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Carys Panther llevó
el metrodeportivo MG gris metálico al cruce de Nueva Costa y
después lo metió directamente en el transbordador de coches que iba
a Elan. El vagón estaba cerrado por completo, era un tubo de
aluminio con una franja polifotónica brillante en el techo con un
par de ventanillas estrechas a cada lado. Su MG era tan bajo que
las ventanillas le quedaban más arriba. La matriz de conducción del
coche la llevó detrás de un gran BMW 6089 todoterreno antes de
poner el freno, un turismo Ford Yicon se colocó detrás de
ella.
Carys le ordenó al
asiento que se reclinara y se recostó para disfrutar del viaje. Su
mayordomo electrónico cargó en su visión virtual toda una serie de
ideas para historias y argumentos que la mujer empezó a rellenar y
unir con complicados giros. En ese momento había una gran demanda
de sagas largas y un poco fantásticas, que eran su género
preferido. Ant, su agente, estaba deseando explotar el mercado.
Decía que era la incertidumbre de la situación con los primos lo
que estaba quitándole a la gente las ganas de ver el realismo más
crudo, querían evadirse. Y quién mejor que él para saberlo. Ant era
incluso mayor que Nigel Sheldon y llevaba siglos haciendo el mismo
trabajo. Había visto todos los caprichos creativos que habían
aparecido, y había vivido el ciclo de las modas que hacía girar una
y otra vez los mismos géneros.
Pasaron veinte
minutos antes de que el tren empezara a moverse, arrastrado por una
locomotora eléctrica Fanton T5460. De Augusta se iba sin escalas a
Nueva York. Desde ahí, el enlace transterráqueo la llevó a
Tallahassee, Edmonton, Seattle, Los Ángeles Galáctico, Ciudad de
Méjico y Buenos Aires antes de cruzar al fin el Pacífico hasta
Sydney, que desviaba el tren hasta Wessex. Tardaron una hora más o
menos en recorrer la Tierra y pararon en cinco de las estaciones
para que pudieran subir al transbordador más vehículos. Cuando
llegaron a Wessex, hubo una parada más larga para que se añadieran
seis vagones más, después les llevó cinco minutos cruzar la
estación planetaria hasta la salida de Elan. Un minuto después,
estaban entrando en el largo andén que llevaba a la carretera de
Runwich, la capital del planeta.
La matriz de
conducción del MG se conectó con el directorio de carreteras de la
ciudad, pagó el impuesto de vehículos local y atravesó las afueras
para llegar al aeropuerto. Por una vez, los horarios de los enlaces
funcionaron como estaba previsto.
Un Siddley-Lockheed
CP-505, un gran avión de seis hélices, la aguardaba en la
plataforma de estacionamiento. Carys subió con el coche por la
rampa posterior y entró en la bodega de carga abierta, donde unos
cepos electromusculares sujetaron las llantas del coche. Había
otros quince coches allí dentro, junto con dos autocares. El avión
podía transportar sesenta y cinco toneladas de carga en total,
además de ciento veinte pasajeros en la cubierta superior.
Carys se pasó las
siguientes tres horas sentada en un cómodo asiento de primera clase
mientras un agradable auxiliar de vuelo que todavía estaba en su
primera vida le servía champán y cruzaban el ecuador a una
velocidad de mach 0,95.
Ant la llamó dos
veces para consultarle unos guiones y para pedirle permiso para
intensificar las negociaciones de sus contratos. Era bastante
halagador que tratara con ella en persona, su lista de clientes
llevaba cerrada más de un siglo. Si todo iba bien, su última saga
debería llegar a la unisfera en unos seis meses.
Aterrizaron en el
aeropuerto de Kingsclere, en Ryceel, y Carys volvió a subirse a su
MG. Mientras salía de la capital del continente meridional, vio las
Dau’sings elevándose sobre el horizonte.
La caseta de peaje
que había a la entrada de la autopista que llevaba a Randtown tenía
un gran cartel nuevo en la parte delantera que decía: «No se
permite la entrada a vehículos militares». Alguien había pintado
encima con un aerosol de color naranja brillante «Muerte a los
putos traidores antihumanos».
-Esto va a ser
divertido -murmuró mientras se acercaba al exterior de la caseta y
ponía el tatuaje de crédito del pulgar en la almohadilla. La
barrera reforzada se levantó y Carys entró en la autopista. La
amplia franja de hormigón amalgamado por enzimas se extendía ante
ella, completamente desierta. La guionista pensó que parecía la
parrilla de salida de una pista de carreras de gigantes, lo que
representaba un desafío interesante. Cargó todas las herramientas
de los programas de la matriz de conducción en su visión virtual y
supervisó su integración en el sencillo sistema de gestión de
tráfico de la autopista. El regulador de velocidad era un viejo
programita al que no resultaba nada difícil meterle el parche que
venía de serie en las modernas y agresivas rutinas del MG. Eliminó
la incómoda función de supervisión del coche del programa causante
del conflicto y pisó a fondo el acelerador manual.
Entró una oleada de
potencia en los motores de eje que la hundió en el asiento. Carys
trabó la velocidad, conectó el radar y las funciones de navegación
con el programa de dirección y le cedió todo el control a la matriz
de conducción. Las bandas electromusculares de las paredes de las
llantas respondieron al incremento de velocidad cambiando de
costado y expandiendo el ancho de banda para contar con un grado de
tracción incluso mayor. Había una sonrisa malvada en el rostro de
Carys cuando el coche atacó la primera colina de las estribaciones
a trescientos kilómetros por hora.
-Permanecí leal -dijo
Dudley Bose-. Fui un estúpido. ¿Oíste lo que dije? ¿Has visto las
grabaciones? Les advertí, les dije que huyeran. Y entonces mi voz
desapareció. Los alienígenas debieron de silenciarme, debieron de
castigarme por estropearles los planes. Y durante todo ese tiempo
estuve arriesgando el cuello por el puto Wilson Kime. El cabrón que
me dejó allí para que me pudriera, para que muriera bajo un sol
alienígena. Que me sacrificó para salvarse él.
-Estás muy vivo, mi
amor -le dijo Mellanie.
Estaban echados en la
cama de matrimonio de lo que el hotel, con un ojo muy avispado para
la sátira, llamaba la suite nupcial. Las cortinas estaban abiertas,
permitiendo que Dudley viera sus preciosas estrellas. A Mellanie le
costaba no ponerse a bostezar. Estaba desesperada por irse a
dormir. Algo que el nuevo Dudley Bose al parecer nunca hacía sin la
ayuda de potentes fármacos. La joven se preguntó si debería
deslizarle otra píldora en la copa, ya eran casi las tres de la
mañana. Pero el champán que habían tragado con tanta impaciencia un
rato antes se había quedado sin burbujas y ni siquiera el Jardines
del Corazón de Pino, el mejor hotel de Randtown, iba a ofrecerles
servicio de habitaciones a esa hora. Maldito sea este sitio, no se
puede ser más patético ni atrasado.
No le habían quedado
muchas alternativas, aparte de regresar a Randtown para terminar el
reportaje de seguimiento sobre el bloqueo. Alessandra quería saber
si los residentes habían renunciado a su postura antihumana una vez
que se había instalado por la fuerza la estación de detección de
agujeros de gusano en las montañas Regentes, sobre la ciudad. La
perspectiva que pensaban adoptar era la de una población
arrepentida que comenzaba a darles la espalda a bufones patanes
como Mark Vernon. A Mellanie no le costaría nada encontrar las
entrevistas apropiadas, cuanto más pintorescas, mejor.
Pero Mellanie no
quería hacerlo, no solo porque despreciaba Randtown y su engreída
mentalidad pueblerina. El caso Myo era mucho más importante para
ella. Si conseguía descifrar aquello, ya ni siquiera necesitaría la
protección de Alessandra. Pero le estaba resultando difícil.
Después del glorioso fiasco de la ceremonia de bienvenida de la
marina, se había pasado día y medio encerrada en su habitación de
hotel con Dudley Bose, proporcionándole un maratón sexual que la
mayor parte de los hombres solo había visto en los porno-TSI o
durante sus crisis de los cuarenta. El científico no le había
contado nada. Hablaba sin parar, entre hazaña y hazaña física que
Mellanie llevaba a cabo para él, pero siempre era sobre lo mismo:
él, y si seguía vivo allí fuera, en Dyson Alfa. Se tomaba algún
respiro ocasional en forma de diatribas contra Wilson Kime, su ex
mujer y la Marina en general. Sus recuerdos seguían siendo
demasiado caóticos como para proporcionarle algo útil a
Mellanie.
Había estado a punto
de dejarlo en el hotel Nadsis, en Augusta, cuando tuvo que irse a
coger el tren de Elan. A punto. Pero una duda persistente, algo que
la joven esperaba que fuera el comienzo de su intuición
periodística, abogaba por la perseverancia. Estaba segura de que
Dudley sabía algo que podría ayudarla, aunque estaba empezando a
preguntarse si no se estaba pasando en su interpretación del
comentario de Myo.
Así que cuando al fin
había llamado a Alessandra para admitir que no estaba progresando
en el caso de Myo, había tenido que soportar la mordaz superioridad
de su mentora. Mellanie le dijo de inmediato a Dudley que iban a
pasar un fin de semana en un retirado destino turístico que conocía
y donde iba a convertir en realidad las fantasías que había tenido
en todos los Mundos Silenciosos que había visitado, las más
ardientes y lascivas. Sería su última oportunidad para intentar
averiguar qué sabía aquel hombre, lo que Myo no le estaba contando.
Y el científico la había seguido como un niño bueno.
-¿Pero estoy vivo ahí
arriba? -Dudley señaló con un gesto débil la ventana abierta de la
suite nupcial.
-No. Solo existes tú.
Eres único. Debes comprender eso de una vez y dejar de preocuparte
por tu antigua vida. Se acabó. Ahora empiezas de cero y yo estoy
aquí para hacer que sea lo más placentero posible.
-Dioses, esa es la
formación cruzada de Zemplar. -Dudley se bajó de la cama y se
acercó descalzo a la ventana. La abrió de un tirón y sacó la
cabeza. La brisa fresca que soplaba del Trine’bar hizo que Mellanie
se estremeciera en la cama.
-No me dijiste que
estábamos aquí -dijo Dudley.
-¿Dónde? ¿En
Randtown? Sí que te lo dije.
-No, en Elan. Esto
tiene que ser Elan. Tengo razón, ¿no?
-Sí, mi amor, esto es
Elan. -Estaba impresionada; era obvio que la transferencia de
recuerdos se había hecho de una forma impecable. Era solo la
personalidad la que no había sobrevivido intacta al procedimiento-.
Y ahora, por favor, cierra la ventana. Me estoy congelando.
-Es lo más cerca que
se puede estar de Dyson Alfa, aparte de Tierra Lejana. -Dudley
todavía tenía la cabeza fuera, así que su voz sonaba apagada.
-Sí.
-De ahí es de donde
vienen los Guardianes, sabes.
-Lo sé. -La joven
empezó a buscar el edredón a su alrededor, después se detuvo-.
¿Sabes algo de los Guardianes?
-Un poco. Fue solo
una vez.
-¿Qué fue una
vez?
El científico le dio
la espalda a la ventana y bajó la cabeza, avergonzado.
-Nos entraron en
casa. Al final averiguamos que podrían haber sido los Guardianes.
La investigadora jefe creía que la puta con la que estaba casado
había conocido al mismísimo Bradley Johansson.
-¿Qué investigadora
jefe? -preguntó Mellanie intentando contener su agitación.
-La tía rara de la
Colmena, Paula Myo.
Mellanie se dejó caer
de espaldas y levantó los dos puños en el aire con gesto
triunfante.
-¡Sí!
-¿Qué pasa? -preguntó
Dudley, nervioso.
-Ven aquí.
Y se lo tiró.
Como siempre, le
resultó increíblemente fácil controlarlo. Si lo dejara, el muchacho
alcanzaría el clímax en cuestión de segundos, así que fue muy
estricta, lo arrastró, lo provocó y se lo negó todo a partes
iguales para que durara todo lo que ella quisiese. Pero esa vez fue
diferente en una cosa, esa vez ella también se permitió correrse.
No hubo fingimientos ni efectos de sonido. Se convirtió en su
propia y egoísta celebración, aquel hombre estaba allí para
complacerla.
Dudley debió de saber
que había algo diferente, debió de percibir algún cambio en ella.
Su mirada, mientras yacía después en la cama con ella, era de
adoración.
-No me dejes -le
rogó-. Por favor, no me dejes jamás. No lo soportaría. No
podría.
-No te preocupes,
amor mío -le dijo Mellanie-. Todavía no he terminado contigo. Ahora
sé bueno y tómate una de tus pastillas para dormir.
Dudley asintió,
ansioso por complacer, y se tragó una con los restos del champán.
Mellanie ahuecó las almohadas, se hundió en ellas y le sonrió al
techo. Por primera vez en cuatro días, cayó en un sueño profundo y
satisfecho.
Mark estaba en el
viñedo con uno de los recolectores automáticos que se había calado.
Barry y Sandy estaban con él, ansiosos por contribuir a las
reparaciones. La ayuda que ofrecían era en forma de carreras por
las filas de parras, de un lado a otro, con el perro ladrando como
un loco mientras esquivaba a los niños. La gran máquina larguirucha
se había detenido a medio camino de la tercera fila, cuando los
programas de control se habían dado cuenta de que las moras
grencham no se deslizaban por la tolva central. Los brazos
recolectores, parecidos a los de un pulpo, se habían quedado
inmóviles en diferentes fases mientras recogían los racimos.
Solo llevaban tres
días recogiendo la cosecha y ya había tenido dos averías en su
propio viñedo. Las llamadas de los vecinos para que les ayudara con
problemas mecánicos estaban entrando cada vez con más frecuencia y
desesperación. Mark se deslizó por el hueco que quedaba entre las
frondosas parras y el costado de la máquina y desenganchó el panel
de inspección del mecanismo del cargador. Igual que antes, unos
trozos de parra habían bajado por la tolva y se habían enredado
alrededor de varios engranajes y rodillos. Eran las tenazas del
extremo de los brazos recolectores las que estaban metiendo la
vegetación. Si lo mirabas bien, era igual que todo en la vida: un
problema de programación. Tendría que escribir un parche de
discriminación a tiempo para el año siguiente. Entretanto, eran un
simple par de podaderas las que tenía, que cortar las parras
fibrosas y, luego, las manos humanas las que tenían que sacarlas.
Las moras grencham aplastadas hacían que el proceso entero fuese
lento y viscoso.
-Mira eso, papá
-exclamó Barry.
Mark arrancó los
últimos trozos de parra del mecanismo de alimentación y levantó la
cabeza. Alguien estaba conduciendo por la carretera de piedra
compacta del valle a una velocidad ridícula. Un vehículo bajo y
gris que producía un largo torbellino de polvo a su paso.
-Idiota -gruñó
Mark.
El panel de
inspección volvió a colocarse en su sitio, después le dio a los
tornillos de seguridad un par de golpes con la parte superior de
los alicates medianos que llevaba para que no se abrieran. Su
mayordomo electrónico le dio a la matriz del recolector automático
la orden de que reanudara las operaciones y los brazos se
extendieron de nuevo poco a poco. Las tenazas hicieron un corte
ligero en la parte superior de los racimos. Los movimientos
comenzaron a acelerarse. Mark asintió satisfecho y sacó las gafas
de sol del bolsillo del mono.
-Vienen hacia aquí,
papi -chilló Sandy.
El coche había
frenado un poco para girar por el camino de entrada del viñedo de
los Vernon. No se parecía a nada de lo que tendría un habitante de
Randtown.
-Pues vamos, entonces
-le dijo a sus hijos-. Vamos a recibirlos.
Se metieron entre las
parras y corrieron hacia la entrada llamando a Panda, que se había
ido a perseguir wobes, los equivalentes locales a los ratones de
campo. Mark llegó al final de la fila, donde le echó un buen
vistazo al elegante coche que se acercaba a la casa. Su lustrosa
forma le dio alguna pista sobre el visitante.
El MG se detuvo junto
a la camioneta Ables; llevaba la suspensión alta para viajar por
terreno accidentado, que después bajó para que las ruedas volvieran
a encajar en el chasis. Se abrió una puerta ondulada de uno de los
lados y la que salió fue Carys Panther. Vestía una elegante falda
de ante de tablas y unas carísimas botas vaqueras hechas a mano,
con una sencilla blusa blanca. El Stetson de color gris paloma lo
llevaba en una mano.
Barry lanzó un
chillido de júbilo a modo de bienvenida y echó a correr. Sandy
sonreía encantada, siempre era emocionante cuando la tía Carys
venía de visita.
-Bonito cacharro
-dijo Mark con ironía.
-¿Oh, eso? -Carys
señaló con desdén el MG-. Es el coche de la mujer de mi
novio.
Mark hizo un
exagerado llamamiento a los cielos. Aquella mujer siempre tenía que
hacer una entrada espectacular.
Ninguna de las dos
doncellas que les llevaron el desayuno a las once miró a Mellanie a
los ojos. Pusieron las grandes bandejas en la mesa y salieron sin
más.
-Que os follen -les
dijo Mellanie después de que la puerta se cerrara tras ellas.
Empezó a levantar las tapas plateadas de las fuentes. El servicio
de habitaciones quizá fuera una mierda, pero la cocina era de
primera, desde luego-. Al ataque -le dijo a Dudley.
El científico se
sentó enfrente de ella, como un colegial delante del director.
Mellanie recordaba muy bien aquella sensación.
-¿Qué quieres de
mí?
-Tu historia.
-¿Eso es todo lo que
soy, una historia?
-Al final todos somos
historias. Quiero ayudarte, Dudley, en serio. Si puedes asumir lo
que te ha pasado, serás mucho más feliz. Y creo que puedo ayudarte.
De veras.
-¿Y nosotros? ¿Qué
pasa con nosotros?
Mellanie esbozó una
sonrisa descarada, cogió una fresa y la lamió con un gesto igual de
malicioso.
-No creerás que me
entrego así a alguien que no me importa, ¿verdad?
La sonrisa con la que
respondió Bose fue de cauto alivio. Mellanie fue rodeando la mesa
con la silla hasta que quedó apretada contra él. Bajo la mirada
fascinada y silenciosa del hombre, la joven cogió otra fresa y la
sostuvo con delicadeza entre los dientes. Se desató la bata muy
poco a poco y la abrió, después se inclinó hacia él y le introdujo
la fresa en la boca. Dudley la mordió y sus labios se
tocaron.
-Oh, Dios. -El
científico estaba temblando y tenía los ojos húmedos.
-Ahora dame tú
algo.
Dudley sostuvo una
fina rodaja de tortita chorreante de jarabe de arce. Mellanie se
echó a reír cuando le cayeron unas gotas en los pechos y después
fue mordisqueando la tortita. Dudley saltó sobre ella y derribó las
bandejas del desayuno de la mesa. A la joven le sorprendió que su
amante hubiera mostrado tanta contención y se rió cuando la silla
salió volando hacia atrás y los dos cayeron rodando por el suelo
con Dudley tirándose del albornoz como un loco.
Se la tiró allí
mismo, sobre la costosa alfombra moozaki, con el zumo de naranja
cayéndoles encima de los vasos volcados que habían quedado en la
mesa. Luego la arrastró hasta la cama y se la tiró otra vez.
-Voy a necesitar otro
baño -dijo Mellanie cuando él se corrió al fin. Aunque el
científico había hecho todo lo que había podido para lamerle el
jarabe y las jugosas golosinas del pecho y los muslos, seguía
sintiéndose pegajosa.
-Pues me baño
contigo.
La joven sonrió y se
acurrucó contra él.
-¿Y cuándo conociste
a Paula Myo?
-Antes del vuelo
-dijo Dudley con un suspiro-. Me sacaron del rejuvenecimiento para
la entrevista.
-¿Que hicieron
qué?
-Me estaba sometiendo
a un rejuvenecimiento parcial antes del vuelo. No había tiempo para
uno completo, pero yo era bastante mayor, fisiológicamente
hablando, así que me iban a quitar todos los años que pudieran
antes de comenzar el entrenamiento con la tripulación. Paula Myo
hizo que me sacaran. Me interrogó a mí, y a Wendy. No me acuerdo de
mucho de lo que dije. Fue muy desorientador que interrumpieran el
proceso. Por eso no era tan joven como quería cuando nos fuimos. Ni
tan joven como quería Oscar Monroe.
-No empieces a darle
importancia a lo que diga ese viejo borracho. Has dicho que Myo te
estaba preguntando por un allanamiento.
-Sí. La zorra de mi
ex habló con Bradley Johansson, que se estaba haciendo pasar por
periodista; le preguntó por las organizaciones que financiaban mi
observación. Y lo siguiente que supimos fue que habían entrado en
nuestra casa y habían copiado todos los archivos que teníamos en la
matriz doméstica.
-¿Cuál pensaba Myo
que era la relación?
-Ese imbécil de
Johansson creía que una de las sociedades benéficas que financiaban
mi observación era una tapadera del aviador estelar. Es el
alienígena...
-Ya sé qué es el
aviador estelar. ¿Y cuándo pasó eso, exactamente?
-Justo después del
ataque contra el Segunda Oportunidad. Myo tenía autoridad para
hacer casi todo lo que quisiera cuando le dieron el caso,
incluyendo arrancarme a mí del rejuvenecimiento.
-Y rastreó esa
conexión. ¿Por qué?
-No tengo ni idea.
Solo dijo que estaba buscando anomalías, y que examinaban a
cualquiera relacionado con el proyecto del Segunda Enseñanza. Pero
lo extraño es que Johansson sabía que ella encontraría la conexión,
le dijo a Wendy que le diera a Myo un recado.
-¿De veras, y qué
fue?
-Deja de concentrarte
en los detalles, es la imagen de conjunto lo que cuenta.
-Qué raro. ¿Recuerdas
de qué sociedad benéfica sospechaba Johansson?
-Sí, Cox de
Educación.
-Jamás he oído hablar
de ellos. -Después le dio unos golpecitos en el brazo y se
levantó-. Sabes lo que acabas de hacer, ¿no?
-¿Qué?
-Acabas de hablar de
lo que le pasó a tu cuerpo anterior como si fueras tú. Estás
empezando a conectar las vidas de tus cuerpos. Bien hecho. Ya te
dije que sería una buena influencia para ti. -Le mandó un beso al
rostro joven y sorprendido del hombre y entró en el baño.
La gran bañera
hundida estaba llena hasta el borde con un montón de burbujas de
jabón que flotaban en la superficie. Mellanie se metió y suspiró
agradecida cuando se sentó en el agua cálida y perfumada. Abrió las
boquillas y disfrutó del suave flujo de burbujas de aire que
rodearon su cuerpo y comenzaron a aliviar sus dolores. Dudley no se
había mostrado muy dulce la última vez aunque su desesperación y
fiereza lo habían hecho mucho más interesante que los movimientos
monótonos y mecánicos de siempre.
Subió el volumen de
la música y recostó la cabeza en los cojines del borde. Su mano
virtual tocó el icono de la IS.
-Necesito cierta
información financiera -dijo.
-Sabes que no podemos
proporcionar archivos confidenciales, Mellanie.
-Solo necesito lo que
está en los archivos públicos. Podría resultar un poco difícil
rastrearlo todo, nada más, y no quiero pedírselo a los
investigadores del programa. Y tampoco puedo usar al pobre Paul
Cramley.
-Muy bien.
-La sociedad benéfica
Cox de Educación ayudó a financiar la observación del Dr. Bose.
¿Cuánto le dieron?
-En total, un millón
trescientos mil dólares de la Tierra, repartidos a lo largo de once
años.
-¿De dónde sale ese
dinero?
-Es una organización
privada.
-¿Qué significa
eso?
-No es posible
averiguar la procedencia del dinero.
-Está bien, ¿y quién
la dirige?
-Los comisionados
inscritos son tres abogados: la señora Daltra, el señor Pomanskie y
el señor Seeton, todos trabajan para Bromley, Waterford y Granku,
un bufete de Nueva York.
-Hmm. -Mellanie se
pasó una esponja por las piernas-. ¿Qué más apoya Cox?
-Ha donado fondos a
más de cien universidades y colegios universitarios de toda la
Federación. ¿Quieres la lista?
-Ahora mismo
no.
-¿Te gustaría ver la
cantidad total donada a las otras instituciones?
La joven abrió los
ojos, de repente le interesaba mucho, no era propio de la IS
ofrecer información.
-Sí, por favor.
-Setenta mil dólares
de la Tierra.
-¿Para cada
uno?
-No. Es el pago
total.
-Mierda. ¿Cuánto
tiempo hace que dura eso?
-Catorce años. Cerró
dos años después de que Dudley Bose observara el cerco. Seis meses
después de que Paula Myo entrevistara a Dudley Bose.
-Bueno, pero si es el
hombre más odiado de la Federación -dijo Carys con una sonrisa
burlona-. Menudo título. Según la encuesta que ha hecho Maxis en la
unisfera. Nunca me imaginé que mi sobrinito llegaría a ser tan
famoso.
Mark se limitó a
gruñir a modo de respuesta y se hundió un poco más en su sillón
favorito. Estaban todos sentados en el salón, tomando unas copas
antes de la comida para que Carys probara el vino del valle de Ulon
del año anterior.
-Aquí eso da igual
-dijo Mark-. No tiene importancia.
-Oh, sí. Solo es
relevante para nosotros, ¿no? Nosotros, los decadentes tipos
metropolitanos que nos ponemos en plan esnob e intelectual con los
pobres paletos como vosotros.
Mark se encogió de
hombros y sonrió.
-Tú lo has
dicho.
-Pon los pies en la
tierra, anda -le soltó su tía-. La prensa va a abrasar este
pueblecito tan bonito. Sé por mis contactos que Alessandra Baron ya
está planeando un seguimiento. ¿Has intentado reservar unas
vacaciones durante la temporada de esquí del año que viene? Yo sí.
Están ofreciendo descuentos del cincuenta por ciento. No quiere
venir nadie.
-Y tú puedes arreglar
todo eso, ¿no?
Carys intercambió una
mirada con Liz.
-Necesitas una buena
campaña de relaciones públicas, Mark. Y yo soy la única experta que
tienes.
-¡La has llamado tú!
-acusó Mark a Liz.
-Tienes que escuchar
a alguien, cielo. Por aquí todo el mundo tiene mucho cuidado de no
echarle la culpa a nadie. Delante de ti.
El joven se volvió
hacia Carys con un ruego.
-Yo no lo dije como
salió en esa entrevista. Hicieron un montaje con lo que dije para
dejarme mal.
-El término técnico
es echarle picante -dijo Carys-. Siempre lo hacen. Podemos utilizar
eso para contraatacar.
-¿Cómo? -dijo su
sobrino con tono suspicaz.
-Puedo conseguirte
entrevistas en otros programas. Entrevistas en directo, en un
estudio, para que no puedan trastocar tu mensaje. Vamos a tener que
prepararte muy bien antes de dejarte aparecer ante las cámaras y
vas a tener que dejarte crecer un sentido del humor decente. Pero
puede hacerse.
-¡Tengo sentido del
humor! -protestó él, indignado.
Carys abrió la boca
para responder. Fuera surgió un destello brillante. Mark y Liz
fruncieron el ceño a la vez. No había nubes de tormenta por ninguna
parte.
En el jardín, Sandy
chillaba como si le doliera algo. Ambos padres se levantaron de un
salto y salieron por las puertas abiertas del patio.
-¿Qué ocurre,
pequeñina? -preguntó Mark.
Panda se estaba
volviendo loca, ladraba y saltaba de un lado para otro. Sandy
corrió hacia su madre con los brazos abiertos.
-En el cielo -gimió-.
Me duelen los ojos. Veo violeta.
La matriz de muñeca
de Mark se bloqueó. El cielo del sureste se volvió de un color
blanco deslumbrador.
-Maldita sea, qué
coño...
Todos los
recolectores automáticos habían parado. Al igual que los tractores.
Todos los robots que veía estaban inmóviles y callados.
La mancha de luz
sedosa que había aparecido sobre las montañas comenzaba a
desaparecer para dejar a su paso un cielo azul normal. Y entonces,
un vívido sol de color rosa dorado surgió tras los picos, su
superficie se retorcía con telarañas de fuego negro y arrojaba
largas sombras móviles por el suelo.
-Son las Regentes
-murmuró Liz-. Oh, Dios mío.
El nuevo sol estaba
saliendo sobre un tallo de llamas voraces y brillantes. Toda la
nieve que quedaba en las Regentes se vaporizó en una violenta
explosión blanca. Las cimas de las montañas parecían vibrar.
Empezaron a desmoronarse justo cuando la feroz nube de vapor las
envolvió, ocultándolas de todos.
Los chillidos de
Sandy alcanzaron un crescendo.
-Han tirado una bomba
atómica -gritó Mark, asombrado-. Han tirado una bomba atómica en la
estación de detección. -Observó el hongo que se iba hinchando, el
color se oscurecía y profundizaba a medida que extendía su
magullado perímetro por el cielo limpio. Y entonces los alcanzó el
estallido.
Mellanie pidió una
ensalada ligera al servicio de habitaciones antes de vestirse con
unos vaqueros y una camisa de color negro carbón de su propia línea
de moda. Se recogió el pelo en una cola sencilla y suelta, y solo
se puso un poco de crema hidratante en la cara, sin maquillaje. Era
importante que tuviera un aspecto serio en aquella llamada.
Una de las ceñudas
doncellas del hotel le llevó la ensalada, mientras, Dudley
chapoteaba muy contento en el baño. Se pasó un par de minutos
recogiendo el desastre de las dos bandejas de desayuno. Mellanie le
dio una propina de veinte dólares. Si acaso, el enfado de la criada
era más profundo cuando se fue.
-Que os follen más
-le dijo Mellanie a la puerta.
Picó de la ensalada
durante un rato mientras organizaba mentalmente lo que iba a decir,
después se sentó ante el escritorio y utilizó la matriz de mesa de
la habitación para llamar a Alessandra.
La imagen de
Alessandra apareció en la pantalla de la matriz. Estaba sentada en
la silla de maquillaje del camerino, con un babero de papel
alrededor del cuello para proteger su fabuloso vestido.
-¿Dónde coño has
estado? -quiso saber.
-Estoy en Elan.
-Está bien, en ese
caso te dejaré con vida. Pero que conste que estás a esto de que te
despida. -Levantó la mano, el pulgar y el índice casi se tocaban-.
No vuelvas a bloquear jamás tu código de la unisfera. En fin.
Necesito ese reportaje de seguimiento dentro de una hora. Y más
vale que sea de premio, o ese culito tan apretado que tienes va a
llegar a la órbita.
-Estoy trabajando en
algo.
-¿En qué?
Mellanie cogió
aliento.
-Paula Myo cree que
el aviador estelar es real.
-Eres increíble,
joder, y además lo sabes. Te doy todas las oportunidades del mundo,
más de las que le he dado a nadie y no solo porque eres buena en la
cama. ¿Y me vienes con esas chorradas?
-¡Escucha! Fue ella
la que me dio la idea de Dudley Bose.
-¿Y sabes dónde está?
Todos lo que están en esto van como motos para intentar
encontrarlo.
-Me lo he estado
tirando para sacarle información, sí. -Echó atrás la cabeza y
mantuvo la expresión impasible mientras observaba la imagen de
Alessandra-. Y como tú dices, se me da muy bien. He averiguado
algo.
-Está bien, bonita,
puedes quedarte con tus quince segundos de fama. ¿Qué tienes?
-Una de las
sociedades benéficas que financió la observación que hizo Bose del
Par Dyson es una tapadera. El aviador estelar lo organizó todo para
que viéramos el cerco. Quería que investigáramos la barrera.
-¿Pruebas? -soltó
Alessandra.
-La organización
contaba con la financiación de una cuenta bancaria secreta -dijo,
rezando para que algo de eso fuera verdad, pero tenía que meter a
Alessandra en la investigación-. He comprobado todas sus demás
donaciones, son simbólicas, para darles validez en caso de que
alguien hiciera una inspección rápida. Y la cerraron justo después
del descubrimiento. Pero lo importante es que Myo supo esto hace
años. ¿No ves lo que eso significa? Todos estos años que lleva sin
coger a Johansson y a Elvin, lo sabía. ¡Quizá incluso estuviera
trabajando con los Guardianes!
-Para ti esto no es
más que una vendetta -dijo Alessandra.
Mellanie percibió la
incertidumbre y siguió presionando con tenacidad.
-Pero será tu
historia. Dame un equipo de investigación, déjame trabajar en el
caso. Joder, hazte cargo tú de un equipo de investigación. Eso es
lo que nos está diciendo Myo. A nosotros, a los medios. Toda la
información procede de fuentes públicas, se puede verificar si
sabes dónde buscar. Podemos demostrar que el aviador estelar
existe. ¡Por el amor de Dios, Wendy Bose incluso conoció a Bradley
Johansson! ¿Salió eso alguna vez en alguna entrevista? Esto es
real, Alessandra, te lo prometo.
-Quiero hablar con
Bose.
-De acuerdo.
El icono de la IS
apareció de repente en la visión virtual de Mellanie.
-Tírate al suelo,
debajo de la cama -le dijo.
-¿Qué?
-La red de detectores
de la Marina está registrando la aparición de agujeros de gusano
dentro de la Federación -dijo la IS -. Están atacando la estación
de detección de las Regentes. Tírate debajo de la cama, te
protegerá un poco.
-¿Mellanie? -preguntó
Alessandra con el ceño fruncido.
-Tengo que irme -dudó
la joven sin terminar de creérselo. Y entonces su visión virtual le
mostró los implantes que se habían conectado, activados por la IS.
Eran sistemas que ni reconocía ni entendía.
-Intentaremos
mantenernos en contacto contigo -dijo la IS.
-Mellanie, hay una
especie de alerta... -dijo Alessandra. Había alzado la voz,
alarmada.
Mellanie se metió de
un salto debajo de la cama.
Hubo un destello
brillante en el cielo.
Wilson estaba solo en
su horrendo despacho de color blanco deslumbrante, esperando a que
llegara la gente para la segunda reunión de gestión de la mañana
que tenía que tratar los programas de producción de las naves y la
supervisión de la entrega de los componentes secundarios. La
llamada prioritaria anuló todo lo demás, procedía de la División de
Defensa Planetaria y lo hizo erguirse en su silla cuando hizo
surgir grandes iconos de emergencia en su visión virtual. La red de
detección de agujeros de gusano estaba percibiendo signaturas
cuánticas sin identificar dentro del espacio de la Federación. Se
estaban abriendo agujeros de gusano en varios sistemas
estelares.
La luz del despacho
comenzó a atenuarse, unos dígitos de color escarlata y zafiro se
deslizaron por el techo y las paredes mientras que por el suelo
surgían gráficos de color esmeralda; las proyecciones se
estabilizaron y dibujaron un arco en el aire para colocar a Wilson
en el centro de un mapa estelar táctico. Estaba cerca del límite de
la Federación, donde la fase tres se iba adentrando en la noche
galáctica. Había veintitrés sistemas estelares rodeados por iconos
de color ámbar, con pequeñas ventanas llenas de dígitos e
iconos.
-¿Veintitrés agujeros
de gusano? -murmuró consternado. La Marina solo tenía tres naves de
guerra operativas y ocho naves exploradoras remodeladas como naves
de transporte de misiles. Comenzó a incrementarse el flujo de datos
y se clarificó la información que entraba por la red de detectores.
Se habían abierto cuarenta y ocho agujeros de gusano diferentes en
cada uno de los veintitrés sistemas, lo que daba un total de más de
mil cien. Ese era más o menos el número de salidas que gestionaba
el TEC en total-. Hijo de puta. -No podía creer las cifras que
veía, y eso que había estado en Dyson Alfa y había visto en persona
la magnitud de la civilización prima.
Comenzaba a llegar a
borbotones más información que complementaba la red de la marina.
Las ciberesferas de Anshun, Belembe, Martaban, Balkash y Samar ya
estaban sufriendo grandes fallos y en algunas zonas el sistema se
había bloqueado. Los sistemas gubernamentales de esos planetas
informaban de la existencia de explosiones y en casi todos los
casos se correspondían con zonas donde se producían fallos
electrónicos. Veintitrés globos translúcidos se expandieron en la
imagen de Wilson, representando los planetas que estaban sufriendo
los ataques. Era difícil encontrar imágenes detalladas de
cualquiera de ellos. Los satélites de estudio terrestre, las
plataformas de transmisión geosincrónica, las estaciones
industriales y los sensores meteorológicos de alta inclinación, los
estaban destruyendo a todos, sacándolos de la órbita de forma
sistemática. Los agujeros de gusano aparecían como diamantes de
color escarlata brillante equilibrados sobre los planetas.
Aparecían y desaparecían, casi como un guiño, cambiando de posición
a cada minuto para evitar que los sensores fijaran su posición. El
radar rastreaba la existencia de proyectiles de alta velocidad que
surgía de ellos cada vez que aparecían.
La Marina estaba
perdiendo el contacto con las estaciones de detección de Elan,
Whalton, Pomona y Nattavaara, todos ellos planetas de la fase tres
con poblaciones relativamente pequeñas. Una por una, las estaciones
iban desapareciendo de la red, reduciendo la resolución del
monitor. No había sobrevivido ninguna estación en Molina, Olivenza,
Kozani y Balya, mundos de la fase tres que ni siquiera se habían
abierto todavía a la colonización general.
Anna se materializó a
su lado, un perfil gris fantasmal. Era como si los dos volvieran a
estar en los sillones de aceleración del Segunda Oportunidad.
-¡Han empezado con
armas nucleares! -dijo la joven, espantada.
-Ya sabemos cómo
libran sus batallas -dijo Wilson con un tono duro deliberado, sin
permitir que le afectara todo lo que significaban en realidad
aquellos gráficos. Con ella allí era más fácil contener sus
emociones. Era el comandante, tenía que mantener la calma y
analizar las cosas, suprimir esa pequeña parte de él que quería
salir corriendo del despacho y huir a las colinas-. Pon a Columbia
en el circuito de mando. Y averíguame las posiciones de nuestras
naves.
-¿Todas? -Había una
gran amargura en la pregunta.
-¡Hazlo! -Tenía las
manos muy ocupadas sacando de la unisfera datos de los
departamentos de Defensa Civil de los gobiernos planetarios. Unas
luces azules y pequeñas aparecieron en las representaciones de los
veintitrés planetas: ciudades con campos de fuerza. En los cuatro
mundos que acababan de poner en marcha, solo estaban protegidas las
estaciones del TEC.
Rafael Columbia se
conectó y apareció al otro lado de Wilson.
-Hay muchos -dijo, y
por una vez incluso parecía intimidado e inseguro-. Acabamos de
lanzar aerorrobots de combate. Con eso deberíamos contar con cierta
cobertura de interceptación contra esos proyectiles, pero solo
alrededor de los centros de población más importantes. Maldita sea,
deberíamos haber construido diez veces más.
-Que se activen todos
los campos de fuerza urbanos que estén operativos -le dijo Wilson-.
Y no solo en esos veintitrés mundos. No hay garantías de que la
invasión se quede ahí. Utiliza las ciberesferas planetarias para
emitir una advertencia masiva. Quiero que la población se ponga a
cubierto. Eso para empezar.
-¿Y luego qué?
-Cuando tenga más
información, ya te lo diré. Tenemos que saber qué van a hacer
después del bombardeo inicial. Anna, que venga el resto del
personal de mando y los especialistas en estrategia, por favor. Hoy
vamos a necesitar mucha ayuda.
-Sí, señor. Ya estoy
rastreando las naves estelares.
Aparecieron unos
indicadores blancos dentro del campo estelar, con su etiqueta
identificativa correspondiente. Wilson tenía siete naves al alcance
de la red de detectores. Dos de las naves de exploración estaban a
varios días de distancia, fuera de la Federación, mientras que las
naves de guerra y las naves exploradoras restantes se encontraban
repartidas por los borrosos límites de la fase tres. Wilson tomó
una decisión.
-Ponte en contacto
con los capitanes -le dijo a Anna-. Quiero que se reúnan todos a
medio año luz de Anshun. -Su antigua base era el planeta de
confluencia del TEC de ese sector que, como tal, también era el más
poblado-. Empezaremos allí el contraataque. -Por lo menos ninguno
se echó a reír nada más oírlo.
-Oh, maldita sea
-gruñó Rafael.
Dentro del monitor
táctico parpadeaba otro enjambre de iconos de advertencia de color
ámbar, el ataque se había adentrado mucho más en el espacio de la
Federación, ya rodeaba el planeta veinticuatro: Wessex.
-Haz lo que puedas
por ellos -le dijo Wilson a Rafael. Pensó que ojalá aquellas
palabras no parecieran un mal chiste. ¿Podrían haber sabido que iba
a ser un ataque tan potente? Un pensamiento terrible se coló entre
los demás: los Guardianes lo sabían.
-Señor -exclamó
Anna-. Tengo a la capitana Tu Lee en conexión directa. Todavía
estaban en la base de Anshun.
-¿Qué?
-Está en el Segunda
Oportunidad.
La mano virtual de
Wilson se desdibujó cuando golpeó el icono de comunicaciones.
-¿Cuál es tu
situación? -preguntó en cuanto la nerviosa cara de Tu Lee apareció
en su visión virtual.
-Acabamos de
soltarnos del muelle. -Tu Lee hizo una mueca. Su imagen sufrió una
ondulación por culpa de la electricidad estática-. Nos están
disparando. El campo de fuerza aguanta. ¿Cuáles son sus
órdenes?
Wilson estuvo a punto
de soltar un grito de júbilo. Por fin una buena noticia.
-Elimina todos los
proyectiles que puedas, todas las bombas planetarias. No, y repito,
no intentes enfrentarte a un agujero de gusano. Todavía no.
Necesito información sobre ellos.
-Sí, señor.
-Buena suerte,
capitán.
La gran rueda de
soporte vital del Segunda Oportunidad terminó el proceso de
desaceleración de emergencia y eliminó el problema de la precesión,
que había estado arruinándoles la capacidad de maniobra.
-Aceleración máxima
-le ordenó Tu Lee al piloto.
Hacía una semana que
era capitán, había asumido el cargo al atracar la nave tras su
última misión. La Marina la había enviado a una misión de
exploración del espacio profundo, a trescientos años luz de la
Federación. No tenía la velocidad de ninguna de las nuevas naves
exploradoras, pero las vencía a todas en resistencia. También tenía
una reserva delta-v que solo podían igualar las nuevas naves de
guerra.
Sus cohetes de plasma
respondieron con suavidad a las instrucciones del piloto y
produjeron una ge y media de aceleración. Estaban a mil kilómetros
por encima del ecuador de Anshun, en el lado nocturno, y dibujaban
una curva sobre el segundo océano más grande del planeta. Los
grandes portales de la parte delantera del puente mostraban las
brillantes llamaradas blancas de las explosiones atómicas que
estallaban debajo de ellos. Tu Lee enseñó los dientes, furiosa por
la devastación que estaban provocando. Para ella, la luz estaba
cuidadosamente codificada por colores y la intensidad estaba
graduada; para cualquiera que estuviera en la superficie,
significaba una muerte casi segura.
-Laroch, ¿tenemos ya
un patrón para la secuencia de aparición? -preguntó.
-Puedo confirmar que
hay cuarenta y ocho agujeros de gusano -dijo Laroch, que estaba
manejando el panel de los sensores-. Pero no hacen más que saltar
al azar. La única constante es la altitud, más o menos mil
quinientos kilómetros.
-Muy bien, vamos a
mantenernos por debajo de ese nivel y a rastrear el alcance de los
proyectiles. Armas, disparad siempre que fijéis uno. Piloto, si hay
un grupo, ponnos a su alcance.
-Recibiendo fuego
-exclamó Laroch.
Ocho misiles
alienígenas se precipitaban hacia el Segunda Oportunidad. El piloto
fijó el vector de sus cohetes de plasma y alteró la trayectoria.
Las lanzas de plasma dispararon desde el centro de la nave estelar,
surcando el espacio antes de estallar en los campos de fuerza de
los misiles. Los láseres fijaron el objetivo y bombearon gigavatios
de energía contra los campos de fuerza, forzándolos al máximo. Las
lanzas de plasma volvieron a disparar y, por fin, sobrecargaron los
escudos de los misiles. Varias detonaciones florecieron en silencio
sobre el planeta, sus nubes de plasma se fundieron en un trozo
hirviente de luz pura de más de cincuenta kilómetros de
extensión.
-Acaba de salir una
andanada de dieciséis proyectiles -exclamó Laroch-. Se dirigen al
planeta.
Los portales del
puente los etiquetaron, unas agujas verdes con dígitos de vectores
parpadeando a gran velocidad. Tu Lee activó el mando de lanzamiento
de misiles de la nave y disparó una andanada de interceptores.
Cuando se alejaron de un salto, a cincuenta ges, la capitana cargó
un patrón secuencial de funciones de desvío de energía en las
cabezas nucleares. Los interceptores se separaron en una cascada de
vehículos con objetivos independientes, los gases de escape se
expandieron como un estallido de rayos cuando se repartieron en
busca de los proyectiles alienígenas. Detonaron las cabezas
nucleares de varios megatones, una cadena de puntos de luz
deslumbradora que distorsionaron la ionosfera del planeta en
ondulaciones gigantescas, sus funciones de desvío de energía
enviaron inmensos impulsos electromagnéticos ondulándose por el
espacio.
Varias de las armas
alienígenas se bloquearon de inmediato, los gases de escape se
desvanecieron cuando comenzaron a caer dando tumbos, inertes, hacia
el paisaje oscuro que aguardaba varios kilómetros más abajo. Detonó
una segunda andanada de cabezas nucleares. En esa ocasión, la
energía desviada se canalizó por láseres de rayos X de un solo
disparo que dirigieron el setenta por ciento del poder de la
explosión a un solo y delgado haz de radiación ultravioleta. Todos
los proyectiles que quedaban estallaron, y los restos
resplandecientes volaron por los aires en una siniestra imitación
del esplendor de una lluvia de meteoritos.
Se abrieron otros
cuatro agujeros de gusano cerca del Segunda Oportunidad, treinta y
dos misiles salieron de cada uno. Unos delicados abanicos de
radiación sensorial rozaron la nave estelar. La fuerza de la
gravedad del puente dio un giro y presionó a Tu Lee contra el
costado del sillón. Las correas se tensaron alrededor de sus
hombros y cintura, y la sujetaron.
-Quizá haya muchos
-dijo Laroch-. Pero sus programas no sirven para nada. Estoy
percibiendo un montón de emisiones de microondas procedentes de los
agujeros de gusanos. Están actualizando y guiando los misiles de
continuo.
El Segunda
Oportunidad estaba disparando andanada tras andanada de lanzas de
plasma contra los nuevos atacantes a medida que se acercaban a las
veinte ges. Una serie masiva de explosiones nucleares pintaron el
espacio en el exterior de la nave estelar de un color blanco
deslumbrante uniforme. Unas oleadas de plasma fino se deslizaban
por el campo de fuerza externo, haciendo estremecerse la
superestructura. Tu Lee podía oír los grandes gemidos metálicos
cuando el casco se retorcía y flexionaba bajo la paliza. Era como
si estuvieran atravesando la corona de una estrella, cegados por la
luz deslumbradora y caliente de la radiación y zarandeados por las
corrientes relativistas de partículas. La nave estelar salió
disparada de la tormenta de energía, una burbuja escarlata
reluciente que dejaba tras de sí largas cataratas de plasma de
hidrógeno. Veinticuatro misiles alienígenas los persiguieron para
interceptarlos.
Las alarmas chillaban
en todos los paneles del puente. Las pantallas lanzaban esquemas de
los sistemas a medida que la tripulación y la IR intentaban
restablecer las funciones.
-Sácanos de aquí
-ordenó Tu Lee.
En el panel del
hipermotor, Lindsay Sanson activó el generador del agujero de
gusano. El Segunda Oportunidad se desvaneció del espacio, por
encima del planeta.
-¿Tienen un programa
muy malo? -inquirió Tu Lee.
-Extraño -dijo
Laroch-. Es muy inflexible, nada tan avanzado como los nuestros. Es
casi como si no tuvieran programas inteligentes.
-Podemos usarlo
contra ellos -dijo Tu Lee. Le echó un vistazo al monitor principal
que mostraba el estado de la nave. No había nada especialmente
crítico en los sistemas. Los periféricos de la rueda de soporte
vital habían absorbido la mayor parte de los daños, junto con unas
cuantas escisiones en el casco y brechas en los tanques. Sin los
equipos de exploración ni los científicos, solo tenían cuarenta
personas a bordo, así que nadie corría un peligro inmediato-. Que
todo el mundo se ponga los trajes espaciales -dijo mientras pedía
una lista de las reservas de misiles-. Y vuélvenos a llevar
allí.
Un trozo centelleante
de luz turquesa salió de repente de la nada a ochocientos
kilómetros por encima de la capital de Anshun, Treloar. El Segunda
Oportunidad salió de un salto del centro cuando el nimbo empezó a
encogerse. La nave disparó quince misiles, después el generador del
agujero de gusano volvió a distorsionar el espacio y se desvaneció
en el hiperespacio. Reapareció casi de inmediato a cinco mil
kilómetros de distancia, esa vez sobre Bromrine, una ciudad costera
con una población de doscientos mil habitantes que se habían
refugiado bajo su cúpula protectora de campos de fuerza. Se
dispararon otros quince misiles antes de que la nave volviera a
meterse en el hiperespacio.
El Segunda
Oportunidad hizo otros nueve saltos alrededor del planeta y lanzó
los ciento setenta y tres misiles que le quedaban.
En cuanto los
lanzaban, los misiles de cada salva disparaban sus cohetes durante
un instante y se separaban de su punto de lanzamiento, después se
apagaban. Sus sensores examinaban el entorno, en busca de un
agujero de gusano. Cuando surgía uno, encendían los cohetes otra
vez y salían disparados hacia él a cincuenta ges. La andanada
estándar de proyectiles alienígenas apenas tenía tiempo para salir
del borde del agujero de gusano antes de verse sometidos a un
asalto de pulsaciones electromagnéticas, guerra electrónica,
pulsaciones láser de rayos X, impactos cinéticos y estallidos
nucleares. Muy pocos consiguieron atravesar el ataque para
estrellarse contra el planeta.
El Segunda
Oportunidad volvió a salir un momento del hiperespacio y empezó una
rápida transmisión de datos al asediado mundo que tenían debajo
para decirle a la Marina que habían minado el espacio de la órbita
más cercana. Surgieron ocho agujeros de gusano que rodearon la nave
estelar a quinientos kilómetros de distancia. Lindsay Sanson activó
el hipermotor.
-¡Mierda!
-¿Qué? -preguntó Tu
Lee. Los portales del puente seguían mostrándoles Anshun debajo, lo
que en otro tiempo habían sido formaciones pasivas de nubes giraban
agitadas tras las explosiones.
-Interferencias. El
espacio está tan distorsionado por culpa de sus agujeros de gusano
que no podemos abrir el nuestro. Es deliberado, han modificado las
fluctuaciones cuánticas para bloquearnos.
-Muévenos -le chilló
Tu Lee al piloto.
El motor de plasma
del Segunda Oportunidad se activó y la nave empezó a acelerar a más
de tres ges.
Otros ocho agujeros
de gusano primos surgieron alrededor de la nave estelar.
-Que os follen -les
dijo Tu Lee a los primos. Noventa y seis misiles salieron volando
de cada agujero de gusano.
Nigel Sheldon estaba
desayunando en su mansión de Nueva Costa cuando recibió la alerta
de la red de detectores de la Marina. Hacía cinco meses que no
volvía a Cressat, el mundo privado de su familia, prefería repartir
su tiempo entre Augusta y la Tierra. Le parecía que era más
prudente no estar demasiado lejos si ocurría algo, incluso contando
con la bendición de las comunicaciones modernas. Y parecía que los
acontecimientos le estaban dando la razón de una forma
terrible.
Los escudos se
dispararon alrededor de la mansión y las comunicaciones activaron
los enlaces seguros. Nigel cerró los ojos y se relajó en el sillón
cuando se activaron los escudos internos de la mansión y aislaron
las habitaciones. Se conectaron todos los implantes de
comunicación, lo que permitió que sus sentidos absorbieran los
datos digitales a un ritmo más acelerado. Los aerorrobots de
combate partieron de las bases que salpicaban las afueras de Nueva
Costa. Los asombrados residentes contemplaron el cielo brillante de
la mañana con la boca abierta y vieron las formas oscuras que se
alzaban con un rugido hacia las estaciones de patrulla que les
correspondían en las alturas. Los campos de fuerza cerraron el
cielo tras ellos.
Una vez activadas las
defensas de Augusta, Nigel volvió a prestarle atención al ataque.
Su monitor optimizado le mostró los veintitrés planetas de la
Federación en los que se habían introducido los agujeros de gusano
alienígenas; los agujeros en sí se manifestaban como una sensación
táctil, como cosquilleos en su piel. La IS respondió a su solicitud
y se unió a él dentro del simulacro táctico, una pequeña bola de
líneas anudadas de color mandarina y turquesa que fluctuaban
rítmicamente y flotaba en la nada, al lado de Nigel.
-Esos son muchos
agujeros de gusano -dijo.
-Dimitri Leopoldovich
siempre dijo que el asalto se produciría a gran escala. Es probable
que esto no represente toda su capacidad.
Nigel registró un
susurro de fondo con su dilatadísima percepción y captó la ráfaga
de órdenes que se escapaban del cuartel general de la Marina, en el
Ángel Supremo, donde se coordinaban los datos que recibían de los
sensores y reunían los recursos que tenían.
-Pobre Wilson
-murmuró. Se concentró en varios iconos de una pequeña galaxia de
símbolos que se cernían al fondo. Se movieron sin rechistar. Su
interfaz utilizaba unas conexiones profundas vinculadas por medio
de varios mecanismos a su cerebro; era más una forma de telepatía
que la simple matriz de manos virtuales que utilizaban los
programas de interfaz domésticos estándar.
Se activaron campos
de fuerza alrededor de todas las estaciones planetarias del TEC de
la Federación. En los veintitrés mundos atacados no hubo casi aviso
previo. Los trenes locales que entraban en las estaciones frenaron
de repente y sus locomotoras resbalaron por las vías al acercarse a
las implacables barreras translúcidas que se habían levantado
delante de ellos. No todos consiguieron frenar a tiempo. Varias
locomotoras chocaron con los campos de fuerza, descarrilaron y
volcaron: los vagones de pasajeros y mercancías colearon, se
estrellaron unos contra otros, se partieron, se aplastaron y
lanzaron personas y productos por terraplenes y desmontes. Los
programas de gestión del tráfico mandaron parar a los coches y
camiones que llegaban por las autopistas. Los primeros vehículos se
estrellaron contra los campos de fuerza y choques en cadena se
fueron sucediendo por las carreteras.
La información sobre
daños y bajas se coló en la mente de Nigel. Nada comparado con la
destrucción que llovía del cielo a su alrededor. Hizo caso omiso de
las cifras. No había habido alternativa, sin las estaciones y sus
valiosas salidas, no habría Federación.
Las estaciones
restantes de toda la Federación permitieron al menos que los trenes
cruzaran el perímetro antes de levantar sus campos de fuerza.
Fuera, en las autopistas, se formaron largas colas en todos los
carriles que se extendían a lo largo de kilómetros enteros. Las
personas atrapadas en el interior se prepararon para una larga
espera, dando las gracias en silencio por el lado del campo de
fuerza en el que se encontraban.
Nigel vio que los
campos de fuerza urbanos se activaban cuando Rafael empezó a
utilizar la nueva red de defensa planetaria de la Marina, que
anulaba a las autoridades civiles locales. Envió aerorrobots de
combate que salieron como un cohete hacia el cielo, grandes
máquinas de una fealdad militar inconfundible que disparaban
mientras subían y reventaban los proyectiles primos que descendían
sobre la estratosfera. Pero era tal la cantidad de proyectiles que
algunos se colaban y golpeaban los campos de fuerza. Grandes zonas
del campo circundante quedaron aplanadas o reducidas a lagos de
cristal, pero los campos de fuerza aguantaron.
La estación del TEC
de Wessex, de hecho, avisó a Nigel de la apertura de los agujeros
de gusano sobre ese planeta antes que la red de detectores de la
Marina. Cuando prestó atención a lo que ocurría allí vio de
inmediato que los programas de mando de Alan Hutchinson saturaban
la ciberesfera de Wessex; el fundador de ese mundo concreto de los
Quince Grandes se había hecho cargo de su defensa. Varios campos de
fuerza se activaron alrededor de Narrabri, su megaciudad. A la
pequeña brigada de Defensa Táctica se le ordenó que se desplegara
alrededor del perímetro y activara las baterías de intercepción
tierra-aire. Los escuadrones de aerorrobots de combate despegaron
desde sus silos para patrullar los cielos por encima de los campos
de fuerza.
La cara de Alan
Hutchinson revoloteó por la conciencia de Nigel con una sonrisa
salvaje. Tres de sus aerorrobots dispararon sus láseres de átomos y
acabaron con los proyectiles primos que entraban en la atmósfera
superior.
-Buen disparo -dijo
Nigel.
-Es un descanso poder
olvidarme durante un rato de los informes financieros -fue el
franco comentario del brusco australiano.
Otra salva de
proyectiles salió disparada de cuatro agujeros de gusano. Les
respondió una batería de disparos del planeta.
-Y gracias a Dios
-dijo Alan cuando los restos radioactivos fundidos se deslizaron
por el océano-. Al menos podemos devolverles el golpe a esos
cabrones.
Los datos que
llegaban de los otros mundos de la Federación afectados eran
deprimentes. Aparte de las ciudades protegidas por campos de fuerza
y los aerorrobots, su falta de preparación era lamentable.
-Puedes cargarte unos
cuantos misiles -dijo Nigel-. Pero a este ritmo vamos a perder. Sus
recursos superan en mil a uno a los nuestros.
-Bueno, pues dales
caña, ¿no?
Los dos se detuvieron
un momento para observar al Segunda Oportunidad, que entraba en
acción sobre Anshun.
-Vamos, Tu Lee, vamos
-susurró Nigel en voz alta. Intentó contener la ansiedad que sentía
por su joven descendiente. Las distracciones emocionales eran lo
único que no se podía permitir en ese momento.
A Wessex le
dispararon cientos de proyectiles más. Alan no tenía suficientes
aerorrobots para cubrir las zonas más remotas. Los pueblos
repartidos por las granjas, grandes como continentes, quedaron
aniquilados cuando los proyectiles de los primos comenzaron a caer
a manos llenas.
-Cabrones -gruñó
Alan-. ¿Qué clase de amenaza podría representar esa gente?
-¿Ves algún patrón de
ataque en todo esto? -le preguntó Nigel a la IS -. ¿Hay alguna
estrategia? ¿O solo están intentando borrarnos del mapa?
-Los planetas
seleccionados suponen un enfoque que tiene un doble objetivo -dijo
la IS -. Los veintitrés mundos exteriores son un buen punto de
apoyo para entrar en la Federación, mientras que al añadir Wessex,
con sus salidas a los planetas de la fase dos, si lo consiguen, les
permitiría ocupar una enorme porción de territorio y, de hecho,
eliminaría a la Federación como entidad única, sobre todo si se las
arreglaran para ocupar también la Tierra.
-Jamás ocuparán la
estación de Narrabri -dijo Nigel con dureza-. De eso ya me encargo
yo.
-Es imposible que
conozcan nuestra respuesta exacta -dijo la IS -. Esto es un tanteo,
tanto para ellos como para nosotros. El objetivo de asegurar Wessex
es lógico. Se pueden permitir perder la aventura porque si
consiguen obtener las salidas de la estación de Narrabri, tendrán
una puerta de atrás por la que entrar en sesenta mundos
desarrollados.
-¿Y para qué, coño?
¿Qué quieren de nosotros?
-A juzgar por los
objetivos de los proyectiles, inferiríamos que quieren obtener toda
la infraestructura humana que sea posible. No les importa eliminar
las zonas civiles más pequeñas si con eso obtienen las más grandes.
Incluso si pudiéramos repelerlos de inmediato, habría que evacuar a
la mayor parte de la población superviviente de los veintitrés
mundos que están sufriendo el ataque. La tierra que rodea las
ciudades es escoria radiactiva, los cultivos están destrozados y se
ha alterado el clima. Corren el riesgo de perder su estatus de
congruentes con la vida humana, a menos que los sometamos a una
inmensa retroformación muy costosa.
-Hijo de puta -gruñó
Nigel-. Estás hablando de un genocidio.
-Es posible.
-Cristo -exclamó
Alan-. La tienen.
Nigel observó con el
radar y los sensores ópticos al Segunda Oportunidad, que salía
acelerando de la órbita con valentía, luchando por deshacerse de
los agujeros de gusano primos que la rodeaban. Los brillantes
cohetes de plasma de la nave quedaron ahogados en un horno nuclear
de partículas elementales que se hinchó a lo largo de quinientos
kilómetros.
-Hijos de puta -ladró
Nigel-. Tu Lee, has hecho un magnífico trabajo. Estoy muy
orgulloso. Y volveré a oír tu risa, seguro.
-Maldita sea -dijo
Alan-. Lo siento, Nigel.
-No podemos quedarnos
sentados aquí y tolerar esta clase de castigo -dijo Nigel-. Tenemos
que demostrarles que podemos responder.
-El almirante Kime
les ha ordenado a las naves de guerra que se reúnan -dijo la
IS.
-Apuesto a que a esos
cabrones de alienígenas les tiemblan las putas botas. Mira, tres
naves que van a por ellos.
Los aerorrobots de
Wessex destruyeron otra salva de proyectiles. Los primos parecían
haber dejado de atacar los pueblos que salpicaban el resto del
planeta. Narrabri y sus distritos exteriores estaban recibiendo
prácticamente todo el diluvio.
-No os vais a quedar
con mi estación -les dijo Nigel con tono inflexible.
Abrió varios enlaces
directos con la maquinaria del generador de agujeros de gusano de
tres de las salidas de la estación de Narrabri. Accedió a su
depósito de memoria y los viejos recuerdos se alzaron para ocupar
una red neuronal artificial, lo que le permitió disponer de todos
los conocimientos que había tenido sobre materia exótica,
inversores de energía, supergeometría y matemáticas cuánticas. Sacó
cosas de todos y cargó nuevas directivas en la maquinaria que
generaba los agujeros de gusano que conducían a Louisiade, Malaita
y Tubuai.
Los limitadores y los
reguladores de información dispararon todas las alertas. Ni
siquiera su sistema de control podía manejar tres agujeros de
gusano a la vez.
-No me iría mal un
poco de ayuda por aquí -le dijo a la IS.
-Muy bien.
Nigel dejó escapar un
pequeño suspiro de alivio. Con la IS nunca se sabía cuándo iba a
arrimar el hombro o si se iba a limitar a mirar desde lejos. Supuso
que aquella invasión quizá también hubiera puesto nerviosa a la
gran inteligencia artificial; después de todo, Vinmar ocupaba un
lugar físico dentro del espacio de la Federación.
Con la IS actuando
como intérprete y ejecutor, el papel de Nigel ascendió al de
ejecutivo, nada más. Bajo su dirección, la IS reformateó la
estructura cuántica interna de los tres agujeros de gusano que
había diseñado él. Retrajo los puntos de salida de sus lejanos
destinos y los convirtió en fisuras indefinidas que se retorcían
por el espacio-tiempo.
Uno de los agujeros
de gusano de los primos volvió a surgir sobre Wessex y Nigel
disparó, su control pseudocinético movía los iconos a una velocidad
supersónica. Los tres puntos de salida de los agujeros de gusano se
materializaron dentro del intruso en una intersección
transdimensional que creó una distorsión masiva que instigó enormes
oscilaciones por la estructura enérgica del agujero de gusano
alienígena. La potencia de ocho de las centrales nucleares
eléctricas de Narrabri se bombeó a través de la maquinaria de la
salida para amplificar la inestabilidad, obligándola a volver al
extremo de los primos.
El agujero de gusano
de los intrusos se desvaneció en una fuerte implosión gravitacional
que liberó un estallido de radiación ultradura. Nigel esperó, el
hisradar examinó el espacio sobre Wessex. A los primos solo les
quedaban cuarenta y siete agujeros de gusano que aparecían y
desaparecían con un salto. Las alarmas de la salida de Malaita
sonaban con fuerza, advirtiéndole de que la máquina entera estaba
desconectándose para evitar más daños; la excesiva recarga de
potencia que había forzado Nigel había quemado muchos de los
componentes.
-Ha funcionado
-proclamó.
-Por supuesto
-respondió la IS con tono equitativo.
-¿Puedes acabar con
el resto? -preguntó Alan.
-Vamos a
averiguarlo.
Hasta donde era
posible, MontañadelaLuzdelaMañana experimentó una breve sensación
de inquietud cuando organizó sus pensamientos antes de lanzar la
expansión. La Federación alienígena era una incógnita considerable,
a pesar de los recuerdos de Bose. Recordaba haber vivido allí,
recordaba cómo era la sociedad, pero solo tenía unas nociones vagas
de cuál era su auténtica capacidad militar e industrial. Eso le
preocupaba.
Había varias
estrellas más cerca de su sistema natal que tenían planetas capaces
de sostener la vida prima. MontañadelaLuzdelaMañana ya había
abierto agujeros de gusano a ocho de ellas y había enviado cientos
de millones de motiles para comenzar los asentamientos. Era mucho
más fácil extenderse por los planetas donde existía vida que por
las lunas frías y sin aire, y los asteroides muertos de su sistema
natal. No hacían falta máquinas que envolvieran los nuevos
asentamientos en un medioambiente protector y benévolo.
Establecerse allí era más barato. En los nuevos planetas ya se
estaban amalgamando agrupamientos de inmotiles que luego se
integraban en las rutinas principales de pensamiento de
MontañadelaLuzdelaMañana. En una embriagadora cata del futuro, el
inmotil se había extendido y existía a lo largo de cientos de años
luz.
En un tiempo eso
quizá hubiera sido suficiente. Hasta al gran primer enemigo, el
desconocido, le costaría construir barreras alrededor de tantas
estrellas. Pero había más de un enemigo en la galaxia. Sabía lo que
pasaría cuando su expansión se tropezara con el obstáculo de los
humanos y su territorio. Dos formas de vida incompatibles
compitiendo por los mismos planetas y las mismas estrellas.
MontañadelaLuzdelaMañana sabía que no podían coexistir en paz. De
hecho, en el fondo no veía cómo iba a permitir que ningún otro
alienígena compartiera esa galaxia, después de todo solo había un
número finito de estrellas. Y ya sabía cómo podía unirlas todas a
través de agujeros de gusano y convertirse en omnipresente. De esa
forma podía garantizar su inmortalidad. Daba igual cuántas
estrellas muriesen o se convirtiesen en novas, él seguiría vivo. Y
el primer obstáculo que pretendía impedírselo era la Federación,
llena de humanos peligrosos e independientes, y con su magnífica y
avanzada maquinaria.
MontañadelaLuzdelaMañana abrió mil ciento
cuatro agujeros de gusano que apuntaban a las coordinadas estelares
que había sacado de los recuerdos de Bose. Algunos surgieron muy
cerca de sus objetivos, otros estaban próximos, varios estaban a
medio año luz o más. Se introdujeron sensores que recogieron datos
de posición y se utilizó la información para refinar el mapa
estelar y fijar las estrellas de la Federación en sus ubicaciones
precisas. Se realinearon las salidas de los agujeros de gusano
alrededor de los planetas que conformaban los objetivos iniciales.
A MontañadelaLuzdelaMañana le interesaba que los recuerdos de Bose
sobre las pautas de colonización de los humanos estuvieran en lo
cierto; esa especie infrautilizaba de una forma escandalosa los
mundos en los que se asentaban. Su número total apenas era
suficiente para llenar un mundo, por no hablar ya de cientos. La
individualidad era una debilidad terrible que multiplicaba la
avaricia colectiva.
Se enviaron
proyectiles que bombardearon las zonas habitadas más pequeñas y el
perímetro de las más grandes. Encontró otros objetivos, sensores
cuánticos humanos, redes de comunicación, satélites, centrales
eléctricas, y guió sus proyectiles hacia allí. La intención de
MontañadelaLuzdelaMañana era eliminar a los propios humanos
mientras conservaba sus centros industriales relativamente
intactos. A los que sobrevivieran los quería sacar de los edificios
y dispersarlos de forma inútil por la tierra sin usar.
Se activaron campos
de fuerza sobre las ciudades. MontañadelaLuzdelaMañana no se lo
esperaba, los recuerdos de Bose no sabían nada de algo así. No
podía abrir sus agujeros de gusano dentro de ellas. Estaba operando
a través de una distancia inmensa y lo más preciso que podía hacer
era colocarlas a dos mil kilómetros de un planeta. Para obtener
puntos más precisos, necesitaba salidas para anclar los agujeros de
gusano.
Unas máquinas
voladoras pequeñas, aerorrobots, alzaron el vuelo alrededor de las
ciudades, disparándoles a sus proyectiles. A
MontañadelaLuzdelaMañana no le quedó más remedio que aumentar el
número de proyectiles que enviaba a través de los agujeros de
gusano, guiándolos para crear el mayor daño posible.
Cuando abrió los
agujeros de gusano sobre el mundo principal, Wessex, se encontró
con una resistencia incluso mayor. Podía asomarse a la megaciudad,
cuyas dos terceras partes estaban formadas por instalaciones
industriales. La magnitud sobrepasaba la mayor parte de sus propios
asentamientos, mientras que la eficacia de los sistemas humanos,
con sus controladores electrónicos, iba mucho más allá de todo lo
que había logrado el inmotil.
Una nave humana
sobrevoló Anshun y derribó docenas de proyectiles. La respuesta de
MontañadelaLuzdelaMañana fue la habitual, envió más proyectiles.
Cuando la nave humana empezó a aparecer y desaparecer por su propio
agujero de gusano, MontañadelaLuzdelaMañana desvió más
agrupamientos inmotiles para que se concentraran en sus propios
mecanismos de generadores de agujeros de gusano, cambiando la
composición de la energía para que actuara como inhibidor. Decenas
de miles de inmotiles adicionales se centraron en el problema,
llevando su capacidad de control al límite absoluto. Con la nave
estelar contenida en el espacio real, MontañadelaLuzdelaMañana
disparó una salva abrumadora de proyectiles.
Algo le ocurrió a uno
de los agujeros de gusano que tenía sobre Wessex. La energía
atravesó como una ola la estructura, medio desintegrada de la
distorsión, y sobrecargó el mecanismo del generador que se había
construido en uno de los cuatro asteroides gigantes que orbitaban
alrededor del agujero de gusano interestelar del punto avanzado. La
explosión resultante derribó la torre que almacenaba los
proyectiles de los bombardeos e incluso alcanzó al escuadrón de
naves que aguardaba encima.
MontañadelaLuzdelaMañana buscó con urgencia
en su recuerdo el incidente. Mientras lo hacía, se desplomaron
otros dos agujeros de gusano y sus destellos de energía destrozaron
los generadores. MontañadelaLuzdelaMañana se dio cuenta de que, en
realidad, los estaba sobrecargando una fuerza externa. Puso a más
grupos de inmotiles a examinar el problema y aumentó la potencia de
los generadores restantes para contrarrestar otros cinco intentos
de desestabilización.
La batalla se
convirtió en una lucha basada en la capacidad energética.
MontañadelaLuzdelaMañana estaba alimentando sus agujeros de gusano
con discos extractores de flujo magnético que había dejado caer en
la corona de la estrella, donde había situado su puesto avanzado;
transfería la potencia inducida a los asteroides a través de un
pequeño agujero de gusano. Incluso aunque le proporcionaran un
aporte máximo, la cantidad de energía que podían manejar los
generadores de agujeros de gusano también tenía un límite. Y los
humanos estaban cambiando sus métodos de ataque a una velocidad que
no podía igualar, modificaban los patrones de interferencia y las
amplificaciones de resonancia en cuestión de nanosegundos. Ellos
también parecían disponer de una fuente de energía ilimitada.
Otros veintisiete
generadores de agujeros de gusano explotaron o quedaron retorcidos
y convertidos en restos fundidos. MontañadelaLuzdelaMañana puso fin
a su intento de capturar Wessex y desvió los restantes agujeros de
gusano hacia otros planetas donde no había interferencias. Los
resultados de los bombardeos fueron decepcionantes en la mayor
parte. Pero era tal la cantidad de proyectiles que seguía
disparando que iba derrotando poco a poco a las defensas humanas.
Detuvo el envío de proyectiles y mandó las primeras naves al
interior de la Federación.
En total, había
reunido una flota de cuarenta y ocho mil, listas para llevar a cabo
la fase de expansión preliminar.
El centro del monitor
táctico de Wilson se estaba llenando de gente. La imagen fantasmal
de la propia Elaine Doi se había unido a él, junto con Nigel
Sheldon; la presencia espectral de ambos investía sus órdenes de
una autoridad ejecutiva suprema, siempre que no interfiriesen. Para
asesorarlo en cuestiones tácticas y tecnológicas, tenía las sombras
de Dimitri Leopoldovich y Tunde Sutton flotando tras él.
En esos momentos
habría agradecido la presencia de un auténtico espectro, un vidente
que pudiera decirle lo que iba a pasar a continuación, o al menos
que pudiera hacer alguna conjetura. Estaban viendo los últimos
proyectiles primos que se precipitaban hacia veintiún planetas
asediados. A él no le parecía que presagiara nada bueno, mientras
que todos los demás estaban encantados. Wessex había conseguido
expulsar los agujeros de gusano alienígenas mientras que Olivenza y
Balya habían perdido el contacto con la unisfera al abrirse una
brecha en los campos de fuerza de sus estaciones. La estación
planetaria del TEC en Anshun había desactivado las salidas que los
conectaban.
-¿Puede sobrecargar
los agujeros de gusano alienígenas restantes? -le preguntó Doi a
Nigel. La presidenta estaba deseando ver otras victorias.
-He quemado dieciocho
de nuestros generadores de agujeros de gusano para acabar con
treinta de los suyos -dijo Nigel-. Haga usted misma las cuentas. No
es una proporción demasiado buena. Sin los agujeros de gusano no
tenemos Federación. En cualquier caso, dudo que ahora mismo
tengamos suficientes reservas de energía.
Wilson no dijo nada.
Había visto con impotencia que Sheldon absorbía cada vez más
potencia de la red energética de la Federación. Todos los mundos de
los Quince Grandes habían activado sus reservas de los depósitos-d
de balance cero cuando se había recurrido a sus generadores
nucleares. La Tierra había sufrido una pérdida de potencia civil
absoluta y sin precedentes cuando Sheldon había desviado todo la
potencia de salida de la Luna para sostener su batalla de
distorsión del espacio sobre Wessex. Casi todos los mundos de la
fase uno y dos habían experimentado cortes de electricidad totales
y parciales cuando sus generadores domésticos habían entrado en
primera línea. Durante un tiempo había reinado la incertidumbre y
los campos de fuerza de varias ciudades habían parpadeado de una
forma alarmante por culpa de la pérdida de energía. En ese instante
todo el mundo estaba muy ocupado recargando sus instalaciones de
almacenamiento.
Había sido un
ejercicio desesperado, aunque Wilson tenía que admitir que no había
quedado más remedio. Pero si los primos hubieran elegido ese
momento para lanzar una nueva oleada de ataques, los resultados
habrían sido catastróficos. El único recurso que le quedaba a
Wilson era rezar.
-¿Quiere decir que
están aquí para quedarse? -preguntó Doi.
-De momento, sí -dijo
Wilson.
-Por el amor de Dios,
con el dinero que les hemos dado...
-Suficiente para
encargar tres naves de guerra -le soltó Wilson-. Ni siquiera estoy
seguro de que hoy hubiera bastado con trescientas.
-Los aerorrobots y
los campos de fuerza han hecho un gran trabajo, maldita sea -dijo
Rafael-. Sin ellos, los daños habrían sido muchísimo mayores.
-Pero las bajas -dijo
la presidenta-. Dios bendito, hombre, hemos perdido a dos millones
de personas.
-Más -dijo Anna con
gesto sobrio-. Muchas más.
-Y la cuenta va a
seguir subiendo -dijo Wilson con una dureza deliberada-. Dimitri,
¿puedes darnos algunas opciones sobre su siguiente
movimiento?
-Nos han debilitado
-dijo el académico ruso-. La ocupación es el paso lógico siguiente.
Deben estar preparados para una invasión a gran escala.
-Tunde, ¿cuál es el
nivel de daño ecológico en los mundos asaltados?
-En una palabra:
alto. Anshun se ha llevado la peor parte. Allí acaban de empezar
las tormentas. Como mínimo, extenderán la lluvia radioactiva por
todo el planeta. Los primos no utilizan unas bombas de fusión
demasiado limpias. La descontaminación costaría una fortuna, aunque
fuera lo más práctico, cosa que dudo. Es más barato evacuar y
enviar a todo el mundo a un nuevo planeta de la fase tres. Los
otros mundos se encuentran en diferentes estados de descomposición
climática y contaminación nuclear. Dada la actitud de la población
general hacia los temas nucleares y medioambientales, yo diría que,
de todos modos, nadie va a querer quedarse.
-Estoy de acuerdo
-dijo Wilson-. Quiero empezar con la evacuación hoy mismo.
-¿En todos? -preguntó
Doi-. No puedo consentirlo. ¿A dónde coño iban a ir?
-Amigos, parientes,
hoteles, campamentos del Gobierno. ¿Qué más da? Ese no es mi
problema. Tenemos que meter a todos los que hayan quedado vivos en
esos planetas debajo de los campos de fuerza y después hay que
sacarlos de allí. Quiero que se envíe a nuestra reserva militar
para ayudar: a todos los paramilitares, a todos los escuadrones de
la policía táctica, a todos los aerorrobots de los que podamos
prescindir. Con todos ellos, los Gobiernos planetarios tendrán
suficiente personal de combate para montar un ejército de cierto
tamaño. Señora presidenta, voy a necesitar que firme una orden
ejecutiva que los ponga bajo el mando del almirante Columbia.
-No... No estoy
segura.
-Yo la respaldaré
-dijo Nigel-. Y lo mismo harán las dinastías intersolares. Wilson
tiene razón, hay que poner esto en marcha.
-¿Puedes abrir
agujeros de gusano en otras ciudades de esos planetas? -preguntó
Wilson-. Jamás podremos llevar a todo el mundo a las
capitales.
-Las salidas de la
estación de Narrabri no están en muy buena forma ahora mismo -dijo
Nigel-. Pero nos las arreglaremos. De todos modos, toda la puñetera
red de ferrocarril está cerrada. Podemos desviar las salidas que
nos quedan en Wessex, pero no será para los trenes. La gente tendrá
que pasar a pie o en autobuses.
-¿Y qué hay de
Olivenza y Balya?
-Podemos usar el
agujero de gusano de la división de exploración de Anshun para
restablecer el contacto, a ver si queda alguien vivo.
-Los agujeros de
gusano primos han dejado de moverse -dijo Rafael-. ¡Ah!, por los
clavos de Cristo, aquí vienen.
El radar y los
sensores visuales les mostraron a las naves primas que salían
volando de los agujeros de gusano sobre cada uno de los mundos
asediados.
-Si empiezan a
aterrizar, ya te puedes olvidar de intentar evacuar a nadie -dijo
Dimitri-. No hay tiempo. Tenemos que destruir su centro de
operaciones, golpear sus agujeros de gusano en el otro lado, donde
son vulnerables.
-¿Cuánto queda para
que las naves estelares lleguen a Anshun? -preguntó Wilson.
-Ya hay dos en el
punto de encuentro -dijo Anna-. En otras ocho horas se reunirá con
ellas la última.
-¡Hijo de puta!
Rafael, empieza a evacuar a todo el mundo de las capitales ahora
mismo. Al menos los sacaremos de allí.
-Abriré agujeros de
gusano en las otras ciudades protegidas -dijo Nigel.
-¿Y qué pasa con la
gente que ha quedado fuera? -dijo Doi-. En el nombre de Dios,
tenemos que hacer algo por ellos.
-Vamos a ver lo que
podemos hacer para ayudar -dijo la IS.
A Mark le llevó
cuarenta minutos, pero al fin consiguió volver a poner en marcha la
Ables. Había un montón de circuitos que se habían quemado, cosas
que consiguió parchear o desviar. Liz y Carys se pasaron ese tiempo
preparando el equipaje, sacando un par de maletas llenas de ropa y
todo el equipo de acampada de la familia.
-Creo que la
ciberesfera está volviendo -dijo Liz cuando dejó la última maleta
en la parte de atrás de la camioneta-. La matriz de la casa está
mostrándome un menú básico de comunicación.
-¿La matriz de la
casa funciona? -preguntó Mark, sorprendido. Los daños no se habían
limitado solo a los sistemas electrónicos. La mayor parte de las
ventanas habían reventado, incluso las de triple acristalamiento, y
habían cubierto todas las habitaciones de fragmentos de cristal.
Ver lo que el estallido le había hecho a su casa fue un golpe casi
tan duro como presenciar la explosión en sí, y muchísimo más
sobrecogedor. Era como si hubieran destrozado cada habitación de
una forma deliberada y maliciosa.
Con todo, Mark supuso
que debían de haber salido mejor parados que la mayoría. Al menos,
su casa de coral seco estaba compuesta por cúpulas, lo que había
permitido que la peor parte de la presión de la onda expansiva se
deslizara con suavidad sobre ellas, las paredes planas y verticales
habrían recibido un castigo peor. No soportaba mirar los viñedos,
la explosión había aplastado casi todas las parras. Y, por lo que
él veía, lo mismo había ocurrido en todo el valle de Ulon.
-No puedo comunicarme
con ella -dijo Liz-. Pero la pantalla del monitor de emergencia del
lavadero ha sobrevivido así que he podido introducir unas cuantas
órdenes. El noventa por ciento del sistema se ha caído y no puedo
ejecutar el programa de recarga y reparación. El protocolo de
operación de la red es prácticamente lo único que hay y no cabe
duda de que está enganchado al nodo del valle. El cable es de fibra
óptica así que puede sobrevivir a cosas mucho peores que
esta.
-¿Has intentado
llamar a alguien?
-Claro. Primero llamé
a los Dunbavand y a los Conant. Nada. Luego probé con el
Ayuntamiento. Incluso lo intenté con la Casa Negra. No hay nadie en
casa.
-O no se dan cuenta
de que el sistema se está reconstruyendo. Hará falta tiempo,
incluso cuando los algoritmos genéticos empiecen a reestructurarse
alrededor de los daños.
-Lo más seguro es que
ni siquiera averigüen si tienen los implantes fastidiados, como
nosotros. ¿Quién sabe usar un teclado en estos tiempos?
-Yo sí -dijo
Barry.
Mark abrazó a su
hijo. El niño todavía tenía la cara manchada de tierra y lágrimas,
pero parecía estar recuperándose del golpe que había supuesto
aquello.
-Eso es porque tú
eres brillante -le dijo Mark.
-Vienen nubes -dijo
Carys. Estaba mirando hacia el norte, donde largas serpentinas de
vapor blanco se iban deslizando con rapidez, a poca altura, sobre
las Dau’sings. Eran como lanzas esponjosas que se dirigían hacia
los restos cubiertos de niebla y humo de las Regentes.
Liz las miró con
cautela.
-Va a llover dentro
de nada. Va a llover mucho. -Se volvió hacia Mark y lo miró-.
Bueno, ¿y hacia dónde vamos?
-La salida del
agujero de gusano está muy lejos -dijo el joven.
-Si es que sigue allí
-dijo Carys-. Han utilizado una bomba nuclear para cargarse una
estación remota de detección. Dios sabe con qué habrán atacado la
estación del TEC. La autopista es una ruta muy larga y expuesta. Y
después tenemos que cruzar un océano.
-No hay otra forma de
salir -dijo Mark.
-Sabes que tenemos
que ver cómo están los demás -dijo Liz-. Quiero llevar a los niños
a un lugar seguro, más que nada en el mundo, pero tenemos que saber
qué lugar es seguro. Y ahora mismo no estoy convencida de que ese
lugar esté al otro lado de las Dau’sings.
Mark alzó los ojos y
miró al cielo, de repente temía lo que podía ver. Jamás se había
dado cuenta de lo abierto que era.
-¿Supongamos... que
vienen?
-¿Aquí? -El tono de
Carys era mordaz-. Lo siento chicos, pero venga ya. No se puede
decir que Randtown sea el centro estratégico del universo. Sin la
estación de detección, esto no es nada.
-Supongo que tienes
razón -dijo Mark-. Está bien, nos vamos al pueblo y de camino les
echamos un vistazo a unos cuantos vecinos.
-Buen plan -dijo
Liz-. Tenemos que saber lo que está pasando en el resto de Elan, y
la Federación. Si el Gobierno intenta ponerse en contacto de algún
modo, será en el pueblo.
-Si es que hay algún
Gobierno -dijo Carys. Liz le lanzó una mirada penetrante.
-Lo habrá.
-A la camioneta -les
dijo Mark a los niños.
Los pequeños treparon
al asiento trasero sin una sola palabra. Una Panda igual de apagada
se subió de un salto con ellos. Mark estuvo a punto de mandar a la
perra que saliera, pero luego se ablandó. En ese momento los niños
necesitaban todo el consuelo que pudieran tener. Todos lo
necesitaban.
-Yo os sigo -dijo
Carys.
-De acuerdo. Mantén
activada la matriz de mano.
Habían encontrado por
la casa tres viejos modelos que se habían desconectado cuando la
pulsación electromagnética había barrido el valle entero. A Mark le
había resultado muy sencillo alterar sus programas para poder
utilizarlas como comunicadores básicos con un radio de ocho
kilómetros.
Carys hizo un gesto
hacia atrás con la mano para tranquilizarlo mientras se dirigía al
MG. Para absoluta sorpresa de Mark, los sistemas del coche se
habían ganado el reticente respeto del mecánico sobreviviendo casi
intactos al impulso electromagnético.
-Será mejor que te
lleves esto -dijo Liz. Y le pasó su rifle de caza, un láser de alta
potencia con una mira telescópica de baja resolución-. Lo he
comprobado y todavía funciona.
-Dios, Liz. -Mark le
lanzó una mirada furtiva y culpable a los niños-. ¿Para qué?
-Las personas pueden
dar problemas en momentos de tensión. Y yo no estoy tan convencida
como Carys de que los primos nos vayan a dejar en paz.
Se abrió la chaqueta
y le mostró a su marido una pistola de iones en una
sobaquera.
-La hostia. ¿De dónde
ha salido eso?
-De un amigo. Mark,
vivimos a kilómetros de cualquier sitio y tú estabas fuera de casa
durante el día.
-Pero... ¡una
pistola!
-Solo soy práctica,
cielo. Una chica debería saber cuidarse sola.
-Ya -dijo, aturdido.
Por alguna razón ya no parecía tener tanta importancia. De hecho,
casi se alegraba de que Liz la tuviera. Mark se metió en la
furgoneta y la condujo por la larga pista que llevaba a la
carretera principal del valle.
Randtown seguía en
pie. Más o menos. Las Regentes habían desviado la peor parte de la
explosión hacia arriba, pero las terribles ondas de presión
distorsionada que habían bajado desde las montañas no habían
tardado en alcanzar el pueblo.
Los paneles de
compuesto y metal habían quedado retorcidos y arrancados de todos
los edificios. Los rectángulos arrugados estaban por todas partes,
en las aceras, incrustados en otros edificios. Los más ligeros
flotaban en el Trine’ba. Las gruesas láminas aislantes vibraban con
libertad en las vigas estructurales desnudas. Los tejados eran
simples esqueletos, casi despojados por completo de sus paneles
solares. Lo más extraño de todo era el resplandor. El pueblo entero
brillaba bajo una capa de arco iris prismáticos. Todas y cada una
de las ventanas de Randtown se habían roto y lanzado astillas y
gránulos en largos penachos que habían caído por las aceras y las
calles, como si se hubieran derramado sacos enteros de
diamantes.
Mark detuvo la
camioneta en la calle Oeste Inferior, a solo un par de cientos de
metros de la autopista.
-Dios mío, no sabía
que había tanto cristal en todo el planeta, por no hablar ya de
aquí.
-¿Las llantas podrán
soportar eso? -preguntó Liz. La mujer miraba la calle, intentando
ver si había alguien. Varias columnas de humo se alzaban sobre los
tejados rotos, más cerca del centro del pueblo.
-Deberían. Son de
espuma de gel.
-Muy bien. -Liz se
llevó la matriz de mano a la boca-. Carys, entramos. ¿Podrá
arreglárselas el MG?
-MG va a tener una
charla muy desagradable con mis abogados si no lo hace.
Mark se asomó por la
ventanilla. David y Lydia Dunbavand iban en la parte de atrás,
sentados en las bolsas del equipo de acampada, mientras que los
tres hijos de los Dunbavand se habían apretado en el MG con Carys.
Detrás de esta, el todoterreno de los Conant cerraba la marcha;
Yuri lo había arreglado al llegar a su finca.
-Entramos -les dijo.
David levantó la vara máser.
-De acuerdo, estamos
atentos.
Mark sacudió la
cabeza mientras pisaba el acelerador. ¿Qué le pasaba a la gente con
las armas cuando había un desastre? La camioneta avanzó despacio,
sus grandes llantas crujían constantemente al aplastar la capa
cristalina de la carretera.
Encontraron a los
residentes al irse acercando al centro. Casi todo el mundo al que
la explosión había sorprendido fuera estaba herido en mayor o menor
grado. La gente que caminaba por las aceras había resultado
gravemente herida por los paneles de las paredes que habían
atravesado el aire. Los que habían evitado los paneles, no habían
podido evitar el ametrallamiento consiguiente de cristal. Muchos
habían sufrido ambos tipos de impactos.
Al acercarse al otro
extremo del paseo Principal, la calle estaba abarrotada de
vehículos aparcados. Mark frenó la camioneta y salieron todos para
seguir a pie.
-Dejad a Panda dentro
-les dijo Liz a los niños-. No puede caminar sobre esto, se le
destrozarán las patas.
La perra empezó a
ladrar de una forma lastimera cuando dejaron allí los
vehículos.
La mitad de los
edificios del paseo Principal estaban inclinados, dibujando unos
ángulos peligrosos, las vigas estructurales habían superado su
nivel de tolerancia de carga por la ferocidad del aire que las
había envuelto. El corazón comercial de la ciudad se encontraba
atestado en el instante de la explosión, los cafés estaban llenos
de gente que disfrutaba de almuerzos tranquilos, las mesas de la
acera estaban de bote en bote y la calle repleta de personas que
miraban escaparates.
-Oh, Dios bendito
-gimió Mark cuando asimiló lo que veía. Se encontraba mareado y
débil, y necesitó apoyarse en la pared inclinada más cercana para
no caerse.
No era la gente
todavía tirada allí. Ni los equipos que seguían trabajando para
liberar a las víctimas que quedaban atrapadas. Ni los equipos de
triaje que vendaban los cortes y laceraciones. Hasta los horrendos
llantos y gemidos los podría haber soportado. Era la sangre. Sangre
que lo cubría todo. Las losas de la acera ni siquiera se veían
entre aquel fluido de color borgoña que se coagulaba y que había
bajado por toda la pendiente. Los montones de cristal estaban
pegajosos por ello. Las paredes combadas estaban embarradas con
unas salpicaduras atroces que ya habían adquirido un tono negro.
Las personas estaban empapadas: la piel, la ropa, todo. El aire
estaba cargado con su hedor picante.
Mark se inclinó y
vomitó en las botas.
-Atrás -les ordenó
Liz a los niños-. Vamos, hay que volver a la camioneta.
Fue empujando a los
pequeños, y Lydia y David llegaron corriendo para ayudarla.
Sandy, Elly y Ed
estaban llorando. Barry y Will parecían a punto de empezar. Los
adultos formaron una pequeña cortina protectora y los empujaron con
suavidad.
-Vamos a averiguar si
hay algún tipo de plan por aquí -les explicó Carys.
-De acuerdo -dijo
Liz. Ella también estaba intentando contener su propio asco-.
Seguid en contacto.
-¿Y tú qué? -le
preguntó Carys a Mark-. ¿Estás bien?
-No, claro que no,
maldita sea. -Después se limpió la boca con la manga-.
¡Jesús!
La conmoción lo había
dejado muerto de frío. Aquello no se lo esperaba. Se suponía que el
fin del mundo era algo definitivo, una nada infinita. Eso habría
sido una bendición. Pero en lugar de eso, tenían que soportar las
consecuencias, un mundo de dolor, sangre y sufrimiento.
-Lo aguantarás.
-Carys no se mostró demasiado comprensiva-. Qué remedio queda.
Venga, vamos a ver si podemos ayudar en algo.
Yuri Conant ayudó a
Mark a incorporarse. Él tampoco tenía muy buen aspecto. Olga se
tapaba la boca con un trapo y tenía los ojos húmedos.
Los cuatro empezaron
a bajar por el paseo Principal, las botas chapoteaban haciendo un
sonido repugnante con cada paso. Había cosas que se les pegaban a
las suelas. Mark se sacó un trapo del mono y se lo ató sobre la
nariz y la boca.
-¿Mark? -exclamó una
chica.
Era Mandy, de Dos
para el Té. La joven formaba parte de un pequeño grupo que rodeaba
a un hombre de mediana edad que tenía una pierna desgarrada. Le
habían envuelto las heridas con unas vendas improvisadas que ya
estaban muy manchadas.
Una tosca estaca de
metal oxidado asomaba por la tela, era obvio que la tenía
incrustada en la carne. Una de las mujeres estaba intentando que se
tomara unos calmantes.
-¿Estás herida? -le
preguntó Mark. La joven tenía la cara muy sucia, llena de tierra y
motas de sangre seca, con líneas limpias en la piel de las mejillas
por donde le habían rodado las lágrimas. Tenía los brazos y el
mandil cubiertos de sangre.
-Algunos cortes
-dijo-. Nada grave. He estado intentando ayudar a la gente desde
que ocurrió. -Su voz estaba a punto de quebrarse-. ¿Qué hay de
Barry y Sandy, están bien?
-Sí, no les pasa
nada. En el valle no fue para tanto.
-¿Qué hemos hecho,
Mark? ¿Por qué nos han hecho esto? Jamás les hemos hecho
daño.
La muchacha empezó a
sollozar. Mark la rodeó con los brazos y la abrazó con
suavidad.
-No hemos hecho nada
-le aseguró.
-¿Entonces por
qué?
-No lo sé. Lo
siento.
-Los odio.
-Eh, tíos, ¿podéis
echarnos una mano? -dijo uno de los que estaban atendiendo al
hombre herido-. Ya podemos moverlo.
-¿Moverlo a dónde?
-preguntó Carys.
-El hospital está
funcionando, ya tienen algo de electricidad. Simon ha tomado el
mando.
-¿Dónde está?
-A dos calles de aquí
-dijo Mark automáticamente. -Lo llevamos nosotros.
Incluso con una
camilla improvisada no resultaba nada fácil avanzar. Había que
salvar muchos escombros y el restaurante chino de la esquina, entre
las calles Matthews y Segunda, se había incendiado. Sin los robots
antiincendios y el servicio de bomberos voluntarios, las llamas se
habían apoderado del edificio y amenazaban con extenderse a los
demás. Tuvieron que dar un largo rodeo por uno de los complicados
callejones que salían de la calle Matthews. A medida que caminaban,
la luz fue oscureciéndose poco a poco. Las nubes cubrieron el cielo
y giraron en una lenta formación ciclónica centrada alrededor de
las Regentes. Unas nubes más gruesas y oscuras se precipitaban
desde el horizonte. La lluvia ya estaba cayendo al otro extremo del
Trine’ba, una amplia cortina que lo iba barriendo todo y se
acercaba al pueblo. Por lo menos debería detener los incendios,
pensó Mark.
Una gran multitud de
personas se arremolinaba en los jardines que había delante del
Hospital General. Se separaron de mala gana para dejar pasar al
grupo de Mark con la camilla. Dentro, las luces estaban encendidas
y parte del equipo médico funcionaba. La sala de urgencias ya
estaba atestada de niños y los adultos más graves. La recepción
había sido tomada por las heridas profundas y los traumas por
pérdida de sangre. La enfermera que se encargaba de las
valoraciones le echó un rápido vistazo al hombre que habían
llevado, declaró que no era crítico y les dijo que le buscaran un
sitio en el pasillo. Un equipo de personas con escobas y palas
seguían limpiando los cristales rotos de los suelos pulidos. Mark
encontró una sección que acababan de limpiar y dejaron allí al
paciente.
Cuando se levantó vio
que Simon Rand se acercaba con pasos firmes al medio del pasillo,
sus túnicas naranjas colgaban como telas normales. Hasta a Simon lo
había golpeado el cristal. Tenía una larga tira de piel curativa en
la mano y otra al final del cuello. Su séquito era más pequeño de
lo habitual, pero todavía lo seguían con devoción. Una joven
caminaba a su lado, vestida con una camiseta negra y vaqueros. Era
Mellanie Rescorai, todavía deliciosamente bella a pesar de la
expresión sobria y decidida de su rostro. A Mark no le sorprendió
del todo que la joven no tuviera ni una sola marca.
Mellanie lo vio
mirando y le dedicó una sonrisa pequeña y triste.
-Bueno, ahí lo tienes
-dijo Carys-. Justo cuando pensabas que el día no podía irte
peor.
Mark se fue detrás de
Simon y Mellanie, con Carys, Yuri y Olga siguiéndolos detrás. Simon
llegó al agrietado y hundido pórtico de mármol que había delante
del Hospital General y levantó los brazos.
-Por favor, si pueden
reunirse aquí...
La multitud del
césped se acercó un poco más. Eran muchas las miradas enfadadas que
se dirigían a Mellanie.
Esta se enfrentó a la
multitud con gesto impávido.
-Sé que no soy la
persona más popular de la ciudad ahora mismo -les dijo-. Pero lo
cierto es que tengo comunicación con la unisfera. Para haceros un
breve resumen de lo que está pasando, veinticuatro planetas de la
Federación han sido atacados.
Mientras ella
hablaba, Mark levantó la matriz de mano que llevaba. El aparato no
encontró ni una sola red que pudiera conectarse con la ciberesfera
planetaria, por no hablar ya de la unisfera.
-No, de eso nada, no
tienes nada -murmuró.
Mellanie lo miró.
Acababa de contarles que Wessex había conseguido rechazar el
asalto. Movió la mano con discreción y agitó los dedos en un
pequeño eco de su comunicación virtual. La matriz de mano de Mark
dispuso de repente de un enlace con un nodo de la unisfera de
Runwich; la capacidad era muy baja, solo lo suficiente para
proporcionarle unas funciones básicas de datos.
-Soy periodista -dijo
Mellanie en voz baja-. Tengo implantes de largo alcance.
Había algo que no
estaba claro. Mark sabía cómo funcionaban las redes, y lo que
aquella chica decía era una tontería. No entendía cómo le había
proporcionado el enlace.
-Ahora mismo la
Marina está organizando evacuaciones en todos los planetas
asaltados -le dijo Mellanie a la multitud-. La estación del TEC de
Wessex está organizándose para abrir sus agujeros de gusano
restantes y conectar con todas las comunidades aisladas.
Incluyéndonos a nosotros. Es una operación difícil sin una salida
al otro lado, pero la IS está ayudándolos a gestionar el
proceso.
Simon dio un paso
adelante.
-Será doloroso irse,
lo sé. Pero tenemos que enfrentarnos a la realidad, amigos. El
hospital no tiene capacidad suficiente. El resto del planeta sigue
sufriendo ataques de diferente magnitud. No piensen en esto como
una evacuación, nos estamos reagrupando, eso es todo. Y yo pienso
volver. Voy a reconstruir mi casa de nuevo. Y espero que todos
volváis conmigo.
-¿Cuándo nos vamos?
-preguntó Yuri-. ¿Cuánto tiempo tenemos?
-La Marina está
elaborando una lista -dijo Mellanie-. Tenemos que asegurarnos de
que cuando el agujero de gusano se abra, todos los que viven en el
campo, en los alrededores, estén aquí y listos para irse. Tenemos
que pasar todos a la vez.
-¿En qué puesto de la
lista estamos? -gritó una voz entre la multitud. Mellanie le lanzó
a Simon una mirada tensa.
-Somos el número
ochocientos setenta y... seis -dijo Simon.
La multitud se quedó
callada. Hasta Mark se sintió decepcionado. Pero al menos había una
salida. Le pidió a la matriz de mano que comprobara si la
información estaba bien, si de verdad estaban tan abajo en la
lista.
-Mira a tu amiguita
-dijo Carys, tenía los ojos clavados en Mellanie-. Está recibiendo
malas noticias.
Mark se volvió a
tiempo de ver que Mellanie comenzaba a darle la espalda a la
multitud y les ocultaba la cara. Tenía los ojos muy abiertos y una
expresión de alarma. Articuló una especie de obscenidad y tiró de
la túnica de Simon. Los dos se apartaron un poco.
Mark le dijo a su
matriz de mano que rastreara toda la información oficial sobre la
situación actual de Elan.
-No hay datos
disponibles -le dijo el aparato con brusquedad.
Simon había vuelto a
levantar las manos para apelar a la multitud que seguía mirándolos
a él y a Mellanie con gesto nervioso.
-Pequeño cambio de
planes -exclamó por encima de los murmullos crispados-. Tenemos que
salir del pueblo, ya. Si tenéis un vehículo que funcione, por
favor, llevadlo a la estación de autobuses. Nos vamos a dirigir a
Páramo Alto en un convoy. Allí es donde se abrirá el agujero de
gusano. Quiero pedirles a todas las personas sanas que ayuden a
llevar a los heridos a la estación. Cualquiera que tenga
conocimientos técnicos, necesitamos que funcionen los autobuses,
dirigíos a la oficina de ingeniería de la estación cuando lleguéis
allí.
La gente empezaba a
gritar.
-¿Por qué?
-¿Qué está
pasando?
-Cuéntanoslo,
Simon.
-Dínoslo.
Mellanie permanecía
junto a él.
-Llegan los
alienígenas -se limitó a decir la joven, después señaló el cielo
que tenían detrás.
La multitud se volvió
al unísono para mirar las nubes oscuras que cubrían el Trine’ba.
Había dos manchas claras de fluorescencia blanca allí arriba, como
si un par de soles se filtraran entre las nubes. Cada vez más
grandes y más brillantes.
Era el programa de su
vida, de todas sus vidas. Alessandra Baron sabía que ninguna otra
cosa podría igualar la cobertura en vivo y en directo de un ataque
alienígena. Por suerte, había tenido la presencia de ánimo
suficiente para cambiarse, se había quitado su sofisticado vestido
y se había puesto el formal traje de chaqueta gris que su
departamento de estilismo tenía siempre listo para desastres y
demás malas noticias. En esos instantes se sentaba con gesto
magistral tras el escritorio de su estudio, la guía y moderadora
perfecta mientras los hologramas de analistas, políticos y
oficiales de la Marina de bajo rango entraban y salían del programa
para responder a sus preguntas. Siempre que Bunny, el productor del
programa, podía conseguir una conexión decente, intercalaban
imágenes en directo de los planetas asaltados. El hecho de que
aquello pudiera afectar a la unisfera, que las formas de
comunicación que la presentadora había dado por hechas durante
todas sus vidas, de repente, ya no fueran universales ni estuvieran
garantizadas, inquietaba a Alessandra casi tanto como las
explosiones nucleares, aunque mantuvo la expresión profesional e
impasible durante todo el tiempo. Y en cuanto a los espeluznantes
cortes de energía que sufrieron cuando Wessex se enfrentó a los
agujeros de gusano primos, eso acercó a todo el mundo a la batalla
y les proporcionó una sensación de implicación.
En el despacho de
producción del estudio, Bunny ejecutaba varios programas de datos
no estructurados de información paralela para conseguir acceso a
los veinticuatro planetas, al tiempo que resumía el estado de cosas
en cada uno de ellos. Los flujos de Olivenza y Balya estaban
inquietantemente vacíos. La visión virtual de Alessandra
proporcionaba una red de poderosas imágenes que ponían a su
disposición varios periodistas que tenían la mala fortuna de
encontrarse cerca de la primera línea. Campos de fuerza sobre las
ciudades que destellaban de forma constante con una opalescencia
reluciente, al tiempo que desviaban los escombros o un huracán
radioactivo que pasaba aullando. Los periodistas que eran lo
bastante temerarios como para acercarse al campo de fuerza
revelaban los nuevos yermos que habían surgido en el exterior, los
cráteres lisos y espeluznantes con cuencas resplandecientes
rodeadas de suelo aplanado que se había convertido en un desierto
de carbón negro como la noche. Y luego estaban las historias de
interés humano, entrevistas con residentes aterrorizados de las
ciudades, apenas coherentes, llorosos. Los de los pueblos
periféricos que habían conseguido entrar en los campos de fuerza
justo a tiempo. Aquellos cuya familia y amigos seguían fuera, en
alguna parte. El sufrimiento, el dolor y la rabia de todos ellos se
entrelazaron con habilidad en un tapiz de historias que garantizaba
que los espectadores que accedían a él nunca se fueran.
Bunny y Alessandra no
dejaron de hacer hincapié en un tema, filtrando siempre la misma
pregunta fundamental: ¿Dónde está la Marina? Ponían una y otra vez
la espectacular explosión que como una nova había sacudido al
Segunda Oportunidad al morir en la batalla sobre Anshun.
Las imágenes de los
planetas asaltados hacían que Alessandra diera gracias por estar a
salvo en Augusta, a cientos de años luz de la primera línea. Le
preguntó sobre eso a Ainge, un analista del Instituto de Estudios
Estratégicos de San Petersburgo cuyo holograma estaba sentado a su
lado.
-Creo que es
significativo que solo estén atacando los mundos más cercanos a
Dyson Alfa -dijo Ainge-. Implica que sus generadores de agujeros de
gusano tienen un alcance limitado.
-Pero Wessex está a
cien años luz de la frontera de la fase tres, en el interior -dijo
Alessandra.
-Sí, pero desde un
punto de vista táctico, merecía la pena arriesgarse a hacer ese
gasto para intentar capturarlo. Si lo hubieran conseguido,
habríamos perdido una parte considerable de la fase dos. Lo que
casi habría garantizado nuestra derrota definitiva. Tal y como
están las cosas, vamos a tener problemas para defendernos. Sabemos
los recursos que tienen disponibles, es muy posible que nunca
recuperemos esos veintitrés planetas exteriores.
-En su opinión
profesional. ¿Podemos ganar esta guerra?
-Hoy no. Necesitamos
replantearnos nuestra estrategia de una forma radical. Y también
necesitamos tiempo, que es un factor que van a dictar los primos en
realidad.
-La Marina dice que
sus naves de guerra van de camino para ayudar a los planetas
atacados. ¿Cómo valoraría usted sus posibilidades?
-Necesitaría más
información antes de poder darle una valoración realista. Todo
depende de lo bien defendidos que estén los agujeros de gusano
primos. El almirante Kime tiene que lograr que una nave de guerra
atraviese uno para atacar su puesto avanzado. Es la única forma de
frenarlos.
Bunny le estaba
diciendo a Alessandra que tenía a Mellanie en la línea.
-Creí que Randtown
había desaparecido de la ciberesfera de Elan -dijo
Alessandra.
-Y así es, pero
Mellanie ha encontrado una forma de ponerse en contacto.
-Buena chica. ¿Tiene
algo interesante?
-Oh, sí. Le estoy
dando acceso en directo. Preparada.
Alessandra vio que
una nueva imagen de la red aparecía en su visión virtual. La
retransmisión adquirió entonces prioridad. Mellanie se encontraba
en una especie de estación de autobuses al aire libre, una gran
explanada cuadrada de asfalto con una sala de espera en uno de los
lados. Todas las ventanas habían estallado en la parte anterior del
edificio, las columnas maestras estaban dobladas y la mitad del
tejado solar había desaparecido. A pesar de la luz que brillaba
fuera, caía un auténtico chaparrón de un cielo cubierto de nubes.
El incansable diluvio estaba dificultando las cosas todavía más
para los cientos de personas que se arremolinaban en la estación.
Se preparaba un éxodo masivo. Las colas se arrastraban hacia un
atolladero de autobuses parados, los sanos emparejados con los
heridos de poca consideración para ayudarlos. Cuatro autobuses se
habían convertido en ambulancias improvisadas, les habían quitado
los asientos y los habían tirado en un montón junto a las ruinas de
la sala de espera. A los heridos más graves los subían a bordo en
toscas camillas; muchos de ellos estaban bastante mal, con las
heridas atendidas de la forma más primitiva, envueltas en vendas de
tela en lugar de con piel curativa.
Los ingenieros se
habían arremolinado alrededor de las escotillas abiertas en los
costados de los autobuses, revisando las baterías superconductoras.
Alessandra vislumbró a Mark Vernon en uno de los grupos de
reparación, trabajando con furia. Pero Mellanie no se detuvo y
siguió examinando la situación. Las carreteras que rodeaban la
estación estaban repletas de todoterrenos y camionetas atestadas de
niños y adultos sanos.
-Mellanie -dijo
Alessandra-. Me alegro de ver que sigues con nosotros. ¿Cuál es la
situación ahí, en Randtown?
-Échale un vistazo a
esto -dijo Mellanie con tono rotundo.
Continuó su barrido
visual hasta que se fijó en el otro lado de la ciudad rota. Era
obvio que la estación de autobuses estaba en la parte posterior de
Randtown, donde el terreno comenzaba a subir hacia las
estribaciones de las montañas. Era una posición que le permitía ver
por encima de los tejados destrozados y vislumbrar el
Trine’ba.
Alzó la cabeza para
mirar la masa de nubes densas y negras que cubrían el lago gigante
y Alessandra entendió por fin por qué había tanta luz.
A cuarenta y cinco
kilómetros de distancia, a aquellas nubes revueltas de tormenta les
estaban saliendo un par de tumores radiantes, enormes bultos que se
retorcían y ondeaban hacia abajo. Ante su mirada, la base de la más
grande estalló cuando ocho finas líneas de luz sólida la partió
para estrellarse contra la superficie del lago. El vapor brotó de
golpe a causa del impacto y envió una cascada circular de bruma
hirviente por toda la superficie hinchada del agua. La luz era tan
intensa que dejó el pueblo y los campos circundantes envueltos en
un tono monocromo puro. Los implantes de retina de Mellanie
activaron los filtros más fuertes, aunque apenas podían protegerle
los ojos. La mayor parte de los habitantes del pueblo que estaban
en la estación de autobuses se había encogido y había levantado los
antebrazos para cubrirse los ojos. Los chillidos y los gritos de
pánico se oían por todas partes. Quedaron ahogados enseguida cuando
un rugido estridente alcanzó el pueblo e hizo vibrar los edificios
que quedaban en pie. El ruido fue creciendo hasta que todo el
esqueleto de Mellanie se puso a vibrar de una forma dolorosa. Las
imágenes que sus implantes de retina enviaban al estudio de
Alessandra quedaron reducidas a un perfil borroso en blanco y
negro. Justo sobre Randtown, las nubes sufrían un tormento bajo el
ataque salvaje de frentes de presión que entraban en conflicto a
alta velocidad. La lluvia menuda cambió en cuestión de segundos y
dibujó una curva con el viento para golpear de forma casi
horizontal, cada gota escocía con dureza al chocar contra la piel
desprotegida.
-Motores de plasma
-gritó Mellanie por encima del incesante trueno-. Eso son naves que
se están posando.
El segundo tumor de
la nube se partió cuando lo abrieron otras ocho lanzas
incandescentes. Mellanie tuvo que cubrirse por fin los ojos y
convirtió la imagen en un una bruma de color rojo sangre, su mano
estuvo a punto de volverse translúcida. A pesar de la lluvia
torrencial, el calor que brotaba de los cohetes de plasma era mayor
que el sol de cualquier desierto al mediodía. Las gotas de lluvia
humeaban al atravesar el aire como balas.
Hubo una ligera
disminución en el nivel de luz y Mellanie bajó la mano. Una nave
había descendido de las nubes, una forma cónica oscura que
cabalgaba sobre la luz deslumbradora y vívida de los rígidos gases
de los cohetes de plasma. Después se desvaneció tras el inmenso
muro de vapor resplandeciente que se alzaba sobre el lago.
-¿Habéis visto eso?
-chilló Mellanie con la garganta ronca-. Ya vienen.
-Sal de ahí. -Ochenta
mil millones de espectadores vieron quebrarse el aplomo de
Alessandra-. No pongas en peligro tu seguridad, corre.
-No podemos... -La
imagen se desvaneció entre la electricidad estática morada.
Alessandra se quedó
inmóvil tras el escritorio, después carraspeó antes de seguir
hablando.
-Un reportaje de
Mellanie Rescorai, una de las recién llegadas más prometedoras y
llenas de talento que se han unido a nuestro equipo en varios años.
Las oraciones de todos los que estamos en el estudio están con
ella. Y ahora, conectamos con Garth West, que estaba cubriendo el
festival de las flores de Sligo. ¿Cómo están las cosas por ahí,
Garth, alguna señal ya de las naves primas?
-Las naves se están
acercando a la atmósfera superior de Anshun, Elan, Whalton, Pomona
y Nattavaara -informó Anna con voz serena.
Cuando las naves
primas alcanzaron la estratosfera, los aerorrobots comenzaron a
disparar. Todos los que compartían el monitor táctico de Wilson
observaron con atención cuando las armas de energía fijaron el
objetivo y salieron disparadas. El efecto fue mínimo. Wilson oyó un
par de maldiciones consternadas. Los campos de fuerza que protegían
a las naves que descendían sobre los planetas asediados eran
demasiado potentes para que los pudieran penetrar las armas de
medio calibre que llevaban los aerorrobots. En ese momento, los
primos empezaron a dispararles a los pequeños agresores que tenían
debajo.
-Sacadlos de ahí
-dijo Wilson-. Reagrupadlos alrededor de las ciudades protegidas.
Los vamos a necesitar más tarde.
-Me ocuparé de eso
-dijo Rafael.
-¿Le hemos acertado a
alguna? -preguntó Nigel.
-No, señor -dijo
Anna-. Ni a una sola, sus campos de fuerza son demasiado
fuertes.
-Entrada en la
atmósfera sobre Belembe, Martaban, Sligo, Balkash, y Samar, Molina
y Kozani. Están atravesando los agujeros de gusano a un ritmo de
una cada cuarenta segundos. Las trayectorias varían, no se están
concentrando en las capitales. Parecen dirigirse a la costa.
-¿La costa?
-Recibimos imágenes
visuales.
Aparecieron varias
imágenes en el enorme monitor táctico. Cada una mostraba imágenes
de serpentinas brillantes que cruzaban los cielos con varios
colores.
-Son unos cabrones
muy grandes -comentó Rafael-. Miles de toneladas cada uno.
-Son columnas de
fusión -dijo Tunde Sutton-. El nivel de temperatura y la signatura
espectral indican una reacción de deuterio.
-Confirmado, van a
realizar amerizajes -dijo Anna.
-Tiene sentido -dijo
Nigel-. Incluso con los campos de fuerza, no me gustaría posar uno
de esos trastos en tierra firme.
-Eso nos da un
pequeño respiro -dijo Wilson-. Van a tener que llegar a la costa. Y
lo harán en vehículos más pequeños. Quizá podamos hacer llegar
refuerzos a las capitales y a las ciudades más grandes.
-Los últimos
escuadrones de aerorrobots se están retirando de su alcance -dijo
Anna.
-A los refuerzos les
está llevando demasiado tiempo -dijo Rafael-. A cualquiera que
tenga cierta capacidad militar le está costando renunciar a
ella.
-Que su oficina se
ponga a trabajar en eso -le dijo Wilson a la presidenta-. Tenemos
que demostrarle al pueblo que podemos montar un movimiento de
resistencia coherente.
-Hablaré con
Patricia.
-Va a tener que
presionar a los jefes de Estado en persona -dijo Nigel.
-Muy bien. -Si a Doi
le molestó el tono agresivo, no lo demostró.
-¿Qué hay de la
evacuación? -preguntó Wilson.
-Ya estamos sacando
trenes de Anshun, Martaban, Sligo, Nattavaara y Kozani -dijo
Nigel-. Los estoy desviando por Wessex directamente a la Tierra.
Después de eso se les asignará un destino definitivo. Todo lo que
me preocupa ahora es sacarlos de su origen. Estamos ya casi listos
para intentar cerrar la salida de Wessex que lleva a Trusbal para
volverla a abrir en Bitran, en Sligo; hay un montón de turistas que
se han quedado atrapados en el festival de las flores.
-¿Alguna nave prima
cerca de allí? -preguntó Wilson.
-Doce de camino -dijo
Anna-. Pero Bitran está a ciento veinte kilómetros de la costa,
debería haber tiempo.
Durante los
siguientes treinta minutos Wilson observó los datos que iban
cambiando en su monitor y que le mostraban el flujo de equipo y
personal militar que iba convergiendo en Wessex. El personal del
TEC y la IS al fin consiguieron abrir el agujero de gusano y
estabilizarlo dentro de los campos de fuerza de Bitran. Los
refugiados lo atravesaron en tropel, a pie y en todos los vehículos
de los que disponía la ciudad. Entonces se convertían en el
problema de los trabajadores de la estación de Narrabri, en Wessex,
que tenían que dirigirlos a los trenes de pasajeros para irlos
moviendo. El inmenso volumen de personas estaba completamente fuera
de cualquier plan de contingencia que pudiera tener cualquiera de
las estaciones planetarias. Con el tiempo despejaron una serie de
raíles, los acordonaron con hologramas de advertencia y fueron
llevando a todo el mundo por los seis kilómetros que los separaban
del andén más cercano. Los trenes pasaban disparados a ambos lados.
Vagones vacíos que iban a los mundos asaltados, vagones atestados
de personas que regresaban como rayos. Los trenes de mercancías
cargados de aerorrobots y tropas armadas de toda la Federación se
apresuraban a llevar refuerzos a las ciudades aisladas.
Cuando los directores
del TEC y la IS consiguieron desviar más agujeros de gusano y
ponerlos al servicio del esfuerzo de evacuación, el área de
clasificación de la estación se convirtió en un puesto avanzado ad
hoc. Los trenes de mercancías se detenían en las vías muertas y los
aerorrobots que transportaban despegaban desde allí para atravesar
volando los agujeros de gusano, por encima de las cabezas de los
refugiados. Los escuadrones de tropas con sus voluminosas armaduras
marchaban por los agujeros ganándose los aplausos y los vítores de
los demás.
El primer esfuerzo
principal se dirigió a la capital de Anshun, Treolar. Wilson quería
mantenerla intacta con una estación operativa para poder canalizar
por allí a los aerorrobots y desplegarlos alrededor de las demás
ciudades protegidas de Anshun. Se asignaron a ese mundo escuadrones
de treinta y cinco mundos, llegarían en cuanto la ajetreada red de
ferrocarriles del TEC pudiera llevarlos.
Cuando los primeros
llegaron a Treolar, atravesaron volando las brechas temporales del
campo de fuerza y comenzaron a extenderse hacia la costa.
Doscientas naves primas ya habían aterrizado con un gran chapoteo
sobre Anshun y más de mil más se encontraban en varias etapas de
descenso. Wilson no quería pensar en el efecto que tendría eso
sobre el medioambiente del planeta, ya bastante tocado. Claro que
él había visto el único mundo habitable de Dyson Alfa y las naves
de fusión que se arremolinaban de forma constante sobre él. Los
primos no tenían las mismas prioridades que los humanos.
-Exploradores
despegando desde Treolar -les informó Anna-. Los primos han
aterrizado justo en una ciudad costera llamada Scraptoft. Está a
unos sesenta kilómetros de distancia. Deberíamos recibir imágenes
en cualquier momento.
Wilson se volvió
hacia el monitor de vídeo que retransmitía las imágenes de la
primera nave exploradora que había despegado de Treolar. Volaba a
mach 9 y su matriz piloto la mantenía a veinte metros del suelo.
Bajo ella, una franja de suelo de cien metros de anchura se
quebraba tras su furiosa estela, el aire rasgado pulverizaba
árboles, arbustos, plantas y algún que otro edificio al pasar por
encima. Al acercarse a la costa, cientos de pequeños zánganos
sensores furtivos se desprendieron del fuselaje y construyeron una
imagen mucho más amplia.
Cuando sobrevoló a
toda velocidad el acantilado de Scraptoft, reveló treinta naves
primas flotando en el mar entre un denso torbellino de vapor
agitado. Los grandes conos eran casi completamente negros y estaban
rodeados por resplandecientes campos de fuerza. A medio camino de
la superestructura, unas puertas altas se habían abierto sobre unos
goznes para formar plataformas horizontales. Unas naves más
pequeñas salían volando de las aberturas, cilindros grises y
achaparrados con unas patas metálicas de escarabajo dobladas en la
parte de abajo. Tres haces de energía golpearon a la nave
exploradora y la imagen se desvaneció de inmediato.
Los sensores furtivos
repartidos detrás de la nave exploradora observaron que los
bombarderos primos se deslizaban sobre el mar y levantaron un mapa
de su estructura eléctrica, térmica, magnética y mecánica, junto
con sus parámetros de armas y de campos de fuerza. Había varios
tipos, algunos no eran más que plataformas de armas volantes,
mientras que los más grandes transportaban pequeñas unidades de
algún tipo que estaban protegidas por campos de fuerza
individuales.
-Tienen que ser ellos
-murmuró Nigel. A pesar del momento, el ejecutivo sentía curiosidad
por ver el aspecto que tenían.
Los aerorrobots de
combate llegaron con estrépito a Scraptoft, a una velocidad de mach
12. Los bombarderos primos dibujaron un arco para interceptarlos.
Entre ambos, el cielo quedó roto por los haces de energía y las
explosiones, convirtiéndose en una enorme masa de gas cargada de
electricidad. Los rayos salieron despedidos y se clavaron en el
suelo en varios kilómetros a la redonda.
Ocho de las grandes
naves de aterrizaje de los primos que estaban atravesando la
atmósfera cambiaron un poco su trayectoria. Sus gases de fusión
barrieron la costa entera y lo devastaron todo al instante. La
tierra y la roca se fundieron y su flujo se alejó de los haces
ardientes de plasma. Vomitaron olas de un espeso vapor
resplandeciente que hervía muy por encima de las nubes hasta que
las partían las corrientes en chorro. A varios metros del suelo,
tanto los aerorrobots como los bombarderos primos dibujaban
vectores en maniobras a altísima velocidad en un intento de evitar
la miasma de partículas incendiarias. Las ocho naves de aterrizaje
primas permanecieron suspendidas a quince kilómetros de Scraptoft,
equilibradas sobre los gases del motor. Después comenzaron a
disparar sus armas, borrando a los aerorrobots del cielo.
Nigel observó el
tsunami de niebla y humo sucio que comenzaba a cruzar la tierra.
Tenía más de veinte kilómetros de altura y se iba extendiendo;
mientras, las ocho gigantescas naves permanecían suspendidas en el
aire, con su fuego de fusión abrasando la tierra. El frente
envolvió el campo de fuerza de Treloar, ahogando la cúpula y
provocando una noche repentina en la ciudad.
Protegidos por la
contaminación, los bombarderos primos comenzaron a posarse
alrededor de las afueras de Scraptoft. Los sensores furtivos
continuaron sus retransmisiones secretas, mostrando lo que podían
ver a través de los vapores oscuros y opresivos que asfixiaban la
tierra. Un sensor de espectro visual enfocó uno de los bombarderos
que había aterrizado en las ruinas abrasadas de un complejo
turístico. Varias secciones del fuselaje cilíndrico se habían
abierto y extendido unas rampas. Los alienígenas bajaron andando,
sus cuerpos iban recubiertos por armaduras oscuras reforzadas por
campos de fuerza.
-Son más altos que
nosotros -comentó Nigel sin apasionamientos.
-Una forma extraña de
andar -respondió Wilson. Estaba observando las cuatro piernas de la
criatura, el modo que tenían de doblarse, los pies curvos con forma
de una garra roma. Su mirada fue subiendo por el torso hasta los
cuatro brazos, cada uno de ellos sujetaba un arma. La parte
superior de la armadura era una semiesfera achaparrada dividida en
cuatro secciones y cada una replicaba la misma disposición de
sensores.
-Hay un montón de
actividad electromagnética a su alrededor -dijo Rafael-. Se
comunican entre sí y con el bombardero de forma continua. Los
bombarderos están en contacto con las naves de aterrizaje y lo
mismo se puede decir de las naves que suben a la órbita. Las
señales se parecen mucho a las que grabasteis en Dyson Alfa.
-Tu Lee informó que
los misiles requerían actualizaciones continuas para guiarlos -dijo
Tunde Sutton.
-¿Lo que significa?
-preguntó Rafael.
-Pues que es muy
posible que los comandantes primos no permitan demasiada
independencia en el frente de batalla.
-De acuerdo -dijo
Wilson-. Anna, ¿tenemos algún sistema de guerra electrónica que
podamos desplegar?
-Hay varios
aerorrobots GE en el registro central.
-Bien. Sácalos de ahí
a toda prisa. Cierra esos enlaces. A ver si eso tiene algún efecto
sobre ellos.
Randtown al fin se
había rendido al pánico. En cuanto las naves alienígenas se habían
posado con un chapoteo en el Trine’ba, los vehículos aparcados
alrededor de la estación comenzaron a moverse, las familias se
dirigían hacia lo que percibían como la seguridad de los valles que
había tras la ciudad. Los cláxones bramaban con furia, su estruendo
combinado era casi tan ruidoso como los motores de las naves. Hubo
choques por toda la carretera cuando los coches giraron en redondo
o aceleraron para salir de los bordillos donde esperaban.
Mark no hacía más que
mirar a su alrededor y ver caos mientras trabajaba con Napo Langsal
en el suministro eléctrico de un autobús. Los dos ya casi habían
apañado un desvío para evitar el regulador de la batería
superconductora.
-Están perdiendo los
papeles a lo grande -gruñó Mark.
La cola para subir al
autobús se había convertido en una melé violenta alrededor de la
puerta abierta y los empujones iban degenerando hasta el punto de
que empezaban a verse los primeros puñetazos. A Napo y a él les
estaban gritando y amenazando, lo que fuera con tal de conseguir
que funcionara el autobús.
Alguien disparó una
escopeta en el centro de la estación. Todo el mundo se detuvo un
segundo. Mark se había agachado de inmediato, después levantó la
cabeza con cautela. Había sido Simon Rand el que había disparado al
aire aquella antigüedad de pistón.
-Gracias por su
atención, damas y caballeros -dijo Simon; alzó la voz de bajo, que
se transmitió por toda la estación al tiempo que dibujaba un
círculo completo. Hasta las personas que se peleaban alrededor de
los vehículos fuera de la estación se habían detenido a
escucharle-. No hay nada que haya cambiado nuestra situación
inmediata, así que nos vamos a ceñir al plan que hemos elaborado.
-Accionó el émbolo y el cartucho gastado salió girando-. Hay
autobuses suficientes para sacar a todo el mundo de aquí y se irán
en breve, así que tengan la amabilidad de dejar de hostigar a los
ingenieros. Y ahora, para garantizar que podamos llegar todos a
salvo a Páramo Alto, voy a requerir un equipo de voluntarios para
que se queden en el pueblo conmigo y actúen como retaguardia para
permitir que el convoy consiga cierta ventaja. Cualquiera que tenga
un arma, por favor diríjase a la sala de espera para recibir
instrucciones. -Entonces bajó el arma.
-¡Santo Cielo! -gruñó
Napo. Mark cerró la caja del cableado y apretó el botón de
reajuste.
-¿Qué tal? -le dijo a
la conductora. La mujer levantó los pulgares-. Tú sigue con el
siguiente autobús -le dijo Mark a Napo.
Napo le lanzó al
láser de caza de Mark una mirada indecisa.
-No puede obligarte,
sabes.
-Lo sé. -Mark miró
hacia las dos inmensas nubes de vapor que se habían instalado sobre
el Trine’ba y oscurecían a las naves. La superficie seguía afectada
por el amerizaje, con grandes olas que se dirigían a la costa e
invadían el muro que recorría el paseo-. Pero tiene razón. La gente
necesita tiempo para salir de aquí.
Dudley Bose le lanzó
a Mellanie una mirada aterrorizada cuando se acercaron al autobús.
La multitud se apretaba alrededor de ellos y los empujaba.
-¿Crees que hay
sitio? -preguntó el científico. El autobús ya parecía lleno, con
varias personas apretadas en los asientos y más atestando el
pasillo.
-Si no es este, será
el siguiente -le dijo la joven-. Estarás bien, ya lo verás.
-¿Yo...? ¿Y tú?
-Ya cogeré otro más
tarde.
Mellanie apenas podía
ver a Dudley, su visión virtual estaba desplegando demasiados
símbolos e iconos. Muy pocos de los datos que fluían por ella tenía
algún sentido. Había vislumbrado alguna información normal entre
los absurdos torbellinos irisados, algo que parecían datos de
sensores. Sus implantes recién activados estaban examinando las
nubes de vapor que había sobre el Trine’ba para analizar las naves
ocultas en el interior. Mellanie intentaba mantenerse alejada de
todo, ser una periodista verdaderamente imparcial, pero la
adrenalina que le recorría la sangre estaba haciendo que le latiera
el corazón a toda velocidad y tuviera temblores por todo el cuerpo.
La IS no dejaba de decirle que se relajara. Pero no era tan fácil,
desde luego eso no era lo que la joven se había esperado cuando
había hecho un trato con ella.
-¡No! -clamó Dudley-.
No, no puedes dejarme. Ahora no. Por favor, me lo prometiste.
-Dudley. -La joven le
cogió la cabeza con las manos, se la sostuvo y lo besó con fuerza
entre los empujones. Se concentró en calmarlo a él para aliviar sus
propios temores-. No voy a dejarte. Te lo prometí y voy a cumplir
esa promesa. Pero hay cosas que tengo que hacer aquí y que nadie
más puede. Ahora sube al autobús y yo seguiré al convoy.
Habían llegado a la
puerta. Mellanie le soltó la cabeza y esbozó una sonrisa
cautivadora llena de confianza. Era una sonrisa sincera, porque
desde luego que no pensaba soltarlo de momento, aquel hombre era el
as que se guardaba ella en la manga, lo que la convertía en una
jugadora con la que contar. Aunque dadas las espeluznantes
habilidades que los implantes de la IS le estaban proporcionando,
empezó a preguntarse si acaso necesitaba a Alessandra y el
programa. No sabía si podía utilizarlos de forma independiente,
pero con solo saber que estaban allí ya le daban un valor que
admitía que no había tenido nunca. En otro momento habría sido la
primera en subirse al autobús, apartando de su camino a todos los
niños y ancianitas que se pusieran en medio.
La multitud empujó a
Dudley por las escaleras y la reportera se soltó. El científico
volvió la vista atrás con gesto frenético mientras lo iban
empujando por el pasillo del vehículo.
-Te quiero
-bramó.
Mellanie se obligó a
sonreírle y le lanzó un beso.
Liz y Carys estaban
esperando junto a la camioneta. Mark sonrió y saludó con la mano a
Barry y Sandy, que estaban en el asiento de atrás, con Panda.
-Voy a ayudar a Rand
-dijo-. Llevaos a Barry y a Sandy a Páramo Alto.
-Yo voy contigo -dijo
Liz.
-Pero...
-Mark, espero de
verdad que no vayas a salirme con ninguna de esas chorradas de que
esto es un trabajo de hombres.
-Necesitan a su
madre.
-Y a su padre.
-No puedo abandonar a
Rand. Es nuestra vida lo que están destruyendo. Como mínimo se lo
debo a la gente. Algunos tenemos que escapar de aquí, es el único
modo de que podamos reconstruirlo después.
-Estamos de acuerdo.
Y yo voy a ayudarte.
-¿Carys? -apeló
Mark.
-Ni se te ocurra
pensar siquiera que me vais a meter en esta discusión. Pero si
vosotros dos os habéis vuelto chiflados y vais a uniros a la
guerrilla de Rand, yo puedo sacar a los críos de aquí en el MG. -Se
dio unos golpecitos en el pesado bulto que tenía en la chaqueta-.
Conmigo estarán a salvo, os lo prometo. Y tenemos las matrices,
podemos mantenernos en contacto.
Mark estuvo a punto
de preguntar cuándo se había convertido su familia de repente en
supervivientes con armas en la sobaquera. Pero en lugar de eso le
dio a Carys un beso rápido.
-Gracias.
Después, a Liz y a él
les costó mucho trabajo convencer a los niños para que se subieran
al MG prometiéndoles que mamá y papá los seguirían de
inmediato.
Unas motas oscuras
salieron disparadas de la nube que tapaba más de la mitad del
Trine’ba. Giraron de golpe para alinearse con Randtown y
aceleraron.
-Aquí vienen -exclamó
Liz.
Mark estaba metiendo
la camioneta en el taller de Motores Ables, donde quedaría oculta.
David Dunbavand estaba detrás, ayudándolo a meterla con gritos y
gestos frenéticos. Mark jamás había comprendido lo difícil que era
conducir sin un microrradar que te proporcionara un examen de
proximidad.
-Ya es suficiente
-dijo David-. Vamos.
Le quitó el seguro a
su vara máser cuando dejó la parte de atrás del garaje. Al igual
que la mayor parte de los edificios, la explosión de las Regentes
lo había castigado bastante. A la oficina de la parte delantera le
faltaban todas las ventanas y las paredes externas estaban
destrozadas, pero la estructura principal estaba intacta. Sería
fácil reconstruirlo, siempre que tuviera un poco de tiempo y
dinero.
Esa era la forma de
pensar, visualizar un futuro de absoluta normalidad, que le
permitía a Mark seguir adelante. Se agachó al lado de Liz, detrás
de un grueso muro de piedra que yacía junto al costado de la
terraza del bar Libra. La explosión había lanzado las mesas y las
sillas de madera de la terraza por todo el césped hasta
estrellarlos contra el muro de la franquicia de alquiler de coches
Zanue que tenían al lado. Muchas noches de verano Liz y él iban
allí a cenar y tomar una copa, se sentaban en la terraza con sus
amigos y observaban los barcos que iban y venían de los muelles del
puerto.
Y en ese momento
tenían la misma visión clara del puerto a través de las miras de
sus armas. La lluvia había amainado, convertida en una llovizna
ligera con unos cuantos rastros de humo gris de los incendios
moribundos. Mark vio que los bombarderos alienígenas se dirigían
hacia él rozando la superficie, a solo unos metros de las
olas.
-Preparados -dijo la
voz de Simon desde la matriz de mano-. Parecen estar frenando.
Podría ser el plan A.
Habían gritado mucho
sobre eso cuando Simon reunió a su improvisada banda de dos docenas
de guerrilleros en la sala de espera. El plan A preveía que los
alienígenas aterrizaban en el pueblo, lo que permitiría que los
guerrilleros les dispararan y frenaran su avance. El plan B, en el
peor de los casos, los veía sobrevolando el pueblo para atacar
directamente al convoy, en cuyo caso tendrían que hacer una
descarga cerrada contra las naves cuando pasaran sobre ellos con la
esperanza de acertarle a algún componente vital. Todos sabían que
eso casi no serviría de nada. Como siempre, se había impuesto
Simon.
Mark miró por encima
del hombro. Los últimos autobuses que se veían en la autopista, en
la base del risco de Agua Negra, viajaban demasiado rápido para
algo que no tenía matrices operativas ni sistemas de seguridad.
Solo necesitaban unos cuantos minutos más y estarían girando para
meterse en Páramo Alto.
Al mirar los
bombarderos alienígenas que se acercaban, Mark no estaba del todo
convencido de que el gran valle fuera a ser el refugio que afirmaba
Simon que sería. En su visión privada del futuro, Mark se había
imaginado a los alienígenas llegando a la costa en barcos y
tardando días en alcanzar Páramo Alto.
-Carys, ¿dónde estás?
-preguntó Liz.
-Giramos por la
carretera de Páramo Alto hace un par de minutos.
-Vienen en aeronaves.
Pero parece que van a aterrizar aquí.
-De acuerdo, avisadme
si vienen hacia aquí. Voy a tener que salir de la carretera
rápido.
-Lo haremos.
Mark le echó un
vistazo a la pantalla de la unidad. Su señal se desviaba por las
secciones de la red del distrito que seguían funcionando. Había
varios nodos operativos por Páramo Alto, lo que les permitía
extender su frágil contacto alrededor de las montañas. El joven
estaba seguro de que no duraría mucho una vez que aterrizaran los
alienígenas y comenzaran a hacer barridos con los sensores.
El primero de los
bombarderos alienígenas llegó a la orilla. Planeó justo sobre el
agua, unas patas ahusadas de metal se desplegaron bajo el fuselaje
cilíndrico. Tras un momento de duda aterrizó en el amplio paseo que
había junto al muelle de Viajes Celestiales, la sección de popa
chocó contra el muro y derribó un trozo de cinco metros, rompiendo
así el largo poema.
-Esperad -los alentó
la voz de Simon, baja y llena de confianza-. Que baje la mayoría,
entonces podemos empezar la campaña de acoso.
Mark se preguntó
dónde había adquirido Simon tanta experiencia de combate. Desde
luego parecía saber de qué estaba hablando. Lo más probable era que
hubiera sido en los dramas de TSI. Volvió a mirar al lago y le
sorprendió la cantidad de bombarderos que se dirigían hacia
ellos.
-Ay, madre -murmuró
David.
Se habían abierto
unas puertas en el bombardero que se había posado junto al muelle
de Viajes Celestiales, los alienígenas se bajaban con movimientos
pesados.
Las predicciones
personales de Mark habían vacilado bastante en ese punto, pero
desde luego no se había esperado nada tan... robótico. ¿Quizá eran
robots? Cuando los vio dispersarse cambió de opinión de inmediato.
Se movían rápido, dirigiéndose directamente a ponerse a cubierto.
En pocos segundos se habían introducido en los edificios que daban
al paseo.
Habían aterrizado
doce bombarderos en el puerto. La segunda oleada los sobrevoló para
rodear el parque de la ciudad que había detrás del Hospital General
antes de extender las patas y hundirse. Algunos bombarderos se
dirigían hacia el risco de Agua Negra y el comienzo de la
autopista.
-Preparados -dijo
Simon-. No esperéis que nuestras armas penetren en sus campos de
fuerza, intentad provocar la máxima alteración posible a su
alrededor. Y retiraos de inmediato.
Mark miró a Liz. Esta
estiró los labios e imitó el gesto de una sonrisa.
-De acuerdo
-murmuró.
Mark alzó con cuidado
la cabeza por encima del muro y levantó el rifle de láser.
Varios alienígenas se
deslizaban a toda prisa por el terreno abierto del paseo, hacia la
primera línea de edificios. Sospechaba que Simon tenía razón, su
rifle no iba a atravesar aquella armadura. Así que decidió apuntar
al edificio, se preguntó si sería capaz de tirar parte del armazón
y hacer que se derrumbara el techo.
Alguien disparó.
Mark, de hecho, vio que el aire chispeaba alrededor de un
alienígena cuando su campo de fuerza desvió el haz de energía. La
respuesta fue tan aterradora como rápida. La franquicia de los
Kebabs de Babs de la calle Swift explotó.
Mark se agachó cuando
los fragmentos abrasados giraron por el aire.
-¡Mierda!
Cuatro de los
bombarderos que se dirigían al risco de Agua Negra giraron de golpe
y volaron bajo sobre la ciudad. Unos máseres los fustigaron desde
las naves, provocando una larga línea de fuego y vapor en los
tejados.
-A por ellos -gritó
alguien por la matriz de mano-. A por ellos. Disparad.
Explotaron dos
edificios más que hicieron girar en el aire los trozos rotos de las
vigas de los armazones. Los paneles de compuesto daban vueltas por
la calle como simples arbustos. Los disparos de láser, de iones y
hasta las balas acribillaron los edificios del paseo. Los campos de
fuerza que rodeaban a dos de los bombarderos que los sobrevolaban
parpadearon por unos instantes debido a la electricidad
estática.
-Nos van a
masacrar.
-Disparadles,
matadlos a todos, matad a esos cabrones.
El aire emitió un
chisporroteo sibilante sobre Mark. Una línea rieló con un tenue
color violeta. Las llamas estallaron en todas las ventanas abiertas
del restaurante El Jardín de Babilonia que tenía detrás.
-Retiraos. Salid de
ahí, joder.
-¡No! Nos van a ver.
Derribad a los bombarderos.
-¿Dónde está el
convoy? ¿Están a salvo?
-¡Eh, sí! Tengo a
uno, vi caer un muro sobre él. Oh, mierda...
Ya debía de haber
veinte edificios ardiendo con fuerza. Tres más explotaron en rápida
sucesión.
-Dios, no. ¿Qué hemos
hecho?
-Simon, cabronazo.
Todo esto es culpa tuya.
-No perdáis la calma.
Permaneced a cubierto.
Mark miró a David,
que se apretaba contra la pared y había cerrado los ojos mientras
gimoteaba una oración.
-¿Quieres intentar
largarte de aquí? -le preguntó Mark a Liz.
-En la camioneta no
-le respondió ella-. La verán.
-De acuerdo. -Mark
levantó la matriz de mano-. ¿Carys?
La mano de Liz le
apretó el brazo.
-No me lo puedo
creer, por Dios.
Mark se giró y siguió
la mirada incrédula de Liz.
-¿Pero qué
diablos...?
Mellanie bajaba en
esos momentos la calle, pasaba junto al garaje de Motores Ables y
se dirigía al muelle. Se mantenía en el centro, evitando los peores
restos. Tenía el pelo y los hombros húmedos por la lluvia que había
caído, pero aparte de eso estaba tan arreglada como siempre. Unos
tatuajes CO plateados y densos le parpadeaban en el rostro y las
manos, como si fueran su verdadera piel, que salía al fin a la
luz.
-¡Agáchate! -le gritó
Mark.
Mellanie giró la
cabeza y le dedicó una leve sonrisa comprensiva. Un dibujo fractal
dorado y casi subliminal dibujó una espiral alrededor de sus
ojos.
-Quédate ahí -le dijo
la joven con calma-. Esto no es algo que puedas manejar.
-¡Mellanie! La
periodista había avanzado otros cinco pasos cuando cuatro
alienígenas salieron de repente de Géneros de Punto de Kate, a diez
metros de ella, atravesando directamente los paneles de aluminio
que quedaban. Los brazos de los alienígenas dibujaron una curva
para apuntarla con sus armas. Los movimientos se ralentizaron y
después se detuvieron. Los cuatro se quedaron inmóviles en medio de
la carretera.
Mark se dio cuenta de
que todos los bombarderos que había en el aire se iban posando poco
a poco. Sobre el Trine’ba, los bombarderos que se precipitaban
hacia Randtown se hundieron un poco y se inclinaron hacia abajo
para chocar con fuerza contra el agua. Grandes penachos de espuma
se alzaron como una cascada y fueron cayendo para revelar las naves
que se mecían en la superficie.
-¿Mellanie? -dijo
Mark con voz ronca-. ¿Estás haciendo tú esto?
-Con un poco de
ayuda, pero sí.
Mark se puso poco a
poco en pie mientras intentaba detener el temblor de sus piernas.
Liz permanecía a su lado, observando con cautela a la joven. David
asomó la cabeza por encima del muro.
-¡Jesús!
-escupió.
-Coged sus armas
-dijo Mellanie. Su rostro ya estaba plateado casi por completo,
solo permanecían unas cuantas franjas de piel alrededor de las
mejillas y la frente.
-Tienes que estar de
broma -dijo Mark.
Los cuatro
alienígenas dejaron caer las armas al suelo.
-No estás de
broma.
-Deberíais ser
capaces de atravesar sus campos de fuerza con esto -dijo Mellanie-.
Seguramente lo vais a necesitar cuando vayan otra vez a por
vosotros. Este punto muerto no va a durar para siempre. Pero los
mantendré aquí tanto tiempo como pueda. -La joven aspiró una
profunda bocanada de aire y cerró los párpados cromados-. Ahora
alejaos de aquí.
Mark bajó la cabeza,
la voz de la joven también había salido de la matriz de mano.
-Que todo el mundo se
meta en sus vehículos y se retire -ordenó la joven-. Uníos al
convoy.
-¿Qué está pasando?
-preguntó la voz de Simon.
Mark se llevó la
matriz a la boca.
-Tú hazlo, Simon. La
chica los ha detenido.
-¿Los ha detenido
cómo?
-Mark tiene razón
-dijo alguien más-. Estoy viendo a un montón de ellos. Y están ahí
parados, sin hacer nada.
-Fuera -dijo
Mellanie-. No tenéis mucho tiempo. ¡Largaos!
Mark miró las armas
tiradas en el asfalto como si fuera una especie de desafío
infantil. Los alienígenas no se habían movido todavía.
-Vamos -dijo Liz. Y
salió disparada.
Mark se precipitó
tras ella. Las armas eran voluminosas, demasiado pesadas para
llevarlas con facilidad. Mark levantó un par y le lanzó a los altos
e inmóviles alienígenas una mirada de cautela mientras revolvía a
su alrededor, como si ese fuera el acto que terminaría rompiendo el
hechizo e incitándolos a moverse y tomar represalias. David se
acercó y levantó uno de aquellos cilindros achaparrados.
-Vamos a salir de
aquí, por el amor de Dios -dijo Liz.
Mark consiguió
hacerse con una tercera arma. Después salió a toda prisa de aquella
extraña imagen.
-¿Y ahora qué? -le
preguntó Liz a Mellanie.
-Os vais.
-¿Y tú qué? ¿Estarás
bien?
-Sí. -La joven le
lanzó a Mark una de aquellas sonrisas amenazadoramente eróticas-.
¿En paz?
-Sí -dijo él-. En
paz.
-Gracias -dijo
Liz.
Los tres salieron
corriendo hacia la camioneta. Lanzaron las armas alienígenas
robadas a la parte de atrás y Mark clavó el pie en el acelerador.
Le lanzó una última mirada a Mellanie por el retrovisor. La silueta
de una jovencita humana que permanecía desafiante frente a cuatro
grandes alienígenas con armadura, esperando, observando, tan
silenciosa como el ejército que había detenido.
Los implantes de
Mellanie le proporcionaban una imagen nueva del mundo, ya no eran
datos, sino una extensión de sus sentidos normales. De hecho, podía
ver las emisiones electromagnéticas que brotaban de los alienígenas
al irrumpir en la costa. Cada uno de ellos ardía en aquel espectro
negro. Señales largas, complejas y lentas se deslizaban entre
ellos, un conducto de ondas senoidales análogas atestadas que
bailaban y crujían unas alrededor de otras. Formaban redes, pautas
breves y transitorias que iban cambiando sin descanso, poniendo en
contacto a los alienígenas individuales y luego regresando a los
bombarderos que las transmitían en nuevas combinaciones a las
grandes naves cónicas que flotaban sobre el Trine’ba. Inmensas
columnas de información salían en tropel de ambas naves,
retorciéndose por la atmósfera hasta desvanecerse en el interior
del vórtice transdimensional de los agujeros de gusano que pendían
sobre ellas.
Era un contraste
sorprendente con la red electrónica compendiada de Randtown, con
sus esbeltas líneas de impulsos binarios cuidadosamente organizados
que zumbaban con decisión alrededor de Mellanie. Allí donde los
sistemas humanos eran pulcros y eficientes, las efusiones de
aquellos alienígenas eran más bastas. Y sin embargo, la joven
admitía que poseían cierta elegancia integral. Como ocurría con
todas las formas orgánicas.
Mellanie se concentró
en la descarga de extrañas oleadas que irradiaba un bombardero
primo mientras maniobraba sobre el paseo, listo para aterrizar. Una
nueva hornada de implantes despertaron con un zumbido y una
vibración eléctrica dentro de su organismo. Mellanie sabía de la
presencia de la IS en su interior, analizando lo que ella
descubría, separando poco a poco las señales oscilantes para
descubrir su significado. A medida que las emisiones del bombardero
fueron recorriendo los implantes, la joven oyó una voz dura e
ininteligible en el fondo de su mente, una voz que se abría en un
coro de susurros. Y luego estaban las imágenes, filtrándose entre
las señales como un sueño olvidado mucho tiempo atrás. Un punto de
vista confuso y múltiple de motiles que surgían del lago donde se
congregaba; millones, juntos y apretados, resbalando y deslizándose
al tiempo que vadeaban el agua para llegar a la orilla. Junto a
ellos estaba la imponente montaña revestida de salas y cámaras en
la que se centraba toda la vida del sistema solar. Una montaña
donde mucho tiempo atrás brillaba la luz por la mañana. Pero el
cielo ya estaba permanentemente oscuro bajo las densas nubes, una
noche eterna partida solo por el destello incesante de los rayos
que revelaban la lluvia y la cellisca sucia que caía sobre los
campos de fuerza protectores. Un cielo negro que también se veía
desde los asteroides que orbitaban en las alturas, protegiendo el
planeta entero, su turbulencia se iluminaba con un color gris
anodino bajo la luz del sol y las hebras ardientes de las llamas de
fusión. La vida seguía floreciendo bajo aquel velo, entrelazada de
forma inseparable en agrupamientos de sí misma que hervían y
sobrevivían en todas partes, en planetas pequeños y fríos, en lunas
que rodeaban a gigantes de gas, en asentamientos instalados en
asteroides lejanos. Una vida que se extendía ya a otras estrellas y
sus planetas. Una vida que había atravesado los agujeros de gusano
para llegar a Elan, donde se dispersaba sobre el lago para tocar la
tierra.
La vida susurraba en
su interior, dirigiendo a sus motiles soldado para que avanzaran y
entraran en los endebles edificios-caja. Buscó humanos y sus
maquinarias. Y no encontró ninguna de las dos cosas. Aunque había
movimiento, las reveladoras signaturas infrarrojas hacia las que
los motiles soldado comenzaban a dirigirse con movimientos
diestros. En la parte posterior de la zona urbana, unos vehículos
largos se alejaban a toda velocidad. Los bombarderos dibujaron un
ángulo para investigar.
Le dispararon a uno
de los soldados motiles. El inmotil respondió de inmediato, disparó
y destruyó la zona de donde había partido el disparo. Los
bombarderos se lanzaron en picado y barrieron los edificios con
haces coherentes de radiación gamma.
-Lo van a destruir
todo -dijo Mellanie.
-Lo va -la corrigió
la IS-. En singular. Una distribución interesante. Una vida que ha
logrado la unidad, no solo consigo misma, sino con su
maquinaria.
-Me da igual lo que
sea, va a matar a gente.
-Lo sabemos.
Los programas y la
potencia inundaron los implantes de Mellanie y activaron más
funciones todavía. La joven no tenía mucho que ver con aquello,
aparte de añadir sus deseos a la conclusión. Unos tatuajes CO
fabulosamente complejos se arrastraron por su piel y se fundieron
en un solo circuito. Las señales brotaron de su cuerpo y se
superpusieron a las que unían a los motiles. Las interferencias
empujaron y quebraron la lisa consistencia de los pensamientos del
rebaño de soldados. Sobre la alteración cabalgaban nuevas
instrucciones.
Mellanie dejó su
refugio y se acercó poco a poco al Trine’ba para poder observarlo
todo bien. El pobre Mark Vernon intentó advertirla, así que les dio
a él y a sus amigos parte de las armas primas y se aseguró de que
se iba, junto con todos los valientes e inútiles defensores de
Randtown.
-Se ha dado cuenta de
que pasa algo -dijo la IS-. ¿Lo percibes?
Las señales que
surgían des los agujeros de gusano estaban cambiando. En lugar de
órdenes, las preguntas intentaban insinuarse en los pensamientos de
los motiles soldado. El primo quería saber qué mal estaba
contaminando sus unidades.
La IS mantuvo su
pauta de interferencias entre los motiles soldado de Randtown, sin
dejar de formular una única respuesta que enviaba a través de los
implantes de Mellanie.
-Estamos deteniéndote
-le dijo a MontañadelaLuzdelaMañana.
Mellanie fue
consciente de la onda de choque que se extendió por las rutinas de
pensamiento del alienígena, que ocupaban todo el planeta y estaban
a cientos de años luz de distancia.
-¿Quién eres?
-preguntó.
-Somos la IS, aliada
de los humanos.
-Los recuerdos de
Bose saben de ti. Eres el inmotil humano. El punto final de su
individualidad. Te crearon porque sabían que no eran perfectos sin
ti.
Los recuerdos de
Bose, pensó Mellanie. Oh, mierda, eso no es buena señal. Aunque
quizá lo sea de alguna forma, le dará a mi nuevo Dudley la
oportunidad de pasar al fin esa página.
-Tu lectura de los
recuerdos de Bose es inexacta -dijo la IS-. Aunque no vamos a
discutir contigo sobre definiciones. Nos ponemos en contacto
contigo para pedirte que detengas los ataques contra los humanos.
No tienen sentido. No necesitas estos planetas.
-Ni tampoco los
humanos.
-No obstante, ellos
los habitan. Tú los estás matando. Eso debe detenerse.
-¿Por qué?
-Está mal. Y lo
sabes.
-La vida debe
sobrevivir. Estoy vivo. No debo morir.
-Tú no estás
amenazado. Si continúas con esta agresión, la amenaza se cernirá
sobre ti.
-Ya solo con existir,
las otras vidas me amenazan. Solo cuando me convierta en un ser
total garantizaré mi inmortalidad.
-Define total.
-Una sola vida, en
todas partes.
-Eso no ocurrirá,
jamás.
-Me amenazas. Serás
destruida.
-Solo exponemos
hechos. No te será posible destruirnos. Ni podrás destruir muchas
otras civilizaciones que existen dentro de esta galaxia. Debes
aprender a coexistir con nosotros.
-Eso son términos
contradictorios. Solo hay un universo, solo puede contener una
vida. Soy yo.
-No es una
contradicción. Solo te falta experiencia con ese concepto. Te
aseguramos que es posible.
-Te estás
traicionando al creer en eso. La vida crece, se expande. Es
inevitable. Es lo que soy.
-La auténtica vida
evoluciona. Puedes cambiar.
-No.
-Debes cambiar.
-No lo haré. Creceré.
Aprenderé. Te superaré. Te destruiré, os destruiré a los dos.
Mellanie fue
consciente de un cambio en la naturaleza de las señales que
atravesaban los agujeros de gusano para caer sobre el planeta.
MontañadelaLuzdelaMañana les estaba dando a los motiles soldado de
las naves de aterrizaje órdenes claras y después los estaban
desconectando de su red de comunicación. Si bien no tenían una gran
capacidad de independencia, no cabía duda de que un motil soldado
podía seguir instrucciones sencillas y utilizar sus propios
sistemas de combate sin una supervisión directa en tiempo
real.
Dieciséis bombarderos
salieron de las dos naves de aterrizaje y aceleraron a cinco ges.
Los sensores barrieron Randtown en busca de objetivos, brillantes
como focos para la percepción desarrollada de Mellanie.
-¡Abuelo! -chilló la
joven.
Un agujero circular
se abrió tras ella, un diminuto punto de distorsión que flotaba a
un metro de la carretera y producía un curioso efecto de
magnificación retorcida en el aire. Se expandió a toda prisa hasta
convertirse en un círculo de color gris neutro de dos metros de
diámetro. Mellanie lo atravesó de un salto.
Dos segundos después,
dieciséis láseres de átomos se cruzaron en el aire vacío donde se
había encontrado ella un instante antes.
Mellanie se levantó
de la hierba y parpadeó para defenderse de la luz cálida mientras
hacía una mueca de dolor y se sujetaba la rodilla que se había
lastimado con tan mal aterrizaje. Se le fue enfriando la piel y su
lustre de color platino fue regresando poco a poco al tono moreno y
sano que mantenía gracias al costoso salón de belleza que
frecuentaba en Augusta. Por afinidad, su cuerpo comenzó a
recuperarse también de la conmoción, el pulso acelerado de su
corazón comenzó a disminuir y se calmaron los temblores. Valiente
sensación de invencibilidad que le daban los implantes.
Tras ella, la salida
del agujero de gusano estaba construida en la pared de un
acantilado liso. Una especie de dosel triangular de lona se
extendía encima. Delante de ella... Mellanie se olvidó de las
rodillas magulladas y estuvo a punto de caerse. Estaba
desequilibrada por completo y la tierra se curvaba sobre su cabeza.
Un vértigo que se parecía mucho a un mareo la golpeó con
fuerza.
-¿Dónde coño estoy?
-graznó.
-No te alarmes -dijo
la IS-. Este es el único generador de agujeros de gusano de la
Federación que en estos momentos no se estaba utilizando y podía
llegar hasta ti.
-Humm... -Había
alguien que no había reparado en gastos a la hora de acondicionar
el paisaje de aquel inmenso cilindro. Solo había montañas
gigantescas con cataratas que caían formando espuma por largos
conductos de roca. Grandes lagos y ríos llenaban los fondos de los
valles. La luz surgía de un único huso que recorría el eje-. Esto
no es el Ángel Supremo -dijo la joven.
-Pues claro que
no.
-Pero dispone de
gravedad artificial. Nosotros no sabemos hacer eso. ¿Es una
estación espacial alienígena?
-Es una estructura de
factura humana que pertenece a alguien que tiene una fortuna
considerable. El efecto de la gravedad se produce gracias solo a la
rotación, como la rueda de soporte vital del Segunda
Oportunidad.
-Ah, ya, claro.
Resulta que no di ciencias en la escuela.
-Resulta que no diste
nada en la escuela, mi pequeña Mel.
-Gracias, un gran
momento para recordármelo, abuelo. Bueno, ¿y quién vive aquí?
-El propietario
prefiere proteger su intimidad. Pero dadas las circunstancias, no
creo que proteste por tu visita. Ya he reprogramado al agujero de
gusano para que te lleve a Augusta. Ten la amabilidad de
cruzarlo.
Mellanie seguía
contemplando el interior.
-Es fantástico. ¿Y
tiene un agujero de gusano privado? -La joven esbozó una sonrisa
encantada-. Ozzie.
-Respetarás su
intimidad.
-Ya, ya. -Se detuvo
de repente. El torrente de adrenalina que la había sostenido
durante todo el enfrentamiento de Randtown comenzaba a desaparecer.
Cuando levantó una mano, ya no quedaba ninguna señal de los
tatuajes CO-. ¿Y qué pasa con el convoy?
-Han llegado todos al
valle de Páramo Alto.
-Pero... la Marina
tardará días en evacuarlos. Ese monstruo alienígena los matará a
todos.
-Lo intentará,
sí.
-Vuelve a abrir el
agujero de gusano en Páramo Alto. Tenemos que sacarlos de
allí.
-Esa sugerencia no es
nada práctica. Este agujero de gusano es pequeño. Los refugiados de
Randtown tendrían que pasar de uno en uno. El proceso llevaría
horas y le proporcionaría a MontañadelaLuzdelaMañana una
oportunidad perfecta para fijar su objetivo.
-¡Ábrelo!
El monitor táctico de
Wilson le mostró los aerorrobots de guerra electrónica que habían
despegado de Treolar. Cinco salieron volando en un movimiento de
pinza que atravesó la niebla y el humo para rodear a las tropas
primas de tierra que se dispersaban desde Scraptoft. Las posiciones
de los alienígenas se revestían de telarañas de color naranja y
jade cuando sus extrañas comunicaciones destellaban entre ellos.
Aquellos estallidos intermitentes, aparentemente aleatorios, le
recordaban a Wilson a las descargas sinápticas entre las neuronas
individuales.
Los sensores furtivos
le mostraron imágenes de los primos con armadura que se deslizaban
por lo que quedaba de los edificios de Scraptoft. El modo que
tenían de moverse le indicó a Wilson que tenían mucha práctica en
las artes de la guerrilla urbana. Ya habían matado a varios humanos
que se habían quedado en la pequeña ciudad costera, y habían
utilizado armas que eran lo bastante potentes como para destruir
medio edificio con un solo disparo. Los reportajes de la prensa de
otros mundos asaltados habían mostrado atrocidades parecidas. A los
primos no les interesaba hacer prisioneros.
Más de quince mil
alienígenas con armaduras habían salido de las grandes naves para
ayudar a capturar Scraptoft. Estaban muy ocupados estableciendo un
perímetro fortificado en un radio de diez kilómetros alrededor del
pueblo. Unos bombarderos de carga habían trasladado varios
generadores de campos de fuerza, junto con armas capaces de
derribar cualquier aerorrobot que se acercara demasiado. Al menos
eso significaba que la formación protectora de ocho naves había
amerizado al fin, aunque aquella mezcla de niebla y humo, cálida y
turbia, que habían creado, estaba tardando mucho en
dispersarse.
Las cuatro primeras
naves que habían aterrizado habían vuelto a despegar otra vez y
regresaban a los agujeros de gusano que había sobre el planeta.
Wilson prefería no pensar en la clase de material que llevarían al
planeta cuando volvieran.
-Aerorrobots GE
activándose -dijo Anna.
Las ligeras navecitas
aparecieron de repente por el horizonte y comenzaron a bloquear los
sensores de las armas del perímetro. No les disparó nada. Se
acercaron más y comenzaron a irrumpir en las múltiples
retransmisiones primas.
-Hijo de puta -dijo
Wilson. Era la primera vez que sonreía en todo el día. Los sensores
furtivos le mostraban que los primos armados se movían con más
lentitud y de forma errática, soldados mecánicos a los que se les
estaba acabando la cuerda.
-Vuelve a meter ahí a
los aerorrobots de combate -le dijo Wilson a Rafael-. Golpea a esos
cabrones.
Los aerorrobots GE
ampliaron el asalto y atacaron los enlaces de comunicación entre
los bombarderos y las naves de aterrizaje que permanecían en el
mar. Era el mismo efecto, los bombarderos seguían elevándose o se
iban cayendo dando tumbos.
A mil kilómetros de
altura, sobre Anshun, ocho naves primas alteraron su trayectoria de
descenso para poder sobrevolar Scraptoft. El cambio apareció de
repente con un destello en el monitor táctico.
-A ver si también
podemos usar la GE con ellos -dijo Wilson-. ¿Cuántos sistemas
dedicados a GE tenemos?
-Solo encuentro otros
setenta y tres en la lista del registro gubernamental -dijo
Anna.
-Quiero todos y cada
uno. Que los desplieguen.
-Sí, señor.
-Si nos permites
hacer una sugerencia -dijo la IS-. Quizá sea posible utilizar los
elementos supervivientes de las ciberesferas planetarias para
producir un efecto parecido. Las señales primas parecen muy
susceptibles a las interferencias. Incluso los sistemas no
militares deberían ser suficientes para crear un grado razonable de
alteraciones.
-¿Querrás hacerlo por
nosotros?
-Por supuesto.
-Almirante -exclamó
Anna-. Han llegado las naves estelares.
La presidenta de la
Cámara de Anshun, Gilda Princess Marden, y su Consejo de Ministros
se encontraban en el centro de emergencia civil, a veinte metros
por debajo del palacio de la Regencia, intentando coordinar la
evacuación de la capital con las necesidades de la Marina para
desplegar tropas y aerorrobots. Por consiguiente no podían ver el
cielo. Tampoco es que hubiera importado mucho, aquel espantoso
vapor corrupto seguía girando alrededor del campo de fuerza de la
ciudad, impidiendo cualquier visión que se pudiera tener de las
luces que se filtraban por el espacio, sobre el planeta. Pero en
otras ciudades de Anshun no había aquella obstrucción, como tampoco
la tenían los millones de personas sorprendidos fuera de los campos
de fuerza urbanos que seguían luchando por alcanzarlos. Hasta en el
lado iluminado del planeta, los habitantes pudieron ver las estelas
de vapor de los motores de fusión de las naves primas que cruzaban
el espacio al elevarse y caer de los agujeros de gusano. Comenzaban
a aparecer nuevas luces, el color turquesa brillante de la
radiación Cherenkov que destellaba como si de repente se hubieran
prendido en la órbita una serie de pequeñas estrellas. Había cinco,
separadas por un espacio equidistante de tres mil kilómetros sobre
el ecuador del planeta. Las naves de guerra Intrépida, Desafiante y
Desperado salieron al espacio real junto con las naves exploradoras
Conway y Galibi. Después de eso fue imposible mirar directamente al
cielo. Los motores de fusión abrieron líneas enormes de fuego
deslumbrante a través de las constelaciones cuando hicieron
acelerar naves y misiles a varias ges. Las explosiones nucleares
brotaron sin ruido, hinchándose para fundirse en una nebulosa más
brillante que el sol que rodeó el mundo entero. De vez en cuando,
los haces de energía penetraban en la atmósfera y se convertían en
unas intensas columnas resplandecientes de luz violeta de decenas
de kilómetros de altura que duraban un segundo o más. Allí donde
tocaban el suelo, saltaban gotas letales de roca fundida que se
añadían al fuego que se extendía como un reguero de pólvora desde
el punto de aterrizaje. Inmensos estallidos de radiación inflamaron
la ionosfera, provocando tormentas boreales que recorrieron el
globo entero. La batalla duró más de una hora, después la nebulosa
se desvaneció y sus iones salieron disparados hacia el espacio
interplanetario, enfriándose y descomponiéndose al dispersarse. A
su paso, se aventuraron a salir más naves primas de los agujeros de
gusano para llenar una vez más el espacio de la órbita inferior con
sus esbeltos y vívidos gases de escape. Durante horas, grandes
bandadas de meteoritos en llamas cayeron a la tierra, dejando tras
de sí largas estelas de humo negro.
Cualquiera que
permaneciera en terreno abierto mantenía un ojo temeroso en el
cielo para evitar los escombros que caían al tiempo que redoblaban
los esfuerzos por llegar a un refugio.
La camioneta Ables se
tambaleó como una loca cuando Mark pisó el acelerador a fondo por
la carretera de piedra que recorría el valle de Páramo Alto.
Dirigía la pequeña banda de vehículos que transportaban a los
miembros supervivientes de la retaguardia de Simon Rand. Un par de
kilómetros más adelante, el convoy de autobuses iba devorando el
terreno. No veía al MG aunque sabía que estaba allí arriba, muy por
delante de los autobuses. Tenían una comunicación clara con Carys,
la red que recorría Páramo Alto se había reconstruido sola y
contaba con casi un treinta por ciento de su capacidad
original.
-Estamos más o menos
en el cruce -les dijo Carys. La voz que salía de la matriz de mano
era aguda y forzada-. Barry dice que es la carretera que nos lleva
al Ulon.
-¿Qué hacen? -le
preguntó Mark a Liz-. ¿Se van a casa?
-Dios sabe. -La mujer
apretó uno de los iconos de la matriz-. Simon, ¿tienes alguna idea
de hacia dónde deberíamos ir?
-Creo que el valle
Turquino debería ser la primera alternativa -dijo Simon-. Es
relativamente estrecho, con lados altos, lo que hará que a los
alienígenas no les vaya a resultar fácil llegar allí volando.
-Pero es un punto
muerto -protestó Yuri Conant.
-Hay una pista que
sale al Sonchin -dijo Lydia Dunbavand.
-Una pista de tierra
-dijo Mark-. Para cabras. No la podría usar ni siquiera un
todoterreno.
-No obstante, es ahí
a donde deberíamos dirigirnos -dijo Simon-. Solo tenemos que
aguantar hasta que la Marina abra un agujero de gusano para
evacuarnos.
Liz golpeó el
salpicadero con un dedo.
-Estamos en el
puñetero puesto ochocientos setenta y siete de la lista -gimió-. Lo
único que va a quedar de nosotros para entonces va a ser unos
cuantos trozos de carbón.
La matriz destelló
con el icono de una llamada general.
-Tengo un agujero de
gusano abierto dentro del valle Turquino -dijo la voz de Mellanie-.
Me temo que no es muy grande, así que va a llevar mucho tiempo
hacer pasar a todos. Si tenemos suerte podemos conseguirlo antes de
que los primos descubran lo que está pasando. ¿Simon?
-Que el cielo te
bendiga, Mellanie -dijo Simon-. Esta bien, amigos, ya lo habéis
oído. Que el convoy se dirija al Turquino.
-Pero si dejamos a
Mellanie atrás -dijo Mark sin expresión.
Apenas habían llegado
al risco de Agua Negra cuando una enorme y potente explosión había
arrasado casi un tercio de la ciudad. El centro parecía encontrarse
en el garaje de Motores Ables, donde habían dejado a Mellanie. En
ese momento, Mark se había dicho que la joven habría encontrado una
forma de salir, aunque no tenía ni idea de cómo. Al ver que había
acertado, más que alivio, comenzaba a inquietarle bastante Mellanie
Rescorai y sus habilidades.
-Dijo que iba a
buscar ayuda -recordó Liz.
-¿Quién coño presta
una ayuda de esa magnitud?
-O bien es alguien
como Sheldon o quizá la propia IS. No se me ocurre otro modo de
lograrlo.
-Dios todopoderoso,
¿por qué ella?
-Y yo que sé, cielo
-dijo Liz-. ¿Dios tiene sentido del humor, después de todo? Pero me
alegro de que esté de nuestro lado.
-Maldita sea. -Mark
aferró con fuerza el volante y se quedó mirando con gesto hosco por
el parabrisas agrietado y mugriento. Una larga fila de camionetas,
todoterrenos y autobuses salían de la carretera de Páramo Alto
justo antes del cruce principal y cogían una pista incluso más
pequeña que serpenteaba por una línea de altos álamoliis de color
jade oscuro que marcaban el límite de la finca de Calsor.
-¿Carys? -preguntó
Liz.
-De camino a ninguna
parte. Espero que vuestra amiguita sepa lo que está haciendo.
-Yo también.
El valle Turquino era
estrecho incluso para lo que eran los terraplenes septentrionales
de Páramo Alto. Una uve casi simétrica que comenzaba doscientos
metros por encima del fondo de Páramo Alto. En las paredes se veían
algunas hierbas rayo que luchaban por subsistir en las laderas más
bajas, pero, tras unos cincuenta metros de vegetación, el suelo de
piedra daba paso a la roca desnuda. Unos arroyos se filtraban desde
los picos desiguales, alimentando las corrientes rápidas que
bajaban haciendo espuma por el fondo y desembocaban en Páramo
Alto.
Para cuando la pista
llegaba a la boca del Turquino, no era más que una línea aplastada
de hierba rayo. Solo las ovejas y las cabras más temerarias se
perdían por aquel valle.
Yuri Conant lideraba
el convoy con su todoterreno. Ya dibujaba un ángulo marcado cuando
llegó al arroyo gélido que brotaba del Turquino. A través del
parabrisas vio las montañas que se alzaban imponentes sobre él,
vigilando la entrada. Su vehículo iba a tener bastantes problemas
para seguir adelante. Y desde luego los autobuses no iban a poder
cruzar el arroyo. Cruzó el agua y frenó.
Cuando salió del
coche supo que jamás olvidaría la visión del convoy sacudiéndose
ladera arriba. Unos grandes rayos de sol se abrían paso entre las
magulladas nubes para jugar sobre los mugrientos y apaleados
vehículos. Las camionetas estaban atestadas. Todos los autobuses
tenían las puertas abiertas para dejar entrar un poco de aire tras
el fallo de los sistemas de aire acondicionado, la gente estaba de
pie en los pasillos. El ruido de los niños aterrorizados y los
adultos heridos llegó mucho antes de que lo alcanzaran los
vehículos. El más destacado de todos era el hermoso deportivo gris
metálico de Carys, cuyas gruesas ruedas habían bajado por debajo
del chasis con unas suspensiones telescópicas y se bamboleaba sobre
el accidentado terreno con la facilidad de cualquier
todoterreno.
Atravesó el arroyo
sin dificultad y aparcó a su lado. Bajaron una ventanilla.
-¿Alguna señal del
agujero de gusano? -preguntó Carys. Barry y Sandy se habían
apretado en el asiento del pasajero, a su lado, mientras Panda se
había echado en la parte de atrás.
-No desde aquí,
no.
-Muy bien, seguiré
hasta donde pueda.
Yuri le hizo un gesto
lánguido con la mano cuando el deportivo se alejó por el valle,
manteniéndose paralelo al arroyo. Lo siguieron varios todoterrenos;
entonces llegó el primer autobús y se puso a ayudar con los
heridos.
Cuando Mark se detuvo
en el aparcamiento improvisado, la escena se había convertido en
una repetición de la estación de autobuses. Muchas de las personas
estaban trepando por la ladera de hierba rayo para entrar en el
valle, tirando de los niños tras ellos. Docenas más se
arremolinaban alrededor de los cuatro autobuses que transportaban a
los heridos, sacando las camillas a mano por las puertas.
-Lo tengo -exclamó
Carys con tono alborozado por la matriz-. Estamos a quinientos
metros del comienzo del valle. Mellanie está aquí, esperando y no
hablaba en broma, jamás he visto un agujero de gusano tan
pequeño.
-¡Mételos! -estalló
Mark. Sintió la mano de Liz en la suya, agarrándolo con
fuerza.
-Fuera del coche
-dijo Carys-. Cinco metros. Mellanie nos dice hola. Sí, ya, hola.
Muy bien, Barry, vamos, cariño. Eso es. Cógeme de la mano, Sandy.
Mark, estamos a salvo...
Su sobrino dejó
escapar un sollozo. A su lado, Liz sonreía a pesar de tener los
ojos húmedos. Se miraron durante un largo minuto. Liz fue la
primera en hablar.
-Supongo que será
mejor que vayamos a echar una mano.
Simon estaba
reuniendo a su pequeña banda de devotos junto al arroyo torrencial.
Levantó una mano cuando pasaron Mark, Liz y David.
-Los que tenemos
armas deberíamos atrincherarnos aquí, a la entrada del valle, e
intentar cubrir a nuestros amigos y familias. Tardará algún tiempo
en pasar todo el mundo y es probable que los alienígenas vengan a
por nosotros.
Mark le lanzó a Liz
una mirada de desesperación.
-Creo que vuelve a
hablar de nosotros -dijo por lo bajo.
-Sí. Bueno, al menos
esta vez tenemos armas pesadas. -Liz levantó uno de los grandes
cilindros que les había quitado a los primos.
-No sabemos qué son,
ni cómo funcionan.
Su mujer le dedicó
una sonrisa lobuna.
-Pues menos mal que
tenemos al mejor técnico de Randtown con nosotros, ¿eh,
cielo?
Durante varios
minutos se hizo el silencio en el monitor táctico después de que
Desperado activara de repente el hipermotor y se retirara de la
batalla sobre Anshun. Wilson movió las manos por los iconos y
conectó los monitores de los sensores. Tampoco era que a Anshun le
quedaran muchos sensores que funcionaran, pero los aerorrobots
proporcionaban barridos intermitentes del espacio justo sobre la
tempestuosa ionosfera. Cuarenta y ocho agujeros de gusano mantenían
su posición en un efímero collar situado a dos mil kilómetros sobre
el ecuador. Mientras Wilson miraba, varios tipos de naves primas
comenzaron a salir de los agujeros y aceleraron para atravesar la
infernal nube radioactiva de polvo cósmico y escombros que se
agitaba alrededor del planeta.
-Siguen ahí -dijo
Elaine Doi con un murmullo horrorizado-. No hemos cerrado ni uno
solo de ellos. ¡Ni uno!
-Hay que llegar a los
generadores -dijo Dimitri Leopoldovich-. Golpearlos con asaltos de
energía pura desde este lado no sirve para nada, ya son en sí
mismos manifestaciones de energía ordenada.
-Muchas gracias,
académico -dijo Rafael-. Acabamos de ver morir a cuatro de nuestras
naves por intentar defendernos, así que a menos que tengas algo
constructivo que añadir, cierra la puta boca.
-Cincuenta y dos
naves alienígenas destruidas o dañadas -dijo Anna-. Nuestros
misiles superan siempre a los suyos. Pero ellos son muchísimos más.
Esa es la ventaja con la que cuentan siempre.
-¿Qué vamos a hacer?
-preguntó la presidenta. A Wilson le asqueó lo quejumbrosa que
sonaba la voz de la dama.
-Nuestros aerorrobots
han conseguido golpear cada punto de aterrizaje de Anshun mientras
las naves combatían sobre el planeta -dijo Rafael-. Hemos destruido
al noventa por ciento de sus tropas. Tendrán que comenzar de nuevo
la ocupación.
-Para lo que no me
cabe duda de que cuentan con los recursos necesarios -dijo la
presidenta-. Vuelven a contar con la ventaja de los números.
-Es probable, pero
entretanto podemos terminar la evacuación.
-Ahora tenemos
abiertos ocho agujeros de gusano más dentro de los campos de fuerza
de la ciudad -dijo Nigel Sheldon-. En otras tres horas deberíamos
tener evacuada Anshun.
-¿Y los otros
planetas? -preguntó Doi con frialdad. Se estaba recuperando bien
después de la pérdida de las naves estelares.
-La estrategia de
guerra electrónica está resultando eficaz -dijo la IS-. No cabe
duda de que está ralentizando el ritmo de avance una vez que los
alienígenas llegan a la superficie planetaria. Tienen que eliminar
físicamente los nodos de la ciberesfera, uno por uno, a medida que
se despliegan. Sin embargo, los últimos aterrizajes nos han dado
motivos de preocupación.
-¿En qué sentido?
-preguntó Wilson.
-Hemos estado
utilizando sensores furtivos para examinar lo que están descargando
en estos momentos en varios mundos. Parece ser maquinaria para
montar salidas de agujeros de gusano, lo que les permitirá
anclarlos en la superficie del planeta.
-Si entran
directamente en el planeta, jamás conseguiremos detener su
incursión -dijo Nigel.
-Siendo realistas, no
lo vamos a conseguir, de todos modos -dijo Wilson-. No hasta el
punto de poder recuperar ese terreno. Mira el estado en el que ha
quedado el medioambiente en los mundos asaltados.
-¿Los das por
perdidos? -preguntó Doi.
-Básicamente, sí
-respondió Wilson.
-Nos van a crucificar
-dijo la presidenta-. El Senado nos va a sacar a patadas del cargo
a todos y cada uno, y es probable que la misma patada nos lleve a
la cárcel.
La visión virtual de
Wilson imprimió: «No, no merece la pena»; el código del origen del
texto identificaba a Anna como la remitente.
-No sabíamos que iba
a ser tan grave -dijo el comandante con suavidad.
-Sí que lo sabíamos
-dijo Dimitri.
Wilson se volvió
hacia las representaciones traslúcidas de los planetas. Las
ciberesferas de cada uno estaban ilustradas por vívidas hebras
doradas. Había zonas negras rodeando cada una de las zonas de
aterrizaje de los primos que iban comiéndose poco a poco el
dorado.
-Ya no tenemos nada
más con lo que atacarlos -dijo Wilson-. Todo lo que podemos hacer
es retirarnos y reagruparnos.
Tomó la primera de
una serie de profundas bocanadas de aire, pero ni siquiera el
aporte de oxígeno pudo contener aquel hastío negro. No había habido
ni una sola guerra en la historia de la humanidad en la que se
hubiera perdido tanto en tan poco tiempo. Y yo soy el que está al
cargo. Dimitri tiene razón, lo sabíamos, solo que no quisimos
admitirlo.
El capitán Jean
Deuvoir oyó los ventiladores que zumbaban con eficiencia tras las
rejillas mientras aspiraban el humo acre del puente de mando del
Desperado. La nave de guerra había tenido suerte, ese último
estallido de energía dirigida había estado a punto de perforar el
campo del casco. De todos modos se habían producido unas brechas
localizadas que habían hecho estragos en los circuitos eléctricos.
Los estabilizadores habían hecho lo que habían podido, pero ni
siquiera los superconductores podían enfrentarse a descargas
inducidas por estallidos de megatones nucleares. Con las defensas
peligrosamente debilitadas, el capitán había activado de golpe el
hipermotor del Desperado para huir de los proyectiles primos que se
precipitaban hacia ellos.
-Merde! -gruñó cuando
reaparecieron en el exterior del halo de cometas del sistema de
Anshun. Su visión virtual le mostró que los sistemas electrónicos
de la nave se estaban reconstruyendo. Ya no quedaba demasiada
redundancia. Jamás sobrevivirían a otro ataque sostenido. Y eso
sería lo que ocurriría si volvían. Las naves y proyectiles primos
no parecían tener fin.
En los cuatro iconos
de comunicación con las otras naves destellaban las señales de
«inválido».
-¿Cómo están las
cosas ahí detrás? -le preguntó a Don Lantra, que se encargaba de
los sensores.
Don le lanzó una
mirada de cansancio.
-Acabo de perder el
rastro del Intrépido. Y con ella ya son todas, jefe.
A Jean le apetecía
darle un puñetazo al panel, un gesto inútil y difícil en caída
libre.
Conocía a la mayor
parte de los componentes de las otras tripulaciones. En el Ángel
Supremo salían juntos con frecuencia, una gran fraternidad que
vivía en las vidas del resto. La única forma de volver a verlos
sería después de que se sometieran a procesos de renacimiento. Y ni
siquiera eso suavizaba el golpe. Tardarían años. Suponiendo que la
Federación durase tanto.
En su visión virtual
destelló un icono de comunicación, lo llamaba el almirante
Kime.
-¿Cuál es tu
situación, Jean? -preguntó Wilson.
-Estabilizando las
cosas aquí fuera. Podremos hacerles otra pasada pronto.
-No. Regresad al
Ángel Supremo.
-Todavía nos quedan
siete misiles.
-Jean, ya han entrado
otras cincuenta naves. Has hecho un trabajo magnífico, lo habéis
hecho todos, pero la evacuación ya está casi completa.
-¿Están abandonando
Anshun?
-Tenemos que hacerlo.
Estamos evacuando todos los mundos atacados.
-No. ¿Todos ellos?
Pero tenemos que hacer algo. No podemos permitir que venzan. Hoy
son veintitrés mundos; si dejamos que los ocupen, mañana serán
cien. Tenemos que contraatacar.
-No hemos dejado de
luchar, Jean, y hemos tenido algunas victorias. Tú y las demás
naves le habéis dado a Anshun un tiempo valiosísimo. Pero sois la
única nave de guerra que queda, así que regresa a la base y os
repararemos para que podáis luchar otro día.
-¿Victorias? A mí no
me lo parece. Dimitri tenía razón, tendríamos que atravesar los
agujeros de gusano para bloquearlos desde el otro lado.
-Sabes que no
podríamos, están demasiado bien defendidos. Encontraremos la
estrella que están utilizando como puesto avanzado, Jean. Los
golpearemos allí. Y tú estarás al mando de toda la fuerza
especial.
-¿Y cuánto tiempo va
a llevar construir todas esas naves, almirante?
-El tiempo que haga
falta. Ahora regresa a la base.
-Sí, señor.
El capitán les ordenó
a las correas de plástico contrachapado de su sillón de aceleración
que se aflojasen y apretó los músculos del estómago para poder
erguirse y sentarse. El resto de la tripulación del puente lo
estaba mirando.
-No estoy preparado
para aceptar esta derrota -les dijo-. Mi depósito de memoria se
actualizó antes de abandonar el Ángel Supremo, me uniré a nuestros
camaradas en el proceso de renacimiento. Voy a llevar esta nave de
regreso a Anshun, donde hará honor a su nombre. Si alguien desea
irse ahora, que por favor utilice las cápsulas salvavidas, la
Marina lo recogerá.
Todo lo que vio fue
sonrisas y unas cuantas expresiones serias. Nadie aceptó la oferta
de abandonar la nave.
-Muy bien, damas y
caballeros, ha sido un placer y un honor servir con ustedes. Dios
mediante volveremos a servir juntos después de renacer. Por ahora,
debemos reprogramar el hipermotor. Hay muchos limitadores de
seguridad que hay que quitar.
Las nubes se iban
despejando al fin al terminar el día, permitiendo que un crepúsculo
rosado se filtrara en Páramo Alto. Desde su posición, agazapado
tras un grupo de peñascos a unos treinta metros del fondo del valle
Turquino, Mark Vernon observaba la tierra que tenía delante y que
iba empapando la luz, adquiriendo un leve tono rojizo. Desde allí
no llegaba a ver el valle de Ulon, cosa que agradecía. Poder ver su
casa mientras esperaba para irse habría sido insoportable.
-Ya no falta mucho,
cielo -dijo Liz.
Mark le sonrió,
asombrado como siempre al ver lo bien que percibía su mujer su
humor. Liz se estaba tomando un respiro, sentada con la espalda
apoyada en los peñascos y un grueso forro polar envolviéndole los
hombros para defenderse del frío que las Dau’sings arrojaban sobre
el Turquino.
-Supongo que no.
-Veía bajo él el final de la cola, apenas quedaban unas mil
personas que arrastraban los pies junto al pequeño arroyo con su
agua helada. Hasta el agujero de gusano quedaba visible desde su
atalaya, un círculo pequeño de color gris oscuro que comenzaba a
quedar absorbido por las profundas sombras que envolvían la base
del valle. El MG estaba aparcado a un lado del agujero, el primero
de varios vehículos que habían abandonado a lo largo de la exigua
pista. No estaba muy lejos. En su mente, Mark había repasado una y
otra vez el tiempo que le llevaría bajar corriendo la accidentada
pendiente para llegar hasta él. Tampoco era que correr le fuera a
servir de mucho. Antes tenían que pasar todos los demás. Incluso en
ese momento, cuando ya solo quedaban los adultos sanos, todavía
parecían estar tomándose su tiempo, ¿es que no se daban cuenta de
la urgencia que había?
-Han llegado a Páramo
Alto -dijo Mellanie.
Mark le lanzó a la
matriz de mano una mirada irritada. ¿Cómo coño lo sabía aquella
chica? En ese momento el monitor de la pantalla de la matriz le
mostró un nodo del otro extremo de Páramo Alto que se acababa de
desconectar. ¡Ah!
Liz cogió la enorme
arma alienígena y se agachó junto a Mark.
-Veinte minutos -dijo
al tiempo que le echaba una rápida mirada a la cola de gente-. Eso
es todo. Quizá menos.
-Quizá. -Le pareció
que la cola estaba empezando a moverse más rápido, un poco más. La
pantalla de la matriz de mano le mostró que otros dos nodos se
habían desactivado en Páramo Alto. Se oyó un leve sonido que podría
haber sido una explosión.
-¿Estamos todos
listos? -preguntó Simon.
Se encontraba en el
lado contrario al de Mark, con otra de las grandes armas
alienígenas. A Mark no le había llevado mucho tiempo amañar los
gatillos para que pudieran utilizarlos manos humanas. Tenían una
extraña disposición doble de botones que había que apretar por
orden y que a los dedos les resultaba difícil utilizar. Una de las
armas disparaba unos micromisiles explosivos mientras que las otros
tres eran potentes armas de rayos.
-Supongo -murmuró
Mark con gesto hosco.
Liz se llevó la
matriz de mano a la boca.
-Preparados.
-Recordad, en cuanto
hayáis disparado las armas, retiraos.
Liz puso los ojos en
blanco y miró a Mark.
-Sí, lo
recordaremos.
Mark se inclinó sobre
ella y la besó.
-No creo que tengamos
tiempo -le dijo su mujer con coquetería.
-Solo por si acaso
-dijo Mark, casi avergonzado-. Quiero que sepas, por si pasa algo,
que te quiero de verdad.
-Oh, cielo. -Liz lo
besó-. Cuando atravesemos ese agujero de gusano, esos pantalones
van fuera, caballero.
Su marido esbozó una
amplia sonrisa. Otro nodo de Páramo Alto se había desvanecido. Mark
calculó que era el que estaba cerca de la finca de Marly. A un
kilómetro quizá de la entrada al Turquino.
-¿Vamos a volver
aquí? Quiero decir a vivir.
-No lo sé, cielo.
Simon cree que sí.
-¿Quieres volver, si
podemos?
-Pues claro que sí.
Aquí he pasado los mejores años de mis vidas. Vamos a seguir
viviendo así.
Tres nodos más se
desactivaron.
-Aquí vienen -gruñó
Mark.
Después de pasarse
dos horas modificando varios sistemas, el Desperado regresó de
nuevo al hiperespacio. Al límite de velocidad estaban a dos minutos
de Anshun. Jean Duvoir estaba completamente absorto en el monitor
del hisradar, que le mostraba los agujeros de gusano que rodeaban
el planeta como motas de brillo diamantino. Escogió una y alineó la
nave de combate directamente con ella.
Cuando estaban a
treinta segundos de tiempo de vuelo del agujero de gusano, le
ordenó a la IR de la nave que formulara el punto de fuga. En
circunstancias normales, la salida del hiperespacio estaba
salvaguardada por los programas de la IR, que restringían la
velocidad relativa de la apertura. Si salían en una órbita
planetaria, la trayectoria de la abertura se adaptaba a la
velocidad de fuga local, lo que garantizaba una entrada segura en
el espacio real. Una vez eliminados los limitadores, Jean le dio a
la abertura una velocidad de cero coma dos de la velocidad de la
luz.
La radiación
Cherenkov brotó por la fractura del espacio-tiempo a quinientos
kilómetros del agujero de gusano primo. El Desperado salió con un
destello del centro del resplandor violeta, viajando a una quinta
parte de la velocidad de la luz al chocar contra el campo de fuerza
que cubría el agujero de gusano. La detonación fue instantánea y
convirtió directamente un porcentaje muy alto de su masa en energía
en forma de radiación ultradura que perforó el campo de fuerza como
si no fuese más que una burbuja de quebradizo cristal antiguo. El
agujero de gusano primo quedó abierto y expuesto a toda la potencia
del nuevo sol temporal que se había alzado sobre Anshun.
Uno de los
bombarderos cilíndricos alienígenas cruzó disparado el extremo del
valle de Turquino. Mark intentó perseguirlo con la boca de su arma,
pero el aparato se ocultó zumbando tras la escarpada pendiente del
otro lado antes de que él pudiera acercarse. Un largo estruendo de
aire agitado reverberó desde Páramo Alto.
Aparecieron dos
bombarderos más desplazándose mucho más despacio que el primero.
Mark consiguió centrar uno en la mira y apretó el gatillo. El campo
de fuerza del bombardero ardió en medio de una luz turquesa y
nublada, con pequeños fragmentos de electricidad estática
estallando de forma repetida en el suelo. Liz disparó su arma de
rayos e intensificó la corona. En el otro lado del valle, Simon
disparó el arma de proyectiles. Un chorro de fuego azul horizontal
se escapó del campo de fuerza amenazado, provocando
resplandecientes bolas de fuego que goteaban alrededor del
tembloroso aparato. La nave se ladeó de repente y desapareció de su
línea de visión. Su compañera se alejó a toda prisa.
-¡Moveos! -gritó
Mark.
Se apartaba corriendo
de los peñascos, agazapado, con la pesada arma en las manos.
Cincuenta metros más adelante, algo más abajo, había otro grupo de
peñascos. Con los pies aporreando la esponjosa hierba rayo, el
corazón disparado y Liz vitoreando como una maníaca tras él, el
joven sintió que esbozaba una sonrisa estúpida. Era casi como si se
estuviera divirtiendo.
Estaba a cinco metros
del refugio cuando un enorme estallido destruyó los peñascos que
habían estado usando. Mark se tiró al suelo y cambió de humor al
instante, lo que empezó a sentir fue puro miedo.
-¿Te encuentras bien?
-chilló mientras el rugido del bombardero sacudía el aire.
Liz levantó la
cabeza.
-¡Joder! Sí, cielo.
Vamos, muévete.
A su alrededor
llovían trozos de piedras calientes y tierra humeante. Detrás de
ellos ardía un amplio círculo de hierba rayo que soltaba un humo
denso y maloliente. Mark medio se arrastró, medio gateó hasta
rodear el siguiente grupo de peñascos, donde quedó tirado, jadeando
con fuerza; le temblaban las piernas. Cuando se arriesgó a mirar
hacia atrás, vio un bombardero flotando inmóvil a la entrada del
valle. Sabía que debería dispararle otra vez, pero no tenía valor
para apuntar el arma. Mientras miraba, el bombardero le disparó a
una segunda nave que dibujaba una curva alrededor de la primera
montaña. Explotó con una violencia increíble que iluminó todo el
valle Turquino mientras los restos giraban en el aire.
-Pero qué...
-Mellanie -afirmó
Liz-. Que se ha hecho con el control.
-La leche.
El bombardero se
alejó a toda prisa. Segundos después, el sonido de las explosiones
sacudió el estrecho valle. Mark comprobó la fila que esperaba para
atravesar el agujero de gusano. Todo el mundo se había tirado al
suelo.
-Vamos -les gruñó-.
Levantaos, gilipollas. ¡Arriba! ¡Moveos!
No pudieron haberle
oído, pero los que estaban más cerca del agujero se levantaron como
pudieron y corrieron hacia él. Su desesperación desencadenó una
oleada de pánico y todos se lanzaron hacia delante a la vez.
Alrededor del plácido círculo gris comenzó a crecer una melé.
-Ah, genial -gruñó
Mark enseñando los dientes-. Lo que nos faltaba.
-No lo han hecho tan
mal, han aguantado hasta ahora -dijo Liz.
Después de varios
minutos comenzaron a cesar los empujones y los codazos, aunque
dejaron de fingir que aquello era una cola ordenada. Todo el mundo
se apiñaba alrededor del agujero de gusano; con el crepúsculo
apagándose y el fondo del valle casi negro, parecían abejas
arremolinándose alrededor de la colmena.
-Movimiento en el
frente -la voz de Simon crepitó en la matriz de mano.
Unos alienígenas con
armadura se escabullían entre los autobuses y coches abandonados.
Eran difíciles de ver entre las sombras. No había ni rastro de los
bombarderos. Mark comprobó el bullicio que rodeaba el agujero de
gusano. Quedaban al menos unas cuatrocientas personas.
-¿Mark? -preguntó
Simon-. ¿Estás listo?
-Supongo.
Mark levantó el rifle
de caza y encendió la mira. El atasco de autobuses, aparcados en
zigzag surgió como perfiles de color azul neón contra un suelo de
color gris ostra. Era fácil distinguir a los alienígenas. Eran más
de los que había visto, muchos más. Se deslizaban con fluidez por
los costados de los vehículos humanos, donde las sombras eran más
profundas. Metían las armas por las puertas abiertas y las
empujaban por las ventanillas de los camiones mientras buscaban
algún rastro de vida. Si alcanzaban la cabecera del arroyo, los que
se amontonaban alrededor del agujero de gusano serían un objetivo
claro. Sería una masacre.
Mark volvió a colocar
la mira del rifle sobre el primer autobús y rastreó toda la
carrocería hasta que encontró la escotilla abierta. Le había
llevado más de una hora preparar todas las baterías
superconductoras, los fabricantes empleaban tantos sistemas de
seguridad que era difícil desconectarlos. Pero al final había
conseguido conectarlas todas en un único circuito eléctrico
gigante. La mira del rifle encontró el costado de la batería. Mark
disparó.
La batería
superconductora se rompió y descargó su energía en un solo
estallido potente. Provocó una reacción en cadena alrededor del
circuito. Todas las baterías estallaron en una llamarada de
electrones y fragmentos candentes. Los alienígenas dieron tumbos
por el aire o cayeron al suelo de golpe, la metralla y las oleadas
de llamaradas eléctricas sobrecargaron los campos de fuerza de sus
armaduras. Varias de las armas también quedaron destrozadas y
explotaron a su vez, lo que contribuyó a la carnicería.
Mark y Liz echaron a
correr en cuanto comenzaron las explosiones, y siguieron bajando
por la pendiente para acercarse al preciado agujero de gusano. Ya
solo quedaban unas doscientas personas, todos agazapados por
instinto tras el último estallido de violencia.
-Eso debería
retrasarlos -chilló Mark-. Ahora podremos salir de aquí. -Echaron a
correr y dejaron atrás el último montón de rocas que habían elegido
como refugio. Las botas chapotearon al cruzar el arroyo y llegaron
a la cola del hatajo frenético de personas que se agolpaban
alrededor del agujero de gusano. Cuando Mark miró atrás, todo lo
que pudo ver fue un fulgor rojo de la hierba rayo que ardía
alrededor de la entrada del valle-. ¿Simon? ¿Simon, qué está
pasando?
-Buen trabajo, Mark.
-La voz de Simon le llegó tan serena como siempre-. No están
avanzando. Les llevará varios minutos reagruparse. Conseguiréis
pasar.
Mark se aferró a la
mano de Liz mientras se ponía de puntillas para mirar por encima de
las cabezas que tenía delante. No podía haber más de unas cien
personas.
Quizá dos minutos, si
pasaba uno por segundo. No, seguro que podían meterse dos a la vez.
Un minuto, entonces. Minuto y medio, como mucho.
La luz del sol bañó
el valle Turquino. Mark alzó la cabeza para quedarse mirando los
cielos con la boca abierta. Allí arriba, muy por encima de ellos,
cinco pequeñas estrellas de color blanco azulado brillaban con una
fuerza dolorosa a medida que crecían sin parar. Mark se quedó
mirando el nuevo fenómeno al tiempo que la sorpresa daba paso a una
oleada de furia.
-¡Oh, vamos! -les
chilló a aquellas terribles luces. Le flaquearon las piernas y cayó
de rodillas. Aun así levantó los puños para amenazar al nuevo
peligro-. No podéis hacernos esto, cabrones. Queda un minuto. Un
puñetero minuto y habría salido de aquí. -Le empezaron a correr las
lágrimas por las mejillas-. Cabrones. Cabrones.
-Mark. -Liz estaba en
el suelo húmedo, a su lado, rodeándole con los brazos los hombros
temblorosos-. Mark, vamos, cielo, ya casi hemos llegado.
-No, de eso nada,
jamás nos dejarán pasar, nunca.
-No son ellos -dijo
Mellanie.
-¿Eh?
Mark levantó la
cabeza. La chica estaba de pie a su lado, contemplando las cinco
luces deslumbrantes.
-Somos nosotros
-dijo-. Eso lo hemos hecho nosotros.
-Arriba -dijo Liz, su
voz se había endurecido-. Hablo en serio, Mark.
Lo cogió por un
hombro y tiró. Mellanie se ocupó del otro lado. Entre las dos lo
pusieron en pie. Los últimos residentes de Randtown se escabullían
por el agujero de gusano. Sobre él, las nuevas estrellas iban
disminuyendo. La oscuridad volvía a caer a toda prisa sobre el
valle. Mark avanzó a tropezones hacia el agujero de gusano sin
terminar de creérselo todavía, aún esperaba que la explosión fiera
de un láser lo golpeara en los hombros.
-Ya estamos listos,
Simon, ven -dijo Mellanie.
-No puedo irme. Esta
es mi casa. Haré lo que pueda para frustrar los planes de esos
monstruos.
-¡Simon!
-Salid. Poneos a
salvo. Volved si podéis.
Mark llegó al agujero
de gusano. Lo último que vio de Elan fue el metrodeportivo MG
abandonado y a Mellanie mirando enfadada el pequeño y duro valle. Y
entonces lo cruzó. Estaba a salvo.
La multitud de
sentidos derivados de las máquinas de MontañadelaLuzdelaMañana
observaron la distorsión cuántica de la última nave humana que
regresaba a la batalla sobre Anshun. Preparó sus naves para que
lanzaran misiles y armas de rayos. Los humanos se aproximaban
rápido. Estaban muy cerca. Peligrosamente cerca...
No hubo advertencia
previa. No hubo tiempo. La energía pura perforó directamente el
agujero de gusano y floreció al otro lado, en el asteroide donde
estaba situado el generador. El agujero de espacio-tiempo se cerró
de inmediato en cuanto quedó destruido su generador, pero no antes
de que el asombroso torrente de energía liberado por la nave
moribunda hubiera entrado en tropel. Miles de naves se incendiaron
por un instante sobre el asteroide cuando sus cascos se vaporizaron
dentro del gigantesco geiser de radiación. Los generadores de
agujeros de gusano explosionaron con espasmos de giros
gravitacionales. El asteroide entero se estremeció cuando
doscientos ochenta y siete agujeros de gusano se derrumbaron,
tiraron del asteroide y después se hicieron añicos. La energía
contenida en los generadores y los agujeros de gusano quedó
liberada con una reacción violenta, aumentando así el diluvio ya
letal que brillaba en el agujero de gusano interestelar.
MontañadelaLuzdelaMañana observó
horrorizado que el inmenso agujero de gusano que conectaba el
puesto avanzado con su sistema original flaqueaba y fluctuaba.
Desvió cientos y luego miles de agrupamientos inmotiles para
producir las secuencias correctas de mando que calmarían y
contendrían la inestabilidad. Poco a poco, los estremecimientos
salvajes de energía se domesticaron y reconcentraron. El
rendimiento de los segmentos supervivientes del mecanismo del
generador se remodeló para compensar.
El inmotil examinó
las ruinas del puesto avanzado. Un asteroide y toda su dotación de
equipos se habían perdido por completo. Miles de naves estaban
destrozadas o dañadas. Grupos de unidades de carga giraban en el
vacío, trozos fundidos de equipo que habían entrado en
efervescencia sobre cada superficie. Más de tres mil agrupamientos
de inmotiles de varios tamaños habían quedado irradiados y se
estaban muriendo. Casi cien mil motiles estaban muertos o
muriéndose.
Todo podía
reemplazarse y reconstruirse. Aunque semejante esfuerzo sería caro.
No cabía duda de que, al perder una cuarta parte de los agujeros de
gusano que llevaban a la Federación, su plan original de expansión
por los mundos humanos quedaría frenado. En su sistema natal,
muchos agrupamientos de inmotiles comenzaban a considerar las
medidas de defensa correspondientes que había que tomar para
prevenir otro «ataque suicida».
Entretanto,
MontañadelaLuzdelaMañana comenzó a realinear los agujeros de gusano
supervivientes para contar con rutas de comunicación con cada uno
de los veintitrés mundos nuevos que había incluido en su dominio.
Después de un rato, las naves volvieron a volar y transportaron lo
que quedaba de los suministros a los planetas. Mientras los humanos
huían por los agujeros de gusano que tenían en el interior de las
ciudades protegidas, los motiles continuaban avanzando por las
nuevas tierras del exterior sin encontrar demasiada
resistencia.