el baño.
    La gran bañera hundida estaba llena hasta el borde con un montón de burbujas de jabón que flotaban en la superficie. Mellanie se metió y suspiró agradecida cuando se sentó en el agua cálida y perfumada. Abrió las boquillas y disfrutó del suave flujo de burbujas de aire que rodearon su cuerpo y comenzaron a aliviar sus dolores. Dudley no se había mostrado muy dulce la última vez aunque su desesperación y fiereza lo habían hecho mucho más interesante que los movimientos monótonos y mecánicos de siempre.
    Subió el volumen de la música y recostó la cabeza en los cojines del borde. Su mano virtual tocó el icono de la IS.
    -Necesito cierta información financiera -dijo.
    -Sabes que no podemos proporcionar archivos confidenciales, Mellanie.
    -Solo necesito lo que está en los archivos públicos. Podría resultar un poco difícil rastrearlo todo, nada más, y no quiero pedírselo a los investigadores del programa. Y tampoco puedo usar al pobre Paul Cramley.
    -Muy bien.
    -La sociedad benéfica Cox de Educación ayudó a financiar la observación del Dr. Bose. ¿Cuánto le dieron?
    -En total, un millón trescientos mil dólares de la Tierra, repartidos a lo largo de once años.
    -¿De dónde sale ese dinero?
    -Es una organización privada.
    -¿Qué significa eso?
    -No es posible averiguar la procedencia del dinero.
    -Está bien, ¿y quién la dirige?
    -Los comisionados inscritos son tres abogados: la señora Daltra, el señor Pomanskie y el señor Seeton, todos trabajan para Bromley, Waterford y Granku, un bufete de Nueva York.
    -Hmm. -Mellanie se pasó una esponja por las piernas-. ¿Qué más apoya Cox?
    -Ha donado fondos a más de cien universidades y colegios universitarios de toda la Federación. ¿Quieres la lista?
    -Ahora mismo no.
    -¿Te gustaría ver la cantidad total donada a las otras instituciones?
    La joven abrió los ojos, de repente le interesaba mucho, no era propio de la IS ofrecer información.
    -Sí, por favor.
    -Setenta mil dólares de la Tierra.
    -¿Para cada uno?
    -No. Es el pago total.
    -Mierda. ¿Cuánto tiempo hace que dura eso?
    -Catorce años. Cerró dos años después de que Dudley Bose observara el cerco. Seis meses después de que Paula Myo entrevistara a Dudley Bose.
    
    -Bueno, pero si es el hombre más odiado de la Federación -dijo Carys con una sonrisa burlona-. Menudo título. Según la encuesta que ha hecho Maxis en la unisfera. Nunca me imaginé que mi sobrinito llegaría a ser tan famoso.
    Mark se limitó a gruñir a modo de respuesta y se hundió un poco más en su sillón favorito. Estaban todos sentados en el salón, tomando unas copas antes de la comida para que Carys probara el vino del valle de Ulon del año anterior.
    -Aquí eso da igual -dijo Mark-. No tiene importancia.
    -Oh, sí. Solo es relevante para nosotros, ¿no? Nosotros, los decadentes tipos metropolitanos que nos ponemos en plan esnob e intelectual con los pobres paletos como vosotros.
    Mark se encogió de hombros y sonrió.
    -Tú lo has dicho.
    -Pon los pies en la tierra, anda -le soltó su tía-. La prensa va a abrasar este pueblecito tan bonito. Sé por mis contactos que Alessandra Baron ya está planeando un seguimiento. ¿Has intentado reservar unas vacaciones durante la temporada de esquí del año que viene? Yo sí. Están ofreciendo descuentos del cincuenta por ciento. No quiere venir nadie.
    -Y tú puedes arreglar todo eso, ¿no?
    Carys intercambió una mirada con Liz.
    -Necesitas una buena campaña de relaciones públicas, Mark. Y yo soy la única experta que tienes.
    -¡La has llamado tú! -acusó Mark a Liz.
    -Tienes que escuchar a alguien, cielo. Por aquí todo el mundo tiene mucho cuidado de no echarle la culpa a nadie. Delante de ti.
    El joven se volvió hacia Carys con un ruego.
    -Yo no lo dije como salió en esa entrevista. Hicieron un montaje con lo que dije para dejarme mal.
    -El término técnico es echarle picante -dijo Carys-. Siempre lo hacen. Podemos utilizar eso para contraatacar.
    -¿Cómo? -dijo su sobrino con tono suspicaz.
    -Puedo conseguirte entrevistas en otros programas. Entrevistas en directo, en un estudio, para que no puedan trastocar tu mensaje. Vamos a tener que prepararte muy bien antes de dejarte aparecer ante las cámaras y vas a tener que dejarte crecer un sentido del humor decente. Pero puede hacerse.
    -¡Tengo sentido del humor! -protestó él, indignado.
    Carys abrió la boca para responder. Fuera surgió un destello brillante. Mark y Liz fruncieron el ceño a la vez. No había nubes de tormenta por ninguna parte.
    En el jardín, Sandy chillaba como si le doliera algo. Ambos padres se levantaron de un salto y salieron por las puertas abiertas del patio.
    -¿Qué ocurre, pequeñina? -preguntó Mark.
    Panda se estaba volviendo loca, ladraba y saltaba de un lado para otro. Sandy corrió hacia su madre con los brazos abiertos.
    -En el cielo -gimió-. Me duelen los ojos. Veo violeta.
    La matriz de muñeca de Mark se bloqueó. El cielo del sureste se volvió de un color blanco deslumbrador.
    -Maldita sea, qué coño...
    Todos los recolectores automáticos habían parado. Al igual que los tractores. Todos los robots que veía estaban inmóviles y callados.
    La mancha de luz sedosa que había aparecido sobre las montañas comenzaba a desaparecer para dejar a su paso un cielo azul normal. Y entonces, un vívido sol de color rosa dorado surgió tras los picos, su superficie se retorcía con telarañas de fuego negro y arrojaba largas sombras móviles por el suelo.
    -Son las Regentes -murmuró Liz-. Oh, Dios mío.
    El nuevo sol estaba saliendo sobre un tallo de llamas voraces y brillantes. Toda la nieve que quedaba en las Regentes se vaporizó en una violenta explosión blanca. Las cimas de las montañas parecían vibrar. Empezaron a desmoronarse justo cuando la feroz nube de vapor las envolvió, ocultándolas de todos.
    Los chillidos de Sandy alcanzaron un crescendo.
    -Han tirado una bomba atómica -gritó Mark, asombrado-. Han tirado una bomba atómica en la estación de detección. -Observó el hongo que se iba hinchando, el color se oscurecía y profundizaba a medida que extendía su magullado perímetro por el cielo limpio. Y entonces los alcanzó el estallido.
    
    Mellanie pidió una ensalada ligera al servicio de habitaciones antes de vestirse con unos vaqueros y una camisa de color negro carbón de su propia línea de moda. Se recogió el pelo en una cola sencilla y suelta, y solo se puso un poco de crema hidratante en la cara, sin maquillaje. Era importante que tuviera un aspecto serio en aquella llamada.
    Una de las ceñudas doncellas del hotel le llevó la ensalada, mientras, Dudley chapoteaba muy contento en el baño. Se pasó un par de minutos recogiendo el desastre de las dos bandejas de desayuno. Mellanie le dio una propina de veinte dólares. Si acaso, el enfado de la criada era más profundo cuando se fue.
    -Que os follen más -le dijo Mellanie a la puerta.
    Picó de la ensalada durante un rato mientras organizaba mentalmente lo que iba a decir, después se sentó ante el escritorio y utilizó la matriz de mesa de la habitación para llamar a Alessandra.
    La imagen de Alessandra apareció en la pantalla de la matriz. Estaba sentada en la silla de maquillaje del camerino, con un babero de papel alrededor del cuello para proteger su fabuloso vestido.
    -¿Dónde coño has estado? -quiso saber.
    -Estoy en Elan.
    -Está bien, en ese caso te dejaré con vida. Pero que conste que estás a esto de que te despida. -Levantó la mano, el pulgar y el índice casi se tocaban-. No vuelvas a bloquear jamás tu código de la unisfera. En fin. Necesito ese reportaje de seguimiento dentro de una hora. Y más vale que sea de premio, o ese culito tan apretado que tienes va a llegar a la órbita.
    -Estoy trabajando en algo.
    -¿En qué?
    Mellanie cogió aliento.
    -Paula Myo cree que el aviador estelar es real.
    -Eres increíble, joder, y además lo sabes. Te doy todas las oportunidades del mundo, más de las que le he dado a nadie y no solo porque eres buena en la cama. ¿Y me vienes con esas chorradas?
    -¡Escucha! Fue ella la que me dio la idea de Dudley Bose.
    -¿Y sabes dónde está? Todos lo que están en esto van como motos para intentar encontrarlo.
    -Me lo he estado tirando para sacarle información, sí. -Echó atrás la cabeza y mantuvo la expresión impasible mientras observaba la imagen de Alessandra-. Y como tú dices, se me da muy bien. He averiguado algo.
    -Está bien, bonita, puedes quedarte con tus quince segundos de fama. ¿Qué tienes?
    -Una de las sociedades benéficas que financió la observación que hizo Bose del Par Dyson es una tapadera. El aviador estelar lo organizó todo para que viéramos el cerco. Quería que investigáramos la barrera.
    -¿Pruebas? -soltó Alessandra.
    -La organización contaba con la financiación de una cuenta bancaria secreta -dijo, rezando para que algo de eso fuera verdad, pero tenía que meter a Alessandra en la investigación-. He comprobado todas sus demás donaciones, son simbólicas, para darles validez en caso de que alguien hiciera una inspección rápida. Y la cerraron justo después del descubrimiento. Pero lo importante es que Myo supo esto hace años. ¿No ves lo que eso significa? Todos estos años que lleva sin coger a Johansson y a Elvin, lo sabía. ¡Quizá incluso estuviera trabajando con los Guardianes!
    -Para ti esto no es más que una vendetta -dijo Alessandra.
    Mellanie percibió la incertidumbre y siguió presionando con tenacidad.
    -Pero será tu historia. Dame un equipo de investigación, déjame trabajar en el caso. Joder, hazte cargo tú de un equipo de investigación. Eso es lo que nos está diciendo Myo. A nosotros, a los medios. Toda la información procede de fuentes públicas, se puede verificar si sabes dónde buscar. Podemos demostrar que el aviador estelar existe. ¡Por el amor de Dios, Wendy Bose incluso conoció a Bradley Johansson! ¿Salió eso alguna vez en alguna entrevista? Esto es real, Alessandra, te lo prometo.
    -Quiero hablar con Bose.
    -De acuerdo.
    El icono de la IS apareció de repente en la visión virtual de Mellanie.
    -Tírate al suelo, debajo de la cama -le dijo.
    -¿Qué?
    -La red de detectores de la Marina está registrando la aparición de agujeros de gusano dentro de la Federación -dijo la IS -. Están atacando la estación de detección de las Regentes. Tírate debajo de la cama, te protegerá un poco.
    -¿Mellanie? -preguntó Alessandra con el ceño fruncido.
    -Tengo que irme -dudó la joven sin terminar de creérselo. Y entonces su visión virtual le mostró los implantes que se habían conectado, activados por la IS. Eran sistemas que ni reconocía ni entendía.
    -Intentaremos mantenernos en contacto contigo -dijo la IS.
    -Mellanie, hay una especie de alerta... -dijo Alessandra. Había alzado la voz, alarmada.
    Mellanie se metió de un salto debajo de la cama.
    Hubo un destello brillante en el cielo.
    
    Wilson estaba solo en su horrendo despacho de color blanco deslumbrante, esperando a que llegara la gente para la segunda reunión de gestión de la mañana que tenía que tratar los programas de producción de las naves y la supervisión de la entrega de los componentes secundarios. La llamada prioritaria anuló todo lo demás, procedía de la División de Defensa Planetaria y lo hizo erguirse en su silla cuando hizo surgir grandes iconos de emergencia en su visión virtual. La red de detección de agujeros de gusano estaba percibiendo signaturas cuánticas sin identificar dentro del espacio de la Federación. Se estaban abriendo agujeros de gusano en varios sistemas estelares.
    La luz del despacho comenzó a atenuarse, unos dígitos de color escarlata y zafiro se deslizaron por el techo y las paredes mientras que por el suelo surgían gráficos de color esmeralda; las proyecciones se estabilizaron y dibujaron un arco en el aire para colocar a Wilson en el centro de un mapa estelar táctico. Estaba cerca del límite de la Federación, donde la fase tres se iba adentrando en la noche galáctica. Había veintitrés sistemas estelares rodeados por iconos de color ámbar, con pequeñas ventanas llenas de dígitos e iconos.
    -¿Veintitrés agujeros de gusano? -murmuró consternado. La Marina solo tenía tres naves de guerra operativas y ocho naves exploradoras remodeladas como naves de transporte de misiles. Comenzó a incrementarse el flujo de datos y se clarificó la información que entraba por la red de detectores. Se habían abierto cuarenta y ocho agujeros de gusano diferentes en cada uno de los veintitrés sistemas, lo que daba un total de más de mil cien. Ese era más o menos el número de salidas que gestionaba el TEC en total-. Hijo de puta. -No podía creer las cifras que veía, y eso que había estado en Dyson Alfa y había visto en persona la magnitud de la civilización prima.
    Comenzaba a llegar a borbotones más información que complementaba la red de la marina. Las ciberesferas de Anshun, Belembe, Martaban, Balkash y Samar ya estaban sufriendo grandes fallos y en algunas zonas el sistema se había bloqueado. Los sistemas gubernamentales de esos planetas informaban de la existencia de explosiones y en casi todos los casos se correspondían con zonas donde se producían fallos electrónicos. Veintitrés globos translúcidos se expandieron en la imagen de Wilson, representando los planetas que estaban sufriendo los ataques. Era difícil encontrar imágenes detalladas de cualquiera de ellos. Los satélites de estudio terrestre, las plataformas de transmisión geosincrónica, las estaciones industriales y los sensores meteorológicos de alta inclinación, los estaban destruyendo a todos, sacándolos de la órbita de forma sistemática. Los agujeros de gusano aparecían como diamantes de color escarlata brillante equilibrados sobre los planetas. Aparecían y desaparecían, casi como un guiño, cambiando de posición a cada minuto para evitar que los sensores fijaran su posición. El radar rastreaba la existencia de proyectiles de alta velocidad que surgía de ellos cada vez que aparecían.
    La Marina estaba perdiendo el contacto con las estaciones de detección de Elan, Whalton, Pomona y Nattavaara, todos ellos planetas de la fase tres con poblaciones relativamente pequeñas. Una por una, las estaciones iban desapareciendo de la red, reduciendo la resolución del monitor. No había sobrevivido ninguna estación en Molina, Olivenza, Kozani y Balya, mundos de la fase tres que ni siquiera se habían abierto todavía a la colonización general.
    Anna se materializó a su lado, un perfil gris fantasmal. Era como si los dos volvieran a estar en los sillones de aceleración del Segunda Oportunidad.
    -¡Han empezado con armas nucleares! -dijo la joven, espantada.
    -Ya sabemos cómo libran sus batallas -dijo Wilson con un tono duro deliberado, sin permitir que le afectara todo lo que significaban en realidad aquellos gráficos. Con ella allí era más fácil contener sus emociones. Era el comandante, tenía que mantener la calma y analizar las cosas, suprimir esa pequeña parte de él que quería salir corriendo del despacho y huir a las colinas-. Pon a Columbia en el circuito de mando. Y averíguame las posiciones de nuestras naves.
    -¿Todas? -Había una gran amargura en la pregunta.
    -¡Hazlo! -Tenía las manos muy ocupadas sacando de la unisfera datos de los departamentos de Defensa Civil de los gobiernos planetarios. Unas luces azules y pequeñas aparecieron en las representaciones de los veintitrés planetas: ciudades con campos de fuerza. En los cuatro mundos que acababan de poner en marcha, solo estaban protegidas las estaciones del TEC.
    Rafael Columbia se conectó y apareció al otro lado de Wilson.
    -Hay muchos -dijo, y por una vez incluso parecía intimidado e inseguro-. Acabamos de lanzar aerorrobots de combate. Con eso deberíamos contar con cierta cobertura de interceptación contra esos proyectiles, pero solo alrededor de los centros de población más importantes. Maldita sea, deberíamos haber construido diez veces más.
    -Que se activen todos los campos de fuerza urbanos que estén operativos -le dijo Wilson-. Y no solo en esos veintitrés mundos. No hay garantías de que la invasión se quede ahí. Utiliza las ciberesferas planetarias para emitir una advertencia masiva. Quiero que la población se ponga a cubierto. Eso para empezar.
    -¿Y luego qué?
    -Cuando tenga más información, ya te lo diré. Tenemos que saber qué van a hacer después del bombardeo inicial. Anna, que venga el resto del personal de mando y los especialistas en estrategia, por favor. Hoy vamos a necesitar mucha ayuda.
    -Sí, señor. Ya estoy rastreando las naves estelares.
    Aparecieron unos indicadores blancos dentro del campo estelar, con su etiqueta identificativa correspondiente. Wilson tenía siete naves al alcance de la red de detectores. Dos de las naves de exploración estaban a varios días de distancia, fuera de la Federación, mientras que las naves de guerra y las naves exploradoras restantes se encontraban repartidas por los borrosos límites de la fase tres. Wilson tomó una decisión.
    -Ponte en contacto con los capitanes -le dijo a Anna-. Quiero que se reúnan todos a medio año luz de Anshun. -Su antigua base era el planeta de confluencia del TEC de ese sector que, como tal, también era el más poblado-. Empezaremos allí el contraataque. -Por lo menos ninguno se echó a reír nada más oírlo.
    -Oh, maldita sea -gruñó Rafael.
    Dentro del monitor táctico parpadeaba otro enjambre de iconos de advertencia de color ámbar, el ataque se había adentrado mucho más en el espacio de la Federación, ya rodeaba el planeta veinticuatro: Wessex.
    -Haz lo que puedas por ellos -le dijo Wilson a Rafael. Pensó que ojalá aquellas palabras no parecieran un mal chiste. ¿Podrían haber sabido que iba a ser un ataque tan potente? Un pensamiento terrible se coló entre los demás: los Guardianes lo sabían.
    -Señor -exclamó Anna-. Tengo a la capitana Tu Lee en conexión directa. Todavía estaban en la base de Anshun.
    -¿Qué?
    -Está en el Segunda Oportunidad.
    La mano virtual de Wilson se desdibujó cuando golpeó el icono de comunicaciones.
    -¿Cuál es tu situación? -preguntó en cuanto la nerviosa cara de Tu Lee apareció en su visión virtual.
    -Acabamos de soltarnos del muelle. -Tu Lee hizo una mueca. Su imagen sufrió una ondulación por culpa de la electricidad estática-. Nos están disparando. El campo de fuerza aguanta. ¿Cuáles son sus órdenes?
    Wilson estuvo a punto de soltar un grito de júbilo. Por fin una buena noticia.
    -Elimina todos los proyectiles que puedas, todas las bombas planetarias. No, y repito, no intentes enfrentarte a un agujero de gusano. Todavía no. Necesito información sobre ellos.
    -Sí, señor.
    -Buena suerte, capitán.
    
    La gran rueda de soporte vital del Segunda Oportunidad terminó el proceso de desaceleración de emergencia y eliminó el problema de la precesión, que había estado arruinándoles la capacidad de maniobra.
    -Aceleración máxima -le ordenó Tu Lee al piloto.
    Hacía una semana que era capitán, había asumido el cargo al atracar la nave tras su última misión. La Marina la había enviado a una misión de exploración del espacio profundo, a trescientos años luz de la Federación. No tenía la velocidad de ninguna de las nuevas naves exploradoras, pero las vencía a todas en resistencia. También tenía una reserva delta-v que solo podían igualar las nuevas naves de guerra.
    Sus cohetes de plasma respondieron con suavidad a las instrucciones del piloto y produjeron una ge y media de aceleración. Estaban a mil kilómetros por encima del ecuador de Anshun, en el lado nocturno, y dibujaban una curva sobre el segundo océano más grande del planeta. Los grandes portales de la parte delantera del puente mostraban las brillantes llamaradas blancas de las explosiones atómicas que estallaban debajo de ellos. Tu Lee enseñó los dientes, furiosa por la devastación que estaban provocando. Para ella, la luz estaba cuidadosamente codificada por colores y la intensidad estaba graduada; para cualquiera que estuviera en la superficie, significaba una muerte casi segura.
    -Laroch, ¿tenemos ya un patrón para la secuencia de aparición? -preguntó.
    -Puedo confirmar que hay cuarenta y ocho agujeros de gusano -dijo Laroch, que estaba manejando el panel de los sensores-. Pero no hacen más que saltar al azar. La única constante es la altitud, más o menos mil quinientos kilómetros.
    -Muy bien, vamos a mantenernos por debajo de ese nivel y a rastrear el alcance de los proyectiles. Armas, disparad siempre que fijéis uno. Piloto, si hay un grupo, ponnos a su alcance.
    -Recibiendo fuego -exclamó Laroch.
    Ocho misiles alienígenas se precipitaban hacia el Segunda Oportunidad. El piloto fijó el vector de sus cohetes de plasma y alteró la trayectoria. Las lanzas de plasma dispararon desde el centro de la nave estelar, surcando el espacio antes de estallar en los campos de fuerza de los misiles. Los láseres fijaron el objetivo y bombearon gigavatios de energía contra los campos de fuerza, forzándolos al máximo. Las lanzas de plasma volvieron a disparar y, por fin, sobrecargaron los escudos de los misiles. Varias detonaciones florecieron en silencio sobre el planeta, sus nubes de plasma se fundieron en un trozo hirviente de luz pura de más de cincuenta kilómetros de extensión.
    -Acaba de salir una andanada de dieciséis proyectiles -exclamó Laroch-. Se dirigen al planeta.
    Los portales del puente los etiquetaron, unas agujas verdes con dígitos de vectores parpadeando a gran velocidad. Tu Lee activó el mando de lanzamiento de misiles de la nave y disparó una andanada de interceptores. Cuando se alejaron de un salto, a cincuenta ges, la capitana cargó un patrón secuencial de funciones de desvío de energía en las cabezas nucleares. Los interceptores se separaron en una cascada de vehículos con objetivos independientes, los gases de escape se expandieron como un estallido de rayos cuando se repartieron en busca de los proyectiles alienígenas. Detonaron las cabezas nucleares de varios megatones, una cadena de puntos de luz deslumbradora que distorsionaron la ionosfera del planeta en ondulaciones gigantescas, sus funciones de desvío de energía enviaron inmensos impulsos electromagnéticos ondulándose por el espacio.
    Varias de las armas alienígenas se bloquearon de inmediato, los gases de escape se desvanecieron cuando comenzaron a caer dando tumbos, inertes, hacia el paisaje oscuro que aguardaba varios kilómetros más abajo. Detonó una segunda andanada de cabezas nucleares. En esa ocasión, la energía desviada se canalizó por láseres de rayos X de un solo disparo que dirigieron el setenta por ciento del poder de la explosión a un solo y delgado haz de radiación ultravioleta. Todos los proyectiles que quedaban estallaron, y los restos resplandecientes volaron por los aires en una siniestra imitación del esplendor de una lluvia de meteoritos.
    Se abrieron otros cuatro agujeros de gusano cerca del Segunda Oportunidad, treinta y dos misiles salieron de cada uno. Unos delicados abanicos de radiación sensorial rozaron la nave estelar. La fuerza de la gravedad del puente dio un giro y presionó a Tu Lee contra el costado del sillón. Las correas se tensaron alrededor de sus hombros y cintura, y la sujetaron.
    -Quizá haya muchos -dijo Laroch-. Pero sus programas no sirven para nada. Estoy percibiendo un montón de emisiones de microondas procedentes de los agujeros de gusanos. Están actualizando y guiando los misiles de continuo.
    El Segunda Oportunidad estaba disparando andanada tras andanada de lanzas de plasma contra los nuevos atacantes a medida que se acercaban a las veinte ges. Una serie masiva de explosiones nucleares pintaron el espacio en el exterior de la nave estelar de un color blanco deslumbrante uniforme. Unas oleadas de plasma fino se deslizaban por el campo de fuerza externo, haciendo estremecerse la superestructura. Tu Lee podía oír los grandes gemidos metálicos cuando el casco se retorcía y flexionaba bajo la paliza. Era como si estuvieran atravesando la corona de una estrella, cegados por la luz deslumbradora y caliente de la radiación y zarandeados por las corrientes relativistas de partículas. La nave estelar salió disparada de la tormenta de energía, una burbuja escarlata reluciente que dejaba tras de sí largas cataratas de plasma de hidrógeno. Veinticuatro misiles alienígenas los persiguieron para interceptarlos.
    Las alarmas chillaban en todos los paneles del puente. Las pantallas lanzaban esquemas de los sistemas a medida que la tripulación y la IR intentaban restablecer las funciones.
    -Sácanos de aquí -ordenó Tu Lee.
    En el panel del hipermotor, Lindsay Sanson activó el generador del agujero de gusano. El Segunda Oportunidad se desvaneció del espacio, por encima del planeta.
    -¿Tienen un programa muy malo? -inquirió Tu Lee.
    -Extraño -dijo Laroch-. Es muy inflexible, nada tan avanzado como los nuestros. Es casi como si no tuvieran programas inteligentes.
    -Podemos usarlo contra ellos -dijo Tu Lee. Le echó un vistazo al monitor principal que mostraba el estado de la nave. No había nada especialmente crítico en los sistemas. Los periféricos de la rueda de soporte vital habían absorbido la mayor parte de los daños, junto con unas cuantas escisiones en el casco y brechas en los tanques. Sin los equipos de exploración ni los científicos, solo tenían cuarenta personas a bordo, así que nadie corría un peligro inmediato-. Que todo el mundo se ponga los trajes espaciales -dijo mientras pedía una lista de las reservas de misiles-. Y vuélvenos a llevar allí.
    Un trozo centelleante de luz turquesa salió de repente de la nada a ochocientos kilómetros por encima de la capital de Anshun, Treloar. El Segunda Oportunidad salió de un salto del centro cuando el nimbo empezó a encogerse. La nave disparó quince misiles, después el generador del agujero de gusano volvió a distorsionar el espacio y se desvaneció en el hiperespacio. Reapareció casi de inmediato a cinco mil kilómetros de distancia, esa vez sobre Bromrine, una ciudad costera con una población de doscientos mil habitantes que se habían refugiado bajo su cúpula protectora de campos de fuerza. Se dispararon otros quince misiles antes de que la nave volviera a meterse en el hiperespacio.
    El Segunda Oportunidad hizo otros nueve saltos alrededor del planeta y lanzó los ciento setenta y tres misiles que le quedaban.
    En cuanto los lanzaban, los misiles de cada salva disparaban sus cohetes durante un instante y se separaban de su punto de lanzamiento, después se apagaban. Sus sensores examinaban el entorno, en busca de un agujero de gusano. Cuando surgía uno, encendían los cohetes otra vez y salían disparados hacia él a cincuenta ges. La andanada estándar de proyectiles alienígenas apenas tenía tiempo para salir del borde del agujero de gusano antes de verse sometidos a un asalto de pulsaciones electromagnéticas, guerra electrónica, pulsaciones láser de rayos X, impactos cinéticos y estallidos nucleares. Muy pocos consiguieron atravesar el ataque para estrellarse contra el planeta.
    El Segunda Oportunidad volvió a salir un momento del hiperespacio y empezó una rápida transmisión de datos al asediado mundo que tenían debajo para decirle a la Marina que habían minado el espacio de la órbita más cercana. Surgieron ocho agujeros de gusano que rodearon la nave estelar a quinientos kilómetros de distancia. Lindsay Sanson activó el hipermotor.
    -¡Mierda!
    -¿Qué? -preguntó Tu Lee. Los portales del puente seguían mostrándoles Anshun debajo, lo que en otro tiempo habían sido formaciones pasivas de nubes giraban agitadas tras las explosiones.
    -Interferencias. El espacio está tan distorsionado por culpa de sus agujeros de gusano que no podemos abrir el nuestro. Es deliberado, han modificado las fluctuaciones cuánticas para bloquearnos.
    -Muévenos -le chilló Tu Lee al piloto.
    El motor de plasma del Segunda Oportunidad se activó y la nave empezó a acelerar a más de tres ges.
    Otros ocho agujeros de gusano primos surgieron alrededor de la nave estelar.
    -Que os follen -les dijo Tu Lee a los primos. Noventa y seis misiles salieron volando de cada agujero de gusano.
    
    Nigel Sheldon estaba desayunando en su mansión de Nueva Costa cuando recibió la alerta de la red de detectores de la Marina. Hacía cinco meses que no volvía a Cressat, el mundo privado de su familia, prefería repartir su tiempo entre Augusta y la Tierra. Le parecía que era más prudente no estar demasiado lejos si ocurría algo, incluso contando con la bendición de las comunicaciones modernas. Y parecía que los acontecimientos le estaban dando la razón de una forma terrible.
    Los escudos se dispararon alrededor de la mansión y las comunicaciones activaron los enlaces seguros. Nigel cerró los ojos y se relajó en el sillón cuando se activaron los escudos internos de la mansión y aislaron las habitaciones. Se conectaron todos los implantes de comunicación, lo que permitió que sus sentidos absorbieran los datos digitales a un ritmo más acelerado. Los aerorrobots de combate partieron de las bases que salpicaban las afueras de Nueva Costa. Los asombrados residentes contemplaron el cielo brillante de la mañana con la boca abierta y vieron las formas oscuras que se alzaban con un rugido hacia las estaciones de patrulla que les correspondían en las alturas. Los campos de fuerza cerraron el cielo tras ellos.
    Una vez activadas las defensas de Augusta, Nigel volvió a prestarle atención al ataque. Su monitor optimizado le mostró los veintitrés planetas de la Federación en los que se habían introducido los agujeros de gusano alienígenas; los agujeros en sí se manifestaban como una sensación táctil, como cosquilleos en su piel. La IS respondió a su solicitud y se unió a él dentro del simulacro táctico, una pequeña bola de líneas anudadas de color mandarina y turquesa que fluctuaban rítmicamente y flotaba en la nada, al lado de Nigel.
    -Esos son muchos agujeros de gusano -dijo.
    -Dimitri Leopoldovich siempre dijo que el asalto se produciría a gran escala. Es probable que esto no represente toda su capacidad.
    Nigel registró un susurro de fondo con su dilatadísima percepción y captó la ráfaga de órdenes que se escapaban del cuartel general de la Marina, en el Ángel Supremo, donde se coordinaban los datos que recibían de los sensores y reunían los recursos que tenían.
    -Pobre Wilson -murmuró. Se concentró en varios iconos de una pequeña galaxia de símbolos que se cernían al fondo. Se movieron sin rechistar. Su interfaz utilizaba unas conexiones profundas vinculadas por medio de varios mecanismos a su cerebro; era más una forma de telepatía que la simple matriz de manos virtuales que utilizaban los programas de interfaz domésticos estándar.
    Se activaron campos de fuerza alrededor de todas las estaciones planetarias del TEC de la Federación. En los veintitrés mundos atacados no hubo casi aviso previo. Los trenes locales que entraban en las estaciones frenaron de repente y sus locomotoras resbalaron por las vías al acercarse a las implacables barreras translúcidas que se habían levantado delante de ellos. No todos consiguieron frenar a tiempo. Varias locomotoras chocaron con los campos de fuerza, descarrilaron y volcaron: los vagones de pasajeros y mercancías colearon, se estrellaron unos contra otros, se partieron, se aplastaron y lanzaron personas y productos por terraplenes y desmontes. Los programas de gestión del tráfico mandaron parar a los coches y camiones que llegaban por las autopistas. Los primeros vehículos se estrellaron contra los campos de fuerza y choques en cadena se fueron sucediendo por las carreteras.
    La información sobre daños y bajas se coló en la mente de Nigel. Nada comparado con la destrucción que llovía del cielo a su alrededor. Hizo caso omiso de las cifras. No había habido alternativa, sin las estaciones y sus valiosas salidas, no habría Federación.
    Las estaciones restantes de toda la Federación permitieron al menos que los trenes cruzaran el perímetro antes de levantar sus campos de fuerza. Fuera, en las autopistas, se formaron largas colas en todos los carriles que se extendían a lo largo de kilómetros enteros. Las personas atrapadas en el interior se prepararon para una larga espera, dando las gracias en silencio por el lado del campo de fuerza en el que se encontraban.
    Nigel vio que los campos de fuerza urbanos se activaban cuando Rafael empezó a utilizar la nueva red de defensa planetaria de la Marina, que anulaba a las autoridades civiles locales. Envió aerorrobots de combate que salieron como un cohete hacia el cielo, grandes máquinas de una fealdad militar inconfundible que disparaban mientras subían y reventaban los proyectiles primos que descendían sobre la estratosfera. Pero era tal la cantidad de proyectiles que algunos se colaban y golpeaban los campos de fuerza. Grandes zonas del campo circundante quedaron aplanadas o reducidas a lagos de cristal, pero los campos de fuerza aguantaron.
    La estación del TEC de Wessex, de hecho, avisó a Nigel de la apertura de los agujeros de gusano sobre ese planeta antes que la red de detectores de la Marina. Cuando prestó atención a lo que ocurría allí vio de inmediato que los programas de mando de Alan Hutchinson saturaban la ciberesfera de Wessex; el fundador de ese mundo concreto de los Quince Grandes se había hecho cargo de su defensa. Varios campos de fuerza se activaron alrededor de Narrabri, su megaciudad. A la pequeña brigada de Defensa Táctica se le ordenó que se desplegara alrededor del perímetro y activara las baterías de intercepción tierra-aire. Los escuadrones de aerorrobots de combate despegaron desde sus silos para patrullar los cielos por encima de los campos de fuerza.
    La cara de Alan Hutchinson revoloteó por la conciencia de Nigel con una sonrisa salvaje. Tres de sus aerorrobots dispararon sus láseres de átomos y acabaron con los proyectiles primos que entraban en la atmósfera superior.
    -Buen disparo -dijo Nigel.
    -Es un descanso poder olvidarme durante un rato de los informes financieros -fue el franco comentario del brusco australiano.
    Otra salva de proyectiles salió disparada de cuatro agujeros de gusano. Les respondió una batería de disparos del planeta.
    -Y gracias a Dios -dijo Alan cuando los restos radioactivos fundidos se deslizaron por el océano-. Al menos podemos devolverles el golpe a esos cabrones.
    Los datos que llegaban de los otros mundos de la Federación afectados eran deprimentes. Aparte de las ciudades protegidas por campos de fuerza y los aerorrobots, su falta de preparación era lamentable.
    -Puedes cargarte unos cuantos misiles -dijo Nigel-. Pero a este ritmo vamos a perder. Sus recursos superan en mil a uno a los nuestros.
    -Bueno, pues dales caña, ¿no?
    Los dos se detuvieron un momento para observar al Segunda Oportunidad, que entraba en acción sobre Anshun.
    -Vamos, Tu Lee, vamos -susurró Nigel en voz alta. Intentó contener la ansiedad que sentía por su joven descendiente. Las distracciones emocionales eran lo único que no se podía permitir en ese momento.
    A Wessex le dispararon cientos de proyectiles más. Alan no tenía suficientes aerorrobots para cubrir las zonas más remotas. Los pueblos repartidos por las granjas, grandes como continentes, quedaron aniquilados cuando los proyectiles de los primos comenzaron a caer a manos llenas.
    -Cabrones -gruñó Alan-. ¿Qué clase de amenaza podría representar esa gente?
    -¿Ves algún patrón de ataque en todo esto? -le preguntó Nigel a la IS -. ¿Hay alguna estrategia? ¿O solo están intentando borrarnos del mapa?
    -Los planetas seleccionados suponen un enfoque que tiene un doble objetivo -dijo la IS -. Los veintitrés mundos exteriores son un buen punto de apoyo para entrar en la Federación, mientras que al añadir Wessex, con sus salidas a los planetas de la fase dos, si lo consiguen, les permitiría ocupar una enorme porción de territorio y, de hecho, eliminaría a la Federación como entidad única, sobre todo si se las arreglaran para ocupar también la Tierra.
    -Jamás ocuparán la estación de Narrabri -dijo Nigel con dureza-. De eso ya me encargo yo.
    -Es imposible que conozcan nuestra respuesta exacta -dijo la IS -. Esto es un tanteo, tanto para ellos como para nosotros. El objetivo de asegurar Wessex es lógico. Se pueden permitir perder la aventura porque si consiguen obtener las salidas de la estación de Narrabri, tendrán una puerta de atrás por la que entrar en sesenta mundos desarrollados.
    -¿Y para qué, coño? ¿Qué quieren de nosotros?
    -A juzgar por los objetivos de los proyectiles, inferiríamos que quieren obtener toda la infraestructura humana que sea posible. No les importa eliminar las zonas civiles más pequeñas si con eso obtienen las más grandes. Incluso si pudiéramos repelerlos de inmediato, habría que evacuar a la mayor parte de la población superviviente de los veintitrés mundos que están sufriendo el ataque. La tierra que rodea las ciudades es escoria radiactiva, los cultivos están destrozados y se ha alterado el clima. Corren el riesgo de perder su estatus de congruentes con la vida humana, a menos que los sometamos a una inmensa retroformación muy costosa.
    -Hijo de puta -gruñó Nigel-. Estás hablando de un genocidio.
    -Es posible.
    -Cristo -exclamó Alan-. La tienen.
    Nigel observó con el radar y los sensores ópticos al Segunda Oportunidad, que salía acelerando de la órbita con valentía, luchando por deshacerse de los agujeros de gusano primos que la rodeaban. Los brillantes cohetes de plasma de la nave quedaron ahogados en un horno nuclear de partículas elementales que se hinchó a lo largo de quinientos kilómetros.
    -Hijos de puta -ladró Nigel-. Tu Lee, has hecho un magnífico trabajo. Estoy muy orgulloso. Y volveré a oír tu risa, seguro.
    -Maldita sea -dijo Alan-. Lo siento, Nigel.
    -No podemos quedarnos sentados aquí y tolerar esta clase de castigo -dijo Nigel-. Tenemos que demostrarles que podemos responder.
    -El almirante Kime les ha ordenado a las naves de guerra que se reúnan -dijo la IS.
    -Apuesto a que a esos cabrones de alienígenas les tiemblan las putas botas. Mira, tres naves que van a por ellos.
    Los aerorrobots de Wessex destruyeron otra salva de proyectiles. Los primos parecían haber dejado de atacar los pueblos que salpicaban el resto del planeta. Narrabri y sus distritos exteriores estaban recibiendo prácticamente todo el diluvio.
    -No os vais a quedar con mi estación -les dijo Nigel con tono inflexible.
    Abrió varios enlaces directos con la maquinaria del generador de agujeros de gusano de tres de las salidas de la estación de Narrabri. Accedió a su depósito de memoria y los viejos recuerdos se alzaron para ocupar una red neuronal artificial, lo que le permitió disponer de todos los conocimientos que había tenido sobre materia exótica, inversores de energía, supergeometría y matemáticas cuánticas. Sacó cosas de todos y cargó nuevas directivas en la maquinaria que generaba los agujeros de gusano que conducían a Louisiade, Malaita y Tubuai.
    Los limitadores y los reguladores de información dispararon todas las alertas. Ni siquiera su sistema de control podía manejar tres agujeros de gusano a la vez.
    -No me iría mal un poco de ayuda por aquí -le dijo a la IS.
    -Muy bien.
    Nigel dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Con la IS nunca se sabía cuándo iba a arrimar el hombro o si se iba a limitar a mirar desde lejos. Supuso que aquella invasión quizá también hubiera puesto nerviosa a la gran inteligencia artificial; después de todo, Vinmar ocupaba un lugar físico dentro del espacio de la Federación.
    Con la IS actuando como intérprete y ejecutor, el papel de Nigel ascendió al de ejecutivo, nada más. Bajo su dirección, la IS reformateó la estructura cuántica interna de los tres agujeros de gusano que había diseñado él. Retrajo los puntos de salida de sus lejanos destinos y los convirtió en fisuras indefinidas que se retorcían por el espacio-tiempo.
    Uno de los agujeros de gusano de los primos volvió a surgir sobre Wessex y Nigel disparó, su control pseudocinético movía los iconos a una velocidad supersónica. Los tres puntos de salida de los agujeros de gusano se materializaron dentro del intruso en una intersección transdimensional que creó una distorsión masiva que instigó enormes oscilaciones por la estructura enérgica del agujero de gusano alienígena. La potencia de ocho de las centrales nucleares eléctricas de Narrabri se bombeó a través de la maquinaria de la salida para amplificar la inestabilidad, obligándola a volver al extremo de los primos.
    El agujero de gusano de los intrusos se desvaneció en una fuerte implosión gravitacional que liberó un estallido de radiación ultradura. Nigel esperó, el hisradar examinó el espacio sobre Wessex. A los primos solo les quedaban cuarenta y siete agujeros de gusano que aparecían y desaparecían con un salto. Las alarmas de la salida de Malaita sonaban con fuerza, advirtiéndole de que la máquina entera estaba desconectándose para evitar más daños; la excesiva recarga de potencia que había forzado Nigel había quemado muchos de los componentes.
    -Ha funcionado -proclamó.
    -Por supuesto -respondió la IS con tono equitativo.
    -¿Puedes acabar con el resto? -preguntó Alan.
    -Vamos a averiguarlo.
    
    Hasta donde era posible, MontañadelaLuzdelaMañana experimentó una breve sensación de inquietud cuando organizó sus pensamientos antes de lanzar la expansión. La Federación alienígena era una incógnita considerable, a pesar de los recuerdos de Bose. Recordaba haber vivido allí, recordaba cómo era la sociedad, pero solo tenía unas nociones vagas de cuál era su auténtica capacidad militar e industrial. Eso le preocupaba.
    Había varias estrellas más cerca de su sistema natal que tenían planetas capaces de sostener la vida prima. MontañadelaLuzdelaMañana ya había abierto agujeros de gusano a ocho de ellas y había enviado cientos de millones de motiles para comenzar los asentamientos. Era mucho más fácil extenderse por los planetas donde existía vida que por las lunas frías y sin aire, y los asteroides muertos de su sistema natal. No hacían falta máquinas que envolvieran los nuevos asentamientos en un medioambiente protector y benévolo. Establecerse allí era más barato. En los nuevos planetas ya se estaban amalgamando agrupamientos de inmotiles que luego se integraban en las rutinas principales de pensamiento de MontañadelaLuzdelaMañana. En una embriagadora cata del futuro, el inmotil se había extendido y existía a lo largo de cientos de años luz.
    En un tiempo eso quizá hubiera sido suficiente. Hasta al gran primer enemigo, el desconocido, le costaría construir barreras alrededor de tantas estrellas. Pero había más de un enemigo en la galaxia. Sabía lo que pasaría cuando su expansión se tropezara con el obstáculo de los humanos y su territorio. Dos formas de vida incompatibles compitiendo por los mismos planetas y las mismas estrellas. MontañadelaLuzdelaMañana sabía que no podían coexistir en paz. De hecho, en el fondo no veía cómo iba a permitir que ningún otro alienígena compartiera esa galaxia, después de todo solo había un número finito de estrellas. Y ya sabía cómo podía unirlas todas a través de agujeros de gusano y convertirse en omnipresente. De esa forma podía garantizar su inmortalidad. Daba igual cuántas estrellas muriesen o se convirtiesen en novas, él seguiría vivo. Y el primer obstáculo que pretendía impedírselo era la Federación, llena de humanos peligrosos e independientes, y con su magnífica y avanzada maquinaria.
    MontañadelaLuzdelaMañana abrió mil ciento cuatro agujeros de gusano que apuntaban a las coordinadas estelares que había sacado de los recuerdos de Bose. Algunos surgieron muy cerca de sus objetivos, otros estaban próximos, varios estaban a medio año luz o más. Se introdujeron sensores que recogieron datos de posición y se utilizó la información para refinar el mapa estelar y fijar las estrellas de la Federación en sus ubicaciones precisas. Se realinearon las salidas de los agujeros de gusano alrededor de los planetas que conformaban los objetivos iniciales. A MontañadelaLuzdelaMañana le interesaba que los recuerdos de Bose sobre las pautas de colonización de los humanos estuvieran en lo cierto; esa especie infrautilizaba de una forma escandalosa los mundos en los que se asentaban. Su número total apenas era suficiente para llenar un mundo, por no hablar ya de cientos. La individualidad era una debilidad terrible que multiplicaba la avaricia colectiva.
    Se enviaron proyectiles que bombardearon las zonas habitadas más pequeñas y el perímetro de las más grandes. Encontró otros objetivos, sensores cuánticos humanos, redes de comunicación, satélites, centrales eléctricas, y guió sus proyectiles hacia allí. La intención de MontañadelaLuzdelaMañana era eliminar a los propios humanos mientras conservaba sus centros industriales relativamente intactos. A los que sobrevivieran los quería sacar de los edificios y dispersarlos de forma inútil por la tierra sin usar.
    Se activaron campos de fuerza sobre las ciudades. MontañadelaLuzdelaMañana no se lo esperaba, los recuerdos de Bose no sabían nada de algo así. No podía abrir sus agujeros de gusano dentro de ellas. Estaba operando a través de una distancia inmensa y lo más preciso que podía hacer era colocarlas a dos mil kilómetros de un planeta. Para obtener puntos más precisos, necesitaba salidas para anclar los agujeros de gusano.
    Unas máquinas voladoras pequeñas, aerorrobots, alzaron el vuelo alrededor de las ciudades, disparándoles a sus proyectiles. A MontañadelaLuzdelaMañana no le quedó más remedio que aumentar el número de proyectiles que enviaba a través de los agujeros de gusano, guiándolos para crear el mayor daño posible.
    Cuando abrió los agujeros de gusano sobre el mundo principal, Wessex, se encontró con una resistencia incluso mayor. Podía asomarse a la megaciudad, cuyas dos terceras partes estaban formadas por instalaciones industriales. La magnitud sobrepasaba la mayor parte de sus propios asentamientos, mientras que la eficacia de los sistemas humanos, con sus controladores electrónicos, iba mucho más allá de todo lo que había logrado el inmotil.
    Una nave humana sobrevoló Anshun y derribó docenas de proyectiles. La respuesta de MontañadelaLuzdelaMañana fue la habitual, envió más proyectiles. Cuando la nave humana empezó a aparecer y desaparecer por su propio agujero de gusano, MontañadelaLuzdelaMañana desvió más agrupamientos inmotiles para que se concentraran en sus propios mecanismos de generadores de agujeros de gusano, cambiando la composición de la energía para que actuara como inhibidor. Decenas de miles de inmotiles adicionales se centraron en el problema, llevando su capacidad de control al límite absoluto. Con la nave estelar contenida en el espacio real, MontañadelaLuzdelaMañana disparó una salva abrumadora de proyectiles.
    Algo le ocurrió a uno de los agujeros de gusano que tenía sobre Wessex. La energía atravesó como una ola la estructura, medio desintegrada de la distorsión, y sobrecargó el mecanismo del generador que se había construido en uno de los cuatro asteroides gigantes que orbitaban alrededor del agujero de gusano interestelar del punto avanzado. La explosión resultante derribó la torre que almacenaba los proyectiles de los bombardeos e incluso alcanzó al escuadrón de naves que aguardaba encima.
    MontañadelaLuzdelaMañana buscó con urgencia en su recuerdo el incidente. Mientras lo hacía, se desplomaron otros dos agujeros de gusano y sus destellos de energía destrozaron los generadores. MontañadelaLuzdelaMañana se dio cuenta de que, en realidad, los estaba sobrecargando una fuerza externa. Puso a más grupos de inmotiles a examinar el problema y aumentó la potencia de los generadores restantes para contrarrestar otros cinco intentos de desestabilización.
    La batalla se convirtió en una lucha basada en la capacidad energética. MontañadelaLuzdelaMañana estaba alimentando sus agujeros de gusano con discos extractores de flujo magnético que había dejado caer en la corona de la estrella, donde había situado su puesto avanzado; transfería la potencia inducida a los asteroides a través de un pequeño agujero de gusano. Incluso aunque le proporcionaran un aporte máximo, la cantidad de energía que podían manejar los generadores de agujeros de gusano también tenía un límite. Y los humanos estaban cambiando sus métodos de ataque a una velocidad que no podía igualar, modificaban los patrones de interferencia y las amplificaciones de resonancia en cuestión de nanosegundos. Ellos también parecían disponer de una fuente de energía ilimitada.
    Otros veintisiete generadores de agujeros de gusano explotaron o quedaron retorcidos y convertidos en restos fundidos. MontañadelaLuzdelaMañana puso fin a su intento de capturar Wessex y desvió los restantes agujeros de gusano hacia otros planetas donde no había interferencias. Los resultados de los bombardeos fueron decepcionantes en la mayor parte. Pero era tal la cantidad de proyectiles que seguía disparando que iba derrotando poco a poco a las defensas humanas. Detuvo el envío de proyectiles y mandó las primeras naves al interior de la Federación.
    En total, había reunido una flota de cuarenta y ocho mil, listas para llevar a cabo la fase de expansión preliminar.
    
    El centro del monitor táctico de Wilson se estaba llenando de gente. La imagen fantasmal de la propia Elaine Doi se había unido a él, junto con Nigel Sheldon; la presencia espectral de ambos investía sus órdenes de una autoridad ejecutiva suprema, siempre que no interfiriesen. Para asesorarlo en cuestiones tácticas y tecnológicas, tenía las sombras de Dimitri Leopoldovich y Tunde Sutton flotando tras él.
    En esos momentos habría agradecido la presencia de un auténtico espectro, un vidente que pudiera decirle lo que iba a pasar a continuación, o al menos que pudiera hacer alguna conjetura. Estaban viendo los últimos proyectiles primos que se precipitaban hacia veintiún planetas asediados. A él no le parecía que presagiara nada bueno, mientras que todos los demás estaban encantados. Wessex había conseguido expulsar los agujeros de gusano alienígenas mientras que Olivenza y Balya habían perdido el contacto con la unisfera al abrirse una brecha en los campos de fuerza de sus estaciones. La estación planetaria del TEC en Anshun había desactivado las salidas que los conectaban.
    -¿Puede sobrecargar los agujeros de gusano alienígenas restantes? -le preguntó Doi a Nigel. La presidenta estaba deseando ver otras victorias.
    -He quemado dieciocho de nuestros generadores de agujeros de gusano para acabar con treinta de los suyos -dijo Nigel-. Haga usted misma las cuentas. No es una proporción demasiado buena. Sin los agujeros de gusano no tenemos Federación. En cualquier caso, dudo que ahora mismo tengamos suficientes reservas de energía.
    Wilson no dijo nada. Había visto con impotencia que Sheldon absorbía cada vez más potencia de la red energética de la Federación. Todos los mundos de los Quince Grandes habían activado sus reservas de los depósitos-d de balance cero cuando se había recurrido a sus generadores nucleares. La Tierra había sufrido una pérdida de potencia civil absoluta y sin precedentes cuando Sheldon había desviado todo la potencia de salida de la Luna para sostener su batalla de distorsión del espacio sobre Wessex. Casi todos los mundos de la fase uno y dos habían experimentado cortes de electricidad totales y parciales cuando sus generadores domésticos habían entrado en primera línea. Durante un tiempo había reinado la incertidumbre y los campos de fuerza de varias ciudades habían parpadeado de una forma alarmante por culpa de la pérdida de energía. En ese instante todo el mundo estaba muy ocupado recargando sus instalaciones de almacenamiento.
    Había sido un ejercicio desesperado, aunque Wilson tenía que admitir que no había quedado más remedio. Pero si los primos hubieran elegido ese momento para lanzar una nueva oleada de ataques, los resultados habrían sido catastróficos. El único recurso que le quedaba a Wilson era rezar.
    -¿Quiere decir que están aquí para quedarse? -preguntó Doi.
    -De momento, sí -dijo Wilson.
    -Por el amor de Dios, con el dinero que les hemos dado...
    -Suficiente para encargar tres naves de guerra -le soltó Wilson-. Ni siquiera estoy seguro de que hoy hubiera bastado con trescientas.
    -Los aerorrobots y los campos de fuerza han hecho un gran trabajo, maldita sea -dijo Rafael-. Sin ellos, los daños habrían sido muchísimo mayores.
    -Pero las bajas -dijo la presidenta-. Dios bendito, hombre, hemos perdido a dos millones de personas.
    -Más -dijo Anna con gesto sobrio-. Muchas más.
    -Y la cuenta va a seguir subiendo -dijo Wilson con una dureza deliberada-. Dimitri, ¿puedes darnos algunas opciones sobre su siguiente movimiento?
    -Nos han debilitado -dijo el académico ruso-. La ocupación es el paso lógico siguiente. Deben estar preparados para una invasión a gran escala.
    -Tunde, ¿cuál es el nivel de daño ecológico en los mundos asaltados?
    -En una palabra: alto. Anshun se ha llevado la peor parte. Allí acaban de empezar las tormentas. Como mínimo, extenderán la lluvia radioactiva por todo el planeta. Los primos no utilizan unas bombas de fusión demasiado limpias. La descontaminación costaría una fortuna, aunque fuera lo más práctico, cosa que dudo. Es más barato evacuar y enviar a todo el mundo a un nuevo planeta de la fase tres. Los otros mundos se encuentran en diferentes estados de descomposición climática y contaminación nuclear. Dada la actitud de la población general hacia los temas nucleares y medioambientales, yo diría que, de todos modos, nadie va a querer quedarse.
    -Estoy de acuerdo -dijo Wilson-. Quiero empezar con la evacuación hoy mismo.
    -¿En todos? -preguntó Doi-. No puedo consentirlo. ¿A dónde coño iban a ir?
    -Amigos, parientes, hoteles, campamentos del Gobierno. ¿Qué más da? Ese no es mi problema. Tenemos que meter a todos los que hayan quedado vivos en esos planetas debajo de los campos de fuerza y después hay que sacarlos de allí. Quiero que se envíe a nuestra reserva militar para ayudar: a todos los paramilitares, a todos los escuadrones de la policía táctica, a todos los aerorrobots de los que podamos prescindir. Con todos ellos, los Gobiernos planetarios tendrán suficiente personal de combate para montar un ejército de cierto tamaño. Señora presidenta, voy a necesitar que firme una orden ejecutiva que los ponga bajo el mando del almirante Columbia.
    -No... No estoy segura.
    -Yo la respaldaré -dijo Nigel-. Y lo mismo harán las dinastías intersolares. Wilson tiene razón, hay que poner esto en marcha.
    -¿Puedes abrir agujeros de gusano en otras ciudades de esos planetas? -preguntó Wilson-. Jamás podremos llevar a todo el mundo a las capitales.
    -Las salidas de la estación de Narrabri no están en muy buena forma ahora mismo -dijo Nigel-. Pero nos las arreglaremos. De todos modos, toda la puñetera red de ferrocarril está cerrada. Podemos desviar las salidas que nos quedan en Wessex, pero no será para los trenes. La gente tendrá que pasar a pie o en autobuses.
    -¿Y qué hay de Olivenza y Balya?
    -Podemos usar el agujero de gusano de la división de exploración de Anshun para restablecer el contacto, a ver si queda alguien vivo.
    -Los agujeros de gusano primos han dejado de moverse -dijo Rafael-. ¡Ah!, por los clavos de Cristo, aquí vienen.
    El radar y los sensores visuales les mostraron a las naves primas que salían volando de los agujeros de gusano sobre cada uno de los mundos asediados.
    -Si empiezan a aterrizar, ya te puedes olvidar de intentar evacuar a nadie -dijo Dimitri-. No hay tiempo. Tenemos que destruir su centro de operaciones, golpear sus agujeros de gusano en el otro lado, donde son vulnerables.
    -¿Cuánto queda para que las naves estelares lleguen a Anshun? -preguntó Wilson.
    -Ya hay dos en el punto de encuentro -dijo Anna-. En otras ocho horas se reunirá con ellas la última.
    -¡Hijo de puta! Rafael, empieza a evacuar a todo el mundo de las capitales ahora mismo. Al menos los sacaremos de allí.
    -Abriré agujeros de gusano en las otras ciudades protegidas -dijo Nigel.
    -¿Y qué pasa con la gente que ha quedado fuera? -dijo Doi-. En el nombre de Dios, tenemos que hacer algo por ellos.
    -Vamos a ver lo que podemos hacer para ayudar -dijo la IS.
    
    A Mark le llevó cuarenta minutos, pero al fin consiguió volver a poner en marcha la Ables. Había un montón de circuitos que se habían quemado, cosas que consiguió parchear o desviar. Liz y Carys se pasaron ese tiempo preparando el equipaje, sacando un par de maletas llenas de ropa y todo el equipo de acampada de la familia.
    -Creo que la ciberesfera está volviendo -dijo Liz cuando dejó la última maleta en la parte de atrás de la camioneta-. La matriz de la casa está mostrándome un menú básico de comunicación.
    -¿La matriz de la casa funciona? -preguntó Mark, sorprendido. Los daños no se habían limitado solo a los sistemas electrónicos. La mayor parte de las ventanas habían reventado, incluso las de triple acristalamiento, y habían cubierto todas las habitaciones de fragmentos de cristal. Ver lo que el estallido le había hecho a su casa fue un golpe casi tan duro como presenciar la explosión en sí, y muchísimo más sobrecogedor. Era como si hubieran destrozado cada habitación de una forma deliberada y maliciosa.
    Con todo, Mark supuso que debían de haber salido mejor parados que la mayoría. Al menos, su casa de coral seco estaba compuesta por cúpulas, lo que había permitido que la peor parte de la presión de la onda expansiva se deslizara con suavidad sobre ellas, las paredes planas y verticales habrían recibido un castigo peor. No soportaba mirar los viñedos, la explosión había aplastado casi todas las parras. Y, por lo que él veía, lo mismo había ocurrido en todo el valle de Ulon.
    -No puedo comunicarme con ella -dijo Liz-. Pero la pantalla del monitor de emergencia del lavadero ha sobrevivido así que he podido introducir unas cuantas órdenes. El noventa por ciento del sistema se ha caído y no puedo ejecutar el programa de recarga y reparación. El protocolo de operación de la red es prácticamente lo único que hay y no cabe duda de que está enganchado al nodo del valle. El cable es de fibra óptica así que puede sobrevivir a cosas mucho peores que esta.
    -¿Has intentado llamar a alguien?
    -Claro. Primero llamé a los Dunbavand y a los Conant. Nada. Luego probé con el Ayuntamiento. Incluso lo intenté con la Casa Negra. No hay nadie en casa.
    -O no se dan cuenta de que el sistema se está reconstruyendo. Hará falta tiempo, incluso cuando los algoritmos genéticos empiecen a reestructurarse alrededor de los daños.
    -Lo más seguro es que ni siquiera averigüen si tienen los implantes fastidiados, como nosotros. ¿Quién sabe usar un teclado en estos tiempos?
    -Yo sí -dijo Barry.
    Mark abrazó a su hijo. El niño todavía tenía la cara manchada de tierra y lágrimas, pero parecía estar recuperándose del golpe que había supuesto aquello.
    -Eso es porque tú eres brillante -le dijo Mark.
    -Vienen nubes -dijo Carys. Estaba mirando hacia el norte, donde largas serpentinas de vapor blanco se iban deslizando con rapidez, a poca altura, sobre las Dau’sings. Eran como lanzas esponjosas que se dirigían hacia los restos cubiertos de niebla y humo de las Regentes.
    Liz las miró con cautela.
    -Va a llover dentro de nada. Va a llover mucho. -Se volvió hacia Mark y lo miró-. Bueno, ¿y hacia dónde vamos?
    -La salida del agujero de gusano está muy lejos -dijo el joven.
    -Si es que sigue allí -dijo Carys-. Han utilizado una bomba nuclear para cargarse una estación remota de detección. Dios sabe con qué habrán atacado la estación del TEC. La autopista es una ruta muy larga y expuesta. Y después tenemos que cruzar un océano.
    -No hay otra forma de salir -dijo Mark.
    -Sabes que tenemos que ver cómo están los demás -dijo Liz-. Quiero llevar a los niños a un lugar seguro, más que nada en el mundo, pero tenemos que saber qué lugar es seguro. Y ahora mismo no estoy convencida de que ese lugar esté al otro lado de las Dau’sings.
    Mark alzó los ojos y miró al cielo, de repente temía lo que podía ver. Jamás se había dado cuenta de lo abierto que era.
    -¿Supongamos... que vienen?
    -¿Aquí? -El tono de Carys era mordaz-. Lo siento chicos, pero venga ya. No se puede decir que Randtown sea el centro estratégico del universo. Sin la estación de detección, esto no es nada.
    -Supongo que tienes razón -dijo Mark-. Está bien, nos vamos al pueblo y de camino les echamos un vistazo a unos cuantos vecinos.
    -Buen plan -dijo Liz-. Tenemos que saber lo que está pasando en el resto de Elan, y la Federación. Si el Gobierno intenta ponerse en contacto de algún modo, será en el pueblo.
    -Si es que hay algún Gobierno -dijo Carys. Liz le lanzó una mirada penetrante.
    -Lo habrá.
    -A la camioneta -les dijo Mark a los niños.
    Los pequeños treparon al asiento trasero sin una sola palabra. Una Panda igual de apagada se subió de un salto con ellos. Mark estuvo a punto de mandar a la perra que saliera, pero luego se ablandó. En ese momento los niños necesitaban todo el consuelo que pudieran tener. Todos lo necesitaban.
    -Yo os sigo -dijo Carys.
    -De acuerdo. Mantén activada la matriz de mano.
    Habían encontrado por la casa tres viejos modelos que se habían desconectado cuando la pulsación electromagnética había barrido el valle entero. A Mark le había resultado muy sencillo alterar sus programas para poder utilizarlas como comunicadores básicos con un radio de ocho kilómetros.
    Carys hizo un gesto hacia atrás con la mano para tranquilizarlo mientras se dirigía al MG. Para absoluta sorpresa de Mark, los sistemas del coche se habían ganado el reticente respeto del mecánico sobreviviendo casi intactos al impulso electromagnético.
    -Será mejor que te lleves esto -dijo Liz. Y le pasó su rifle de caza, un láser de alta potencia con una mira telescópica de baja resolución-. Lo he comprobado y todavía funciona.
    -Dios, Liz. -Mark le lanzó una mirada furtiva y culpable a los niños-. ¿Para qué?
    -Las personas pueden dar problemas en momentos de tensión. Y yo no estoy tan convencida como Carys de que los primos nos vayan a dejar en paz.
    Se abrió la chaqueta y le mostró a su marido una pistola de iones en una sobaquera.
    -La hostia. ¿De dónde ha salido eso?
    -De un amigo. Mark, vivimos a kilómetros de cualquier sitio y tú estabas fuera de casa durante el día.
    -Pero... ¡una pistola!
    -Solo soy práctica, cielo. Una chica debería saber cuidarse sola.
    -Ya -dijo, aturdido. Por alguna razón ya no parecía tener tanta importancia. De hecho, casi se alegraba de que Liz la tuviera. Mark se metió en la furgoneta y la condujo por la larga pista que llevaba a la carretera principal del valle.
    Randtown seguía en pie. Más o menos. Las Regentes habían desviado la peor parte de la explosión hacia arriba, pero las terribles ondas de presión distorsionada que habían bajado desde las montañas no habían tardado en alcanzar el pueblo.
    Los paneles de compuesto y metal habían quedado retorcidos y arrancados de todos los edificios. Los rectángulos arrugados estaban por todas partes, en las aceras, incrustados en otros edificios. Los más ligeros flotaban en el Trine’ba. Las gruesas láminas aislantes vibraban con libertad en las vigas estructurales desnudas. Los tejados eran simples esqueletos, casi despojados por completo de sus paneles solares. Lo más extraño de todo era el resplandor. El pueblo entero brillaba bajo una capa de arco iris prismáticos. Todas y cada una de las ventanas de Randtown se habían roto y lanzado astillas y gránulos en largos penachos que habían caído por las aceras y las calles, como si se hubieran derramado sacos enteros de diamantes.
    Mark detuvo la camioneta en la calle Oeste Inferior, a solo un par de cientos de metros de la autopista.
    -Dios mío, no sabía que había tanto cristal en todo el planeta, por no hablar ya de aquí.
    -¿Las llantas podrán soportar eso? -preguntó Liz. La mujer miraba la calle, intentando ver si había alguien. Varias columnas de humo se alzaban sobre los tejados rotos, más cerca del centro del pueblo.
    -Deberían. Son de espuma de gel.
    -Muy bien. -Liz se llevó la matriz de mano a la boca-. Carys, entramos. ¿Podrá arreglárselas el MG?
    -MG va a tener una charla muy desagradable con mis abogados si no lo hace.
    Mark se asomó por la ventanilla. David y Lydia Dunbavand iban en la parte de atrás, sentados en las bolsas del equipo de acampada, mientras que los tres hijos de los Dunbavand se habían apretado en el MG con Carys. Detrás de esta, el todoterreno de los Conant cerraba la marcha; Yuri lo había arreglado al llegar a su finca.
    -Entramos -les dijo. David levantó la vara máser.
    -De acuerdo, estamos atentos.
    Mark sacudió la cabeza mientras pisaba el acelerador. ¿Qué le pasaba a la gente con las armas cuando había un desastre? La camioneta avanzó despacio, sus grandes llantas crujían constantemente al aplastar la capa cristalina de la carretera.
    Encontraron a los residentes al irse acercando al centro. Casi todo el mundo al que la explosión había sorprendido fuera estaba herido en mayor o menor grado. La gente que caminaba por las aceras había resultado gravemente herida por los paneles de las paredes que habían atravesado el aire. Los que habían evitado los paneles, no habían podido evitar el ametrallamiento consiguiente de cristal. Muchos habían sufrido ambos tipos de impactos.
    Al acercarse al otro extremo del paseo Principal, la calle estaba abarrotada de vehículos aparcados. Mark frenó la camioneta y salieron todos para seguir a pie.
    -Dejad a Panda dentro -les dijo Liz a los niños-. No puede caminar sobre esto, se le destrozarán las patas.
    La perra empezó a ladrar de una forma lastimera cuando dejaron allí los vehículos.
    La mitad de los edificios del paseo Principal estaban inclinados, dibujando unos ángulos peligrosos, las vigas estructurales habían superado su nivel de tolerancia de carga por la ferocidad del aire que las había envuelto. El corazón comercial de la ciudad se encontraba atestado en el instante de la explosión, los cafés estaban llenos de gente que disfrutaba de almuerzos tranquilos, las mesas de la acera estaban de bote en bote y la calle repleta de personas que miraban escaparates.
    -Oh, Dios bendito -gimió Mark cuando asimiló lo que veía. Se encontraba mareado y débil, y necesitó apoyarse en la pared inclinada más cercana para no caerse.
    No era la gente todavía tirada allí. Ni los equipos que seguían trabajando para liberar a las víctimas que quedaban atrapadas. Ni los equipos de triaje que vendaban los cortes y laceraciones. Hasta los horrendos llantos y gemidos los podría haber soportado. Era la sangre. Sangre que lo cubría todo. Las losas de la acera ni siquiera se veían entre aquel fluido de color borgoña que se coagulaba y que había bajado por toda la pendiente. Los montones de cristal estaban pegajosos por ello. Las paredes combadas estaban embarradas con unas salpicaduras atroces que ya habían adquirido un tono negro. Las personas estaban empapadas: la piel, la ropa, todo. El aire estaba cargado con su hedor picante.
    Mark se inclinó y vomitó en las botas.
    -Atrás -les ordenó Liz a los niños-. Vamos, hay que volver a la camioneta.
    Fue empujando a los pequeños, y Lydia y David llegaron corriendo para ayudarla.
    Sandy, Elly y Ed estaban llorando. Barry y Will parecían a punto de empezar. Los adultos formaron una pequeña cortina protectora y los empujaron con suavidad.
    -Vamos a averiguar si hay algún tipo de plan por aquí -les explicó Carys.
    -De acuerdo -dijo Liz. Ella también estaba intentando contener su propio asco-. Seguid en contacto.
    -¿Y tú qué? -le preguntó Carys a Mark-. ¿Estás bien?
    -No, claro que no, maldita sea. -Después se limpió la boca con la manga-. ¡Jesús!
    La conmoción lo había dejado muerto de frío. Aquello no se lo esperaba. Se suponía que el fin del mundo era algo definitivo, una nada infinita. Eso habría sido una bendición. Pero en lugar de eso, tenían que soportar las consecuencias, un mundo de dolor, sangre y sufrimiento.
    -Lo aguantarás. -Carys no se mostró demasiado comprensiva-. Qué remedio queda. Venga, vamos a ver si podemos ayudar en algo.
    Yuri Conant ayudó a Mark a incorporarse. Él tampoco tenía muy buen aspecto. Olga se tapaba la boca con un trapo y tenía los ojos húmedos.
    Los cuatro empezaron a bajar por el paseo Principal, las botas chapoteaban haciendo un sonido repugnante con cada paso. Había cosas que se les pegaban a las suelas. Mark se sacó un trapo del mono y se lo ató sobre la nariz y la boca.
    -¿Mark? -exclamó una chica.
    Era Mandy, de Dos para el Té. La joven formaba parte de un pequeño grupo que rodeaba a un hombre de mediana edad que tenía una pierna desgarrada. Le habían envuelto las heridas con unas vendas improvisadas que ya estaban muy manchadas.
    Una tosca estaca de metal oxidado asomaba por la tela, era obvio que la tenía incrustada en la carne. Una de las mujeres estaba intentando que se tomara unos calmantes.
    -¿Estás herida? -le preguntó Mark. La joven tenía la cara muy sucia, llena de tierra y motas de sangre seca, con líneas limpias en la piel de las mejillas por donde le habían rodado las lágrimas. Tenía los brazos y el mandil cubiertos de sangre.
    -Algunos cortes -dijo-. Nada grave. He estado intentando ayudar a la gente desde que ocurrió. -Su voz estaba a punto de quebrarse-. ¿Qué hay de Barry y Sandy, están bien?
    -Sí, no les pasa nada. En el valle no fue para tanto.
    -¿Qué hemos hecho, Mark? ¿Por qué nos han hecho esto? Jamás les hemos hecho daño.
    La muchacha empezó a sollozar. Mark la rodeó con los brazos y la abrazó con suavidad.
    -No hemos hecho nada -le aseguró.
    -¿Entonces por qué?
    -No lo sé. Lo siento.
    -Los odio.
    -Eh, tíos, ¿podéis echarnos una mano? -dijo uno de los que estaban atendiendo al hombre herido-. Ya podemos moverlo.
    -¿Moverlo a dónde? -preguntó Carys.
    -El hospital está funcionando, ya tienen algo de electricidad. Simon ha tomado el mando.
    -¿Dónde está?
    -A dos calles de aquí -dijo Mark automáticamente. -Lo llevamos nosotros.
    Incluso con una camilla improvisada no resultaba nada fácil avanzar. Había que salvar muchos escombros y el restaurante chino de la esquina, entre las calles Matthews y Segunda, se había incendiado. Sin los robots antiincendios y el servicio de bomberos voluntarios, las llamas se habían apoderado del edificio y amenazaban con extenderse a los demás. Tuvieron que dar un largo rodeo por uno de los complicados callejones que salían de la calle Matthews. A medida que caminaban, la luz fue oscureciéndose poco a poco. Las nubes cubrieron el cielo y giraron en una lenta formación ciclónica centrada alrededor de las Regentes. Unas nubes más gruesas y oscuras se precipitaban desde el horizonte. La lluvia ya estaba cayendo al otro extremo del Trine’ba, una amplia cortina que lo iba barriendo todo y se acercaba al pueblo. Por lo menos debería detener los incendios, pensó Mark.
    Una gran multitud de personas se arremolinaba en los jardines que había delante del Hospital General. Se separaron de mala gana para dejar pasar al grupo de Mark con la camilla. Dentro, las luces estaban encendidas y parte del equipo médico funcionaba. La sala de urgencias ya estaba atestada de niños y los adultos más graves. La recepción había sido tomada por las heridas profundas y los traumas por pérdida de sangre. La enfermera que se encargaba de las valoraciones le echó un rápido vistazo al hombre que habían llevado, declaró que no era crítico y les dijo que le buscaran un sitio en el pasillo. Un equipo de personas con escobas y palas seguían limpiando los cristales rotos de los suelos pulidos. Mark encontró una sección que acababan de limpiar y dejaron allí al paciente.
    Cuando se levantó vio que Simon Rand se acercaba con pasos firmes al medio del pasillo, sus túnicas naranjas colgaban como telas normales. Hasta a Simon lo había golpeado el cristal. Tenía una larga tira de piel curativa en la mano y otra al final del cuello. Su séquito era más pequeño de lo habitual, pero todavía lo seguían con devoción. Una joven caminaba a su lado, vestida con una camiseta negra y vaqueros. Era Mellanie Rescorai, todavía deliciosamente bella a pesar de la expresión sobria y decidida de su rostro. A Mark no le sorprendió del todo que la joven no tuviera ni una sola marca.
    Mellanie lo vio mirando y le dedicó una sonrisa pequeña y triste.
    -Bueno, ahí lo tienes -dijo Carys-. Justo cuando pensabas que el día no podía irte peor.
    Mark se fue detrás de Simon y Mellanie, con Carys, Yuri y Olga siguiéndolos detrás. Simon llegó al agrietado y hundido pórtico de mármol que había delante del Hospital General y levantó los brazos.
    -Por favor, si pueden reunirse aquí...
    La multitud del césped se acercó un poco más. Eran muchas las miradas enfadadas que se dirigían a Mellanie.
    Esta se enfrentó a la multitud con gesto impávido.
    -Sé que no soy la persona más popular de la ciudad ahora mismo -les dijo-. Pero lo cierto es que tengo comunicación con la unisfera. Para haceros un breve resumen de lo que está pasando, veinticuatro planetas de la Federación han sido atacados.
    Mientras ella hablaba, Mark levantó la matriz de mano que llevaba. El aparato no encontró ni una sola red que pudiera conectarse con la ciberesfera planetaria, por no hablar ya de la unisfera.
    -No, de eso nada, no tienes nada -murmuró.
    Mellanie lo miró. Acababa de contarles que Wessex había conseguido rechazar el asalto. Movió la mano con discreción y agitó los dedos en un pequeño eco de su comunicación virtual. La matriz de mano de Mark dispuso de repente de un enlace con un nodo de la unisfera de Runwich; la capacidad era muy baja, solo lo suficiente para proporcionarle unas funciones básicas de datos.
    -Soy periodista -dijo Mellanie en voz baja-. Tengo implantes de largo alcance.
    Había algo que no estaba claro. Mark sabía cómo funcionaban las redes, y lo que aquella chica decía era una tontería. No entendía cómo le había proporcionado el enlace.
    -Ahora mismo la Marina está organizando evacuaciones en todos los planetas asaltados -le dijo Mellanie a la multitud-. La estación del TEC de Wessex está organizándose para abrir sus agujeros de gusano restantes y conectar con todas las comunidades aisladas. Incluyéndonos a nosotros. Es una operación difícil sin una salida al otro lado, pero la IS está ayudándolos a gestionar el proceso.
    Simon dio un paso adelante.
    -Será doloroso irse, lo sé. Pero tenemos que enfrentarnos a la realidad, amigos. El hospital no tiene capacidad suficiente. El resto del planeta sigue sufriendo ataques de diferente magnitud. No piensen en esto como una evacuación, nos estamos reagrupando, eso es todo. Y yo pienso volver. Voy a reconstruir mi casa de nuevo. Y espero que todos volváis conmigo.
    -¿Cuándo nos vamos? -preguntó Yuri-. ¿Cuánto tiempo tenemos?
    -La Marina está elaborando una lista -dijo Mellanie-. Tenemos que asegurarnos de que cuando el agujero de gusano se abra, todos los que viven en el campo, en los alrededores, estén aquí y listos para irse. Tenemos que pasar todos a la vez.
    -¿En qué puesto de la lista estamos? -gritó una voz entre la multitud. Mellanie le lanzó a Simon una mirada tensa.
    -Somos el número ochocientos setenta y... seis -dijo Simon.
    La multitud se quedó callada. Hasta Mark se sintió decepcionado. Pero al menos había una salida. Le pidió a la matriz de mano que comprobara si la información estaba bien, si de verdad estaban tan abajo en la lista.
    -Mira a tu amiguita -dijo Carys, tenía los ojos clavados en Mellanie-. Está recibiendo malas noticias.
    Mark se volvió a tiempo de ver que Mellanie comenzaba a darle la espalda a la multitud y les ocultaba la cara. Tenía los ojos muy abiertos y una expresión de alarma. Articuló una especie de obscenidad y tiró de la túnica de Simon. Los dos se apartaron un poco.
    Mark le dijo a su matriz de mano que rastreara toda la información oficial sobre la situación actual de Elan.
    -No hay datos disponibles -le dijo el aparato con brusquedad.
    Simon había vuelto a levantar las manos para apelar a la multitud que seguía mirándolos a él y a Mellanie con gesto nervioso.
    -Pequeño cambio de planes -exclamó por encima de los murmullos crispados-. Tenemos que salir del pueblo, ya. Si tenéis un vehículo que funcione, por favor, llevadlo a la estación de autobuses. Nos vamos a dirigir a Páramo Alto en un convoy. Allí es donde se abrirá el agujero de gusano. Quiero pedirles a todas las personas sanas que ayuden a llevar a los heridos a la estación. Cualquiera que tenga conocimientos técnicos, necesitamos que funcionen los autobuses, dirigíos a la oficina de ingeniería de la estación cuando lleguéis allí.
    La gente empezaba a gritar.
    -¿Por qué?
    -¿Qué está pasando?
    -Cuéntanoslo, Simon.
    -Dínoslo.
    Mellanie permanecía junto a él.
    -Llegan los alienígenas -se limitó a decir la joven, después señaló el cielo que tenían detrás.
    La multitud se volvió al unísono para mirar las nubes oscuras que cubrían el Trine’ba. Había dos manchas claras de fluorescencia blanca allí arriba, como si un par de soles se filtraran entre las nubes. Cada vez más grandes y más brillantes.
    
    Era el programa de su vida, de todas sus vidas. Alessandra Baron sabía que ninguna otra cosa podría igualar la cobertura en vivo y en directo de un ataque alienígena. Por suerte, había tenido la presencia de ánimo suficiente para cambiarse, se había quitado su sofisticado vestido y se había puesto el formal traje de chaqueta gris que su departamento de estilismo tenía siempre listo para desastres y demás malas noticias. En esos instantes se sentaba con gesto magistral tras el escritorio de su estudio, la guía y moderadora perfecta mientras los hologramas de analistas, políticos y oficiales de la Marina de bajo rango entraban y salían del programa para responder a sus preguntas. Siempre que Bunny, el productor del programa, podía conseguir una conexión decente, intercalaban imágenes en directo de los planetas asaltados. El hecho de que aquello pudiera afectar a la unisfera, que las formas de comunicación que la presentadora había dado por hechas durante todas sus vidas, de repente, ya no fueran universales ni estuvieran garantizadas, inquietaba a Alessandra casi tanto como las explosiones nucleares, aunque mantuvo la expresión profesional e impasible durante todo el tiempo. Y en cuanto a los espeluznantes cortes de energía que sufrieron cuando Wessex se enfrentó a los agujeros de gusano primos, eso acercó a todo el mundo a la batalla y les proporcionó una sensación de implicación.
    En el despacho de producción del estudio, Bunny ejecutaba varios programas de datos no estructurados de información paralela para conseguir acceso a los veinticuatro planetas, al tiempo que resumía el estado de cosas en cada uno de ellos. Los flujos de Olivenza y Balya estaban inquietantemente vacíos. La visión virtual de Alessandra proporcionaba una red de poderosas imágenes que ponían a su disposición varios periodistas que tenían la mala fortuna de encontrarse cerca de la primera línea. Campos de fuerza sobre las ciudades que destellaban de forma constante con una opalescencia reluciente, al tiempo que desviaban los escombros o un huracán radioactivo que pasaba aullando. Los periodistas que eran lo bastante temerarios como para acercarse al campo de fuerza revelaban los nuevos yermos que habían surgido en el exterior, los cráteres lisos y espeluznantes con cuencas resplandecientes rodeadas de suelo aplanado que se había convertido en un desierto de carbón negro como la noche. Y luego estaban las historias de interés humano, entrevistas con residentes aterrorizados de las ciudades, apenas coherentes, llorosos. Los de los pueblos periféricos que habían conseguido entrar en los campos de fuerza justo a tiempo. Aquellos cuya familia y amigos seguían fuera, en alguna parte. El sufrimiento, el dolor y la rabia de todos ellos se entrelazaron con habilidad en un tapiz de historias que garantizaba que los espectadores que accedían a él nunca se fueran.
    Bunny y Alessandra no dejaron de hacer hincapié en un tema, filtrando siempre la misma pregunta fundamental: ¿Dónde está la Marina? Ponían una y otra vez la espectacular explosión que como una nova había sacudido al Segunda Oportunidad al morir en la batalla sobre Anshun.
    Las imágenes de los planetas asaltados hacían que Alessandra diera gracias por estar a salvo en Augusta, a cientos de años luz de la primera línea. Le preguntó sobre eso a Ainge, un analista del Instituto de Estudios Estratégicos de San Petersburgo cuyo holograma estaba sentado a su lado.
    -Creo que es significativo que solo estén atacando los mundos más cercanos a Dyson Alfa -dijo Ainge-. Implica que sus generadores de agujeros de gusano tienen un alcance limitado.
    -Pero Wessex está a cien años luz de la frontera de la fase tres, en el interior -dijo Alessandra.
    -Sí, pero desde un punto de vista táctico, merecía la pena arriesgarse a hacer ese gasto para intentar capturarlo. Si lo hubieran conseguido, habríamos perdido una parte considerable de la fase dos. Lo que casi habría garantizado nuestra derrota definitiva. Tal y como están las cosas, vamos a tener problemas para defendernos. Sabemos los recursos que tienen disponibles, es muy posible que nunca recuperemos esos veintitrés planetas exteriores.
    -En su opinión profesional. ¿Podemos ganar esta guerra?
    -Hoy no. Necesitamos replantearnos nuestra estrategia de una forma radical. Y también necesitamos tiempo, que es un factor que van a dictar los primos en realidad.
    -La Marina dice que sus naves de guerra van de camino para ayudar a los planetas atacados. ¿Cómo valoraría usted sus posibilidades?
    -Necesitaría más información antes de poder darle una valoración realista. Todo depende de lo bien defendidos que estén los agujeros de gusano primos. El almirante Kime tiene que lograr que una nave de guerra atraviese uno para atacar su puesto avanzado. Es la única forma de frenarlos.
    Bunny le estaba diciendo a Alessandra que tenía a Mellanie en la línea.
    -Creí que Randtown había desaparecido de la ciberesfera de Elan -dijo Alessandra.
    -Y así es, pero Mellanie ha encontrado una forma de ponerse en contacto.
    -Buena chica. ¿Tiene algo interesante?
    -Oh, sí. Le estoy dando acceso en directo. Preparada.
    Alessandra vio que una nueva imagen de la red aparecía en su visión virtual. La retransmisión adquirió entonces prioridad. Mellanie se encontraba en una especie de estación de autobuses al aire libre, una gran explanada cuadrada de asfalto con una sala de espera en uno de los lados. Todas las ventanas habían estallado en la parte anterior del edificio, las columnas maestras estaban dobladas y la mitad del tejado solar había desaparecido. A pesar de la luz que brillaba fuera, caía un auténtico chaparrón de un cielo cubierto de nubes. El incansable diluvio estaba dificultando las cosas todavía más para los cientos de personas que se arremolinaban en la estación. Se preparaba un éxodo masivo. Las colas se arrastraban hacia un atolladero de autobuses parados, los sanos emparejados con los heridos de poca consideración para ayudarlos. Cuatro autobuses se habían convertido en ambulancias improvisadas, les habían quitado los asientos y los habían tirado en un montón junto a las ruinas de la sala de espera. A los heridos más graves los subían a bordo en toscas camillas; muchos de ellos estaban bastante mal, con las heridas atendidas de la forma más primitiva, envueltas en vendas de tela en lugar de con piel curativa.
    Los ingenieros se habían arremolinado alrededor de las escotillas abiertas en los costados de los autobuses, revisando las baterías superconductoras. Alessandra vislumbró a Mark Vernon en uno de los grupos de reparación, trabajando con furia. Pero Mellanie no se detuvo y siguió examinando la situación. Las carreteras que rodeaban la estación estaban repletas de todoterrenos y camionetas atestadas de niños y adultos sanos.
    -Mellanie -dijo Alessandra-. Me alegro de ver que sigues con nosotros. ¿Cuál es la situación ahí, en Randtown?
    -Échale un vistazo a esto -dijo Mellanie con tono rotundo.
    Continuó su barrido visual hasta que se fijó en el otro lado de la ciudad rota. Era obvio que la estación de autobuses estaba en la parte posterior de Randtown, donde el terreno comenzaba a subir hacia las estribaciones de las montañas. Era una posición que le permitía ver por encima de los tejados destrozados y vislumbrar el Trine’ba.
    Alzó la cabeza para mirar la masa de nubes densas y negras que cubrían el lago gigante y Alessandra entendió por fin por qué había tanta luz.
    A cuarenta y cinco kilómetros de distancia, a aquellas nubes revueltas de tormenta les estaban saliendo un par de tumores radiantes, enormes bultos que se retorcían y ondeaban hacia abajo. Ante su mirada, la base de la más grande estalló cuando ocho finas líneas de luz sólida la partió para estrellarse contra la superficie del lago. El vapor brotó de golpe a causa del impacto y envió una cascada circular de bruma hirviente por toda la superficie hinchada del agua. La luz era tan intensa que dejó el pueblo y los campos circundantes envueltos en un tono monocromo puro. Los implantes de retina de Mellanie activaron los filtros más fuertes, aunque apenas podían protegerle los ojos. La mayor parte de los habitantes del pueblo que estaban en la estación de autobuses se había encogido y había levantado los antebrazos para cubrirse los ojos. Los chillidos y los gritos de pánico se oían por todas partes. Quedaron ahogados enseguida cuando un rugido estridente alcanzó el pueblo e hizo vibrar los edificios que quedaban en pie. El ruido fue creciendo hasta que todo el esqueleto de Mellanie se puso a vibrar de una forma dolorosa. Las imágenes que sus implantes de retina enviaban al estudio de Alessandra quedaron reducidas a un perfil borroso en blanco y negro. Justo sobre Randtown, las nubes sufrían un tormento bajo el ataque salvaje de frentes de presión que entraban en conflicto a alta velocidad. La lluvia menuda cambió en cuestión de segundos y dibujó una curva con el viento para golpear de forma casi horizontal, cada gota escocía con dureza al chocar contra la piel desprotegida.
    -Motores de plasma -gritó Mellanie por encima del incesante trueno-. Eso son naves que se están posando.
    El segundo tumor de la nube se partió cuando lo abrieron otras ocho lanzas incandescentes. Mellanie tuvo que cubrirse por fin los ojos y convirtió la imagen en un una bruma de color rojo sangre, su mano estuvo a punto de volverse translúcida. A pesar de la lluvia torrencial, el calor que brotaba de los cohetes de plasma era mayor que el sol de cualquier desierto al mediodía. Las gotas de lluvia humeaban al atravesar el aire como balas.
    Hubo una ligera disminución en el nivel de luz y Mellanie bajó la mano. Una nave había descendido de las nubes, una forma cónica oscura que cabalgaba sobre la luz deslumbradora y vívida de los rígidos gases de los cohetes de plasma. Después se desvaneció tras el inmenso muro de vapor resplandeciente que se alzaba sobre el lago.
    -¿Habéis visto eso? -chilló Mellanie con la garganta ronca-. Ya vienen.
    -Sal de ahí. -Ochenta mil millones de espectadores vieron quebrarse el aplomo de Alessandra-. No pongas en peligro tu seguridad, corre.
    -No podemos... -La imagen se desvaneció entre la electricidad estática morada.
    Alessandra se quedó inmóvil tras el escritorio, después carraspeó antes de seguir hablando.
    -Un reportaje de Mellanie Rescorai, una de las recién llegadas más prometedoras y llenas de talento que se han unido a nuestro equipo en varios años. Las oraciones de todos los que estamos en el estudio están con ella. Y ahora, conectamos con Garth West, que estaba cubriendo el festival de las flores de Sligo. ¿Cómo están las cosas por ahí, Garth, alguna señal ya de las naves primas?
    
    -Las naves se están acercando a la atmósfera superior de Anshun, Elan, Whalton, Pomona y Nattavaara -informó Anna con voz serena.
    Cuando las naves primas alcanzaron la estratosfera, los aerorrobots comenzaron a disparar. Todos los que compartían el monitor táctico de Wilson observaron con atención cuando las armas de energía fijaron el objetivo y salieron disparadas. El efecto fue mínimo. Wilson oyó un par de maldiciones consternadas. Los campos de fuerza que protegían a las naves que descendían sobre los planetas asediados eran demasiado potentes para que los pudieran penetrar las armas de medio calibre que llevaban los aerorrobots. En ese momento, los primos empezaron a dispararles a los pequeños agresores que tenían debajo.
    -Sacadlos de ahí -dijo Wilson-. Reagrupadlos alrededor de las ciudades protegidas. Los vamos a necesitar más tarde.
    -Me ocuparé de eso -dijo Rafael.
    -¿Le hemos acertado a alguna? -preguntó Nigel.
    -No, señor -dijo Anna-. Ni a una sola, sus campos de fuerza son demasiado fuertes.
    -Entrada en la atmósfera sobre Belembe, Martaban, Sligo, Balkash, y Samar, Molina y Kozani. Están atravesando los agujeros de gusano a un ritmo de una cada cuarenta segundos. Las trayectorias varían, no se están concentrando en las capitales. Parecen dirigirse a la costa.
    -¿La costa?
    -Recibimos imágenes visuales.
    Aparecieron varias imágenes en el enorme monitor táctico. Cada una mostraba imágenes de serpentinas brillantes que cruzaban los cielos con varios colores.
    -Son unos cabrones muy grandes -comentó Rafael-. Miles de toneladas cada uno.
    -Son columnas de fusión -dijo Tunde Sutton-. El nivel de temperatura y la signatura espectral indican una reacción de deuterio.
    -Confirmado, van a realizar amerizajes -dijo Anna.
    -Tiene sentido -dijo Nigel-. Incluso con los campos de fuerza, no me gustaría posar uno de esos trastos en tierra firme.
    -Eso nos da un pequeño respiro -dijo Wilson-. Van a tener que llegar a la costa. Y lo harán en vehículos más pequeños. Quizá podamos hacer llegar refuerzos a las capitales y a las ciudades más grandes.
    -Los últimos escuadrones de aerorrobots se están retirando de su alcance -dijo Anna.
    -A los refuerzos les está llevando demasiado tiempo -dijo Rafael-. A cualquiera que tenga cierta capacidad militar le está costando renunciar a ella.
    -Que su oficina se ponga a trabajar en eso -le dijo Wilson a la presidenta-. Tenemos que demostrarle al pueblo que podemos montar un movimiento de resistencia coherente.
    -Hablaré con Patricia.
    -Va a tener que presionar a los jefes de Estado en persona -dijo Nigel.
    -Muy bien. -Si a Doi le molestó el tono agresivo, no lo demostró.
    -¿Qué hay de la evacuación? -preguntó Wilson.
    -Ya estamos sacando trenes de Anshun, Martaban, Sligo, Nattavaara y Kozani -dijo Nigel-. Los estoy desviando por Wessex directamente a la Tierra. Después de eso se les asignará un destino definitivo. Todo lo que me preocupa ahora es sacarlos de su origen. Estamos ya casi listos para intentar cerrar la salida de Wessex que lleva a Trusbal para volverla a abrir en Bitran, en Sligo; hay un montón de turistas que se han quedado atrapados en el festival de las flores.
    -¿Alguna nave prima cerca de allí? -preguntó Wilson.
    -Doce de camino -dijo Anna-. Pero Bitran está a ciento veinte kilómetros de la costa, debería haber tiempo.
    Durante los siguientes treinta minutos Wilson observó los datos que iban cambiando en su monitor y que le mostraban el flujo de equipo y personal militar que iba convergiendo en Wessex. El personal del TEC y la IS al fin consiguieron abrir el agujero de gusano y estabilizarlo dentro de los campos de fuerza de Bitran. Los refugiados lo atravesaron en tropel, a pie y en todos los vehículos de los que disponía la ciudad. Entonces se convertían en el problema de los trabajadores de la estación de Narrabri, en Wessex, que tenían que dirigirlos a los trenes de pasajeros para irlos moviendo. El inmenso volumen de personas estaba completamente fuera de cualquier plan de contingencia que pudiera tener cualquiera de las estaciones planetarias. Con el tiempo despejaron una serie de raíles, los acordonaron con hologramas de advertencia y fueron llevando a todo el mundo por los seis kilómetros que los separaban del andén más cercano. Los trenes pasaban disparados a ambos lados. Vagones vacíos que iban a los mundos asaltados, vagones atestados de personas que regresaban como rayos. Los trenes de mercancías cargados de aerorrobots y tropas armadas de toda la Federación se apresuraban a llevar refuerzos a las ciudades aisladas.
    Cuando los directores del TEC y la IS consiguieron desviar más agujeros de gusano y ponerlos al servicio del esfuerzo de evacuación, el área de clasificación de la estación se convirtió en un puesto avanzado ad hoc. Los trenes de mercancías se detenían en las vías muertas y los aerorrobots que transportaban despegaban desde allí para atravesar volando los agujeros de gusano, por encima de las cabezas de los refugiados. Los escuadrones de tropas con sus voluminosas armaduras marchaban por los agujeros ganándose los aplausos y los vítores de los demás.
    El primer esfuerzo principal se dirigió a la capital de Anshun, Treolar. Wilson quería mantenerla intacta con una estación operativa para poder canalizar por allí a los aerorrobots y desplegarlos alrededor de las demás ciudades protegidas de Anshun. Se asignaron a ese mundo escuadrones de treinta y cinco mundos, llegarían en cuanto la ajetreada red de ferrocarriles del TEC pudiera llevarlos.
    Cuando los primeros llegaron a Treolar, atravesaron volando las brechas temporales del campo de fuerza y comenzaron a extenderse hacia la costa. Doscientas naves primas ya habían aterrizado con un gran chapoteo sobre Anshun y más de mil más se encontraban en varias etapas de descenso. Wilson no quería pensar en el efecto que tendría eso sobre el medioambiente del planeta, ya bastante tocado. Claro que él había visto el único mundo habitable de Dyson Alfa y las naves de fusión que se arremolinaban de forma constante sobre él. Los primos no tenían las mismas prioridades que los humanos.
    -Exploradores despegando desde Treolar -les informó Anna-. Los primos han aterrizado justo en una ciudad costera llamada Scraptoft. Está a unos sesenta kilómetros de distancia. Deberíamos recibir imágenes en cualquier momento.
    Wilson se volvió hacia el monitor de vídeo que retransmitía las imágenes de la primera nave exploradora que había despegado de Treolar. Volaba a mach 9 y su matriz piloto la mantenía a veinte metros del suelo. Bajo ella, una franja de suelo de cien metros de anchura se quebraba tras su furiosa estela, el aire rasgado pulverizaba árboles, arbustos, plantas y algún que otro edificio al pasar por encima. Al acercarse a la costa, cientos de pequeños zánganos sensores furtivos se desprendieron del fuselaje y construyeron una imagen mucho más amplia.
    Cuando sobrevoló a toda velocidad el acantilado de Scraptoft, reveló treinta naves primas flotando en el mar entre un denso torbellino de vapor agitado. Los grandes conos eran casi completamente negros y estaban rodeados por resplandecientes campos de fuerza. A medio camino de la superestructura, unas puertas altas se habían abierto sobre unos goznes para formar plataformas horizontales. Unas naves más pequeñas salían volando de las aberturas, cilindros grises y achaparrados con unas patas metálicas de escarabajo dobladas en la parte de abajo. Tres haces de energía golpearon a la nave exploradora y la imagen se desvaneció de inmediato.
    Los sensores furtivos repartidos detrás de la nave exploradora observaron que los bombarderos primos se deslizaban sobre el mar y levantaron un mapa de su estructura eléctrica, térmica, magnética y mecánica, junto con sus parámetros de armas y de campos de fuerza. Había varios tipos, algunos no eran más que plataformas de armas volantes, mientras que los más grandes transportaban pequeñas unidades de algún tipo que estaban protegidas por campos de fuerza individuales.
    -Tienen que ser ellos -murmuró Nigel. A pesar del momento, el ejecutivo sentía curiosidad por ver el aspecto que tenían.
    Los aerorrobots de combate llegaron con estrépito a Scraptoft, a una velocidad de mach 12. Los bombarderos primos dibujaron un arco para interceptarlos. Entre ambos, el cielo quedó roto por los haces de energía y las explosiones, convirtiéndose en una enorme masa de gas cargada de electricidad. Los rayos salieron despedidos y se clavaron en el suelo en varios kilómetros a la redonda.
    Ocho de las grandes naves de aterrizaje de los primos que estaban atravesando la atmósfera cambiaron un poco su trayectoria. Sus gases de fusión barrieron la costa entera y lo devastaron todo al instante. La tierra y la roca se fundieron y su flujo se alejó de los haces ardientes de plasma. Vomitaron olas de un espeso vapor resplandeciente que hervía muy por encima de las nubes hasta que las partían las corrientes en chorro. A varios metros del suelo, tanto los aerorrobots como los bombarderos primos dibujaban vectores en maniobras a altísima velocidad en un intento de evitar la miasma de partículas incendiarias. Las ocho naves de aterrizaje primas permanecieron suspendidas a quince kilómetros de Scraptoft, equilibradas sobre los gases del motor. Después comenzaron a disparar sus armas, borrando a los aerorrobots del cielo.
    Nigel observó el tsunami de niebla y humo sucio que comenzaba a cruzar la tierra. Tenía más de veinte kilómetros de altura y se iba extendiendo; mientras, las ocho gigantescas naves permanecían suspendidas en el aire, con su fuego de fusión abrasando la tierra. El frente envolvió el campo de fuerza de Treloar, ahogando la cúpula y provocando una noche repentina en la ciudad.
    Protegidos por la contaminación, los bombarderos primos comenzaron a posarse alrededor de las afueras de Scraptoft. Los sensores furtivos continuaron sus retransmisiones secretas, mostrando lo que podían ver a través de los vapores oscuros y opresivos que asfixiaban la tierra. Un sensor de espectro visual enfocó uno de los bombarderos que había aterrizado en las ruinas abrasadas de un complejo turístico. Varias secciones del fuselaje cilíndrico se habían abierto y extendido unas rampas. Los alienígenas bajaron andando, sus cuerpos iban recubiertos por armaduras oscuras reforzadas por campos de fuerza.
    -Son más altos que nosotros -comentó Nigel sin apasionamientos.
    -Una forma extraña de andar -respondió Wilson. Estaba observando las cuatro piernas de la criatura, el modo que tenían de doblarse, los pies curvos con forma de una garra roma. Su mirada fue subiendo por el torso hasta los cuatro brazos, cada uno de ellos sujetaba un arma. La parte superior de la armadura era una semiesfera achaparrada dividida en cuatro secciones y cada una replicaba la misma disposición de sensores.
    -Hay un montón de actividad electromagnética a su alrededor -dijo Rafael-. Se comunican entre sí y con el bombardero de forma continua. Los bombarderos están en contacto con las naves de aterrizaje y lo mismo se puede decir de las naves que suben a la órbita. Las señales se parecen mucho a las que grabasteis en Dyson Alfa.
    -Tu Lee informó que los misiles requerían actualizaciones continuas para guiarlos -dijo Tunde Sutton.
    -¿Lo que significa? -preguntó Rafael.
    -Pues que es muy posible que los comandantes primos no permitan demasiada independencia en el frente de batalla.
    -De acuerdo -dijo Wilson-. Anna, ¿tenemos algún sistema de guerra electrónica que podamos desplegar?
    -Hay varios aerorrobots GE en el registro central.
    -Bien. Sácalos de ahí a toda prisa. Cierra esos enlaces. A ver si eso tiene algún efecto sobre ellos.
    
    Randtown al fin se había rendido al pánico. En cuanto las naves alienígenas se habían posado con un chapoteo en el Trine’ba, los vehículos aparcados alrededor de la estación comenzaron a moverse, las familias se dirigían hacia lo que percibían como la seguridad de los valles que había tras la ciudad. Los cláxones bramaban con furia, su estruendo combinado era casi tan ruidoso como los motores de las naves. Hubo choques por toda la carretera cuando los coches giraron en redondo o aceleraron para salir de los bordillos donde esperaban.
    Mark no hacía más que mirar a su alrededor y ver caos mientras trabajaba con Napo Langsal en el suministro eléctrico de un autobús. Los dos ya casi habían apañado un desvío para evitar el regulador de la batería superconductora.
    -Están perdiendo los papeles a lo grande -gruñó Mark.
    La cola para subir al autobús se había convertido en una melé violenta alrededor de la puerta abierta y los empujones iban degenerando hasta el punto de que empezaban a verse los primeros puñetazos. A Napo y a él les estaban gritando y amenazando, lo que fuera con tal de conseguir que funcionara el autobús.
    Alguien disparó una escopeta en el centro de la estación. Todo el mundo se detuvo un segundo. Mark se había agachado de inmediato, después levantó la cabeza con cautela. Había sido Simon Rand el que había disparado al aire aquella antigüedad de pistón.
    -Gracias por su atención, damas y caballeros -dijo Simon; alzó la voz de bajo, que se transmitió por toda la estación al tiempo que dibujaba un círculo completo. Hasta las personas que se peleaban alrededor de los vehículos fuera de la estación se habían detenido a escucharle-. No hay nada que haya cambiado nuestra situación inmediata, así que nos vamos a ceñir al plan que hemos elaborado. -Accionó el émbolo y el cartucho gastado salió girando-. Hay autobuses suficientes para sacar a todo el mundo de aquí y se irán en breve, así que tengan la amabilidad de dejar de hostigar a los ingenieros. Y ahora, para garantizar que podamos llegar todos a salvo a Páramo Alto, voy a requerir un equipo de voluntarios para que se queden en el pueblo conmigo y actúen como retaguardia para permitir que el convoy consiga cierta ventaja. Cualquiera que tenga un arma, por favor diríjase a la sala de espera para recibir instrucciones. -Entonces bajó el arma.
    -¡Santo Cielo! -gruñó Napo. Mark cerró la caja del cableado y apretó el botón de reajuste.
    -¿Qué tal? -le dijo a la conductora. La mujer levantó los pulgares-. Tú sigue con el siguiente autobús -le dijo Mark a Napo.
    Napo le lanzó al láser de caza de Mark una mirada indecisa.
    -No puede obligarte, sabes.
    -Lo sé. -Mark miró hacia las dos inmensas nubes de vapor que se habían instalado sobre el Trine’ba y oscurecían a las naves. La superficie seguía afectada por el amerizaje, con grandes olas que se dirigían a la costa e invadían el muro que recorría el paseo-. Pero tiene razón. La gente necesita tiempo para salir de aquí.
    
    Dudley Bose le lanzó a Mellanie una mirada aterrorizada cuando se acercaron al autobús. La multitud se apretaba alrededor de ellos y los empujaba.
    -¿Crees que hay sitio? -preguntó el científico. El autobús ya parecía lleno, con varias personas apretadas en los asientos y más atestando el pasillo.
    -Si no es este, será el siguiente -le dijo la joven-. Estarás bien, ya lo verás.
    -¿Yo...? ¿Y tú?
    -Ya cogeré otro más tarde.
    Mellanie apenas podía ver a Dudley, su visión virtual estaba desplegando demasiados símbolos e iconos. Muy pocos de los datos que fluían por ella tenía algún sentido. Había vislumbrado alguna información normal entre los absurdos torbellinos irisados, algo que parecían datos de sensores. Sus implantes recién activados estaban examinando las nubes de vapor que había sobre el Trine’ba para analizar las naves ocultas en el interior. Mellanie intentaba mantenerse alejada de todo, ser una periodista verdaderamente imparcial, pero la adrenalina que le recorría la sangre estaba haciendo que le latiera el corazón a toda velocidad y tuviera temblores por todo el cuerpo. La IS no dejaba de decirle que se relajara. Pero no era tan fácil, desde luego eso no era lo que la joven se había esperado cuando había hecho un trato con ella.
    -¡No! -clamó Dudley-. No, no puedes dejarme. Ahora no. Por favor, me lo prometiste.
    -Dudley. -La joven le cogió la cabeza con las manos, se la sostuvo y lo besó con fuerza entre los empujones. Se concentró en calmarlo a él para aliviar sus propios temores-. No voy a dejarte. Te lo prometí y voy a cumplir esa promesa. Pero hay cosas que tengo que hacer aquí y que nadie más puede. Ahora sube al autobús y yo seguiré al convoy.
    Habían llegado a la puerta. Mellanie le soltó la cabeza y esbozó una sonrisa cautivadora llena de confianza. Era una sonrisa sincera, porque desde luego que no pensaba soltarlo de momento, aquel hombre era el as que se guardaba ella en la manga, lo que la convertía en una jugadora con la que contar. Aunque dadas las espeluznantes habilidades que los implantes de la IS le estaban proporcionando, empezó a preguntarse si acaso necesitaba a Alessandra y el programa. No sabía si podía utilizarlos de forma independiente, pero con solo saber que estaban allí ya le daban un valor que admitía que no había tenido nunca. En otro momento habría sido la primera en subirse al autobús, apartando de su camino a todos los niños y ancianitas que se pusieran en medio.
    La multitud empujó a Dudley por las escaleras y la reportera se soltó. El científico volvió la vista atrás con gesto frenético mientras lo iban empujando por el pasillo del vehículo.
    -Te quiero -bramó.
    Mellanie se obligó a sonreírle y le lanzó un beso.
    
    Liz y Carys estaban esperando junto a la camioneta. Mark sonrió y saludó con la mano a Barry y Sandy, que estaban en el asiento de atrás, con Panda.
    -Voy a ayudar a Rand -dijo-. Llevaos a Barry y a Sandy a Páramo Alto.
    -Yo voy contigo -dijo Liz.
    -Pero...
    -Mark, espero de verdad que no vayas a salirme con ninguna de esas chorradas de que esto es un trabajo de hombres.
    -Necesitan a su madre.
    -Y a su padre.
    -No puedo abandonar a Rand. Es nuestra vida lo que están destruyendo. Como mínimo se lo debo a la gente. Algunos tenemos que escapar de aquí, es el único modo de que podamos reconstruirlo después.
    -Estamos de acuerdo. Y yo voy a ayudarte.
    -¿Carys? -apeló Mark.
    -Ni se te ocurra pensar siquiera que me vais a meter en esta discusión. Pero si vosotros dos os habéis vuelto chiflados y vais a uniros a la guerrilla de Rand, yo puedo sacar a los críos de aquí en el MG. -Se dio unos golpecitos en el pesado bulto que tenía en la chaqueta-. Conmigo estarán a salvo, os lo prometo. Y tenemos las matrices, podemos mantenernos en contacto.
    Mark estuvo a punto de preguntar cuándo se había convertido su familia de repente en supervivientes con armas en la sobaquera. Pero en lugar de eso le dio a Carys un beso rápido.
    -Gracias.
    Después, a Liz y a él les costó mucho trabajo convencer a los niños para que se subieran al MG prometiéndoles que mamá y papá los seguirían de inmediato.
    Unas motas oscuras salieron disparadas de la nube que tapaba más de la mitad del Trine’ba. Giraron de golpe para alinearse con Randtown y aceleraron.
    -Aquí vienen -exclamó Liz.
    Mark estaba metiendo la camioneta en el taller de Motores Ables, donde quedaría oculta. David Dunbavand estaba detrás, ayudándolo a meterla con gritos y gestos frenéticos. Mark jamás había comprendido lo difícil que era conducir sin un microrradar que te proporcionara un examen de proximidad.
    -Ya es suficiente -dijo David-. Vamos.
    Le quitó el seguro a su vara máser cuando dejó la parte de atrás del garaje. Al igual que la mayor parte de los edificios, la explosión de las Regentes lo había castigado bastante. A la oficina de la parte delantera le faltaban todas las ventanas y las paredes externas estaban destrozadas, pero la estructura principal estaba intacta. Sería fácil reconstruirlo, siempre que tuviera un poco de tiempo y dinero.
    Esa era la forma de pensar, visualizar un futuro de absoluta normalidad, que le permitía a Mark seguir adelante. Se agachó al lado de Liz, detrás de un grueso muro de piedra que yacía junto al costado de la terraza del bar Libra. La explosión había lanzado las mesas y las sillas de madera de la terraza por todo el césped hasta estrellarlos contra el muro de la franquicia de alquiler de coches Zanue que tenían al lado. Muchas noches de verano Liz y él iban allí a cenar y tomar una copa, se sentaban en la terraza con sus amigos y observaban los barcos que iban y venían de los muelles del puerto.
    Y en ese momento tenían la misma visión clara del puerto a través de las miras de sus armas. La lluvia había amainado, convertida en una llovizna ligera con unos cuantos rastros de humo gris de los incendios moribundos. Mark vio que los bombarderos alienígenas se dirigían hacia él rozando la superficie, a solo unos metros de las olas.
    -Preparados -dijo la voz de Simon desde la matriz de mano-. Parecen estar frenando. Podría ser el plan A.
    Habían gritado mucho sobre eso cuando Simon reunió a su improvisada banda de dos docenas de guerrilleros en la sala de espera. El plan A preveía que los alienígenas aterrizaban en el pueblo, lo que permitiría que los guerrilleros les dispararan y frenaran su avance. El plan B, en el peor de los casos, los veía sobrevolando el pueblo para atacar directamente al convoy, en cuyo caso tendrían que hacer una descarga cerrada contra las naves cuando pasaran sobre ellos con la esperanza de acertarle a algún componente vital. Todos sabían que eso casi no serviría de nada. Como siempre, se había impuesto Simon.
    Mark miró por encima del hombro. Los últimos autobuses que se veían en la autopista, en la base del risco de Agua Negra, viajaban demasiado rápido para algo que no tenía matrices operativas ni sistemas de seguridad. Solo necesitaban unos cuantos minutos más y estarían girando para meterse en Páramo Alto.
    Al mirar los bombarderos alienígenas que se acercaban, Mark no estaba del todo convencido de que el gran valle fuera a ser el refugio que afirmaba Simon que sería. En su visión privada del futuro, Mark se había imaginado a los alienígenas llegando a la costa en barcos y tardando días en alcanzar Páramo Alto.
    -Carys, ¿dónde estás? -preguntó Liz.
    -Giramos por la carretera de Páramo Alto hace un par de minutos.
    -Vienen en aeronaves. Pero parece que van a aterrizar aquí.
    -De acuerdo, avisadme si vienen hacia aquí. Voy a tener que salir de la carretera rápido.
    -Lo haremos.
    Mark le echó un vistazo a la pantalla de la unidad. Su señal se desviaba por las secciones de la red del distrito que seguían funcionando. Había varios nodos operativos por Páramo Alto, lo que les permitía extender su frágil contacto alrededor de las montañas. El joven estaba seguro de que no duraría mucho una vez que aterrizaran los alienígenas y comenzaran a hacer barridos con los sensores.
    El primero de los bombarderos alienígenas llegó a la orilla. Planeó justo sobre el agua, unas patas ahusadas de metal se desplegaron bajo el fuselaje cilíndrico. Tras un momento de duda aterrizó en el amplio paseo que había junto al muelle de Viajes Celestiales, la sección de popa chocó contra el muro y derribó un trozo de cinco metros, rompiendo así el largo poema.
    -Esperad -los alentó la voz de Simon, baja y llena de confianza-. Que baje la mayoría, entonces podemos empezar la campaña de acoso.
    Mark se preguntó dónde había adquirido Simon tanta experiencia de combate. Desde luego parecía saber de qué estaba hablando. Lo más probable era que hubiera sido en los dramas de TSI. Volvió a mirar al lago y le sorprendió la cantidad de bombarderos que se dirigían hacia ellos.
    -Ay, madre -murmuró David.
    Se habían abierto unas puertas en el bombardero que se había posado junto al muelle de Viajes Celestiales, los alienígenas se bajaban con movimientos pesados.
    Las predicciones personales de Mark habían vacilado bastante en ese punto, pero desde luego no se había esperado nada tan... robótico. ¿Quizá eran robots? Cuando los vio dispersarse cambió de opinión de inmediato. Se movían rápido, dirigiéndose directamente a ponerse a cubierto. En pocos segundos se habían introducido en los edificios que daban al paseo.
    Habían aterrizado doce bombarderos en el puerto. La segunda oleada los sobrevoló para rodear el parque de la ciudad que había detrás del Hospital General antes de extender las patas y hundirse. Algunos bombarderos se dirigían hacia el risco de Agua Negra y el comienzo de la autopista.
    -Preparados -dijo Simon-. No esperéis que nuestras armas penetren en sus campos de fuerza, intentad provocar la máxima alteración posible a su alrededor. Y retiraos de inmediato.
    Mark miró a Liz. Esta estiró los labios e imitó el gesto de una sonrisa.
    -De acuerdo -murmuró.
    Mark alzó con cuidado la cabeza por encima del muro y levantó el rifle de láser.
    Varios alienígenas se deslizaban a toda prisa por el terreno abierto del paseo, hacia la primera línea de edificios. Sospechaba que Simon tenía razón, su rifle no iba a atravesar aquella armadura. Así que decidió apuntar al edificio, se preguntó si sería capaz de tirar parte del armazón y hacer que se derrumbara el techo.
    Alguien disparó. Mark, de hecho, vio que el aire chispeaba alrededor de un alienígena cuando su campo de fuerza desvió el haz de energía. La respuesta fue tan aterradora como rápida. La franquicia de los Kebabs de Babs de la calle Swift explotó.
    Mark se agachó cuando los fragmentos abrasados giraron por el aire.
    -¡Mierda!
    Cuatro de los bombarderos que se dirigían al risco de Agua Negra giraron de golpe y volaron bajo sobre la ciudad. Unos máseres los fustigaron desde las naves, provocando una larga línea de fuego y vapor en los tejados.
    -A por ellos -gritó alguien por la matriz de mano-. A por ellos. Disparad.
    Explotaron dos edificios más que hicieron girar en el aire los trozos rotos de las vigas de los armazones. Los paneles de compuesto daban vueltas por la calle como simples arbustos. Los disparos de láser, de iones y hasta las balas acribillaron los edificios del paseo. Los campos de fuerza que rodeaban a dos de los bombarderos que los sobrevolaban parpadearon por unos instantes debido a la electricidad estática.
    -Nos van a masacrar.
    -Disparadles, matadlos a todos, matad a esos cabrones.
    El aire emitió un chisporroteo sibilante sobre Mark. Una línea rieló con un tenue color violeta. Las llamas estallaron en todas las ventanas abiertas del restaurante El Jardín de Babilonia que tenía detrás.
    -Retiraos. Salid de ahí, joder.
    -¡No! Nos van a ver. Derribad a los bombarderos.
    -¿Dónde está el convoy? ¿Están a salvo?
    -¡Eh, sí! Tengo a uno, vi caer un muro sobre él. Oh, mierda...
    Ya debía de haber veinte edificios ardiendo con fuerza. Tres más explotaron en rápida sucesión.
    -Dios, no. ¿Qué hemos hecho?
    -Simon, cabronazo. Todo esto es culpa tuya.
    -No perdáis la calma. Permaneced a cubierto.
    Mark miró a David, que se apretaba contra la pared y había cerrado los ojos mientras gimoteaba una oración.
    -¿Quieres intentar largarte de aquí? -le preguntó Mark a Liz.
    -En la camioneta no -le respondió ella-. La verán.
    -De acuerdo. -Mark levantó la matriz de mano-. ¿Carys?
    La mano de Liz le apretó el brazo.
    -No me lo puedo creer, por Dios.
    Mark se giró y siguió la mirada incrédula de Liz.
    -¿Pero qué diablos...?
    Mellanie bajaba en esos momentos la calle, pasaba junto al garaje de Motores Ables y se dirigía al muelle. Se mantenía en el centro, evitando los peores restos. Tenía el pelo y los hombros húmedos por la lluvia que había caído, pero aparte de eso estaba tan arreglada como siempre. Unos tatuajes CO plateados y densos le parpadeaban en el rostro y las manos, como si fueran su verdadera piel, que salía al fin a la luz.
    -¡Agáchate! -le gritó Mark.
    Mellanie giró la cabeza y le dedicó una leve sonrisa comprensiva. Un dibujo fractal dorado y casi subliminal dibujó una espiral alrededor de sus ojos.
    -Quédate ahí -le dijo la joven con calma-. Esto no es algo que puedas manejar.
    -¡Mellanie! La periodista había avanzado otros cinco pasos cuando cuatro alienígenas salieron de repente de Géneros de Punto de Kate, a diez metros de ella, atravesando directamente los paneles de aluminio que quedaban. Los brazos de los alienígenas dibujaron una curva para apuntarla con sus armas. Los movimientos se ralentizaron y después se detuvieron. Los cuatro se quedaron inmóviles en medio de la carretera.
    Mark se dio cuenta de que todos los bombarderos que había en el aire se iban posando poco a poco. Sobre el Trine’ba, los bombarderos que se precipitaban hacia Randtown se hundieron un poco y se inclinaron hacia abajo para chocar con fuerza contra el agua. Grandes penachos de espuma se alzaron como una cascada y fueron cayendo para revelar las naves que se mecían en la superficie.
    -¿Mellanie? -dijo Mark con voz ronca-. ¿Estás haciendo tú esto?
    -Con un poco de ayuda, pero sí.
    Mark se puso poco a poco en pie mientras intentaba detener el temblor de sus piernas. Liz permanecía a su lado, observando con cautela a la joven. David asomó la cabeza por encima del muro.
    -¡Jesús! -escupió.
    -Coged sus armas -dijo Mellanie. Su rostro ya estaba plateado casi por completo, solo permanecían unas cuantas franjas de piel alrededor de las mejillas y la frente.
    -Tienes que estar de broma -dijo Mark.
    Los cuatro alienígenas dejaron caer las armas al suelo.
    -No estás de broma.
    -Deberíais ser capaces de atravesar sus campos de fuerza con esto -dijo Mellanie-. Seguramente lo vais a necesitar cuando vayan otra vez a por vosotros. Este punto muerto no va a durar para siempre. Pero los mantendré aquí tanto tiempo como pueda. -La joven aspiró una profunda bocanada de aire y cerró los párpados cromados-. Ahora alejaos de aquí.
    Mark bajó la cabeza, la voz de la joven también había salido de la matriz de mano.
    -Que todo el mundo se meta en sus vehículos y se retire -ordenó la joven-. Uníos al convoy.
    -¿Qué está pasando? -preguntó la voz de Simon.
    Mark se llevó la matriz a la boca.
    -Tú hazlo, Simon. La chica los ha detenido.
    -¿Los ha detenido cómo?
    -Mark tiene razón -dijo alguien más-. Estoy viendo a un montón de ellos. Y están ahí parados, sin hacer nada.
    -Fuera -dijo Mellanie-. No tenéis mucho tiempo. ¡Largaos!
    Mark miró las armas tiradas en el asfalto como si fuera una especie de desafío infantil. Los alienígenas no se habían movido todavía.
    -Vamos -dijo Liz. Y salió disparada.
    Mark se precipitó tras ella. Las armas eran voluminosas, demasiado pesadas para llevarlas con facilidad. Mark levantó un par y le lanzó a los altos e inmóviles alienígenas una mirada de cautela mientras revolvía a su alrededor, como si ese fuera el acto que terminaría rompiendo el hechizo e incitándolos a moverse y tomar represalias. David se acercó y levantó uno de aquellos cilindros achaparrados.
    -Vamos a salir de aquí, por el amor de Dios -dijo Liz.
    Mark consiguió hacerse con una tercera arma. Después salió a toda prisa de aquella extraña imagen.
    -¿Y ahora qué? -le preguntó Liz a Mellanie.
    -Os vais.
    -¿Y tú qué? ¿Estarás bien?
    -Sí. -La joven le lanzó a Mark una de aquellas sonrisas amenazadoramente eróticas-. ¿En paz?
    -Sí -dijo él-. En paz.
    -Gracias -dijo Liz.
    Los tres salieron corriendo hacia la camioneta. Lanzaron las armas alienígenas robadas a la parte de atrás y Mark clavó el pie en el acelerador. Le lanzó una última mirada a Mellanie por el retrovisor. La silueta de una jovencita humana que permanecía desafiante frente a cuatro grandes alienígenas con armadura, esperando, observando, tan silenciosa como el ejército que había detenido.
    Los implantes de Mellanie le proporcionaban una imagen nueva del mundo, ya no eran datos, sino una extensión de sus sentidos normales. De hecho, podía ver las emisiones electromagnéticas que brotaban de los alienígenas al irrumpir en la costa. Cada uno de ellos ardía en aquel espectro negro. Señales largas, complejas y lentas se deslizaban entre ellos, un conducto de ondas senoidales análogas atestadas que bailaban y crujían unas alrededor de otras. Formaban redes, pautas breves y transitorias que iban cambiando sin descanso, poniendo en contacto a los alienígenas individuales y luego regresando a los bombarderos que las transmitían en nuevas combinaciones a las grandes naves cónicas que flotaban sobre el Trine’ba. Inmensas columnas de información salían en tropel de ambas naves, retorciéndose por la atmósfera hasta desvanecerse en el interior del vórtice transdimensional de los agujeros de gusano que pendían sobre ellas.
    Era un contraste sorprendente con la red electrónica compendiada de Randtown, con sus esbeltas líneas de impulsos binarios cuidadosamente organizados que zumbaban con decisión alrededor de Mellanie. Allí donde los sistemas humanos eran pulcros y eficientes, las efusiones de aquellos alienígenas eran más bastas. Y sin embargo, la joven admitía que poseían cierta elegancia integral. Como ocurría con todas las formas orgánicas.
    Mellanie se concentró en la descarga de extrañas oleadas que irradiaba un bombardero primo mientras maniobraba sobre el paseo, listo para aterrizar. Una nueva hornada de implantes despertaron con un zumbido y una vibración eléctrica dentro de su organismo. Mellanie sabía de la presencia de la IS en su interior, analizando lo que ella descubría, separando poco a poco las señales oscilantes para descubrir su significado. A medida que las emisiones del bombardero fueron recorriendo los implantes, la joven oyó una voz dura e ininteligible en el fondo de su mente, una voz que se abría en un coro de susurros. Y luego estaban las imágenes, filtrándose entre las señales como un sueño olvidado mucho tiempo atrás. Un punto de vista confuso y múltiple de motiles que surgían del lago donde se congregaba; millones, juntos y apretados, resbalando y deslizándose al tiempo que vadeaban el agua para llegar a la orilla. Junto a ellos estaba la imponente montaña revestida de salas y cámaras en la que se centraba toda la vida del sistema solar. Una montaña donde mucho tiempo atrás brillaba la luz por la mañana. Pero el cielo ya estaba permanentemente oscuro bajo las densas nubes, una noche eterna partida solo por el destello incesante de los rayos que revelaban la lluvia y la cellisca sucia que caía sobre los campos de fuerza protectores. Un cielo negro que también se veía desde los asteroides que orbitaban en las alturas, protegiendo el planeta entero, su turbulencia se iluminaba con un color gris anodino bajo la luz del sol y las hebras ardientes de las llamas de fusión. La vida seguía floreciendo bajo aquel velo, entrelazada de forma inseparable en agrupamientos de sí misma que hervían y sobrevivían en todas partes, en planetas pequeños y fríos, en lunas que rodeaban a gigantes de gas, en asentamientos instalados en asteroides lejanos. Una vida que se extendía ya a otras estrellas y sus planetas. Una vida que había atravesado los agujeros de gusano para llegar a Elan, donde se dispersaba sobre el lago para tocar la tierra.
    La vida susurraba en su interior, dirigiendo a sus motiles soldado para que avanzaran y entraran en los endebles edificios-caja. Buscó humanos y sus maquinarias. Y no encontró ninguna de las dos cosas. Aunque había movimiento, las reveladoras signaturas infrarrojas hacia las que los motiles soldado comenzaban a dirigirse con movimientos diestros. En la parte posterior de la zona urbana, unos vehículos largos se alejaban a toda velocidad. Los bombarderos dibujaron un ángulo para investigar.
    Le dispararon a uno de los soldados motiles. El inmotil respondió de inmediato, disparó y destruyó la zona de donde había partido el disparo. Los bombarderos se lanzaron en picado y barrieron los edificios con haces coherentes de radiación gamma.
    -Lo van a destruir todo -dijo Mellanie.
    -Lo va -la corrigió la IS-. En singular. Una distribución interesante. Una vida que ha logrado la unidad, no solo consigo misma, sino con su maquinaria.
    -Me da igual lo que sea, va a matar a gente.
    -Lo sabemos.
    Los programas y la potencia inundaron los implantes de Mellanie y activaron más funciones todavía. La joven no tenía mucho que ver con aquello, aparte de añadir sus deseos a la conclusión. Unos tatuajes CO fabulosamente complejos se arrastraron por su piel y se fundieron en un solo circuito. Las señales brotaron de su cuerpo y se superpusieron a las que unían a los motiles. Las interferencias empujaron y quebraron la lisa consistencia de los pensamientos del rebaño de soldados. Sobre la alteración cabalgaban nuevas instrucciones.
    Mellanie dejó su refugio y se acercó poco a poco al Trine’ba para poder observarlo todo bien. El pobre Mark Vernon intentó advertirla, así que les dio a él y a sus amigos parte de las armas primas y se aseguró de que se iba, junto con todos los valientes e inútiles defensores de Randtown.
    -Se ha dado cuenta de que pasa algo -dijo la IS-. ¿Lo percibes?
    Las señales que surgían des los agujeros de gusano estaban cambiando. En lugar de órdenes, las preguntas intentaban insinuarse en los pensamientos de los motiles soldado. El primo quería saber qué mal estaba contaminando sus unidades.
    La IS mantuvo su pauta de interferencias entre los motiles soldado de Randtown, sin dejar de formular una única respuesta que enviaba a través de los implantes de Mellanie.
    -Estamos deteniéndote -le dijo a MontañadelaLuzdelaMañana.
    Mellanie fue consciente de la onda de choque que se extendió por las rutinas de pensamiento del alienígena, que ocupaban todo el planeta y estaban a cientos de años luz de distancia.
    -¿Quién eres? -preguntó.
    -Somos la IS, aliada de los humanos.
    -Los recuerdos de Bose saben de ti. Eres el inmotil humano. El punto final de su individualidad. Te crearon porque sabían que no eran perfectos sin ti.
    Los recuerdos de Bose, pensó Mellanie. Oh, mierda, eso no es buena señal. Aunque quizá lo sea de alguna forma, le dará a mi nuevo Dudley la oportunidad de pasar al fin esa página.
    -Tu lectura de los recuerdos de Bose es inexacta -dijo la IS-. Aunque no vamos a discutir contigo sobre definiciones. Nos ponemos en contacto contigo para pedirte que detengas los ataques contra los humanos. No tienen sentido. No necesitas estos planetas.
    -Ni tampoco los humanos.
    -No obstante, ellos los habitan. Tú los estás matando. Eso debe detenerse.
    -¿Por qué?
    -Está mal. Y lo sabes.
    -La vida debe sobrevivir. Estoy vivo. No debo morir.
    -Tú no estás amenazado. Si continúas con esta agresión, la amenaza se cernirá sobre ti.
    -Ya solo con existir, las otras vidas me amenazan. Solo cuando me convierta en un ser total garantizaré mi inmortalidad.
    -Define total.
    -Una sola vida, en todas partes.
    -Eso no ocurrirá, jamás.
    -Me amenazas. Serás destruida.
    -Solo exponemos hechos. No te será posible destruirnos. Ni podrás destruir muchas otras civilizaciones que existen dentro de esta galaxia. Debes aprender a coexistir con nosotros.
    -Eso son términos contradictorios. Solo hay un universo, solo puede contener una vida. Soy yo.
    -No es una contradicción. Solo te falta experiencia con ese concepto. Te aseguramos que es posible.
    -Te estás traicionando al creer en eso. La vida crece, se expande. Es inevitable. Es lo que soy.
    -La auténtica vida evoluciona. Puedes cambiar.
    -No.
    -Debes cambiar.
    -No lo haré. Creceré. Aprenderé. Te superaré. Te destruiré, os destruiré a los dos.
    Mellanie fue consciente de un cambio en la naturaleza de las señales que atravesaban los agujeros de gusano para caer sobre el planeta. MontañadelaLuzdelaMañana les estaba dando a los motiles soldado de las naves de aterrizaje órdenes claras y después los estaban desconectando de su red de comunicación. Si bien no tenían una gran capacidad de independencia, no cabía duda de que un motil soldado podía seguir instrucciones sencillas y utilizar sus propios sistemas de combate sin una supervisión directa en tiempo real.
    Dieciséis bombarderos salieron de las dos naves de aterrizaje y aceleraron a cinco ges. Los sensores barrieron Randtown en busca de objetivos, brillantes como focos para la percepción desarrollada de Mellanie.
    -¡Abuelo! -chilló la joven.
    Un agujero circular se abrió tras ella, un diminuto punto de distorsión que flotaba a un metro de la carretera y producía un curioso efecto de magnificación retorcida en el aire. Se expandió a toda prisa hasta convertirse en un círculo de color gris neutro de dos metros de diámetro. Mellanie lo atravesó de un salto.
    Dos segundos después, dieciséis láseres de átomos se cruzaron en el aire vacío donde se había encontrado ella un instante antes.
    Mellanie se levantó de la hierba y parpadeó para defenderse de la luz cálida mientras hacía una mueca de dolor y se sujetaba la rodilla que se había lastimado con tan mal aterrizaje. Se le fue enfriando la piel y su lustre de color platino fue regresando poco a poco al tono moreno y sano que mantenía gracias al costoso salón de belleza que frecuentaba en Augusta. Por afinidad, su cuerpo comenzó a recuperarse también de la conmoción, el pulso acelerado de su corazón comenzó a disminuir y se calmaron los temblores. Valiente sensación de invencibilidad que le daban los implantes.
    Tras ella, la salida del agujero de gusano estaba construida en la pared de un acantilado liso. Una especie de dosel triangular de lona se extendía encima. Delante de ella... Mellanie se olvidó de las rodillas magulladas y estuvo a punto de caerse. Estaba desequilibrada por completo y la tierra se curvaba sobre su cabeza. Un vértigo que se parecía mucho a un mareo la golpeó con fuerza.
    -¿Dónde coño estoy? -graznó.
    -No te alarmes -dijo la IS-. Este es el único generador de agujeros de gusano de la Federación que en estos momentos no se estaba utilizando y podía llegar hasta ti.
    -Humm... -Había alguien que no había reparado en gastos a la hora de acondicionar el paisaje de aquel inmenso cilindro. Solo había montañas gigantescas con cataratas que caían formando espuma por largos conductos de roca. Grandes lagos y ríos llenaban los fondos de los valles. La luz surgía de un único huso que recorría el eje-. Esto no es el Ángel Supremo -dijo la joven.
    -Pues claro que no.
    -Pero dispone de gravedad artificial. Nosotros no sabemos hacer eso. ¿Es una estación espacial alienígena?
    -Es una estructura de factura humana que pertenece a alguien que tiene una fortuna considerable. El efecto de la gravedad se produce gracias solo a la rotación, como la rueda de soporte vital del Segunda Oportunidad.
    -Ah, ya, claro. Resulta que no di ciencias en la escuela.
    -Resulta que no diste nada en la escuela, mi pequeña Mel.
    -Gracias, un gran momento para recordármelo, abuelo. Bueno, ¿y quién vive aquí?
    -El propietario prefiere proteger su intimidad. Pero dadas las circunstancias, no creo que proteste por tu visita. Ya he reprogramado al agujero de gusano para que te lleve a Augusta. Ten la amabilidad de cruzarlo.
    Mellanie seguía contemplando el interior.
    -Es fantástico. ¿Y tiene un agujero de gusano privado? -La joven esbozó una sonrisa encantada-. Ozzie.
    -Respetarás su intimidad.
    -Ya, ya. -Se detuvo de repente. El torrente de adrenalina que la había sostenido durante todo el enfrentamiento de Randtown comenzaba a desaparecer. Cuando levantó una mano, ya no quedaba ninguna señal de los tatuajes CO-. ¿Y qué pasa con el convoy?
    -Han llegado todos al valle de Páramo Alto.
    -Pero... la Marina tardará días en evacuarlos. Ese monstruo alienígena los matará a todos.
    -Lo intentará, sí.
    -Vuelve a abrir el agujero de gusano en Páramo Alto. Tenemos que sacarlos de allí.
    -Esa sugerencia no es nada práctica. Este agujero de gusano es pequeño. Los refugiados de Randtown tendrían que pasar de uno en uno. El proceso llevaría horas y le proporcionaría a MontañadelaLuzdelaMañana una oportunidad perfecta para fijar su objetivo.
    -¡Ábrelo!
    
    El monitor táctico de Wilson le mostró los aerorrobots de guerra electrónica que habían despegado de Treolar. Cinco salieron volando en un movimiento de pinza que atravesó la niebla y el humo para rodear a las tropas primas de tierra que se dispersaban desde Scraptoft. Las posiciones de los alienígenas se revestían de telarañas de color naranja y jade cuando sus extrañas comunicaciones destellaban entre ellos. Aquellos estallidos intermitentes, aparentemente aleatorios, le recordaban a Wilson a las descargas sinápticas entre las neuronas individuales.
    Los sensores furtivos le mostraron imágenes de los primos con armadura que se deslizaban por lo que quedaba de los edificios de Scraptoft. El modo que tenían de moverse le indicó a Wilson que tenían mucha práctica en las artes de la guerrilla urbana. Ya habían matado a varios humanos que se habían quedado en la pequeña ciudad costera, y habían utilizado armas que eran lo bastante potentes como para destruir medio edificio con un solo disparo. Los reportajes de la prensa de otros mundos asaltados habían mostrado atrocidades parecidas. A los primos no les interesaba hacer prisioneros.
    Más de quince mil alienígenas con armaduras habían salido de las grandes naves para ayudar a capturar Scraptoft. Estaban muy ocupados estableciendo un perímetro fortificado en un radio de diez kilómetros alrededor del pueblo. Unos bombarderos de carga habían trasladado varios generadores de campos de fuerza, junto con armas capaces de derribar cualquier aerorrobot que se acercara demasiado. Al menos eso significaba que la formación protectora de ocho naves había amerizado al fin, aunque aquella mezcla de niebla y humo, cálida y turbia, que habían creado, estaba tardando mucho en dispersarse.
    Las cuatro primeras naves que habían aterrizado habían vuelto a despegar otra vez y regresaban a los agujeros de gusano que había sobre el planeta. Wilson prefería no pensar en la clase de material que llevarían al planeta cuando volvieran.
    -Aerorrobots GE activándose -dijo Anna.
    Las ligeras navecitas aparecieron de repente por el horizonte y comenzaron a bloquear los sensores de las armas del perímetro. No les disparó nada. Se acercaron más y comenzaron a irrumpir en las múltiples retransmisiones primas.
    -Hijo de puta -dijo Wilson. Era la primera vez que sonreía en todo el día. Los sensores furtivos le mostraban que los primos armados se movían con más lentitud y de forma errática, soldados mecánicos a los que se les estaba acabando la cuerda.
    -Vuelve a meter ahí a los aerorrobots de combate -le dijo Wilson a Rafael-. Golpea a esos cabrones.
    Los aerorrobots GE ampliaron el asalto y atacaron los enlaces de comunicación entre los bombarderos y las naves de aterrizaje que permanecían en el mar. Era el mismo efecto, los bombarderos seguían elevándose o se iban cayendo dando tumbos.
    A mil kilómetros de altura, sobre Anshun, ocho naves primas alteraron su trayectoria de descenso para poder sobrevolar Scraptoft. El cambio apareció de repente con un destello en el monitor táctico.
    -A ver si también podemos usar la GE con ellos -dijo Wilson-. ¿Cuántos sistemas dedicados a GE tenemos?
    -Solo encuentro otros setenta y tres en la lista del registro gubernamental -dijo Anna.
    -Quiero todos y cada uno. Que los desplieguen.
    -Sí, señor.
    -Si nos permites hacer una sugerencia -dijo la IS-. Quizá sea posible utilizar los elementos supervivientes de las ciberesferas planetarias para producir un efecto parecido. Las señales primas parecen muy susceptibles a las interferencias. Incluso los sistemas no militares deberían ser suficientes para crear un grado razonable de alteraciones.
    -¿Querrás hacerlo por nosotros?
    -Por supuesto.
    -Almirante -exclamó Anna-. Han llegado las naves estelares.
    
    La presidenta de la Cámara de Anshun, Gilda Princess Marden, y su Consejo de Ministros se encontraban en el centro de emergencia civil, a veinte metros por debajo del palacio de la Regencia, intentando coordinar la evacuación de la capital con las necesidades de la Marina para desplegar tropas y aerorrobots. Por consiguiente no podían ver el cielo. Tampoco es que hubiera importado mucho, aquel espantoso vapor corrupto seguía girando alrededor del campo de fuerza de la ciudad, impidiendo cualquier visión que se pudiera tener de las luces que se filtraban por el espacio, sobre el planeta. Pero en otras ciudades de Anshun no había aquella obstrucción, como tampoco la tenían los millones de personas sorprendidos fuera de los campos de fuerza urbanos que seguían luchando por alcanzarlos. Hasta en el lado iluminado del planeta, los habitantes pudieron ver las estelas de vapor de los motores de fusión de las naves primas que cruzaban el espacio al elevarse y caer de los agujeros de gusano. Comenzaban a aparecer nuevas luces, el color turquesa brillante de la radiación Cherenkov que destellaba como si de repente se hubieran prendido en la órbita una serie de pequeñas estrellas. Había cinco, separadas por un espacio equidistante de tres mil kilómetros sobre el ecuador del planeta. Las naves de guerra Intrépida, Desafiante y Desperado salieron al espacio real junto con las naves exploradoras Conway y Galibi. Después de eso fue imposible mirar directamente al cielo. Los motores de fusión abrieron líneas enormes de fuego deslumbrante a través de las constelaciones cuando hicieron acelerar naves y misiles a varias ges. Las explosiones nucleares brotaron sin ruido, hinchándose para fundirse en una nebulosa más brillante que el sol que rodeó el mundo entero. De vez en cuando, los haces de energía penetraban en la atmósfera y se convertían en unas intensas columnas resplandecientes de luz violeta de decenas de kilómetros de altura que duraban un segundo o más. Allí donde tocaban el suelo, saltaban gotas letales de roca fundida que se añadían al fuego que se extendía como un reguero de pólvora desde el punto de aterrizaje. Inmensos estallidos de radiación inflamaron la ionosfera, provocando tormentas boreales que recorrieron el globo entero. La batalla duró más de una hora, después la nebulosa se desvaneció y sus iones salieron disparados hacia el espacio interplanetario, enfriándose y descomponiéndose al dispersarse. A su paso, se aventuraron a salir más naves primas de los agujeros de gusano para llenar una vez más el espacio de la órbita inferior con sus esbeltos y vívidos gases de escape. Durante horas, grandes bandadas de meteoritos en llamas cayeron a la tierra, dejando tras de sí largas estelas de humo negro.
    
    Cualquiera que permaneciera en terreno abierto mantenía un ojo temeroso en el cielo para evitar los escombros que caían al tiempo que redoblaban los esfuerzos por llegar a un refugio.
    La camioneta Ables se tambaleó como una loca cuando Mark pisó el acelerador a fondo por la carretera de piedra que recorría el valle de Páramo Alto. Dirigía la pequeña banda de vehículos que transportaban a los miembros supervivientes de la retaguardia de Simon Rand. Un par de kilómetros más adelante, el convoy de autobuses iba devorando el terreno. No veía al MG aunque sabía que estaba allí arriba, muy por delante de los autobuses. Tenían una comunicación clara con Carys, la red que recorría Páramo Alto se había reconstruido sola y contaba con casi un treinta por ciento de su capacidad original.
    -Estamos más o menos en el cruce -les dijo Carys. La voz que salía de la matriz de mano era aguda y forzada-. Barry dice que es la carretera que nos lleva al Ulon.
    -¿Qué hacen? -le preguntó Mark a Liz-. ¿Se van a casa?
    -Dios sabe. -La mujer apretó uno de los iconos de la matriz-. Simon, ¿tienes alguna idea de hacia dónde deberíamos ir?
    -Creo que el valle Turquino debería ser la primera alternativa -dijo Simon-. Es relativamente estrecho, con lados altos, lo que hará que a los alienígenas no les vaya a resultar fácil llegar allí volando.
    -Pero es un punto muerto -protestó Yuri Conant.
    -Hay una pista que sale al Sonchin -dijo Lydia Dunbavand.
    -Una pista de tierra -dijo Mark-. Para cabras. No la podría usar ni siquiera un todoterreno.
    -No obstante, es ahí a donde deberíamos dirigirnos -dijo Simon-. Solo tenemos que aguantar hasta que la Marina abra un agujero de gusano para evacuarnos.
    Liz golpeó el salpicadero con un dedo.
    -Estamos en el puñetero puesto ochocientos setenta y siete de la lista -gimió-. Lo único que va a quedar de nosotros para entonces va a ser unos cuantos trozos de carbón.
    La matriz destelló con el icono de una llamada general.
    -Tengo un agujero de gusano abierto dentro del valle Turquino -dijo la voz de Mellanie-. Me temo que no es muy grande, así que va a llevar mucho tiempo hacer pasar a todos. Si tenemos suerte podemos conseguirlo antes de que los primos descubran lo que está pasando. ¿Simon?
    -Que el cielo te bendiga, Mellanie -dijo Simon-. Esta bien, amigos, ya lo habéis oído. Que el convoy se dirija al Turquino.
    -Pero si dejamos a Mellanie atrás -dijo Mark sin expresión.
    Apenas habían llegado al risco de Agua Negra cuando una enorme y potente explosión había arrasado casi un tercio de la ciudad. El centro parecía encontrarse en el garaje de Motores Ables, donde habían dejado a Mellanie. En ese momento, Mark se había dicho que la joven habría encontrado una forma de salir, aunque no tenía ni idea de cómo. Al ver que había acertado, más que alivio, comenzaba a inquietarle bastante Mellanie Rescorai y sus habilidades.
    -Dijo que iba a buscar ayuda -recordó Liz.
    -¿Quién coño presta una ayuda de esa magnitud?
    -O bien es alguien como Sheldon o quizá la propia IS. No se me ocurre otro modo de lograrlo.
    -Dios todopoderoso, ¿por qué ella?
    -Y yo que sé, cielo -dijo Liz-. ¿Dios tiene sentido del humor, después de todo? Pero me alegro de que esté de nuestro lado.
    -Maldita sea. -Mark aferró con fuerza el volante y se quedó mirando con gesto hosco por el parabrisas agrietado y mugriento. Una larga fila de camionetas, todoterrenos y autobuses salían de la carretera de Páramo Alto justo antes del cruce principal y cogían una pista incluso más pequeña que serpenteaba por una línea de altos álamoliis de color jade oscuro que marcaban el límite de la finca de Calsor.
    -¿Carys? -preguntó Liz.
    -De camino a ninguna parte. Espero que vuestra amiguita sepa lo que está haciendo.
    -Yo también.
    El valle Turquino era estrecho incluso para lo que eran los terraplenes septentrionales de Páramo Alto. Una uve casi simétrica que comenzaba doscientos metros por encima del fondo de Páramo Alto. En las paredes se veían algunas hierbas rayo que luchaban por subsistir en las laderas más bajas, pero, tras unos cincuenta metros de vegetación, el suelo de piedra daba paso a la roca desnuda. Unos arroyos se filtraban desde los picos desiguales, alimentando las corrientes rápidas que bajaban haciendo espuma por el fondo y desembocaban en Páramo Alto.
    Para cuando la pista llegaba a la boca del Turquino, no era más que una línea aplastada de hierba rayo. Solo las ovejas y las cabras más temerarias se perdían por aquel valle.
    Yuri Conant lideraba el convoy con su todoterreno. Ya dibujaba un ángulo marcado cuando llegó al arroyo gélido que brotaba del Turquino. A través del parabrisas vio las montañas que se alzaban imponentes sobre él, vigilando la entrada. Su vehículo iba a tener bastantes problemas para seguir adelante. Y desde luego los autobuses no iban a poder cruzar el arroyo. Cruzó el agua y frenó.
    Cuando salió del coche supo que jamás olvidaría la visión del convoy sacudiéndose ladera arriba. Unos grandes rayos de sol se abrían paso entre las magulladas nubes para jugar sobre los mugrientos y apaleados vehículos. Las camionetas estaban atestadas. Todos los autobuses tenían las puertas abiertas para dejar entrar un poco de aire tras el fallo de los sistemas de aire acondicionado, la gente estaba de pie en los pasillos. El ruido de los niños aterrorizados y los adultos heridos llegó mucho antes de que lo alcanzaran los vehículos. El más destacado de todos era el hermoso deportivo gris metálico de Carys, cuyas gruesas ruedas habían bajado por debajo del chasis con unas suspensiones telescópicas y se bamboleaba sobre el accidentado terreno con la facilidad de cualquier todoterreno.
    Atravesó el arroyo sin dificultad y aparcó a su lado. Bajaron una ventanilla.
    -¿Alguna señal del agujero de gusano? -preguntó Carys. Barry y Sandy se habían apretado en el asiento del pasajero, a su lado, mientras Panda se había echado en la parte de atrás.
    -No desde aquí, no.
    -Muy bien, seguiré hasta donde pueda.
    Yuri le hizo un gesto lánguido con la mano cuando el deportivo se alejó por el valle, manteniéndose paralelo al arroyo. Lo siguieron varios todoterrenos; entonces llegó el primer autobús y se puso a ayudar con los heridos.
    Cuando Mark se detuvo en el aparcamiento improvisado, la escena se había convertido en una repetición de la estación de autobuses. Muchas de las personas estaban trepando por la ladera de hierba rayo para entrar en el valle, tirando de los niños tras ellos. Docenas más se arremolinaban alrededor de los cuatro autobuses que transportaban a los heridos, sacando las camillas a mano por las puertas.
    -Lo tengo -exclamó Carys con tono alborozado por la matriz-. Estamos a quinientos metros del comienzo del valle. Mellanie está aquí, esperando y no hablaba en broma, jamás he visto un agujero de gusano tan pequeño.
    -¡Mételos! -estalló Mark. Sintió la mano de Liz en la suya, agarrándolo con fuerza.
    -Fuera del coche -dijo Carys-. Cinco metros. Mellanie nos dice hola. Sí, ya, hola. Muy bien, Barry, vamos, cariño. Eso es. Cógeme de la mano, Sandy. Mark, estamos a salvo...
    Su sobrino dejó escapar un sollozo. A su lado, Liz sonreía a pesar de tener los ojos húmedos. Se miraron durante un largo minuto. Liz fue la primera en hablar.
    -Supongo que será mejor que vayamos a echar una mano.
    Simon estaba reuniendo a su pequeña banda de devotos junto al arroyo torrencial. Levantó una mano cuando pasaron Mark, Liz y David.
    -Los que tenemos armas deberíamos atrincherarnos aquí, a la entrada del valle, e intentar cubrir a nuestros amigos y familias. Tardará algún tiempo en pasar todo el mundo y es probable que los alienígenas vengan a por nosotros.
    Mark le lanzó a Liz una mirada de desesperación.
    -Creo que vuelve a hablar de nosotros -dijo por lo bajo.
    -Sí. Bueno, al menos esta vez tenemos armas pesadas. -Liz levantó uno de los grandes cilindros que les había quitado a los primos.
    -No sabemos qué son, ni cómo funcionan.
    Su mujer le dedicó una sonrisa lobuna.
    -Pues menos mal que tenemos al mejor técnico de Randtown con nosotros, ¿eh, cielo?
    
    Durante varios minutos se hizo el silencio en el monitor táctico después de que Desperado activara de repente el hipermotor y se retirara de la batalla sobre Anshun. Wilson movió las manos por los iconos y conectó los monitores de los sensores. Tampoco era que a Anshun le quedaran muchos sensores que funcionaran, pero los aerorrobots proporcionaban barridos intermitentes del espacio justo sobre la tempestuosa ionosfera. Cuarenta y ocho agujeros de gusano mantenían su posición en un efímero collar situado a dos mil kilómetros sobre el ecuador. Mientras Wilson miraba, varios tipos de naves primas comenzaron a salir de los agujeros y aceleraron para atravesar la infernal nube radioactiva de polvo cósmico y escombros que se agitaba alrededor del planeta.
    -Siguen ahí -dijo Elaine Doi con un murmullo horrorizado-. No hemos cerrado ni uno solo de ellos. ¡Ni uno!
    -Hay que llegar a los generadores -dijo Dimitri Leopoldovich-. Golpearlos con asaltos de energía pura desde este lado no sirve para nada, ya son en sí mismos manifestaciones de energía ordenada.
    -Muchas gracias, académico -dijo Rafael-. Acabamos de ver morir a cuatro de nuestras naves por intentar defendernos, así que a menos que tengas algo constructivo que añadir, cierra la puta boca.
    -Cincuenta y dos naves alienígenas destruidas o dañadas -dijo Anna-. Nuestros misiles superan siempre a los suyos. Pero ellos son muchísimos más. Esa es la ventaja con la que cuentan siempre.
    -¿Qué vamos a hacer? -preguntó la presidenta. A Wilson le asqueó lo quejumbrosa que sonaba la voz de la dama.
    -Nuestros aerorrobots han conseguido golpear cada punto de aterrizaje de Anshun mientras las naves combatían sobre el planeta -dijo Rafael-. Hemos destruido al noventa por ciento de sus tropas. Tendrán que comenzar de nuevo la ocupación.
    -Para lo que no me cabe duda de que cuentan con los recursos necesarios -dijo la presidenta-. Vuelven a contar con la ventaja de los números.
    -Es probable, pero entretanto podemos terminar la evacuación.
    -Ahora tenemos abiertos ocho agujeros de gusano más dentro de los campos de fuerza de la ciudad -dijo Nigel Sheldon-. En otras tres horas deberíamos tener evacuada Anshun.
    -¿Y los otros planetas? -preguntó Doi con frialdad. Se estaba recuperando bien después de la pérdida de las naves estelares.
    -La estrategia de guerra electrónica está resultando eficaz -dijo la IS-. No cabe duda de que está ralentizando el ritmo de avance una vez que los alienígenas llegan a la superficie planetaria. Tienen que eliminar físicamente los nodos de la ciberesfera, uno por uno, a medida que se despliegan. Sin embargo, los últimos aterrizajes nos han dado motivos de preocupación.
    -¿En qué sentido? -preguntó Wilson.
    -Hemos estado utilizando sensores furtivos para examinar lo que están descargando en estos momentos en varios mundos. Parece ser maquinaria para montar salidas de agujeros de gusano, lo que les permitirá anclarlos en la superficie del planeta.
    -Si entran directamente en el planeta, jamás conseguiremos detener su incursión -dijo Nigel.
    -Siendo realistas, no lo vamos a conseguir, de todos modos -dijo Wilson-. No hasta el punto de poder recuperar ese terreno. Mira el estado en el que ha quedado el medioambiente en los mundos asaltados.
    -¿Los das por perdidos? -preguntó Doi.
    -Básicamente, sí -respondió Wilson.
    -Nos van a crucificar -dijo la presidenta-. El Senado nos va a sacar a patadas del cargo a todos y cada uno, y es probable que la misma patada nos lleve a la cárcel.
    La visión virtual de Wilson imprimió: «No, no merece la pena»; el código del origen del texto identificaba a Anna como la remitente.
    -No sabíamos que iba a ser tan grave -dijo el comandante con suavidad.
    -Sí que lo sabíamos -dijo Dimitri.
    Wilson se volvió hacia las representaciones traslúcidas de los planetas. Las ciberesferas de cada uno estaban ilustradas por vívidas hebras doradas. Había zonas negras rodeando cada una de las zonas de aterrizaje de los primos que iban comiéndose poco a poco el dorado.
    -Ya no tenemos nada más con lo que atacarlos -dijo Wilson-. Todo lo que podemos hacer es retirarnos y reagruparnos.
    Tomó la primera de una serie de profundas bocanadas de aire, pero ni siquiera el aporte de oxígeno pudo contener aquel hastío negro. No había habido ni una sola guerra en la historia de la humanidad en la que se hubiera perdido tanto en tan poco tiempo. Y yo soy el que está al cargo. Dimitri tiene razón, lo sabíamos, solo que no quisimos admitirlo.
    
    El capitán Jean Deuvoir oyó los ventiladores que zumbaban con eficiencia tras las rejillas mientras aspiraban el humo acre del puente de mando del Desperado. La nave de guerra había tenido suerte, ese último estallido de energía dirigida había estado a punto de perforar el campo del casco. De todos modos se habían producido unas brechas localizadas que habían hecho estragos en los circuitos eléctricos. Los estabilizadores habían hecho lo que habían podido, pero ni siquiera los superconductores podían enfrentarse a descargas inducidas por estallidos de megatones nucleares. Con las defensas peligrosamente debilitadas, el capitán había activado de golpe el hipermotor del Desperado para huir de los proyectiles primos que se precipitaban hacia ellos.
    -Merde! -gruñó cuando reaparecieron en el exterior del halo de cometas del sistema de Anshun. Su visión virtual le mostró que los sistemas electrónicos de la nave se estaban reconstruyendo. Ya no quedaba demasiada redundancia. Jamás sobrevivirían a otro ataque sostenido. Y eso sería lo que ocurriría si volvían. Las naves y proyectiles primos no parecían tener fin.
    En los cuatro iconos de comunicación con las otras naves destellaban las señales de «inválido».
    -¿Cómo están las cosas ahí detrás? -le preguntó a Don Lantra, que se encargaba de los sensores.
    Don le lanzó una mirada de cansancio.
    -Acabo de perder el rastro del Intrépido. Y con ella ya son todas, jefe.
    A Jean le apetecía darle un puñetazo al panel, un gesto inútil y difícil en caída libre.
    Conocía a la mayor parte de los componentes de las otras tripulaciones. En el Ángel Supremo salían juntos con frecuencia, una gran fraternidad que vivía en las vidas del resto. La única forma de volver a verlos sería después de que se sometieran a procesos de renacimiento. Y ni siquiera eso suavizaba el golpe. Tardarían años. Suponiendo que la Federación durase tanto.
    En su visión virtual destelló un icono de comunicación, lo llamaba el almirante Kime.
    -¿Cuál es tu situación, Jean? -preguntó Wilson.
    -Estabilizando las cosas aquí fuera. Podremos hacerles otra pasada pronto.
    -No. Regresad al Ángel Supremo.
    -Todavía nos quedan siete misiles.
    -Jean, ya han entrado otras cincuenta naves. Has hecho un trabajo magnífico, lo habéis hecho todos, pero la evacuación ya está casi completa.
    -¿Están abandonando Anshun?
    -Tenemos que hacerlo. Estamos evacuando todos los mundos atacados.
    -No. ¿Todos ellos? Pero tenemos que hacer algo. No podemos permitir que venzan. Hoy son veintitrés mundos; si dejamos que los ocupen, mañana serán cien. Tenemos que contraatacar.
    -No hemos dejado de luchar, Jean, y hemos tenido algunas victorias. Tú y las demás naves le habéis dado a Anshun un tiempo valiosísimo. Pero sois la única nave de guerra que queda, así que regresa a la base y os repararemos para que podáis luchar otro día.
    -¿Victorias? A mí no me lo parece. Dimitri tenía razón, tendríamos que atravesar los agujeros de gusano para bloquearlos desde el otro lado.
    -Sabes que no podríamos, están demasiado bien defendidos. Encontraremos la estrella que están utilizando como puesto avanzado, Jean. Los golpearemos allí. Y tú estarás al mando de toda la fuerza especial.
    -¿Y cuánto tiempo va a llevar construir todas esas naves, almirante?
    -El tiempo que haga falta. Ahora regresa a la base.
    -Sí, señor.
    El capitán les ordenó a las correas de plástico contrachapado de su sillón de aceleración que se aflojasen y apretó los músculos del estómago para poder erguirse y sentarse. El resto de la tripulación del puente lo estaba mirando.
    -No estoy preparado para aceptar esta derrota -les dijo-. Mi depósito de memoria se actualizó antes de abandonar el Ángel Supremo, me uniré a nuestros camaradas en el proceso de renacimiento. Voy a llevar esta nave de regreso a Anshun, donde hará honor a su nombre. Si alguien desea irse ahora, que por favor utilice las cápsulas salvavidas, la Marina lo recogerá.
    Todo lo que vio fue sonrisas y unas cuantas expresiones serias. Nadie aceptó la oferta de abandonar la nave.
    -Muy bien, damas y caballeros, ha sido un placer y un honor servir con ustedes. Dios mediante volveremos a servir juntos después de renacer. Por ahora, debemos reprogramar el hipermotor. Hay muchos limitadores de seguridad que hay que quitar.
    
    Las nubes se iban despejando al fin al terminar el día, permitiendo que un crepúsculo rosado se filtrara en Páramo Alto. Desde su posición, agazapado tras un grupo de peñascos a unos treinta metros del fondo del valle Turquino, Mark Vernon observaba la tierra que tenía delante y que iba empapando la luz, adquiriendo un leve tono rojizo. Desde allí no llegaba a ver el valle de Ulon, cosa que agradecía. Poder ver su casa mientras esperaba para irse habría sido insoportable.
    -Ya no falta mucho, cielo -dijo Liz.
    Mark le sonrió, asombrado como siempre al ver lo bien que percibía su mujer su humor. Liz se estaba tomando un respiro, sentada con la espalda apoyada en los peñascos y un grueso forro polar envolviéndole los hombros para defenderse del frío que las Dau’sings arrojaban sobre el Turquino.
    -Supongo que no. -Veía bajo él el final de la cola, apenas quedaban unas mil personas que arrastraban los pies junto al pequeño arroyo con su agua helada. Hasta el agujero de gusano quedaba visible desde su atalaya, un círculo pequeño de color gris oscuro que comenzaba a quedar absorbido por las profundas sombras que envolvían la base del valle. El MG estaba aparcado a un lado del agujero, el primero de varios vehículos que habían abandonado a lo largo de la exigua pista. No estaba muy lejos. En su mente, Mark había repasado una y otra vez el tiempo que le llevaría bajar corriendo la accidentada pendiente para llegar hasta él. Tampoco era que correr le fuera a servir de mucho. Antes tenían que pasar todos los demás. Incluso en ese momento, cuando ya solo quedaban los adultos sanos, todavía parecían estar tomándose su tiempo, ¿es que no se daban cuenta de la urgencia que había?
    -Han llegado a Páramo Alto -dijo Mellanie.
    Mark le lanzó a la matriz de mano una mirada irritada. ¿Cómo coño lo sabía aquella chica? En ese momento el monitor de la pantalla de la matriz le mostró un nodo del otro extremo de Páramo Alto que se acababa de desconectar. ¡Ah!
    Liz cogió la enorme arma alienígena y se agachó junto a Mark.
    -Veinte minutos -dijo al tiempo que le echaba una rápida mirada a la cola de gente-. Eso es todo. Quizá menos.
    -Quizá. -Le pareció que la cola estaba empezando a moverse más rápido, un poco más. La pantalla de la matriz de mano le mostró que otros dos nodos se habían desactivado en Páramo Alto. Se oyó un leve sonido que podría haber sido una explosión.
    -¿Estamos todos listos? -preguntó Simon.
    Se encontraba en el lado contrario al de Mark, con otra de las grandes armas alienígenas. A Mark no le había llevado mucho tiempo amañar los gatillos para que pudieran utilizarlos manos humanas. Tenían una extraña disposición doble de botones que había que apretar por orden y que a los dedos les resultaba difícil utilizar. Una de las armas disparaba unos micromisiles explosivos mientras que las otros tres eran potentes armas de rayos.
    -Supongo -murmuró Mark con gesto hosco.
    Liz se llevó la matriz de mano a la boca.
    -Preparados.
    -Recordad, en cuanto hayáis disparado las armas, retiraos.
    Liz puso los ojos en blanco y miró a Mark.
    -Sí, lo recordaremos.
    Mark se inclinó sobre ella y la besó.
    -No creo que tengamos tiempo -le dijo su mujer con coquetería.
    -Solo por si acaso -dijo Mark, casi avergonzado-. Quiero que sepas, por si pasa algo, que te quiero de verdad.
    -Oh, cielo. -Liz lo besó-. Cuando atravesemos ese agujero de gusano, esos pantalones van fuera, caballero.
    Su marido esbozó una amplia sonrisa. Otro nodo de Páramo Alto se había desvanecido. Mark calculó que era el que estaba cerca de la finca de Marly. A un kilómetro quizá de la entrada al Turquino.
    -¿Vamos a volver aquí? Quiero decir a vivir.
    -No lo sé, cielo. Simon cree que sí.
    -¿Quieres volver, si podemos?
    -Pues claro que sí. Aquí he pasado los mejores años de mis vidas. Vamos a seguir viviendo así.
    Tres nodos más se desactivaron.
    -Aquí vienen -gruñó Mark.
    
    Después de pasarse dos horas modificando varios sistemas, el Desperado regresó de nuevo al hiperespacio. Al límite de velocidad estaban a dos minutos de Anshun. Jean Duvoir estaba completamente absorto en el monitor del hisradar, que le mostraba los agujeros de gusano que rodeaban el planeta como motas de brillo diamantino. Escogió una y alineó la nave de combate directamente con ella.
    Cuando estaban a treinta segundos de tiempo de vuelo del agujero de gusano, le ordenó a la IR de la nave que formulara el punto de fuga. En circunstancias normales, la salida del hiperespacio estaba salvaguardada por los programas de la IR, que restringían la velocidad relativa de la apertura. Si salían en una órbita planetaria, la trayectoria de la abertura se adaptaba a la velocidad de fuga local, lo que garantizaba una entrada segura en el espacio real. Una vez eliminados los limitadores, Jean le dio a la abertura una velocidad de cero coma dos de la velocidad de la luz.
    La radiación Cherenkov brotó por la fractura del espacio-tiempo a quinientos kilómetros del agujero de gusano primo. El Desperado salió con un destello del centro del resplandor violeta, viajando a una quinta parte de la velocidad de la luz al chocar contra el campo de fuerza que cubría el agujero de gusano. La detonación fue instantánea y convirtió directamente un porcentaje muy alto de su masa en energía en forma de radiación ultradura que perforó el campo de fuerza como si no fuese más que una burbuja de quebradizo cristal antiguo. El agujero de gusano primo quedó abierto y expuesto a toda la potencia del nuevo sol temporal que se había alzado sobre Anshun.
    
    Uno de los bombarderos cilíndricos alienígenas cruzó disparado el extremo del valle de Turquino. Mark intentó perseguirlo con la boca de su arma, pero el aparato se ocultó zumbando tras la escarpada pendiente del otro lado antes de que él pudiera acercarse. Un largo estruendo de aire agitado reverberó desde Páramo Alto.
    Aparecieron dos bombarderos más desplazándose mucho más despacio que el primero. Mark consiguió centrar uno en la mira y apretó el gatillo. El campo de fuerza del bombardero ardió en medio de una luz turquesa y nublada, con pequeños fragmentos de electricidad estática estallando de forma repetida en el suelo. Liz disparó su arma de rayos e intensificó la corona. En el otro lado del valle, Simon disparó el arma de proyectiles. Un chorro de fuego azul horizontal se escapó del campo de fuerza amenazado, provocando resplandecientes bolas de fuego que goteaban alrededor del tembloroso aparato. La nave se ladeó de repente y desapareció de su línea de visión. Su compañera se alejó a toda prisa.
    -¡Moveos! -gritó Mark.
    Se apartaba corriendo de los peñascos, agazapado, con la pesada arma en las manos. Cincuenta metros más adelante, algo más abajo, había otro grupo de peñascos. Con los pies aporreando la esponjosa hierba rayo, el corazón disparado y Liz vitoreando como una maníaca tras él, el joven sintió que esbozaba una sonrisa estúpida. Era casi como si se estuviera divirtiendo.
    Estaba a cinco metros del refugio cuando un enorme estallido destruyó los peñascos que habían estado usando. Mark se tiró al suelo y cambió de humor al instante, lo que empezó a sentir fue puro miedo.
    -¿Te encuentras bien? -chilló mientras el rugido del bombardero sacudía el aire.
    Liz levantó la cabeza.
    -¡Joder! Sí, cielo. Vamos, muévete.
    A su alrededor llovían trozos de piedras calientes y tierra humeante. Detrás de ellos ardía un amplio círculo de hierba rayo que soltaba un humo denso y maloliente. Mark medio se arrastró, medio gateó hasta rodear el siguiente grupo de peñascos, donde quedó tirado, jadeando con fuerza; le temblaban las piernas. Cuando se arriesgó a mirar hacia atrás, vio un bombardero flotando inmóvil a la entrada del valle. Sabía que debería dispararle otra vez, pero no tenía valor para apuntar el arma. Mientras miraba, el bombardero le disparó a una segunda nave que dibujaba una curva alrededor de la primera montaña. Explotó con una violencia increíble que iluminó todo el valle Turquino mientras los restos giraban en el aire.
    -Pero qué...
    -Mellanie -afirmó Liz-. Que se ha hecho con el control.
    -La leche.
    El bombardero se alejó a toda prisa. Segundos después, el sonido de las explosiones sacudió el estrecho valle. Mark comprobó la fila que esperaba para atravesar el agujero de gusano. Todo el mundo se había tirado al suelo.
    -Vamos -les gruñó-. Levantaos, gilipollas. ¡Arriba! ¡Moveos!
    No pudieron haberle oído, pero los que estaban más cerca del agujero se levantaron como pudieron y corrieron hacia él. Su desesperación desencadenó una oleada de pánico y todos se lanzaron hacia delante a la vez. Alrededor del plácido círculo gris comenzó a crecer una melé.
    -Ah, genial -gruñó Mark enseñando los dientes-. Lo que nos faltaba.
    -No lo han hecho tan mal, han aguantado hasta ahora -dijo Liz.
    Después de varios minutos comenzaron a cesar los empujones y los codazos, aunque dejaron de fingir que aquello era una cola ordenada. Todo el mundo se apiñaba alrededor del agujero de gusano; con el crepúsculo apagándose y el fondo del valle casi negro, parecían abejas arremolinándose alrededor de la colmena.
    -Movimiento en el frente -la voz de Simon crepitó en la matriz de mano.
    Unos alienígenas con armadura se escabullían entre los autobuses y coches abandonados. Eran difíciles de ver entre las sombras. No había ni rastro de los bombarderos. Mark comprobó el bullicio que rodeaba el agujero de gusano. Quedaban al menos unas cuatrocientas personas.
    -¿Mark? -preguntó Simon-. ¿Estás listo?
    -Supongo.
    Mark levantó el rifle de caza y encendió la mira. El atasco de autobuses, aparcados en zigzag surgió como perfiles de color azul neón contra un suelo de color gris ostra. Era fácil distinguir a los alienígenas. Eran más de los que había visto, muchos más. Se deslizaban con fluidez por los costados de los vehículos humanos, donde las sombras eran más profundas. Metían las armas por las puertas abiertas y las empujaban por las ventanillas de los camiones mientras buscaban algún rastro de vida. Si alcanzaban la cabecera del arroyo, los que se amontonaban alrededor del agujero de gusano serían un objetivo claro. Sería una masacre.
    Mark volvió a colocar la mira del rifle sobre el primer autobús y rastreó toda la carrocería hasta que encontró la escotilla abierta. Le había llevado más de una hora preparar todas las baterías superconductoras, los fabricantes empleaban tantos sistemas de seguridad que era difícil desconectarlos. Pero al final había conseguido conectarlas todas en un único circuito eléctrico gigante. La mira del rifle encontró el costado de la batería. Mark disparó.
    La batería superconductora se rompió y descargó su energía en un solo estallido potente. Provocó una reacción en cadena alrededor del circuito. Todas las baterías estallaron en una llamarada de electrones y fragmentos candentes. Los alienígenas dieron tumbos por el aire o cayeron al suelo de golpe, la metralla y las oleadas de llamaradas eléctricas sobrecargaron los campos de fuerza de sus armaduras. Varias de las armas también quedaron destrozadas y explotaron a su vez, lo que contribuyó a la carnicería.
    Mark y Liz echaron a correr en cuanto comenzaron las explosiones, y siguieron bajando por la pendiente para acercarse al preciado agujero de gusano. Ya solo quedaban unas doscientas personas, todos agazapados por instinto tras el último estallido de violencia.
    -Eso debería retrasarlos -chilló Mark-. Ahora podremos salir de aquí. -Echaron a correr y dejaron atrás el último montón de rocas que habían elegido como refugio. Las botas chapotearon al cruzar el arroyo y llegaron a la cola del hatajo frenético de personas que se agolpaban alrededor del agujero de gusano. Cuando Mark miró atrás, todo lo que pudo ver fue un fulgor rojo de la hierba rayo que ardía alrededor de la entrada del valle-. ¿Simon? ¿Simon, qué está pasando?
    -Buen trabajo, Mark. -La voz de Simon le llegó tan serena como siempre-. No están avanzando. Les llevará varios minutos reagruparse. Conseguiréis pasar.
    Mark se aferró a la mano de Liz mientras se ponía de puntillas para mirar por encima de las cabezas que tenía delante. No podía haber más de unas cien personas.
    Quizá dos minutos, si pasaba uno por segundo. No, seguro que podían meterse dos a la vez. Un minuto, entonces. Minuto y medio, como mucho.
    La luz del sol bañó el valle Turquino. Mark alzó la cabeza para quedarse mirando los cielos con la boca abierta. Allí arriba, muy por encima de ellos, cinco pequeñas estrellas de color blanco azulado brillaban con una fuerza dolorosa a medida que crecían sin parar. Mark se quedó mirando el nuevo fenómeno al tiempo que la sorpresa daba paso a una oleada de furia.
    -¡Oh, vamos! -les chilló a aquellas terribles luces. Le flaquearon las piernas y cayó de rodillas. Aun así levantó los puños para amenazar al nuevo peligro-. No podéis hacernos esto, cabrones. Queda un minuto. Un puñetero minuto y habría salido de aquí. -Le empezaron a correr las lágrimas por las mejillas-. Cabrones. Cabrones.
    -Mark. -Liz estaba en el suelo húmedo, a su lado, rodeándole con los brazos los hombros temblorosos-. Mark, vamos, cielo, ya casi hemos llegado.
    -No, de eso nada, jamás nos dejarán pasar, nunca.
    -No son ellos -dijo Mellanie.
    -¿Eh?
    Mark levantó la cabeza. La chica estaba de pie a su lado, contemplando las cinco luces deslumbrantes.
    -Somos nosotros -dijo-. Eso lo hemos hecho nosotros.
    -Arriba -dijo Liz, su voz se había endurecido-. Hablo en serio, Mark.
    Lo cogió por un hombro y tiró. Mellanie se ocupó del otro lado. Entre las dos lo pusieron en pie. Los últimos residentes de Randtown se escabullían por el agujero de gusano. Sobre él, las nuevas estrellas iban disminuyendo. La oscuridad volvía a caer a toda prisa sobre el valle. Mark avanzó a tropezones hacia el agujero de gusano sin terminar de creérselo todavía, aún esperaba que la explosión fiera de un láser lo golpeara en los hombros.
    -Ya estamos listos, Simon, ven -dijo Mellanie.
    -No puedo irme. Esta es mi casa. Haré lo que pueda para frustrar los planes de esos monstruos.
    -¡Simon!
    -Salid. Poneos a salvo. Volved si podéis.
    Mark llegó al agujero de gusano. Lo último que vio de Elan fue el metrodeportivo MG abandonado y a Mellanie mirando enfadada el pequeño y duro valle. Y entonces lo cruzó. Estaba a salvo.
    
    La multitud de sentidos derivados de las máquinas de MontañadelaLuzdelaMañana observaron la distorsión cuántica de la última nave humana que regresaba a la batalla sobre Anshun. Preparó sus naves para que lanzaran misiles y armas de rayos. Los humanos se aproximaban rápido. Estaban muy cerca. Peligrosamente cerca...
    No hubo advertencia previa. No hubo tiempo. La energía pura perforó directamente el agujero de gusano y floreció al otro lado, en el asteroide donde estaba situado el generador. El agujero de espacio-tiempo se cerró de inmediato en cuanto quedó destruido su generador, pero no antes de que el asombroso torrente de energía liberado por la nave moribunda hubiera entrado en tropel. Miles de naves se incendiaron por un instante sobre el asteroide cuando sus cascos se vaporizaron dentro del gigantesco geiser de radiación. Los generadores de agujeros de gusano explosionaron con espasmos de giros gravitacionales. El asteroide entero se estremeció cuando doscientos ochenta y siete agujeros de gusano se derrumbaron, tiraron del asteroide y después se hicieron añicos. La energía contenida en los generadores y los agujeros de gusano quedó liberada con una reacción violenta, aumentando así el diluvio ya letal que brillaba en el agujero de gusano interestelar.
    MontañadelaLuzdelaMañana observó horrorizado que el inmenso agujero de gusano que conectaba el puesto avanzado con su sistema original flaqueaba y fluctuaba. Desvió cientos y luego miles de agrupamientos inmotiles para producir las secuencias correctas de mando que calmarían y contendrían la inestabilidad. Poco a poco, los estremecimientos salvajes de energía se domesticaron y reconcentraron. El rendimiento de los segmentos supervivientes del mecanismo del generador se remodeló para compensar.
    El inmotil examinó las ruinas del puesto avanzado. Un asteroide y toda su dotación de equipos se habían perdido por completo. Miles de naves estaban destrozadas o dañadas. Grupos de unidades de carga giraban en el vacío, trozos fundidos de equipo que habían entrado en efervescencia sobre cada superficie. Más de tres mil agrupamientos de inmotiles de varios tamaños habían quedado irradiados y se estaban muriendo. Casi cien mil motiles estaban muertos o muriéndose.
    Todo podía reemplazarse y reconstruirse. Aunque semejante esfuerzo sería caro. No cabía duda de que, al perder una cuarta parte de los agujeros de gusano que llevaban a la Federación, su plan original de expansión por los mundos humanos quedaría frenado. En su sistema natal, muchos agrupamientos de inmotiles comenzaban a considerar las medidas de defensa correspondientes que había que tomar para prevenir otro «ataque suicida».
    Entretanto, MontañadelaLuzdelaMañana comenzó a realinear los agujeros de gusano supervivientes para contar con rutas de comunicación con cada uno de los veintitrés mundos nuevos que había incluido en su dominio. Después de un rato, las naves volvieron a volar y transportaron lo que quedaba de los suministros a los planetas. Mientras los humanos huían por los agujeros de gusano que tenían en el interior de las ciudades protegidas, los motiles continuaban avanzando por las nuevas tierras del exterior sin encontrar demasiada resistencia.