15
Las puertas del
ascensor se abrieron con suavidad y el capitán de la policía Hoshe
Finn entró en el conocido vestíbulo. Por una vez no tuvo que
llamar, las puertas dobles del ático de Morton estaban abiertas de
par en par. Varios carros planos grandes habían entrado en el gran
salón de dos niveles para dejar grandes cajones de embalaje de
plástico que estaban apilados junto a las paredes. El proceso de
cargar en ellos el suntuoso mobiliario ya había empezado, junto con
objetos más pequeños de la casa, todos envueltos en láminas de
espuma. Pero tras llenar solo tres cajones, el proceso de limpieza
se había detenido por completo. Todos los robots PG que habían
estado haciendo el trabajo estaban inmóviles, algunos todavía
sujetaban los objetos que llevaban cuando había ocurrido el
supuesto incidente con el cuchillo de trinchar de hoja armónica.
Dos directores subalternos del Banco Nacional de Lago Oscuro, el
destinatario de las deudas nombrado por el tribunal, estaban
esperando, un poco nerviosos, en la salita, junto al único sofá que
quedaba. El supervisor de la compañía de mudanzas estaba sentado en
el hogar de piedra, delante de la chimenea, bebiendo té de su termo
y sonriendo con picardía.
-¿Dónde está?
-preguntó Hoshe. Algo decía del poder de la publicidad en la
unisfera el que no tuviera que utilizar su nuevo certificado de
identidad de capitán de la policía. Ya sabían todos quién
era.
-Ahí dentro. -Uno de
los ejecutivos del banco señaló la cocina-. Quiero que arreste a
esa zorra.
Hoshe levantó una
ceja mientras se las arreglaba para parecer aburrido al mismo
tiempo, algo que había visto hacer a Paula Myo con magníficos
resultados en varias ocasiones.
Fue un placer ver que
el ejecutivo se estremecía.
-Nos ha amenazado
-bramó-. Y ha dañado uno de los robots PG. Vamos a exigir una
compensación por eso.
-¿Muy dañado?
-preguntó Hoshe. El supervisor levantó la vista del té.
-No sé. Yo ahí no
entro. Las psicópatas no forman parte de mi trabajo. -Parecía
divertido, aunque mantenía una expresión cuidadosamente sobria
delante de los ejecutivos.
-No le culpo -dijo
Hoshe. La puerta de la cocina estaba un poco abierta-. ¿Mellanie?
Soy Hoshe Finn. ¿Se acuerda de mí? Necesito hablar con usted.
-¡Largo! -chilló la
chica-. Todos, iros a la mierda.
-Vamos, Mellanie,
sabes que no puedo hacerlo. Tenemos que hablar. Solos tú y yo. Nada
de agentes, ni nada, tienes mi palabra.
-No. No quiero. No
hay nada de qué hablar.
La voz de la joven
casi se había quebrado. Hoshe suspiró y se acercó a la puerta de la
cocina.
-Por lo menos podrías
ofrecerme una copa. Siempre me ofrecían algo cuando venía aquí.
¿Dónde está el mayordomo?
Hubo un largo
silencio seguido por lo que pareció alguien sorbiendo por la
nariz.
-Se ha ido -dijo la
joven en voz baja-. Se fueron todos, todos ellos.
-Está bien, me pondré
yo la copa. Voy a entrar.
Hoshe se coló por la
puerta sin dejar de tener cuidado, aunque no era que pensase que
hubiera algún peligro real. Al igual que el resto del ático, la
cocina era enorme y recargada. Todas las encimeras se habían
tallado en mármol rosa y gris, con las puertas de los armarios que
tenían debajo hechas de madera bruñida de Brentown. Los armarios
que había encima de la encimera tenían puertas transparentes y
mostraban las costosas vajillas y cristalerías. Hoshe tuvo que
rodear la mesa de trabajo central, del tamaño de una mesa de
billar, para encontrar a Mellanie. La chica estaba sentada en el
suelo, en una esquina, acurrucada como si estuviera intentando
atravesar la pared. Un cuchillo de trinchar de hoja armónica yacía
en las baldosas de terracota, justo delante de ella. Hoshe quería
agacharse a su lado, ilustrar el apoyo y la amistad que le ofrecía,
como se hacía hincapié en los cursos que les daban, pero no había
perdido el peso suficiente como para hacerlo con comodidad. Así que
en lugar de eso, se encorvó y apoyó las nalgas en la encimera de
mármol.
-Deberías tener
cuidado con esas hojas armónicas -dijo con tono despreocupado-.
Pueden ser bastante peligrosas en las manos equivocadas. Hay muchos
receptores de deudas de bajo rango que se pueden quedar sin unos
cuantos trocitos si no se apunta bien.
Mellanie levantó la
cabeza. Su cabello rojizo estaba completamente despeinado. Llevaba
un rato llorando como una Magdalena y unos rastros pegajosos le
manchaban las mejillas. Aun así, seguía siendo maravillosa. Quizá
incluso más en ese estado, la clásica damisela en apuros.
-¿Qué?
El policía esbozó una
sonrisa triste.
-No importa. Sabes
por qué están aquí esas personas, ¿no?
La joven asintió y
volvió a bajar la cabeza.
-Ahora el ático le
pertenece al banco, Mellanie. Tienes que encontrar algún otro sitio
para vivir.
-Esta es mi casa
-gimió la chica.
-Lo siento mucho.
¿Quieres que te lleve otra vez a casa de tus padres?
-Iba a esperarlo
aquí. Y cuando regrese, todo volverá a ser igual.
Eso conmocionó a
Hoshe más que cualquier otra cosa en todo el caso.
-Mellanie, el juez lo
condenó a ciento veinte años.
-Me da igual. Le
esperaré. Lo quiero.
-No te merece -dijo
Hoshe con sinceridad.
Mellanie levantó otra
vez la cabeza, en su rostro había inquietud, como si no supiera con
quién estaba hablando.
»Si quieres esperar,
la decisión es tuya y la respeto -dijo Hoshe-. Aunque me encantaría
intentar disuadirte. Pero, en cualquier caso, no puedes hacerlo
aquí. Sé que debe de ser horrible para ti ver cómo entra el banco y
se lo lleva todo. Pero cargándote a un robot no vas a deshacerte de
ellos. Además, esos idiotas de ahí fuera solo están haciendo su
trabajo. Si los irritas, solo consigues que tenga que venir gente
como yo a hacerles el trabajo sucio.
-Es usted un policía
muy extraño. Se preocupa. No como esa... -Mellanie apretó los
labios.
-Paula Myo se ha ido.
Se fue después del juicio. No la volverás a ver jamás.
-¡Me alegro!
-Mellanie miró el cuchillo de trinchar y estiró una pierna para
alejarlo con el pie-. Lo siento -dijo con tono avergonzado-. Pero
todo lo bueno que me ha pasado en la vida me ha pasado aquí, y esos
irrumpen aquí y empiezan... Fueron muy desagradables.
-La gente pequeña
siempre lo es. ¿Estarás bien?
La joven sorbió con
estrépito por la nariz.
-Sí, creo que sí.
Siento que lo hayan molestado.
-No hay problema,
créeme. Se agradece cualquier excusa para salir del despacho.
Bueno, ¿por qué no te ayudo a hacer un par de maletas y después te
llevo a tu casa? Eh, ¿qué te parece?
-No puedo. -La
muchacha se quedó mirando la pared de enfrente-. No pienso volver
con mis padres. No puedo. Por favor.
-De acuerdo, no pasa
nada. ¿Y un hotel?
-No tengo dinero
-susurró-. Llevo comiendo los paquetes del congelador desde el
juicio. Ya casi no queda ninguno. Por eso se fue todo el personal.
No podía pagarles. La compañía de Morty no quiere ayudar. Los
directores ya ni siquiera me reciben. ¡Dios! Qué cabrones. Antes me
adoraban, sabe. Me alojaba en sus casas, jugaba con sus hijos. Y
las fiestas que dábamos. ¿Ha sido rico alguna vez, detective?
-Llámame Hoshe y no,
jamás he sido rico.
-No viven según las
mismas reglas que todos los demás, de veras. Lo que quieren hacer,
lo hacen, sin más. Me parecía tan emocionante. Era maravilloso
formar parte de eso, no tener límites, ser así de libre. Y ahora
míreme, no soy nada.
-No seas tonta.
Alguien como tú puede lograr lo que quiera. Eres joven, nada más.
Estos cambios tan grandes son aterradores a tu edad. Lo superarás.
Al final todos lo superamos, de algún modo.
-Es usted muy dulce,
Hoshe. No me lo merezco. -Mellanie se secó parte de la humedad de
las mejillas-. ¿Va a arrestarme?
-No. Pero tenemos que
encontrarte un sitio para esta noche. ¿Qué tal algún amigo?
-Ja. -La sonrisa
femenina estaba llena de amargura-. No tengo ninguno. Antes del
juicio tenía cientos. Ahora no queda ni uno solo que quiera hablar
conmigo. Vi a Jilly Yen la otra semana. Incluso salió de la tienda
para no tener que saludarme.
-De acuerdo, mira,
conozco a la gerente de un hotel pequeño no muy lejos de aquí.
Quédate allí un par de noches, yo invito, mientras te organizas.
Quizá podrías conseguir un trabajo de camarera o algo, en esta
ciudad hay bares de sobra. Y las facultades empezarán a matricular
dentro de tres semanas. Antes de todo esto, supongo que estarías
pensando en alguna carrera.
-Oh, no, no. No puedo
aceptar su dinero. -Mellanie se puso en pie y se atusó el cabello
desgreñado, un poco avergonzada-. No quiero caridad.
-No es caridad. Y
ahora mismo no me va nada mal. Me han dado un aumento bastante
decente como parte del ascenso.
-¿Lo han ascendido?
-La breve sonrisa de la joven murió en cuanto se dio cuenta de por
qué-. Oh.
-Tienes que irte a
alguna parte, Mellanie. Y, créeme, este hotel es muy barato.
Mellanie inclinó la
cabeza.
-Una noche. Eso es
todo. Solo una.
-Claro. Vamos a hacer
una maleta.
La joven se asomó a
la puerta.
-Dijeron que no podía
llevarme nada que no fuera mío. Dijeron que Morty lo pagó todo así
que ahora pertenecía al banco. Por eso... Bueno, ya sabe.
-Claro. Yo me
encargo. -El policía guió a Mellanie hasta el salón-. La señorita
va a hacer una maleta con ropa y ya se va -le dijo a los
ejecutivos.
-No podemos permitir
que las propiedades del banco...
-Acabo de informarles
de lo que va a ocurrir -dijo Hoshe-. ¿Tiene algún problema con eso?
¿Quiere llamarme mentiroso?
Los dos ejecutivos se
miraron.
-No, oficial.
-Gracias.
Hoshe tuvo que
echarse a reír cuando entraron en el dormitorio principal. No por
la típica decoración de playboy con la cama redonda y las sábanas
negras, y el portal de espejos detrás de las almohadas. Fue el
pobre robot PG, tirado en el suelo con una profunda muesca en el
armazón, donde alguien le había dado una patada; dos de los
miembros electromusculares estaban separados de la base y los tres
restantes los tenía anudados alrededor de las piernas. Hacía falta
mucha fuerza para hacerle eso a un electromúsculo.
Mellanie cogió una
modesta bandolera de uno de los enormes roperos.
-La verdad es que no
puedo dejar que te lleves ninguna joya -dijo Hoshe-. Y supongo que
algunos de los vestidos cuestan mucho.
Estaba mirando por
encima del hombro de la joven, al perchero que tenía ocupados todos
los huecos con alguna prenda. Se movía poco a poco, haciendo rotar
el resto de la selección que sacaba de un depósito oculto detrás
del armario. Debía de haber cientos de prendas allí dentro. Cuando
lo comprobó, el otro armario tenía otros tantos trajes y chaquetas
y casi el mismo número de zapatos y botas.
-No se preocupe -dijo
Mellanie-. Si algo he aprendido es que el que sea caro no significa
que sea práctico. -Estaba doblando un par de vaqueros para meterlos
en la bolsa. El montón de la cama estaba compuesto sobre todo por
camisetas.
-Estaba pensando
-dijo el policía-. Es una especie de último recurso si quieres
ganar dinero, pero tu vida ha sido interesante, por no decir otra
cosa, aunque las razones no fueran las mejores. Hay medios de
comunicación que te pagarían por esa historia.
-Lo sé. Tengo cientos
guardados en el buzón de mi mayordomo electrónico. Dejé de tener
acceso a ellos cuando me cerraron la cuenta de la
ciberesfera.
-¿Por qué tienes la
cuenta cerrada?
-Ya se lo he dicho.
No tengo dinero. No estaba de broma. -Levantó una matriz de mano
oscura y elegante y le lanzó una mirada inquisitiva.
-Claro. -Jamás había
oído que se cerrara una cuenta, todo el mundo tenía acceso a la
ciberesfera.
La matriz la guardó
en el bolsillo lateral de la bolsa. Mellanie se sentó en el borde
de la cama y empezó a atarse unas zapatillas de deporte.
-Haré que te
reactiven la cuenta -le dijo-. Solo datos y mensajes durante un
mes. Nada de conexiones con empresas de entretenimiento. Solo me
costará un par de dólares.
Mellanie le lanzó una
mirada curiosa.
-¿Quiere acostarse
conmigo, Hoshe?
-¡No! Eh... Es decir,
no, no es eso... Yo no... No se trata de eso.
-La gente siempre
quiere acostarse conmigo. Ya lo sé. Soy guapa, soy joven y estoy en
mi primera vida. Y me encanta el sexo. Morty era un profesor muy
experimentado, me animaba a experimentar. Lo que puedo hacer con mi
cuerpo no es ninguna vergüenza, Hoshe. El placer no es ningún
pecado. Y no me importaría que disfrutara de mí.
Hoshe sabía que se le
estaba encendiendo la cara. Que aquella joven le hablara de ello de
una forma tan clínica era como soportar el único intento que había
hecho su padre de explicarle lo de los pájaros y las abejas.
-Estoy casado.
Gracias. -Que seguro que era lo más patético que se podía
decir.
-No lo entiendo. Si
no es para acostarse conmigo, ¿por qué está haciendo esto?
-Ese hombre mató a
dos personas, arruinó dos vidas -dijo Hoshe sin alzar la voz-. No
quiero que destroce a una tercera víctima. Otra no.
Mellanie cogió un
cepillo del tocador y empezó a pasárselo por el pelo.
-Morty no mató a
nadie. Paula Myo y usted se equivocaron en eso.
-No lo creo.
-La banda criminal
pudo haber registrado los recuerdos de Tara para averiguar qué era
suyo, eso o la torturaron para sacárselo. No fue Morty. No había
señales de tortura en el informe del patólogo, estaba en la bañera
y su célula de memoria estaba destrozada.
Pero todo lo que dijo
el policía fue:
-Coincidirás en que
no nos vamos a poner de acuerdo en eso.
-Es usted demasiado
bueno para ser oficial de policía, ¿lo sabe?
Hoshe esperó hasta
que la joven terminó de asearse y después la llevó al hotel. Pagó
una semana por adelantado y se fue con el coche tras conseguir
evitar que la joven se despidiera de él con un beso. No estaba
seguro de tener la fortaleza suficiente como para resistirse al
contacto físico.
Cinco días más tarde
un taxi dejó a Mellanie junto a un gran edificio con aspecto de
almacén en el distrito Thurnby de Lago Oscuro, una antigua zona
industrial desvencijada y en decadencia. Cada parcela estaba
protegida por una valla alta aunque la mitad de las fábricas y
comercios estaban abandonados. La basura se había acumulado junto a
las verjas de malla y habían formado pequeñas dunas de papel y
plástico; sobre ellas había altos carteles de inmobiliarias que
proclamaban varios lugares que era posible reurbanizar. La única
vía de tren que corría paralela a la calle principal tenía
hierbajos altos creciendo en la gravilla, entre las traviesas, y
los raíles empezaban ya a oxidarse.
Mellanie echó un
vistazo a su alrededor, nerviosa. Tampoco es que hubiera ningún
sitio donde pudiera ocultarse algún atracador. Una placa púrpura en
la puerta que tenía delante decía: «Producciones Wayside». La joven
cogió aire y entró.
Hoshe Finn había
cumplido su palabra y le había vuelto a activar la cuenta de la
ciberesfera. El número de mensajes no comerciales que tenía en el
buzón del mayordomo electrónico superaba los setenta mil. Los borró
todos y cambió su código personal de comunicación. Después llamó a
Rishon, un periodista que conocía de su época con Morton. El
periodista se había alegrado mucho de saber de ella y habían
quedado de inmediato. Su historia era valiosísima, le aseguró el
periodista, gente de toda la Federación querría acceder al drama
basado en ella. Fue entonces cuando ella le confesó su gran idea,
interpretarse a sí misma. Para gran sorpresa suya, el hombre se
había mostrado encantado con su sugerencia, había dicho que así
conseguiría incluso más dinero.
Mellanie se sentó con
él dos días enteros durante los que se desahogó, se lo contó todo
sobre aquellos días dorados, desde el momento en que se conocieron
en una gala de patrocinadores, cómo había sido, el asombro y la
emoción de aquella aventura, la hostilidad de sus padres, las
fiestas, el lujo y la vida hedonista, los miembros de la alta
sociedad de Oaktier con los que se había codeado en total libertad
y después el horrendo juicio con su veredicto injusto y trágico.
Rishon lo grabó todo y lo transformó en un guión espectacular para
un drama en ocho partes que se transmitiría durante días. Lo había
vendido en veinticuatro horas.
Había una recepción
diminuta al otro lado de la puerta principal de Producciones
Wayside, paredes de paneles de conglomerado y un techo encuadrando
un par de sofás antiguos con unos brazos y patas de tubo de cromo
que empezaban a desconcharse. Había una chica sentada en uno de
ellos, su mandíbula trabajaba con fuerza un chicle mientras
estudiaba una pantalla de papel. Vestía una falda de cuero muy
corta y una blusa blanca con un escote bajo que mostraba un
canalillo enorme. El maquillaje era horroroso: una máscara de
pestañas que parecía los ojos de un oso panda y unos labios de un
tono lavanda brillante. El cabello rubio platino era demasiado
rígido, compuesto sobre todo por malas extensiones que se le
rizaban por debajo de los hombros como muelles demasiado estirados.
Levantó la vista y le dedicó una amplia sonrisa a Mellanie.
-¡Eh, hola!, tú eres
Mellanie; te reconozco del juicio. -Tenía una voz aguda y chillona.
Por alguna razón, Mellanie no se la había imaginado de ninguna otra
forma.
-Sí, soy yo.
-Soy Tigresa
Pensamientos. Jaycee me dijo que te esperara aquí. Dijo que te
llevara directamente al plató. -Se levantó del sofá, era un par de
centímetros más alta que Mellanie. Unos tacones de purpurina
plateada de quince centímetros lo hacían posible.
-¿Tigresa
Pensamientos? -A Mellanie le costó no ponerse a balbucear allí
mismo.
-Sí, cielo, ¿te
gusta? Acabo de ponérmelo. Mi agente quería Meneos Trixie, pero yo
dije que ni hablar.
-Tigresa Pensamientos
está bien. Claro.
-Vaya, gracias. Eres
guapísima, ¿lo sabías? Qué joven, tan dulce y eso. Te van a adorar
en los cables.
-Eh, gracias.
-Mellanie corrió detrás de Tigresa Pensamientos.
Era un antiguo
almacén. Producciones Wayside se había limitado a dividirlo en
cuadrados para separar los platós. Los pasillos se cruzaban entre
ellos con altos paneles de conglomerado y sin techo. Por encima de
sus cabezas, las vigas de metal del edificio sostenían un
envejecido tejado de placas solares que traqueteaban un poco con
cada ligera ráfaga de viento. Había gente moviéndose por los
pasillos. Mellanie tuvo que aplastarse contra una pared cuando un
par de tramoyistas pasaron junto a ella con grandes portales
holográficos. Le lanzaron a la joven unas miradas fijas acompañadas
por sugerentes sonrisas. Mellanie no les hizo caso y siguió a
Tigresa Pensamientos. El cuerpo le picaba por todas partes por
culpa de los nuevos tatuajes CO. Les había llevado tres días
grabárselos de lo extensos que eran y era una tortura intentar no
rascárselos, pero si lo hacía sabía que la piel le quedaría roja e
hinchada por todas partes. Y eso no podía ser, era actriz y una
actriz no podía permitirse algo así, sobre todo al comienzo de una
grabación que incluía una producción sensorial. Además, sabía que
los otros actores se mostrarían escépticos con su talento e iba a
tener que trabajar mucho para impresionarlos a todos.
Pasaron junto a la
puerta de un plató donde un grupo entero de actrices iba entrando
en fila con uniformes de colegialas. Incluso con el perfilamiento
celular a algunas se les seguían notando los treinta y pico años.
Mellanie les lanzó una larga mirada. No serían...
-Aquí estamos -dijo
Tigresa Pensamientos con un toque de orgullo en la voz-. Se han
gastado un montón de dinero en este plató. Por aquí eres lo máximo.
-Señaló el cartel polifotónico que había junto a la puerta. Sus
resplandecientes letras decían: «Seducción Asesina»-. Bonito,
¿eh?
-Claro.
Tigresa Pensamientos
abrió la puerta y entró. El plató era el ático de Morton. Casi. Lo
habían dividido en dos, con el salón en uno de los lados. Ocupaba
sobre todo la salita, con los sofás parecidos a los de verdad. La
chimenea estaba en la posición correcta, detrás, pero incorporaba
unas esculturas de animales muy extrañas hechas de fibra de vidrio
y rociadas para que parecieran piedra. Las paredes que rodeaban la
salita eran simples hologramas que mostraban el resto del ático.
Habían bajado de las vigas un aro de holocámaras, de tres metros de
diámetro, que colgaba a apenas un metro de los sofás. Había tres
técnicos alrededor de un panel abierto en un costado, murmurando
entre sí mientras un robot, que parecía un ciempiés del tamaño de
un brazo, se abría camino con lentitud entre los sistemas
electrónicos expuestos.
La otra mitad del
plató estaba dedicada al dormitorio. Eso al menos estaba a escala
real, aunque, una vez más, las paredes eran simples hologramas y
las sábanas negras eran de algodón en lugar de seda. Había dos
hombres sentados en el colchón. Uno de ellos era Morton. Mellanie
ahogó un grito, sorprendida. Entonces notó unas cuantas
inconsistencias y se dio cuenta de que era un perfilamiento
celular. Pero una gran operación, admitió, el parecido engañaría a
la mayor parte de la gente. El hombre que estaba al lado del falso
Morton era Jaycee, ejecutivo jefe de Producciones Wayside. Estaba
vestido todo de negro, cosa que a casi todo el mundo le quedaba
bien. Pero Mellanie pensó que a Jaycee en realidad le hacía parecer
más desgastado de lo que suponían sus cincuenta y un años, como un
tío solterón y embarazosamente excéntrico. Llevaba la cabeza
afeitada aunque el brillo fantasmal de una incipiente pelusa gris
traicionaba una tonsura de monje. Mellanie intentó no quedarse
mirando cuando se acercó el ejecutivo; pero qué clase de ejecutivo,
sobre todo el de una empresa de espectáculos, era incapaz de lucir
una calva con cierto estilo.
-Mellanie, es un
placer conocerte al fin en carne y hueso. -Le apretó la mano con
demasiada firmeza y se pasó un buen rato mirándola de arriba
abajo-. Y joder con la carne, estupenda. Tienes un aspecto
delicioso. -Su amigable sonrisa de plástico se tensó un poco-. Creí
que eras más joven.
-¿Eh? -A Mellanie,
Producciones Wayside estaba empezando a darle muy malas
vibraciones.
-No es ninguna
crítica, bonita. Tengo un tío en cosmética que es la hostia,
podemos quitarte unos cuantos años. Mira lo que hizo aquí con
Joseph.
El hombre con la cara
de Morton esbozó una sonrisa agresiva.
-Eh, nena, estoy
deseando trabajarme esto contigo. -Se llevó una mano a la
entrepierna y apretó muy contento. Mellanie le veía la erección a
través de la tela del pantalón-. Tranquila, que no vas a quedar
decepcionada, no con este equipamiento.
-Pero qué gilipollas
eres, Joseph -se burló Tigresa Pensamientos-. Mellanie, no dejes
que te haga un anal, cielo, aunque Jaycee diga que está en el
guión. Se ha comprado un puto alargamiento tan grande que es
ridículo. Vas a quedar dolorida hasta la semana que viene.
-¡Eh! -Joseph le hizo
un corte de mangas a Tigresa Pensamientos-. Tú ni siquiera podrías
meterte esto entre esas tetas caídas, que las tienes que te
desbordan, so puta vieja.
-Que te follen.
-¿Qué coño es esto?
-quiso saber Mellanie-. Vamos a rodar mi historia, las cosas que
nos pasaron a Morton y a mí, no una peli porno.
-Pues claro que sí,
bonita -dijo Jaycee-. Vosotros dos -les gruñó a Joseph y a Tigresa
Pensamientos-. Largaros de aquí, joder. Quiero hablar con
Mellanie.
-¿Qué está intentando
hacer? -preguntó Mellanie cuando los otros dos salieron arrastrando
los pies del plató del dormitorio.
-Está bien, perdona
lo de Joseph, es un gilipollas. Pero es uno de mis mejores
PCP.
-¿PCP?
-PCP: Polla con
patas. Incluso con todas las drogas que hay hoy, a algunos tíos les
cuesta la de dios mantenerla empinada durante la grabación. Algo
psicológico o alguna mierda de esas. Pero Joseph, ese tipo es capaz
de cumplir cada puta vez, tío. Es increíble, joder. Y no escuches a
esa puta vieja, coño, a Tigresa. Joseph sabe lo que hace con las
chicas. Te lo vas a pasar en grande montando a esa polla
monstruosa.
-No, de eso nada.
Esto ha sido un malentendido gigantesco. Yo no estoy aquí para
hacer porno. Adiós. -Mellanie se dio la vuelta, lista para
marcharse.
-Espera, joder
espera, vale. -Jaycee se puso delante de ella con los brazos
levantados-. Esta no es una puta peli porno. Tía, que aquí estamos
grabando una puta dramatización de un hecho real.
La joven le lanzó al
plató una mirada desdeñosa. Hasta las estatuas de la chimenea
empezaban a tener sentido.
-Ya, seguro.
-Escúchame, no me
jodas. Leí la historia que se le ocurrió a Rishon. Eras una puta
nadadora cuando el tal Morton te quitó las bragas y te jodió las
oportunidades que tuvieras con el equipo. Pero si es un clásico,
hostia, tú eres joven, él es rico. Solo que resulta que el tipo
también se ha cargado a un montón de gente; te ha traicionado,
bonita. A los que pagan en la unisfera les encantan esas mierdas.
Hasta hemos puesto una escena en la que te persigue por el
apartamento cuando descubres lo que ha hecho. Va a por ti con un
cuchillo. Es pura emoción, joder.
-Son chorradas -soltó
Mellanie-. Aquí no hay nada de lo que le conté a Rishon. Morton no
mató a nadie. A ti no te interesa contar nuestra historia.
-Pues claro que me
interesa, bonita. Venga tía, si además quiero toda la puta
historia. Mira, primero vamos a rodar las escenas de sexo y así nos
quitamos las muy mamonas del medio. Después podemos concentrarnos
en todo lo demás, lo haremos a lo grande, en exteriores, donde pasó
en realidad. ¿Vale?
-¡Pero qué montón de
mierda!
-¿No te gusta Joseph?
Bien. No hay problema, coño. Me someto a un perfilamiento para
parecerme a tu novio y te follo yo mismo.
-¡Ay, Dios bendito!
-La joven fue hacia la puerta.
La mano de Jaycee
cayó sobre el hombro de Mellanie y le dio la vuelta de golpe.
Estaba colorado y resentido, los parches rojos mostraban los sitios
en los que había metido demasiado perfilamiento celular barato a lo
largo de las décadas.
-Ahora no te pongas
en plan puta princesa de las zorras. Cuando firmaste ese puto
contrato sabías lo que había, joder. Hasta te has cableado
especialmente para este bolo, no me jodas. Si has empezado a
cagarte porque es tu primera vez, ah, qué puta pena. Puedo pasarte
una dosis de refrigerante que te solucione la papeleta, no hay
problema, hostia. Estarás como nueva durante todo el puto bolo.
Pero no entres en este puto sitio y vengas a decirme que esto no es
lo que tú querías, hostia.
-No es eso lo que me
dijeron que iba a pasar. Me hice esos tatuajes CO porque todas las
actrices sabemos que tenemos que hacerlo. Hacer el amor forma parte
integral de la vida, así que las escenas de amor contribuyen a la
estructura narrativa de la dramatización. Pero solo forman parte de
ella. Pero lo único que quieres hacer tú es eso.
-¿Actriz? No me
jodas. Si te quieres llamar así, por mí adelante, hostia. Pero yo
pagué esos tatuajes CO porque eres un polvo de fantasía, princesita
culo duro. La puta ganga de verdad eres tú; eres el adorno que
todos esos patéticos polvetes de los cables le envidian a todos
esos cabrones ricos porque las tías como tú no se toman ni una sola
puta molestia por un tío a menos que tenga cien millones en el
banco. Y conmigo te van a poder probar de verdad. Y nos van a
adorar.
-No. No pienso
hacerlo.
-¿Pero tú viste que
te dieran alguna puta alternativa cuando entraste aquí, estúpida
zorra? Yo he pagado por ti, hostia y ahora pienso amortizar el
gasto, joder. Nuestro contrato dice que te vas a abrir de piernas
cuando yo te diga y nos vas a dejar grabar cada puta sensación que
tenga ese culo apretado cuando mi PCP se ponga a trabajar. Déjate
de mierdas o pienso hacer que termines en la cámara de suspensión
al lado de ese novio tuyo asesino. Tenemos un contrato legal.
Jaycee la miraba a
los ojos con expresión triunfante, impaciente por percibir las
primeras señales de sumisión.
Mellanie fue rápida.
Años de tedioso e incesante entrenamiento con el equipo le habían
dado la fuerza y los reflejos que a los atletas modernos por lo
general había que conectarles y retrosecuenciarles. Subió la
rodilla, los poderosos músculos de la pierna intentaron levantarla
hasta la barbilla de Jaycee, pero el escroto del ejecutivo fue lo
primero que se interpuso en el camino.
La joven vio que la
boca masculina se abría sin emitir ni un solo sonido. Los ojos de
Jaycee se abrieron mucho y se llenaron de lágrimas. Se deslizó
hacia un lado emitiendo un sonido suave, angustiado, como si se
ahogara y se derrumbó en el suelo.
-Ahora voy a llamar a
mi agente -le dijo Mellanie sin inmutarse-. Pero cuando salgas del
hospital, tenemos que comer un día.
El taxi dejó a
Mellanie junto a la orilla del lago, en el distrito Glyfada. Se
sentó en un largo banco de madera justo sobre el agua y observó los
yates que salían del puerto deportivo de Shilling para disfrutar de
los primeros vientos de la mañana. Los bares y los restaurantes que
tenía detrás empezaban a abrir y había camiones de reparto
aparcados junto a varios de ellos, donde los robots de carga
estaban descargando comida fresca. En realidad todavía no estaban
sirviendo. Aún era demasiado temprano. Su recién estrenada carrera
en los medios había durado cuarenta y cinco minutos justos.
Los temblores
empezaron cuando al fin se permitió pensar en Jaycee y se dio
cuenta de lo que había hecho. Una media carcajada de incredulidad
le estalló entre los labios, más de alivio que otra cosa. Nadie de
Producciones Wayside había intentado detenerla cuando se fue. Todos
se la habían quedado mirando cuando pasó junto a los platós como si
fuese una especie de asesina en serie, y encima chiflada, salvo
Tigresa Pensamientos, que le había guiñado el ojo.
No puedo creer que yo
hiciera eso.
Lo que desencadenó un
terrible pensamiento. Si esa capacidad se encontraba en el fondo de
cada ser humano, era posible que Morton hubiera...
Detuvo esa línea de
razonamiento de inmediato. Pero me sentí bien. Conseguí defenderme
sola. Fue el calor del momento. Y no cabía duda de que Jaycee
presentaría una denuncia en cuanto pudiera caminar y hablar otra
vez. Y ella había firmado el contrato. Entonces le había parecido
maravilloso, la solución perfecta para su situación. La sugerencia
del bueno de Hoshe de que trabajara de camarera o fuera a la
facultad no iba a ningún sitio. El policía no entendía que ella no
podía hacer ese tipo de cosas. No después de la vida que le habían
mostrado. Y eso reducía sus opciones de forma considerable.
Un joven, obviamente
un tripulante camino del trabajo, vestido con una camisa de rugbi y
pantalones cortos, se acercaba sin prisas por la orilla del agua
intentando no mirarla con demasiado descaro. Mellanie se apartó un
poco el pelo y le dedicó una sonrisa radiante. La sonrisa con la
que le respondió el muchacho estaba tan llena de devoción,
esperanza y anhelo que a la aspirante a actriz le costó no echarse
a reír allí mismo. Dios, los hombres son tan simples. Aunque
tampoco era que tuvieran que ser hombres, sobre todo con el humor
que tenía en esos momentos. Una chica sería mucho más amable en la
cama, más atenta, más receptiva.
Sería agradable tener
a alguien que la cuidara, que la mimara y la adorara. No pienso
seguir siendo débil. Las lágrimas amenazaban con estallar otra vez.
Lo habían hecho muchas veces desde el juicio. Apretó los puños y se
clavó las uñas en las palmas de las manos hasta que hizo una mueca
al sentir el dolor. No pienso volver a llorar.
Ya solo le quedaba
una opción. No había querido intentarlo antes porque era una
probabilidad muy remota. Una fantasía, en realidad. La red de
seguridad psicológica que no quieres utilizar jamás.
Sacó la pequeña
matriz que se había llevado del ático. La que tenía el
revestimiento ridículamente caro, negro y suntuoso, tampoco era que
el bueno de Hoshe lo hubiera reconocido.
-Quiero un enlace con
la IS -le dijo a su mayordomo electrónico. Sus nuevos tatuajes CO
eran para contar con recepción sensorial, Jaycee no había pagado
por funciones de comunicación virtual.
-¿Por qué razón?
-preguntó el mayordomo electrónico. La renuencia de la IS a aceptar
llamadas de individuos humanos era notoria. Aparte de su servicio
bancario integral, las peticiones oficiales de la administración y
las emergencias eran prácticamente el único contacto que tenía con
la Federación.
Mellanie se acercó la
pequeña matriz a la cara.
-Solo dile quién
llama -susurró-. Y pregúntale si... Si el abuelo se acuerda de
mí.
La pantallita de la
matriz de mano se encendió de inmediato y mostró unas líneas
sinoidales de color mandarina y turquesa que retrocedían hasta el
punto en que se desvanecían juntas.
-Hola, mi pequeña
Mel.
-¿Abuelo? -Le costó
mucho decirlo, tenía la garganta cerrada. Una vez más, las malditas
lágrimas amenazaban con estallar. En realidad no esperaba que
funcionara.
-Está con nosotros,
sí.
Mellanie recordó
aquel último día largo y doloroso en el hospicio, esperando junto a
su cama que muriera. En aquel entonces solo tenía nueve años y
nunca entendió por qué su abuelo no rejuvenecía como todos los
demás. Sus padres no querían que estuviera allí, pero la pequeña
había insistido, tozuda incluso entonces. El abuelo (en realidad su
tatarabuelo) había sido el pariente más bueno que había tenido,
siempre había encontrado tiempo para su pequeña Mel a pesar de su
posición, era uno de los residentes más distinguidos del planeta.
Todos los archivos históricos de la escuela lo mencionaban como uno
de los programadores que habían ayudado a Sheldon y a Isaacs a
escribir el programa que había regido el agujero de gusano
original.
-¿Sigues siendo tú,
abuelo?
-Esa es una pregunta
muy difícil, Mellanie. Somos los recuerdos de tu abuelo, pero al
mismo tiempo somos más, todo un universo más, que nos convierte en
algo menos que el individuo que buscas.
-Tú siempre me
escuchaste, abuelo. Siempre dijiste que me ayudarías si pudieras. Y
de verdad, de verdad que ahora necesito tu ayuda.
-No somos algo
físico, Mellanie, solo podemos ayudar con palabras.
-Eso es lo que
necesito: consejo. Necesito saber qué hacer, abuelo. Mi vida es un
desastre y es culpa mía.
-Solo tienes veinte
años, Mellanie. Eres una niña. Tu vida no ha comenzado
todavía.
-¿Entonces por qué
tengo la sensación de que ya casi se ha terminado?
-Porque eres joven,
por supuesto. A tu edad todo lo que te ocurre es épico.
-Supongo. ¿Entonces
me vas a ayudar, abuelo?
-¿Qué te gustaría
saber?
-Ahora mismo no tengo
dinero.
-Eso vemos. El Banco
Nacional de Lago Oscuro está siendo tan eficiente como siempre y
está cuantificando los bienes de tu ex amante para redistribuirlos.
Los fondos se dividirán entre Tara Jennifer Shaheef y Wyobie Cotal
una vez que hayan reclamado sus exorbitantes honorarios los
funcionarios, abogados e instituciones. No creemos que vayas a
tener mucho éxito si solicitas un porcentaje. Legalmente hablando,
no tienes mucha base para pedirlos.
-No quiero nada -dijo
la joven con energía-. He decidido que ya no voy a depender de
nadie nunca más. A partir de ahora voy a vivir mi vida.
-Esa es la pequeña
Mel que recordamos. Siempre estuvimos orgullosos de ti.
-Intenté vender la
historia de lo que pasó conmigo y con Morton, pero no ha funcionado
muy bien. Supongo que fui una ingenua y una estúpida. Confié en un
periodista y no funcionó muy bien. Quizá me arresten. Había un
hombre horrible, un pornógrafo. Y lo ataqué, más o menos.
-Mira que confiar en
un periodista, eso fue una estupidez. Pero es probable que se pueda
arreglar la situación. Y los pornógrafos no tienen fama de acudir
corriendo a la policía.
-Quería conseguir
cierto relieve, abuelo. Tenía una idea, quizá podría convertirme en
una celebridad, en una personalidad en los medios de comunicación.
Tengo la imagen y estoy segura de que tengo la determinación
necesaria para conseguirlo. Solo necesito alguien que me guíe, eso
es todo. Mi historia solo iba a ser el comienzo. Una vez que se
publique, la gente conocerá mi nombre. Y eso se puede utilizar. Si
puedo seguir saliendo en la unisfera, quién sabe, quizá un día
pueda ser tan grande como Alessandra Baron.
-Desde luego que sí.
Tienes el potencial necesario. ¿Y, exactamente, dónde nos ves
encajando a nosotros en todo este plan?
-Quiero que seas mi
agente, abuelo. Necesito que Rishon me devuelva mi historia para
venderla de nuevo, pero esta vez a un productor respetable. También
necesito pagarle mis tatuajes CO a Producciones Wayside. Vosotros
podéis conseguirme el mejor trato, sois honestos y no vais a
estafarme. Y además sois un banco. Mi dinero estará a salvo con
vosotros.
-Ya vemos. Muy bien,
lo haremos. Queda, sin embargo, la cuestión de nuestros
honorarios.
-Lo sé. Es el diez
por ciento, ¿verdad? ¿O vosotros cobráis más?
-No estamos pensando
en términos de porcentaje financiero.
-Oh. -Mellanie miró
con el ceño fruncido la pantalla de la pequeña matriz, con sus
imágenes aleatorias-. ¿Qué queréis?
-Si hablas en serio
sobre tus intenciones de conseguir una carrera en los medios de
comunicación, no importa la forma que tome, vas a necesitar un
interfaz sensorial de transmisión.
-Una conexión
neuronal profesional, sí, lo sé. Lo que ya tengo es un comienzo
razonable. Esperaba que el adelanto me pagara unas mejoras y
también hay unos implantes que me gustaría tener. Quiero pasar al
plano virtual.
-Nosotros pagaremos
las mejoras. Pero habrá ocasiones en las que querremos apuntarnos
nosotros también.
-No lo
entiendo.
-Muchas personas
creen que nuestra presencia en la Federación es total, que la
obtenemos gracias a la unisfera. Sin embargo, hasta nosotros
tenemos límites. Hay muchos sitios que no podemos alcanzar, algunos
están bloqueados de forma deliberada, mientras que otros
sencillamente carecen de infraestructura electrónica. Tú podrías
proporcionarnos acceso a esas zonas en ocasiones especiales.
-¿Queréis decir que
nos vigiláis? Siempre pensé que no era más que una absurda teoría
conspirativa.
-No vigilamos a todo
el mundo. Sin embargo, nuestros intereses están combinados con los
vuestros y vosotros formáis parte de nosotros a través de
innumerables descargas de memoria. Para utilizar una antigua frase:
nuestros destinos están entrelazados. La única manera de
desentrelazarlos sería alejarnos de la esfera de toda actividad
humana. Y preferimos no hacerlo.
-¿Por qué no? Apuesto
que vuestra vida sería más sencilla.
-¿Y crees que eso es
bueno? Ninguna entidad puede enriquecer su vida permaneciendo
aislado.
-Así que nos
vigiláis. ¿También nos manipuláis?
-Siendo tu agente,
controlamos el flujo de tu vida. ¿Eso es manipulación? Somos datos.
Adquirir más está en nuestra naturaleza, al igual que continuar
añadiendo conocimientos nuevos a los que ya tenemos, y utilizarlos.
Es tanto nuestro idioma como nuestra moneda. Los acontecimientos
humanos actuales forman una parte muy pequeña de la información que
absorbemos.
-¿Entonces es más
bien que nos estáis estudiando?
-No como individuos.
Es vuestra sociedad y el modo en que fluyen sus corrientes lo que
obviamente nos interesa. Lo que os afecta a vosotros nos afecta a
nosotros.
-Y no queréis ninguna
sorpresa.
-¿Vosotros sí?
-Supongo que
no.
-Entonces nos
entendemos. ¿Todavía quieres que seamos tu representante y asesor,
pequeña Mel?
-Sería como vuestro
agente secreto, ¿no?
-El papel tiene sus
paralelismos. Pero no hay ningún riesgo implicado, tú solo eres
nuestros ojos y nuestros oídos en lugares apartados. No esperes que
te entreguemos cacharros exóticos ni coches que vuelan.
Mellanie se echó a
reír, por primera vez en mucho tiempo. Pero era una pena lo de los
coches voladores, eso sería divertido.
-Vamos a
hacerlo.
Porque si el abuelo
hablaba en serio, la IS tendría que asegurarse de que la empresa
fuera un éxito.
La última sección de
la tubería de cobre de la máquina de café volvió a encajar sin
problemas y Mark Vernon utilizó unos alicates de electromúsculo
para apretar los sellos. Volvió a poner la tapa de cromo, apretó
los tornillos y le dio al interruptor. Se encendieron tres luces
verdes.
-Ahí tienes. Todo en
orden.
Mandy aplaudió
encantada.
-Oh, gracias, Mark.
Le he dicho mil veces a Dil que estaba jodida, pero no hace nada,
nos deja aquí asándonos en la mierda. Eres mi héroe.
Mark le sonrió a la
joven camarera, que había levantado la cabeza y le dedicaba una
sonrisa radiante. Había estado colocando panini frescos para el
desayuno bajo el mostrador de cristal, listos para los primeros
clientes de la mañana; enormes mitades de pan italiano crujiente
que contenían comidas enteras: huevos fritos, salchichas, kyias y
tomates, o jamón, queso y piña, tortillas vegetarianas. Su
compañera de turno, Julie, estaba trasteando con sartenes y platos
en la cocina, en la parte de atrás. El aroma del beicon adobado con
miel y puesto en la plancha se filtraba por la ventana de
servicio.
-No ha sido nada, en
realidad -dijo Mark con modestia. La zona que había detrás del
mostrador era muy pequeña, lo que significaba que Mandy estaba más
cerca de él de lo aconsejable y quizá también lo admiraba
demasiado-. Eh, bueno, me voy ya. -Estaba volviendo a guardar las
herramientas en el pequeño maletín que siempre llevaba consigo. Lo
sostenía con la otra mano, entre los dos, como si fuera una especie
de escudo defensivo.
-No, de eso nada. Te
vas a sentar allí y te voy a llevar un desayuno decente. Es lo
menos que puedo hacer. Y asegúrate de poner en la factura que le
envíes a Dil una tarifa enorme por servicio a domicilio. Puñetero
roñoso.
-A sus órdenes
-asintió Mark, derrotado. La verdad era que tenía hambre. Desde el
valle de Ulon, donde los Vernon tenían su viñedo y su caserío, se
tardaba quince minutos en llegar a Randtown y con la madrugadora y
frenética llamada de Mandy no le había dado tiempo a tomar nada
antes de irse. Ni siquiera había utilizado todavía el gel para los
dientes.
Se sentó en una gran
mesa de mármol ante una de las grandes ventanas curvadas del café
Dos para el Té. Una pareja ya había ocupado la mesa de la ventana
que había al otro lado de la puerta. Llevaban ropa de esquí y
hablaban muy contentos con las cabezas juntas, llenas de ternura,
olvidados del resto del mundo.
La luz brillante del
sol empezaba a filtrarse por la cima de las montañas Dau’sing que
rodeaban el norte de Randtown. Mark se puso las gafas de sol para
defenderse de la luz que entraba a raudales por la ventana y
desenrolló la pantalla de un periódico, nunca le había gustado
leerlo directamente en su visión virtual, el texto superpuesto a su
campo de visión siempre le daba dolor de cabeza. Una docena de
titulares fueron bajando por la izquierda, las noticias locales al
otro lado, cargadas en la ciberesfera por el Crónica de Randtown,
el único medio de comunicación de esa mitad del continente. A pesar
de toda la buena voluntad y lealtad del mundo, la verdad era que
Mark era incapaz de entusiasmarse lo suficiente como para leer
sobre la nueva carretera de circunvalación que iba a rodear los
distritos occidentales del pueblo, o el proyecto de plantación de
bosques que se proponía para el valle de Ostra. Así que le dijo a
su mayordomo electrónico que entrara en las noticias panfederales
del día anterior y siguió el comienzo de la campaña presidencial.
Leyó entre líneas que Doi todavía no había conseguido que la
respaldaran los Sheldon, los Halgarth ni los Singh y que continuaba
buscando financiación.
-Aquí tienes -dijo
Mandy muy contenta cuando le puso delante el plato. Estaba repleto
de tortitas y beicon y tenía jarabe de arce rezumando por cada
capa. A las fresas y golosinas que había encima les habían dado la
forma de una cara sonriente. Mandy le puso al lado del plato un
vaso alto de sorbete de manzana y mango-. Te traeré las tostadas y
el café en cuanto estén listos. -Le guiñó el ojo con descaro y se
alejó de un salto para atender a la pareja esquiadora. Detrás del
mostrador, la máquina de café había empezado a borbotear y humear
con un sonido reconfortante.
Como si acabara de
darse cuenta de que ya había comenzado el día, Julie encendió el
sistema de sonido para poner el álbum de alguna banda hindú
acústica y casi desconocida. Eso era lo que tenía Randtown, todos
los cafés y bares ponían una música tan progre que cuando Mark
conseguía conocerla y apreciarla, la banda ya se había disuelto o
se había vendido. Miró la gigantesca pirámide de calorías que tenía
delante y suspiró, después cogió el tenedor. Liz ya le había hecho
algún que otro comentario bastante brusco sobre su cintura en los
últimos tiempos. Pero es que la comida era peligrosamente
espléndida. Nunca cocinaban nada solo, si querías una chuleta de
cordero, tenías que tomarte también las seis verduras alienígenas,
tres salsas y un extraño picante que la acompañaba. Y si la comida
no incluía un entrante y un postre, es que eras muy rarito.
Era obvio que el olor
de la comida se estaba extendiendo por la calle. La gente empezó a
entrar en el café mientras Mark comía. Algunos eran los típicos
turistas en busca de un buen desayuno antes de las agitadas
actividades del día, miraban a su alrededor, admiraban la
decoración que imitaba a la romana y después buscaban una mesa
libre. Los vecinos se quedaban ante la barra para recoger los
panini calentados en el microondas y las bebidas calientes que
querían llevarse. Mandy apenas tuvo tiempo de llevarle las cuatro
gruesas tostadas con mantequilla y la mermelada de ruibarbo con
vainilla, que era la que más le gustaba. Había encaramado un pain
au chocolat en el borde del plato, por si acaso.
Mark consiguió al fin
dejar el Dos para el Té y alejarse andando, o anadeando, como decía
Liz. Fuera hacía esa mañana por la que había viajado trescientos
años luz, la mañana en la que quería sumergirse todos los días.
Tomó una profunda bocanada de un aire que tenía ese frescor
distintivo y crujiente que solo se encontraba a los pies de las
montañas cubiertas de nieve. Los picos más altos y las mesetas de
las Dau’sings todavía estaban muy nevadas, incluyendo las dos
pistas de esquí. Mark levantó la cabeza y las miró, sus gafas de
sol se oscurecieron para defenderse de la luz de la brillante
estrella G9 de Elan que lo iluminaba todo desde un cielo sin nubes.
Los picos dominaban los terrenos que había detrás del pueblo y
formaban una impresionante barrera de conos y picos arrugados. En
el hemisferio sur de Elan estaba empezando la primavera y el agua
del deshielo comenzaba a cruzar el límite de las nieves y a llenar
todas las grietas con pequeños torrentes blancos. Variantes de pino
de toda la Federación habían colonizado las laderas más bajas,
trayendo consigo una cascada muy necesaria de follaje verde. Sobre
ellos, la hierba rayo nativa seguía floreciendo, una planta de
color verde amarillento sin mucho carácter y unas briznas
andrajosas. Lejos de los pequeños oasis de vegetación foránea que
habían llevado los humanos a la zona, era la hierba rayo la que
alfombraba cada montaña de la cordillera y cubría casi una cuarta
parte del continente.
Unos pequeños
triángulos alargados de tela dorada empezaban a flotar sin prisas
por el cielo a medida que los primeros voladores del día iban
agitando las alas para subir en busca de las corrientes térmicas.
Por lo general se lanzaban de las peñas del risco de Agua Negra,
que se alzaba en la parte posterior del barrio oriental del pueblo.
Un funicular dividía el bosque que cubría el peñasco, salía de su
base, detrás de los campos de juego del instituto y subía hasta el
edificio Órbita, una construcción semicircular que sobresalía en la
cima del amplio acantilado, a seiscientos metros del pueblo; era
como si un platillo volante se asomara por el borde. El restaurante
que albergaba era una trampa para turistas con precios
astronómicos, aunque la vista que se tenía del pueblo y el lago era
inmejorable.
Cada día, los
pequeños vagones de color azul cromo del teleférico llevaban
visitantes, profesionales del vuelo y adictos a los deportes de
riesgo hasta el Órbita. Desde allí, se abrían camino por los
senderos del bosque hasta un risco en el que el viento soplaba en
la dirección adecuada, se metían en un traje Da Vinci y alzaban el
vuelo. Los auténticos profesionales se pasaban todo el día
elevándose y dibujando espirales en las corrientes térmicas y solo
bajaban cuando caía la oscuridad. Un traje Da Vinci era bastante
fácil de manejar, básicamente era un saco de dormir ahusado y
finísimo con unas alas de pájaro de hasta ocho metros de
envergadura. Te colocabas dentro del traje en la cresta del risco,
con los brazos estirados en cruz y te lanzabas al abismo. Las
bandas electromusculares de las alas imitaban y amplificaban los
movimientos de los brazos y las muñecas, lo que permitía que las
alas aletearan, se ladearan y bambolearan. Era lo más cerca que
habían estado los humanos jamás de volar como los pájaros.
Mark había subido un
par de veces y había compartido un traje instructor con un amigo
que vivía en el pueblo. La sensación era asombrosa, pero tampoco
iba a cambiar de trabajo para hacerlo a tiempo completo.
Bajó por el paseo
Principal hacia el puerto. Las tiendas que flanqueaban la calle
eran una colección de las franquicias que se veían por toda la
Federación como el Grano de Siempre y el inevitable restaurante de
comida rápida de los Kebabs de Bab, intercalados con tiendas de
artesanía local y los bares y cafés que convertían la zona
comercial en una mezcla ecléctica. Casi todos los edificios eran de
un solo piso, con pronunciados tejados de paneles solares. Los que
tenían un segundo piso tendían a ser restaurantes o bares con un
balcón donde la clientela podía sentarse al sol y observar a los
peatones que pasaban a sus pies. La mayor parte del paseo Principal
estaba formado por módulos prefabricados, lo que le daba un aspecto
un tanto temporal, aunque había varias fachadas revestidas con la
dura piedra azul y violeta que se encontraba en los pedregales de
las laderas de las Dau’sings, y también con madera de pino. Los
pequeños callejones llevaban a tiendas más pequeñas y estudios de
un solo dormitorio donde unas plantas trepadoras bien podadas
escalaban las paredes y había sillas viejas y abolladas colocadas
en las losas que pavimentaban el suelo. Las botellas y vasos que
yacían a su alrededor eran prueba fehaciente de las fiestas que
atestaban los pequeños enclaves casi todas las noches.
Por todo el paseo
Principal empezaban a abrirse las puertas de los negocios. Dentro
se encendían las luces, y los empleados y los robots conserje
limpiaban los suelos. Mark les dijo hola a muchos de los empleados
y saludó con la mano a muchos más. Todos eran jóvenes y su aspecto
era extrañamente uniforme; si no fuera por los variados tonos de su
piel, podrían haber sido primos. Los chicos llevaban el pelo rígido
y corto, quizá barba de unos días y tenían cuerpos que estaban en
forma de verdad, nada de productos de gimnasio con demasiados
ejercicios aeróbicos encima; vestían sudaderas sueltas o incluso
cazadoras impermeables más sueltas todavía con bermudas y sandalias
deportivas. Mientras que las chicas eran un placer para la vista
con sus faldas cortas o sus pantalones apretados, con camisetas que
siempre dejaban a la vista unos estómagos firmes por muy frío que
fuera el día. Todos ellos estaban de paso en esos trabajos.
Atendían las tiendas, eran camareros, se ocupaban de las barras de
los bares, eran porteros en los hoteles, auxiliares en los barcos
de buceo, se encargaban de los recorridos escénicos, cuidaban de
los niños de los residentes permanentes. Y lo hacían por una sola
razón, conseguir dinero suficiente para la siguiente experiencia
extrema. La industria más importante de Randtown era el turismo y
lo que lo distinguía de los innumerables destinos de vacaciones que
plagaban la Federación eran los deportes que se practicaban en el
tosco paisaje que lo rodeaba. Atraía a los que disfrutaban de su
primera vida, a los que estaban un poco desencantados con la vida
normal en la Federación. No eran rebeldes, solo adictos al riesgo
empeñados en encontrar una forma más rápida de bajar una montaña o
una manera más dura de salvar unos rápidos, o hacer giros más
rápidos en unos esquís a propulsión, o subir todavía más para
tirarse en heliesquís. Los más maduros y conservadores, los que ya
habían tenido varias vidas, también los visitaban. Se alojaban en
buenos hoteles y unos autocares con aire acondicionado los
trasladaban a la actividad programada del día. Eran ellos los que
generaban la economía de servicios que les proporcionaba cientos de
empleos mal pagados a personas como Mandy y Julie.
Mark cruzó la
carretera de un solo carril que había al final del paseo y recorrió
la avenida del puerto. Randtown se había construido alrededor de
una ensenada con forma de herradura que había en la costa norte del
lago Trine’ba. Con ciento ochenta kilómetros de longitud era la
extensión más grande de agua dulce que había en el interior de
Elan. Complementaba la altura de las montañas que lo acorralaban en
el centro y en algunos lugares tenía más de un kilómetro de
profundidad. Bajo la asombrosa superficie azul acechaba una
ecología marina única que había evolucionado, aislada de todo,
durante decenas de millones de años. Unos arrecifes de coral de una
belleza pasmosa dominaban los bajíos mientras que los atolones
cónicos se alzaban en las profundidades centrales como volcanes en
miniatura. Albergaban miles de especies de peces que iban desde lo
extraño a lo sublime, aunque al igual que los primos que tenían en
el agua salada del mismo planeta, utilizaban unas espinas y unos
husos de aspecto letal para propulsarse.
Después del esquí y
el snowboard en invierno, el buceo era la segunda atracción
turística más importante de Randtown. El puerto proporcionaba
docenas de muelles donde se amarraban los barcos comerciales para
la práctica del buceo. Incluso en ese momento, cuando el Trine’ba
apenas superaba los cero grados, había decenas de turoperadores
haciendo viajes sobre las aguas. Mark vio pasar un gran catamarán
de Viajes Celestiales, cuyos propulsores levantaban una gran
cantidad de espuma tras cada casco. Un par de miembros de la
tripulación lo saludaron desde la proa y le gritaron algo que se
perdió entre el ruido de los motores.
Mark continuó por el
costado de la pared de piedra, con su único verso que se extendía
por toda ella. Un día iba a tener que leerlo de principio a fin. El
garaje Motores Ables, que era su franquicia, estaba situado a un
par de calles del extremo oriental de la avenida. Llegó a él
bastante antes de las nueve menos cuarto. Randtown, aunque fuera el
único pueblo de verdad en ochocientos kilómetros a la redonda,
tampoco era demasiado grande. Sin los turistas y los jóvenes de
paso, la población apenas superaba las cinco mil personas. Se podía
ir de un extremo a otro en menos de un cuarto de hora.
Había igual número de
personas viviendo en los valles y las tierras bajas que quedaban al
norte y al oeste, donde se extendían las granjas y los viñedos.
Para viajar por las carreteras de tierra del distrito hacía falta
un transporte decente con tracción a las cuatro ruedas. Y en eso se
especializaba Motores Ables, una división de Farndale que producía
vehículos para terrenos duros. A Mark le había parecido la solución
perfecta cuando empezaron a buscar un nuevo hogar y una nueva
carrera. Se le daban bien las máquinas así que podía hacer la mayor
parte de las reparaciones ligeras él mismo y si comerciaba tanto
con modelos nuevos como con modelos de segunda mano, aumentaría los
ingresos de forma considerable. Por desgracia, Motores Ables era
una aventura relativamente nueva para Farndale, una marca que
todavía no había demostrado nada, mientras que los viejos y
conocidos Mercedes, Ford, Range Rover y Telmar se llevaban la mayor
parte del mercado. Y tampoco ayudaba mucho que el garaje Ables solo
llevara abierto un par de años. Quizá debería haberse dado cuenta
de eso cuando se había quedado con él junto con la hipoteca
pendiente. Las ventas iban despacio y dado el diminuto número de
vehículos Ables que había en la zona, el trabajo de mantenimiento
era igual de escaso.
A Mark le había
llevado menos de dos semanas comprender que el negocio de los
vehículos con tracción a las cuatro ruedas no iba a proporcionarle
unos ingresos decentes para mantener a su familia. Cuando empezó a
buscar algún trabajo extra, no tardó en darse cuenta que la gente
del pueblo y las granjas tenían un montón de aparatos estropeados
que podía arreglar cualquiera al que se le diera bien la mecánica,
aunque fuera de una forma rudimentaria. A Mark, la mecánica, y la
electricidad, se le daba algo más que bien y encima tenía un taller
totalmente equipado. Al principio de la tercera semana se había
llevado unos cuantos artículos al taller: un par de robots
conserje, un aire acondicionado, el sonar del catamarán de un
turoperador dedicado al buceo, cocinas y varios calefactores
solares.
Randtown era una
comunidad muy unida y la gente no tardaba en hablar de cualquiera
que tuviera ese tipo de talento. Muy pronto le llovieron los
aparatos y equipos que había que remendar. Y además, la mayor parte
pagaba con dinero en metálico, aunque tampoco era que los impuestos
de Elan fueran excesivos. Pero habían empezado a saldar la hipoteca
del viñedo más rápido de lo que habían planeado en un
principio.
Esa mañana tenía tres
recolectores automáticos esperándolo en el taller. Cada unidad era
del tamaño de un coche, con suficientes apéndices electromusculares
como para ponerle prótesis a un raiel. Pertenecían a Yuri Conant,
que era dueño de tres viñedos en el valle de Ulon y se había
convertido en un buen amigo y vecino. Uno de los hijos de Yuri
tenía la misma edad que Barry.
Mark se puso el mono
y empezó a hacer el análisis de diagnóstico en la primera máquina.
Los cojinetes del motor magnético estaban hechos polvo. Todavía
estaba debajo, examinando las conexiones superconductoras cuando
entró la empleada que tenía en el garaje, Olivia.
-¿Te has enterado?
-le preguntó muy emocionada.
Mark le dio impulso a
la tabla con ruedas y salió de debajo del recolector automático
cubierto de barro, después le lanzó a la joven una mirada
ofendida.
-¿Wolfram te preguntó
por fin anoche si podía entrar a tomar un café? -Era una saga de
romance frustrado que ya llevaban aguantando dos semanas, Mark
solía escuchar el último capítulo cada mañana.
-¡No! Ha vuelto el
Segunda Oportunidad. Salieron del hiperespacio sobre Anshun hace
unos cuarenta minutos.
-¡Maldita sea! ¿En
serio? -Imposible, Mark no podía fingir falta de interés en eso. Si
no hubiera estado casado y no hubiera tenido responsabilidades
familiares, hasta habría enviado una solicitud para ir él también.
Todo formaba parte de ese universo más interesante que existía
lejos de Augusta. Así que se había dedicado a buscar un montón de
información sobre el proyecto hasta que fue capaz de aburrir a casi
todo el mundo con estadísticas y datos triviales. Se suponía que su
mayordomo electrónico tenía que avisarlo sobre todas las novedades
relacionadas con ese vuelo pero esa mañana, mientras se dirigía al
pueblo, le había puesto un bloqueo al acceso de su mayordomo
electrónico a la ciberesfera para evitar más llamadas de emergencia
como la de Dos para el Té. La familia podía comunicarse con él,
pero nadie más. Se le había olvidado quitarlo al llegar al
garaje.
-¿Qué encontraron?
-preguntó mientras se apresuraba a quitar el bloqueo.
-Ha desaparecido o
algo así.
-¿Qué ha
desaparecido? -Los datos empezaron a acumularse en su visión
virtual.
-La barrera. Se
desvaneció cuando empezaron a examinarla.
-La leche. -Sus manos
virtuales empezaron a destellar sobre los iconos para pedir
información. Al final estaba recibiendo tanta que los dos entraron
en el pequeño despacho que tenía en la parte de atrás del taller
para ver las imágenes en un portal holográfico. El TEC estaba
emitiendo videos de la exploración a medida que la nave descargaba
los datos. Los medios de comunicación se lanzaban sobre ellos
encantados de la vida mientras reunían sus equipos de análisis y
comentaristas en el estudio.
Olivia tenía razón,
la barrera ya no existía. Su desaparición fue un golpe para él y lo
afectó como la noticia de una muerte repentina en la familia. Era
algo que no se había esperado. Como tampoco se lo habían esperado
los expertos del estudio, a juzgar por lo mucho que les costaba
encontrarle sentido.
Fuera del garaje
Ables no había mucho tráfico. La chocolatería rusa que tenía
enfrente mostraba las mismas imágenes en los portales que tenían
sobre el mostrador. Los clientes permanecían sentados ante sus
mesas con las bebidas olvidadas mientras clavaban los ojos en
aquella barrera inmensa e incomprensible. Llamó a Liz para ver si
ella también se había metido. Su mujer le dijo que sí, estaba
sentada con el resto del personal del vivero Dunbavand donde
trabajaba, viendo las escenas en una de las pantallas de la
oficina.
Mark observó,
pasmado, las esferas y los anillos de la Fortaleza Oscura que
giraban en el portal de su escritorio. La escala era difícil de
apreciar. Y luego apareció la civilización Dyson, que ocupaba un
sistema entero. La emoción de ver el tiroteo nuclear entre naves
desde un sitio seguro, Mark se sentía como si estuviera haciendo
algo ilícito. A ninguno de los comentaristas que Alessandra Baron
se había llevado a su estudio les gustaban las implicaciones de lo
que veían. La presentadora se volvió hacia un antropólogo cultural
para que intentara explicar por qué una especie capaz de viajar por
el espacio se ponía a luchar de ese modo. Era obvio que el hombre
no tenía ni idea.
Pasaron horas sin que
Mark se diera cuenta. Solo cuando Olivia dijo, «Me voy a comer», se
dio la vuelta al fin y la miró, con el ceño fruncido mientras
intentaba entender lo que le estaba diciendo.
-Ya. Claro
-respondió-. No creo que nadie nos vaya a comprar ningún vehículo
hoy.
Decidió que él
también debería tomarse un descanso y cerró las puertas del garaje
a sus espaldas. La avenida estaba inusualmente tranquila para ser
mediodía. Mark se subió la capucha de la chaqueta para defenderse
del viento crudo que soplaba del lago. Los que pasaban a su lado
tenían una expresión vidriada y ausente, síntoma claro de alguien
absorto en su visión virtual. Todo el mundo estaba enganchado al
regreso de la nave estelar. Era un momento trascendental, como la
final de la copa, cuando durante toda la primera parte había
parecido que Brasil iba a perder. Mark miró por instinto a la Casa
Negra, donde vivía Simon Rand y se preguntó si él también estaba
poniendo su vida en perspectiva. El edificio era una inmensa
mansión georgiana encaramada a una colina del ala oriental de la
ensenada del lago, situada en medio de casi cinco hectáreas de
terrenos propios conservados de forma impecable. Había docenas de
casas grandes dispuestas en las laderas, a su alrededor; las más
caras y exclusivas del pueblo aunque no llegaban a igualar el
esplendor de la mansión de Rand. Muchas de ellas pertenecían a los
primeros colonos, los hombres y mujeres que se habían unido a Simon
en su quijotesca cruzada y habían ayudado a tender la autopista por
las montañas.
Cincuenta y cinco
años atrás, Simon Rand había llegado a la estación planetaria de
Elan con un tren entero cargado de constructores de carreteras JCR,
una flota de robots varios y camiones atestados de sistemas civiles
de construcción. Incluso entonces tenía una fortuna moderada,
estaba en su primera vida y era hijo de una gran familia menor de
la Tierra; el joven había decidido cobrar su fideicomiso para
comprar un sueño. Inspirado por las leyendas de la Marcha de
Oregón, estaba decidido a partir en busca de un lugar fresco y
nuevo y, una vez encontrado, protegerlo de las profanaciones
modernas. Elan, que por aquel entonces solo llevaba un par de
décadas abierto a la colonización, era un buen punto de partida. El
gobierno planetario les daba mucho margen tanto a los promotores
inmobiliarios como a los inversores si contribuían a establecer
nuevos barrios y creaban instalaciones. La idea era que esas
personas emprendedoras importarían fábricas enteras y construirían
alojamientos a su alrededor. Pero Simon tenía una visión muy
diferente, una comunidad limpia y verde, una visión bastante
inofensiva, así que los burócratas le concedieron los permisos de
uso de la tierra, mientras en privado creían que la aventura estaba
condenada. Después de todo, todos los mundos de la Confederación
estaban salpicados de las locuras de esos románticos excéntricos y
sus fortunas perdidas.
Simon partió de
inmediato hacia el continente sur, casi deshabitado, de Ryceel. Una
vez allí dio comienzo la locura definitiva de construir su
carretera a través de la imponente cordillera Dau’sing, como si no
hubiera tierra de sobra disponible al norte de las montañas. Varios
programas de actualidad emitieron burlones reportajes en sus
boletines, lo que atrajo a otros idealistas y partidarios de su
causa, personas dispuestas a mancharse las manos a cambio de vivir
en una comunidad tranquila, alejada del mundo convencional, cuando
terminaran. Y Simon, a pesar de su estrafalaria actitud, por lo
menos se había preparado para su aventura con un pragmatismo
meticuloso.
Tres años y
setecientos ochenta kilómetros después, el último y monstruoso
constructor de carreteras JCB superviviente se abría camino por la
base del risco de Agua Negra, entre los chillidos agónicos de la
roca que se desintegraba y torbellinos de nubes de vapor asqueroso,
como una especie de dragón terrestre. Tras la máquina quedaba una
carretera de dos carriles de hormigón amalgamado por enzimas que
salvaba diecisiete ríos y atravesaba once montañas con sus
correspondientes túneles. Y a pie, sobre aquella superficie recién
tendida que crujía y emitía gases que parecían urea, avanzaba
Simon, a la cabeza de una caótica caravana de casas rodantes,
camiones e incluso unos cuantos caballos y mulas que tiraban de
unos carros. Los otros tres constructores de carreteras que habían
empezado el viaje con ellos habían quedado abandonados por el
camino; armatostes medio oxidados, desguazados, derrumbados junto a
la carretera como monumentos a su concepción.
Al igual que Moisés
tanto tiempo antes que él, Simon contempló el lago Trine’ba y
dijo:
-Este es nuestro
sitio.
Se dio cuenta de que
había sido el agua fresca y azul lo que había dividido aquellas
montañas que cruzaban el continente entero y había dejado sus
pobladas filas arrinconadas a lo largo de sus costas. Los inmensos
baluartes se extendían sin fin a lo lejos, reflejados a la
perfección por el espejo inmaculado de la superficie del lago. A
ambos lados, cientos de cataratas alimentadas por el deshielo
surgían de los acantilados irregulares, desde diminutos goteos
plateados que apenas mojaban la roca hasta grandes cascadas
cubiertas de espuma que lanzaban rociadas más densas que la lluvia.
Unos conos de delicado coral, diminutos, de color escarlata y
lavanda, se asomaban al centro del lago. Y llenando el enorme
abismo de aire por encima del agua había un silencio tan profundo
que absorbía todos sus pensamientos.
En cincuenta y dos
años, el majestuoso paisaje no había cambiado. Simon se había
mostrado resuelto en cuanto a eso. Edificios, bosques, campos,
zanjas de drenaje y carreteras se extendían sobre la tierra virgen
que había en los valles detrás de Randtown, pero no había
industria, ninguna de las fábricas y empresas que por lo general se
adherían a las afueras de los asentamientos humanos. Los habitantes
podían importar lo que quisieran por la larga autopista de peaje
que seguía siendo su único vínculo físico con el resto de la raza
humana, no compensaba construir un ferrocarril paralelo y no había
sitio para hacer un aeropuerto. Simon no pretendía cambiar la mayor
parte de la cultura de la Federación, solo quería mantener los
peores aspectos lejos de su trocito. Así que las granjas eran
orgánicas, los principales ingresos del pueblo procedían del
turismo y su energía era geotérmica y solar. Los motores de
combustión eran ilegales, el reciclaje era una especie de religión
y las aguas residuales se trataban en biorreactores seguros para
evitar cualquier probabilidad de que algún producto químico humano
extraño pudiera contaminar la preciada agua pura del lago
Trine’ba.
En lo que a entorno
se refería, Mark había pasado de un extremo al otro.
Su visión virtual le
mostró una imagen fantasmal del Segunda Oportunidad, maniobraba con
lentitud para atracar en el muelle de su plataforma de montaje, en
los cielos de Anshun. Le sorprendió su estado, parecía a punto de
estrenarse. Después de un viaje así tendría que haber algunas
señales de tensión, unos cuantos impactos de meteoritos,
quemaduras, algo que demostrase lo lejos que había estado y lo que
había visto. Pero parecía tan nuevo y limpio como el día que había
partido.
Se detuvo en uno de
los puestos que había tras la avenida y compró un bollo de atún,
gambas, talarot, maíz y ensalada con mayonesa para comer, junto con
un poco de sushi vegetariano y algo de postre. Fue Sasmi la que se
lo vendió. Había llegado a la ciudad unos meses antes para el
comienzo de la temporada de snowboard. Con su cabello de color
azabache y el rostro casi plano, Mark había pensado que su herencia
era oriental hasta que la chica le había dicho que sus ancestros
eran en realidad finlandeses. Una chica muy dulce que se había
lanzado de cabeza a todo lo que Randtown tenía que ofrecer: los
amigos, las fiestas, los deportes. Siempre encontraba tiempo para
hablar con Mark, aunque tampoco era que lo distinguiera de forma
especial, solo tenía una naturaleza irreprimiblemente
risueña.
Ese día hasta ella
estaba atrapada en el drama del regreso de la nave. Intercambiaron
los «¿Te has enterado?» y «¿Viste cuando...?» de rigor mientras
Mark la observaba preparándole el bollo. Después volvió a alejarse
por la avenida con la sonrisa de despedida de Sasmi todavía en la
cabeza. Jamás había habido en su vida tantas tentaciones. Era una
de las cualidades innegables de Randtown, allí todo el mundo
llenaba su vida de acontecimientos que en su mayor parte parecían
ser fiestas y nuevos amigos, y sin embargo, con todo eso, nunca
tenían prisa para nada. Había tardado meses en aprender a tomarse
las cosas con calma y relajarse después de la dura rutina de
Augusta, centrada en el trabajo y la familia, y en la que la
diversión giraba exclusivamente alrededor del entretenimiento. Lo
único que Mark temía viviendo allí era que algún día terminaría
rindiéndose, algunas de las chicas eran divinas.
Olivia seguía fuera
cuando Mark volvió al garaje. Acababa de sentarse y estaba
empezando con su magdalena de chocolate triple y cuorks cuando el
TEC publicó la auténtica bomba. Dos personas habían quedado atrás.
La noticia acababa de darse porque la compañía había estado
informando y orientando a las familias. A Mark ya le costó bastante
asimilar eso, por no hablar ya de que uno de ellos era el mismísimo
Dudley Bose. Durante un rato estuvo furioso con el resto de la
tripulación del Segunda Oportunidad por abandonarlos allí, eso
tenía que ser la traición definitiva. Se estremeció de solo pensar
en la distancia que los separaba. Y entonces el capitán Wilson Kime
hizo una declaración en tiempo real. Iba vestido con el uniforme
oscuro completo, el cabello bien peinado y corto, y miraba a la
cámara impávido, sabiendo cuánta gente lo estaría mirando a él. Y
todos ellos con una sola pregunta en los labios: «¿Por qué lo
hiciste? ¿Por qué no esperaste por ellos?»
-Es con el más
profundo pesar que me encuentro terminando nuestro viaje histórico
con las peores noticias posibles -dijo Wilson. Su voz, profunda y
solemne, era tan sincera que Mark cambió de actitud de inmediato y
lo compadeció por tener que soportar el terrible peso del mando-.
Me he visto obligado a tomar la decisión que un capitán más teme,
arriesgar las vidas de todas las personas que estaban a bordo o
dejar atrás a nuestros colegas y amigos. Esta misión se lanzó con
el compromiso explícito de regresar con información vital sobre
Dyson Alfa y la extraordinaria barrera que rodeaba esa estrella. Si
bien la seguridad de mi tripulación es primordial para mí
personalmente, además de estar consagrada por mi obligación, no
puedo pasar por alto nuestro objetivo último. Nos encontramos en
una situación que puso a la nave entera en grave peligro. Ante
tales circunstancias, no me quedó otra alternativa que irme. Es una
decisión con la que tendré que vivir todos los días durante el
resto de mi vida, siempre me preguntaré si hubieran vuelto a
ponerse en contacto si nos hubiéramos quedado una fracción de
segundo más. Pero esos momentos de más podrían de igual modo
habernos conducido al desastre. Y quizá no hubiéramos vuelto jamás
con la información que tenemos. Es posible que no hubiéramos podido
advertir a la Federación que la barrera ha desaparecido y que los
alienígenas que contenía no parecen demasiado amigables. Es esa
información la que considero más importante que las vidas de
nuestros camaradas. Sé que si esta trágica situación se hubiera
invertido y fuera yo el perdido en la estación alienígena, no
habría querido que mis compañeros regresaran a casa con esa
información esencial fuera cual fuera el coste personal. Todos
nosotros asumimos este viaje sabiendo que habría peligro. Ninguno
nos imaginamos que sería tan profundo. Gracias por su tiempo.
Mark se derrumbó en
la silla y exhaló un profundo suspiro. Dadas las circunstancias,
supuso que él habría hecho exactamente lo mismo. Pero seguía siendo
una decisión aterradora. Y el capitán pensaba que los alienígenas
eran peligrosos. No era buena señal, nada buena.
El programa empezó a
emitir imágenes de la Atalaya. Mark siguió a los astronautas cuando
se deslizaron por los túneles oscuros de la estación. Parecía haber
kilómetros enteros de pasadizos espeluznantes entrelazados. Los
resuellos de los miembros del equipo de contacto reverberaban por
la oficina de la tienda. Mark sintió que él también estaba allí
cuando unas manos enguantadas se extendieron por los bordes de la
imagen y cogieron las secciones desgastadas de la pared del túnel
para impulsarse. Después estaba entrando a cámara lenta, con una
voltereta, en una cámara vacía. Los conductos de la pared se habían
abierto y habían permitido que las fibras ópticas se salieran como
una especie de esbelta planta acuática. Mark los siguió hasta una
caja que contenía cubos de circuitos que parecían cristal empañado.
Unas voces excitadas exclamaron algo. Los guanteletes intentaron
sacar unos de los cubos pero este empezó a deshacerse en cuanto lo
tocaron. Otra voz más serena les ordenó que sacaran la caja entera
de la base.
Mark se sacudió para
despejarse. Quería recorrer la Atalaya milímetro a milímetro,
examinar en persona sus oscuros misterios. Una noche de esa semana
se tomaría un rato y se echaría en la cama a ver un TSI de la
exploración.
El programa enfocó
entonces al senador Thompson Burnelli, que se encontraba delante
del imponente edificio del Senado, en Washington. Un amplio
semicírculo de reporteros rodeaba al senador, que estaba flanqueado
por dos ayudantes.
-Es obvio que estoy
bastante decepcionado con ciertos aspectos del vuelo -dijo
Burnelli-. Aunque me gustaría aprovechar este momento para
expresarle mis condolencias a las familias de Dudley Bose y
Emmanuelle Verbeke por el golpe que han recibido hoy. En relación
con eso, creo que hay algunas preguntas muy serias que plantea el
modo en que el Segunda Oportunidad abandonó la zona de una forma
tan brusca. Creo que debería haberse hecho un mayor esfuerzo para
determinar la naturaleza de los alienígenas de Dyson. En cuanto a
la supuesta amenaza: en realidad no se disparó contra nuestra nave,
había unos cuantos mecanismos robóticos acercándose, eso es todo.
No sabemos si eran misiles. Kime podría haber echado una segunda,
una tercera, incluso una cuarta mirada; podría haber seguido
intentándolo hasta que consiguiéramos alguna información real. El
Segunda Oportunidad estaba equipado con VSL, podían escaparse con
un salto limpio de cualquier peligro.
-¿Qué va a pasar
ahora? -preguntó un periodista.
-Todo el Consejo del
Exoprotectorado de la Federación se va a reunir en cuanto sea
posible para revisar los resultados. Una vez hecho eso, haremos
nuestras recomendaciones al presidente y al Senado de la
Federación.
-¿Cuál será su
recomendación, senador?
Burnelli inclinó la
cabeza hacia un lado con gesto pensativo y miró al que le había
hecho la pregunta con el ceño fruncido.
-Creo que es obvio.
Debido a la falta de cualquier dato real, tendremos que enviar otra
nave. Esta vez comandada por un capitán que no se amilane, alguien
que pueda averiguar por nosotros lo que está pasando allí en
realidad.
Mark asentía. Quizá
Kime se precipitó. El Segunda Oportunidad tenía un buen blindaje.
Me acuerdo de las especificaciones. La protección era uno de los
principales motores del diseño.
Olivia regresó y los
dos se pasaron la mayor parte de la tarde viendo el portal. El TEC
emitió las grabaciones que había hecho Dudley Bose, explicando y
comentando los datos que reunía la nave. Sus descripciones
fascinaban a Mark. Estaban ajustadas a un nivel que él podía
entender, una voz clara y segura que convertía simples hechos en
una descripción intensa y llena de vida. No me extraña que fuera un
astrónomo respetado y triunfador.
Mark salió al taller
unas cuantas veces para intentar trabajar un poco en los
recolectores automáticos. Pero cada vez su mente se distraía del
trabajo y regresaba otra vez a comprobar el portal. Buena parte de
ese tiempo se lo pasó pensando lo que debía de haber sido aquel
momento para Bose y Verbeke, cuando al fin se habían dado cuenta de
que la nave se había ido para siempre. ¿Cómo se enfrentaba una
persona a algo así? Por Dios, ¿cómo me lo tomaría yo?
Cerró el garaje Ables
temprano y volvió a casa en su camioneta. La primera parte del
viaje era por la gran autopista que había construido Simon Rand,
que lo llevaba por detrás del risco de Agua Negra antes de entrar
en el escarpado y estrecho valle que había allí. Se había plantado
hierba terrestre en las cunetas de la carretera, una variedad
vigorosa que había desahuciado a la hierba rayo y había pintado las
laderas que pasaban por encima del torrente de un suntuoso y
saludable color esmeralda. Unas ovejas gordas, todavía con el
pelaje de invierno, se paseaban adormiladas, rumiando, mientras sus
corderos recién nacidos saltaban muy excitados. Muy por encima de
ellos, donde había menos hierba y más cantos rodados, las cabras de
montaña se escabullían por el terreno y se aventuraban entrando y
saliendo del bosque de pinos.
Después de unos
cuantos kilómetros el valle se ampliaba y las colinas de la derecha
se hundían para dar paso a un valle mucho más amplio. Tomó ese
desvío y empezó a conducir por la larga y recta pista de
piedrecillas compactas. Era el valle del Páramo Alto, el primero en
el distrito que se había cultivado; ya hacía mucho tiempo que lo
había drenado una extensa red de zanjas, que había dejado al
descubierto la fértil turba a disposición de los tractores robot y
el ganado. Había largos caminos de entrada que se desviaban a ambos
lados de la pista principal y llevaban a los ranchos grandes y a
los grupos de graneros. Los únicos árboles que se veían allí eran
álamoslii, altos y esbeltos, que se habían plantado en filas rectas
e impecables para marcar los límites.
Después de cinco
minutos la pista volvía a bifurcarse. Mark cogió la ruta que se
adentraba en el valle de Ulon. Era casi tan amplio como Páramo Alto
aunque los muros de las montañas eran más altos. Los cantos rodados
y las piedras lo salpicaban todo y las nieves traían una nueva
cosecha cada invierno. Aunque el suelo era razonable, en realidad
el Ulon no era el sitio más apropiado para cultivos en serie. En
lugar de eso, y por sugerencia de Simon Rand, los primeros caseríos
plantaron viñas de moras grencham, una planta nativa de Elan que ya
estaba consiguiendo cierta reputación entre los enófilos de la
Federación, aunque solo se había cultivado en los continentes del
norte. Los primeros años vieron añadas pasables producidas en el
Ulon, pero luego se introdujeron nuevas variedades, los viñedos se
organizaron, formaron una cooperativa para mezclar y embotellar, e
incorporaron la denominación de origen.
Para cuando llegaron
los Vernon, la operación entera se había convertido en un negocio
impecable. Ya se estaban cultivando dos tercios del valle y el
resto de las parcelas se estaban vendiendo a toda velocidad. Todos
los compradores conseguían sus cinco o seis hectáreas que se podían
plantar con viñas y una parcela para una casa en un extremo. Las
viñas las gestionaría y cosecharía la cooperativa, lo que
garantizaba unos ingresos modestos cada año de la marca del valle
de Ulon.
Mark giró por la
pista que subía la corta colina que llevaba a su casa y frenó un
poco cuando la suspensión lo hizo empezar a saltar en los charcos y
los baches. Una vez más, como cada mañana y cada tarde, se recordó
que tenía que llamar para que le llevaran un poco de gravilla
decente. Las espalderas de las viñas se extendían a ambos lados de
la pista, líneas de cables y postes, como endebles vallas,
separadas por un par de metros, que se extendían hasta donde
alcanzaba la vista. Los pequeños ramales nudosos y pardos de las
viñas envolvían con cuidado los cables, todos y cada uno recortados
de forma idéntica, no más de cinco brotes en cada fronda. Era
demasiado pronto para que creciera nada, lo que dejaba la parcela
entera con un aspecto bastante desolado, solo las estrechas franjas
de hierba dispersa proporcionaban algún toque de color entre las
espalderas, aunque parecía haber más barro y piedras que matas
vivas. En la cumbre, donde la casa se aposentaba sobre media
hectárea de tierra plana, el césped era una vigorosa alfombra
esmeralda. En ese momento rodeaba dos casas. La que se habían
traído en la parte posterior de un gran camión plano, un montón de
paneles cuadrados de compuesto, resistentes a los elementos, que
podían encajarse para formar cualquier diseño. Liz y Mark se habían
instalado en una sencilla construcción con forma de ele con un
salón largo y rectangular en un extremo junto con tres dormitorios
cuadrados, un baño, un cuarto de juegos, cocina y una habitación de
invitados que seguía atestada de cajas de cosas que se habían
traído de Augusta y todavía no habían abierto. El tejado estaba
compuesto por recolectores solares curvos que se introducían en la
parte superior. La casa entera era barata, fácil de montar y un
sitio en el que no querrías vivir más de unos cuantos meses, sobre
todo en invierno. Llevaban en Elan ya casi dos años.
Detrás de su casa
prefabricada temporal crecía su auténtica casa. De acuerdo con el
espíritu verde de Randtown, los dos habían decidido que iba a ser
de coral seco, que era extrañamente escaso en un distrito
obsesionado con la ecología. Por lo general, la planta se cultivaba
sobre una estructura ya existente, pero Liz había encontrado una
compañía en Halifax que ofrecía un método mucho más barato. Su
mujer había empezado con lo que en esencia no era más que un grupo
de globos semiesféricos, una sencilla membrana hecha a la medida
que Liz extendió sobre el terreno e infló. Después se limitó a
plantar las semillas alrededor del exterior y a esperar que
crecieran. A medida que las ramas iban subiendo por la membrana,
Liz las entrelazó y las podó con sensatez, asegurándose de que los
muros quedaban lisos e impermeables. Los inviernos eran duros en el
valle de Ulon así que eligió una variedad de coral seco más grueso
que la mayoría para que les proporcionara un aislamiento decente.
Cuando terminaran, un simple cubo doméstico de almacenamiento de
calor de pistón solar los mantendría calientes y cómodos todo el
invierno. Pero fue ese necesario grosor añadido lo que les hizo
darse cuenta de por qué había tan pocas casas en el distrito de
Randtown hechas de coral seco: tardaba mucho tiempo en crecer. Cada
día, cuando salía de la camioneta, Mark echaba otro vistazo a las
copas de las ramas nacaradas y azul aciano para ver hasta dónde
habían llegado. En cuatro o cinco de las cúpulas menores que se
habían perfilado, las ramas ya habían llegado a la cresta, donde
Liz las estaba entrelazando para darles un acabado con forma de
minarete, pero a las tres cúpulas más grandes todavía les quedaban
un par de metros. «Para mediados del verano estará lista» no dejaba
de decirle Liz. Mark rezaba para que tuviera razón.
Barry salió como una
tromba de la casa, corrió hacia Mark y rodeó a su padre con los
brazos. Antes solo llegaba a las piernas de su padre, pero ya podía
abrazarle las caderas.
-¿Qué has hecho hoy?
-dijeron los dos a la vez como exigía el ritual, y después se
sonrieron.
-Tú primero -dijo
Mark mientras regresaban a la casa temporal.
-Esta mañana tuvimos
lectura y ortografía y luego al señor Carroll para matemáticas y
programación. Tuve historia general con la señora Mavers y Jodie
nos llevó a hacer mecánica práctica para terminar. Eso me gustó.
Fue lo único con un poco de sentido.
-¿De verdad, y eso
por qué?
Entraron en la cocina
donde Liz estaba sentada ante la mesa atestada intentando convencer
a Sandy para que tomara un poco de sopa. La hija de Mark era el
vivo retrato de la desgracia, tenía las mejillas y la nariz rojas,
los ojos húmedos y estaba envuelta en una gran manta cálida. Era la
variante de gripe que ya habían pasado todos los niños de la zona.
Hasta ese momento Barry se las había arreglado para
esquivarla.
-Papi -dijo Sandy con
voz débil al tiempo que extendía los brazos.
Mark se arrodilló y
le dio un gran abrazo.
-¿Y cómo te
encuentras tú, ángel mío, un poco mejor?
La niña asintió con
gesto desgraciado.
-Un poquito.
-Oh, qué bien. Bien
hecho, bonita. -Se sentó en la silla, a su lado, y recibió un beso
muy rápido y superficial de Liz-. ¿Entonces qué tal si te comes un
poco de sopa? -le preguntó a su hija-. La comeremos juntos.
Lo que podría haber
sido una sonrisa cruzó los labios de Sandy.
-Sí -dijo con
valentía.
Liz miró a Mark y
puso los ojos en blanco, después se levantó.
-Pues entonces os
dejo que sigáis vosotros. Vamos Barry, ¿qué quieres para
cenar?
-¿Pizza? -dijo el
niño de inmediato, seguido por un esperanzado-: Y patatas
fritas.
-No va a ser pizza
-le dijo Liz con firmeza-. Ya sabes que ya te has terminado todas
las que había en el congelador. Va a tener que ser pescado.
-¡Agh, mamá!
-Es probable que
podamos encontrar alguna patata frita para acompañarlo -dijo Liz,
sabiendo que era la única manera de conseguir que se comiera el
pescado.
-Está bien -dijo el
niño con aire taciturno-. Bueno, ¿pero es pescado frito?
-No tengo ni
idea.
Barry se sentó a la
mesa, en su silla, la viva imagen de la tragedia. Liz le dijo a la
doncella robot que fuera a buscar un poco de pescado al congelador
y añadió una orden silenciosa a través del mayordomo electrónico
para que fuera un paquete que solo se pudiera hacer a la
plancha.
-¿Y por qué no tenía
sentido lo demás? -le preguntó Mark otra vez.
-Bueno, lo tenía, más
o menos -dijo Barry-. Es solo que no sé para qué voy.
-¿Adónde?
-A la escuela.
-¿Y por qué no?
-No la necesito -dijo
el niño con toda sinceridad. Señaló con un gesto la amplia ventana
de la cocina que se asomaba al valle de Ulon-. Voy a ser capitán de
un barco a chorro y trabajar en el río.
-Ah, ya. -La semana
anterior había sido instructor de irobalón. Los niños del distrito
de Randtown tendían a dejarse influir por los aspectos más
deportivos y físicos de la vida. Todos iban a ser expertos en
rafting, o capitanes de barcos a chorro, o instructores de esquí, o
voladores profesionales o buceadores con branquias-. Bueno, pero me
temo que sigues necesitando una educación básica, incluso para
sacar el título de eso. Así que tendrás que seguir yendo, al menos
unos cuantos años más.
-Vale -dijo Barry con
tristeza-. Puede que también sea piloto de nave estelar. Lo vi hoy
en la ciberesfera. La escuela entera estaba allí cuando el Segunda
Oportunidad atracó en su plataforma. Fue una pasada.
Mark no dejaba de
mirar a Sandy mientras le iba dando la sopa.
-Sí, sí que lo
fue.
-¿Tú también lo
viste?
-Pues claro.
La doncella robot
volvió con un paquete de pescado. Liz se lo quitó a la
maquinita.
-Ven, ayúdame a
cocinar esto.
-¿Dónde están las
patatas fritas? -preguntó Barry con tono lastimero.
-Hay unas patatas en
la cesta. Las cortaremos. No tardaremos nada.
-No, no, mamá.
Patatas fritas de verdad. ¡Del congelador!
Mark llevó a Sandy al
salón mientras Barry y Liz preparaban el pescado. Quitó unos
cuantos juguetes del sofá y se sentó. Sandy se acurrucó en su
regazo, sorbiendo por la nariz y aferrada a su amiguito, un oso
polar de juguete capaz de reaccionar que percibía la enfermedad de
la niña y se aferraba a su brazo con afecto.
Mark le echó un
somero vistazo a unos cuantos reportajes de la ciberesfera antes de
decidirse de mala gana por Alessandra Baron, que había conseguido
una exclusiva con el propio Nigel Sheldon. Este se encontraba
sentado detrás de un gran escritorio, en su despacho corporativo,
hablando con claridad y confianza, como si todo aquel drama del
regreso de la nave no fuera más que una parada programada de uno de
sus trenes.
-Si bien lamento
profundamente que el capitán Kime tuviera que dejar atrás a
Emmanuelle y a Dudley, no creo que tuviera otra alternativa. Yo no
estaba allí, como tampoco estaban esos ingratos críticos de sillón
que he oído hoy. Por tanto no estamos en absoluto capacitados para
ofrecer ni siquiera algo parecido a una opinión válida sobre lo que
se hizo o las demás medidas que se supone que se podían tomar. Solo
un idiota intentaría hacer conjeturas sobre un incidente como ese.
Nombré capitán a Wilson porque creía que era el hombre adecuado
para ese trabajo. Sus acciones han sido ejemplares durante toda la
misión y han justificado por completo ese nombramiento.
»Por supuesto, el TEC
ya ha autorizado el renacimiento de los dos miembros perdidos de
nuestra tripulación. Gracias a los procedimientos de seguridad que
siempre nos hemos tomado muy en serio, los depósitos de memoria
segura que tenían a bordo se actualizaron justo antes de que se
dirigieran a la Atalaya.
-¿Pero qué hay de la
información que ha traído el Segunda Oportunidad? -preguntó
Alessandra-. Tendrá que admitir que es decepcionante.
Nigel Sheldon sonrió
como si compadeciese a la periodista.
-Tenemos más datos de
los que toda la comunidad de físicos de la Federación puede
asimilar. Yo no llamaría a eso escasez.
-Yo me estaba
refiriendo a la falta de conocimientos sobre los alienígenas de
Dyson. Después de que se gastara tanto dinero, de que se dedicara
tanto tiempo y con el coste añadido de vidas humanas, ¿no le parece
que deberíamos saber más? Ni siquiera sabemos el aspecto que
tienen.
-Sabemos que nos
disparan nada más vernos. Solo estoy de acuerdo con mi buen amigo
el senador Burnelli en una cosa, debe realizarse otra misión. Así
es la exploración, Alessandra. Lo siento si no avanza con la
suficiente rapidez para encajar en su horario personal. Pero los
seres humanos sensatos y racionales nos aventuramos en un lugar
nuevo y comprobamos las condiciones para poder prepararnos y llegar
más allá en la siguiente ocasión. Eso fue lo que hizo el Segunda
Oportunidad, y ha vuelto con una gran abundancia de detalles sobre
Dyson Alfa y la clase de nave con la que tenemos que volver.
-¿Así que usted está
a favor de volver?
-Desde luego. El
encuentro con las estrellas Dyson solo acaba de empezar.
-¿Y qué clase de nave
deberíamos utilizar, si nos basamos en lo que hemos aprendido de la
primera misión?
-Una que sea rápida y
sólida. De hecho, solo para estar seguros, quizá deberíamos enviar
más de una.
A las ocho, Mark y
Liz ya habían acostado y dormido a los niños. Después de eso, se
sentaron a cenar en la cocina, pollo «kiev». Sacado de un paquete y
calentado en el microondas, por supuesto.
-El viejo Tony Matvig
tiene pollos -dijo Mark-. Hablé con él el otro día, nos dará unos
huevos si queremos tener nosotros también. -Apretó con el tenedor
la carne que tenía en el plato y sacó un poco más de mantequilla de
ajo-. Estaría bien darles a los niños algo que sabemos que no está
lleno de hormonas y empalmes de genes raros.
Liz le lanzó su
mirada de «sondeo».
-No, Mark. Ya sabes
que ya lo hemos hablado. Me gusta vivir aquí y me gustará mucho más
cuando la casa haya terminado de crecer, pero no me voy a meter en
esto hasta ese punto. No nos hace falta criar pollos, ganamos más
que suficiente para comer bien y yo no pido comida industrial de
los Quince Grandes. Si te molestases en mirar verías que todo lo
que hay en ese congelador tiene la etiqueta de alimento limpio. ¿Y
quién te imaginabas que iba a pelar y destripar a esos pollos, si
se puede saber? ¿Ibas a hacerlo tú?
-Podría
hacerlo.
-No lo harás. El olor
es asqueroso. A mí me hizo vomitar.
-¿Pero cuándo has
destripado tú un pollo?
-Hace unos cincuenta
años. Cuando era joven e idealista.
-Y tonta. Sí, ya lo
sé.
Su mujer se inclinó y
le frotó la mejilla con los dedos.
-¿Soy muy
pesada?
-No. -Mark intentó
atraparle uno de los dedos con los dientes... y falló.
-En cualquier caso
-dijo Liz-. Los pollos destrozarán el césped. ¿Alguna vez les has
echado un buen vistazo a las garras que tienen? Son
diabólicas.
Mark sonrió.
-Pollos
asesinos.
-Asesinan el césped y
además destrozan el resto del jardín.
-Muy bien. Nada de
pollos.
-Pero estoy a favor
de la huerta.
-Ya. Porque voy a
improvisar un sistema de irrigación y un robot jardinero puede
ocuparse de lo demás.
Liz le lanzó un
beso.
-Ya te dije que me
ocuparía de las especias yo misma.
-Uau. ¿De
todas?
-¿Te arrepientes de
algo?
-De nada.
-Pues a mí se me
ocurre algo.
-¿Qué? -preguntó
Mark, indignado.
-Necesito un hombre
grande y fuerte que salga y le eche un vistazo a las hojas de
precipitación otra vez.
-¡Eh, tienes que
estar de broma! Las arreglé la semana pasada.
-Ya lo sé, cielo.
Pero anoche apenas llenaron el tanque.
-Maldita mierda
semiorgánica. Deberíamos haber excavado un pozo decente.
-Bueno, podemos hacer
que un robot constructor tienda una tubería hasta el río cuando
esté terminada la casa de verdad.
-Sí, puede.
La doncella robot se
llevó los platos y los cubiertos para meterlos en el lavavajillas.
Mark se llevó un plato de dulce de caramelo al salón junto con dos
cucharas. Se acurrucaron juntos en el sofá y empezaron a comerse la
empalagosa masa por dos sitios. En el portal, Wendy Bose hacía una
declaración entre balbuceos y lloros. El profesor Truten, que según
los subtítulos era un «amigo íntimo de la familia», le había
rodeado un hombro con el brazo para apoyarla.
-Pobre mujer -dijo
Liz.
-Sí.
-Tiene que someterse
a un rejuvenecimiento. ¿Me pregunto si el TEC se lo va a
pagar?
-¿Y por qué necesita
rejuvenecer? -Mark observó la imagen de la mujer en el portal-. No
parece que sea tan vieja.
Liz aprovechó que su
marido estaba distraído para zamparse dos cucharadas del
caramelo.
-¿Comparada con
quién? El clon sustitutivo de Dudley Bose va a tener dieciocho
años. Ella tendrá el equivalente físico a los cincuenta y muchos.
Confía en mí, no es un matrimonio que quieras probar.
-Supongo que no. No
puedo dejar de pensar en Bose y Verbeke. Imagínate que te abandonan
tan lejos de casa. ¿Crees que se suicidaron cuando se dieron
cuenta?
-Depende de los
alienígenas de Dyson. Quizá les hayan construido un entorno y ahora
mismo hayan salvado el escollo de la traducción y estén charlando
tan contentos.
-No es eso lo que
crees, ¿verdad?
Liz mordisqueó el
dulce con aire pensativo durante un momento. El profesor Truten
ayudaba a Wendy Bose a regresar a su casa.
-No. Espero que sus
cuerpos estén muertos.
-Eso era lo que me
imaginaba. -La mirada de Mark se perdió en el techo barato de
conglomerado-. Sabes que Elan es prácticamente el planeta de la
Federación que más cerca está del Par Dyson.
-Hay siete más cerca
que nosotros, incluyendo Anshun. Pero tienes razón, estamos cerca.
-Liz lanzó una risita-. A solo setecientos cincuenta y cuatro años
luz. Da miedo, ¿eh?
Mark estiró la mano
que tenía libre y la pinchó justo debajo de las costillas, donde
sabía que más sensible era su mujer.
-¡Eh! -Liz arrugó la
cara y se vengó cogiendo un trozo gigante de postre.
-¡Oye! -protestó su
marido-. Que yo no he comido casi nada.
-La vida es un asco y
luego vas, rejuveneces y vuelves a repetirlo todo otra vez.