7
El agujero de gusano
de la división de exploración del TEC de Merredin llevaba cerrado
quince meses, se le estaba haciendo una revisión general de clase
cinco, un mantenimiento completo de la estructura de concentración
de energía y una actualización de todos los sistemas de apoyo de
nivel beta. No era moco de pavo revisar medio kilómetro cúbico de
maquinaria puesta al servicio de la física de alto rendimiento
energético. Oscar Monroe llevaba diez meses allí, dirigiendo a las
dotaciones que se arrastraban por el generador del agujero de
gusano armadas con destornilladores, matrices, programas y todo
tipo concebible de robots. Había pasado otros tres meses entrenando
a su personal de tierra; después de todo, la mayor parte de los
sistemas eran nuevos y eso significaba tener que aprender toda una
nueva serie de procedimientos. Seis semanas las había pasado con el
personal de primera línea para que se familiarizaran con las
últimas marcas del equipo y programas informáticos durante
innumerables ejercicios de simulación. Lo que lo dejó con quince
días enteros de vacaciones.
Se marchó a la Tierra
y se pasó los primeros diez días solo, con la dirección del
mayordomo electrónico desactivada y sentado en un barco de pesca en
el lago Rutland, en Inglaterra, en plena Pascua. Llovió siete de
los diez días y Oscar pescó un total de once truchas. Esos quizá
fueran los días más relajantes que había disfrutado en ocho años.
Tampoco era que quisiera convertir en costumbre lo de zanganear por
ahí.
Los últimos cuatro
días los pasó en Londres, donde quería ver algunos de los
pintorescos espectáculos teatrales en vivo que les ofrecía a sus
visitantes aquella cultura quizá demasiado nostálgica de la
magnífica y antigua capital. La primera noche, durante el
intermedio de un Stoppard «reinterpretado», conoció a un atractivo
jovencito de una aristocrática familia europea que se mostró
curioso e impresionado por él y su trabajo. Compartían el gusto por
el arte, la ópera y la buena comida, y se convirtieron en
inseparables durante los tres días que le restaban a Oscar. Se
despidieron en la estación de Londres del TEC antes de que su
expreso cubriera el trayecto de treinta y tres minutos que lo
separaba de Merredin, a doscientos ocho años luz de
distancia.
A la mañana
siguiente, comenzaron la reconexión del generador del agujero de
gusano; si se hacía bien era un proceso lento. Seis días después,
Oscar estaba listo para empezar a buscar planetas.
Vio la base de la
división de exploración cuando todavía estaba a siete kilómetros y
medio de distancia, ocupaba cuatro kilómetros cuadrados y medio y
se encontraba al lado de la estación planetaria del TEC. No era
extraño que contara con una posición tan destacada. Merredin era la
nueva encrucijada de la fase tres de esa sección de la Federación.
Para anticiparse a las cinco salidas que algún día la conectarían
con aquellas lejanas estrellas, la estación planetaria era una zona
despejada que ocupaba doscientos veinticinco kilómetros cuadrados a
un lado de la capital. Hasta ese momento tenía una terminal de
pasajeros de tamaño normal, una pequeña área de clasificación y
tres salidas, una que volvía a Mito, un mundo perteneciente a los
Quince Grandes, y las otras dos a mundos fronterizos de la fase
tres, Clonclurry y Valvida. El resto no eran más que malas hierbas,
césped, zanjas de drenado y unas cuantas carreteras que no llevaban
a ninguna parte. Un mes antes, en la mayor parte de los edificios
había ondeado la bandera nacional verde y azul, pero desde que al
equipo de Merredin lo habían eliminado de la Copa sin haber llegado
a terminar la primera ronda, las habían quitado todas. Unos
conserjes descorazonados las habían ido guardando mientras
murmuraban algo sobre la «próxima» vez.
La base de la
división de exploración se encontraba dispuesta alrededor de su
propio agujero de gusano, albergado en un edificio de hormigón y
acero de ochocientos metros de longitud y sin ventanas que
terminaba en la cámara esférica de confinamiento para el entorno
alienígena; tenía cien metros de diámetro, dos tercios de los
cuales se encontraban sobre la superficie. Lo rodeaba una pequeña
ciudad de edificios de estilo industrial que contenían despachos,
laboratorios, talleres, instalaciones de entrenamiento y el
departamento de xenobiología. La energía la producían las centrales
nucleares que había en la costa.
A las siete cuarenta
y cinco Oscar atravesó con su Mercedes cupé 1001 la verja principal
y entró directamente en el aparcamiento del director de
Operaciones. Sonrió al ver las miradas envidiosas que le dedicaron
al coche unos cuantos miembros del equipo cuando aparcaron junto al
bloque de administración. Oscar dudaba que hubiera muchos más como
el suyo, si es que había alguno, en Merredin. Era su única
debilidad, cambiaba de coche cada doce meses (o menos) y se
compraba el modelo deportivo más espectacular que hubiera en el
mercado. Ese lo había importado especialmente desde la República
Democrática de Nueva Alemania, el planeta de los Quince Grandes al
que Mercedes había trasladado sus fábricas al abandonar la Tierra.
Nunca había decidido, dado el historial de su primera vida, si esa
extravagancia consumista era en realidad una ironía o si, de forma
subconsciente, se estaba distanciando de ese mismo pasado. La única
razón para no haber borrado esos recuerdos por completo al
rejuvenecer había sido para poder estar en guardia y no volver a
caer en ese estúpido idealismo que había abrazado siendo más joven.
Era un miembro de las clases dirigentes, le pagaban bien y por fin
estaba cómodo consigo mismo y con su papel.
Atravesó el bloque de
administración y se dirigió directamente al centro del agujero de
gusano. El personal principal de tierra ya estaba empezando a
reunirse en la parte de atrás de aquella gran sala con pinta de
teatro. Oscar fue saludando e intercambió unos cuantos chistes
mientras se abría paso por el suelo inclinado hasta el panel que
tenía en la parte delantera. El centro de control tenía ocho filas
de paneles dispuestos en gradas que se asomaban a las amplias
ventanas de zafiro reforzado con cadenas de moléculas que componían
el muro delantero. Tras ellas se encontraba la cámara de
confinamiento para el entorno alienígena; en su estado inactivo era
una cámara esférica de cincuenta metros de diámetro con paredes que
absorbían las radiaciones. El mecanismo de salida del agujero de
gusano estaba justo enfrente de las ventanas; era un óvalo de
quince metros de anchura con una rampa que subía hasta él desde la
base de la cámara. Había varias puertas de cámaras de aire
dispuestas alrededor de las paredes. El techo lucía un aro
polifotónico brillante que en ese momento iluminaba la cámara
emitiendo el mismo espectro que el sol de Merredin. A su alrededor
había unos huecos sellados que contenían una serie de instrumentos
científicos y astronómicos. También habían sufrido una importante
renovación durante el tiempo de cierre y el equipo de preliminares
acababa de terminar las pruebas realizadas durante la noche.
Oscar se sentó ante
su panel y le dijo a su mayordomo electrónico que lo conectara con
la matriz principal del centro. Los portales de su panel se
iluminaron y le ofrecieron gráficos simplificados de la salida,
mientras su mayordomo electrónico establecía conexiones de voz con
los operadores de todos los paneles a medida que estos se
deslizaban en sus asientos y se conectaban. Mientras Oscar acusaba
recibo de su inclusión en el circuito cerrado de conexión, el jefe
del equipo de preliminares se acercó y le informó de la situación.
Según fue avanzando la transferencia, el equipo de preliminares fue
dejando la sala aunque varios de sus miembros entraron en la
galería de observación que había en la parte de atrás para
disputarles los asientos a los periodistas, los ejecutivos locales
del TEC y varios famosos que se habían agenciado una
invitación.
A las nueve y cuarto,
Oscar ya estaba satisfecho con los resultados y el generador de
agujeros de gusano estaba listo para abrirse. Dio una vuelta por el
circuito cerrado una última vez para comprobar en persona con sus
jefes de puesto que todos estaban igual de satisfechos con la
situación: astrogración, potencia, enfoque, sistemas auxiliares
principales, sensores, astronomía de corto alcance, gestión de la
cámara de confinamiento, defensa de emergencia, personal de primera
línea, ciencia planetaria, despacho de encuentros alienígenas,
xenobiología, intendencia de equipamiento del campo base, y, por
fin, el personal médico. Uno por uno todos le dieron luz verde. Por
último habló con la matriz de la Inteligencia Restringida, que se
encargaría de los procedimientos integrados y que dijo que estaba
lista.
-Gracias a todos
-dijo-. Gestión de cámara, por favor, llévenos a nivel uno.
Astrogración, listos para empezar. IR, me gustaría que la salida
estuviera lista para activarse por completo.
Las franjas
polifotónicas del techo del centro de control empezaron a atenuarse
y sumieron la sala en una luz trémula y crepuscular. Los monitores
holográficos del interior de los portales de los paneles arrojaron
un fulgor iridiscente sobre las caras de sus operadores. Al otro
lado de las gruesas ventanas de zafiro, el gran aro polifotónico de
la cámara de confinamiento para entorno alienígena también
disminuyó en intensidad y se hundió en un débil resplandor rojo que
apenas iluminaba el óvalo de la salida.
-Campo de fuerza
interno activado -dijo el director de la cámara-. Todas las cámaras
de aire cerradas y selladas. Paredes en neutro. Vías termales
conectadas. Estamos en nivel uno.
Oscar vio que la
rampa que había delante de la salida volvía a hundirse en el suelo
de la cámara. Sintió que un cosquilleo eléctrico le subía por el
estómago. Daba igual cuánto tiempo llevara haciendo eso la raza
humana o lo lejos que hubieran llegado en el universo, abrir una
puerta a lo desconocido siempre era un riesgo emocionante.
-Astrogración, quiero
un destino para el agujero de gusano en la estrella AFR98-2B, a
cinco UA galácticas al norte del objetivo.
-Sí, señor,
cargando.
Oscar observó el
monitor del portal de la IR cuando registró las coordenadas.
AFR98-2B era una estrella de clase espectral F2, a veintisiete años
luz de Merredin. Los exámenes de largo alcance que había hecho el
TEC con el telescopio de órbita indicaban que existía un sistema
solar de al menos cinco planetas. Una vez que astrogración confirmó
las coordenadas, la IR se hizo cargo del procedimiento de apertura;
era un inmenso compuesto de programas capaz de manejar los mil
millones de factores variables que gobernaban la maquinaria de la
salida y el flujo de potencia. En circunstancias normales, un
programa informático de esa magnitud evolucionaría a toda prisa y
alcanzaría el nivel de IS, pero este había sido formateado por la
IS con limitadores estratégicos para evitar cualquier estallido de
autodeterminación. Aunque tenía incorporados algoritmos genéticos,
la IR era en esencia un sistema estable, jamás desarrollaría
intereses alternativos ni otros objetivos en medio de una
operación, como habían hecho en el pasado algunos grandes programas
de matrices, y a menudo con consecuencias desastrosas.
Detrás de la ventana,
el apagado borde plateado de la salida ovalada empezó a parpadear
con unas sombras de color turquesa oscuro. Se expandieron de
inmediato y después se fundieron, momento en el que cada vez empezó
a resultarle más difícil al ojo humano centrarse en ellas.
Cambiaban de posición constantemente sin moverse de su sitio. En el
centro de la salida, la profundidad llegó con una sacudida
vertiginosa. Como siempre, Oscar tuvo la impresión de que se
lanzaba de repente por un túnel infinito. Lo que no era una mala
interpretación para los atormentados sentidos humanos. Sabía que
estaba conteniendo el aliento, como un simple operador de paneles
novato. Pero ese era el momento más satisfactorio, la razón por la
que se había comprometido con su trabajo con tanta pasión, la razón
por la que había llegado hasta director de Operaciones. Con toda la
mierda comercial y política que conformaba el TEC, era un nuevo
mundo lo que buscaban en ese momento. Lo más probable era que los
colonos humanos hicieran de él otro pobre clon de la sociedad
mayoritaria que dominaba la Federación. Pero siempre existía la
posibilidad de que se convirtiera en algo nuevo e inspirador. No va
a ser siempre lo mismo.
La inestabilidad del
centro del mecanismo de la salida se estabilizó y se despejó, y
después se oscureció de inmediato. Aparecieron varias estrellas en
medio de la negrura. Un haz blanco y brillante atravesó la abertura
como una puñalada, en ángulo, de tal forma que invadió la cámara de
la izquierda de las ventanas.
Unas cuantas cifras
saltaron en los monitores digitales y registraron la pequeña caída
electromagnética.
-¿Tenemos una vía de
salida clara? -preguntó Oscar.
-Negativo en barrido
de distorsión de gravedad -dijeron los sensores-. No hay ninguna
materia sólida por encima del nivel de partículas a un millón de
kilómetros de la abertura.
-Gracias. Gestión de
cámara, purgue la cámara, por favor.
Se abrió un agujero
en el centro del campo de fuerza secundario que cubría la salida y
poco a poco el agujero fue retrocediendo hacia el borde. La
atmósfera de la cámara salió como un rayo. Al principio era
visible, un grueso chorro de vapor gris que jugueteaba en el campo
de las estrellas. Después de un momento y una vez retirado el campo
de fuerza, no quedó nada, salvo unos cuantos granos relucientes de
hielo que se iban dispersando poco a poco.
-Vacío confirmado
-dijo gestión de cámara.
-Sensores,
desplieguen el rastreador de estrellas -ordenó Oscar-. Astronomía,
díganos dónde estamos, por favor.
Uno de los huecos del
techo de la cámara se fue abriendo como un iris. Un largo brazo
electromuscular se fue desenroscando como un tentáculo y fue
saliendo con un foco de metal de dos metros en el extremo. Estaba
tachonado de pequeñas lentes de oro. Oscar observó que el brazo se
adelantaba y con un movimiento esmerado y sinuoso iba empujando el
mecanismo de rastreo de estrellas por la salida abierta, rumbo al
espacio exterior. Una cámara estándar situada en el cuello del
rastreador de estrellas enviaba su imagen a una de las cinco
grandes pantallas que se habían instalado sobre las ventanas.
Reveló una estrella normal, un disco pequeño que brillaba con
fuerza entre las constelaciones. A Oscar le pareció que tenía el
tamaño preciso de una F2 a cinco UA de distancia. No obstante,
esperó con paciencia a que se procesara la información del
rastreador de estrellas. Uno de los requisitos principales de su
trabajo era mantener la calma ante cualquier circunstancia, las
decisiones precipitadas eran igual de peligrosas que las dudas. Ese
era un rasgo que había aprendido muy pronto, aún a pesar de que
entonces todavía estaba en su primera vida, solo que en aquel
momento no lo usaba como debía.
-El espectro encaja
con AFR98-2B, señor -dijo astronomía de corto alcance-. Obteniendo
estrellas indicadoras y midiendo la ubicación de puntos de
emergencia.
Oscar todavía se
acordaba de la primera exploración estelar en la que había
trabajado, décadas atrás, en Augusta; era uno de los miembros
subalternos del equipo de preliminares y se había quedado nueve
horas en la galería de observación después de terminar su turno,
tras la transferencia. Nueve horas que se le pasaron en un momento,
tan fuerte era la emoción que sentía. Ese día supo que había
elegido bien, que de una forma extraña, así sería como podría
compensar lo que había hecho. Podría llevar la esperanza de un
nuevo comienzo a las vidas de otras personas, así como a la suya
también.
-Confirmando
ubicación de vía de salida para el agujero de gusano -dijo
astronomía de corto alcance-. La distancia a AFR98-2B tiene un
desvío de diecisiete coma tres millones de kilómetros con respecto
a las coordenadas proyectadas.
Oscar se permitió
relajarse un poco al ver que las sonrisas surgían en los rostros
del personal de tierra. No era un mal margen de error para una
salida que acababan de volver a poner en servicio, y estaba
completamente dentro de los límites aceptables.
-Buen trabajo,
astrogración; carguen las nuevas cifras, por favor. Sensores, vamos
a sacar el telescopio de estudio planetario.
Mientras el nuevo
telescopio, más voluminoso, se desplegaba y salía por la cámara de
confinamiento, Oscar volvió a revisar todo el circuito del centro
de control para verificar que se mantenía la estabilidad. Después
hubo una espera de una hora mientras astronomía de corto alcance
analizaba las imágenes del telescopio de estudio planetario. El
procedimiento era bastante simple, examinaban el plano de la
eclíptica en busca de alguna fuente de luz por encima de la primera
magnitud. Cuando encontraban una, el telescopio la observaba en
busca de movimiento. Si era un planeta, el movimiento orbital
debería hacerse patente casi de inmediato.
Los resultados
aparecieron con un destello en las pantallas que había encima de
las ventanas. Astronomía de corto alcance había localizado cinco
planetas. Dos eran gigantes de gas del tamaño de Saturno que
dibujaban una órbita a once y quince UA de distancia de la
estrella. Los tres interiores eran sólidos. El primero y el más
pequeño, una roca de tamaño lunar situada a ciento veinte millones
de kilómetros de la estrella, tenía un manto plástico de lava de
alta viscosidad que se movía en ondas perezosas generadas por la
inmensa atracción que ejercía la estrella sobre sus mareas. El
segundo era un sólido grande, de diecisiete mil ochocientos
kilómetros de diámetro y que orbitaba a ciento doce millones de
kilómetros de distancia. Con una gravedad muy alta, una atmósfera
parecida a la de Venus y su proximidad al sol, no cumplía ningún
requisito para considerarlo congruente con la vida humana. Pero el
tercero estaba a ciento noventa y nueve millones de kilómetros de
la estrella y medía catorce mil trescientos kilómetros de diámetro.
Los gritos de júbilo y los aplausos se fueron sucediendo en la sala
de control de la salida a medida que se iban incrementando los
datos poco a poco. Los resultados espectrográficos mostraban una
atmósfera estándar de oxígeno y nitrógeno, con un alto contenido de
vapor de agua. Dada la distancia que lo separaba de la estrella, el
planeta era un tanto frío, el ecuador tenía la misma temperatura
que las zonas templadas de la Tierra en otoño o primavera. Pero la
información era suficiente para que Oscar le concediera un estado
preliminar de congruencia con la vida humana, lo que provocó otra
ronda de aplausos. La primera vez que se volvía a poner en servicio
la salida y ya daban en el blanco. Un buen augurio.
-Sensores, vamos a
sacar la antena -dijo Oscar-. Comprueben las emisiones.
Otro brazo
electromuscular salió serpenteando del hueco del techo con una
antena recogida. Atravesó la salida junto al telescopio de estudio
planetario y extendió la malla metálica.
-No se detectan
señales de radio -informaron los sensores.
-Muy bien; vuelvan a
meter los dos brazos -dijo Oscar-. Astrogración, mueva la vía de
salida del agujero de gusano a una altura geosincrónica por encima
de la terminal de luz diurna del tercer planeta.
Cuando los brazos
regresaron a sus huecos, el campo de las estrellas se desvaneció
con un parpadeo. Un momento después, la salida volvió a abrirse y
reveló la medialuna de un planeta justo delante. Su resplandor bañó
la cámara de confinamiento y entró por las ventanas. Oscar esbozó
una sonrisa de bienvenida cuando la suave luz iluminó su panel. La
capa de nubes estaba por encima de la media y cubría un abundante
setenta por ciento del hemisferio. Pero pudo distinguir el azul de
los océanos, el marrón rojizo sucio de la tierra, incluso el blanco
crujiente de los casquetes polares que quedaban visibles en aquel
primer vistazo.
-Muy bien, chicos,
vamos a concentrarnos en el trabajo -dijo Oscar cuando una ráfaga
de conversaciones nerviosas zumbaron por el circuito cerrado-.
Tampoco es la primera vez que vemos esto. Sensores, quiero un
barrido electromagnético completo. Lancen siete satélites
geofísicos y a ver si me consiguen una cobertura global. Ciencia
planetaria, adelante; resultados del estudio preliminar dentro de
tres horas, por favor. Oficina de encuentros alienígenas, empiecen
a buscar. Defensa de emergencia, están en estado de alerta y a la
espera, desde ahora disponen de autoridad absoluta para cerrar el
agujero de gusano. Acusen recibo, por favor.
-Recibido,
señor.
El carril de
lanzamiento se extendió al salir de su depósito y se extendió sus
buenos diez metros por la vía de salida del agujero de gusano. Los
satélites bajaron acelerando por el carril, montados sobre impulsos
magnéticos antes de alejarse dando vueltas para cubrir diferentes
trayectorias. Una vez que se apartaron un kilómetro de la salida,
se conectaron los motores de iones que los colocaron en órbitas de
alta inclinación que proporcionarían la cobertura necesaria de toda
la superficie del planeta. A medida que avanzaban, cada uno de
ellos liberaba un enjambre de subsatélites que, como mariposas
doradas, ampliaban la línea de base de la observación. Se
desplegaron antenas de rastreo para mantener el contacto. La gran
antena volvió a salir e hizo una batida por los continentes en
busca de algún tipo de actividad electromagnética. Un telescopio de
dos metros se asomó inquisitivo al planeta.
Oscar se recostó en
el asiento y se tomó el primer descanso del día, aunque sin
abandonar su puesto. Un carrito robot se deslizó entre las filas de
paneles distribuyendo bebidas y algún tentempié. Oscar pidió un
sándwich de queso y beicon ahumado y un par de botellas de agua
mineral natural. Mientras comía, las pantallas que había sobre las
ventanas cobraron vida con las imágenes de los satélites. Las
tablas de datos y los gráficos fueron perfilando poco a poco los
detalles en los portales del panel.
El planeta tenía
cinco continentes importantes que ocupaban el treinta y dos por
ciento de la superficie. La temperatura era inferior a lo que sería
estrictamente favorable, lo que provocaba enormes casquetes de
hielo que, en total, cubrían una tercera parte del planeta. Había
un continente y medio enterrado por completo bajo el hielo. Eso
dejaba mucha menos tierra disponible de lo habitual. El campo
magnético era más fuerte que el de la Tierra, lo que le daba un
cinturón de radiación Van Allen muy grande.
-En estos momentos no
hay pruebas de que exista vida inteligente -dijo encuentros
alienígenas-. No se perciben estructuras a gran escala, no hay
actividad electromagnética, no hay cultivos visibles ni fuentes
termales artificiales.
-Gracias -dijo Oscar.
El último factor fue lo que le dio el punto clave. La habilidad de
encender un fuego y utilizarlo se consideraba una prueba definitiva
de inteligencia. Si había algo en el planeta capaz de tener un
pensamiento inteligente, en esos momentos estaba por debajo del
equivalente al de los neandertales-. Sensores, pueden realizar
examen activo.
Los barridos del
radar empezaron a infiltrarse en aquella nube que todo lo cubría.
Las imágenes de las grandes pantallas empezaron a desarrollarse
mucho más rápido, con capas detalladas que se alzaban sobre los
perfiles provisionales. Los láseres barrieron la atmósfera y
trazaron su composición. La IR manipuló el flujo de energía a
través del mecanismo de la salida y manufacturó distorsiones
diminutas de la onda de gravedad en la vía de salida del agujero de
gusano. Estas distorsiones se diseminaron por la corteza terrestre
del planeta y permitieron que los satélites determinaran su trazado
interno.
A las quince horas
cero cero, Oscar convocó una conferencia interna con sus directores
de puesto. Estuvieron de acuerdo en que, hasta ese momento, el
planeta parecía acogedor. No había ninguna señal de inteligencia
indígena. Los sensores de infrarrojos no habían avistado ningún
animal que superara los dos metros de longitud. La geología del
planeta era estándar. La bioquímica, por lo que se podía deducir de
la espectrografía, era una forma multicelular con base de carbono
normal.
-¿Entonces es
agresiva o pasiva? -preguntó Oscar. El problema era bastante común.
En un mundo frío como aquel, la mayor parte de la vida tendría un
crecimiento lento, un rasgo que inclinaba la naturaleza animal
hacia la pasividad. Pero había casos en los que se daba lo
contrario y la evolución había producido algunas formas de vida muy
duras, pensadas para sobrevivir a toda costa-. Conjeturas, por
favor.
-La geología es
estable -dijo ciencia planetaria-. La bioépoca actual es
seguramente de unos ochenta millones de años, si estamos leyendo
bien el ciclo estelar. No podemos detectar ninguna edad de hielo
previa así que no ha habido ningún cambio climático repentino que
descentrara su evolución. Todo lo que crece ahí abajo es estable y
regular. Yo diría que pasiva.
-Tengo que estar de
acuerdo -dijo xenobiología-. Estamos viendo puntos termales
pequeños y móviles que indican la presencia de animales, pero nada
mayor que un perro. Desde luego, nada que podamos asociar, en
circunstancias normales, con depredadores carnívoros. La botánica
también es bastante normal, aunque hay unas cuantas plantas grandes
y lo que podrían ser árboles están solos, no se congregan en
bosques, lo que no es muy habitual.
-Muy bien. -Oscar se
giró en el asiento hasta que pudo ver a McCain Gilbert, el jefe del
personal de primera línea, que estaba sentado en la primera fila de
la galería de observación-. Mac, te voy a dar una primera
autorización de encuentro. Que tu primer equipo de contacto se
ponga los trajes.
-Gracias, señor.
-McCain Gilbert levantó los pulgares desde detrás del cristal.
Oscar volvió a conectar todo el circuito interno.
-Vamos a por el
primer contacto con tierra. Sensores, pongan los satélites
geofísicos en modo automático y retiren todos los brazos.
Astrogración, quiero que la vía de salida se traslade a una altitud
ecuatorial de quinientos kilómetros y luego déle una velocidad
orbital. Cuando estemos establecidos, lance la flota de satélites
de vigilancia de órbita inferior; necesitaré cobertura constante
del punto de contacto con tierra. Vamos a intentar abrir contacto
con tierra en una hora; chicos, prepárense. Ciencias planetarias,
encuéntrenme un punto adecuado donde esté amaneciendo en ese
momento.
Con la vía de salida
colocada a quinientos kilómetros por encima del suelo, las nubes
que había abajo parecían mucho más brillantes. El pequeño escuadrón
de satélites de órbita inferior salió disparado del carril de
lanzamiento y bajó dibujando una curva para alcanzar una altitud
todavía menor y extenderse luego para formar una cadena alrededor
del ecuador del planeta. Las imágenes de sus cámaras de alta
resolución aparecieron en las pantallas y revelaron toda una
multitud de detalles. Se veían piedras de solo cinco centímetros de
anchura entre la alfombra de algún equivalente herbáceo de color
bermellón. Roedores parecidos a ardillas, con escamas grises en
lugar de pelo, saltaban de un lado a otro, se escabullían en el
interior de madrigueras y nadaban por los arroyos. Todos los
arbolitos independientes tenían unas peculiares ramas en forma de
zigzag.
-Confirmando que la
flota de satélites de la órbita inferior está en posición. Tenemos
cobertura total -informaron los sensores.
-A punto de amanecer
en el punto de aterrizaje -dijo ciencia planetaria.
-Retiren brazos con
sensores -dijo Oscar-. Gestión de cámara, establezca un campo de
fuerza en la salida. Astrogración, reubique la vía de salida a un
kilómetro por encima del punto de contacto designado, eje
horizontal.
El agujero de gusano
parpadeó y de repente estaban contemplando un paisaje levemente
arrugado de hierba fina de color borgoña y unos arbustos retorcidos
de tono carmín. La luz baja del amanecer arrojaba unas sombras
largas y lúgubres por el terreno. Unos focos de bruma densa se
aferraban a los huecos y a las depresiones con una tenacidad
oleaginosa.
-Gestión de cámara,
iguale la presión. Sensores, desplieguen la sonda atmosférica y las
muestras de exposición.
El campo de fuerza se
reconfiguró para permitir pasar al brazo que debía tomar las
muestras. No encontró ninguna partícula inmediatamente letal que se
les hubiera escapado a los escáneres hechos desde la órbita.
Oscar esperó la hora
indicada para que se ejecutaran los procesos de exposición y
microanálisis.
-¿Xenobiología?
-preguntó por fin.
-Algunas esporas, es
probable que vida vegetal. En el vapor de agua se detecta un
pequeño contenido bacteriano. Nada anormal y no hay ninguna
reacción adversa a nuestras muestras.
-Gracias. -Harían
falta meses de pruebas en el laboratorio para descubrir si existía
algún microbio peligroso para el ser humano. De todos modos, hasta
que les dieran vía libre, el personal de primera línea llevaría los
trajes. Eran las otras reacciones biológicas las que preocupaban a
Oscar; un siglo atrás, el TEC había abierto un agujero de gusano a
un planeta donde los hongos locales comían polímeros. Cómo había
llegado a evolucionar algo así seguía siendo un enigma para los
xenobiólogos, pero a partir de entonces lo primero que se hacía era
exponer al planeta a todo un espectro de materiales.
-Astrogración, por
favor, llévenos a la superficie.
La vía de salida
empezó a moverse, iba bajando con la misma sobriedad y falta de
urgencia que cualquier globo de aire caliente. Oscar podía incluso
adivinar el punto que había elegido astrogración para entrar en
contacto con el planeta. Un trozo plano de suelo desprovisto de
árboles, con un arroyo a unos trescientos metros de distancia. El
radar de investigación del suelo confirmó que la zona era sólida. A
cien metros de altura, la vía de salida ovalada comenzó a rotar
alrededor de su largo eje y se fue inclinando hacia el plano
vertical. Comenzó a distinguirse un cielo azul claro con jirones de
nubes muy por encima del horizonte, que brillaba con un tono rosado
bajo la luz del sol naciente. Astrogración detuvo el descenso
cuando el borde inferior estaba a un par de centímetros de las
hojas mullidas del equivalente a hierba que había en la zona y que
tenía el tono de una cochinilla.
Oscar dejó escapar un
suspiro de alivio mientras observaba el paisaje en busca de
cualquier señal de movimiento. Si había algún silfen en ese mundo,
ese era el momento para que apareciera. Unos humanoides absurdos de
aspecto larguirucho que se acercaban sin prisas a la abertura y
saludaban con gesto animoso a todo el personal de tierra que miraba
tras los paneles de control.
-Bienvenidos
-canturreaban en su propio idioma-. Bienvenidos a un nuevo
mundo.
El propio Oscar lo
había vivido una vez, doce años atrás, en Augusta, cuando era jefe
de gestión de la cámara de aislamiento. Eran tan risueñas aquellas
voces suaves que parecían reírse de los serios humanos y sus
compactas máquinas. A Oscar le había apetecido coger una roca y
tirársela a aquellos místicos engreídos.
Pero en aquel frío
terreno azul y rojo había tanta quietud que podría haber sido un
cuadro. Allí no había ningún silfen.
Y él no era el único
que esperaba anticipándose a los acontecimientos. Un buen número de
suspiros se escaparon por todo el centro de control.
Oscar volvió a
recorrer el circuito interno para confirmar que todos los puestos
estaban estables.
-Personal de primera
línea, inicie el contacto -dijo.
El suelo de la cámara
de confinamiento se alzó y se convirtió en una rampa. El
compartimento estanco dos se abrió como un iris. Dentro estaban
McCain Gilbert y los cuatro miembros del primer equipo de contacto.
Vestían los trajes de aislamiento de color magenta, un mono ceñido
con una capucha flexible que se pegaba al cráneo y una visera ancha
y transparente que dominaba la parte delantera. La mochila no era
muy voluminosa, contenía una unidad liviana de reciclado de aire y
las baterías superconductoras para la armadura de campo de fuerza
que llevaban oculta debajo de la tela. Era una precaución contra
cualquier nuevo animal nativo que fuera lo bastante hostil como
para intentar averiguar a qué sabían los invasores.
Unas cámaras montadas
a ambos lados de las capuchas transmitían las imágenes a las
grandes pantallas que había sobre las ventanas. Una comprobación
rápida le mostró a Oscar que varios cientos de millones de personas
tenían acceso a ese momento a través de la unisfera. Los típicos
adictos a las exploraciones, tipos que se quedaban en casa y nunca
se hartaban de ver mundos alienígenas y la expansión de la frontera
humana.
-Venga, Mac, fuera
-les dijo Oscar a las figuras de aspecto heroico cuando se
colocaron al final de la rampa.
McCain Gilbert
asintió por un segundo y se adelantó. El campo de fuerza que cubría
la salida lo rodeó cuando el jefe del equipo lo atravesó. Sus botas
pisaron las hojas plumosas de la vegetación que cubría el
suelo.
-Llamo a este planeta
Cheva -entonó McCain Gilbert con tono solemne mientras leía un
nombre de la lista aprobada por el TEC-. Que todos aquellos que
vengan aquí encuentren la vida que buscan.
-Amén -murmuró Oscar
en voz baja-. Muy bien, chicos, a trabajar, por favor.
El procedimiento a
seguir exigía que recogieran de inmediato muestras del suelo y de
las plantas, y que los llevaran de inmediato al interior a través
de la salida. Una vez hecho eso, el equipo comenzó una
investigación más elaborada de la zona que rodeaba la vía de salida
del agujero de gusano.
-El equivalente a
hierba es esponjoso -dijo McCain Gilbert-. Parecido al musgo, pero
con hojas mucho más largas y son como lustrosas, como si tuvieran
una capa de cera. Por lo que veo, el suelo que hay junto al arroyo
tiene un alto contenido de guijarros. Parece sílex, con una
coloración marrón grisácea. Es posible que ahí se encuentren
fósiles.
El personal de
primera línea se dirigía hacia el agua. Los arroyos, los lagos,
hasta los mares, siempre proporcionaban una variedad bastante
abundante de vida nativa.
-Muy bien, tenemos
compañía -anunció McCain Gilbert.
Oscar levantó la
vista de los portales del panel. El personal de primera línea
estaba a unos cien metros de la salida, solo podía ver a tres
directamente y dos de ellos estaban señalando algo. Los ojos de
Oscar se desviaron hacia las pantallas. Habían aparecido aquella
especie de ardillas roedoras; las cámaras montadas en los cascos
las seguían cuando saltaban por las rocas planas que había junto al
arroyo. Oscar por fin podía verlas bien y cada vez estaba más claro
que el primer nombre que les habían dado no era muy adecuado. No se
parecían en nada a las ardillas. El cuerpo, cónico y redondeado, de
treinta centímetros de longitud, estaba cubierto de escamas de
color gris plomo, con una textura asombrosamente parecida a la de
la piedra. Tenían tres poderosas extremidades en la parte posterior
del cuerpo, una justo debajo de él y dos, un poco más largas, a
ambos lados. Donde se conectaban al cuerpo principal tenían la
misma forma que un muslo de pollo, salvo que no había ninguna
articulación, la mitad inferior era un simple palo. Era como si
caminaran sobre zancos diminutos, lo que hacía de sus movimientos
algo rápido y brusco. La cabeza era un morro gigantesco con anillos
de escamas segmentados que les permitía doblarla en todas
direcciones. La punta era una garra con tres pinzas colocadas
alrededor de una abertura para la boca. A dos tercios del morro
había tres ojos negros incrustados en las profundidades de los
pliegues que arrugaban las escamas.
-Unos bichos feísimos
-dijo McCain Gilbert-. Parecen, no sé, primitivos.
-Nosotros creemos que
están bastante evolucionados -dijo xenobiología-. Es obvio que
tienen un gran sentido del equilibrio y la disposición de los
miembros les proporciona una capacidad locomotora
sofisticada.
No saltaban de un
lado a otro, según vio Oscar, era más como el brinco de un canguro.
Al observarlos, le preocupó que el personal de primera línea los
estuviera asustando porque no paraban quietos un momento. Uno de
ellos salió disparado hacia delante y chapoteó con las pinzas en el
agua. Cuando sacó el morro, las garras empuñaban una mata de
follaje de color lavanda y se movían a una velocidad increíble para
meterse el chorreante bocado en la abertura de la boca.
En la visión virtual
de Oscar se destacó una advertencia naranja sobre una sección de la
telemetría del traje de aislamiento de McCain Gilbert. Los avisos
se repitieron en los otros miembros del equipo.
-Mac, ¿qué estáis
pisando?
Las imágenes de las
cámaras de los cascos se inclinaron al unísono. La hierba plumosa
se estaba enroscando poco a poco para rodear las botas de los
exploradores. Una bruma fina se escapaba de las puntas con forma de
cebolla de cada brizna.
-¡Hostia! -exclamó
McCain Gilbert. Levantó a toda prisa un pie. La hierba no era lo
bastante fuerte como para impedírselo. En la parte superior de la
bota estaban saliendo ampollas y burbujas. El resto del equipo
gritó alarmado y también empezó a apartar las botas.
-Es una especie de
ácido -dijo ciencias planetarias.
Oscar notó que todas
las criaturas se estaban alejando a saltos de los humanos a una
velocidad notable.
-¿Qué clase de planta
tiene savia que es un ácido? -preguntó McCain Gilbert.
-Ninguna buena -dijo
xenobiología-. Señor, recomiendo traerlos de vuelta.
-Estoy de acuerdo
-dijo defensa de emergencia-. Aunque solo sea porque tenemos que
quitarles ese ácido antes de que les atraviese las suelas de las
botas.
-Creo que tienen
razón, Mac -dijo Oscar-. Volved a meteros en la cámara
medioambiental.
-Ya vamos.
-Xenobiología, qué me
cuenta -dijo Oscar.
-Qué interesante. Las
plantas no se movieron hasta que nuestro equipo estuvo quieto
durante unos momentos, así que supongo que lo más probable es que
operen con un disparador de tiempo/presión. Me recuerda a una
matamoscas de Venus, salvo que esto es mucho más desagradable y a
mayor escala. Cualquier animal pequeño que deje de moverse tiene
muchas posibilidades de quedar atrapado y disuelto.
Oscar echó un vistazo
a la salida ovalada. McCain Gilbert y su equipo ya casi habían
llegado al borde. Tras ellos no había señal de aquellas criaturitas
que no eran ardillas.
-Esos animales
nativos no se quedaban quietos ni un momento -murmuró.
-No, señor -dijo
xenobiología-. Y a la hierba le resultaría difícil capturar la
estructura de sus patas. Me encantaría saber de qué están hechas
sus escamas, parecían bastante duras. Cualquier cosa que haya
evolucionado aquí tiene que ser relativamente resistente al
ácido.
-¿Hasta qué punto
está extendida esta planta? -preguntó Oscar-. ¿Y el resto de la
vegetación va a ser parecida?
-Las imágenes que
recibimos de los satélites de la órbita inferior indican que las
plantas cubren casi la totalidad del terreno -dijo sensores-. Si no
es esta especie concreta de hierba, es una prima carnal.
-Maldita sea -siseó
Oscar.
El personal de
primera línea se apresuró a regresar a la cámara de confinamiento
para el entorno alienígena. En la parte inferior de la rampa habían
surgido del suelo cubículos de descontaminación. Las duchas estaban
diseñadas para lavar esporas o partículas peligrosas, pero serían
igual de efectivas en ese caso. Los miembros del equipo se
colocaron debajo de las alcachofas mientras el agua caía a
chorros.
-Muy bien -les
anunció Oscar a todos por el circuito cerrado-. Nuestra prioridad
es establecer hasta qué punto está extendida esta variedad de
hierba y si las otras plantas están emparentadas con esta.
Sensores, saquen un robot de muestras marca 8. Quiero comprobar los
árboles más cercanos. Y hay unas cuantas clases más de plantas
entre esa hierba. Mac, someteos a una descontaminación completa y
quitaos los trajes. No creo que volvamos a necesitaros hoy.
Todos los presentes
en el centro de control observaron con ansia el avance del robot de
muestras, que rodaba por la hierba roja. Se detuvo varias veces
para cortar secciones de hojas de matas de otras plantas y luego se
dirigió al árbol más cercano, que estaba a ciento cincuenta metros.
Cuando se acercó, todos vieron el dibujo irregular de las ramas que
se bifurcaban en ángulos muy marcados. No había muchas hojas, solo
unos cuantos esbeltos triángulos de color beis agrupados alrededor
del extremo de cada ramita. Unas pepitas negras parecidas a nueces
colgaban de casi todas las junturas de las ramas.
El robot de muestras
se detuvo a un metro del ceroso tronco y extendió con cuidado un
brazo electromuscular. Todas las pepitas de esa mitad del árbol
estallaron a la vez y un torrente de líquido cayó como una lluvia
sobre el suelo circundante y el robot de muestras, cuyo
revestimiento empezó a disolverse casi de inmediato. El ácido
empezó a filtrarse y la telemetría terminó.
Oscar se cubrió la
cabeza con las manos y gimió.
-¡Mierda!
A las veintiuna cero
cero horas, habían confirmado que la vegetación del planeta
compartía una bioquímica común. Oscar había trasladado la salida
del agujero de gusano ocho veces, a regiones diferentes, cada una
tenía sutiles variantes de aquella especie de hierba y no había
variaciones en la composición bioquímica.
Ordenó que se cerrara
la vía de salida y que se redujera la potencia del mecanismo a
nivel dos. Aquello desalentó a todos, sobre todo en una misión que
había empezado de una forma tan prometedora. Después tocaba lidiar
con las estupideces administrativas; el personal de tierra, que
según el programa debía sustituir al equipo principal y hacerse
cargo de la exploración, tuvo que delegar en el equipo de
preliminares. Todo el mundo tenía que cumplimentar una montaña de
informes.
La puerta del centro
de control se cerró detrás de Oscar.
-Otro día, otra
estrella -murmuró para sí. Estaba cansado, decepcionado y muerto de
hambre así que no pensaba ponerse a hacer el papeleo esa noche. Le
dijo a su mayordomo electrónico que le encargara a su doncella
robot que hiciera una cena decente y que abriera una botella de
vino para que respirase. Para cuando llegase a casa, ya lo tendría
todo listo.
Justo cuando empezó a
bajar por el pasillo salieron varias personas de la puerta de la
galería de observación que tenía delante. Dermet Shalar entre
ellos, el director de la estación del TEC en Merredin, la última
persona a la que Oscar quería ver en esos momentos. Dudó un momento
y bajó la cabeza con la esperanza de que Dermet no lo viera.
-Oscar.
-Ah, buenas noches,
señor. Me temo que no ha sido un buen día.
-No, lo cierto es que
no. Pero bueno, astronomía tiene una lista enorme de posibles
objetivos. No nos faltan nuevos mundos que explorar.
Oscar dejó de
escuchar a su jefe, acababa de reconocer al hombre de aspecto
juvenil y traje caro que aguardaba al lado de Dermet.
-¿Ha estado viendo la
operación de hoy?
-Sí -dijo Wilson
Kime-. Recuerdo bien esa sensación de decepción.
-Estoy seguro.
-Pero me ha
impresionado su modo de dirigir las cosas ahí dentro.
-Ya.
Lo que no era un
comentario muy inteligente, pero Oscar sabía que había muy pocas
razones para que Kime estuviera allí. Un torrente de adrenalina
hizo desaparecer su fatiga de repente. Que lo fueran a buscar a su
trabajo para ofrecerle un puesto en aquella misión de exploración
del TEC era el cumplido definitivo.
Y como si le leyera
el pensamiento, Wilson sonrió.
-Necesito a alguien
como usted para el puesto de segundo al mando. ¿Le interesa?
Oscar le echó un
vistazo a Dermet Shalar, que mantenía una expresión cuidadosamente
neutral.
-Por supuesto.
-Bien. El puesto es
suyo, si lo quiere.
-Lo quiero.
Dos días más tarde,
Oscar llegó al complejo del proyecto de la nave estelar, en Anshun.
Le asignaron un despacho al lado del de Wilson, en el último piso,
en una de las tres torres centrales de cristal, junto con un equipo
de tres personas. Desde la primera reunión oficial de esa misma
mañana, Wilson y él tuvieron que darle prioridad absoluta al
problema de la selección de personal. Solo era el primer indicio de
lo que iba a pasar. Nigel Sheldon no bromeaba cuando hablaba del
número de solicitudes presentadas para unirse a la misión. Decenas
de millones de personas de toda la Federación, respaldadas por su
Gobierno o por alguna venerable y respetada institución, aporreaban
los filtros de los programas del TEC en busca de un hueco en la
nave estelar. Desde el comienzo decidieron que cubrirían los
puestos científicos con miembros de la división de exploración del
TEC siempre que fuera posible. La tripulación general también se
nombraría siguiendo una política similar. Se harían excepciones con
aquellos cuyos logros fueran excepcionales. Los dos reconocieron
que eso significaría genios con cierto peso político.
-¿Hay alguien a quien
le deba un gran favor? -preguntó Wilson-. Podríamos empezar
quitándonos eso de en medio.
-Estoy seguro que
habrá un montón de gente tanto de esta vida como de la primera que
se va a acordar de repente de esos cinco dólares que me prestaron.
Prácticamente todos los que trabajan en la estación de Merredin se
las arreglaron para tropezarse conmigo antes de que me fuera y me
contaron lo estupendos que son. Todo lo que puedo decir es que
McCain Gilbert es el mejor jefe de equipo de primera línea con el
que he trabajado.
-¿Lo quiere para ese
puesto en el Segunda Oportunidad?
Oscar lo pensó un
momento.
-¿Así de fácil?
-Tenemos que empezar
por alguna parte y tenemos que hacer la selección según una base
racional. Después de todo, así fue como lo elegí a usted. Le
pregunté a Sheldon quién era su mejor director de
Operaciones.
Oscar había supuesto
que había sido algo así, pero, ¿a quién no le gustaba oírlo de
primera mano?
-Muy bien, me
gustaría tener a Mac. ¿Y usted? ¿Tiene alguna preferencia para la
tripulación?
-Hay cincuenta
ejecutivos de Farndale con los que me gustaría contar para la fase
de construcción del proyecto, para allanar el calendario actual, y
es probable que me los traiga. Pero en cuanto a alguien
familiarizado con este tipo de misión, no, ya no.
Habían conseguido
localizar a otros dos miembros de la tripulación del Ulises. Nancy
Kressmire, que jamás había vuelto a abandonar la Tierra, y tampoco
el servicio público. En esos momentos era la inspectora ecológica
del noroeste de Asia y estaba increíblemente comprometida con su
trabajo; claro que, después de todo, llevaba ciento cincuenta y
ocho años en él. Nancy le había dicho que no en cuanto Wilson la
había llamado, ni siquiera había esperado a decir hola ni había
preguntado a qué venía aquella llamada después de tantos
siglos.
-¿Estás segura?
-había preguntado Wilson.
-No puedo irme,
Wilson. Hay tantas cosas que arreglar todavía en esta bendita
Tierra. ¿Cómo podemos enfrentarnos a unos alienígenas antes de
haber curado los males que afligen a nuestra propia gente? Nuestra
obligación moral está clara.
Wilson no discutió
con ella aunque, en realidad, había muchas cosas que quería decirle
a Nancy y a todos sus cruzados. La Tierra que querían los
ultraconservadores verdes no había existido jamás, era un sueño
idealizado de lo que podría ser el Paraíso. Un Edén que no se
diferenciaba tanto de York5, pensó para sí.
El personal de
Sheldon solo había conseguido localizar a otro miembro de la vieja
tripulación, Jane Orchiston. Wilson le echó un vistazo a su
expediente y ni siquiera se molestó en hacer la llamada. Llámenlo
prejuicios o intuición, a él le daba igual. Wilson solo sabía que
sería una pérdida de tiempo. Dos siglos antes, Orchiston se había
trasladado a Felicidad, un planeta solo para mujeres. Desde
entonces, Jane se había dedicado con entusiasmo a la tarea de parir
niñas, a un ritmo de una cada tres años, más o menos.
Wilson pensó que
tampoco era un récord excepcional para una tripulación que se
suponía que representaba lo mejor que podía ofrecer la humanidad en
aquel momento. Tres supervivientes conocidos de treinta y ocho
miembros originales: un plutócrata, una burócrata y una
madre-tierra.
En la segunda mitad
de la reunión se programó una conferencia a través de la unisfera
con James Timothy Halgarth, el director del Instituto de
Investigación de Tierra Lejana.
-Me interesa su
opinión sobre lo que el señor Halgarth tenga que decir del Marie
Celeste y su tripulación -le dijo Wilson a Oscar-. La localización
de conocimientos alienígenas es un aspecto de nuestra misión que
voy a delegar en usted.
-¿Tan importante cree
que es?
-Sí, necesitamos
saber lo que saben ellos. O lo que no saben. Quiero enfocar el
acercamiento al Par Dyson desde todos y cada uno de los ángulos
posibles, no solo el viaje físico. Estuve preparándome para la
misión en Marte durante casi toda una puñetera década. Terminé
sabiéndolo todo de su geología, sus características y su geografía,
más que cualquier catedrático universitario, incluso los libros que
se habían escrito sobre él, ya fueran realidad o ficción. Todo. Me
sabía de memoria los mitos además de los hechos. Por si acaso.
Estábamos listos para cualquier cosa, cualquier eventualidad. Y
total, de lo que nos sirvió al final.
-Sheldon y Ozzie no
tenían nada que ver con Marte.
Wilson esbozó una
amplia sonrisa.
-A eso voy
precisamente. Así que... después de esto, fije una fecha para ir a
ver a los expertos xenoculturales de la Federación cuando hablen
con los silfen. Vaya al Ángel Supremo. Entreviste a un raiel. No me
creo que ninguno de nuestros supuestos aliados no sepa nada del Par
Dyson. La mayor parte lleva por aquí mucho más que nosotros, coño,
y desde luego todos eran capaces de hacer viajes estelares cuando
ocurrió.
-¿Y por qué no nos
iban a decir nada?
-Dios sabrá. Claro
que en todo esto hay muchas cosas que no parecen lógicas.
-De acuerdo. Lo
añadiré a mi lista.
El mayordomo
electrónico de Wilson anunció que el agujero de gusano que
conectaba Medio Camino con Tierra Lejana había comenzado la fase
activa de su ciclo, que duraba diez horas. La unisfera estableció
un enlace con la pequeña red de datos de Ciudad Armstrong. Desde
allí, una solitaria línea terrestre transmitió la llamada al
instituto.
El gran portal
ubicado al otro extremo del estudio de Wilson chispeó entre una
electricidad estática multicolor que al despejarse mostró al
director James Timothy Halgarth sentado detrás de su escritorio;
era miembro de cuarta generación de la familia que había fundado
Edenburg, lo que le proporcionaba un nivel bastante razonable de
antigüedad dentro de la dinastía.
Vestía un sencillo
traje de color azul pálido de tejido semiorgánico que se estiraba y
contraía alrededor de sus miembros siempre que se movía, lo que le
proporcionaba una libertad absoluta de movimientos. Su edad
aparente era de unos treinta y cinco o treinta y seis años, aunque
estaba calvo por completo, un estilo muy poco habitual en la
Federación. Unos pequeños tatuajes CO de color platino y esmeralda
rielaban en sus mejillas.
-Capitán Kime, por
fin -dijo el director con un entusiasmo obvio-. Disculpe el
retraso, no hemos podido llevar a cabo esta conferencia hasta
ahora. Los Guardianes del Ser atacan nuestra línea terrestre con
una tenacidad muy molesta. Las reparaciones actuales se completaron
hace solo tres horas. Y sin duda sufriremos el próximo corte en
solo unos días.
-Siento oírlo -dijo
Wilson-. ¿No estarían mejor con un repetidor por satélite?
-Antes lo teníamos.
Los Guardianes lo derribaron de un disparo, al igual que a sus tres
sustitutos. En realidad es más rentable tener una línea terrestre y
mantener en nómina a un equipo de reparaciones. El cable de fibra
óptica es muy barato.
-No me había dado
cuenta de que la situación civil estaba tan mal en Tierra
Lejana.
-En general no es
para tanto. Nosotros somos los únicos que sufrimos los asaltos de
los Guardianes. Es deplorable, pero son unos xenófobos, por no
hablar ya de violentos.
-No tengo demasiada
información sobre sus objetivos; nunca le he prestado mucha
atención a las teorías conspirativas. Creen que ustedes están
ayudando a un superviviente alienígena del arca estelar, ¿no?
-En realidad creen
que trasladamos al aviador estelar a la Federación. Pero más o
menos su argumento es ese, sí.
-Ya veo. Han estado
poniendo en circulación una gran cantidad de propaganda diciendo
que fue el aviador estelar el que organizó toda la misión del
Segunda Oportunidad. Lo que en realidad necesito saber, y quiero
que me lo diga alguien que lo sepa de buena tinta, es si existe
alguna posibilidad de que el Marie Celeste saliera en realidad del
Par Dyson. ¿Tendría ese tipo de alcance de vuelo?
-En teoría, sí. Una
vez que la nave acelera hasta alcanzar su velocidad de vuelo de
cero coma setenta y dos velocidad de la luz, su alcance está
limitado solo por la cantidad de combustible que transporta para
alimentar a los generadores del campo de fuerza y desde luego por
el tiempo de vida de los generadores en sí. Sin embargo, nuestras
investigaciones han determinado que el tiempo de vuelo real fue de
quinientos veinte años. El arca estelar no venía del Par Dyson, ni
siquiera pasó junto a él. Procedía de algún lugar más
cercano.
-Quizá fuera un
planeta que no disponía del tipo de barrera protectora que poseía
el Par Dyson -dijo Oscar-. No podían defenderse contra lo que fuera
que estaba amenazando a los alienígenas de Dyson, así que se
fueron, ¿es posible?
-Podemos especular
sobre su origen y la razón del vuelo tanto como usted quiera -dijo
el director-. Pero como todavía no sabemos de qué estrella procedía
el arca, tampoco podemos determinar la razón del vuelo. Que
nosotros sepamos, podría haber tenido su origen en algún lugar de
la Federación.
-¿Y si la especie que
viajaba en el Marie Celeste fue la razón del cerco? -preguntó
Wilson.
-Lo siento -dijo el
director-. No le sigo.
-Si fue más de un
arca estelar lo que partió de su estrella de origen, la
civilización del Par Dyson podría estar defendiéndose de los
alienígenas del arca. Después de todo, mire lo que el Marie Celeste
le hizo a la estrella de Tierra Lejana cuando llegó aquí.
-Ah, la
megallamarada. Sí, supongo que es un argumento válido, aunque no
veo qué razón hay para que las barreras permanezcan levantadas
tanto tiempo. Pero es cierto que creemos que la esterilización de
Tierra Lejana fue un lamentable efecto secundario. La llamarada se
provocó para que actuara como fuente de energía del mensaje.
-Pues menudo efecto
secundario.
-Hay que tener en
cuenta el punto de vista alienígena y es de suponer que su ética
también. Provocaron la llamarada para comunicarse con la galaxia
entera, de un extremo a otro. La máquina que manipuló la estrella
para que soltase la llamarada, a continuación modificó la emisión y
la convirtió en una señal de radio lo bastante potente como para
que se pudiera detectar más allá de las Nubes de Magallanes. No
cabe duda de que los humanos la captamos con toda facilidad, apenas
se necesitaba una antena cuando la señal llegó a Damaran, por no
hablar ya de los escáneres de búsqueda de vida inteligente que se
utilizaban entonces.
-Pero nadie sabe lo
que decían -comentó Wilson-. Hemos tenido ciento ochenta años para
decodificar la señal y que yo sepa todavía no se ha avanzado nada.
Debían de estar retransmitiéndole algo a su planeta natal.
-Esa es desde luego
una de las teorías que propone el Instituto, capitán. Tenemos cien
más si tiene tiempo para escucharlas todas. Todo lo que podemos
hacer es examinar los restos e intentar encajar tantas piezas del
rompecabezas como nos sea posible. Un día tendremos todas las
respuestas. Por desgracia, no será en un futuro cercano.
-Ustedes deben de
tener alguna idea sobre su procedencia -dijo Oscar-. Si viajaron a
cero coma siete velocidad de la luz durante quinientos años, eso
les da un punto de origen que está a unos trescientos cincuenta
años de Tierra Lejana, más o menos. Seguro que pueden hacer
coincidir una estrella con el espectro de luz de la sección
habitable de la nave.
-Eso sería difícil,
señor Monroe, los tanques tenían una fuente de iluminación de
espectro múltiple. No estaban intentando igualar la emisión de su
estrella natal.
-¿Tanques? El rostro
del director del Instituto reflejó una leve desilusión. -Dentro del
Marie Celeste no se había reproducido ningún entorno de superficie
planetaria. La nave transportaba tanques. Por lo que hemos podido
deducir por los residuos, esos tanques estaban llenos de agua y un
tipo de algas unicelulares.
-¿Era una especie
acuática?
Oscar estaba
fascinado. Nunca había investigado nada sobre el arca estelar.
Tierra Lejana estaba en la lista de mundos que quería visitar
durante su vida sabática.
-Una vez más, esa es
una de las teorías -dijo James Halgarth-. No había restos de
ninguna criatura evolucionada en los tanques y jamás hemos
identificado ninguna especie parecida en el océano de Tierra
Lejana. Otra teoría es que el Marie Celeste era en realidad una
nave semillero automatizada. Estaba programada para esterilizar el
mundo habitable que encontrara y luego sembrarlo con las muestras
genéticas de su propio mundo, para dejarlo listo para que sus
constructores lo colonizaran una vez que la formación del nuevo
mundo alienígena se hubiera completado.
-Otra buena razón
para levantar una barrera -dijo Wilson.
-Lo dudo, capitán. En
primer lugar, si se tiene la tecnología para erigir el tipo de
barrera que se halla en el Par Dyson, entonces no cabe duda de que
tiene la capacidad para desactivar una nave robot antes de que
comience la misión que la ha llevado a su sistema. En segundo
lugar, es un método de colonización interestelar increíblemente
defectuoso. Los recursos que se emplean en la construcción de una
nave así son enormes, y ni siquiera funcionó. La llamarada mató la
mayor parte de la vida nativa de Tierra Lejana, pero no toda. Pero
tampoco se ha encontrado ningún rastro de especies no nativas. Y si
esta nave forma parte de una flota, ¿dónde están todas las demás
llamaradas que anuncian que las demás naves han comenzado la
esterilización? En tercer lugar, si se trata de una civilización
que surca el espacio y tiene intención de extenderse más allá de su
sistema solar, no cabe duda de que irá mejorando su tecnología de
forma constante. Es cuestionable que llegue a desarrollar una forma
de viajar más rápido que la luz, pero no cabe duda de que podría
construir naves mejores que el Marie Celeste; la segunda oleada
adelantaría a la primera y viajaría más allá. ¿Por qué no hemos
visto ninguna otra nave de la especie que lanzó al Marie Celeste?
Me temo, caballeros, que con Tierra Lejana y su lugar de aterrizaje
se nos presenta un acertijo único. Como se suele decir, es un
misterio envuelto en un enigma. Pero debo llegar a la conclusión de
que no tiene nada que ver con el Par Dyson.
-Estoy seguro de que
está en sus informes -dijo Oscar-. ¿Pero qué pasa con la
electrónica que se encontró a bordo? Seguro que han rescatado algún
programa, ¿no?
-No. Los procesadores
que quedaron instalados son bastante estándar, utilizaban un
principio de barrera básica como el nuestro, aunque parte de la
química implicada es diferente de todo lo que empleamos nosotros.
Sin embargo, la matriz de control central ha desaparecido, la han
recuperado o eliminado.
-¿Antes o después de
que se estrellara al aterrizar?
-Después. Y no fue
tanto que se estrellara como un aterrizaje muy brusco. Los sistemas
del arca estelar estaban funcionando en ese momento, de otro modo
habría sido un choque auténtico y todo lo que podríamos examinar
sería un cráter muy profundo. La versión oficial del Instituto es
que la llamarada consiguió llamar a otra nave y una misión de
rescate recogió a los supervivientes. Es lo que encaja con todos
los hechos que conocemos. Todo lo demás es pura teoría
conspirativa.
-Ha mencionado
niveles tecnológicos -dijo Wilson-. ¿El Marie Celeste es producto
de una tecnología más avanzada que la nuestra?
-Por definición,
nuestra cultura está más avanzada porque disponemos de generadores
de agujeros de gusano. Pero eso es ahora. Según nuestros mejores
cálculos, el Marie Celeste se lanzó alrededor del 1300 d. C., y en
ese momento apenas acabábamos de comenzar el Renacimiento.
-Ya veo a qué se
refiere. Aunque el ritmo de progreso de su tecnología solo fuera la
mitad que el nuestro, a estas alturas deberían tener el mismo tipo
de senderos que utilizan los silfen.
-Exacto.
-¿Pero y ahora? ¿Es
lo que nosotros tenemos ahora equivalente al Marie Celeste?
-La respuesta más
fácil es que es equivalente, pero diferente. No cabe duda de que
podríamos construir una nave estelar más sofisticada, aunque fuera
más lenta que la luz. Es obvio que ellos no tenían la capacidad que
tenemos nosotros para generar agujeros de gusano, pero, claro,
nosotros no sabemos cómo provocaron la llamarada de la
estrella.
Wilson recordó varias
reuniones que había tenido con los jefes de seguridad de la
Federación, personas con un rango tan alto que el público general
ni siquiera sabía que existían sus Juntas Directivas. Se habían
mostrado muy impacientes por examinar la posibilidad de la «bomba
llamarada» del Marie Celeste. Los investigadores militares de
Farndale pensaban que podría ser una especie de efecto de un campo
cuántico inestable que alteraba la superficie de la estrella; como
cuando se dejaba caer una carga de profundidad en el océano. Aparte
de los estudios teóricos, jamás se había hecho nada, y desde luego
no a nivel de equipamiento. Por supuesto, él no sabía qué podrían
haber desarrollado otras compañías. Quizá mereciera la pena
comentarlo con Nigel Sheldon sin que nadie se enterase.
-¿No lo están
examinando al menos?
-No hay nada que
examinar, capitán. Hemos clasificado cada uno de los componentes
que hay a bordo del arca estelar y hemos identificado su uso. No sé
lo que provocó la llamarada, pero no está aquí. Es de suponer que,
si había más de uno, el resto lo evacuaran junto con la tripulación
y la matriz de control. Después de todo, no es la clase de cosas
que una especie responsable dejaría tirada por ahí.
-Tiene razón. Lo que
yo estaba intentando determinar a través de la tecnología de la
llamarada es si los constructores del Marie Celeste tenían la
capacidad de erigir la barrera de las Dyson.
-No, no tenían esa
capacidad. Las barreras del Par Dyson son anteriores a la nave
estelar. Aquí nos enfrentamos a una especie alienígena más sin
identificar, quizá a dos si son ciertas las ideas más descabelladas
sobre la naturaleza defensiva de la barrera. Le deseo suerte con su
encuentro.
-Gracias.
-Y ya que estamos en
contacto, sería un placer para mí ofrecerle un permiso sabático a
cualquiera de los investigadores del Instituto que usted quisiera
incluir entre su tripulación. Los expertos que tenemos aquí son
formidables, tanto en términos de experiencia como de capacidad, y
muchos de ellos están en puestos de responsabilidad, como yo
mismo.
-Es una oferta muy
generosa, señor director. Estamos a punto de publicar nuestros
requisitos para el Segunda Oportunidad y estoy seguro de que su
personal los cumplirá.
-Muy bien, entonces.
-El director tenía la mano levantada en un pequeño gesto de
despedida cuando la imagen desapareció del portal.
Oscar hizo una
mueca.
-Bueno, eso saca a
los alienígenas del Marie Celeste de la ecuación.
-Eso parece, no es
que yo haya creído jamás a los Guardianes, pero nos han dado una
munición muy útil para la próxima entrevista con los medios.
Aunque según el
calendario oficial era verano, los vientos del oeste llevaban más
de tres semanas trayendo nubes de lluvia del océano. Ciudad Leónida
sufría tormentas y riadas en la mayor parte de los parques. Incluso
en ese momento el cielo estaba bloqueado por unas nubes grises y
sin lustre cuya llovizna constante caía sobre el toldo de plástico
ligero que habían levantado sobre el podio. Al mirar al público
sentado en el césped del jardín botánico de la universidad, Dudley
Bose ni siquiera veía el espejeo apagado de la humedad que se
pegaba a los trajes y a los imaginativos sombreros de verano.
Estaba demasiado absorto en su propia sensación de asombro y
regocijo como para prestar atención a algo tan mundano como el
tiempo.
El decano también
parecía inmune al sufrimiento que tenía delante, su discurso seguía
divagando sin parar. Justo detrás de él, la vicepresidenta de
Gralmond estaba intentando mantener una expresión cortés. El decano
terminó al fin su discurso felicitándose por el progreso de la
universidad y después le hizo un gesto a Dudley Bose.
Mientras se dirigía
al atril, Dudley tuvo un repentino ataque de nervios cuando cayó en
la cuenta de la importancia del acontecimiento. Divisó entonces a
Wendy, su mujer, sentada muy erguida en primera fila y aplaudiendo
con ganas. Colocados a su lado, sus estudiantes; uno de ellos soltó
un silbido penetrante, mientras los otros dos se reían como si
aquello fuera el mayor chiste del mundo. Típico, pensó. Pero el
hecho de verlos le permitió continuar con una convicción
renovada.
Dudley se acercó al
decano, que le entregó con un gesto solemne el pergamino que lo
nombraba catedrático. Los aplausos aumentaron y Dudley le sonrió
muy contento a su mojado público y no se rascó el tatuaje CO de la
oreja; Wendy había sido muy clara con eso. Dio las gracias con los
habituales y trillados comentarios y añadió que era un privilegio
formar parte de una institución académica tan magnífica como
aquella universidad, señaló por un instante que el Gobierno siempre
debería apoyar a la ciencia pura (un asentimiento pensativo de la
cabeza de la vicepresidenta, que estaba detrás de él) y terminó
diciendo:
-Espero seguir
desarrollando el descubrimiento que Gralmond ha hecho posible
representando a este planeta como miembro de la tripulación del
Segunda Oportunidad. Si puedo contribuir con la pericia y
experiencia única de que disponemos, es posible que por fin
consigamos desentrañar el misterio que ha obsesionado a nuestra
especie durante los últimos doscientos años. Todo lo que puedo
decir es que haré todo lo que esté en mi mano para no
decepcionarlos. Muchas gracias.
El aplauso que
recibió el final del discurso fue más cálido y ruidoso de lo que
Dudley se esperaba. Cuando se volvió, la vicepresidenta se levantó
y le estrechó la mano.
-No dude que haré
todo lo que pueda para meterlo en esa nave -murmuró la dama.
Dudley se sentó y
mantuvo una sonrisa tosca en los labios durante todo el discurso de
la buena señora, que habló sobre la ayuda a largo plazo que su
administración estaba encantada de conceder al recién aumentado
Departamento de Astronomía de la universidad. Dudley había estado
haciendo campaña para conseguir un puesto en el Segunda Oportunidad
desde que había oído hablar de la misión. En todas las entrevistas
a través de la unisfera, y habían sido muchas, les había dicho a
los periodistas que se merecía estar en esa nave, que su
contribución no se podía pasar por alto, que su conocimiento
exclusivo sobre la materia lo hacía indispensable a bordo. Había
hecho lo mismo con cada político que había conocido, con cada
empresario, con cada miembro distinguido de la sociedad con los que
se había tropezado en los cien cócteles y cenas a los que lo habían
invitado desde el descubrimiento. Había presionado de una forma
incesante. La observación del cerco le había proporcionado una
seguridad que no sabía que poseía, junto con la concesión de la
cátedra y una repentina inyección de dinero para su departamento,
porque era su departamento. El éxito, como no tardó en averiguar,
tenía un sabor delicioso, y él quería más, la nave estelar era una
forma de conseguirlo. No habría límites para lo que podría
conseguir cuando regresara triunfante del Par Dyson.
En cuanto la
vicepresidenta terminó su discurso, el público se dirigió a la
recepción que daban en el salón principal, donde estaban sirviendo
vino y canapés. Varias empresas de la zona habían contribuido a
financiar el acontecimiento, lo que le permitió al tesorero
contratar un cáterin de fuera, un detalle que elevó el nivel
habitual de las fiestas de la universidad.
Wendy Bose cogió al
vuelo una copa de clarete de uno de los jóvenes camareros que
pasaban a su lado y miró a su alrededor para ver dónde se había
metido Dudley. Para ella era un día de emociones encontradas. El
alivio que sentía al ver que su marido conseguía por fin la cátedra
era profundo, porque aquello garantizaba el futuro de los dos. Y en
el despacho de urbanismo donde trabajaba ella también habían
aprobado por fin su ascenso; la pensión de descanso de Wendy estaba
a salvo y once años después podría someterse a un rejuvenecimiento.
Y esa vez sería decente, pensó. En los últimos años la mujer había
sido muy consciente de que se le estaban ensanchando las caderas
otra vez. Y encima en el peor momento. Dudley estaba recibiendo
muchas ofertas de empresas privadas, incluso se habían mencionado
puestos directivos no ejecutivos. En la sala de profesores de la
universidad se rumoreaba que su marido sería un firme contendiente
para el puesto de decano en unos cuantos años. Wendy tenía que
tener buen aspecto, debía encajar en el papel de la esposa capaz
que le da todo su apoyo a su marido. Cuando se había casado con él,
no se esperaba nada parecido a ese nivel de éxito profesional y
personal, solo una vida agradable y tranquila al margen de los
círculos sociales y gubernamentales de la capital. Pero la fama de
Dudley lo estaba cambiando todo. Hasta ese momento se habían
enfrentado a todo juntos, pero Wendy era muy consciente de la
fuerza de su matrimonio. Era otra de esas uniones perfectamente
amigables que debía durar quizá un par de décadas, el analgésico
habitual para la soledad de los mediocres de toda la Federación.
Como tal podía seguir tirando con total satisfacción siempre que no
le afectara nada de excesiva trascendencia. Pero allí estaba, el
astrónomo más famoso de la Fundación, en medio de un campus repleto
de chicas jóvenes y guapas, y cortejado por compañías que le
ofrecían auténticas fortunas.
-¿Señora Bose?
Wendy se volvió y se
encontró con un hombre muy alto que la miraba con una sonrisa
inquisitiva. Aparentaba unos treinta y ocho o treinta y nueve años,
aunque la señora Bose sabía que debía de ser mucho mayor, al menos
había vivido varias vidas. Pocas veces había visto a alguien tan
seguro de sí mismo. Tenía un cabello tan rubio que casi lindaba con
lo argénteo y unos ojos tan oscuros que era difícil saber dónde
empezaba el iris. Combinado con una nariz pequeña y unos pómulos
delicados y prominentes, su aspecto era sobresaliente más que
atractivo, pero desde luego memorable.
-Esa soy yo -sonrió
Wendy un poco crispada, sabía que las personas como aquella nunca
la distinguían a ella, por la razón que fuera.
-Trabajo en Noticias
Earle. -El periodista le tendió una tarjetita con unas alas doradas
en el medio-. Me preguntaba si podría disponer de unos minutos de
su tiempo.
-Oh, por supuesto.
-Wendy se convirtió de forma automática en la perfecta esposa
corporativa, últimamente tenía mucha práctica-. Es un gran día para
mí y estoy muy orgullosa; el logro de Dudley significa mucho, no
solo para la universidad, sino para el propio Gralmond.
-Desde luego. No cabe
duda de que los ha puesto en el mapa. Tuve que buscar en qué
sección del espacio donde estaba Gralmond, y que conste que he
estado en muchos mundos. Mi trabajo nunca me lleva a un mismo lugar
dos veces.
-De veras, qué
interesante, señor...
-Oh, solo Brad, por
favor.
-Muy bien, Brad.
-Wendy le sonrió por encima del borde de la copa.
-Una cosa que me
pareció curiosa cuando indagué sobre la universidad fue que se
puede decir que tiene el Departamento de Astronomía más pequeño que
se puede encontrar. ¿Fue su marido el que lo fundó?
-Oh, no, fue el Dr.
Marance, uno de los fundadores de la universidad, su disciplina era
en realidad la astrofísica. El Departamento de Astronomía se puso
en marcha bajo su amparo. Al parecer era un personaje bastante
dinámico al que no era fácil decirle que no. Él creía que la
astronomía era un componente esencial a la hora de clasificar el
universo, así que no encontró mucha oposición cuando se puso a
levantar el observatorio. Después se fue para someterse a un
rejuvenecimiento y Dudley consiguió el puesto y siguió dirigiendo
el departamento. No ha sido nada fácil, a decir verdad; el
Departamento de Astronomía seguía formando parte del de Física. En
realidad no ha sido independiente hasta hoy. -La señora Bose tomó
un sorbo de vino-. Es un gran día.
-Ya veo. Pero de
todos modos consiguió atraer fondos después de la marcha del Dr.
Marance, fondos suficientes para que siguiera funcionando de forma
independiente.
-Bueno, hay todo tipo
de recursos que se pueden solicitar: fundaciones gubernamentales y
educativas. Para Dudley, garantizar el presupuesto de cada año ha
sido una lucha constante, pero es un hombre muy tenaz y un
administrador muy capacitado. Por suerte. Consiguió seguir adelante
a pesar de las dificultades, que no fueron pocas. Y bueno, mire los
resultados.
-Desde luego. Así
que, en realidad, es el típico caso del hombre noble y humilde
contra el universo.
-Yo no lo diría
exactamente así. No es que tuviera oposición, es solo que la
astronomía no es la disciplina más valorada en estos tiempos. Todo
eso está cambiando, por supuesto. Hemos recibido más de ocho mil
solicitudes para estudiar con Dudley el próximo año
académico.
-¿He de suponer que
no podrán darles cabida a todos?
-Por desgracia, no.
Aún se va a tardar algún tiempo en ampliar el departamento para
ponerlo a la altura de la Federación. Y por supuesto, es muy
posible que Dudley entre en la misión del Segunda
Oportunidad.
-¿De veras?
-Debería entrar -dijo
Wendy de forma rotunda-. Después de todo, es el descubridor. Ha
consagrado años de su vida al Par Dyson y esa dedicación lo ha
convertido en el principal experto de la Federación sobre el tema.
Sería muy extraño que no lo llevaran como parte del equipo
científico, ¿no le parece?
-Supongo. ¿El capitán
Kime le ha pedido que se una a la tripulación?
-Todavía no.
-Como usted dice,
estoy seguro de que solo es cuestión de tiempo. Pero a mí me
interesa más su historia y la del Departamento de Astronomía de
esta universidad. Estoy seguro de que es muy modesta, la verdad es
que parece una batalla épica: la lucha por el reconocimiento, la
lucha por el dinero, año tras año. Nos hace comprender mucho mejor
la personalidad de su marido.
-Estoy muy orgullosa
de él.
-¿Puede decirme
quienes fueron los que lo apoyaron en el pasado? Por ejemplo, ¿qué
fundaciones educativas proporcionaron dinero o recursos?
-Oh, bueno, estaba el
Primer Progreso de Frankton, el Fondo de Perspectivas de St. James,
la Fundación para la Posibilitación de la Investigación Pura de
Kingsford, Empresas BG, todos hicieron contribuciones muy
generosas; pero la donación más importante procedía de la sociedad
benéfica Cox de Educación, tienen su base en la Tierra.
-Una sociedad
benéfica de la Tierra que apoya un trabajo aquí, tan lejos, qué
singular.
-Apoyan muchos de los
proyectos científicos básicos de las universidades de toda la
Federación, según creo.
-¿Y cuánto tiempo
llevan apoyando los comisionados de Cox al departamento de su
marido?
-Once años ya, desde
que llegamos aquí.
-¿Cómo son?
-¿Quiénes?
-Los comisionados de
la sociedad benéfica.
-No lo sé. El
contacto se estableció a través de la unisfera. En realidad nunca
han estado aquí. Somos uno de los miles de proyectos que
apoyan.
-¿No han venido ni
siquiera hoy?
-No, me temo que no.
Como usted dice, es un viaje muy largo por una simple copa de
champán y un canapé.
-Ya, ¿y qué hizo que
el profesor Bose eligiera el Par Dyson como objetivo de su
observación?
-La distancia.
Gralmond estaba en el lugar perfecto para observar el cerco. Aunque
no es que se esperara nada tan dramático como esto, claro.
-¿Y escogió Gralmond
por eso? ¿Ya le interesaba el Par Dyson antes de venir?
-No especialmente,
no. Después de todo, Dudley es un astrónomo puro, y el cerco es
para todos un acontecimiento asombroso, no es algo natural.
-¿Entonces solo
comenzó la observación después de llegar aquí?
-Sí.
-¿Qué dijo la
universidad sobre su propuesta?
-No dijo nada, es
Dudley el que decide los objetivos del Departamento de
Astronomía.
-¿Y las fundaciones,
no pusieron ninguna objeción? Son, sobre todo, instituciones
puramente científicas, ¿no?
-Brad, ¿está
intentando encontrar algún escándalo?
-Oh, por Dios, no.
Hace décadas que no trabajo para programas amarillistas como el de
Baron. Solo quiero conocer la historia, eso es todo. Para contar
algo bien, hay que conocer los antecedentes; no es que se vaya a
incluir todo, pero esos detalles tienen que estar ahí para añadir
credibilidad. Lo siento, menudo sermón le estoy echando, llevo
demasiado tiempo haciendo mi trabajo.
-Eso no ha sido
ningún sermón. Si hubiera vivido con Dudley, sabría lo que es un
verdadero sermón. Maldita sea. ¿Ha sonado muy amargo?
-Estoy seguro. ¿Las
fundaciones y sus contribuciones?
-Lo apoyaron en todo,
sobre todo Cox. De hecho, creo que la observación del Par Dyson
estaba especificada en el contrato de dotación, querían asegurarse
de que se llevaba a cabo de principio a fin.
-¿Ah, sí?
Y solo por un segundo
Wendy vio un destello de triunfo en el delgado rostro del
periodista. Fue inquietante, le había parecido una persona más
contenida, un hombre sofisticado con una larga vida a sus
espaldas.
-¿Es importante?
-preguntó Wendy.
-En absoluto -dijo
Brad con una sonrisa cortés mucho más propia de él. Después se
inclinó un poco hacia delante y le preguntó con malicia-. Bueno,
cuénteme, y el decano, ¿cómo lleva todo esto? Uno de sus
catedráticos se está convirtiendo en el académico más famoso de la
Federación, debe de ser un pequeño golpe.
Wendy le lanzó a su
copa una mirada recatada.
-Oh, no sabría
decirle.
-Oh, bueno, no se
puede decir que no lo haya intentado. Déjeme darle las gracias por
concederme tantos minutos de su tiempo en un día como hoy.
-¿Eso es todo?
-Sí. -El periodista
inclinó la cabeza con gesto cortés y después levantó un dedo-. Una
cosa, cuando vea a Paula, por favor dígale de mi parte que deje de
concentrarse en los detalles, es la imagen de conjunto lo que
cuenta.
-No lo entiendo, yo
no conozco a ninguna Paula.
Brad sonrió.
-Ya la conocerá. -Y
con eso se deslizó entre la multitud dejando a Wendy mirándolo
confusa, y acaso un poco irritada también por aquel ridículo y
críptico mensaje.
Tras dos horas de
recepción, el mayordomo electrónico de Dudley le dijo que la
policía lo llamaba.
-No hablarás en serio
-dijo Dudley.
-Me temo que sí. Hay
dos coches patrulla en casa. Un vecino informó de que había visto
salir a alguien sospechoso de ella.
-Bueno, ¿qué dice la
matriz de la casa?
-La matriz de la casa
parece estar desconectada.
-Maldita sea.
-¿Va a ir? La policía
ha subrayado que es importante.
-¡Sí, sí!
Así que tuvo que
separarse del presidente de la isla de Orfeo, que le había estado
comentando la posibilidad de respaldar con una cantidad importante
parte del equipamiento del observatorio (un respaldo que era
posible que se extendiese al Segunda Oportunidad), darle la copa de
vino a una camarera bastante bonita que le sonrió y lo llamó por su
nombre y luego darse una vuelta por el salón para buscar a Wendy.
No ayudó mucho que su mujer también estuviera moviéndose entre los
invitados para encontrarlo. Los dos decidieron no despedirse del
decano.
El Carlton los llevó
a casa. Derrumbado en su asiento, Dudley se dio cuenta de lo
borracho que estaba. Pero el vino era bueno y el personal de la
empresa de cáterin no dejaba de llenarle la copa. Wendy le lanzó
una mirada de desaprobación cuando se bajó del coche con muchísimo
cuidado.
El agente Brampton
estaba esperándolos junto a la puerta de su casa, un edificio de
dos pisos. Como todas las demás casas de la urbanización, estaba
hecha de madera nativa empotrada en un armazón de acero de carbono
y pintada de un color verde oscuro. Las ventanas eran blancas, con
los cristales totalmente opacos en esos momentos. El policía se
llevó la mano a la gorra con gesto informal cuando se acercó el
matrimonio.
-No parece haber
ningún daño -dijo-. Pero tendremos que echar un vistazo para ver si
falta algo.
Wendy le lanzó una
mirada curiosa a la puerta abierta.
-¿Está seguro de que
se han ido?
-Sí, señora. Lo hemos
comprobado todo a conciencia. No hay nadie dentro aparte de
nosotros. -El agente hizo un gesto con la mano abierta.
Dudley no veía
ninguna señal obvia de que se hubiera producido un robo. No había
objetos rotos y los muebles estaban donde siempre. El único
problema era la falta de respuesta de la matriz de la casa.
-¿Qué ha pasado?
-preguntó.
-Su vecino llamó para
denunciar que había visto a alguien saliendo por la puerta
principal. Los individuos se metieron en un coche que había
aparcado calle abajo y se fueron. Su vecino sabía que ustedes
estaban en un acto de la universidad así que nos llamó.
-A mi marido le
estaban haciendo entrega de su cátedra -dijo Wendy.
-Sí, señora -dijo el
agente Brampton-. Lo sé. Felicidades, señor, se lo merece. Lo que
ha hecho ha puesto a Gralmond en el mapa.
Wendy frunció el
ceño. Era la segunda vez en ese día que oía la dichosa frase.
Dudley le lanzó a la
puerta una mirada molesta, estaba conectada con la alarma, como
debía, la compañía de seguros había insistido en eso. Y la matriz
de la casa tenía unos protocolos de seguridad excelentes.
-¿Cómo
entraron?
-No estamos seguros.
Alguien que sabía lo que se hacía. Esquivaron todos sus sistemas
electrónicos y para eso hace falta ser muy listo. O alguien con un
programa inteligente.
Entraron en el
estudio de Dudley, que tenía la sensación de que debería
disculparse por el desorden. Había libros y artículos impresos en
papel satinado por todas partes, equipos viejos, una ventana casi
invisible detrás de las exuberantes macetas. Dos forenses estaban
examinando el escritorio y el cajón abierto. La matriz de la casa
estaba dentro, una simple caja con tomas de corriente que la
conectaban a más cables de fibra óptica de lo que en realidad
permitía el espectro de rendimiento. Hacía ya tiempo que Dudley
tenía intención de actualizarla.
-Han descargado su
memoria -dijo el forense de más rango-. Por eso está desconectada
la matriz.
-¿Descargado?
-Sí. Todo, programas
de gestión, archivos, todo. Ha desaparecido todo. Es de suponer que
el ladrón lo guardó en su propia memoria. ¿Espero que tenga
copias?
-Sí. -Dudley miró a
su alrededor mientras se rascaba el tatuaje CO de la oreja-. De la
mayor parte, por lo menos. Es decir, no es más que una matriz
doméstica.
-¿Había algo valioso
en esa matriz, señor? ¿Me refiero a su trabajo y todo lo
demás?
-Parte de mi trabajo
estaba allí, pero yo no lo llamaría valioso. La astronomía no es
una profesión demasiado hermética.
-Mm, bueno, podría
ser un intento de chantaje, alguien que buscara algo
incriminatorio. Le sorprendería lo que se queda en la memoria
temporal de una matriz, cosas de hace años. No sé quienes son, pero
ahora lo tienen todo.
-No tengo nada
incriminatorio guardado. Es decir, facturas pagadas con retraso,
unas cuantas multas de cuando conducía un coche manual... ¿quién no
las tiene?
-De todos modos,
señor, ahora es un personaje público. Podría ser buena idea
plantearse instalar más sistemas de seguridad, y desde luego,
después de esto, debería cambiar todos sus patrones de
acceso.
-Por supuesto,
sí.
-Se lo notificaremos
al coche patrulla de la zona -dijo el agente Brampton-. En el
futuro los incluirán en su destacamento de vigilancia.
-Gracias.
-¿Está seguro de que
no falta nada más?
-No. No me parece que
falte nada.
-Haremos un barrido
en busca de fragmentos de ADN, por supuesto, e intentaremos
rastrear el coche. Pero esto parece un trabajo de profesionales.
Aunque lo más probable es que, si de verdad no hay nada que le
preocupe en la memoria de la matriz, no se haga ningún
seguimiento.