15

    
    Las puertas del ascensor se abrieron con suavidad y el capitán de la policía Hoshe Finn entró en el conocido vestíbulo. Por una vez no tuvo que llamar, las puertas dobles del ático de Morton estaban abiertas de par en par. Varios carros planos grandes habían entrado en el gran salón de dos niveles para dejar grandes cajones de embalaje de plástico que estaban apilados junto a las paredes. El proceso de cargar en ellos el suntuoso mobiliario ya había empezado, junto con objetos más pequeños de la casa, todos envueltos en láminas de espuma. Pero tras llenar solo tres cajones, el proceso de limpieza se había detenido por completo. Todos los robots PG que habían estado haciendo el trabajo estaban inmóviles, algunos todavía sujetaban los objetos que llevaban cuando había ocurrido el supuesto incidente con el cuchillo de trinchar de hoja armónica. Dos directores subalternos del Banco Nacional de Lago Oscuro, el destinatario de las deudas nombrado por el tribunal, estaban esperando, un poco nerviosos, en la salita, junto al único sofá que quedaba. El supervisor de la compañía de mudanzas estaba sentado en el hogar de piedra, delante de la chimenea, bebiendo té de su termo y sonriendo con picardía.
    -¿Dónde está? -preguntó Hoshe. Algo decía del poder de la publicidad en la unisfera el que no tuviera que utilizar su nuevo certificado de identidad de capitán de la policía. Ya sabían todos quién era.
    -Ahí dentro. -Uno de los ejecutivos del banco señaló la cocina-. Quiero que arreste a esa zorra.
    Hoshe levantó una ceja mientras se las arreglaba para parecer aburrido al mismo tiempo, algo que había visto hacer a Paula Myo con magníficos resultados en varias ocasiones.
    Fue un placer ver que el ejecutivo se estremecía.
    -Nos ha amenazado -bramó-. Y ha dañado uno de los robots PG. Vamos a exigir una compensación por eso.
    -¿Muy dañado? -preguntó Hoshe. El supervisor levantó la vista del té.
    -No sé. Yo ahí no entro. Las psicópatas no forman parte de mi trabajo. -Parecía divertido, aunque mantenía una expresión cuidadosamente sobria delante de los ejecutivos.
    -No le culpo -dijo Hoshe. La puerta de la cocina estaba un poco abierta-. ¿Mellanie? Soy Hoshe Finn. ¿Se acuerda de mí? Necesito hablar con usted.
    -¡Largo! -chilló la chica-. Todos, iros a la mierda.
    -Vamos, Mellanie, sabes que no puedo hacerlo. Tenemos que hablar. Solos tú y yo. Nada de agentes, ni nada, tienes mi palabra.
    -No. No quiero. No hay nada de qué hablar.
    La voz de la joven casi se había quebrado. Hoshe suspiró y se acercó a la puerta de la cocina.
    -Por lo menos podrías ofrecerme una copa. Siempre me ofrecían algo cuando venía aquí. ¿Dónde está el mayordomo?
    Hubo un largo silencio seguido por lo que pareció alguien sorbiendo por la nariz.
    -Se ha ido -dijo la joven en voz baja-. Se fueron todos, todos ellos.
    -Está bien, me pondré yo la copa. Voy a entrar.
    Hoshe se coló por la puerta sin dejar de tener cuidado, aunque no era que pensase que hubiera algún peligro real. Al igual que el resto del ático, la cocina era enorme y recargada. Todas las encimeras se habían tallado en mármol rosa y gris, con las puertas de los armarios que tenían debajo hechas de madera bruñida de Brentown. Los armarios que había encima de la encimera tenían puertas transparentes y mostraban las costosas vajillas y cristalerías. Hoshe tuvo que rodear la mesa de trabajo central, del tamaño de una mesa de billar, para encontrar a Mellanie. La chica estaba sentada en el suelo, en una esquina, acurrucada como si estuviera intentando atravesar la pared. Un cuchillo de trinchar de hoja armónica yacía en las baldosas de terracota, justo delante de ella. Hoshe quería agacharse a su lado, ilustrar el apoyo y la amistad que le ofrecía, como se hacía hincapié en los cursos que les daban, pero no había perdido el peso suficiente como para hacerlo con comodidad. Así que en lugar de eso, se encorvó y apoyó las nalgas en la encimera de mármol.
    -Deberías tener cuidado con esas hojas armónicas -dijo con tono despreocupado-. Pueden ser bastante peligrosas en las manos equivocadas. Hay muchos receptores de deudas de bajo rango que se pueden quedar sin unos cuantos trocitos si no se apunta bien.
    Mellanie levantó la cabeza. Su cabello rojizo estaba completamente despeinado. Llevaba un rato llorando como una Magdalena y unos rastros pegajosos le manchaban las mejillas. Aun así, seguía siendo maravillosa. Quizá incluso más en ese estado, la clásica damisela en apuros.
    -¿Qué?
    El policía esbozó una sonrisa triste.
    -No importa. Sabes por qué están aquí esas personas, ¿no?
    La joven asintió y volvió a bajar la cabeza.
    -Ahora el ático le pertenece al banco, Mellanie. Tienes que encontrar algún otro sitio para vivir.
    -Esta es mi casa -gimió la chica.
    -Lo siento mucho. ¿Quieres que te lleve otra vez a casa de tus padres?
    -Iba a esperarlo aquí. Y cuando regrese, todo volverá a ser igual.
    Eso conmocionó a Hoshe más que cualquier otra cosa en todo el caso.
    -Mellanie, el juez lo condenó a ciento veinte años.
    -Me da igual. Le esperaré. Lo quiero.
    -No te merece -dijo Hoshe con sinceridad.
    Mellanie levantó otra vez la cabeza, en su rostro había inquietud, como si no supiera con quién estaba hablando.
    »Si quieres esperar, la decisión es tuya y la respeto -dijo Hoshe-. Aunque me encantaría intentar disuadirte. Pero, en cualquier caso, no puedes hacerlo aquí. Sé que debe de ser horrible para ti ver cómo entra el banco y se lo lleva todo. Pero cargándote a un robot no vas a deshacerte de ellos. Además, esos idiotas de ahí fuera solo están haciendo su trabajo. Si los irritas, solo consigues que tenga que venir gente como yo a hacerles el trabajo sucio.
    -Es usted un policía muy extraño. Se preocupa. No como esa... -Mellanie apretó los labios.
    -Paula Myo se ha ido. Se fue después del juicio. No la volverás a ver jamás.
    -¡Me alegro! -Mellanie miró el cuchillo de trinchar y estiró una pierna para alejarlo con el pie-. Lo siento -dijo con tono avergonzado-. Pero todo lo bueno que me ha pasado en la vida me ha pasado aquí, y esos irrumpen aquí y empiezan... Fueron muy desagradables.
    -La gente pequeña siempre lo es. ¿Estarás bien?
    La joven sorbió con estrépito por la nariz.
    -Sí, creo que sí. Siento que lo hayan molestado.
    -No hay problema, créeme. Se agradece cualquier excusa para salir del despacho. Bueno, ¿por qué no te ayudo a hacer un par de maletas y después te llevo a tu casa? Eh, ¿qué te parece?
    -No puedo. -La muchacha se quedó mirando la pared de enfrente-. No pienso volver con mis padres. No puedo. Por favor.
    -De acuerdo, no pasa nada. ¿Y un hotel?
    -No tengo dinero -susurró-. Llevo comiendo los paquetes del congelador desde el juicio. Ya casi no queda ninguno. Por eso se fue todo el personal. No podía pagarles. La compañía de Morty no quiere ayudar. Los directores ya ni siquiera me reciben. ¡Dios! Qué cabrones. Antes me adoraban, sabe. Me alojaba en sus casas, jugaba con sus hijos. Y las fiestas que dábamos. ¿Ha sido rico alguna vez, detective?
    -Llámame Hoshe y no, jamás he sido rico.
    -No viven según las mismas reglas que todos los demás, de veras. Lo que quieren hacer, lo hacen, sin más. Me parecía tan emocionante. Era maravilloso formar parte de eso, no tener límites, ser así de libre. Y ahora míreme, no soy nada.
    -No seas tonta. Alguien como tú puede lograr lo que quiera. Eres joven, nada más. Estos cambios tan grandes son aterradores a tu edad. Lo superarás. Al final todos lo superamos, de algún modo.
    -Es usted muy dulce, Hoshe. No me lo merezco. -Mellanie se secó parte de la humedad de las mejillas-. ¿Va a arrestarme?
    -No. Pero tenemos que encontrarte un sitio para esta noche. ¿Qué tal algún amigo?
    -Ja. -La sonrisa femenina estaba llena de amargura-. No tengo ninguno. Antes del juicio tenía cientos. Ahora no queda ni uno solo que quiera hablar conmigo. Vi a Jilly Yen la otra semana. Incluso salió de la tienda para no tener que saludarme.
    -De acuerdo, mira, conozco a la gerente de un hotel pequeño no muy lejos de aquí. Quédate allí un par de noches, yo invito, mientras te organizas. Quizá podrías conseguir un trabajo de camarera o algo, en esta ciudad hay bares de sobra. Y las facultades empezarán a matricular dentro de tres semanas. Antes de todo esto, supongo que estarías pensando en alguna carrera.
    -Oh, no, no. No puedo aceptar su dinero. -Mellanie se puso en pie y se atusó el cabello desgreñado, un poco avergonzada-. No quiero caridad.
    -No es caridad. Y ahora mismo no me va nada mal. Me han dado un aumento bastante decente como parte del ascenso.
    -¿Lo han ascendido? -La breve sonrisa de la joven murió en cuanto se dio cuenta de por qué-. Oh.
    -Tienes que irte a alguna parte, Mellanie. Y, créeme, este hotel es muy barato.
    Mellanie inclinó la cabeza.
    -Una noche. Eso es todo. Solo una.
    -Claro. Vamos a hacer una maleta.
    La joven se asomó a la puerta.
    -Dijeron que no podía llevarme nada que no fuera mío. Dijeron que Morty lo pagó todo así que ahora pertenecía al banco. Por eso... Bueno, ya sabe.
    -Claro. Yo me encargo. -El policía guió a Mellanie hasta el salón-. La señorita va a hacer una maleta con ropa y ya se va -le dijo a los ejecutivos.
    -No podemos permitir que las propiedades del banco...
    -Acabo de informarles de lo que va a ocurrir -dijo Hoshe-. ¿Tiene algún problema con eso? ¿Quiere llamarme mentiroso?
    Los dos ejecutivos se miraron.
    -No, oficial.
    -Gracias.
    Hoshe tuvo que echarse a reír cuando entraron en el dormitorio principal. No por la típica decoración de playboy con la cama redonda y las sábanas negras, y el portal de espejos detrás de las almohadas. Fue el pobre robot PG, tirado en el suelo con una profunda muesca en el armazón, donde alguien le había dado una patada; dos de los miembros electromusculares estaban separados de la base y los tres restantes los tenía anudados alrededor de las piernas. Hacía falta mucha fuerza para hacerle eso a un electromúsculo.
    Mellanie cogió una modesta bandolera de uno de los enormes roperos.
    -La verdad es que no puedo dejar que te lleves ninguna joya -dijo Hoshe-. Y supongo que algunos de los vestidos cuestan mucho.
    Estaba mirando por encima del hombro de la joven, al perchero que tenía ocupados todos los huecos con alguna prenda. Se movía poco a poco, haciendo rotar el resto de la selección que sacaba de un depósito oculto detrás del armario. Debía de haber cientos de prendas allí dentro. Cuando lo comprobó, el otro armario tenía otros tantos trajes y chaquetas y casi el mismo número de zapatos y botas.
    -No se preocupe -dijo Mellanie-. Si algo he aprendido es que el que sea caro no significa que sea práctico. -Estaba doblando un par de vaqueros para meterlos en la bolsa. El montón de la cama estaba compuesto sobre todo por camisetas.
    -Estaba pensando -dijo el policía-. Es una especie de último recurso si quieres ganar dinero, pero tu vida ha sido interesante, por no decir otra cosa, aunque las razones no fueran las mejores. Hay medios de comunicación que te pagarían por esa historia.
    -Lo sé. Tengo cientos guardados en el buzón de mi mayordomo electrónico. Dejé de tener acceso a ellos cuando me cerraron la cuenta de la ciberesfera.
    -¿Por qué tienes la cuenta cerrada?
    -Ya se lo he dicho. No tengo dinero. No estaba de broma. -Levantó una matriz de mano oscura y elegante y le lanzó una mirada inquisitiva.
    -Claro. -Jamás había oído que se cerrara una cuenta, todo el mundo tenía acceso a la ciberesfera.
    La matriz la guardó en el bolsillo lateral de la bolsa. Mellanie se sentó en el borde de la cama y empezó a atarse unas zapatillas de deporte.
    -Haré que te reactiven la cuenta -le dijo-. Solo datos y mensajes durante un mes. Nada de conexiones con empresas de entretenimiento. Solo me costará un par de dólares.
    Mellanie le lanzó una mirada curiosa.
    -¿Quiere acostarse conmigo, Hoshe?
    -¡No! Eh... Es decir, no, no es eso... Yo no... No se trata de eso.
    -La gente siempre quiere acostarse conmigo. Ya lo sé. Soy guapa, soy joven y estoy en mi primera vida. Y me encanta el sexo. Morty era un profesor muy experimentado, me animaba a experimentar. Lo que puedo hacer con mi cuerpo no es ninguna vergüenza, Hoshe. El placer no es ningún pecado. Y no me importaría que disfrutara de mí.
    Hoshe sabía que se le estaba encendiendo la cara. Que aquella joven le hablara de ello de una forma tan clínica era como soportar el único intento que había hecho su padre de explicarle lo de los pájaros y las abejas.
    -Estoy casado. Gracias. -Que seguro que era lo más patético que se podía decir.
    -No lo entiendo. Si no es para acostarse conmigo, ¿por qué está haciendo esto?
    -Ese hombre mató a dos personas, arruinó dos vidas -dijo Hoshe sin alzar la voz-. No quiero que destroce a una tercera víctima. Otra no.
    Mellanie cogió un cepillo del tocador y empezó a pasárselo por el pelo.
    -Morty no mató a nadie. Paula Myo y usted se equivocaron en eso.
    -No lo creo.
    -La banda criminal pudo haber registrado los recuerdos de Tara para averiguar qué era suyo, eso o la torturaron para sacárselo. No fue Morty. No había señales de tortura en el informe del patólogo, estaba en la bañera y su célula de memoria estaba destrozada.
    Pero todo lo que dijo el policía fue:
    -Coincidirás en que no nos vamos a poner de acuerdo en eso.
    -Es usted demasiado bueno para ser oficial de policía, ¿lo sabe?
    Hoshe esperó hasta que la joven terminó de asearse y después la llevó al hotel. Pagó una semana por adelantado y se fue con el coche tras conseguir evitar que la joven se despidiera de él con un beso. No estaba seguro de tener la fortaleza suficiente como para resistirse al contacto físico.
    
    Cinco días más tarde un taxi dejó a Mellanie junto a un gran edificio con aspecto de almacén en el distrito Thurnby de Lago Oscuro, una antigua zona industrial desvencijada y en decadencia. Cada parcela estaba protegida por una valla alta aunque la mitad de las fábricas y comercios estaban abandonados. La basura se había acumulado junto a las verjas de malla y habían formado pequeñas dunas de papel y plástico; sobre ellas había altos carteles de inmobiliarias que proclamaban varios lugares que era posible reurbanizar. La única vía de tren que corría paralela a la calle principal tenía hierbajos altos creciendo en la gravilla, entre las traviesas, y los raíles empezaban ya a oxidarse.
    Mellanie echó un vistazo a su alrededor, nerviosa. Tampoco es que hubiera ningún sitio donde pudiera ocultarse algún atracador. Una placa púrpura en la puerta que tenía delante decía: «Producciones Wayside». La joven cogió aire y entró.
    Hoshe Finn había cumplido su palabra y le había vuelto a activar la cuenta de la ciberesfera. El número de mensajes no comerciales que tenía en el buzón del mayordomo electrónico superaba los setenta mil. Los borró todos y cambió su código personal de comunicación. Después llamó a Rishon, un periodista que conocía de su época con Morton. El periodista se había alegrado mucho de saber de ella y habían quedado de inmediato. Su historia era valiosísima, le aseguró el periodista, gente de toda la Federación querría acceder al drama basado en ella. Fue entonces cuando ella le confesó su gran idea, interpretarse a sí misma. Para gran sorpresa suya, el hombre se había mostrado encantado con su sugerencia, había dicho que así conseguiría incluso más dinero.
    Mellanie se sentó con él dos días enteros durante los que se desahogó, se lo contó todo sobre aquellos días dorados, desde el momento en que se conocieron en una gala de patrocinadores, cómo había sido, el asombro y la emoción de aquella aventura, la hostilidad de sus padres, las fiestas, el lujo y la vida hedonista, los miembros de la alta sociedad de Oaktier con los que se había codeado en total libertad y después el horrendo juicio con su veredicto injusto y trágico. Rishon lo grabó todo y lo transformó en un guión espectacular para un drama en ocho partes que se transmitiría durante días. Lo había vendido en veinticuatro horas.
    Había una recepción diminuta al otro lado de la puerta principal de Producciones Wayside, paredes de paneles de conglomerado y un techo encuadrando un par de sofás antiguos con unos brazos y patas de tubo de cromo que empezaban a desconcharse. Había una chica sentada en uno de ellos, su mandíbula trabajaba con fuerza un chicle mientras estudiaba una pantalla de papel. Vestía una falda de cuero muy corta y una blusa blanca con un escote bajo que mostraba un canalillo enorme. El maquillaje era horroroso: una máscara de pestañas que parecía los ojos de un oso panda y unos labios de un tono lavanda brillante. El cabello rubio platino era demasiado rígido, compuesto sobre todo por malas extensiones que se le rizaban por debajo de los hombros como muelles demasiado estirados. Levantó la vista y le dedicó una amplia sonrisa a Mellanie.
    -¡Eh, hola!, tú eres Mellanie; te reconozco del juicio. -Tenía una voz aguda y chillona. Por alguna razón, Mellanie no se la había imaginado de ninguna otra forma.
    -Sí, soy yo.
    -Soy Tigresa Pensamientos. Jaycee me dijo que te esperara aquí. Dijo que te llevara directamente al plató. -Se levantó del sofá, era un par de centímetros más alta que Mellanie. Unos tacones de purpurina plateada de quince centímetros lo hacían posible.
    -¿Tigresa Pensamientos? -A Mellanie le costó no ponerse a balbucear allí mismo.
    -Sí, cielo, ¿te gusta? Acabo de ponérmelo. Mi agente quería Meneos Trixie, pero yo dije que ni hablar.
    -Tigresa Pensamientos está bien. Claro.
    -Vaya, gracias. Eres guapísima, ¿lo sabías? Qué joven, tan dulce y eso. Te van a adorar en los cables.
    -Eh, gracias. -Mellanie corrió detrás de Tigresa Pensamientos.
    Era un antiguo almacén. Producciones Wayside se había limitado a dividirlo en cuadrados para separar los platós. Los pasillos se cruzaban entre ellos con altos paneles de conglomerado y sin techo. Por encima de sus cabezas, las vigas de metal del edificio sostenían un envejecido tejado de placas solares que traqueteaban un poco con cada ligera ráfaga de viento. Había gente moviéndose por los pasillos. Mellanie tuvo que aplastarse contra una pared cuando un par de tramoyistas pasaron junto a ella con grandes portales holográficos. Le lanzaron a la joven unas miradas fijas acompañadas por sugerentes sonrisas. Mellanie no les hizo caso y siguió a Tigresa Pensamientos. El cuerpo le picaba por todas partes por culpa de los nuevos tatuajes CO. Les había llevado tres días grabárselos de lo extensos que eran y era una tortura intentar no rascárselos, pero si lo hacía sabía que la piel le quedaría roja e hinchada por todas partes. Y eso no podía ser, era actriz y una actriz no podía permitirse algo así, sobre todo al comienzo de una grabación que incluía una producción sensorial. Además, sabía que los otros actores se mostrarían escépticos con su talento e iba a tener que trabajar mucho para impresionarlos a todos.
    Pasaron junto a la puerta de un plató donde un grupo entero de actrices iba entrando en fila con uniformes de colegialas. Incluso con el perfilamiento celular a algunas se les seguían notando los treinta y pico años. Mellanie les lanzó una larga mirada. No serían...
    -Aquí estamos -dijo Tigresa Pensamientos con un toque de orgullo en la voz-. Se han gastado un montón de dinero en este plató. Por aquí eres lo máximo. -Señaló el cartel polifotónico que había junto a la puerta. Sus resplandecientes letras decían: «Seducción Asesina»-. Bonito, ¿eh?
    -Claro.
    Tigresa Pensamientos abrió la puerta y entró. El plató era el ático de Morton. Casi. Lo habían dividido en dos, con el salón en uno de los lados. Ocupaba sobre todo la salita, con los sofás parecidos a los de verdad. La chimenea estaba en la posición correcta, detrás, pero incorporaba unas esculturas de animales muy extrañas hechas de fibra de vidrio y rociadas para que parecieran piedra. Las paredes que rodeaban la salita eran simples hologramas que mostraban el resto del ático. Habían bajado de las vigas un aro de holocámaras, de tres metros de diámetro, que colgaba a apenas un metro de los sofás. Había tres técnicos alrededor de un panel abierto en un costado, murmurando entre sí mientras un robot, que parecía un ciempiés del tamaño de un brazo, se abría camino con lentitud entre los sistemas electrónicos expuestos.
    La otra mitad del plató estaba dedicada al dormitorio. Eso al menos estaba a escala real, aunque, una vez más, las paredes eran simples hologramas y las sábanas negras eran de algodón en lugar de seda. Había dos hombres sentados en el colchón. Uno de ellos era Morton. Mellanie ahogó un grito, sorprendida. Entonces notó unas cuantas inconsistencias y se dio cuenta de que era un perfilamiento celular. Pero una gran operación, admitió, el parecido engañaría a la mayor parte de la gente. El hombre que estaba al lado del falso Morton era Jaycee, ejecutivo jefe de Producciones Wayside. Estaba vestido todo de negro, cosa que a casi todo el mundo le quedaba bien. Pero Mellanie pensó que a Jaycee en realidad le hacía parecer más desgastado de lo que suponían sus cincuenta y un años, como un tío solterón y embarazosamente excéntrico. Llevaba la cabeza afeitada aunque el brillo fantasmal de una incipiente pelusa gris traicionaba una tonsura de monje. Mellanie intentó no quedarse mirando cuando se acercó el ejecutivo; pero qué clase de ejecutivo, sobre todo el de una empresa de espectáculos, era incapaz de lucir una calva con cierto estilo.
    -Mellanie, es un placer conocerte al fin en carne y hueso. -Le apretó la mano con demasiada firmeza y se pasó un buen rato mirándola de arriba abajo-. Y joder con la carne, estupenda. Tienes un aspecto delicioso. -Su amigable sonrisa de plástico se tensó un poco-. Creí que eras más joven.
    -¿Eh? -A Mellanie, Producciones Wayside estaba empezando a darle muy malas vibraciones.
    -No es ninguna crítica, bonita. Tengo un tío en cosmética que es la hostia, podemos quitarte unos cuantos años. Mira lo que hizo aquí con Joseph.
    El hombre con la cara de Morton esbozó una sonrisa agresiva.
    -Eh, nena, estoy deseando trabajarme esto contigo. -Se llevó una mano a la entrepierna y apretó muy contento. Mellanie le veía la erección a través de la tela del pantalón-. Tranquila, que no vas a quedar decepcionada, no con este equipamiento.
    -Pero qué gilipollas eres, Joseph -se burló Tigresa Pensamientos-. Mellanie, no dejes que te haga un anal, cielo, aunque Jaycee diga que está en el guión. Se ha comprado un puto alargamiento tan grande que es ridículo. Vas a quedar dolorida hasta la semana que viene.
    -¡Eh! -Joseph le hizo un corte de mangas a Tigresa Pensamientos-. Tú ni siquiera podrías meterte esto entre esas tetas caídas, que las tienes que te desbordan, so puta vieja.
    -Que te follen.
    -¿Qué coño es esto? -quiso saber Mellanie-. Vamos a rodar mi historia, las cosas que nos pasaron a Morton y a mí, no una peli porno.
    -Pues claro que sí, bonita -dijo Jaycee-. Vosotros dos -les gruñó a Joseph y a Tigresa Pensamientos-. Largaros de aquí, joder. Quiero hablar con Mellanie.
    -¿Qué está intentando hacer? -preguntó Mellanie cuando los otros dos salieron arrastrando los pies del plató del dormitorio.
    -Está bien, perdona lo de Joseph, es un gilipollas. Pero es uno de mis mejores PCP.
    -¿PCP?
    -PCP: Polla con patas. Incluso con todas las drogas que hay hoy, a algunos tíos les cuesta la de dios mantenerla empinada durante la grabación. Algo psicológico o alguna mierda de esas. Pero Joseph, ese tipo es capaz de cumplir cada puta vez, tío. Es increíble, joder. Y no escuches a esa puta vieja, coño, a Tigresa. Joseph sabe lo que hace con las chicas. Te lo vas a pasar en grande montando a esa polla monstruosa.
    -No, de eso nada. Esto ha sido un malentendido gigantesco. Yo no estoy aquí para hacer porno. Adiós. -Mellanie se dio la vuelta, lista para marcharse.
    -Espera, joder espera, vale. -Jaycee se puso delante de ella con los brazos levantados-. Esta no es una puta peli porno. Tía, que aquí estamos grabando una puta dramatización de un hecho real.
    La joven le lanzó al plató una mirada desdeñosa. Hasta las estatuas de la chimenea empezaban a tener sentido.
    -Ya, seguro.
    -Escúchame, no me jodas. Leí la historia que se le ocurrió a Rishon. Eras una puta nadadora cuando el tal Morton te quitó las bragas y te jodió las oportunidades que tuvieras con el equipo. Pero si es un clásico, hostia, tú eres joven, él es rico. Solo que resulta que el tipo también se ha cargado a un montón de gente; te ha traicionado, bonita. A los que pagan en la unisfera les encantan esas mierdas. Hasta hemos puesto una escena en la que te persigue por el apartamento cuando descubres lo que ha hecho. Va a por ti con un cuchillo. Es pura emoción, joder.
    -Son chorradas -soltó Mellanie-. Aquí no hay nada de lo que le conté a Rishon. Morton no mató a nadie. A ti no te interesa contar nuestra historia.
    -Pues claro que me interesa, bonita. Venga tía, si además quiero toda la puta historia. Mira, primero vamos a rodar las escenas de sexo y así nos quitamos las muy mamonas del medio. Después podemos concentrarnos en todo lo demás, lo haremos a lo grande, en exteriores, donde pasó en realidad. ¿Vale?
    -¡Pero qué montón de mierda!
    -¿No te gusta Joseph? Bien. No hay problema, coño. Me someto a un perfilamiento para parecerme a tu novio y te follo yo mismo.
    -¡Ay, Dios bendito! -La joven fue hacia la puerta.
    La mano de Jaycee cayó sobre el hombro de Mellanie y le dio la vuelta de golpe. Estaba colorado y resentido, los parches rojos mostraban los sitios en los que había metido demasiado perfilamiento celular barato a lo largo de las décadas.
    -Ahora no te pongas en plan puta princesa de las zorras. Cuando firmaste ese puto contrato sabías lo que había, joder. Hasta te has cableado especialmente para este bolo, no me jodas. Si has empezado a cagarte porque es tu primera vez, ah, qué puta pena. Puedo pasarte una dosis de refrigerante que te solucione la papeleta, no hay problema, hostia. Estarás como nueva durante todo el puto bolo. Pero no entres en este puto sitio y vengas a decirme que esto no es lo que tú querías, hostia.
    -No es eso lo que me dijeron que iba a pasar. Me hice esos tatuajes CO porque todas las actrices sabemos que tenemos que hacerlo. Hacer el amor forma parte integral de la vida, así que las escenas de amor contribuyen a la estructura narrativa de la dramatización. Pero solo forman parte de ella. Pero lo único que quieres hacer tú es eso.
    -¿Actriz? No me jodas. Si te quieres llamar así, por mí adelante, hostia. Pero yo pagué esos tatuajes CO porque eres un polvo de fantasía, princesita culo duro. La puta ganga de verdad eres tú; eres el adorno que todos esos patéticos polvetes de los cables le envidian a todos esos cabrones ricos porque las tías como tú no se toman ni una sola puta molestia por un tío a menos que tenga cien millones en el banco. Y conmigo te van a poder probar de verdad. Y nos van a adorar.
    -No. No pienso hacerlo.
    -¿Pero tú viste que te dieran alguna puta alternativa cuando entraste aquí, estúpida zorra? Yo he pagado por ti, hostia y ahora pienso amortizar el gasto, joder. Nuestro contrato dice que te vas a abrir de piernas cuando yo te diga y nos vas a dejar grabar cada puta sensación que tenga ese culo apretado cuando mi PCP se ponga a trabajar. Déjate de mierdas o pienso hacer que termines en la cámara de suspensión al lado de ese novio tuyo asesino. Tenemos un contrato legal.
    Jaycee la miraba a los ojos con expresión triunfante, impaciente por percibir las primeras señales de sumisión.
    Mellanie fue rápida. Años de tedioso e incesante entrenamiento con el equipo le habían dado la fuerza y los reflejos que a los atletas modernos por lo general había que conectarles y retrosecuenciarles. Subió la rodilla, los poderosos músculos de la pierna intentaron levantarla hasta la barbilla de Jaycee, pero el escroto del ejecutivo fue lo primero que se interpuso en el camino.
    La joven vio que la boca masculina se abría sin emitir ni un solo sonido. Los ojos de Jaycee se abrieron mucho y se llenaron de lágrimas. Se deslizó hacia un lado emitiendo un sonido suave, angustiado, como si se ahogara y se derrumbó en el suelo.
    -Ahora voy a llamar a mi agente -le dijo Mellanie sin inmutarse-. Pero cuando salgas del hospital, tenemos que comer un día.
    
    El taxi dejó a Mellanie junto a la orilla del lago, en el distrito Glyfada. Se sentó en un largo banco de madera justo sobre el agua y observó los yates que salían del puerto deportivo de Shilling para disfrutar de los primeros vientos de la mañana. Los bares y los restaurantes que tenía detrás empezaban a abrir y había camiones de reparto aparcados junto a varios de ellos, donde los robots de carga estaban descargando comida fresca. En realidad todavía no estaban sirviendo. Aún era demasiado temprano. Su recién estrenada carrera en los medios había durado cuarenta y cinco minutos justos.
    Los temblores empezaron cuando al fin se permitió pensar en Jaycee y se dio cuenta de lo que había hecho. Una media carcajada de incredulidad le estalló entre los labios, más de alivio que otra cosa. Nadie de Producciones Wayside había intentado detenerla cuando se fue. Todos se la habían quedado mirando cuando pasó junto a los platós como si fuese una especie de asesina en serie, y encima chiflada, salvo Tigresa Pensamientos, que le había guiñado el ojo.
    No puedo creer que yo hiciera eso.
    Lo que desencadenó un terrible pensamiento. Si esa capacidad se encontraba en el fondo de cada ser humano, era posible que Morton hubiera...
    Detuvo esa línea de razonamiento de inmediato. Pero me sentí bien. Conseguí defenderme sola. Fue el calor del momento. Y no cabía duda de que Jaycee presentaría una denuncia en cuanto pudiera caminar y hablar otra vez. Y ella había firmado el contrato. Entonces le había parecido maravilloso, la solución perfecta para su situación. La sugerencia del bueno de Hoshe de que trabajara de camarera o fuera a la facultad no iba a ningún sitio. El policía no entendía que ella no podía hacer ese tipo de cosas. No después de la vida que le habían mostrado. Y eso reducía sus opciones de forma considerable.
    Un joven, obviamente un tripulante camino del trabajo, vestido con una camisa de rugbi y pantalones cortos, se acercaba sin prisas por la orilla del agua intentando no mirarla con demasiado descaro. Mellanie se apartó un poco el pelo y le dedicó una sonrisa radiante. La sonrisa con la que le respondió el muchacho estaba tan llena de devoción, esperanza y anhelo que a la aspirante a actriz le costó no echarse a reír allí mismo. Dios, los hombres son tan simples. Aunque tampoco era que tuvieran que ser hombres, sobre todo con el humor que tenía en esos momentos. Una chica sería mucho más amable en la cama, más atenta, más receptiva.
    Sería agradable tener a alguien que la cuidara, que la mimara y la adorara. No pienso seguir siendo débil. Las lágrimas amenazaban con estallar otra vez. Lo habían hecho muchas veces desde el juicio. Apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas de las manos hasta que hizo una mueca al sentir el dolor. No pienso volver a llorar.
    Ya solo le quedaba una opción. No había querido intentarlo antes porque era una probabilidad muy remota. Una fantasía, en realidad. La red de seguridad psicológica que no quieres utilizar jamás.
    Sacó la pequeña matriz que se había llevado del ático. La que tenía el revestimiento ridículamente caro, negro y suntuoso, tampoco era que el bueno de Hoshe lo hubiera reconocido.
    -Quiero un enlace con la IS -le dijo a su mayordomo electrónico. Sus nuevos tatuajes CO eran para contar con recepción sensorial, Jaycee no había pagado por funciones de comunicación virtual.
    -¿Por qué razón? -preguntó el mayordomo electrónico. La renuencia de la IS a aceptar llamadas de individuos humanos era notoria. Aparte de su servicio bancario integral, las peticiones oficiales de la administración y las emergencias eran prácticamente el único contacto que tenía con la Federación.
    Mellanie se acercó la pequeña matriz a la cara.
    -Solo dile quién llama -susurró-. Y pregúntale si... Si el abuelo se acuerda de mí.
    La pantallita de la matriz de mano se encendió de inmediato y mostró unas líneas sinoidales de color mandarina y turquesa que retrocedían hasta el punto en que se desvanecían juntas.
    -Hola, mi pequeña Mel.
    -¿Abuelo? -Le costó mucho decirlo, tenía la garganta cerrada. Una vez más, las malditas lágrimas amenazaban con estallar. En realidad no esperaba que funcionara.
    -Está con nosotros, sí.
    Mellanie recordó aquel último día largo y doloroso en el hospicio, esperando junto a su cama que muriera. En aquel entonces solo tenía nueve años y nunca entendió por qué su abuelo no rejuvenecía como todos los demás. Sus padres no querían que estuviera allí, pero la pequeña había insistido, tozuda incluso entonces. El abuelo (en realidad su tatarabuelo) había sido el pariente más bueno que había tenido, siempre había encontrado tiempo para su pequeña Mel a pesar de su posición, era uno de los residentes más distinguidos del planeta. Todos los archivos históricos de la escuela lo mencionaban como uno de los programadores que habían ayudado a Sheldon y a Isaacs a escribir el programa que había regido el agujero de gusano original.
    -¿Sigues siendo tú, abuelo?
    -Esa es una pregunta muy difícil, Mellanie. Somos los recuerdos de tu abuelo, pero al mismo tiempo somos más, todo un universo más, que nos convierte en algo menos que el individuo que buscas.
    -Tú siempre me escuchaste, abuelo. Siempre dijiste que me ayudarías si pudieras. Y de verdad, de verdad que ahora necesito tu ayuda.
    -No somos algo físico, Mellanie, solo podemos ayudar con palabras.
    -Eso es lo que necesito: consejo. Necesito saber qué hacer, abuelo. Mi vida es un desastre y es culpa mía.
    -Solo tienes veinte años, Mellanie. Eres una niña. Tu vida no ha comenzado todavía.
    -¿Entonces por qué tengo la sensación de que ya casi se ha terminado?
    -Porque eres joven, por supuesto. A tu edad todo lo que te ocurre es épico.
    -Supongo. ¿Entonces me vas a ayudar, abuelo?
    -¿Qué te gustaría saber?
    -Ahora mismo no tengo dinero.
    -Eso vemos. El Banco Nacional de Lago Oscuro está siendo tan eficiente como siempre y está cuantificando los bienes de tu ex amante para redistribuirlos. Los fondos se dividirán entre Tara Jennifer Shaheef y Wyobie Cotal una vez que hayan reclamado sus exorbitantes honorarios los funcionarios, abogados e instituciones. No creemos que vayas a tener mucho éxito si solicitas un porcentaje. Legalmente hablando, no tienes mucha base para pedirlos.
    -No quiero nada -dijo la joven con energía-. He decidido que ya no voy a depender de nadie nunca más. A partir de ahora voy a vivir mi vida.
    -Esa es la pequeña Mel que recordamos. Siempre estuvimos orgullosos de ti.
    -Intenté vender la historia de lo que pasó conmigo y con Morton, pero no ha funcionado muy bien. Supongo que fui una ingenua y una estúpida. Confié en un periodista y no funcionó muy bien. Quizá me arresten. Había un hombre horrible, un pornógrafo. Y lo ataqué, más o menos.
    -Mira que confiar en un periodista, eso fue una estupidez. Pero es probable que se pueda arreglar la situación. Y los pornógrafos no tienen fama de acudir corriendo a la policía.
    -Quería conseguir cierto relieve, abuelo. Tenía una idea, quizá podría convertirme en una celebridad, en una personalidad en los medios de comunicación. Tengo la imagen y estoy segura de que tengo la determinación necesaria para conseguirlo. Solo necesito alguien que me guíe, eso es todo. Mi historia solo iba a ser el comienzo. Una vez que se publique, la gente conocerá mi nombre. Y eso se puede utilizar. Si puedo seguir saliendo en la unisfera, quién sabe, quizá un día pueda ser tan grande como Alessandra Baron.
    -Desde luego que sí. Tienes el potencial necesario. ¿Y, exactamente, dónde nos ves encajando a nosotros en todo este plan?
    -Quiero que seas mi agente, abuelo. Necesito que Rishon me devuelva mi historia para venderla de nuevo, pero esta vez a un productor respetable. También necesito pagarle mis tatuajes CO a Producciones Wayside. Vosotros podéis conseguirme el mejor trato, sois honestos y no vais a estafarme. Y además sois un banco. Mi dinero estará a salvo con vosotros.
    -Ya vemos. Muy bien, lo haremos. Queda, sin embargo, la cuestión de nuestros honorarios.
    -Lo sé. Es el diez por ciento, ¿verdad? ¿O vosotros cobráis más?
    -No estamos pensando en términos de porcentaje financiero.
    -Oh. -Mellanie miró con el ceño fruncido la pantalla de la pequeña matriz, con sus imágenes aleatorias-. ¿Qué queréis?
    -Si hablas en serio sobre tus intenciones de conseguir una carrera en los medios de comunicación, no importa la forma que tome, vas a necesitar un interfaz sensorial de transmisión.
    -Una conexión neuronal profesional, sí, lo sé. Lo que ya tengo es un comienzo razonable. Esperaba que el adelanto me pagara unas mejoras y también hay unos implantes que me gustaría tener. Quiero pasar al plano virtual.
    -Nosotros pagaremos las mejoras. Pero habrá ocasiones en las que querremos apuntarnos nosotros también.
    -No lo entiendo.
    -Muchas personas creen que nuestra presencia en la Federación es total, que la obtenemos gracias a la unisfera. Sin embargo, hasta nosotros tenemos límites. Hay muchos sitios que no podemos alcanzar, algunos están bloqueados de forma deliberada, mientras que otros sencillamente carecen de infraestructura electrónica. Tú podrías proporcionarnos acceso a esas zonas en ocasiones especiales.
    -¿Queréis decir que nos vigiláis? Siempre pensé que no era más que una absurda teoría conspirativa.
    -No vigilamos a todo el mundo. Sin embargo, nuestros intereses están combinados con los vuestros y vosotros formáis parte de nosotros a través de innumerables descargas de memoria. Para utilizar una antigua frase: nuestros destinos están entrelazados. La única manera de desentrelazarlos sería alejarnos de la esfera de toda actividad humana. Y preferimos no hacerlo.
    -¿Por qué no? Apuesto que vuestra vida sería más sencilla.
    -¿Y crees que eso es bueno? Ninguna entidad puede enriquecer su vida permaneciendo aislado.
    -Así que nos vigiláis. ¿También nos manipuláis?
    -Siendo tu agente, controlamos el flujo de tu vida. ¿Eso es manipulación? Somos datos. Adquirir más está en nuestra naturaleza, al igual que continuar añadiendo conocimientos nuevos a los que ya tenemos, y utilizarlos. Es tanto nuestro idioma como nuestra moneda. Los acontecimientos humanos actuales forman una parte muy pequeña de la información que absorbemos.
    -¿Entonces es más bien que nos estáis estudiando?
    -No como individuos. Es vuestra sociedad y el modo en que fluyen sus corrientes lo que obviamente nos interesa. Lo que os afecta a vosotros nos afecta a nosotros.
    -Y no queréis ninguna sorpresa.
    -¿Vosotros sí?
    -Supongo que no.
    -Entonces nos entendemos. ¿Todavía quieres que seamos tu representante y asesor, pequeña Mel?
    -Sería como vuestro agente secreto, ¿no?
    -El papel tiene sus paralelismos. Pero no hay ningún riesgo implicado, tú solo eres nuestros ojos y nuestros oídos en lugares apartados. No esperes que te entreguemos cacharros exóticos ni coches que vuelan.
    Mellanie se echó a reír, por primera vez en mucho tiempo. Pero era una pena lo de los coches voladores, eso sería divertido.
    -Vamos a hacerlo.
    Porque si el abuelo hablaba en serio, la IS tendría que asegurarse de que la empresa fuera un éxito.
    
    La última sección de la tubería de cobre de la máquina de café volvió a encajar sin problemas y Mark Vernon utilizó unos alicates de electromúsculo para apretar los sellos. Volvió a poner la tapa de cromo, apretó los tornillos y le dio al interruptor. Se encendieron tres luces verdes.
    -Ahí tienes. Todo en orden.
    Mandy aplaudió encantada.
    -Oh, gracias, Mark. Le he dicho mil veces a Dil que estaba jodida, pero no hace nada, nos deja aquí asándonos en la mierda. Eres mi héroe.
    Mark le sonrió a la joven camarera, que había levantado la cabeza y le dedicaba una sonrisa radiante. Había estado colocando panini frescos para el desayuno bajo el mostrador de cristal, listos para los primeros clientes de la mañana; enormes mitades de pan italiano crujiente que contenían comidas enteras: huevos fritos, salchichas, kyias y tomates, o jamón, queso y piña, tortillas vegetarianas. Su compañera de turno, Julie, estaba trasteando con sartenes y platos en la cocina, en la parte de atrás. El aroma del beicon adobado con miel y puesto en la plancha se filtraba por la ventana de servicio.
    -No ha sido nada, en realidad -dijo Mark con modestia. La zona que había detrás del mostrador era muy pequeña, lo que significaba que Mandy estaba más cerca de él de lo aconsejable y quizá también lo admiraba demasiado-. Eh, bueno, me voy ya. -Estaba volviendo a guardar las herramientas en el pequeño maletín que siempre llevaba consigo. Lo sostenía con la otra mano, entre los dos, como si fuera una especie de escudo defensivo.
    -No, de eso nada. Te vas a sentar allí y te voy a llevar un desayuno decente. Es lo menos que puedo hacer. Y asegúrate de poner en la factura que le envíes a Dil una tarifa enorme por servicio a domicilio. Puñetero roñoso.
    -A sus órdenes -asintió Mark, derrotado. La verdad era que tenía hambre. Desde el valle de Ulon, donde los Vernon tenían su viñedo y su caserío, se tardaba quince minutos en llegar a Randtown y con la madrugadora y frenética llamada de Mandy no le había dado tiempo a tomar nada antes de irse. Ni siquiera había utilizado todavía el gel para los dientes.
    Se sentó en una gran mesa de mármol ante una de las grandes ventanas curvadas del café Dos para el Té. Una pareja ya había ocupado la mesa de la ventana que había al otro lado de la puerta. Llevaban ropa de esquí y hablaban muy contentos con las cabezas juntas, llenas de ternura, olvidados del resto del mundo.
    La luz brillante del sol empezaba a filtrarse por la cima de las montañas Dau’sing que rodeaban el norte de Randtown. Mark se puso las gafas de sol para defenderse de la luz que entraba a raudales por la ventana y desenrolló la pantalla de un periódico, nunca le había gustado leerlo directamente en su visión virtual, el texto superpuesto a su campo de visión siempre le daba dolor de cabeza. Una docena de titulares fueron bajando por la izquierda, las noticias locales al otro lado, cargadas en la ciberesfera por el Crónica de Randtown, el único medio de comunicación de esa mitad del continente. A pesar de toda la buena voluntad y lealtad del mundo, la verdad era que Mark era incapaz de entusiasmarse lo suficiente como para leer sobre la nueva carretera de circunvalación que iba a rodear los distritos occidentales del pueblo, o el proyecto de plantación de bosques que se proponía para el valle de Ostra. Así que le dijo a su mayordomo electrónico que entrara en las noticias panfederales del día anterior y siguió el comienzo de la campaña presidencial. Leyó entre líneas que Doi todavía no había conseguido que la respaldaran los Sheldon, los Halgarth ni los Singh y que continuaba buscando financiación.
    -Aquí tienes -dijo Mandy muy contenta cuando le puso delante el plato. Estaba repleto de tortitas y beicon y tenía jarabe de arce rezumando por cada capa. A las fresas y golosinas que había encima les habían dado la forma de una cara sonriente. Mandy le puso al lado del plato un vaso alto de sorbete de manzana y mango-. Te traeré las tostadas y el café en cuanto estén listos. -Le guiñó el ojo con descaro y se alejó de un salto para atender a la pareja esquiadora. Detrás del mostrador, la máquina de café había empezado a borbotear y humear con un sonido reconfortante.
    Como si acabara de darse cuenta de que ya había comenzado el día, Julie encendió el sistema de sonido para poner el álbum de alguna banda hindú acústica y casi desconocida. Eso era lo que tenía Randtown, todos los cafés y bares ponían una música tan progre que cuando Mark conseguía conocerla y apreciarla, la banda ya se había disuelto o se había vendido. Miró la gigantesca pirámide de calorías que tenía delante y suspiró, después cogió el tenedor. Liz ya le había hecho algún que otro comentario bastante brusco sobre su cintura en los últimos tiempos. Pero es que la comida era peligrosamente espléndida. Nunca cocinaban nada solo, si querías una chuleta de cordero, tenías que tomarte también las seis verduras alienígenas, tres salsas y un extraño picante que la acompañaba. Y si la comida no incluía un entrante y un postre, es que eras muy rarito.
    Era obvio que el olor de la comida se estaba extendiendo por la calle. La gente empezó a entrar en el café mientras Mark comía. Algunos eran los típicos turistas en busca de un buen desayuno antes de las agitadas actividades del día, miraban a su alrededor, admiraban la decoración que imitaba a la romana y después buscaban una mesa libre. Los vecinos se quedaban ante la barra para recoger los panini calentados en el microondas y las bebidas calientes que querían llevarse. Mandy apenas tuvo tiempo de llevarle las cuatro gruesas tostadas con mantequilla y la mermelada de ruibarbo con vainilla, que era la que más le gustaba. Había encaramado un pain au chocolat en el borde del plato, por si acaso.
    Mark consiguió al fin dejar el Dos para el Té y alejarse andando, o anadeando, como decía Liz. Fuera hacía esa mañana por la que había viajado trescientos años luz, la mañana en la que quería sumergirse todos los días. Tomó una profunda bocanada de un aire que tenía ese frescor distintivo y crujiente que solo se encontraba a los pies de las montañas cubiertas de nieve. Los picos más altos y las mesetas de las Dau’sings todavía estaban muy nevadas, incluyendo las dos pistas de esquí. Mark levantó la cabeza y las miró, sus gafas de sol se oscurecieron para defenderse de la luz de la brillante estrella G9 de Elan que lo iluminaba todo desde un cielo sin nubes. Los picos dominaban los terrenos que había detrás del pueblo y formaban una impresionante barrera de conos y picos arrugados. En el hemisferio sur de Elan estaba empezando la primavera y el agua del deshielo comenzaba a cruzar el límite de las nieves y a llenar todas las grietas con pequeños torrentes blancos. Variantes de pino de toda la Federación habían colonizado las laderas más bajas, trayendo consigo una cascada muy necesaria de follaje verde. Sobre ellos, la hierba rayo nativa seguía floreciendo, una planta de color verde amarillento sin mucho carácter y unas briznas andrajosas. Lejos de los pequeños oasis de vegetación foránea que habían llevado los humanos a la zona, era la hierba rayo la que alfombraba cada montaña de la cordillera y cubría casi una cuarta parte del continente.
    Unos pequeños triángulos alargados de tela dorada empezaban a flotar sin prisas por el cielo a medida que los primeros voladores del día iban agitando las alas para subir en busca de las corrientes térmicas. Por lo general se lanzaban de las peñas del risco de Agua Negra, que se alzaba en la parte posterior del barrio oriental del pueblo. Un funicular dividía el bosque que cubría el peñasco, salía de su base, detrás de los campos de juego del instituto y subía hasta el edificio Órbita, una construcción semicircular que sobresalía en la cima del amplio acantilado, a seiscientos metros del pueblo; era como si un platillo volante se asomara por el borde. El restaurante que albergaba era una trampa para turistas con precios astronómicos, aunque la vista que se tenía del pueblo y el lago era inmejorable.
    Cada día, los pequeños vagones de color azul cromo del teleférico llevaban visitantes, profesionales del vuelo y adictos a los deportes de riesgo hasta el Órbita. Desde allí, se abrían camino por los senderos del bosque hasta un risco en el que el viento soplaba en la dirección adecuada, se metían en un traje Da Vinci y alzaban el vuelo. Los auténticos profesionales se pasaban todo el día elevándose y dibujando espirales en las corrientes térmicas y solo bajaban cuando caía la oscuridad. Un traje Da Vinci era bastante fácil de manejar, básicamente era un saco de dormir ahusado y finísimo con unas alas de pájaro de hasta ocho metros de envergadura. Te colocabas dentro del traje en la cresta del risco, con los brazos estirados en cruz y te lanzabas al abismo. Las bandas electromusculares de las alas imitaban y amplificaban los movimientos de los brazos y las muñecas, lo que permitía que las alas aletearan, se ladearan y bambolearan. Era lo más cerca que habían estado los humanos jamás de volar como los pájaros.
    Mark había subido un par de veces y había compartido un traje instructor con un amigo que vivía en el pueblo. La sensación era asombrosa, pero tampoco iba a cambiar de trabajo para hacerlo a tiempo completo.
    Bajó por el paseo Principal hacia el puerto. Las tiendas que flanqueaban la calle eran una colección de las franquicias que se veían por toda la Federación como el Grano de Siempre y el inevitable restaurante de comida rápida de los Kebabs de Bab, intercalados con tiendas de artesanía local y los bares y cafés que convertían la zona comercial en una mezcla ecléctica. Casi todos los edificios eran de un solo piso, con pronunciados tejados de paneles solares. Los que tenían un segundo piso tendían a ser restaurantes o bares con un balcón donde la clientela podía sentarse al sol y observar a los peatones que pasaban a sus pies. La mayor parte del paseo Principal estaba formado por módulos prefabricados, lo que le daba un aspecto un tanto temporal, aunque había varias fachadas revestidas con la dura piedra azul y violeta que se encontraba en los pedregales de las laderas de las Dau’sings, y también con madera de pino. Los pequeños callejones llevaban a tiendas más pequeñas y estudios de un solo dormitorio donde unas plantas trepadoras bien podadas escalaban las paredes y había sillas viejas y abolladas colocadas en las losas que pavimentaban el suelo. Las botellas y vasos que yacían a su alrededor eran prueba fehaciente de las fiestas que atestaban los pequeños enclaves casi todas las noches.
    Por todo el paseo Principal empezaban a abrirse las puertas de los negocios. Dentro se encendían las luces, y los empleados y los robots conserje limpiaban los suelos. Mark les dijo hola a muchos de los empleados y saludó con la mano a muchos más. Todos eran jóvenes y su aspecto era extrañamente uniforme; si no fuera por los variados tonos de su piel, podrían haber sido primos. Los chicos llevaban el pelo rígido y corto, quizá barba de unos días y tenían cuerpos que estaban en forma de verdad, nada de productos de gimnasio con demasiados ejercicios aeróbicos encima; vestían sudaderas sueltas o incluso cazadoras impermeables más sueltas todavía con bermudas y sandalias deportivas. Mientras que las chicas eran un placer para la vista con sus faldas cortas o sus pantalones apretados, con camisetas que siempre dejaban a la vista unos estómagos firmes por muy frío que fuera el día. Todos ellos estaban de paso en esos trabajos. Atendían las tiendas, eran camareros, se ocupaban de las barras de los bares, eran porteros en los hoteles, auxiliares en los barcos de buceo, se encargaban de los recorridos escénicos, cuidaban de los niños de los residentes permanentes. Y lo hacían por una sola razón, conseguir dinero suficiente para la siguiente experiencia extrema. La industria más importante de Randtown era el turismo y lo que lo distinguía de los innumerables destinos de vacaciones que plagaban la Federación eran los deportes que se practicaban en el tosco paisaje que lo rodeaba. Atraía a los que disfrutaban de su primera vida, a los que estaban un poco desencantados con la vida normal en la Federación. No eran rebeldes, solo adictos al riesgo empeñados en encontrar una forma más rápida de bajar una montaña o una manera más dura de salvar unos rápidos, o hacer giros más rápidos en unos esquís a propulsión, o subir todavía más para tirarse en heliesquís. Los más maduros y conservadores, los que ya habían tenido varias vidas, también los visitaban. Se alojaban en buenos hoteles y unos autocares con aire acondicionado los trasladaban a la actividad programada del día. Eran ellos los que generaban la economía de servicios que les proporcionaba cientos de empleos mal pagados a personas como Mandy y Julie.
    Mark cruzó la carretera de un solo carril que había al final del paseo y recorrió la avenida del puerto. Randtown se había construido alrededor de una ensenada con forma de herradura que había en la costa norte del lago Trine’ba. Con ciento ochenta kilómetros de longitud era la extensión más grande de agua dulce que había en el interior de Elan. Complementaba la altura de las montañas que lo acorralaban en el centro y en algunos lugares tenía más de un kilómetro de profundidad. Bajo la asombrosa superficie azul acechaba una ecología marina única que había evolucionado, aislada de todo, durante decenas de millones de años. Unos arrecifes de coral de una belleza pasmosa dominaban los bajíos mientras que los atolones cónicos se alzaban en las profundidades centrales como volcanes en miniatura. Albergaban miles de especies de peces que iban desde lo extraño a lo sublime, aunque al igual que los primos que tenían en el agua salada del mismo planeta, utilizaban unas espinas y unos husos de aspecto letal para propulsarse.
    Después del esquí y el snowboard en invierno, el buceo era la segunda atracción turística más importante de Randtown. El puerto proporcionaba docenas de muelles donde se amarraban los barcos comerciales para la práctica del buceo. Incluso en ese momento, cuando el Trine’ba apenas superaba los cero grados, había decenas de turoperadores haciendo viajes sobre las aguas. Mark vio pasar un gran catamarán de Viajes Celestiales, cuyos propulsores levantaban una gran cantidad de espuma tras cada casco. Un par de miembros de la tripulación lo saludaron desde la proa y le gritaron algo que se perdió entre el ruido de los motores.
    Mark continuó por el costado de la pared de piedra, con su único verso que se extendía por toda ella. Un día iba a tener que leerlo de principio a fin. El garaje Motores Ables, que era su franquicia, estaba situado a un par de calles del extremo oriental de la avenida. Llegó a él bastante antes de las nueve menos cuarto. Randtown, aunque fuera el único pueblo de verdad en ochocientos kilómetros a la redonda, tampoco era demasiado grande. Sin los turistas y los jóvenes de paso, la población apenas superaba las cinco mil personas. Se podía ir de un extremo a otro en menos de un cuarto de hora.
    Había igual número de personas viviendo en los valles y las tierras bajas que quedaban al norte y al oeste, donde se extendían las granjas y los viñedos. Para viajar por las carreteras de tierra del distrito hacía falta un transporte decente con tracción a las cuatro ruedas. Y en eso se especializaba Motores Ables, una división de Farndale que producía vehículos para terrenos duros. A Mark le había parecido la solución perfecta cuando empezaron a buscar un nuevo hogar y una nueva carrera. Se le daban bien las máquinas así que podía hacer la mayor parte de las reparaciones ligeras él mismo y si comerciaba tanto con modelos nuevos como con modelos de segunda mano, aumentaría los ingresos de forma considerable. Por desgracia, Motores Ables era una aventura relativamente nueva para Farndale, una marca que todavía no había demostrado nada, mientras que los viejos y conocidos Mercedes, Ford, Range Rover y Telmar se llevaban la mayor parte del mercado. Y tampoco ayudaba mucho que el garaje Ables solo llevara abierto un par de años. Quizá debería haberse dado cuenta de eso cuando se había quedado con él junto con la hipoteca pendiente. Las ventas iban despacio y dado el diminuto número de vehículos Ables que había en la zona, el trabajo de mantenimiento era igual de escaso.
    A Mark le había llevado menos de dos semanas comprender que el negocio de los vehículos con tracción a las cuatro ruedas no iba a proporcionarle unos ingresos decentes para mantener a su familia. Cuando empezó a buscar algún trabajo extra, no tardó en darse cuenta que la gente del pueblo y las granjas tenían un montón de aparatos estropeados que podía arreglar cualquiera al que se le diera bien la mecánica, aunque fuera de una forma rudimentaria. A Mark, la mecánica, y la electricidad, se le daba algo más que bien y encima tenía un taller totalmente equipado. Al principio de la tercera semana se había llevado unos cuantos artículos al taller: un par de robots conserje, un aire acondicionado, el sonar del catamarán de un turoperador dedicado al buceo, cocinas y varios calefactores solares.
    Randtown era una comunidad muy unida y la gente no tardaba en hablar de cualquiera que tuviera ese tipo de talento. Muy pronto le llovieron los aparatos y equipos que había que remendar. Y además, la mayor parte pagaba con dinero en metálico, aunque tampoco era que los impuestos de Elan fueran excesivos. Pero habían empezado a saldar la hipoteca del viñedo más rápido de lo que habían planeado en un principio.
    Esa mañana tenía tres recolectores automáticos esperándolo en el taller. Cada unidad era del tamaño de un coche, con suficientes apéndices electromusculares como para ponerle prótesis a un raiel. Pertenecían a Yuri Conant, que era dueño de tres viñedos en el valle de Ulon y se había convertido en un buen amigo y vecino. Uno de los hijos de Yuri tenía la misma edad que Barry.
    Mark se puso el mono y empezó a hacer el análisis de diagnóstico en la primera máquina. Los cojinetes del motor magnético estaban hechos polvo. Todavía estaba debajo, examinando las conexiones superconductoras cuando entró la empleada que tenía en el garaje, Olivia.
    -¿Te has enterado? -le preguntó muy emocionada.
    Mark le dio impulso a la tabla con ruedas y salió de debajo del recolector automático cubierto de barro, después le lanzó a la joven una mirada ofendida.
    -¿Wolfram te preguntó por fin anoche si podía entrar a tomar un café? -Era una saga de romance frustrado que ya llevaban aguantando dos semanas, Mark solía escuchar el último capítulo cada mañana.
    -¡No! Ha vuelto el Segunda Oportunidad. Salieron del hiperespacio sobre Anshun hace unos cuarenta minutos.
    -¡Maldita sea! ¿En serio? -Imposible, Mark no podía fingir falta de interés en eso. Si no hubiera estado casado y no hubiera tenido responsabilidades familiares, hasta habría enviado una solicitud para ir él también. Todo formaba parte de ese universo más interesante que existía lejos de Augusta. Así que se había dedicado a buscar un montón de información sobre el proyecto hasta que fue capaz de aburrir a casi todo el mundo con estadísticas y datos triviales. Se suponía que su mayordomo electrónico tenía que avisarlo sobre todas las novedades relacionadas con ese vuelo pero esa mañana, mientras se dirigía al pueblo, le había puesto un bloqueo al acceso de su mayordomo electrónico a la ciberesfera para evitar más llamadas de emergencia como la de Dos para el Té. La familia podía comunicarse con él, pero nadie más. Se le había olvidado quitarlo al llegar al garaje.
    -¿Qué encontraron? -preguntó mientras se apresuraba a quitar el bloqueo.
    -Ha desaparecido o algo así.
    -¿Qué ha desaparecido? -Los datos empezaron a acumularse en su visión virtual.
    -La barrera. Se desvaneció cuando empezaron a examinarla.
    -La leche. -Sus manos virtuales empezaron a destellar sobre los iconos para pedir información. Al final estaba recibiendo tanta que los dos entraron en el pequeño despacho que tenía en la parte de atrás del taller para ver las imágenes en un portal holográfico. El TEC estaba emitiendo videos de la exploración a medida que la nave descargaba los datos. Los medios de comunicación se lanzaban sobre ellos encantados de la vida mientras reunían sus equipos de análisis y comentaristas en el estudio.
    Olivia tenía razón, la barrera ya no existía. Su desaparición fue un golpe para él y lo afectó como la noticia de una muerte repentina en la familia. Era algo que no se había esperado. Como tampoco se lo habían esperado los expertos del estudio, a juzgar por lo mucho que les costaba encontrarle sentido.
    Fuera del garaje Ables no había mucho tráfico. La chocolatería rusa que tenía enfrente mostraba las mismas imágenes en los portales que tenían sobre el mostrador. Los clientes permanecían sentados ante sus mesas con las bebidas olvidadas mientras clavaban los ojos en aquella barrera inmensa e incomprensible. Llamó a Liz para ver si ella también se había metido. Su mujer le dijo que sí, estaba sentada con el resto del personal del vivero Dunbavand donde trabajaba, viendo las escenas en una de las pantallas de la oficina.
    Mark observó, pasmado, las esferas y los anillos de la Fortaleza Oscura que giraban en el portal de su escritorio. La escala era difícil de apreciar. Y luego apareció la civilización Dyson, que ocupaba un sistema entero. La emoción de ver el tiroteo nuclear entre naves desde un sitio seguro, Mark se sentía como si estuviera haciendo algo ilícito. A ninguno de los comentaristas que Alessandra Baron se había llevado a su estudio les gustaban las implicaciones de lo que veían. La presentadora se volvió hacia un antropólogo cultural para que intentara explicar por qué una especie capaz de viajar por el espacio se ponía a luchar de ese modo. Era obvio que el hombre no tenía ni idea.
    Pasaron horas sin que Mark se diera cuenta. Solo cuando Olivia dijo, «Me voy a comer», se dio la vuelta al fin y la miró, con el ceño fruncido mientras intentaba entender lo que le estaba diciendo.
    -Ya. Claro -respondió-. No creo que nadie nos vaya a comprar ningún vehículo hoy.
    Decidió que él también debería tomarse un descanso y cerró las puertas del garaje a sus espaldas. La avenida estaba inusualmente tranquila para ser mediodía. Mark se subió la capucha de la chaqueta para defenderse del viento crudo que soplaba del lago. Los que pasaban a su lado tenían una expresión vidriada y ausente, síntoma claro de alguien absorto en su visión virtual. Todo el mundo estaba enganchado al regreso de la nave estelar. Era un momento trascendental, como la final de la copa, cuando durante toda la primera parte había parecido que Brasil iba a perder. Mark miró por instinto a la Casa Negra, donde vivía Simon Rand y se preguntó si él también estaba poniendo su vida en perspectiva. El edificio era una inmensa mansión georgiana encaramada a una colina del ala oriental de la ensenada del lago, situada en medio de casi cinco hectáreas de terrenos propios conservados de forma impecable. Había docenas de casas grandes dispuestas en las laderas, a su alrededor; las más caras y exclusivas del pueblo aunque no llegaban a igualar el esplendor de la mansión de Rand. Muchas de ellas pertenecían a los primeros colonos, los hombres y mujeres que se habían unido a Simon en su quijotesca cruzada y habían ayudado a tender la autopista por las montañas.
    Cincuenta y cinco años atrás, Simon Rand había llegado a la estación planetaria de Elan con un tren entero cargado de constructores de carreteras JCR, una flota de robots varios y camiones atestados de sistemas civiles de construcción. Incluso entonces tenía una fortuna moderada, estaba en su primera vida y era hijo de una gran familia menor de la Tierra; el joven había decidido cobrar su fideicomiso para comprar un sueño. Inspirado por las leyendas de la Marcha de Oregón, estaba decidido a partir en busca de un lugar fresco y nuevo y, una vez encontrado, protegerlo de las profanaciones modernas. Elan, que por aquel entonces solo llevaba un par de décadas abierto a la colonización, era un buen punto de partida. El gobierno planetario les daba mucho margen tanto a los promotores inmobiliarios como a los inversores si contribuían a establecer nuevos barrios y creaban instalaciones. La idea era que esas personas emprendedoras importarían fábricas enteras y construirían alojamientos a su alrededor. Pero Simon tenía una visión muy diferente, una comunidad limpia y verde, una visión bastante inofensiva, así que los burócratas le concedieron los permisos de uso de la tierra, mientras en privado creían que la aventura estaba condenada. Después de todo, todos los mundos de la Confederación estaban salpicados de las locuras de esos románticos excéntricos y sus fortunas perdidas.
    Simon partió de inmediato hacia el continente sur, casi deshabitado, de Ryceel. Una vez allí dio comienzo la locura definitiva de construir su carretera a través de la imponente cordillera Dau’sing, como si no hubiera tierra de sobra disponible al norte de las montañas. Varios programas de actualidad emitieron burlones reportajes en sus boletines, lo que atrajo a otros idealistas y partidarios de su causa, personas dispuestas a mancharse las manos a cambio de vivir en una comunidad tranquila, alejada del mundo convencional, cuando terminaran. Y Simon, a pesar de su estrafalaria actitud, por lo menos se había preparado para su aventura con un pragmatismo meticuloso.
    Tres años y setecientos ochenta kilómetros después, el último y monstruoso constructor de carreteras JCB superviviente se abría camino por la base del risco de Agua Negra, entre los chillidos agónicos de la roca que se desintegraba y torbellinos de nubes de vapor asqueroso, como una especie de dragón terrestre. Tras la máquina quedaba una carretera de dos carriles de hormigón amalgamado por enzimas que salvaba diecisiete ríos y atravesaba once montañas con sus correspondientes túneles. Y a pie, sobre aquella superficie recién tendida que crujía y emitía gases que parecían urea, avanzaba Simon, a la cabeza de una caótica caravana de casas rodantes, camiones e incluso unos cuantos caballos y mulas que tiraban de unos carros. Los otros tres constructores de carreteras que habían empezado el viaje con ellos habían quedado abandonados por el camino; armatostes medio oxidados, desguazados, derrumbados junto a la carretera como monumentos a su concepción.
    Al igual que Moisés tanto tiempo antes que él, Simon contempló el lago Trine’ba y dijo:
    -Este es nuestro sitio.
    Se dio cuenta de que había sido el agua fresca y azul lo que había dividido aquellas montañas que cruzaban el continente entero y había dejado sus pobladas filas arrinconadas a lo largo de sus costas. Los inmensos baluartes se extendían sin fin a lo lejos, reflejados a la perfección por el espejo inmaculado de la superficie del lago. A ambos lados, cientos de cataratas alimentadas por el deshielo surgían de los acantilados irregulares, desde diminutos goteos plateados que apenas mojaban la roca hasta grandes cascadas cubiertas de espuma que lanzaban rociadas más densas que la lluvia. Unos conos de delicado coral, diminutos, de color escarlata y lavanda, se asomaban al centro del lago. Y llenando el enorme abismo de aire por encima del agua había un silencio tan profundo que absorbía todos sus pensamientos.
    En cincuenta y dos años, el majestuoso paisaje no había cambiado. Simon se había mostrado resuelto en cuanto a eso. Edificios, bosques, campos, zanjas de drenaje y carreteras se extendían sobre la tierra virgen que había en los valles detrás de Randtown, pero no había industria, ninguna de las fábricas y empresas que por lo general se adherían a las afueras de los asentamientos humanos. Los habitantes podían importar lo que quisieran por la larga autopista de peaje que seguía siendo su único vínculo físico con el resto de la raza humana, no compensaba construir un ferrocarril paralelo y no había sitio para hacer un aeropuerto. Simon no pretendía cambiar la mayor parte de la cultura de la Federación, solo quería mantener los peores aspectos lejos de su trocito. Así que las granjas eran orgánicas, los principales ingresos del pueblo procedían del turismo y su energía era geotérmica y solar. Los motores de combustión eran ilegales, el reciclaje era una especie de religión y las aguas residuales se trataban en biorreactores seguros para evitar cualquier probabilidad de que algún producto químico humano extraño pudiera contaminar la preciada agua pura del lago Trine’ba.
    En lo que a entorno se refería, Mark había pasado de un extremo al otro.
    Su visión virtual le mostró una imagen fantasmal del Segunda Oportunidad, maniobraba con lentitud para atracar en el muelle de su plataforma de montaje, en los cielos de Anshun. Le sorprendió su estado, parecía a punto de estrenarse. Después de un viaje así tendría que haber algunas señales de tensión, unos cuantos impactos de meteoritos, quemaduras, algo que demostrase lo lejos que había estado y lo que había visto. Pero parecía tan nuevo y limpio como el día que había partido.
    Se detuvo en uno de los puestos que había tras la avenida y compró un bollo de atún, gambas, talarot, maíz y ensalada con mayonesa para comer, junto con un poco de sushi vegetariano y algo de postre. Fue Sasmi la que se lo vendió. Había llegado a la ciudad unos meses antes para el comienzo de la temporada de snowboard. Con su cabello de color azabache y el rostro casi plano, Mark había pensado que su herencia era oriental hasta que la chica le había dicho que sus ancestros eran en realidad finlandeses. Una chica muy dulce que se había lanzado de cabeza a todo lo que Randtown tenía que ofrecer: los amigos, las fiestas, los deportes. Siempre encontraba tiempo para hablar con Mark, aunque tampoco era que lo distinguiera de forma especial, solo tenía una naturaleza irreprimiblemente risueña.
    Ese día hasta ella estaba atrapada en el drama del regreso de la nave. Intercambiaron los «¿Te has enterado?» y «¿Viste cuando...?» de rigor mientras Mark la observaba preparándole el bollo. Después volvió a alejarse por la avenida con la sonrisa de despedida de Sasmi todavía en la cabeza. Jamás había habido en su vida tantas tentaciones. Era una de las cualidades innegables de Randtown, allí todo el mundo llenaba su vida de acontecimientos que en su mayor parte parecían ser fiestas y nuevos amigos, y sin embargo, con todo eso, nunca tenían prisa para nada. Había tardado meses en aprender a tomarse las cosas con calma y relajarse después de la dura rutina de Augusta, centrada en el trabajo y la familia, y en la que la diversión giraba exclusivamente alrededor del entretenimiento. Lo único que Mark temía viviendo allí era que algún día terminaría rindiéndose, algunas de las chicas eran divinas.
    Olivia seguía fuera cuando Mark volvió al garaje. Acababa de sentarse y estaba empezando con su magdalena de chocolate triple y cuorks cuando el TEC publicó la auténtica bomba. Dos personas habían quedado atrás. La noticia acababa de darse porque la compañía había estado informando y orientando a las familias. A Mark ya le costó bastante asimilar eso, por no hablar ya de que uno de ellos era el mismísimo Dudley Bose. Durante un rato estuvo furioso con el resto de la tripulación del Segunda Oportunidad por abandonarlos allí, eso tenía que ser la traición definitiva. Se estremeció de solo pensar en la distancia que los separaba. Y entonces el capitán Wilson Kime hizo una declaración en tiempo real. Iba vestido con el uniforme oscuro completo, el cabello bien peinado y corto, y miraba a la cámara impávido, sabiendo cuánta gente lo estaría mirando a él. Y todos ellos con una sola pregunta en los labios: «¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué no esperaste por ellos?»
    -Es con el más profundo pesar que me encuentro terminando nuestro viaje histórico con las peores noticias posibles -dijo Wilson. Su voz, profunda y solemne, era tan sincera que Mark cambió de actitud de inmediato y lo compadeció por tener que soportar el terrible peso del mando-. Me he visto obligado a tomar la decisión que un capitán más teme, arriesgar las vidas de todas las personas que estaban a bordo o dejar atrás a nuestros colegas y amigos. Esta misión se lanzó con el compromiso explícito de regresar con información vital sobre Dyson Alfa y la extraordinaria barrera que rodeaba esa estrella. Si bien la seguridad de mi tripulación es primordial para mí personalmente, además de estar consagrada por mi obligación, no puedo pasar por alto nuestro objetivo último. Nos encontramos en una situación que puso a la nave entera en grave peligro. Ante tales circunstancias, no me quedó otra alternativa que irme. Es una decisión con la que tendré que vivir todos los días durante el resto de mi vida, siempre me preguntaré si hubieran vuelto a ponerse en contacto si nos hubiéramos quedado una fracción de segundo más. Pero esos momentos de más podrían de igual modo habernos conducido al desastre. Y quizá no hubiéramos vuelto jamás con la información que tenemos. Es posible que no hubiéramos podido advertir a la Federación que la barrera ha desaparecido y que los alienígenas que contenía no parecen demasiado amigables. Es esa información la que considero más importante que las vidas de nuestros camaradas. Sé que si esta trágica situación se hubiera invertido y fuera yo el perdido en la estación alienígena, no habría querido que mis compañeros regresaran a casa con esa información esencial fuera cual fuera el coste personal. Todos nosotros asumimos este viaje sabiendo que habría peligro. Ninguno nos imaginamos que sería tan profundo. Gracias por su tiempo.
    Mark se derrumbó en la silla y exhaló un profundo suspiro. Dadas las circunstancias, supuso que él habría hecho exactamente lo mismo. Pero seguía siendo una decisión aterradora. Y el capitán pensaba que los alienígenas eran peligrosos. No era buena señal, nada buena.
    El programa empezó a emitir imágenes de la Atalaya. Mark siguió a los astronautas cuando se deslizaron por los túneles oscuros de la estación. Parecía haber kilómetros enteros de pasadizos espeluznantes entrelazados. Los resuellos de los miembros del equipo de contacto reverberaban por la oficina de la tienda. Mark sintió que él también estaba allí cuando unas manos enguantadas se extendieron por los bordes de la imagen y cogieron las secciones desgastadas de la pared del túnel para impulsarse. Después estaba entrando a cámara lenta, con una voltereta, en una cámara vacía. Los conductos de la pared se habían abierto y habían permitido que las fibras ópticas se salieran como una especie de esbelta planta acuática. Mark los siguió hasta una caja que contenía cubos de circuitos que parecían cristal empañado. Unas voces excitadas exclamaron algo. Los guanteletes intentaron sacar unos de los cubos pero este empezó a deshacerse en cuanto lo tocaron. Otra voz más serena les ordenó que sacaran la caja entera de la base.
    Mark se sacudió para despejarse. Quería recorrer la Atalaya milímetro a milímetro, examinar en persona sus oscuros misterios. Una noche de esa semana se tomaría un rato y se echaría en la cama a ver un TSI de la exploración.
    El programa enfocó entonces al senador Thompson Burnelli, que se encontraba delante del imponente edificio del Senado, en Washington. Un amplio semicírculo de reporteros rodeaba al senador, que estaba flanqueado por dos ayudantes.
    -Es obvio que estoy bastante decepcionado con ciertos aspectos del vuelo -dijo Burnelli-. Aunque me gustaría aprovechar este momento para expresarle mis condolencias a las familias de Dudley Bose y Emmanuelle Verbeke por el golpe que han recibido hoy. En relación con eso, creo que hay algunas preguntas muy serias que plantea el modo en que el Segunda Oportunidad abandonó la zona de una forma tan brusca. Creo que debería haberse hecho un mayor esfuerzo para determinar la naturaleza de los alienígenas de Dyson. En cuanto a la supuesta amenaza: en realidad no se disparó contra nuestra nave, había unos cuantos mecanismos robóticos acercándose, eso es todo. No sabemos si eran misiles. Kime podría haber echado una segunda, una tercera, incluso una cuarta mirada; podría haber seguido intentándolo hasta que consiguiéramos alguna información real. El Segunda Oportunidad estaba equipado con VSL, podían escaparse con un salto limpio de cualquier peligro.
    -¿Qué va a pasar ahora? -preguntó un periodista.
    -Todo el Consejo del Exoprotectorado de la Federación se va a reunir en cuanto sea posible para revisar los resultados. Una vez hecho eso, haremos nuestras recomendaciones al presidente y al Senado de la Federación.
    -¿Cuál será su recomendación, senador?
    Burnelli inclinó la cabeza hacia un lado con gesto pensativo y miró al que le había hecho la pregunta con el ceño fruncido.
    -Creo que es obvio. Debido a la falta de cualquier dato real, tendremos que enviar otra nave. Esta vez comandada por un capitán que no se amilane, alguien que pueda averiguar por nosotros lo que está pasando allí en realidad.
    Mark asentía. Quizá Kime se precipitó. El Segunda Oportunidad tenía un buen blindaje. Me acuerdo de las especificaciones. La protección era uno de los principales motores del diseño.
    Olivia regresó y los dos se pasaron la mayor parte de la tarde viendo el portal. El TEC emitió las grabaciones que había hecho Dudley Bose, explicando y comentando los datos que reunía la nave. Sus descripciones fascinaban a Mark. Estaban ajustadas a un nivel que él podía entender, una voz clara y segura que convertía simples hechos en una descripción intensa y llena de vida. No me extraña que fuera un astrónomo respetado y triunfador.
    Mark salió al taller unas cuantas veces para intentar trabajar un poco en los recolectores automáticos. Pero cada vez su mente se distraía del trabajo y regresaba otra vez a comprobar el portal. Buena parte de ese tiempo se lo pasó pensando lo que debía de haber sido aquel momento para Bose y Verbeke, cuando al fin se habían dado cuenta de que la nave se había ido para siempre. ¿Cómo se enfrentaba una persona a algo así? Por Dios, ¿cómo me lo tomaría yo?
    Cerró el garaje Ables temprano y volvió a casa en su camioneta. La primera parte del viaje era por la gran autopista que había construido Simon Rand, que lo llevaba por detrás del risco de Agua Negra antes de entrar en el escarpado y estrecho valle que había allí. Se había plantado hierba terrestre en las cunetas de la carretera, una variedad vigorosa que había desahuciado a la hierba rayo y había pintado las laderas que pasaban por encima del torrente de un suntuoso y saludable color esmeralda. Unas ovejas gordas, todavía con el pelaje de invierno, se paseaban adormiladas, rumiando, mientras sus corderos recién nacidos saltaban muy excitados. Muy por encima de ellos, donde había menos hierba y más cantos rodados, las cabras de montaña se escabullían por el terreno y se aventuraban entrando y saliendo del bosque de pinos.
    Después de unos cuantos kilómetros el valle se ampliaba y las colinas de la derecha se hundían para dar paso a un valle mucho más amplio. Tomó ese desvío y empezó a conducir por la larga y recta pista de piedrecillas compactas. Era el valle del Páramo Alto, el primero en el distrito que se había cultivado; ya hacía mucho tiempo que lo había drenado una extensa red de zanjas, que había dejado al descubierto la fértil turba a disposición de los tractores robot y el ganado. Había largos caminos de entrada que se desviaban a ambos lados de la pista principal y llevaban a los ranchos grandes y a los grupos de graneros. Los únicos árboles que se veían allí eran álamoslii, altos y esbeltos, que se habían plantado en filas rectas e impecables para marcar los límites.
    Después de cinco minutos la pista volvía a bifurcarse. Mark cogió la ruta que se adentraba en el valle de Ulon. Era casi tan amplio como Páramo Alto aunque los muros de las montañas eran más altos. Los cantos rodados y las piedras lo salpicaban todo y las nieves traían una nueva cosecha cada invierno. Aunque el suelo era razonable, en realidad el Ulon no era el sitio más apropiado para cultivos en serie. En lugar de eso, y por sugerencia de Simon Rand, los primeros caseríos plantaron viñas de moras grencham, una planta nativa de Elan que ya estaba consiguiendo cierta reputación entre los enófilos de la Federación, aunque solo se había cultivado en los continentes del norte. Los primeros años vieron añadas pasables producidas en el Ulon, pero luego se introdujeron nuevas variedades, los viñedos se organizaron, formaron una cooperativa para mezclar y embotellar, e incorporaron la denominación de origen.
    Para cuando llegaron los Vernon, la operación entera se había convertido en un negocio impecable. Ya se estaban cultivando dos tercios del valle y el resto de las parcelas se estaban vendiendo a toda velocidad. Todos los compradores conseguían sus cinco o seis hectáreas que se podían plantar con viñas y una parcela para una casa en un extremo. Las viñas las gestionaría y cosecharía la cooperativa, lo que garantizaba unos ingresos modestos cada año de la marca del valle de Ulon.
    Mark giró por la pista que subía la corta colina que llevaba a su casa y frenó un poco cuando la suspensión lo hizo empezar a saltar en los charcos y los baches. Una vez más, como cada mañana y cada tarde, se recordó que tenía que llamar para que le llevaran un poco de gravilla decente. Las espalderas de las viñas se extendían a ambos lados de la pista, líneas de cables y postes, como endebles vallas, separadas por un par de metros, que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Los pequeños ramales nudosos y pardos de las viñas envolvían con cuidado los cables, todos y cada uno recortados de forma idéntica, no más de cinco brotes en cada fronda. Era demasiado pronto para que creciera nada, lo que dejaba la parcela entera con un aspecto bastante desolado, solo las estrechas franjas de hierba dispersa proporcionaban algún toque de color entre las espalderas, aunque parecía haber más barro y piedras que matas vivas. En la cumbre, donde la casa se aposentaba sobre media hectárea de tierra plana, el césped era una vigorosa alfombra esmeralda. En ese momento rodeaba dos casas. La que se habían traído en la parte posterior de un gran camión plano, un montón de paneles cuadrados de compuesto, resistentes a los elementos, que podían encajarse para formar cualquier diseño. Liz y Mark se habían instalado en una sencilla construcción con forma de ele con un salón largo y rectangular en un extremo junto con tres dormitorios cuadrados, un baño, un cuarto de juegos, cocina y una habitación de invitados que seguía atestada de cajas de cosas que se habían traído de Augusta y todavía no habían abierto. El tejado estaba compuesto por recolectores solares curvos que se introducían en la parte superior. La casa entera era barata, fácil de montar y un sitio en el que no querrías vivir más de unos cuantos meses, sobre todo en invierno. Llevaban en Elan ya casi dos años.
    Detrás de su casa prefabricada temporal crecía su auténtica casa. De acuerdo con el espíritu verde de Randtown, los dos habían decidido que iba a ser de coral seco, que era extrañamente escaso en un distrito obsesionado con la ecología. Por lo general, la planta se cultivaba sobre una estructura ya existente, pero Liz había encontrado una compañía en Halifax que ofrecía un método mucho más barato. Su mujer había empezado con lo que en esencia no era más que un grupo de globos semiesféricos, una sencilla membrana hecha a la medida que Liz extendió sobre el terreno e infló. Después se limitó a plantar las semillas alrededor del exterior y a esperar que crecieran. A medida que las ramas iban subiendo por la membrana, Liz las entrelazó y las podó con sensatez, asegurándose de que los muros quedaban lisos e impermeables. Los inviernos eran duros en el valle de Ulon así que eligió una variedad de coral seco más grueso que la mayoría para que les proporcionara un aislamiento decente. Cuando terminaran, un simple cubo doméstico de almacenamiento de calor de pistón solar los mantendría calientes y cómodos todo el invierno. Pero fue ese necesario grosor añadido lo que les hizo darse cuenta de por qué había tan pocas casas en el distrito de Randtown hechas de coral seco: tardaba mucho tiempo en crecer. Cada día, cuando salía de la camioneta, Mark echaba otro vistazo a las copas de las ramas nacaradas y azul aciano para ver hasta dónde habían llegado. En cuatro o cinco de las cúpulas menores que se habían perfilado, las ramas ya habían llegado a la cresta, donde Liz las estaba entrelazando para darles un acabado con forma de minarete, pero a las tres cúpulas más grandes todavía les quedaban un par de metros. «Para mediados del verano estará lista» no dejaba de decirle Liz. Mark rezaba para que tuviera razón.
    Barry salió como una tromba de la casa, corrió hacia Mark y rodeó a su padre con los brazos. Antes solo llegaba a las piernas de su padre, pero ya podía abrazarle las caderas.
    -¿Qué has hecho hoy? -dijeron los dos a la vez como exigía el ritual, y después se sonrieron.
    -Tú primero -dijo Mark mientras regresaban a la casa temporal.
    -Esta mañana tuvimos lectura y ortografía y luego al señor Carroll para matemáticas y programación. Tuve historia general con la señora Mavers y Jodie nos llevó a hacer mecánica práctica para terminar. Eso me gustó. Fue lo único con un poco de sentido.
    -¿De verdad, y eso por qué?
    Entraron en la cocina donde Liz estaba sentada ante la mesa atestada intentando convencer a Sandy para que tomara un poco de sopa. La hija de Mark era el vivo retrato de la desgracia, tenía las mejillas y la nariz rojas, los ojos húmedos y estaba envuelta en una gran manta cálida. Era la variante de gripe que ya habían pasado todos los niños de la zona. Hasta ese momento Barry se las había arreglado para esquivarla.
    -Papi -dijo Sandy con voz débil al tiempo que extendía los brazos.
    Mark se arrodilló y le dio un gran abrazo.
    -¿Y cómo te encuentras tú, ángel mío, un poco mejor?
    La niña asintió con gesto desgraciado.
    -Un poquito.
    -Oh, qué bien. Bien hecho, bonita. -Se sentó en la silla, a su lado, y recibió un beso muy rápido y superficial de Liz-. ¿Entonces qué tal si te comes un poco de sopa? -le preguntó a su hija-. La comeremos juntos.
    Lo que podría haber sido una sonrisa cruzó los labios de Sandy.
    -Sí -dijo con valentía.
    Liz miró a Mark y puso los ojos en blanco, después se levantó.
    -Pues entonces os dejo que sigáis vosotros. Vamos Barry, ¿qué quieres para cenar?
    -¿Pizza? -dijo el niño de inmediato, seguido por un esperanzado-: Y patatas fritas.
    -No va a ser pizza -le dijo Liz con firmeza-. Ya sabes que ya te has terminado todas las que había en el congelador. Va a tener que ser pescado.
    -¡Agh, mamá!
    -Es probable que podamos encontrar alguna patata frita para acompañarlo -dijo Liz, sabiendo que era la única manera de conseguir que se comiera el pescado.
    -Está bien -dijo el niño con aire taciturno-. Bueno, ¿pero es pescado frito?
    -No tengo ni idea.
    Barry se sentó a la mesa, en su silla, la viva imagen de la tragedia. Liz le dijo a la doncella robot que fuera a buscar un poco de pescado al congelador y añadió una orden silenciosa a través del mayordomo electrónico para que fuera un paquete que solo se pudiera hacer a la plancha.
    -¿Y por qué no tenía sentido lo demás? -le preguntó Mark otra vez.
    -Bueno, lo tenía, más o menos -dijo Barry-. Es solo que no sé para qué voy.
    -¿Adónde?
    -A la escuela.
    -¿Y por qué no?
    -No la necesito -dijo el niño con toda sinceridad. Señaló con un gesto la amplia ventana de la cocina que se asomaba al valle de Ulon-. Voy a ser capitán de un barco a chorro y trabajar en el río.
    -Ah, ya. -La semana anterior había sido instructor de irobalón. Los niños del distrito de Randtown tendían a dejarse influir por los aspectos más deportivos y físicos de la vida. Todos iban a ser expertos en rafting, o capitanes de barcos a chorro, o instructores de esquí, o voladores profesionales o buceadores con branquias-. Bueno, pero me temo que sigues necesitando una educación básica, incluso para sacar el título de eso. Así que tendrás que seguir yendo, al menos unos cuantos años más.
    -Vale -dijo Barry con tristeza-. Puede que también sea piloto de nave estelar. Lo vi hoy en la ciberesfera. La escuela entera estaba allí cuando el Segunda Oportunidad atracó en su plataforma. Fue una pasada.
    Mark no dejaba de mirar a Sandy mientras le iba dando la sopa.
    -Sí, sí que lo fue.
    -¿Tú también lo viste?
    -Pues claro.
    La doncella robot volvió con un paquete de pescado. Liz se lo quitó a la maquinita.
    -Ven, ayúdame a cocinar esto.
    -¿Dónde están las patatas fritas? -preguntó Barry con tono lastimero.
    -Hay unas patatas en la cesta. Las cortaremos. No tardaremos nada.
    -No, no, mamá. Patatas fritas de verdad. ¡Del congelador!
    Mark llevó a Sandy al salón mientras Barry y Liz preparaban el pescado. Quitó unos cuantos juguetes del sofá y se sentó. Sandy se acurrucó en su regazo, sorbiendo por la nariz y aferrada a su amiguito, un oso polar de juguete capaz de reaccionar que percibía la enfermedad de la niña y se aferraba a su brazo con afecto.
    Mark le echó un somero vistazo a unos cuantos reportajes de la ciberesfera antes de decidirse de mala gana por Alessandra Baron, que había conseguido una exclusiva con el propio Nigel Sheldon. Este se encontraba sentado detrás de un gran escritorio, en su despacho corporativo, hablando con claridad y confianza, como si todo aquel drama del regreso de la nave no fuera más que una parada programada de uno de sus trenes.
    -Si bien lamento profundamente que el capitán Kime tuviera que dejar atrás a Emmanuelle y a Dudley, no creo que tuviera otra alternativa. Yo no estaba allí, como tampoco estaban esos ingratos críticos de sillón que he oído hoy. Por tanto no estamos en absoluto capacitados para ofrecer ni siquiera algo parecido a una opinión válida sobre lo que se hizo o las demás medidas que se supone que se podían tomar. Solo un idiota intentaría hacer conjeturas sobre un incidente como ese. Nombré capitán a Wilson porque creía que era el hombre adecuado para ese trabajo. Sus acciones han sido ejemplares durante toda la misión y han justificado por completo ese nombramiento.
    »Por supuesto, el TEC ya ha autorizado el renacimiento de los dos miembros perdidos de nuestra tripulación. Gracias a los procedimientos de seguridad que siempre nos hemos tomado muy en serio, los depósitos de memoria segura que tenían a bordo se actualizaron justo antes de que se dirigieran a la Atalaya.
    -¿Pero qué hay de la información que ha traído el Segunda Oportunidad? -preguntó Alessandra-. Tendrá que admitir que es decepcionante.
    Nigel Sheldon sonrió como si compadeciese a la periodista.
    -Tenemos más datos de los que toda la comunidad de físicos de la Federación puede asimilar. Yo no llamaría a eso escasez.
    -Yo me estaba refiriendo a la falta de conocimientos sobre los alienígenas de Dyson. Después de que se gastara tanto dinero, de que se dedicara tanto tiempo y con el coste añadido de vidas humanas, ¿no le parece que deberíamos saber más? Ni siquiera sabemos el aspecto que tienen.
    -Sabemos que nos disparan nada más vernos. Solo estoy de acuerdo con mi buen amigo el senador Burnelli en una cosa, debe realizarse otra misión. Así es la exploración, Alessandra. Lo siento si no avanza con la suficiente rapidez para encajar en su horario personal. Pero los seres humanos sensatos y racionales nos aventuramos en un lugar nuevo y comprobamos las condiciones para poder prepararnos y llegar más allá en la siguiente ocasión. Eso fue lo que hizo el Segunda Oportunidad, y ha vuelto con una gran abundancia de detalles sobre Dyson Alfa y la clase de nave con la que tenemos que volver.
    -¿Así que usted está a favor de volver?
    -Desde luego. El encuentro con las estrellas Dyson solo acaba de empezar.
    -¿Y qué clase de nave deberíamos utilizar, si nos basamos en lo que hemos aprendido de la primera misión?
    -Una que sea rápida y sólida. De hecho, solo para estar seguros, quizá deberíamos enviar más de una.
    A las ocho, Mark y Liz ya habían acostado y dormido a los niños. Después de eso, se sentaron a cenar en la cocina, pollo «kiev». Sacado de un paquete y calentado en el microondas, por supuesto.
    -El viejo Tony Matvig tiene pollos -dijo Mark-. Hablé con él el otro día, nos dará unos huevos si queremos tener nosotros también. -Apretó con el tenedor la carne que tenía en el plato y sacó un poco más de mantequilla de ajo-. Estaría bien darles a los niños algo que sabemos que no está lleno de hormonas y empalmes de genes raros.
    Liz le lanzó su mirada de «sondeo».
    -No, Mark. Ya sabes que ya lo hemos hablado. Me gusta vivir aquí y me gustará mucho más cuando la casa haya terminado de crecer, pero no me voy a meter en esto hasta ese punto. No nos hace falta criar pollos, ganamos más que suficiente para comer bien y yo no pido comida industrial de los Quince Grandes. Si te molestases en mirar verías que todo lo que hay en ese congelador tiene la etiqueta de alimento limpio. ¿Y quién te imaginabas que iba a pelar y destripar a esos pollos, si se puede saber? ¿Ibas a hacerlo tú?
    -Podría hacerlo.
    -No lo harás. El olor es asqueroso. A mí me hizo vomitar.
    -¿Pero cuándo has destripado tú un pollo?
    -Hace unos cincuenta años. Cuando era joven e idealista.
    -Y tonta. Sí, ya lo sé.
    Su mujer se inclinó y le frotó la mejilla con los dedos.
    -¿Soy muy pesada?
    -No. -Mark intentó atraparle uno de los dedos con los dientes... y falló.
    -En cualquier caso -dijo Liz-. Los pollos destrozarán el césped. ¿Alguna vez les has echado un buen vistazo a las garras que tienen? Son diabólicas.
    Mark sonrió.
    -Pollos asesinos.
    -Asesinan el césped y además destrozan el resto del jardín.
    -Muy bien. Nada de pollos.
    -Pero estoy a favor de la huerta.
    -Ya. Porque voy a improvisar un sistema de irrigación y un robot jardinero puede ocuparse de lo demás.
    Liz le lanzó un beso.
    -Ya te dije que me ocuparía de las especias yo misma.
    -Uau. ¿De todas?
    -¿Te arrepientes de algo?
    -De nada.
    -Pues a mí se me ocurre algo.
    -¿Qué? -preguntó Mark, indignado.
    -Necesito un hombre grande y fuerte que salga y le eche un vistazo a las hojas de precipitación otra vez.
    -¡Eh, tienes que estar de broma! Las arreglé la semana pasada.
    -Ya lo sé, cielo. Pero anoche apenas llenaron el tanque.
    -Maldita mierda semiorgánica. Deberíamos haber excavado un pozo decente.
    -Bueno, podemos hacer que un robot constructor tienda una tubería hasta el río cuando esté terminada la casa de verdad.
    -Sí, puede.
    La doncella robot se llevó los platos y los cubiertos para meterlos en el lavavajillas. Mark se llevó un plato de dulce de caramelo al salón junto con dos cucharas. Se acurrucaron juntos en el sofá y empezaron a comerse la empalagosa masa por dos sitios. En el portal, Wendy Bose hacía una declaración entre balbuceos y lloros. El profesor Truten, que según los subtítulos era un «amigo íntimo de la familia», le había rodeado un hombro con el brazo para apoyarla.
    -Pobre mujer -dijo Liz.
    -Sí.
    -Tiene que someterse a un rejuvenecimiento. ¿Me pregunto si el TEC se lo va a pagar?
    -¿Y por qué necesita rejuvenecer? -Mark observó la imagen de la mujer en el portal-. No parece que sea tan vieja.
    Liz aprovechó que su marido estaba distraído para zamparse dos cucharadas del caramelo.
    -¿Comparada con quién? El clon sustitutivo de Dudley Bose va a tener dieciocho años. Ella tendrá el equivalente físico a los cincuenta y muchos. Confía en mí, no es un matrimonio que quieras probar.
    -Supongo que no. No puedo dejar de pensar en Bose y Verbeke. Imagínate que te abandonan tan lejos de casa. ¿Crees que se suicidaron cuando se dieron cuenta?
    -Depende de los alienígenas de Dyson. Quizá les hayan construido un entorno y ahora mismo hayan salvado el escollo de la traducción y estén charlando tan contentos.
    -No es eso lo que crees, ¿verdad?
    Liz mordisqueó el dulce con aire pensativo durante un momento. El profesor Truten ayudaba a Wendy Bose a regresar a su casa.
    -No. Espero que sus cuerpos estén muertos.
    -Eso era lo que me imaginaba. -La mirada de Mark se perdió en el techo barato de conglomerado-. Sabes que Elan es prácticamente el planeta de la Federación que más cerca está del Par Dyson.
    -Hay siete más cerca que nosotros, incluyendo Anshun. Pero tienes razón, estamos cerca. -Liz lanzó una risita-. A solo setecientos cincuenta y cuatro años luz. Da miedo, ¿eh?
    Mark estiró la mano que tenía libre y la pinchó justo debajo de las costillas, donde sabía que más sensible era su mujer.
    -¡Eh! -Liz arrugó la cara y se vengó cogiendo un trozo gigante de postre.
    -¡Oye! -protestó su marido-. Que yo no he comido casi nada.
    -La vida es un asco y luego vas, rejuveneces y vuelves a repetirlo todo otra vez.