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Hoshe había pensado
que el torrente de datos se ralentizaría después del primer par de
días, pero una semana después de su solicitud inicial comprendió
que no iba a ser así. En lo que a las oscuras criaturas que vivían
al margen de los límites de la sociedad se refería, había
almacenada una gran cantidad de información acerca de los llamados
grandes sindicatos del crimen. En Oaktier existían tres de esas
grandes organizaciones reconocidas por la policía: la familia
Johasie, una red al estilo de la mafia de toda la vida compuesta
por matones emparentados entre sí, pero con cerebro y abogados
suficientes como para no poder relacionar a los jefes con ninguna
de las actividades de los efectivos que ejercían a pie de calle;
Foral S. A., una empresa cuya junta parecía haber ampliado su campo
de acción para abarcar delitos varios, tanto financieros como
callejeros; y Área 37, la organización más inteligente y esquiva
cuyo turbio imperio estaba reforzado por negocios legítimos y, al
parecer, contactos políticos. Estos tenían su base en Ciudad Lago
Oscuro y ya solo por eso a Hoshe le parecían los sospechosos más
probables del asesinato de Shaheef y Cotal. Era una cuestión de
simple geografía. Antes de desaparecer, los amantes no habían
salido del Lago Oscuro en varias semanas. Si se habían tropezado
sin querer con algo que exigía su eliminación, era Área 37 la que
tenía los recursos y los contactos necesarios para lograrlo. Lo que
le dejaba una tarea pendiente.
¿Con qué crimen
podían tropezarse dos civiles inocentes que requiriera una
respuesta de tal magnitud?
Los expedientes
oficiales referidos a los sindicatos del crimen organizado que
Hoshe había sacado de la Oficina del Fiscal General contenían todas
las investigaciones previas, además del alarmante número de casos
judiciales que habían producido y que no se habían podido ganar. De
estos, los informes enviados por operativos clandestinos e
informadores eran los más útiles. La oficina del fiscal conocía a
todos los jugadores, los importantes y los secundarios, y la mayor
parte del tiempo tenía una idea general de lo que estaban tramando,
el problema eterno era demostrarlo ante un tribunal.
Con pruebas o sin
ellas, los expedientes que cubrían hechos de cuarenta años atrás no
eran muy útiles. No había grandes matanzas ni enfrentamientos
violentos entre rivales, ni siquiera grandes atracos a mano armada.
No era más que un goteo continuo de dinero que salía de los clubes,
problemas de juego, narcóticos digitales y químicos, prostitución,
timos bancarios y contratos urbanísticos dudosos.
Tras los expedientes
oficiales, Hoshe comenzó a entrar en el saber colectivo de los
medios de comunicación sobre el Área 37. La mayor parte era
chismorreos aunque algunos de los periodistas de investigación
parecían saber de lo que hablaban. Pero una vez más, no se
mencionaba ningún crimen grave de aquella época. Cuando buscó entre
los informes habituales archivados por la policía ese año y los
cinco siguientes, no halló ningún crimen notable que hubiera
ocurrido o que hubiera requerido años de preparación.
A media mañana, el
detective había dejado de trabajar para contemplar el increíble
atentado contra la nave estelar. A esas alturas la mitad de la
Federación estaba haciendo lo mismo. Hasta la investigadora jefe se
había recostado en la silla para mirar las imágenes que le mostraba
la pantalla de su escritorio. Una vez que el Segunda Oportunidad
estuvo a salvo en el espacio, el peso de los datos que lo esperaban
lo había vuelto a arrastrar poco a poco a su tarea aunque todos sus
colegas del cuartel general de la policía metropolitana no dejaban
de pasar por allí para preguntarle si lo había visto y qué le
parecía. Parecían más interesados en conocer la opinión de Paula,
aunque la detective no dio ninguna. A media tarde estaba inmerso de
nuevo en los horrendos detalles del mundo del hampa. La entrada
constante de información en los monitores de su visión virtual y el
hecho de tener que leer las pantallas de su escritorio le estaba
provocando un dolor de cabeza. Cuando echó mano de su taza de café,
se encontró con que solo quedaban los restos fríos de la última
cafetera.
-Voy a buscar más
-murmuró.
Paula ni siquiera
levantó la cabeza de su pantalla cuando el detective se dirigió a
la puerta. Les habían dado un despacho en el quinto piso, una
habitación bastante agradable con una ventana grande y un
mobiliario que no era demasiado antiguo. Las matrices de los
escritorios eran todas de primera línea, con pantallas y portales
haciendo juego. La cafetera, sin embargo, estaba en el
pasillo.
-Espere -dijo Paula
cuando ya casi había salido por la puerta-. Acaba de entrar una
llamada por la línea segura.
Era Qatux. Lo
pusieron en el gran portal que habían montado en la pared y Hoshe
se sentó justo cuando apareció la imagen del gran alienígena. Hoshe
frunció el ceño, preocupado, al ver el aspecto del raiel, Qatux
apenas podía levantar la cabeza para mirar a la cámara. Los
estremecimientos le recorrían el cuerpo y los tentáculos, como si
tosiera sin ruido.
-He vivido su vida
-susurró Qatux-. Cómo sobrevivís los humanos a tanta experiencia es
algo que nunca entenderé. Hacer tanto y reaccionar a todo del modo
que lo hacéis es tanto una maldición como una bendición. Jamás os
tomáis un momento para digerir y apreciar lo que os ocurre.
-Es lo que somos -le
dijo Paula-. ¿Y tú cómo estás? ¿Te han causado algún problema esos
recuerdos?
-Fue difícil. No
esperaba que lo fuera tanto. Veo el ahora y veo el entonces. Soy
Tara más de lo que he sido cualquier otro ser humano y eso me
asusta tanto como lo disfruto. Jamás había sentido miedo hasta
ahora.
-Los recuerdos se
desvanecerán porque esa es su naturaleza. Sabrás quién eres.
-Se desvanecen para
vosotros. Conmigo, no estoy tan seguro. Hay tantas cosas en las que
deseo concentrarme y recordar. No la dejaré irse tan
fácilmente.
Paula se inclinó
hacia delante.
-¿Así que puedes
tener acceso a toda su vida?
-Sí. Sí, la conozco
muy bien. Tantos colores, tantos sonidos; y sentimientos, qué
sentimientos ha experimentado. Tara lloró un día al ver el
amanecer, así de hermoso era, en el desierto, donde la luz jugaba
sobre las rocas y el cielo, y cada segundo traía un nuevo matiz a
aquel suelo arenoso y arrugado. Aún ahora siento sus lágrimas,
pequeños y delicados trazos que recorren mi piel y desdibujan la
imagen.
-¿Has buscado lo que
te he pedido? ¿Tenía algún enemigo, alguien que la odiara?
La cabeza del raiel
se meció con lentitud de un lado a otro en una luctuosa negativa,
sus tentáculos siguieron el movimiento de forma discordante.
-No. Para ti, creo,
sería una persona anodina e insípida, su vida no es tan rápida e
intensa como la tuya. Pero Tara es una persona muy dulce, adora la
vida, y odia el dolor y el sufrimiento que soportan otras personas.
Lo peor que le inspiró alguien fue irritación y decepción. Su
delito más grave fue el egoísmo, engañó a varias de sus parejas,
era incapaz de resistirse al placer y la emoción que le
proporcionaban esas aventuras. Eso no la convierte en una mala
persona.
-¿Hasta qué punto
reaccionaron mal esas parejas engañadas?
-Algunos lloraron.
Algunos se encolerizaron. A otros no les importó. Hizo las paces
con todos ellos. Nadie que conociera quiso matarla jamás. De eso
estoy seguro.
-¡Maldita sea! -Paula
apretó los labios en una mueca de enfado-. ¿No hay nadie?
-No. No es ninguna
santa, pero de ahí a incitar el odio suficiente como para que la
asesinaran... No lo veo, no a través de sus ojos.
-Gracias, Qatux.
Siento que haya sido tan duro para ti. Te agradezco lo que has
hecho.
-No hay de qué. Me
encantan los humanos, todos los humanos. A menudo pienso que quizá
haya nacido en la especie equivocada.
-Estás bien como
estás.
-¿Me traerás más
memorias, Paula? Adquiero muchas por medio de contactos que tengo
en vuestra unisfera, pero ninguna de depósitos de seguridad,
ninguna tan completa como las que me traes tú, ninguna tiene una
existencia humana tan rica, la sinceridad que yo atesoro.
-Veremos. Quizá te
vuelva a visitar.
-Gracias. ¿Y algún
día quizá me traigas tu propia memoria? Estoy seguro de que debes
de ser el ser humano más grande que conozco.
-Eso es muy
halagador, Qatux. Lo tendré en cuenta. -La detective esperó hasta
que la imagen se desvaneció antes de arrugar la nariz al mirar la
pantalla gris.
-Así que no ha sido
un crimen pasional -dijo Hoshe. Paula siguió con los ojos clavados
en la pantalla vacía.
-No lo parece.
-¿Hasta qué punto es
fiable Qatux?
-Muy fiable. Si él no
consiguió ver a nadie, usted y yo podemos tener la seguridad de que
no encontraríamos nada aunque revisásemos la grabación. Visto desde
ese ángulo, la única posibilidad es que Shaheef molestase a alguien
extremadamente peligroso, un psicótico capaz de ocultar su
verdadera reacción emocional. Pero tengo que admitir que es una
posibilidad muy remota.
-¿Y un asesino en
serie? Oaktier no tiene ninguno en los archivos, pero podría haber
alguno que reparte sus víctimas por toda la Federación.
-Una vez más, es
posible. Si es así, no está trabajando con ninguna pauta
reconocible. Es lo primero que suele buscar mi Junta Directiva
cuando se producen asesinatos sin motivo aparente. La matriz de
París no encontró ninguna relación con ninguno de los asesinos en
serie que tenemos en nuestros archivos. -Sonrió sin rastro de humor
y levantó la cabeza para mirarlo-. Bueno, ¿y cómo nos va con la
teoría del sindicato del crimen?
-No muy bien. No
encuentro ningún delito importante en esa época, ni confirmado ni
rumoreado. Supongo que se encontraron con un ajuste de cuentas y el
resto es una tapadera.
-Sí, eso encaja. Pero
eso nos deja sin pruebas.
-Sigue habiendo toda
una serie de archivos que no he revisado todavía.
-Lleva una semana
analizando con programas todos los expedientes principales; si
hubiera algo útil o relevante para nosotros, a estas alturas ya
debería haberlo encontrado. Estoy segura de que sabe que no me
gusta rendirme en un caso con tantas circunstancias sospechosas,
pero lo cierto es que nos estamos quedando sin vías plausibles de
estudio. -Se quitó el prendedor que le sujetaba el cabello negro y
se lo atusó otra vez antes de volver a colocárselo-. Tendré que
pensarlo un poco.
Era la primera vez
que el detective había oído a la investigadora jefe especular sobre
la derrota, y era sobrecogedor.
-Bueno, ¿cuántos
motivos puede haber? Tiene que ser un asesinato aleatorio. Sabemos
que no fue algo personal, ni corporativo ni político, ni siquiera
financiero, usted misma dijo que ha salido ganando. No es algo que
vayamos a encontrar porque no existe en ningún expediente ni en
ninguna memoria. -Hoshe se interrumpió. Paula lo estaba mirando con
mucha atención. Una sonrisa empezó a extenderse poco a poco por el
rostro femenino. Hoshe hubiera deseado que no se la dedicara a él.
Era una mueca animal, depredadora.
-Maldita sea -murmuró
la detective, admirada-. Qué listo, ¿no? Claro que es un hombre muy
inteligente, verdad, eso ya lo habíamos visto. Inteligente y
decidido.
-¿Quién?
La sonrisa de Paula
se convirtió en una burla.
-Jamás en mi vida me
había encontrado con un motivo así. ¡Maldita sea!
-¿Qué? ¿Ya sabe quién
es?
-¿Y usted no,
detective?
-¡Oh, vamos!
¿Quién?
-Todo se reduce al
momento. No la mató para ahorrarse dinero, ese sería el clásico
guión, el más clásico de todos. Lo habríamos sabido de inmediato.
Lo hizo para poder hacer dinero para los dos. Ella se beneficia de
su propio asesinato tanto como él.
-¿Quién?
-Morton.
-¡No puede haber sido
él! -exclamó Hoshe-. Fue él el que nos alertó.
-Eso no significa
nada. Lo planeó todo de una forma meticulosa. No iba a guardar el
recuerdo. La memoria es una prueba y él se la habrá borrado de
inmediato.
-Hijo de puta. ¿Está
segura?
-Ahora sí. -La
detective cerró los ojos mientras revisaba a toda prisa el guión-.
Todo encaja. Poder mirar las cosas con retrospectiva es una
herramienta maravillosa.
-¿Y qué hacemos
ahora?
-Necesitamos pruebas.
Las habrá de dos tipos: físicas y financieras. Yo me encargaré de
los archivos de la empresa.
-Muy bien. ¿Cuáles
son las pruebas físicas?
-Quiero que encuentre
los cuerpos.
Había sido un mal día
en la oficina. Al llegar aquella mañana, Morton esperaba que el
contrato preliminar para el suministro de estructuras de agua y
carreteras del distrito central para la nueva capital de Puimro ya
estuviera listo para plasmar el certificado de firma. Él había
insistido en que Gansu ofreciera un precio considerablemente bajo,
unas pérdidas que en esa fase no tenían importancia; esa era la
clave, dejarlos listos para toda una serie de contratos de
seguimiento en ese precioso y prometedor mundo nuevo. Con ese
primer punto de apoyo, Gansu podía irse labrando el mercado local a
lo largo de las dos décadas siguientes, hasta que la oficina de
allí fuera tan grande como la compañía madre de Oaktier. Su
verdadera conversión en un gigante intersolar habría
comenzado.
Pero los abogados de
la compañía urbanística de Puimro eran suspicaces, creían que la
obra que iba a realizar Gansu a tan bajo coste se lograría
recortando en materiales y construcción. Querían que se incluyesen
garantías escritas así como proscripciones contra los «beneficios
excesivos». Todo muy razonable, ¿pero por qué demonios no habían
mencionado todo eso dos meses atrás, durante la ronda preliminar de
negociaciones? Morton se había encontrado maldiciendo a sus propios
contables y abogados corporativos a medida que la maraña
burocrática iba creciendo a lo largo del día. Y la situación
tampoco estaba resuelta a última hora, cuando dejó la oficina y se
largó a zancadas hasta su coche, de muy mal humor. Un equipo de
abogados de Gansu se había quedado junto con varios expertos en
contratos, todos apiñados en una sala de reuniones y listos para
trabajar la noche entera para intentar resolver los temas y
preguntas planteadas por sus homólogos de Puimro. Se programaron
nuevas reuniones para la semana siguiente. El certificado de firma
ya no se plasmaría hasta por lo menos diez días más tarde.
Putos funcionarios,
siempre interponiéndose en el camino del progreso.
El mayordomo lo
saludó cuando se abrió la puerta del ascensor en el vestíbulo,
después se peleó un momento con la americana que le lanzaron.
Morton entró en el salón y entrecerró los ojos para defenderse de
la hermosa luz vespertina que se filtraba por la terraza y la
piscina. Vio a Mellanie sentada en una de las hamacas, con la
cabeza en las manos y los hombros hundidos.
Oh, Dios, encima esto
no, ahora no. La miraba con el ceño fruncido cuando la joven
levantó la cabeza. Mellanie le lanzó una sonrisa vacilante y corrió
al salón.
-Señor. -El mayordomo
le había traído la ginebra con gas.
-Gracias. -Cogió el
vaso de la bandeja de plata. Mellanie, según vio cuando la muchacha
abandonó el suntuoso resplandor del sol, había estado llorando-.
¿Qué pasa? -Era una pregunta casi retórica, no le interesaba.
Su novia se apretó
contra él y apoyó la cabeza en su pecho.
-Esta mañana he ido
al entrenamiento -dijo con la voz ahogada-. El entrenador me dijo
que no me había estado esforzando lo suficiente, que mis marcas
eran demasiado bajas. Dijo que ya no demostraba el nivel adecuado
de compromiso.
-Vaya. -A Morton le
apetecía decir, ¿Y eso es todo? En esos tiempos, los únicos
deportes que interesaban eran los deportes de equipo. Los
especialistas en genética de la Federación eran capaces de
construir superatletas, así que la competición individual
prácticamente carecía de sentido, se había convertido en una simple
pugna entre laboratorios y clínicas. Pero el trabajo en equipo, eso
era diferente, ese era el templo del último rasgo natural: la
habilidad. En deportes como el fútbol, el béisbol, el jóckey y el
críquet, el talento combinado del equipo era una sinergia tras la
que los aficionados podían lanzarse con una devoción absoluta.
Aunque Morton siempre había pensado que el salto de trampolín
estaba en el extremo, bastante desesperado por cierto, del espectro
de interés de los especialistas, y que su importancia estaba
inflada de forma artificial por las empresas de artículos
deportivos y los canales mediáticos para fomentar las ventas y las
campañas de promoción. Así que lo que dijo en realidad fue-: Es un
gilipollas. No te preocupes por eso.
La muchacha se echó a
llorar.
-Me han
retirado.
-¿Qué?
-Me han retirado del
equipo. Ha sido horrible, Morty, lo dijo delante de todo el mundo.
Ya ha traído a otras dos chicas nuevas.
-Oh, ya veo. -Le dio
unas palmaditas con aire ausente y luego tomó un sorbo de ginebra-.
No importa, ya te saldrá otra cosa, siempre sale.
Mellanie se apartó un
poco para poder estudiar la cara de su novio, en el rostro de la
joven había una expresión de perplejidad.
-¿Qué? Morty, ¿es que
no me has oído? Para mí se ha acabado.
-Sí, ya te he oído.
Pues concéntrate en otra cosa. De todos modos ya era hora. Además,
has desperdiciado años enteros en ese absurdo equipo de salto.
Ahora podrás tener una vida de verdad.
Los gruesos labios
femeninos se separaron para formar una angustiada «O» al tiempo que
daba un paso hacia atrás. Después entró corriendo en el dormitorio
mientras sus sollozos llenaban el aire a su paso.
Morton dejó escapar
un suspiro de cansancio cuando la puerta se cerró con un sonoro
portazo. Bueno, ¿y qué se esperaba? Es el problema de los jóvenes
de verdad, no tienen perspectiva de la vida.
-No, gracias por
preguntar -le soltó a la puerta cerrada-, a mí tampoco me ha ido
muy bien el día.
Su mayordomo
electrónico le dijo que había una llamada de la investigadora jefe
Myo. Morton tomó un largo sorbo de su copa antes de
contestar.
-Pásala a la pantalla
del salón -le dijo al mayordomo electrónico.
Incluso magnificada
hasta alcanzar el par de metros de alto, el rostro de Paula Myo
era, en esencia, inmaculado. Cuando Morton se reclinó en uno de los
sofás de cuero, se encontró admirándola una vez más. Alguien así sí
que podría convertirse en una auténtica compañera; estarían en un
plano de igualdad, cosa que no era nada habitual, más que competir,
se complementarían. Pero ese extraño legado de la
detective...
-Qué inesperado,
investigadora jefe, ¿qué puedo hacer por usted?
-Necesito acceso a
unos documentos financieros, las viejas cuentas de AquaState. Dado
que usted es el presidente de la compañía madre, me pareció más
sencillo pedírselos a usted en lugar de hacerlo por medio del
tribunal.
-¡Ah! -No era lo que
Morton se esperaba-. ¿Le importa si le pregunto por qué? ¿Qué está
buscando?
-No puedo comentar un
caso que se está investigando. Estoy segura de que lo
entiende.
-Sí. Estoy muy
familiarizado con los procedimientos gubernamentales, sobre todo
hoy.
-Algo que hay que
lamentar, al parecer.
Morton esbozó su
irresistible sonrisa.
-Secreto comercial.
No puedo hablarle de ello.
-¿Pero puede usted
entregarme los archivos?
-Sí, por supuesto.
¿Estaría en lo cierto si supongo que están avanzando,
entonces?
-Digamos que va por
el buen camino con esa valoración.
-Me alegro de oírlo.
-Le dijo a su mayordomo electrónico que le enviara a la detective
los archivos relevantes-. ¿Me permite preguntarle si en estos
momentos está viendo usted a alguien, Paula?
-No creo que eso
tenga ninguna relación con mis pesquisas.
-No la tiene, pero
era una pregunta sincera.
-¿Por qué quiere
saberlo?
-Estoy seguro de que
lo ha oído muchas veces. Pero quiero ser sincero con usted desde el
principio; si no tiene usted ninguna relación, para mí sería un
placer llevarla a cenar alguna noche, en cuanto sea posible.
La pantalla mostró la
cabeza de la policía inclinándose ligeramente hacia un lado, un
movimiento que imitó una curiosidad muy parecida a la de un
ave.
-Eso es muy
halagador, Morton, pero ahora mismo no me es posible aceptar.
Espero que no se ofenda.
-Desde luego que no.
Después de todo, no ha dicho que nunca lo hará. Creo que se lo
volveré a pedir una vez que termine este caso.
-Como desee.
-Gracias,
investigadora jefe. Y espero que los archivos le resulten
útiles.
-Lo serán.
La llamada
terminó.
Morton se arrellanó
en el sillón sin dejar de mirar la pantalla vacía donde todavía
podía ver el rostro elegante y sereno de la detective. Por alguna
razón, el día ya no le pareció tan perdido, después de todo.
Ocho días después de
entrar en el bosque, Ozzie tuvo que revolver en su mochila para
sacar ropas más cálidas. Ya hacía un par de días que habían dejado
atrás el último árbol de hoja caduca. El sendero los llevaba entre
gigantes alpinos altos y solemnes con troncos oscuros de corteza
dura como una piedra. Sus hojas cerosas eran largas y delgadas,
apenas más gruesas que las agujas de pino terrestres, con colores
que iban desde el verde oscuro a un granate que era casi negro. Era
una capa fina y dura de hierba lo que crecía bajo ellos y que
estaba incompleta alrededor de los troncos, donde habían caído las
hojas ácidas. El aire frío del lugar indicaba que les llevaba mucho
tiempo pudrirse y convertirse en la generosa marga que se
encontraba en otros lugares del bosque, y el aire estaba cargado de
su perfume cítrico.
El sol parecía haber
abandonado a Ozzie y Orión, los trozos de cielo que conseguían
vislumbrar eran de un color gris uniforme y las nubes bajas se
apiñaban en un velo que nada rompía. Densos bancos de niebla
salpicaban el sendero y llegaban muy por encima de las copas de los
árboles, necesitaron horas para atravesar algunos y cada uno
parecía más grande y frío que el anterior.
Tras tardar más de
tres horas en atravesar uno de esos bancos sin que hubiera ni un
solo respiro, Ozzie decidió que ya estaba bien. Le chorreaba la
fina americana de cuero, cubierta de una humedad que estaba lo
bastante fría como para convertirse en hielo, y ni siquiera había
podido protegerle la camisa de cuadros. Desmontó, se quitó a toda
prisa la camisa empapada y se puso una seca sin dejar de temblar
mientras lo hacía. Antes de que la bruma tuviera tiempo de hundirse
en el algodón limpio, sacó un forro polar de lana de color gris
pizarra con una membrana exterior impermeable. Para gran diversión
de Orión, después se puso unos zahones blandos de cuero que
cubrieron los pantalones de pana. Una vez que pudo al fin alisarse
la rebelde mata de pelo, lo metió todo en un gorro negro con una
borla. Solo entonces, una vez vestido y de nuevo a lomos de su
caballo, se puso los guantes de ante.
Casi de inmediato
empezó a tener demasiado calor, lo que, para variar, era un cambio
agradable. Esa mañana se había despertado temblando cuando la
escarcha del amanecer le había cubierto el saco de dormir. Ozzie
era un veterano de muchas largas marchas a pie y a caballo y
prefería la ropa semiorgánica moderna que podía calentar, enfriar y
secar al usuario a voluntad. Unas prendas que estaban descartadas
en cualquier mundo silfen, por supuesto, pero estaba satisfecho con
el rendimiento de los viejos y sencillos tejidos.
A Orión, que no había
venido muy bien preparado para el mal tiempo, le prestó una
sudadera suelta que el jovencito se puso bajo su fino chubasquero
impermeable y un par de pantalones de hule de sobra que eran
perfectos para ponérselos encima de los vaqueros que le cubrían las
flacas piernas.
Los dos azuzaron a
los animales. Ozzie ya no tenía ni idea de dónde estaban. Las nubes
ocultaban el sol y las estrellas, así que ya no tenía forma de
comprobar la dirección que seguían. Habían tomado tantas
bifurcaciones, habían dibujado tantas curvas a lo largo de medias
jornadas que había perdido por completo la noción del espacio que
habían recorrido. Que él supiera, Lyddington podía muy bien estar a
solo tres kilómetros de allí, aunque no le parecía que lo
estuviera, no con aquel tiempo y aquellos árboles altos y
hoscos.
-¿Alguna vez te has
adentrado tanto? -preguntó Ozzie.
-No.
Orión ya no hablaba
tanto. Aquello no era el bosque amplio y veraniego al que él estaba
acostumbrado, y la oscuridad y el frío estaban acabando con su buen
humor. Habían pasado tres días desde la última vez que habían visto
a algún silfen, un grupo que se alejaba de ellos por un sendero que
se bifurcaba. Antes de eso, casi cada día se habían encontrado con
un grupo de aquellos alienígenas iluminados. Siempre se habían
detenido a saludarlos, pero Ozzie no había conseguido sacarles algo
con sentido ni una sola vez. Estaba empezando a molestarle que la
IS tuviera tanta razón, había un cisma profundo entre los tipos
neuronales de las dos especies que impedía cualquier tipo de
comunicación auténtica y coherente. Su admiración por los expertos
culturales de la Federación iba creciendo en la misma medida. Él no
disponía de nada parecido a la paciencia que poseían aquellos
hombres y mujeres para ponerse a descifrar laboriosamente el idioma
silfen.
Era imposible
discernir el crepúsculo. Las sombras se limitaban a fundirse con la
noche. Ozzie había estado confiando en su antiguo reloj de cuerda
Seiko para que lo fuera advirtiendo, cosa que hasta ese momento
había hecho con toda fidelidad. Pero esa noche, o bien la oscuridad
había caído pronto o la capa de nubes invisible que cubría el cielo
había encontrado el modo de hacerse opaca.
Cuando Ozzie impuso
la siguiente parada, tuvieron que encender las dos lámparas de
queroseno que Orión había tenido la precaución de llevar consigo.
Sisearon y chisporrotearon mientras arrojaban un fulgor amarillo y
parpadeante. Los árboles más cercanos se cernían grandes y
opresivos sobre los dos humanos mientras que los que quedaban al
borde del resplandor parecían arracimarse en una densa valla que
los cercaba.
-Esta noche
levantamos la tienda -anunció Ozzie con tanta alegría como pudo.
Daba la sensación de que Orión estaba a punto de estallar en
lágrimas-. Tú mira a ver qué comida hay. Yo voy a cortar un poco de
madera para hacer una hoguera.
Dejó al chico
buscando con aire letárgico entre las alforjas, sacó el machete de
hoja de diamante y empezó a trabajar en el árbol más cercano. La
hoja armónica que llevaba en la mochila habría atravesado la dura
madera en cuestión de segundos. La hoja de diamante tenía un filo
de un par de átomos de ancho, pero aun así le llevó sus buenos
cuarenta minutos de duro trabajo rebanar las ramas más bajas del
árbol y cortarlas en troncos que pudiera usar.
Orión se quedó
mirando con gesto sombrío el montón de madera cubierta de
agua.
-¿Y cómo vamos a
encenderla? -preguntó con desconsuelo-. Está demasiado mojada para
tu encendedor.
No había nada seco.
La bruma se había espesado y se había convertido casi en una
llovizna, el agua caía de continuo de las hojas y las ramas.
Ozzie estaba muy
ocupado partiendo uno de los troncos a lo largo y convirtiéndolo en
astillas muy finas.
-Bueno, supongo que
nunca has estado en los Boy Scouts, ¿no?
-¿Y eso qué es?
-Un grupo de jóvenes
entusiastas de las acampadas. Les enseñan a frotar trozos de madera
hasta que empiezan a soltar chispas. Así se puede prender un fuego
estés donde estés.
-¡Qué estupidez! Yo
no pienso ponerme a frotar troncos.
-Tienes mucha razón.
-Ozzie ocultó su sonrisa cuando abrió un tarro de gel inflamable y
aplicó con cuidado una fina capa de aquella gelatina azul a cada
una de las astillas. Las metió entre los troncos y después sacó el
encendedor de gasolina, que era incluso más antiguo que el reloj-.
¿Listo? -Prendió el encendedor y con el brazo extendido lo empujó
hacia las astillas. El gel se incendió con un ruido seco y fuerte y
se alzó una llamarada alrededor de los troncos que envolvió toda la
pila. Ozzie apenas tuvo tiempo de apartar el brazo a tiempo-. Y yo
que creía que habían prohibido el napalm -murmuró.
Orión se echó a reír,
aliviado, y aplaudió con las manos enguantadas. Las llamas ardieron
con ganas y se derramaron por los troncos restantes. En un par de
minutos, todo el montón chisporroteaba y resplandecía con
entusiasmo.
-Mantenlo bien
provisto -dijo Ozzie-. Los troncos nuevos tendrán que secarse antes
de arder.
Mientras el muchacho
echaba con entusiasmo otro tronco al fuego cada pocos minutos,
Ozzie levantó la tienda unos metros más allá. Los puntales eran
unos simples postes que sostenían un doble forro aislante que se
extendía de forma automática y se inflaba en cuanto él tiraba de la
válvula para abrirla. Sobre eso iba el cortavientos, una tela
resistente e impermeable con largos pernos en el borde que Ozzie
clavó en el suelo. No es que el viento pudiera penetrar hasta el
suelo del bosque, pero aquel tiempo estaba empezando a darle muy
mala espina.
Por una vez, Ozzie
había permitido que Orión escogiese la comida que quisiese de las
alforjas. Aquel entorno estaba empezando a deprimir seriamente al
muchacho y hacía falta animarlo un poco. Así que se pusieron
cómodos al abrigo de las solapas delanteras de la tienda, que
habían levantado para formar un pequeño porche; los bañaba el calor
del fuego, que les secaba la ropa y comieron salchichas,
hamburguesas, judías y queso caliente vertido sobre gruesas
rebanadas de pan. Como colofón, Orión calentó una lata de bizcocho
de naranja con melaza.
Después de ocuparse
de los animales, alimentaron bien el fuego y entraron en la tienda.
Ozzie podía acurrucarse en su saco de dormir para seis estaciones.
El saco de Orión no era tan bueno, pero tenía un par de mantas con
el que envolverlo. El chico se quedó dormido quejándose de que
hacía demasiado calor.
Ozzie despertó con un
fuerte dolor de cabeza y una nítida falta de aliento. Había mucha
luz fuera, aunque no era el tipo de claridad que llevaba consigo la
llegada del día. Orión estaba dormido a su lado, casi sin aliento.
Ozzie miró al chico durante un momento, incapaz de pensar. Y
entonces todo tuvo sentido.
-¡Mierda!
Salió a toda prisa
del saco de dormir, los dedos eran incapaces de acertar con la
cremallera. Después gateó hasta la salida. El cierre interno del
forro se separó con facilidad, pero después vio que el cortavientos
se abultaba hacia dentro. Tiró de la cremallera. Un torrente de
fina nieve en polvo cayó en silencio, acumulándose contra sus
rodillas. E incluso cuando aquel polvo dejó de moverse y lo dejó
medio hundido en un amplio montículo, seguía sin haber señal alguna
del cielo. Ozzie se abrió camino entre la nieve y empezó a cavar
con frenesí. Después de un par de segundos, sus manos revolvían en
el aire fresco y la luz blanca y brillante entró a raudales en el
agujero. El aventurero aspiró una ansiosa bocanada de aquel aire
gélido e intentó detener los latidos de su aterrado corazón.
Orión se había
incorporado tras él y parpadeaba.
-¿Qué pasa?
-Nada, estamos
bien.
-Me duele la cabeza.
¿Eso es nieve?
-Sí.
-¡Ah, uau! -El
muchacho gateó hasta Ozzie y cogió un puñado con una sonrisa
encantada-. Jamás la había visto. ¿Lo cubre todo como en los
cuadros de Navidad de la Tierra?
Ozzie, que estaba a
punto de decirle que se pusiera las prendas impermeables, lo miró
sin poder creérselo.
-Te estás quedando
conmigo, tío. ¿Jamás habías visto la nieve?
-No. En Lyddington no
nieva. Nunca.
-Ya. Vale. Bueno,
ponte los impermeables, vamos a salir a echar un vistazo.
La nieve cubría más
de treinta centímetros del suelo y había varios centímetros
cubriendo cada rama y cada hoja. Justo alrededor de la base de los
árboles era más fina y por supuesto se había acumulado sobre el
cortavientos de la tienda y había cubierto por completo la cima.
Ozzie la miró un poco avergonzado, si hubiera enterrado de verdad
la tienda, el cortavientos no habría podido soportar el peso. De
todos modos, le habían dado una buena lección, en aquel bosque
alienígena no se podía dar nada por hecho.
Llamó a Orión para
que le ayudara a tranquilizar a los animales, que pateaban el suelo
y temblaban bajo el frío. Al desaliñado poni no parecía importarle
mucho la nieve y se acercó a Orión con el morro estirado en cuanto
el muchacho le encontró un poco de avena. El lontrus se limitó a
sacudir su desgreñado manto gris cuando Ozzie comenzó a comprobar
su estado. Esas criaturas disponían de una extraña bioquímica que
les permitía resistir temperaturas mucho más severas que aquella.
Era Polly la que más había sufrido, ya que no tenía pelaje de
invierno. El señor Stafford, de los establos de la calle Principal,
había mantenido a la yegua con el pelo bien corto para el clima
moderado de Silvergalde. Ozzie lo pensó un momento mientras
acariciaba el cuello tembloroso del animal. Mierda, no hacía falta
que nadie le dijera que ya no estaba en la zona cálida de
Silvergalde. Y, sin embargo, la temperatura no habría caído tanto a
menos que estuvieran a varios miles de kilómetros al norte de
Lyddington. Habían avanzado mucho en los últimos nueve días, pero
no tanto. La única explicación racional era que habían ganado mucha
altitud, aunque no sabía muy bien dónde, no era una única montaña,
pero en su visión virtual, el mapa no mostraba ninguna tierra alta
de verdad a nueve días de distancia de Lyddington, y eso montando a
toda velocidad, ni siquiera a veinte días, ya puestos.
Dio una vuelta
completa y después levantó la cabeza y miró aquel cielo vacío y
anodino mientras una lenta sonrisa de satisfacción se le dibujaba
en el rostro.
-«Definitivamente,
esto no es Kansas, Totó» -dijo en voz baja.
Hicieron un desayuno
frío, desenterraron y guardaron la tienda y continuaron adelante.
La nieve flotó sin rumbo todo el día, un polvo lo bastante fino
como para que la más ligera ráfaga de aire enviara un torbellino de
copos que giraban a su alrededor. Convirtió el bosque en una
exquisita y crujiente tierra invernal, pero una vez que echaron a
andar no había indicación alguna de dónde estaba el sendero. La
yegua, el poni y el lontrus continuaban adelante como si ellos sí
supieran el camino, soportando el nuevo clima con estoicismo.
De vez en cuando
grandes cascadas de nieve caían del dosel de los árboles gigantes
emitiendo un rugido manso y prolongado que sonaba alarmante en
medio del silencio del bosque. Alrededor de media tarde empezó a
caer una nevada más suave, grandes copos que iban goteando del
cielo perdido. Bañó la luz ambiental de un tono gris y lúgubre y el
aire se enfrió todavía más. Polly iba abriendo camino con
dificultad a medida que se iba acumulando la nieve. Ozzie se tomó
un respiro para ponerse las grandes prendas impermeables por encima
de la ropa. Sin semiorgánicos a mano, empezó a acumular capas de
ropa; era una estrategia que lo mantenía caliente y seco, aunque a
costa de cierta inmovilidad. Envuelto en ropa como iba, le costó
bastante volver a montar a Polly. A Orión le dio un par de
sudaderas y otro par de pantalones para que se los pusiera debajo
de las prendas de hule. Una vez que empezaron a moverse otra vez,
Ozzie empezó a preocuparse por la caída de la noche. La nieve no
mostraba señales de amainar y ellos iban a necesitar tiempo y luz
para montar un campamento como Dios manda.
Alrededor de una hora
más tarde se encontraron con un grupo de arbustos cubiertos de
nieve, parecían grandes dunas con unas cuantas ramas asomando por
la cima.
-Nos refugiaremos
aquí para pasar la noche -dijo.
Orión se limitó a
mirar a su alrededor y encogerse de hombros. El muchacho apenas
había hablado en todo el día.
Ozzie se quitó una
capa de sudaderas y trepó al árbol que había sobre los arbustos. Se
puso a trabajar en las grandes ramas bajas con la sierra de
diamante y rebanó cada una por las junturas. No le costó mucho que
se partieran y cayeran sobre los arbustos. Derribó cuatro bastante
grandes y dejó que aterrizaran una sobre otra para formar una
barrera más o menos estable. Tendría que servir de corral
improvisado. Para cuando se bajó con cuidado del árbol, la nieve ya
se estaba posando encima.
Orión se puso a atar
mantas alrededor de la yegua y el poni mientras Ozzie plantaba la
tienda en el escaso refugio que ofrecía un gran tronco. Ya casi
había caído la noche cuando terminó. Miró el reloj, las cinco y
cuarto. Lo que le daba un día de unas diez horas. La rotación de
Silvergalde era de veinticinco horas y media.
-¿Vas a encender un
fuego? -preguntó Orión; le castañeteaban los dientes. Ozzie ayudó
al muchacho a entrar en la tienda.
-Esta noche no.
Métete en el saco de dormir, así estarás caliente.
Orión hizo lo que le
decían sin quejarse. Tenía grandes círculos oscuros bajo los ojos y
a la luz de la lámpara de queroseno daba la sensación de que le
estaban desapareciendo las pecas de la blanca piel. Ozzie entró
arrastrándose en su saco y se sintió mejor de inmediato. Sacó un
ladrillo calefactor de la bolsa y arrancó la lengüeta. La unidad
estaba alimentada por una simple reacción química y la superficie
superior pronto empezó a brillar con un tono bermejo que arrojaba
un calor considerable. Se turnaron para calentar las latas y
después, Ozzie hirvió dos grandes termos de té para poder tener
algo caliente esperándoles cuando despertaran.
-Duerme un poco -le
dijo al muchacho-. Va a amanecer muy pronto.
Orión le lanzó una
mirada preocupada.
-¿La nieve va a
volver a cubrir la tienda?
-No. Estaremos bien.
Y además, ya estaba aclarándose cuando entramos. Pero lo comprobaré
cada par de horas, no te preocupes.
-Jamás en mi vida he
pasado tanto frío.
-Pero ahora ya tienes
más calor, ¿no?
-Ajá. -El chico se
subió el saco de dormir hasta la barbilla-. Supongo.
-Muy bien. -Ozzie lo
arropó con las mantas-. Es solo cuando dejamos de movernos cuando
lo sientes más.
El reloj de Ozzie
indicaba las cuatro menos cinco cuando llegó el amanecer. Su
mayordomo electrónico lo había despertado a intervalos regulares
durante toda la noche para que pudiera comprobar la tienda. Tenía
la sensación de haber dormido unos diez minutos en toda la noche.
Orión tampoco parecía muy dispuesto a salir del saco de
dormir.
-Tenemos que movernos
-le dijo Ozzie-. No podemos quedarnos aquí.
-Ya lo sé.
Había dejado de nevar
en algún momento y el paisaje era blanco, brillante y uniforme. La
nieve lo cubría todo, incluso se pegaba a los troncos verticales de
los árboles de tal modo que cualquier rama u hoja oscura que
sobresalía parecía extrañamente fuera de lugar. Ya había más de
medio metro de nieve en el suelo. Ozzie se puso las gafas de sol
más oscuras que encontró e intentó no demostrar lo mucho que eso lo
inquietaba. Tanta nieve iba a ralentizar el avance de los
animales.
-El señor Stafford
debería vender trineos -dijo Orión-. Seguro que le parece bien
cuando se lo diga.
Ozzie lanzó una
carcajada estridente para celebrar el chiste del muchacho y le dio
un rápido abrazo. Los dos estaban sorbiendo el té de los termos
mientras se acercaban a los animales. El precario corral había
funcionado hasta cierto punto, cubierto de nieve y completamente
congelado les había proporcionado una protección bastante razonable
contra los ventisqueros. Tras él, la yegua y el poni habían
pisoteado la nieve que les rodeaba las patas y no dejaban de
temblar. El lontrus se limitaba a permanecer allí, bufando y
emitiendo nubes de vapor casi indistinguible. Si eso fuera posible,
les lanzaba una mirada hosca bajo los mechones greñudos de pelo que
le cubrían los ojos.
Orión le lanzó a su
entorno una mirada torva.
-¿Por dónde?
Ozzie frunció el ceño
cuando la respuesta se le atragantó en la garganta. Intentó
descubrir por dónde habían llegado la noche anterior, pero era
sencillamente imposible, todos los grupos de árboles parecían
idénticos.
-Prueba tu regalo -le
sugirió.
El muchacho se
manoseó las sudaderas y sacó el colgante. Una luz trémula, diminuta
y azul resplandecía en el interior de la pequeña joya. El muchacho
la fue girando poco a poco, sujetándola como si fuera una brújula.
Cuando estaba señalando hacia la derecha de la tienda, su
intensidad se incrementó de una forma notable.
A Ozzie le pareció
que los árboles formaban una especie de avenida por allí. O algo
así.
-Pues supongo que por
ahí -dijo.
-¿A que ahora te
alegras de que viniera?
-Mucho. -Ozzie rodeó
el hombro del chico con un brazo-. Al parecer te debo una, ¿eh? ¿Y
cómo crees que te lo vas a cobrar?
-Yo solo quiero
volver con mamá y papá.
-Ya, sí, ¿pero aparte
de eso? Es decir, después de servirme de guía y llevarme a un lugar
seguro, yo diría que te mereces un par de megakilos. Y eso es un
montón de pasta.
-No sé.
-Eh, venga, tío. A tu
edad, yo ya lo sabía.
-Vale -dijo Orión, de
repente se había animado otra vez-. Eso es un montonazo de dinero,
¿no?
-Desde luego. Como
para comprarte tu propio planeta.
-Bien, lo primero, me
compraría un montón de rejuvenecimientos, para vivir tanto como
tú.
-Esa es buena, me
mola.
-Y luego me compraría
montones de memorias inteligentes, así tendría una educación y
sabría de todas esas cosas complicadas como física, arte y cuentas
bancarias, pero sin tener que ir a la escuela durante años.
-Incluso mejor.
-Y quiero un coche,
uno que mole de verdad, el coche más molón del mundo.
-Ah, ese es el
Jaguar-Chevrolet 2251 T-bird, el descapotable.
-¿En serio? ¿De
verdad que hay un coche tan molón?
-Oh, sí. Yo tengo un
par en mi garaje. Lo triste es que ya nunca los conduzco. Ese es el
problema cuando se tiene tanta pasta, puedes hacer tantas cosas que
nunca tienes tiempo de hacer nada.
-Y también regalaría
un poco, a las ONG, hospitales y cosas así, a la gente que lo
necesite de verdad.
-Eso está bien, con
eso demuestras que eres un tío majo, no solo otro cabrón rico al
que todo le importa una mierda.
-Ozzie, ¿entonces tú
das dinero? Todo el mundo sabe que molas.
-Sí, bueno, doy algo.
-Le dedicó al muchacho un tímido encogimiento de hombros-... Cuando
me acuerdo.
Como Ozzie esperaba,
al principio avanzaban despacio, con Polly abriendo camino otra
vez. Él hubiera preferido mandar al lontrus por delante, pero el
animal tenía las patas demasiado cortas. Así que Polly continuó
abriéndose camino como pudo, con sus patas más largas revolvía la
gruesa capa de nieve. Ozzie se pasó buena parte de la mañana
considerando las opciones que tenían. ¿Fabricar una especie de
botas para la nieve y un trineo, arrastrar la comida y soltar a los
animales? ¿Dar la vuelta, sin más, y regresar con el equipo
adecuado para enfrentarse a ese terreno? Salvo que... ¿quién sabía
a qué clase de terreno se iba a enfrentar la próxima vez?
Suponiendo que pudiera encontrar el camino de regreso a
Lyddington.
No dejaba de decirse
que estaban en un país silfen. Los alienígenas no permitirían que
le sucediera nada malo a nadie. ¿Verdad?
A medida que avanzaba
la mañana, la profundidad de la nieve empezó a reducirse poco a
poco. Pero no se hizo más blanda y seguía pegada a cada superficie.
Cuatro horas después de salir de la tienda, Ozzie estaba temblando
dentro de sus múltiples capas. Una gruesa escarcha le cubría cada
centímetro de la ropa. No le quedó más remedio que bajarse y
avanzar como pudo al lado de la yegua, arrastrando las botas por la
nieve. El movimiento lo calentó un poco pero empezó a preocuparse
por el ritmo al que estaba quemando calorías. Era obvio que la
yegua y el poni estaban sufriendo a pesar de las mantas que les
habían atado alrededor.
Poco después de
mediodía Ozzie observó lo que parecían unos rastros en la nieve que
tenían delante. Se quitó las gafas y se encontró con que la luz
había adquirido un tono rosa pálido. Convertía el mundo en una
gruta extraña, como si el bosque estuviera tallado en un coral
quebradizo.
-¿Ya ha caído la
tarde? -preguntó Orión con la voz ahogada. Tenía la cara
completamente envuelta en una bufanda de lana y solo le quedaba una
estrecha ranura para poder ver.
Ozzie miró el
reloj.
-No me lo parece. -Se
agachó para examinar los rastros. No cabía duda, eran huellas,
triángulos alargados sin suelas-. Puede que sean botas silfen -dijo
emocionado.
Había quizá unos
quince juegos y todos salían del bosque, un par habían aparecido
directamente bajo los árboles, a los que sospechó que se habían
subido los alienígenas. Se fundían todas y se alejaban por la
indefinida avenida de árboles incrustados de nieve.
-¿Estás seguro?
-preguntó Orión. Pisoteaba el suelo sin moverse y se golpeaba los
costados con las manos en un esfuerzo por defenderse del
frío.
-Eso creo. No sé
quién más iba a andar corriendo por estos bosques. Además, no
tenemos muchas alternativas.
-Está bien.
Volvieron a ponerse
en marcha. Orión caminaba al lado de su poni con un brazo rodeando
la silla para poder sujetar las riendas con la mano. Ozzie
sospechaba que lo hacía para que el poni pudiera tirar un poco de
él. El aire estaba tan frío que le quemaba el interior de la boca
si cogía aliento. De la bufanda que se había atado sobre la nariz y
la boca colgaban largos cristales de hielo allí donde el aliento se
le había helado contra la lana. Antes de volver a ponerse las gafas
intentó ver dónde estaba el sol. Las ramas que colgaban sobre sus
cabezas eran más finas y dejaban ver algunos trozos de un cielo
embotado de color rubí. Le pareció que una sección era un poco más
brillante, más o menos a medio camino entre el cenit y el
horizonte, pero eso indicaría que aún faltaban varias horas para el
anochecer. Si había calculado bien los cortos días, solo les
quedaba una hora de luz, más o menos.
Media hora más tarde,
Orión tropezó. Ozzie solo se enteró porque oyó un pequeño gruñido.
Cuando se dio la vuelta, el muchacho estaba boca abajo en la nieve
con el poni de pie a su lado. Por mucho que hubiera querido correr,
los miembros de Ozzie respondieron con lentitud. Era como intentar
moverse por un líquido.
Cuando incorporó a
Orión, el muchacho ya ni siquiera temblaba. Ozzie le bajó la
bufanda para comprobar que seguía respirando. Tenía los labios
oscuros y agrietados, con diminutas motas de sangre congeladas
encima.
-¿Me oyes? -gritó
Ozzie. Los ojos de Orión se agitaron un poco y emitió un leve
gemido.
»Mierda -gruñó
Ozzie-. Aguanta, voy a levantar la tienda. Esperaremos aquí hasta
que mejore el tiempo.
No hubo respuesta,
aunque Orión levantó un brazo unos centímetros. Ozzie lo dejó
apoyado en el poni e intentó sacar la tienda de las alforjas del
lontrus. Los guanteletes que llevaba por fuera eran demasiado
gruesos y no podía desabrochar los cierres de las correas así que
se los quitó e intentó contener la mueca cuando el aire ártico le
atravesó directamente los guantes de lana que llevaba debajo.
Empezó a manosear las correas, pero al final se rindió, sacó el
machete de hoja de diamante de la vaina y las cortó.
Tuvo que volver a
ponerse los guanteletes tres veces y agitar los brazos para
intentar recuperar el calor de las manos y conseguir así mover los
dedos. Tras lo que le parecieron varias horas después, la sección
aislada de la tienda se había inflado de mala gana y Ozzie había
conseguido asegurar las estacas a los bordes. Metió un par de
ladrillos calefactores dentro y luego arrastró al muchacho
semiconsciente tras ellos.
Con las solapas
selladas, el interior de la tienda no tardó en calentarse con el
resplandor de los ladrillos. Ozzie tuvo que quitarse varias capas
de ropa y hacer lo mismo con el chico antes de empezar a sentir los
beneficios. Los sabañones que le habían salido en los dedos de las
manos y de los pies eran lo bastante grandes como para hacerle
estremecerse cuando recuperó la circulación. Orión empezó a toser,
daba la sensación de que estaba a punto de echarse a llorar.
-¿Cómo puede hacer
tanto frío? -preguntó el muchacho, desconsolado.
-Si de verdad quieres
saberlo, creo que ya no estamos en Silvergalde. -Ozzie observó al
muchacho con gesto angustiado para ver cuál sería su
respuesta.
-Hace ya unos tres
días que me lo imaginé -dijo Orión-. Pero sigo sin entender por qué
iba a querer nadie visitar un mundo con un clima como este.
-Bueno, no estoy
seguro. No creo que estemos en las regiones polares de este planeta
porque hay árboles. Puede que me equivoque, pero, por regla
general, los entornos que son ultrafríos durante todo el año no
pueden sostener unos seres vivos tan grandes como unos árboles. Así
que yo diría que, o bien estamos en un mundo con un sol moribundo,
o en otro con una órbita elíptica muy larga y hemos llegado en
pleno invierno, cuestión de mala suerte. -Agitó las manos para
intentar aliviar el dolor a medida que regresaba la capacidad de
sentir y de moverlas. Tenía la sensación de que sus orejas se
habían convertido en un par de témpanos de hielo.
-Bueno, ¿y qué
hacemos ahora?
-Como ya he dicho,
esperamos a ver si la mañana nos trae algún cambio, aunque sospecho
que no lo hará. Pero ahora no podemos seguir. Tenemos que
prepararnos. Dentro de un rato volveré a salir. Tengo que poner el
cortavientos y luego meteré el resto de las bolsas. También tenemos
que hacer una buena comida caliente. Y el botiquín de primeros
auxilios tiene una crema que se ocupará de tus labios.
-Y de los tuyos -dijo
Orión. Ozzie se llevó los dedos a la boca y sintió la piel reseca y
agrietada.
-Y de los míos
-admitió. Rezaba para no tener que enfrentarse también a una
congelación; por suerte, las botas le habían mantenido los pies
razonablemente aislados, pero más tarde tendría que echarle un buen
vistazo a Orión.
-¿Y los animales?
-preguntó el muchacho.
-No puedo cortar
ramas para hacer una hoguera, no voy a tener tantas fuerzas. Voy a
untar un poco de gel inflamable alrededor de la base de un árbol a
ver si con eso puedo prender esa puñetera cosa. Eso quizá ayude a
mantenerlos calientes.
La verdad era que no
quería salir otra vez, lo que quizá explicase el rato largo que le
llevó prepararse. Al final volvió a salir al bosque gélido. Polly y
el poni se habían derrumbado, muy mala señal. El lontrus resollaba
sin ruido, pero, aparte de eso, no parecía muy afectado. Mientras
todavía le funcionaban los dedos, Ozzie sacó el resto de las bolsas
de sus alforjas y los llevó a la tienda. Después se pasó veinte
frustrantes minutos colocando el cortavientos sobre el forro
interior mientras las manos se le iban quedando cada vez más
rígidas. Pero por fin terminó y se llevó el tarro de gel inflamable
a uno de los árboles más cercanos. Rascó la nieve de una sección
del tronco, a unos treinta centímetros del suelo; después se detuvo
y miró más de cerca. No era corteza lo que había expuesto, se
parecía más a una capa áspera de cristal de color violeta oscuro,
casi como una amatista. Los guantes eran demasiado gruesos para
darle alguna pista sobre la textura de la superficie cuando la
frotó con la mano y, en cualquier caso, tenía la piel demasiado
entumecida. A pesar de todo, le pareció que era cristal auténtico.
Vio la luz que se refractaba en las profundidades del tronco. Por
más que lo intentó no se le ocurrió qué tipo de reacción química
habría podido sufrir la corteza, ¿algún tipo de transformación
catalizadora provocada por el frío extremo? Con la esperanza de que
la madera siguiera intacta bajo el cristal, levantó el machete y
lanzó un golpe. Varios cristales se hicieron añicos con el impacto,
pero el corte apenas profundizó un centímetro. Otro golpe más
pesado arrancó un gran trozo de la costra de amatista. El agujero
expuso más cristal, una columna de lo que le pareció cuarzo casi
puro que formaba el interior del árbol. Una luz exuberante y rosada
se filtró en el interior y reveló un enrejado vertical de capilares
con lo que parecía un fluido oscuro y viscoso moviéndose por el
interior, muy, muy despacio.
-La madre que me
parió -gruñó Ozzie-. Un puto árbol joyero.
Cuando levantó la
vista, las ramas sí que le parecieron más angulares que las de un
pino normal, y las ramitas se multiplicaban en patrones geométricos
fractales. Todas ellas estaban cubiertas de una dura costra de
nieve, lo que había mantenido oculta su verdadera naturaleza.
La sensación de
asombro de que habría disfrutado en circunstancias normales al
descubrir un capricho tan espléndido de la naturaleza quedó anulada
cuando se dio cuenta de que el tiempo no iba a mejorar al llegar la
mañana. La evolución no había hecho surgir semejante biota
cristalina en un clima cálido, de hecho, era muy probable que fuera
una forma de evolución a la inversa: las plantas árticas se
expandían con el final de la edad de hielo y después luchaban por
sobrevivir en un entorno cada vez más degenerado hasta que sus
genes refinaban la química definitiva que se adaptaba al invierno.
¿Y cuántos millones de años de falta de calor habían hecho falta
para producir algo así de sofisticado? Se habían perdido la última
primavera del planeta durante varias eras geológicas.
Ozzie se apresuró a
volver a la tienda, se sentía demasiado culpable para mirar a la
yegua y al poni cuando pasó junto a ellos. Orión había empezado a
hacer la cena sobre los ladrillos calefactores. La condensación
empezaba a chorrear por el forro interno.
-No veo ningún fuego
-dijo el chico cuando Ozzie selló la solapa.
-Esta madera no se
prende, lo siento.
-Ya vuelvo a sentir
los dedos de los pies.
-Bien. La capa
aislante debería conservar el calor sin dificultad durante la
noche. No tendremos problemas metidos en los sacos de dormir.
Ozzie estaba haciendo
un inventario aproximado. Solo quedaban once ladrillos
calefactores. Suficientes para poder aguantar (siendo realistas)
tres días. Podían permitirse el lujo de seguir adelante un día más,
y punto. Si el sendero no los había llevado a un mundo más cálido
al día siguiente por la noche, tendrían que dar la vuelta. Nada de,
a ver lo que hay tras la próxima curva; nada de, creo que está
saliendo el sol. Si las cosas no cambiaban de verdad, no podía
arriesgarse. Ya no quedaba margen para el error. Y no quedaría
nadie que devolviera su célula de memoria a la Federación para
someterse a un renacimiento. De hecho, ¿cuánto tiempo puede pasar
antes de que nadie se dé cuenta de que he desaparecido?
Ozzie sacó el
costurero de la mochila.
-¡Ah! Esto nos va a
ser muy útil. Tengo una idea para unas cosas que vamos a necesitar
mañana. ¿Qué tal se te da coser?
-Te lo he estropeado
todo, ¿verdad? -dijo Orión-. Lo habrías conseguido si no hubiera
sido por mí.
-Eh, tío. -Ozzie
intentó sonreír, pero los labios se le agrietaron. Se secó un poco
las gotas de sangre-. De eso nada. Lo estamos consiguiendo, estamos
recorriendo los senderos más profundos. Es el regalo de tus amigos
lo que nos ha hecho llegar tan lejos.
Orión sacó el
colgante y los dos se quedaron mirando su superficie oscura y sin
vida.
-Vuelve a probar por
la mañana -dijo Ozzie.
Polly y el poni
estaban completamente congelados cuando salieron de la tienda a la
mañana siguiente.
-No habrán sentido
nada -dijo Ozzie cuando Orión se detuvo a mirarlos. Le amortiguaba
la voz la gruesa máscara de tela que había cosido con todo cuidado
la noche anterior. Se había puesto todas las prendas de ropa que
era posible llevar encima, al igual que Orión. Daba la sensación de
que el abrigo del chico se había inflado hasta alcanzar el doble de
su tamaño, hasta los guantes los llevaba cubiertos de envoltorios
crudos y abultados de calcetines modificados, como pequeños
globos.
-Habrán sentido frío
-dijo Orión.
Ozzie no podía verle
los ojos tras las gafas de sol que llevaba, pero supuso que habría
un gran remordimiento. Con sus guanteletes bastante más prácticos,
fue Ozzie el que desmanteló la tienda y volvió a poner las mochilas
en las alforjas del lontrus. El frío era igual de debilitante que
el día anterior, pero las pequeñas prendas protectoras que habían
unido contribuían a evitar que les mordiera la piel. La temperatura
era demasiado baja para que se derritiera la nieve, lo que
eliminaba la posibilidad de que se les mojaran los pies, lo cual
hubiera sido letal.
La brisa había
esparcido la capa superior más suelta de nieve, pero todavía
quedaban algunos indicios de las pisadas que habían seguido el día
anterior. Ozzie le dio un empujón al trasero del lontrus y al final
le arreó una patada a la desgraciada bestia, que empezó a moverse
emitiendo un gemido herido.
El optimismo que
había reinado cuando Ozzie salió de la tienda para saludar al nuevo
día, se fue agotando poco a poco. Aunque no llegaba a vacilar, el
lontrus se movía despacio. Cada paso que Ozzie daba suponía un
esfuerzo, tenía que acarrear el peso de la ropa, empujar los pies
por la nieve apelmazada. El calor lo fue abandonando poco a poco.
No había un lugar por el que se escapase, era más bien una emisión
general, lenta e implacable, que lo iba helando. Cada vez que
levantaba la cabeza para mirar aquellas nubes altas de color cereza
que cruzaban el cielo rosado, se imaginaba corrientes de calor
corporal que se escapaban hacia el cielo para llenar aquel vacío
insaciable y gélido.
Unas monótonas horas
después, Ozzie notó que los árboles de cristal eran más bajos que
antes. Su manto permanente de nieve también era más fino, las ramas
superiores asomaban por algunos lugares. El sol destellaba y
rielaba en sus múltiples facetas, partiéndose en un espectro
prismático de todos los tonos de rojo, desde un rosado claro y
suave a un burdeos profundo y lúgubre. También había menos nieve
bajo sus pies. Ya hacía mucho rato que Ozzie había perdido la pista
de las huellas de los silfen.
Estaba tan absorto en
intentar ver lo que había entre las mermadas columnas de cristal
que no se dio cuenta de que Orión empezaba a detenerse. El muchacho
se agarró a los mechones apelmazados del pelo del lontrus, lo que
hizo que el animal protestara con un gañido.
-¿Necesitas un
respiro? -preguntó Ozzie.
-No. Hace tanto frío,
Ozzie. Mucho frío. Tengo miedo.
-Lo sé. Pero intenta
seguir adelante. ¿Por favor? Si nos paramos solo vamos a empeorar
las cosas.
-Lo intentaré.
-¿Quieres apoyarte en
mí un rato?
-No.
Ozzie tiró con
suavidad de los mechones de pelo que había justo detrás del cuello
del lontrus para reducir la velocidad del animal, que no se
resistió a las órdenes. Continuaron adelante a un paso
terriblemente lento. Ozzie empezó a replantearse sus progresos.
Estaba claro que la noche anterior, cuando había calculado hasta
dónde podían llegar, no había tenido bien en cuenta el estado de
Orión. Y era obvio que ese día no iban a avanzar mucho más de un
par de kilómetros en el mejor de los casos, e incluso eso iba a ser
agotador para el muchacho. Lo más sensato sería dar la vuelta de
inmediato. A ese ritmo, si tenían suerte, quizá consiguieran llegar
al lugar donde habían plantado la tienda la noche anterior.
-El bosque se está
terminando, mira -dijo Orión.
Ozzie se centró,
alarmado por la facilidad con la que había caído en un ensueño. Los
árboles de cristal eran pequeños y estaban desnudos: troncos
centrales de armadura de amatista que se alzaban orgullosos con las
ramas principales sobresaliendo en ángulos rectos. En las puntas de
los segmentos de las ramitas regulares, las incrustaciones moradas
daban paso a cuñas opalinas lisas que resplandecían en cada punta,
con el lado plano hacia arriba para absorber la luz gélida y
nítida. Habían disminuido lo suficiente como para que Ozzie viera
más allá de los últimos grupos la inmensa planicie que los
aguardaba. Desde su posición parecía una depresión circular
encerrada por colinas bajas y curvas. Bajo aquel aire despejado y
enrarecido, el lado contrario estaba casi tan perfilado como el
suelo que lo rodeaba. No era fácil juzgar la distancia con tan
pocos puntos de referencia, pero supuso que tenía entre treinta y
treinta y cinco kilómetros de anchura. Unas chispas brillantes de
sol reflejado parpadeaban con una intensidad viva y envolvían cada
colina en un halo que indicaba que el bosque de árboles de cristal
se había extendido por cada ladera. El suelo de la depresión estaba
vacío, aparte de unos cuantos montones de nieve en polvo.
A pesar de toda la
dura belleza de aquel exótico paisaje, a Ozzie le apetecía
maldecirlo. Allí no había esperanza. Ya solo llegar al final del
bosque les iba a costar mucho, a unos cuantos cientos de metros de
distancia, donde los árboles de cristal no eran más que dendritas
larguiruchas de ramales de cristal transparente que sobresalían del
suelo duro como el hierro. La simple idea de atravesar aquella
inmensa tierra desolada y vacía era impensable.
Quizá por eso jamás
se volvió a saber nada de tantos que buscaron los senderos más
profundos. Nuestra percepción de los silfen como seres dulces y
amables es una ilusión que nos hacemos, estúpida y conveniente.
Queríamos creer en los elfos. ¿Y cuántos cuerpos humanos yacen ahí
fuera, bajo la nieve, por culpa de eso?
-Es un desierto -dijo
Orión-. Un desierto de hielo.
-Sí, eso me
temo.
-¿Me pregunto si mamá
y papá llegaron aquí?
-No te preocupes. No
son idiotas, habrán dado la vuelta, como nosotros.
-¿Es eso lo que vamos
a hacer?
Ozzie vio un destello
de luz casi azul al otro lado de la pradera. Se levantó las gafas
de sol sin hacer caso de la punzada de dolor provocada por la
ráfaga de aire gélido que aleteó junto a su piel expuesta. El
destello surgió otra vez. Esmeralda, sin duda. El contraste era
asombroso en aquel paisaje compuesto solo por tonos diferentes de
rojo. El verde tenía que ser artificial. ¡Una baliza!
Volvió a bajarse las
gafas.
-Quizá no.
Las bengalas de
señales estaban apiñadas en argollas en cada bolsa, para que el
acceso fuese más fácil. Sacó uno de los delgados cilindros, le
quitó el tapón de seguridad y lo sostuvo con el brazo extendido
para apretar el gatillo. Se oyó un gran crujido y la bengala salió
disparada hacia el cielo. Una estrella cegadora de luz escarlata
flotó sobre el borde del bosque de cristal y se detuvo allí un buen
rato.
Orión había clavado
los ojos en el pulso lento de la baliza verde.
-¿Crees que hay
personas?
-Tiene que ser
alguien. Mi matriz de mano sigue sin funcionar así que los silfen
están tocando las narices con la electricidad. Lo que significa que
este es uno de sus mundos, sin duda. -Esperó un par de minutos y
luego disparó otra bengala-. Vamos a intentar caminar hasta el
borde de los árboles. Si no hemos visto ninguna respuesta para
entonces, nos damos la vuelta.
Ozzie ni siquiera
había disparado la tercera bengala cuando la luz de la baliza
empezó a destellar más rápido. Riéndose bajo la máscara, levantó el
cilindro y lo disparó. Cuando se fue apagando sobre sus cabezas, la
luz de la baliza se hizo constante.
-Es un haz -exclamó
Orión-. Y nos están señalando con él.
-Creo que tienes
razón.
-¿Está muy
lejos?
-No estoy seguro.
-Los implantes de la retina enfocaron mejor y compensaron la luz
esmeralda deslumbradora. La resolución no era espectacular, pero,
por lo que podía distinguir, la luz provenía de la cima de un
montículo o un pequeño altozano. Había líneas oscuras sobre él.
¿Terrazas?-. Quince o diecisiete kilómetros, quizá más, y hay una
especie de estructura a su alrededor, creo.
-¿Qué clase de
estructura?
-No lo sé. Pero vamos
a parar aquí. Si están acostumbrados a la gente, sabrán que
necesitamos ayuda.
-¿Y si no?
-Voy a levantar la
tienda. Encenderemos un ladrillo calefactor y nos calentaremos, los
dos necesitamos descansar. Cuando se termine el ladrillo, sabremos
lo que hay que hacer. Si no ha venido nadie, nos damos la vuelta.
-Ozzie empezó a tirar del gran nudo que había hecho en la correa
que sujetaba la tienda al lomo del lontrus.
-¿No podemos ir allí?
-preguntó Orión con voz quejumbrosa.
-Está demasiado
lejos. En las condiciones en las que estamos, nos llevaría otro par
de días y no podemos arriesgarnos. -Desenrolló la tienda y dejó que
el forro interior absorbiera aire y se alzara convertido en una
pequeña semiesfera alargada. Orión se metió a gatas y Ozzie le dio
un ladrillo calefactor-. Arranca la lengüeta -le dijo al muchacho-.
Me reuniré contigo dentro de un minuto. -Volvió a levantarse las
gafas de sol y se centró en el montículo que había bajo la baliza.
Después disparó otra bengala. La luz verde parpadeó tres veces a
modo de respuesta, una sucesión lenta antes de volver a deslumbrar.
En el idioma de cualquiera aquello decía: Ya os hemos visto. Ozzie
seguía sin distinguir qué era el montículo, salvo que tenía unos
lados muy escarpados.
Tres horas y cuatro
chocolates calientes más tarde se oyó mucho ruido fuera de la
tienda. Ozzie bajó la cremallera de la parte delantera para
asomarse. Dos grandes criaturas se afanaban para llegar a la cima
de la colina que quedaba delante del bosque de cristal. Eran
cuadrúpedos, más o menos del tamaño de rinocerontes terrestres y
estaban cubiertos de un pelaje enmarañado y espeso parecido al del
lontrus. El vapor del aliento se escapaba con un silbido de un
morro achaparrado que sobresalía de la parte inferior de una cabeza
bulbosa en la que se erizaban unas espinas cortas y puntiagudas.
Ozzie había visto cabezas de animales más feas que aquella, pero lo
más extraño eran los ojos, largas franjas de piedra negra con
muchas facetas, como si también se hubieran cristalizado en aquel
clima letal. Los dos animales estaban enganchados a un trineo
cubierto, un simple armazón de lo que parecía sospechosamente
hueso, con varios pellejos de cuero curtido atados a él. Mientras
Ozzie miraba, se retiró uno de los lados y se bajó una figura
humanoide. Fuera quien fuera, vestía un abrigo largo de piel con
capucha, pantalones de piel, manoplas de piel y una máscara facial
también de piel con unas lentes semicirculares, saltonas como los
ojos de un pez. La figura se dirigió hacia ellos con la mano
levantada a modo de saludo.
-Ya me imaginé que
serían humanos -exclamó una voz femenina con brusquedad tras la
máscara-. Somos la única especie con el mal gusto suficiente como
para utilizar aquí luz roja para las bengalas de emergencia.
-Lo siento -le gritó
Ozzie-. No venden una gran variedad de colores en la tienda.
La mujer se detuvo
delante de la tienda de campaña.
-¿Cómo les va? ¿Hay
algo congelado? -La voz tenía un fuerte acento del Mediterráneo
septentrional.
-Nada congelado, pero
no estamos preparados para esta clase de clima. ¿Puede
ayudarnos?
-Para eso estoy aquí.
-Se agachó y se bajó la máscara para mirar en el interior de la
tienda. Su rostro era de un color marrón curtido, grabado con
cientos de arrugas. Debía de tener más de sesenta años, por lo
menos-. Eh, hola -le dijo con tono alegre a Orión-. Hace frío,
¿eh?
El muchacho se limitó
a asentir, un poco aturdido. Volvía a estar acurrucado en su saco
de dormir.
La mujer olisqueó el
aire.
-Dios del cielo, ¿eso
es chocolate?
-Sí. -Ozzie le tendió
el termo-. Queda un poco si quiere.
-Si tuviéramos
elecciones por aquí, usted sería emperador. -Le dio un buen trago
al termo y lanzó un suspiro de placer-. Justo como lo recordaba.
Bienvenidos a la Ciudadela. Soy Sara Bush, una especie de portavoz
extraoficial de los humanos de por aquí.
-Ozzie Isaacs.
-Eh, he oído hablar
de usted. ¿No inventó las salidas a otros planetas?
-¿Cómo?, ah, sí.
-Ozzie estaba un poco distraído. Un bloque de pelo había aparecido
detrás del segundo trineo. Esa vez no era ningún bípedo con un
abrigo de piel. Era más bien un rectángulo alto de la piel más
mullida que él había visto jamás, con unos ojos oscuros y grandes
cerca de la cima, a unos dos metros y medio del suelo. Se percibían
unas ondas en el pellejo, lo que sugería que había unas patas
moviéndose por allí dentro cuando se deslizaba. Emitió un ululato
estridente que se alzaba y caía con tonos diferentes, casi como un
cántico.
-Está bien, está bien
-dijo Sara con tono irritable mientras agitaba una mano para
indicarle algo a la criatura.
-¿Qué es eso?
-preguntó Orión con timidez.
-Ah, no se preocupe
por él -dijo Sara-. Es el viejo Bill, un korrok-hi. Aunque, en mi
opinión, se parece más al yeti. -Se interrumpió para gorjearle un
largo verso a su compañero-. Ya está, le he dicho que ya vamos. Y
ahora vamos a guardar todo esto y a subirnos al trineo. Creo que a
ninguno de los dos le vendría mal un baño caliente y una copa.
Dentro de nada es la hora del aperitivo.
-Se está quedando
conmigo -exclamó Ozzie.
Paula se pasó la
mayor parte de la noche revisando las viejas cuentas de AquaState.
La verificación que quería era bastante fácil de encontrar, solo
había que saber lo que se estaba buscando para que los hechos
encajaran. Como en cualquier buena teoría de conspiración, se dijo.
Y sin duda ese sería el ángulo que adoptaría el abogado de la
defensa.
Cuando llegó al
despacho a la mañana siguiente, le sorprendió ver que Hoshe ya
estaba tras su escritorio, revisando los expedientes del
Ayuntamiento de cuarenta años atrás. Incluso después de pasarse
trabajando media noche no se podía decir que Paula llegara
tarde.
-No puedo creer
cuánto se estaba construyendo en la ciudad hace cuarenta años -se
quejó el detective en cuanto su jefa se sentó delante de su mesa-.
Es como si la mitad de Ciudad Lago Oscuro no estuviese aquí. No
recuerdo que fuera mucho más grande que ahora y llevo aquí
sesenta.
Paula le echó un
vistazo al gran portal montado en la pared que había activado su
compañero. Mostraba un mapa detallado de Ciudad Lago Oscuro con un
montón de luces verdes que señalaban las construcciones que se
estaban llevando a cabo cuarenta años atrás, tanto civiles como
privadas.
-No se olvide de
incluir cosas como obras en carreteras durante al menos un par de
meses después del asesinato. Sé que eso aumentará la zona de
búsqueda de una forma notable, pero esa incertidumbre las convierte
en una de las principales posibilidades.
El detective no dijo
nada, pero su expresión se agrió un poco más.
»Yo ya he terminado
mi análisis -le dijo-. Le ayudaré con su búsqueda. Divida la ciudad
en dos y yo me quedaré con una mitad.
-De acuerdo. -Hoshe
le dio instrucciones a su mayordomo electrónico-. ¿Qué encontró en
las cuentas?
-Confirmaron mi
teoría. Pero no se puede decir que sean pruebas que podamos
presentar ante un tribunal, por lo menos no solas.
-¿Quiere decir que
necesitamos los cuerpos?
-No cabe duda de que
ayudarán. Una vez que hayamos establecido que es un asesinato, las
pruebas circunstanciales serán suficientes para condenarlo,
espero.
Hoshe miró el mapa
del portal.
-Es un montón de
trabajo de campo para nuestros forenses. Son buenos, pero no hay
tantos disponibles. Podría llevar meses. O más.
-Hasta ahora ha
llevado cuarenta años, no se van a ir a ninguna parte. Y una vez
que hayamos localizado cada sitio, pediré que vengan unos equipos
de la Junta Directiva. Eso acelerará las cosas.
Mel Rees llamó a la
puerta abierta y entró. Paula le lanzó una mirada sorprendida y
después frunció el ceño. El director adjunto siempre le daba las
misiones en persona. Para que él visitara una operación de campo
tenía que ser algo muy importante. Y además parecía nervioso.
-¿Cómo va el caso?
-preguntó.
-Desde ayer tengo un
sospechoso -dijo Paula con tono cauto.
-Me alegro de oírlo.
-El director adjunto estrechó la mano de Hoshe-. He oído hablar muy
bien de usted, detective. ¿Cree que ya podrá cerrar este usted
solo?
Hoshe le lanzó una
mirada a Paula.
-Supongo.
-Lo hará -dijo
Paula-. ¿Por qué está aquí?
-Creo que ya lo
sabe.
Después de que el
Segunda Oportunidad despegara de la plataforma de montaje, a la IS
le había llevado otros tres minutos desarticular el último
cortafuegos de la red de datos del centro de control de la salida.
El equipo de seguridad del TEC había entrado en la sala veinte
minutos después, una vez que Rob Tannie había accedido a rendirse
sin condiciones. La única promesa que hizo el TEC fue no dispararle
a él y a sus colegas allí mismo. Pero resultó que los otros dos
decidieron suicidarse al tiempo que se borraban las células de
memoria antes de que el equipo entrara por la puerta.
Un nuevo grupo de
técnicos especialistas en agujeros de gusano se apresuraron a
entrar mientras se llevaban a Rob sin más ceremonias con las
esposas puestas, correas en las piernas y un collarín de anulación
neuronal. Les llevó dos horas comprobar todos los sistemas y volver
a abrir la salida al lado de la nueva órbita de la nave estelar,
una órbita muy elíptica. Para entonces, lo que quedaba del complejo
se encontraba bajo el estricto control de las fuerzas de seguridad
del TEC. La zona circundante estaba aislada y la había limpiado la
Junta Directiva de Seguridad de la Federación. Un escuadrón de
aerorrobots de combate FTY897 se encargaban de patrullar el
perímetro; aquellos elipsoides oscuros y lisos eran ultramodernos y
estaban equipados con armas capaces de borrar del mapa de un solo
disparo antiguallas tan lastimosas como los Vengadores del
Álamo.
A los supervivientes
de la plataforma de montaje los bajaron de nuevo al planeta.
Subieron equipos nuevos para evaluar el estado de la nave y
asegurar el equipo expuesto para evitar una mayor degradación por
efecto del vacío. Se elaboraron nuevos protocolos para establecer
una nueva plataforma de montaje alrededor de la nave.
Cinco horas después
de que la primera explosión señalara el comienzo del asalto, Wilson
Kime surgió por la salida ante el aplauso espontáneo y los vítores
del personal del complejo para recibir el abrazo de oso de Nigel
Sheldon. La oficina de prensa del TEC retransmitió el regreso
triunfal del capitán a una audiencia casi tan abultada como la que
había atraído el asalto. Después de eso, Wilson dio media docena de
entrevistas, agradeció a todos los presentes su inmenso esfuerzo,
contó un par de chistes, no especuló demasiado sobre los
responsables del ataque pero dijo que estaba bastante seguro de que
no habían sido los alienígenas de Dyson Alfa, prometió que había
salido de la terrible experiencia más decidido que nunca a
completar su misión y terminó diciendo que iba a donar la prima de
riesgo a una ONG dedicada a la atención de niños enfermos del
planeta. La policía de Anshun le proporcionó a su coche una escolta
de ocho motoristas que lo devolvieron a su piso de la ciudad.
Wilson despertó con
una sonrisa en la boca. Cuando se dio la vuelta, el cabello oscuro
de Anna le hizo cosquillas en la nariz. Estaba acurrucada en el
colchón de gel, a su lado, con un brazo alrededor de la cabeza como
una niña pequeña que se protegiera contra los malos sueños. Toda
una serie de deliciosos recuerdos, y uno encantadoramente pícaro,
flotaron por la cabeza de Wilson antes de que le besara el
hombro.
-Buenos días.
La mujer se estiró
con el letargo de un gato y le dedicó una sonrisa soñolienta.
-Pero qué sonrisa más
engreída es esa, caballero.
-¿Ah, sí? ¿Me
pregunto qué puede haberla puesto ahí?
Anna lanzó una risita
cuando su amante la rodeó con los brazos. Una mano le acarició la
espalda hasta detenerse en su trasero.
-¿Habrá sido esto?
-La otra mano le estrujó un pecho pequeño y magníficamente moldeado
antes de pellizcarle el pezón sin piedad-. ¿O esto? -Le besó el
cuello y luego se lo rodeó para ahogarle la risa con un beso-.
¿Esto?
Una de las manos
femeninas fue bajando entre los dos y agarró algo.
-¡Ehh!
-Quizá haya sido eso
-se rió ella.
-¿Ah, sí? -Wilson
empezó a hacerle cosquillas en las costillas y la joven tomó
represalias. La broma se convirtió en una especie de combate de
lucha libre suave que pronto se transformó en un deporte de
contacto mucho más íntimo.
Al final, Anna esbozó
una sonrisa victoriosa y lo miró desde su posición, a horcajadas de
él.
-Vaya, vaya, qué te
parece, así que es verdad lo que dicen sobre lo que el peligro hace
con un hombre.
Wilson no podía
negarlo. Lo de la noche anterior había sido pura supervivencia y su
cuerpo lo celebraba con la reacción más básica que conocía. El
alivio que había experimentado cuando el Segunda Oportunidad se
había elevado sobre los aviones espaciales había llegado a
provocarle temblores (que por suerte solo había presenciado Anna).
Los demás presentes a bordo, los jóvenes, se habían mostrado
encantados, eufóricos incluso, con su dramática huida, pero la
perspectiva de morir no había sido demasiado para ellos.
Wilson no se había
dado cuenta hasta entonces de lo mucho que le asustaba morir, sobre
todo en esos momentos. No era algo que esa sociedad pudiera
entender, no con las expectativas de rejuvenecimiento y
renacimiento inculcadas desde el momento de nacer. La generación
posterior al 2050 sabía que podía vivir buena parte de la
eternidad, formaba parte de sus derechos. Wilson pensó que su miedo
quizá proviniese del hecho de haber crecido en una época en la que
solo había una vida y luego te morías. La idea de que los recuerdos
se podían conservar y después descargar para animar un cuerpo
genéticamente idéntico era una muleta tranquilizadora para todos
los demás, pero él no se terminaba de convencer de que era una
continuación de su actual existencia. Habría una interrupción, una
brecha entre lo que era en esos momentos y lo que ese futuro Kime
recordaría ser. Una diferencia, una copia perfecta no dejaba de ser
una copia, no era el original. La gente sorteaba el dilema diciendo
que cada mañana, cuando despertabas, el único vínculo con el pasado
era la memoria y por tanto, despertarse en un nuevo cuerpo no era
más que una versión ampliada de esa pérdida nocturna habitual de
conciencia. Para él no era suficiente. Su cuerpo, ese cuerpo, era
su vida. Cuanto más tiempo vivía en él, más se endurecía ese
vínculo identificador. Trescientos años y pico habían producido una
convicción sólida como una roca que nada podía romper.
-No creo que pudiese
sobrevivir a otra noche peligrosa como esa -le dijo a Anna, todavía
resollando un poco.
La joven se cruzó de
brazos, los apoyó en el pecho de su amante y se inclinó hacia
delante hasta que posó la barbilla en las manos, las caras de ambos
quedaron separadas por solo unos centímetros.
-¿Cuáles son las
normas de la nave cuando el capitán se acuesta con rangos
inferiores?
-El capitán es
partidario de ello, sin duda.
Un dedo le dio unos
golpecitos en el esternón.
-Así que tienes
sentido del humor.
-Oculto con cuidado,
pero atesorado de todos modos.
-¿Y qué hacemos esta
noche si no hay ningún ataque?
El capitán frunció
los labios como si se lo estuviera pensando.
-¿Practicar, solo por
si acaso?
-Tengo la agenda
libre.
-¿No tienes a
nadie?
-No. En realidad hace
ya siglos que no. Demasiado liada con mi nuevo trabajo. ¿Y
tú?
-No mucho. No me he
casado desde mi último rejuvenecimiento. Algunas aventuras, pero
nada serio.
-Bien. -Anna se
irguió-. Será mejor que me dé una ducha. ¿De verdad quieres que nos
veamos esta noche? Última oportunidad para que puedas fugarte sin
problemas.
-Me gustaría que nos
viésemos esta noche.
-A mí también. -La
joven le dio un rápido beso-. La vida es demasiado incierta para no
intentar mantener algo bueno. Ayer me lo dejó claro, como nunca
antes. Nadie había intentado matarme hasta ahora.
-Hiciste un magnífico
trabajo allí arriba. La tensión en situaciones de combate no es
algo a lo que estés acostumbrada. Estoy muy orgulloso de ti.
-¿Tú ya habías pasado
por algo así?
-No del todo. Pero he
estado en el servicio militar activo. Aunque fue hace mucho tiempo.
Tampoco es que sea algo que se olvide, ni siquiera cuando se borran
recuerdos en los rejuvenecimientos.
-¿Y tú...? -Anna dudó
un momento-. ¿Mataste a alguien?
-¿Con sinceridad? No
estoy seguro. Les disparé a muchas personas, desde luego. Pero no
sueles quedarte por allí para ver el resultado. Le das a los
dispositivos de postcombustión y te largas a casa casi antes de que
el misil deje el riel.
-Es difícil de creer
lo viejo que eres. Yo solo te conozco como alto ejecutivo. Tuve que
hacer una búsqueda para desenterrar la historia del Ulises.
-Historia antigua. Si
accediste a ella hace poco es muy probable que sepas tú más que yo
de ese asunto.
-Pero el caso es que
lo hiciste. Viajaste por el espacio en una nave. Se puede
hacer.
-Yo no llamaría a esa
misión un rotundo éxito.
-¡Pero Wilson, es que
lo fue! Llegasteis a Marte. A millones y millones de kilómetros de
la Tierra. No importa que Sheldon e Isaacs encontraran otro modo de
hacerlo. No denigres lo que hicisteis. Después de todo, mira quién
te necesita ahora.
-Sheldon. Sí, supongo
que a eso se le llama justicia poética. ¿Sabes lo que me dijo ayer,
después de volver? Clavó en mí esa sonrisa de sabelotodo que tiene
y dijo, Te lo estás pasando en grande, ¿verdad? Y encima tenía
razón, el muy cabrón. Hacer volar la nave fue estupendo. Nos costó
Dios y ayuda, es cierto. ¡Pero ganamos! Es como si todo lo que he
hecho desde el Ulises fuese un interludio. Llevo tres siglos
estancado.
-Y ahora estás
haciendo lo que naciste para hacer.
-Qué razón
tienes.
Anna miró su propio
cuerpo y luego el de él. La expresión de su rostro se hizo
tímida.
-Hay una pregunta con
la que muchos de los que estamos en el proyecto hemos especulado.
No tienes que contestar si no quieres.
-¿Qué?
-Todos esos meses en
el Ulises. Era una tripulación mixta. Todos jóvenes y en forma. El
viaje entero se hizo en caída libre.
-Ah. Lo siento. Eso
es información gubernamental clasificada.
-Conque clasificada,
¿eh?
-Sí. Pero déjame
decirte una cosa, cuanto más tiempo pasas en caída libre continua,
más inmune te vuelves a los mareos, incluso cuando los movimientos
son vigorosos.
-¿De veras? Hay que
pasar mucho tiempo aclimatándose.
Wilson le dedicó una
sonrisa maliciosa.
-Y merece la pena
cada minuto de la espera.
-Más vale -murmuró la
joven-. Ahora sí que tengo que darme esa ducha. Se supone que entro
de servicio dentro de diez minutos.
-Tómate el día libre.
Diles que el jefe ha dicho que no hay problema.
Anna se bajó de la
cama.
-¿Y?
-Por ahí. -Wilson se
la señaló. No había habido mucho tiempo para enseñarle el
apartamento la noche anterior. La ropa ya estaba volando antes de
que cerraran siquiera la puerta.
-Gracias. -Otra
risita y se dirigió al baño-. Al menos no tienes que preguntarme
cómo me llamo.
-Desde luego que no,
Mary.
Una de las zapatillas
de Wilson voló por la habitación y lo golpeó en la pierna.
-¡Au!
La puerta se cerró.
Cuando se oyó el sonido de la ducha, Wilson apoyó la cabeza en las
manos cruzadas y se quedó mirando el techo, muy contento. Después
de haber estado a punto de morir el día anterior, no era un mal
modo de empezar un nuevo día.
Ni siquiera la visión
del dañadísimo complejo fue capaz de desanimarlo. Al acercarse por
la autopista, fuertemente protegida, vio finas estelas de humo
oscuro alzándose en el cielo, salían de la central eléctrica en
ruinas. La torre circular del edificio administrativo seguía siendo
un duro golpe. Había un montón de escombros donde antes estaba el
gran atrio y la mayor parte de las ventanas de las dos torres que
quedaban estaban rotas o habían desaparecido. Los robots
antiincendios se abrían camino con cuidado entre los fragmentos de
cristal y hormigón que surgían de la base, y los rociaban de vez en
cuando con un chorro de espuma blanca. Los equipos médicos de
salvamento trabajaban al lado de los robots, enviando pequeños
sensores por control remoto a hurgar entre las ruinas. Buscaban los
cuerpos para extraerles los implantes de las células de memoria y
prepararlas para el renacimiento.
Los vehículos de
emergencia se habían apoderado del aparcamiento así que Wilson
aparcó en un trozo de césped sin usar y salió del coche. Oscar se
encontraba allí, observando los equipos de trabajo en medio de un
grupo de empleados de las oficinas y un escuadrón de guardias de
seguridad del TEC uniformados.
-Buenos días, capitán
-dijo y le dedicó un saludo militar. A su alrededor, todo el mundo
se irguió de repente.
-Buenos días
-respondió Wilson. No se molestó en devolver el saludo. Fuera de
los círculos militares, no tenía mucho sentido-. ¿Cuál es la
situación? -Antes de irse la noche anterior, había comentado los
problemas más inmediatos con Oscar y había dejado a su ayudante al
mando.
-La nave estelar está
bien, todo el equipo crítico de a bordo está estable y aguanta
bien. Había suficientes sistemas de apoyo y de repuesto por aquí
abajo como para poder restablecer la mayor parte de los
alimentadores umbilicales de un día para otro. Vamos a dejarla así
hasta que podamos meterla otra vez en una plataforma de montaje. El
fabricante de malmetal espera entregarnos un globo viable dentro de
unos cuatro días. Una vez colocado, podremos realizar un examen más
detallado.
-Bien. -Wilson señaló
con un gesto la ruina combada de la sala de evaluación, que era lo
que tenían más cerca-. ¿Y el complejo?
-Eso va a llevar un
poco más de tiempo. Seguridad quiere verificar que el lugar es
seguro antes que nada, asegurarse de que los terroristas no han
dejado ninguna trampa desagradable a su paso. Una vez hecho eso,
podemos despejar el sitio y empezar a reconstruir. Con el Segunda
Oportunidad tan adelantado, no vamos a volver a necesitar todas las
instalaciones que teníamos aquí abajo así que buena parte del
trabajo serán operaciones de remiendo. La división de ingeniería
civil del TEC está preparando un montón de equipo en estos mismos
momentos, en cuanto les demos luz verde, entrarán
directamente.
-Parece que ha hecho
un gran trabajo, Oscar, gracias.
-Es lo menos que
podía hacer. Ojalá hubiera estado aquí ayer.
-Créame, no le
hubiera gustado. ¿Supongo que seguridad estará impaciente por
aplicar toda una nueva serie de procedimientos?
-Oh, sí. Hoy vamos a
tener que tomar unas cuantas decisiones y revisar el nuevo programa
de montaje. He retrasado lo más gordo hasta que llegara.
-De acuerdo. Me
pondré con ello. ¿Tengo un despacho?
-He cogido el
edificio tres de sistemas químicos para el personal de mayor rango.
Ah, y hay unas personas de seguridad que quieren verlo ahora.
-Que esperen.
Oscar le lanzó una
mirada incómoda.
-Quizá sea una buena
idea quitárselo de encima ya. Sugerencia del señor Sheldon.
-¿No me diga?
Al último Vengador
del Álamo lo derribó un FTY897 cuando atravesaba como una tromba la
sala de evaluación siete de camino a la salida. Un láser atómico
había perforado directamente su campo de fuerza y había golpeado el
cuerpo principal con consecuencias devastadoras. Se había partido
en dos cuando le explotaron las células de energía primarias. El
estallido había partido las dos secciones y estrellado la parte
delantera contra varias hileras del delicado equipo que ponía a
prueba la tensión de los paneles del fuselaje. La parte trasera,
más pequeña, se había enterrado en la pared de hormigón, que se
había derrumbado de inmediato y había dejado el techo con una falta
peligrosa de sujeción. El golpe había arrancado una de las piernas,
que se había incrustado en el suelo de hormigón.
Un equipo técnico de
seguridad del TEC se había pasado la noche entera quitando los
aparatos electrónicos de los restos y desconectándolo todo. En cada
uno de los elementos parpadeaban pequeños pilotos rojos que
confirmaban que el trasto en cuestión estaba inerte y era
inofensivo. Había tantos que aquello parecía una especie de extraño
desfile chino de monstruos. Paula se paseó sin prisas alrededor de
la sección frontal, que estaba volcada, y se agachó para
inspeccionar uno de los racimos destrozados de sensores que tenía
en la cabeza. El Director de la Junta Directiva de Crímenes Graves,
Rafael Columbia, se encontraba en medio de la dañada sala de
evaluación junto con Mel Rees, los dos la miraban mientras la
detective realizaba su pequeña inspección de la fallecida
monstruosidad blindada. Ninguno de los dos parecía muy contento
cuando el agua que había dejado el diluvio de los aspersores
antiincendios empezó a chorrear de las vigas del techo. Los
costosos zapatos de ambos hombres ya estaban hechos una pena tras
tener que atravesar todos los charcos.
Paula pasó un dedo
por la magullada armadura de polialeación y sintió que las finas
ampollas de ablación de carbono se desmoronaban como papel antiguo
bajo sus uñas.
-No está mal para ser
un arma de ciento cincuenta años -reconoció-. Tuvieron suerte de
que el capitán Kime estuviera en órbita para hacerse cargo.
-Desde luego -dijo
Mel Rees.
-Hubiera preferido
que el TEC hubiera tenido más suerte algo antes -le dijo Rafael
Columbia al director adjunto-. Los cálculos actuales son de ciento
siete personas muertas y otras dieciocho desaparecidas hasta ahora.
Todavía están calculando las pérdidas financieras, pero no bajarán
de los dos mil millones. Y no hemos recibido ninguna advertencia
previa. Ninguna en absoluto. Este es el acto de terrorismo criminal
más destructivo que hemos vivido en el último siglo. El balance de
muertos en los movimientos de secesión nacionalistas se va sumando
con el tiempo, pero esto... -Barrió el paisaje con el brazo, un
gesto que abarcaba la destrozado sala-. Este fracaso es nuestro.
Aquí se está desafiando la credibilidad de la Junta Directiva, se
pone en duda su capacidad de llevar a cabo la tarea designada. No
pienso tolerar esta atroz violación de la ley y el orden.
-Los atraparemos
-dijo Mel Rees-. No cabe la menor duda.
-Su división lleva
décadas con este caso. Esperaba algo mejor.
Paula le dio la
espalda al Vengador del Álamo.
-He sido yo la que me
he pasado décadas con el caso Johansson, no el director adjunto
Rees. Y espero que no esté insinuando que deberíamos haber sido
capaces de advertirlo con anterioridad.
-Paula... -empezó Mel
Rees. La detective le lanzó una mirada que lo hizo callar de
inmediato.
-Hay dos motivos para
que Bradley Johansson y sus cómplices lleven sueltos tanto tiempo
por la Federación. Los recursos que se dedican a rastrear sus pasos
y sus actividades son totalmente inadecuados. Esa es una decisión
política tomada por usted y sus predecesores, señor Columbia.
También recibe ayuda de alguien que está muy bien situado entre la
clase dirigente de la Federación.
-Bobadas -soltó
Rafael Columbia.
-Incluso con unos
fondos inadecuados, es imposible que haya podido esquivarme durante
más de ciento treinta años. No tiene sentido. Si tratara de pasar
desapercibido y llevara una vida de lo más sencilla, lo habría
cogido. Pero como dirigente de una organización criminal que está
implicada en actos de contrabando continuos que llevan armas a
Tierra Lejana, está expuesto de forma constante a nuestras fuentes
y programas de vigilancia. Para evitarlos se requiere un nivel de
ayuda considerable. Ese hombre no actúa solo.
-¿Se da cuenta de lo
que está diciendo? ¿Sabe cuántas administraciones ha habido desde
que se fundó ese ridículo movimiento de los Guardianes? No hay ni
una sola que estuviera dispuesta a proporcionarle ningún tipo de
apoyo, encubierto o de cualquier otro tipo, y mucho menos todas
ellas.
-Las administraciones
cambian, los grupos de poder no.
-No pienso quedarme
aquí a escuchar que formo parte de una operación de encubrimiento
de corruptos. Me da igual quién sea usted, lo dedicada que esté a
su trabajo o el historial de condenas que haya conseguido. Soy el
jefe de esta Junta Directiva y usted va a mostrarme un poco de
respeto.
-El respeto es algo
que uno se gana, señor Columbia.
-¡Muy bien! -Mel Rees
levantó las manos y se adelantó para ponerse justo entre los dos-.
Una cosa que estaría haciendo Johansson ahora mismo sería partirse
el culo de risa, y se estaría riendo de los dos. La única persona a
la que están ayudando ahora mismo es a él.
-Gracias por decirlo
-dijo Columbia. Después le lanzó a Paula una mirada furiosa que en
circunstancias normales terminaría con cualquier miembro de su
equipo. La detective ni siquiera pareció ser consciente de
ella.
-Primera pregunta
-dijo Paula-. ¿Por qué creen que es él?
Columbia señaló con
un gesto irritado al director adjunto.
-El método de la
operación -le dijo Rees a Paula-. Esto lleva la firma de Adam Elvin
por todas partes. Creemos que fue él el que montó toda la
operación.
-Eso sería muy
extraño -dijo Paula-. Elvin no se ha implicado directamente en
ningún acto violento desde Abadan. Se limita a reunir cargamentos
para Johansson.
Rafael Columbia lanzó
una risita desdeñosa.
-Esta no es una época
en la que la medida del tiempo rebaje nada. Creí que usted lo
comprendería mejor que nadie, investigadora jefe.
-La última propaganda
de los Guardianes lleva un tiempo denunciando al Segunda
Oportunidad como un proyecto organizado por el aviador estelar
-dijo Rees-. Son los únicos que tienen alguna razón para hacer
esto.
-¿Una razón? -dijo
Paula con tono pensativo-. Lanzar una acción como esta dentro de la
Federación es un cambio de política enorme para Johansson.
-¿Quién sabe cómo
funciona esa mente perturbada? -dijo Rafael Columbia.
-No está perturbado
-contestó Paula-. Es un iluso, desde luego, pero no cometa el error
de creer que no es capaz de pensar de forma racional.
Rafael Columbia
señaló el cuerpo arrugado y ennegrecido del Vengador del
Álamo.
-¿Llama a eso
racional?
-Estamos a solo un
par de cientos de metros de la salida, y los otros dos llegaron
hasta allí. Y luego estuvo el asalto cinético contra la plataforma
de montaje. Estuvieron a punto de conseguirlo. Yo lo llamaría
bastante inteligente. Piense lo que piense de él, y yo pienso peor
de él que la mayoría, no es estúpido. Si está detrás de todo esto,
es que está pasando algo nuevo. ¿Es posible que el Marie Celeste
procediera del Par Dyson?
-Muy poco probable
-dijo Wilson. Saludó con un gesto respetuoso a Rafael Columbia
mientras atravesaba el suelo mojado de la sala de evaluación-.
Paula Myo, es un honor. He estudiado muchos de sus casos.
-Capitán.
-Hemos comentado la
posibilidad de que existiera un vínculo entre el Dyson Alfa y el
Marie Celeste con el director del Instituto de Investigación de
Tierra Lejana -dijo Wilson-. Él dice que no existe y yo me inclino
por creerle.
-Una negativa oficial
es un respaldo certificado para los teóricos de la conspiración
-dijo Paula-. Sobre todo si lo firma el Director del Instituto.
Sabemos que Johansson cree que hay un vínculo.
-Ese es su
problema.
Paula le dedicó una
grave sonrisa.
-Y ahora también el
suyo, capitán.
-Quiero que lo
detengan -dijo Rafael Columbia-. El director adjunto Rees me ha
asegurado que es usted la mejor, de hecho, la única persona que
puede hacerse cargo de este caso. ¿Está de acuerdo con esa
valoración?
-Desde luego tengo la
experiencia necesaria -dijo Paula-. Lo que necesito para
encontrarlo de una vez es tener a mi disposición toda la
cooperación y los recursos de la Junta Directiva.
-Desde este mismo
instante los tiene. Lo que haga falta. Puede formar su propio
equipo, llévese a quien quiera, da igual en qué estén trabajando.
Esto tiene prioridad absoluta.
-Muy bien, empezaré
con mis colegas habituales y seguiré a partir de ahí a medida que
se abran líneas de investigación. Lo primero que necesito de usted,
señor Columbia, es cobertura política. La seguridad del TEC querrá
convertir esto en su misión. Por favor, hable con el señor Sheldon
y que no intervenga.
-Le señalaré al TEC
las implicaciones jurisdiccionales -dijo Rafael Columbia, que hizo
caso omiso de la carcajada callada que procedía de Wilson.
-Gracias. Y ahora,
¿cómo se mete de contrabando en un planeta a tres Vengadores del
Álamo en perfecto estado de funcionamiento?
-No los metieron de
contrabando -dijo Rees-. Según los archivos de exportación, eran
reliquias neutralizadas de camino a un nuevo museo de aquí, de
Anshun. Era un envío legal.
-¿Un museo
nuevo?
-Eso es. El terreno
existe, la compraron hace tres meses y hay una empresa registrada
que la controla. Pero todavía no hay ningún edificio, ni siquiera
planes. La compañía tiene unos cuantos miles de dólares de Anshun
en su cuenta pero los transfirieron de otra de un solo uso de
Bidar. Imposible de rastrear, o al menos muy difícil.
-Ah -dijo Paula,
satisfecha-. Sí, eso sí que se parece a la firma de Elvin.
-Desde luego. Los
Vengadores del Álamo se compraron de forma legítima a un
distribuidor una semana después de que se registrara la empresa del
museo. Por aquel entonces no eran más que restos, en realidad. Se
han pasado este ínterin siendo «restaurados» en la República
Democrática de Nueva Alemania, querían realizar una muestra
estándar. La compañía que hizo el trabajo ha sido sellada y la
policía de la RDNA está revisando las instalaciones y los archivos
por nosotros.
-¿Y los aviones
espaciales? -preguntó Wilson.
-Alquilados a un
operador comercial totalmente legítimo de aquí, de Anshun. Una vez
más, la compañía que los contrató era una tapadera. Para
utilizarlos como misiles cinéticos solo había que volver a
programar las matrices de pilotaje. No es tan difícil. Hemos
enviado unos equipos al aeropuerto del que despegaron. No espero
gran cosa.
-¿Hay probabilidades
de que los Guardianes lo intenten otra vez? -preguntó Wilson.
-Johansson lleva
siglo y medio lanzando ataques contra el Instituto de Tierra Lejana
-dijo Paula-. Sería razonable suponer que este no ha sido más que
el primer intento contra el Segunda Oportunidad.