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    El agujero de gusano de la división de exploración del TEC de Merredin llevaba cerrado quince meses, se le estaba haciendo una revisión general de clase cinco, un mantenimiento completo de la estructura de concentración de energía y una actualización de todos los sistemas de apoyo de nivel beta. No era moco de pavo revisar medio kilómetro cúbico de maquinaria puesta al servicio de la física de alto rendimiento energético. Oscar Monroe llevaba diez meses allí, dirigiendo a las dotaciones que se arrastraban por el generador del agujero de gusano armadas con destornilladores, matrices, programas y todo tipo concebible de robots. Había pasado otros tres meses entrenando a su personal de tierra; después de todo, la mayor parte de los sistemas eran nuevos y eso significaba tener que aprender toda una nueva serie de procedimientos. Seis semanas las había pasado con el personal de primera línea para que se familiarizaran con las últimas marcas del equipo y programas informáticos durante innumerables ejercicios de simulación. Lo que lo dejó con quince días enteros de vacaciones.
    Se marchó a la Tierra y se pasó los primeros diez días solo, con la dirección del mayordomo electrónico desactivada y sentado en un barco de pesca en el lago Rutland, en Inglaterra, en plena Pascua. Llovió siete de los diez días y Oscar pescó un total de once truchas. Esos quizá fueran los días más relajantes que había disfrutado en ocho años. Tampoco era que quisiera convertir en costumbre lo de zanganear por ahí.
    Los últimos cuatro días los pasó en Londres, donde quería ver algunos de los pintorescos espectáculos teatrales en vivo que les ofrecía a sus visitantes aquella cultura quizá demasiado nostálgica de la magnífica y antigua capital. La primera noche, durante el intermedio de un Stoppard «reinterpretado», conoció a un atractivo jovencito de una aristocrática familia europea que se mostró curioso e impresionado por él y su trabajo. Compartían el gusto por el arte, la ópera y la buena comida, y se convirtieron en inseparables durante los tres días que le restaban a Oscar. Se despidieron en la estación de Londres del TEC antes de que su expreso cubriera el trayecto de treinta y tres minutos que lo separaba de Merredin, a doscientos ocho años luz de distancia.
    A la mañana siguiente, comenzaron la reconexión del generador del agujero de gusano; si se hacía bien era un proceso lento. Seis días después, Oscar estaba listo para empezar a buscar planetas.
    Vio la base de la división de exploración cuando todavía estaba a siete kilómetros y medio de distancia, ocupaba cuatro kilómetros cuadrados y medio y se encontraba al lado de la estación planetaria del TEC. No era extraño que contara con una posición tan destacada. Merredin era la nueva encrucijada de la fase tres de esa sección de la Federación. Para anticiparse a las cinco salidas que algún día la conectarían con aquellas lejanas estrellas, la estación planetaria era una zona despejada que ocupaba doscientos veinticinco kilómetros cuadrados a un lado de la capital. Hasta ese momento tenía una terminal de pasajeros de tamaño normal, una pequeña área de clasificación y tres salidas, una que volvía a Mito, un mundo perteneciente a los Quince Grandes, y las otras dos a mundos fronterizos de la fase tres, Clonclurry y Valvida. El resto no eran más que malas hierbas, césped, zanjas de drenado y unas cuantas carreteras que no llevaban a ninguna parte. Un mes antes, en la mayor parte de los edificios había ondeado la bandera nacional verde y azul, pero desde que al equipo de Merredin lo habían eliminado de la Copa sin haber llegado a terminar la primera ronda, las habían quitado todas. Unos conserjes descorazonados las habían ido guardando mientras murmuraban algo sobre la «próxima» vez.
    La base de la división de exploración se encontraba dispuesta alrededor de su propio agujero de gusano, albergado en un edificio de hormigón y acero de ochocientos metros de longitud y sin ventanas que terminaba en la cámara esférica de confinamiento para el entorno alienígena; tenía cien metros de diámetro, dos tercios de los cuales se encontraban sobre la superficie. Lo rodeaba una pequeña ciudad de edificios de estilo industrial que contenían despachos, laboratorios, talleres, instalaciones de entrenamiento y el departamento de xenobiología. La energía la producían las centrales nucleares que había en la costa.
    A las siete cuarenta y cinco Oscar atravesó con su Mercedes cupé 1001 la verja principal y entró directamente en el aparcamiento del director de Operaciones. Sonrió al ver las miradas envidiosas que le dedicaron al coche unos cuantos miembros del equipo cuando aparcaron junto al bloque de administración. Oscar dudaba que hubiera muchos más como el suyo, si es que había alguno, en Merredin. Era su única debilidad, cambiaba de coche cada doce meses (o menos) y se compraba el modelo deportivo más espectacular que hubiera en el mercado. Ese lo había importado especialmente desde la República Democrática de Nueva Alemania, el planeta de los Quince Grandes al que Mercedes había trasladado sus fábricas al abandonar la Tierra. Nunca había decidido, dado el historial de su primera vida, si esa extravagancia consumista era en realidad una ironía o si, de forma subconsciente, se estaba distanciando de ese mismo pasado. La única razón para no haber borrado esos recuerdos por completo al rejuvenecer había sido para poder estar en guardia y no volver a caer en ese estúpido idealismo que había abrazado siendo más joven. Era un miembro de las clases dirigentes, le pagaban bien y por fin estaba cómodo consigo mismo y con su papel.
    Atravesó el bloque de administración y se dirigió directamente al centro del agujero de gusano. El personal principal de tierra ya estaba empezando a reunirse en la parte de atrás de aquella gran sala con pinta de teatro. Oscar fue saludando e intercambió unos cuantos chistes mientras se abría paso por el suelo inclinado hasta el panel que tenía en la parte delantera. El centro de control tenía ocho filas de paneles dispuestos en gradas que se asomaban a las amplias ventanas de zafiro reforzado con cadenas de moléculas que componían el muro delantero. Tras ellas se encontraba la cámara de confinamiento para el entorno alienígena; en su estado inactivo era una cámara esférica de cincuenta metros de diámetro con paredes que absorbían las radiaciones. El mecanismo de salida del agujero de gusano estaba justo enfrente de las ventanas; era un óvalo de quince metros de anchura con una rampa que subía hasta él desde la base de la cámara. Había varias puertas de cámaras de aire dispuestas alrededor de las paredes. El techo lucía un aro polifotónico brillante que en ese momento iluminaba la cámara emitiendo el mismo espectro que el sol de Merredin. A su alrededor había unos huecos sellados que contenían una serie de instrumentos científicos y astronómicos. También habían sufrido una importante renovación durante el tiempo de cierre y el equipo de preliminares acababa de terminar las pruebas realizadas durante la noche.
    Oscar se sentó ante su panel y le dijo a su mayordomo electrónico que lo conectara con la matriz principal del centro. Los portales de su panel se iluminaron y le ofrecieron gráficos simplificados de la salida, mientras su mayordomo electrónico establecía conexiones de voz con los operadores de todos los paneles a medida que estos se deslizaban en sus asientos y se conectaban. Mientras Oscar acusaba recibo de su inclusión en el circuito cerrado de conexión, el jefe del equipo de preliminares se acercó y le informó de la situación. Según fue avanzando la transferencia, el equipo de preliminares fue dejando la sala aunque varios de sus miembros entraron en la galería de observación que había en la parte de atrás para disputarles los asientos a los periodistas, los ejecutivos locales del TEC y varios famosos que se habían agenciado una invitación.
    A las nueve y cuarto, Oscar ya estaba satisfecho con los resultados y el generador de agujeros de gusano estaba listo para abrirse. Dio una vuelta por el circuito cerrado una última vez para comprobar en persona con sus jefes de puesto que todos estaban igual de satisfechos con la situación: astrogración, potencia, enfoque, sistemas auxiliares principales, sensores, astronomía de corto alcance, gestión de la cámara de confinamiento, defensa de emergencia, personal de primera línea, ciencia planetaria, despacho de encuentros alienígenas, xenobiología, intendencia de equipamiento del campo base, y, por fin, el personal médico. Uno por uno todos le dieron luz verde. Por último habló con la matriz de la Inteligencia Restringida, que se encargaría de los procedimientos integrados y que dijo que estaba lista.
    -Gracias a todos -dijo-. Gestión de cámara, por favor, llévenos a nivel uno. Astrogración, listos para empezar. IR, me gustaría que la salida estuviera lista para activarse por completo.
    Las franjas polifotónicas del techo del centro de control empezaron a atenuarse y sumieron la sala en una luz trémula y crepuscular. Los monitores holográficos del interior de los portales de los paneles arrojaron un fulgor iridiscente sobre las caras de sus operadores. Al otro lado de las gruesas ventanas de zafiro, el gran aro polifotónico de la cámara de confinamiento para entorno alienígena también disminuyó en intensidad y se hundió en un débil resplandor rojo que apenas iluminaba el óvalo de la salida.
    -Campo de fuerza interno activado -dijo el director de la cámara-. Todas las cámaras de aire cerradas y selladas. Paredes en neutro. Vías termales conectadas. Estamos en nivel uno.
    Oscar vio que la rampa que había delante de la salida volvía a hundirse en el suelo de la cámara. Sintió que un cosquilleo eléctrico le subía por el estómago. Daba igual cuánto tiempo llevara haciendo eso la raza humana o lo lejos que hubieran llegado en el universo, abrir una puerta a lo desconocido siempre era un riesgo emocionante.
    -Astrogración, quiero un destino para el agujero de gusano en la estrella AFR98-2B, a cinco UA galácticas al norte del objetivo.
    -Sí, señor, cargando.
    Oscar observó el monitor del portal de la IR cuando registró las coordenadas. AFR98-2B era una estrella de clase espectral F2, a veintisiete años luz de Merredin. Los exámenes de largo alcance que había hecho el TEC con el telescopio de órbita indicaban que existía un sistema solar de al menos cinco planetas. Una vez que astrogración confirmó las coordenadas, la IR se hizo cargo del procedimiento de apertura; era un inmenso compuesto de programas capaz de manejar los mil millones de factores variables que gobernaban la maquinaria de la salida y el flujo de potencia. En circunstancias normales, un programa informático de esa magnitud evolucionaría a toda prisa y alcanzaría el nivel de IS, pero este había sido formateado por la IS con limitadores estratégicos para evitar cualquier estallido de autodeterminación. Aunque tenía incorporados algoritmos genéticos, la IR era en esencia un sistema estable, jamás desarrollaría intereses alternativos ni otros objetivos en medio de una operación, como habían hecho en el pasado algunos grandes programas de matrices, y a menudo con consecuencias desastrosas.
    Detrás de la ventana, el apagado borde plateado de la salida ovalada empezó a parpadear con unas sombras de color turquesa oscuro. Se expandieron de inmediato y después se fundieron, momento en el que cada vez empezó a resultarle más difícil al ojo humano centrarse en ellas. Cambiaban de posición constantemente sin moverse de su sitio. En el centro de la salida, la profundidad llegó con una sacudida vertiginosa. Como siempre, Oscar tuvo la impresión de que se lanzaba de repente por un túnel infinito. Lo que no era una mala interpretación para los atormentados sentidos humanos. Sabía que estaba conteniendo el aliento, como un simple operador de paneles novato. Pero ese era el momento más satisfactorio, la razón por la que se había comprometido con su trabajo con tanta pasión, la razón por la que había llegado hasta director de Operaciones. Con toda la mierda comercial y política que conformaba el TEC, era un nuevo mundo lo que buscaban en ese momento. Lo más probable era que los colonos humanos hicieran de él otro pobre clon de la sociedad mayoritaria que dominaba la Federación. Pero siempre existía la posibilidad de que se convirtiera en algo nuevo e inspirador. No va a ser siempre lo mismo.
    La inestabilidad del centro del mecanismo de la salida se estabilizó y se despejó, y después se oscureció de inmediato. Aparecieron varias estrellas en medio de la negrura. Un haz blanco y brillante atravesó la abertura como una puñalada, en ángulo, de tal forma que invadió la cámara de la izquierda de las ventanas.
    Unas cuantas cifras saltaron en los monitores digitales y registraron la pequeña caída electromagnética.
    -¿Tenemos una vía de salida clara? -preguntó Oscar.
    -Negativo en barrido de distorsión de gravedad -dijeron los sensores-. No hay ninguna materia sólida por encima del nivel de partículas a un millón de kilómetros de la abertura.
    -Gracias. Gestión de cámara, purgue la cámara, por favor.
    Se abrió un agujero en el centro del campo de fuerza secundario que cubría la salida y poco a poco el agujero fue retrocediendo hacia el borde. La atmósfera de la cámara salió como un rayo. Al principio era visible, un grueso chorro de vapor gris que jugueteaba en el campo de las estrellas. Después de un momento y una vez retirado el campo de fuerza, no quedó nada, salvo unos cuantos granos relucientes de hielo que se iban dispersando poco a poco.
    -Vacío confirmado -dijo gestión de cámara.
    -Sensores, desplieguen el rastreador de estrellas -ordenó Oscar-. Astronomía, díganos dónde estamos, por favor.
    Uno de los huecos del techo de la cámara se fue abriendo como un iris. Un largo brazo electromuscular se fue desenroscando como un tentáculo y fue saliendo con un foco de metal de dos metros en el extremo. Estaba tachonado de pequeñas lentes de oro. Oscar observó que el brazo se adelantaba y con un movimiento esmerado y sinuoso iba empujando el mecanismo de rastreo de estrellas por la salida abierta, rumbo al espacio exterior. Una cámara estándar situada en el cuello del rastreador de estrellas enviaba su imagen a una de las cinco grandes pantallas que se habían instalado sobre las ventanas. Reveló una estrella normal, un disco pequeño que brillaba con fuerza entre las constelaciones. A Oscar le pareció que tenía el tamaño preciso de una F2 a cinco UA de distancia. No obstante, esperó con paciencia a que se procesara la información del rastreador de estrellas. Uno de los requisitos principales de su trabajo era mantener la calma ante cualquier circunstancia, las decisiones precipitadas eran igual de peligrosas que las dudas. Ese era un rasgo que había aprendido muy pronto, aún a pesar de que entonces todavía estaba en su primera vida, solo que en aquel momento no lo usaba como debía.
    -El espectro encaja con AFR98-2B, señor -dijo astronomía de corto alcance-. Obteniendo estrellas indicadoras y midiendo la ubicación de puntos de emergencia.
    Oscar todavía se acordaba de la primera exploración estelar en la que había trabajado, décadas atrás, en Augusta; era uno de los miembros subalternos del equipo de preliminares y se había quedado nueve horas en la galería de observación después de terminar su turno, tras la transferencia. Nueve horas que se le pasaron en un momento, tan fuerte era la emoción que sentía. Ese día supo que había elegido bien, que de una forma extraña, así sería como podría compensar lo que había hecho. Podría llevar la esperanza de un nuevo comienzo a las vidas de otras personas, así como a la suya también.
    -Confirmando ubicación de vía de salida para el agujero de gusano -dijo astronomía de corto alcance-. La distancia a AFR98-2B tiene un desvío de diecisiete coma tres millones de kilómetros con respecto a las coordenadas proyectadas.
    Oscar se permitió relajarse un poco al ver que las sonrisas surgían en los rostros del personal de tierra. No era un mal margen de error para una salida que acababan de volver a poner en servicio, y estaba completamente dentro de los límites aceptables.
    -Buen trabajo, astrogración; carguen las nuevas cifras, por favor. Sensores, vamos a sacar el telescopio de estudio planetario.
    Mientras el nuevo telescopio, más voluminoso, se desplegaba y salía por la cámara de confinamiento, Oscar volvió a revisar todo el circuito del centro de control para verificar que se mantenía la estabilidad. Después hubo una espera de una hora mientras astronomía de corto alcance analizaba las imágenes del telescopio de estudio planetario. El procedimiento era bastante simple, examinaban el plano de la eclíptica en busca de alguna fuente de luz por encima de la primera magnitud. Cuando encontraban una, el telescopio la observaba en busca de movimiento. Si era un planeta, el movimiento orbital debería hacerse patente casi de inmediato.
    Los resultados aparecieron con un destello en las pantallas que había encima de las ventanas. Astronomía de corto alcance había localizado cinco planetas. Dos eran gigantes de gas del tamaño de Saturno que dibujaban una órbita a once y quince UA de distancia de la estrella. Los tres interiores eran sólidos. El primero y el más pequeño, una roca de tamaño lunar situada a ciento veinte millones de kilómetros de la estrella, tenía un manto plástico de lava de alta viscosidad que se movía en ondas perezosas generadas por la inmensa atracción que ejercía la estrella sobre sus mareas. El segundo era un sólido grande, de diecisiete mil ochocientos kilómetros de diámetro y que orbitaba a ciento doce millones de kilómetros de distancia. Con una gravedad muy alta, una atmósfera parecida a la de Venus y su proximidad al sol, no cumplía ningún requisito para considerarlo congruente con la vida humana. Pero el tercero estaba a ciento noventa y nueve millones de kilómetros de la estrella y medía catorce mil trescientos kilómetros de diámetro. Los gritos de júbilo y los aplausos se fueron sucediendo en la sala de control de la salida a medida que se iban incrementando los datos poco a poco. Los resultados espectrográficos mostraban una atmósfera estándar de oxígeno y nitrógeno, con un alto contenido de vapor de agua. Dada la distancia que lo separaba de la estrella, el planeta era un tanto frío, el ecuador tenía la misma temperatura que las zonas templadas de la Tierra en otoño o primavera. Pero la información era suficiente para que Oscar le concediera un estado preliminar de congruencia con la vida humana, lo que provocó otra ronda de aplausos. La primera vez que se volvía a poner en servicio la salida y ya daban en el blanco. Un buen augurio.
    -Sensores, vamos a sacar la antena -dijo Oscar-. Comprueben las emisiones.
    Otro brazo electromuscular salió serpenteando del hueco del techo con una antena recogida. Atravesó la salida junto al telescopio de estudio planetario y extendió la malla metálica.
    -No se detectan señales de radio -informaron los sensores.
    -Muy bien; vuelvan a meter los dos brazos -dijo Oscar-. Astrogración, mueva la vía de salida del agujero de gusano a una altura geosincrónica por encima de la terminal de luz diurna del tercer planeta.
    Cuando los brazos regresaron a sus huecos, el campo de las estrellas se desvaneció con un parpadeo. Un momento después, la salida volvió a abrirse y reveló la medialuna de un planeta justo delante. Su resplandor bañó la cámara de confinamiento y entró por las ventanas. Oscar esbozó una sonrisa de bienvenida cuando la suave luz iluminó su panel. La capa de nubes estaba por encima de la media y cubría un abundante setenta por ciento del hemisferio. Pero pudo distinguir el azul de los océanos, el marrón rojizo sucio de la tierra, incluso el blanco crujiente de los casquetes polares que quedaban visibles en aquel primer vistazo.
    -Muy bien, chicos, vamos a concentrarnos en el trabajo -dijo Oscar cuando una ráfaga de conversaciones nerviosas zumbaron por el circuito cerrado-. Tampoco es la primera vez que vemos esto. Sensores, quiero un barrido electromagnético completo. Lancen siete satélites geofísicos y a ver si me consiguen una cobertura global. Ciencia planetaria, adelante; resultados del estudio preliminar dentro de tres horas, por favor. Oficina de encuentros alienígenas, empiecen a buscar. Defensa de emergencia, están en estado de alerta y a la espera, desde ahora disponen de autoridad absoluta para cerrar el agujero de gusano. Acusen recibo, por favor.
    -Recibido, señor.
    El carril de lanzamiento se extendió al salir de su depósito y se extendió sus buenos diez metros por la vía de salida del agujero de gusano. Los satélites bajaron acelerando por el carril, montados sobre impulsos magnéticos antes de alejarse dando vueltas para cubrir diferentes trayectorias. Una vez que se apartaron un kilómetro de la salida, se conectaron los motores de iones que los colocaron en órbitas de alta inclinación que proporcionarían la cobertura necesaria de toda la superficie del planeta. A medida que avanzaban, cada uno de ellos liberaba un enjambre de subsatélites que, como mariposas doradas, ampliaban la línea de base de la observación. Se desplegaron antenas de rastreo para mantener el contacto. La gran antena volvió a salir e hizo una batida por los continentes en busca de algún tipo de actividad electromagnética. Un telescopio de dos metros se asomó inquisitivo al planeta.
    Oscar se recostó en el asiento y se tomó el primer descanso del día, aunque sin abandonar su puesto. Un carrito robot se deslizó entre las filas de paneles distribuyendo bebidas y algún tentempié. Oscar pidió un sándwich de queso y beicon ahumado y un par de botellas de agua mineral natural. Mientras comía, las pantallas que había sobre las ventanas cobraron vida con las imágenes de los satélites. Las tablas de datos y los gráficos fueron perfilando poco a poco los detalles en los portales del panel.
    El planeta tenía cinco continentes importantes que ocupaban el treinta y dos por ciento de la superficie. La temperatura era inferior a lo que sería estrictamente favorable, lo que provocaba enormes casquetes de hielo que, en total, cubrían una tercera parte del planeta. Había un continente y medio enterrado por completo bajo el hielo. Eso dejaba mucha menos tierra disponible de lo habitual. El campo magnético era más fuerte que el de la Tierra, lo que le daba un cinturón de radiación Van Allen muy grande.
    -En estos momentos no hay pruebas de que exista vida inteligente -dijo encuentros alienígenas-. No se perciben estructuras a gran escala, no hay actividad electromagnética, no hay cultivos visibles ni fuentes termales artificiales.
    -Gracias -dijo Oscar. El último factor fue lo que le dio el punto clave. La habilidad de encender un fuego y utilizarlo se consideraba una prueba definitiva de inteligencia. Si había algo en el planeta capaz de tener un pensamiento inteligente, en esos momentos estaba por debajo del equivalente al de los neandertales-. Sensores, pueden realizar examen activo.
    Los barridos del radar empezaron a infiltrarse en aquella nube que todo lo cubría. Las imágenes de las grandes pantallas empezaron a desarrollarse mucho más rápido, con capas detalladas que se alzaban sobre los perfiles provisionales. Los láseres barrieron la atmósfera y trazaron su composición. La IR manipuló el flujo de energía a través del mecanismo de la salida y manufacturó distorsiones diminutas de la onda de gravedad en la vía de salida del agujero de gusano. Estas distorsiones se diseminaron por la corteza terrestre del planeta y permitieron que los satélites determinaran su trazado interno.
    A las quince horas cero cero, Oscar convocó una conferencia interna con sus directores de puesto. Estuvieron de acuerdo en que, hasta ese momento, el planeta parecía acogedor. No había ninguna señal de inteligencia indígena. Los sensores de infrarrojos no habían avistado ningún animal que superara los dos metros de longitud. La geología del planeta era estándar. La bioquímica, por lo que se podía deducir de la espectrografía, era una forma multicelular con base de carbono normal.
    -¿Entonces es agresiva o pasiva? -preguntó Oscar. El problema era bastante común. En un mundo frío como aquel, la mayor parte de la vida tendría un crecimiento lento, un rasgo que inclinaba la naturaleza animal hacia la pasividad. Pero había casos en los que se daba lo contrario y la evolución había producido algunas formas de vida muy duras, pensadas para sobrevivir a toda costa-. Conjeturas, por favor.
    -La geología es estable -dijo ciencia planetaria-. La bioépoca actual es seguramente de unos ochenta millones de años, si estamos leyendo bien el ciclo estelar. No podemos detectar ninguna edad de hielo previa así que no ha habido ningún cambio climático repentino que descentrara su evolución. Todo lo que crece ahí abajo es estable y regular. Yo diría que pasiva.
    -Tengo que estar de acuerdo -dijo xenobiología-. Estamos viendo puntos termales pequeños y móviles que indican la presencia de animales, pero nada mayor que un perro. Desde luego, nada que podamos asociar, en circunstancias normales, con depredadores carnívoros. La botánica también es bastante normal, aunque hay unas cuantas plantas grandes y lo que podrían ser árboles están solos, no se congregan en bosques, lo que no es muy habitual.
    -Muy bien. -Oscar se giró en el asiento hasta que pudo ver a McCain Gilbert, el jefe del personal de primera línea, que estaba sentado en la primera fila de la galería de observación-. Mac, te voy a dar una primera autorización de encuentro. Que tu primer equipo de contacto se ponga los trajes.
    -Gracias, señor. -McCain Gilbert levantó los pulgares desde detrás del cristal. Oscar volvió a conectar todo el circuito interno.
    -Vamos a por el primer contacto con tierra. Sensores, pongan los satélites geofísicos en modo automático y retiren todos los brazos. Astrogración, quiero que la vía de salida se traslade a una altitud ecuatorial de quinientos kilómetros y luego déle una velocidad orbital. Cuando estemos establecidos, lance la flota de satélites de vigilancia de órbita inferior; necesitaré cobertura constante del punto de contacto con tierra. Vamos a intentar abrir contacto con tierra en una hora; chicos, prepárense. Ciencias planetarias, encuéntrenme un punto adecuado donde esté amaneciendo en ese momento.
    Con la vía de salida colocada a quinientos kilómetros por encima del suelo, las nubes que había abajo parecían mucho más brillantes. El pequeño escuadrón de satélites de órbita inferior salió disparado del carril de lanzamiento y bajó dibujando una curva para alcanzar una altitud todavía menor y extenderse luego para formar una cadena alrededor del ecuador del planeta. Las imágenes de sus cámaras de alta resolución aparecieron en las pantallas y revelaron toda una multitud de detalles. Se veían piedras de solo cinco centímetros de anchura entre la alfombra de algún equivalente herbáceo de color bermellón. Roedores parecidos a ardillas, con escamas grises en lugar de pelo, saltaban de un lado a otro, se escabullían en el interior de madrigueras y nadaban por los arroyos. Todos los arbolitos independientes tenían unas peculiares ramas en forma de zigzag.
    -Confirmando que la flota de satélites de la órbita inferior está en posición. Tenemos cobertura total -informaron los sensores.
    -A punto de amanecer en el punto de aterrizaje -dijo ciencia planetaria.
    -Retiren brazos con sensores -dijo Oscar-. Gestión de cámara, establezca un campo de fuerza en la salida. Astrogración, reubique la vía de salida a un kilómetro por encima del punto de contacto designado, eje horizontal.
    El agujero de gusano parpadeó y de repente estaban contemplando un paisaje levemente arrugado de hierba fina de color borgoña y unos arbustos retorcidos de tono carmín. La luz baja del amanecer arrojaba unas sombras largas y lúgubres por el terreno. Unos focos de bruma densa se aferraban a los huecos y a las depresiones con una tenacidad oleaginosa.
    -Gestión de cámara, iguale la presión. Sensores, desplieguen la sonda atmosférica y las muestras de exposición.
    El campo de fuerza se reconfiguró para permitir pasar al brazo que debía tomar las muestras. No encontró ninguna partícula inmediatamente letal que se les hubiera escapado a los escáneres hechos desde la órbita.
    Oscar esperó la hora indicada para que se ejecutaran los procesos de exposición y microanálisis.
    -¿Xenobiología? -preguntó por fin.
    -Algunas esporas, es probable que vida vegetal. En el vapor de agua se detecta un pequeño contenido bacteriano. Nada anormal y no hay ninguna reacción adversa a nuestras muestras.
    -Gracias. -Harían falta meses de pruebas en el laboratorio para descubrir si existía algún microbio peligroso para el ser humano. De todos modos, hasta que les dieran vía libre, el personal de primera línea llevaría los trajes. Eran las otras reacciones biológicas las que preocupaban a Oscar; un siglo atrás, el TEC había abierto un agujero de gusano a un planeta donde los hongos locales comían polímeros. Cómo había llegado a evolucionar algo así seguía siendo un enigma para los xenobiólogos, pero a partir de entonces lo primero que se hacía era exponer al planeta a todo un espectro de materiales.
    -Astrogración, por favor, llévenos a la superficie.
    La vía de salida empezó a moverse, iba bajando con la misma sobriedad y falta de urgencia que cualquier globo de aire caliente. Oscar podía incluso adivinar el punto que había elegido astrogración para entrar en contacto con el planeta. Un trozo plano de suelo desprovisto de árboles, con un arroyo a unos trescientos metros de distancia. El radar de investigación del suelo confirmó que la zona era sólida. A cien metros de altura, la vía de salida ovalada comenzó a rotar alrededor de su largo eje y se fue inclinando hacia el plano vertical. Comenzó a distinguirse un cielo azul claro con jirones de nubes muy por encima del horizonte, que brillaba con un tono rosado bajo la luz del sol naciente. Astrogración detuvo el descenso cuando el borde inferior estaba a un par de centímetros de las hojas mullidas del equivalente a hierba que había en la zona y que tenía el tono de una cochinilla.
    Oscar dejó escapar un suspiro de alivio mientras observaba el paisaje en busca de cualquier señal de movimiento. Si había algún silfen en ese mundo, ese era el momento para que apareciera. Unos humanoides absurdos de aspecto larguirucho que se acercaban sin prisas a la abertura y saludaban con gesto animoso a todo el personal de tierra que miraba tras los paneles de control.
    -Bienvenidos -canturreaban en su propio idioma-. Bienvenidos a un nuevo mundo.
    El propio Oscar lo había vivido una vez, doce años atrás, en Augusta, cuando era jefe de gestión de la cámara de aislamiento. Eran tan risueñas aquellas voces suaves que parecían reírse de los serios humanos y sus compactas máquinas. A Oscar le había apetecido coger una roca y tirársela a aquellos místicos engreídos.
    Pero en aquel frío terreno azul y rojo había tanta quietud que podría haber sido un cuadro. Allí no había ningún silfen.
    Y él no era el único que esperaba anticipándose a los acontecimientos. Un buen número de suspiros se escaparon por todo el centro de control.
    Oscar volvió a recorrer el circuito interno para confirmar que todos los puestos estaban estables.
    -Personal de primera línea, inicie el contacto -dijo.
    El suelo de la cámara de confinamiento se alzó y se convirtió en una rampa. El compartimento estanco dos se abrió como un iris. Dentro estaban McCain Gilbert y los cuatro miembros del primer equipo de contacto. Vestían los trajes de aislamiento de color magenta, un mono ceñido con una capucha flexible que se pegaba al cráneo y una visera ancha y transparente que dominaba la parte delantera. La mochila no era muy voluminosa, contenía una unidad liviana de reciclado de aire y las baterías superconductoras para la armadura de campo de fuerza que llevaban oculta debajo de la tela. Era una precaución contra cualquier nuevo animal nativo que fuera lo bastante hostil como para intentar averiguar a qué sabían los invasores.
    Unas cámaras montadas a ambos lados de las capuchas transmitían las imágenes a las grandes pantallas que había sobre las ventanas. Una comprobación rápida le mostró a Oscar que varios cientos de millones de personas tenían acceso a ese momento a través de la unisfera. Los típicos adictos a las exploraciones, tipos que se quedaban en casa y nunca se hartaban de ver mundos alienígenas y la expansión de la frontera humana.
    -Venga, Mac, fuera -les dijo Oscar a las figuras de aspecto heroico cuando se colocaron al final de la rampa.
    McCain Gilbert asintió por un segundo y se adelantó. El campo de fuerza que cubría la salida lo rodeó cuando el jefe del equipo lo atravesó. Sus botas pisaron las hojas plumosas de la vegetación que cubría el suelo.
    -Llamo a este planeta Cheva -entonó McCain Gilbert con tono solemne mientras leía un nombre de la lista aprobada por el TEC-. Que todos aquellos que vengan aquí encuentren la vida que buscan.
    -Amén -murmuró Oscar en voz baja-. Muy bien, chicos, a trabajar, por favor.
    El procedimiento a seguir exigía que recogieran de inmediato muestras del suelo y de las plantas, y que los llevaran de inmediato al interior a través de la salida. Una vez hecho eso, el equipo comenzó una investigación más elaborada de la zona que rodeaba la vía de salida del agujero de gusano.
    -El equivalente a hierba es esponjoso -dijo McCain Gilbert-. Parecido al musgo, pero con hojas mucho más largas y son como lustrosas, como si tuvieran una capa de cera. Por lo que veo, el suelo que hay junto al arroyo tiene un alto contenido de guijarros. Parece sílex, con una coloración marrón grisácea. Es posible que ahí se encuentren fósiles.
    El personal de primera línea se dirigía hacia el agua. Los arroyos, los lagos, hasta los mares, siempre proporcionaban una variedad bastante abundante de vida nativa.
    -Muy bien, tenemos compañía -anunció McCain Gilbert.
    Oscar levantó la vista de los portales del panel. El personal de primera línea estaba a unos cien metros de la salida, solo podía ver a tres directamente y dos de ellos estaban señalando algo. Los ojos de Oscar se desviaron hacia las pantallas. Habían aparecido aquella especie de ardillas roedoras; las cámaras montadas en los cascos las seguían cuando saltaban por las rocas planas que había junto al arroyo. Oscar por fin podía verlas bien y cada vez estaba más claro que el primer nombre que les habían dado no era muy adecuado. No se parecían en nada a las ardillas. El cuerpo, cónico y redondeado, de treinta centímetros de longitud, estaba cubierto de escamas de color gris plomo, con una textura asombrosamente parecida a la de la piedra. Tenían tres poderosas extremidades en la parte posterior del cuerpo, una justo debajo de él y dos, un poco más largas, a ambos lados. Donde se conectaban al cuerpo principal tenían la misma forma que un muslo de pollo, salvo que no había ninguna articulación, la mitad inferior era un simple palo. Era como si caminaran sobre zancos diminutos, lo que hacía de sus movimientos algo rápido y brusco. La cabeza era un morro gigantesco con anillos de escamas segmentados que les permitía doblarla en todas direcciones. La punta era una garra con tres pinzas colocadas alrededor de una abertura para la boca. A dos tercios del morro había tres ojos negros incrustados en las profundidades de los pliegues que arrugaban las escamas.
    -Unos bichos feísimos -dijo McCain Gilbert-. Parecen, no sé, primitivos.
    -Nosotros creemos que están bastante evolucionados -dijo xenobiología-. Es obvio que tienen un gran sentido del equilibrio y la disposición de los miembros les proporciona una capacidad locomotora sofisticada.
    No saltaban de un lado a otro, según vio Oscar, era más como el brinco de un canguro. Al observarlos, le preocupó que el personal de primera línea los estuviera asustando porque no paraban quietos un momento. Uno de ellos salió disparado hacia delante y chapoteó con las pinzas en el agua. Cuando sacó el morro, las garras empuñaban una mata de follaje de color lavanda y se movían a una velocidad increíble para meterse el chorreante bocado en la abertura de la boca.
    En la visión virtual de Oscar se destacó una advertencia naranja sobre una sección de la telemetría del traje de aislamiento de McCain Gilbert. Los avisos se repitieron en los otros miembros del equipo.
    -Mac, ¿qué estáis pisando?
    Las imágenes de las cámaras de los cascos se inclinaron al unísono. La hierba plumosa se estaba enroscando poco a poco para rodear las botas de los exploradores. Una bruma fina se escapaba de las puntas con forma de cebolla de cada brizna.
    -¡Hostia! -exclamó McCain Gilbert. Levantó a toda prisa un pie. La hierba no era lo bastante fuerte como para impedírselo. En la parte superior de la bota estaban saliendo ampollas y burbujas. El resto del equipo gritó alarmado y también empezó a apartar las botas.
    -Es una especie de ácido -dijo ciencias planetarias.
    Oscar notó que todas las criaturas se estaban alejando a saltos de los humanos a una velocidad notable.
    -¿Qué clase de planta tiene savia que es un ácido? -preguntó McCain Gilbert.
    -Ninguna buena -dijo xenobiología-. Señor, recomiendo traerlos de vuelta.
    -Estoy de acuerdo -dijo defensa de emergencia-. Aunque solo sea porque tenemos que quitarles ese ácido antes de que les atraviese las suelas de las botas.
    -Creo que tienen razón, Mac -dijo Oscar-. Volved a meteros en la cámara medioambiental.
    -Ya vamos.
    -Xenobiología, qué me cuenta -dijo Oscar.
    -Qué interesante. Las plantas no se movieron hasta que nuestro equipo estuvo quieto durante unos momentos, así que supongo que lo más probable es que operen con un disparador de tiempo/presión. Me recuerda a una matamoscas de Venus, salvo que esto es mucho más desagradable y a mayor escala. Cualquier animal pequeño que deje de moverse tiene muchas posibilidades de quedar atrapado y disuelto.
    Oscar echó un vistazo a la salida ovalada. McCain Gilbert y su equipo ya casi habían llegado al borde. Tras ellos no había señal de aquellas criaturitas que no eran ardillas.
    -Esos animales nativos no se quedaban quietos ni un momento -murmuró.
    -No, señor -dijo xenobiología-. Y a la hierba le resultaría difícil capturar la estructura de sus patas. Me encantaría saber de qué están hechas sus escamas, parecían bastante duras. Cualquier cosa que haya evolucionado aquí tiene que ser relativamente resistente al ácido.
    -¿Hasta qué punto está extendida esta planta? -preguntó Oscar-. ¿Y el resto de la vegetación va a ser parecida?
    -Las imágenes que recibimos de los satélites de la órbita inferior indican que las plantas cubren casi la totalidad del terreno -dijo sensores-. Si no es esta especie concreta de hierba, es una prima carnal.
    -Maldita sea -siseó Oscar.
    El personal de primera línea se apresuró a regresar a la cámara de confinamiento para el entorno alienígena. En la parte inferior de la rampa habían surgido del suelo cubículos de descontaminación. Las duchas estaban diseñadas para lavar esporas o partículas peligrosas, pero serían igual de efectivas en ese caso. Los miembros del equipo se colocaron debajo de las alcachofas mientras el agua caía a chorros.
    -Muy bien -les anunció Oscar a todos por el circuito cerrado-. Nuestra prioridad es establecer hasta qué punto está extendida esta variedad de hierba y si las otras plantas están emparentadas con esta. Sensores, saquen un robot de muestras marca 8. Quiero comprobar los árboles más cercanos. Y hay unas cuantas clases más de plantas entre esa hierba. Mac, someteos a una descontaminación completa y quitaos los trajes. No creo que volvamos a necesitaros hoy.
    Todos los presentes en el centro de control observaron con ansia el avance del robot de muestras, que rodaba por la hierba roja. Se detuvo varias veces para cortar secciones de hojas de matas de otras plantas y luego se dirigió al árbol más cercano, que estaba a ciento cincuenta metros. Cuando se acercó, todos vieron el dibujo irregular de las ramas que se bifurcaban en ángulos muy marcados. No había muchas hojas, solo unos cuantos esbeltos triángulos de color beis agrupados alrededor del extremo de cada ramita. Unas pepitas negras parecidas a nueces colgaban de casi todas las junturas de las ramas.
    El robot de muestras se detuvo a un metro del ceroso tronco y extendió con cuidado un brazo electromuscular. Todas las pepitas de esa mitad del árbol estallaron a la vez y un torrente de líquido cayó como una lluvia sobre el suelo circundante y el robot de muestras, cuyo revestimiento empezó a disolverse casi de inmediato. El ácido empezó a filtrarse y la telemetría terminó.
    Oscar se cubrió la cabeza con las manos y gimió.
    -¡Mierda!
    A las veintiuna cero cero horas, habían confirmado que la vegetación del planeta compartía una bioquímica común. Oscar había trasladado la salida del agujero de gusano ocho veces, a regiones diferentes, cada una tenía sutiles variantes de aquella especie de hierba y no había variaciones en la composición bioquímica.
    Ordenó que se cerrara la vía de salida y que se redujera la potencia del mecanismo a nivel dos. Aquello desalentó a todos, sobre todo en una misión que había empezado de una forma tan prometedora. Después tocaba lidiar con las estupideces administrativas; el personal de tierra, que según el programa debía sustituir al equipo principal y hacerse cargo de la exploración, tuvo que delegar en el equipo de preliminares. Todo el mundo tenía que cumplimentar una montaña de informes.
    La puerta del centro de control se cerró detrás de Oscar.
    -Otro día, otra estrella -murmuró para sí. Estaba cansado, decepcionado y muerto de hambre así que no pensaba ponerse a hacer el papeleo esa noche. Le dijo a su mayordomo electrónico que le encargara a su doncella robot que hiciera una cena decente y que abriera una botella de vino para que respirase. Para cuando llegase a casa, ya lo tendría todo listo.
    Justo cuando empezó a bajar por el pasillo salieron varias personas de la puerta de la galería de observación que tenía delante. Dermet Shalar entre ellos, el director de la estación del TEC en Merredin, la última persona a la que Oscar quería ver en esos momentos. Dudó un momento y bajó la cabeza con la esperanza de que Dermet no lo viera.
    -Oscar.
    -Ah, buenas noches, señor. Me temo que no ha sido un buen día.
    -No, lo cierto es que no. Pero bueno, astronomía tiene una lista enorme de posibles objetivos. No nos faltan nuevos mundos que explorar.
    Oscar dejó de escuchar a su jefe, acababa de reconocer al hombre de aspecto juvenil y traje caro que aguardaba al lado de Dermet.
    -¿Ha estado viendo la operación de hoy?
    -Sí -dijo Wilson Kime-. Recuerdo bien esa sensación de decepción.
    -Estoy seguro.
    -Pero me ha impresionado su modo de dirigir las cosas ahí dentro.
    -Ya.
    Lo que no era un comentario muy inteligente, pero Oscar sabía que había muy pocas razones para que Kime estuviera allí. Un torrente de adrenalina hizo desaparecer su fatiga de repente. Que lo fueran a buscar a su trabajo para ofrecerle un puesto en aquella misión de exploración del TEC era el cumplido definitivo.
    Y como si le leyera el pensamiento, Wilson sonrió.
    -Necesito a alguien como usted para el puesto de segundo al mando. ¿Le interesa?
    Oscar le echó un vistazo a Dermet Shalar, que mantenía una expresión cuidadosamente neutral.
    -Por supuesto.
    -Bien. El puesto es suyo, si lo quiere.
    -Lo quiero.
    Dos días más tarde, Oscar llegó al complejo del proyecto de la nave estelar, en Anshun. Le asignaron un despacho al lado del de Wilson, en el último piso, en una de las tres torres centrales de cristal, junto con un equipo de tres personas. Desde la primera reunión oficial de esa misma mañana, Wilson y él tuvieron que darle prioridad absoluta al problema de la selección de personal. Solo era el primer indicio de lo que iba a pasar. Nigel Sheldon no bromeaba cuando hablaba del número de solicitudes presentadas para unirse a la misión. Decenas de millones de personas de toda la Federación, respaldadas por su Gobierno o por alguna venerable y respetada institución, aporreaban los filtros de los programas del TEC en busca de un hueco en la nave estelar. Desde el comienzo decidieron que cubrirían los puestos científicos con miembros de la división de exploración del TEC siempre que fuera posible. La tripulación general también se nombraría siguiendo una política similar. Se harían excepciones con aquellos cuyos logros fueran excepcionales. Los dos reconocieron que eso significaría genios con cierto peso político.
    -¿Hay alguien a quien le deba un gran favor? -preguntó Wilson-. Podríamos empezar quitándonos eso de en medio.
    -Estoy seguro que habrá un montón de gente tanto de esta vida como de la primera que se va a acordar de repente de esos cinco dólares que me prestaron. Prácticamente todos los que trabajan en la estación de Merredin se las arreglaron para tropezarse conmigo antes de que me fuera y me contaron lo estupendos que son. Todo lo que puedo decir es que McCain Gilbert es el mejor jefe de equipo de primera línea con el que he trabajado.
    -¿Lo quiere para ese puesto en el Segunda Oportunidad?
    Oscar lo pensó un momento.
    -¿Así de fácil?
    -Tenemos que empezar por alguna parte y tenemos que hacer la selección según una base racional. Después de todo, así fue como lo elegí a usted. Le pregunté a Sheldon quién era su mejor director de Operaciones.
    Oscar había supuesto que había sido algo así, pero, ¿a quién no le gustaba oírlo de primera mano?
    -Muy bien, me gustaría tener a Mac. ¿Y usted? ¿Tiene alguna preferencia para la tripulación?
    -Hay cincuenta ejecutivos de Farndale con los que me gustaría contar para la fase de construcción del proyecto, para allanar el calendario actual, y es probable que me los traiga. Pero en cuanto a alguien familiarizado con este tipo de misión, no, ya no.
    
    Habían conseguido localizar a otros dos miembros de la tripulación del Ulises. Nancy Kressmire, que jamás había vuelto a abandonar la Tierra, y tampoco el servicio público. En esos momentos era la inspectora ecológica del noroeste de Asia y estaba increíblemente comprometida con su trabajo; claro que, después de todo, llevaba ciento cincuenta y ocho años en él. Nancy le había dicho que no en cuanto Wilson la había llamado, ni siquiera había esperado a decir hola ni había preguntado a qué venía aquella llamada después de tantos siglos.
    -¿Estás segura? -había preguntado Wilson.
    -No puedo irme, Wilson. Hay tantas cosas que arreglar todavía en esta bendita Tierra. ¿Cómo podemos enfrentarnos a unos alienígenas antes de haber curado los males que afligen a nuestra propia gente? Nuestra obligación moral está clara.
    Wilson no discutió con ella aunque, en realidad, había muchas cosas que quería decirle a Nancy y a todos sus cruzados. La Tierra que querían los ultraconservadores verdes no había existido jamás, era un sueño idealizado de lo que podría ser el Paraíso. Un Edén que no se diferenciaba tanto de York5, pensó para sí.
    El personal de Sheldon solo había conseguido localizar a otro miembro de la vieja tripulación, Jane Orchiston. Wilson le echó un vistazo a su expediente y ni siquiera se molestó en hacer la llamada. Llámenlo prejuicios o intuición, a él le daba igual. Wilson solo sabía que sería una pérdida de tiempo. Dos siglos antes, Orchiston se había trasladado a Felicidad, un planeta solo para mujeres. Desde entonces, Jane se había dedicado con entusiasmo a la tarea de parir niñas, a un ritmo de una cada tres años, más o menos.
    Wilson pensó que tampoco era un récord excepcional para una tripulación que se suponía que representaba lo mejor que podía ofrecer la humanidad en aquel momento. Tres supervivientes conocidos de treinta y ocho miembros originales: un plutócrata, una burócrata y una madre-tierra.
    En la segunda mitad de la reunión se programó una conferencia a través de la unisfera con James Timothy Halgarth, el director del Instituto de Investigación de Tierra Lejana.
    -Me interesa su opinión sobre lo que el señor Halgarth tenga que decir del Marie Celeste y su tripulación -le dijo Wilson a Oscar-. La localización de conocimientos alienígenas es un aspecto de nuestra misión que voy a delegar en usted.
    -¿Tan importante cree que es?
    -Sí, necesitamos saber lo que saben ellos. O lo que no saben. Quiero enfocar el acercamiento al Par Dyson desde todos y cada uno de los ángulos posibles, no solo el viaje físico. Estuve preparándome para la misión en Marte durante casi toda una puñetera década. Terminé sabiéndolo todo de su geología, sus características y su geografía, más que cualquier catedrático universitario, incluso los libros que se habían escrito sobre él, ya fueran realidad o ficción. Todo. Me sabía de memoria los mitos además de los hechos. Por si acaso. Estábamos listos para cualquier cosa, cualquier eventualidad. Y total, de lo que nos sirvió al final.
    -Sheldon y Ozzie no tenían nada que ver con Marte.
    Wilson esbozó una amplia sonrisa.
    -A eso voy precisamente. Así que... después de esto, fije una fecha para ir a ver a los expertos xenoculturales de la Federación cuando hablen con los silfen. Vaya al Ángel Supremo. Entreviste a un raiel. No me creo que ninguno de nuestros supuestos aliados no sepa nada del Par Dyson. La mayor parte lleva por aquí mucho más que nosotros, coño, y desde luego todos eran capaces de hacer viajes estelares cuando ocurrió.
    -¿Y por qué no nos iban a decir nada?
    -Dios sabrá. Claro que en todo esto hay muchas cosas que no parecen lógicas.
    -De acuerdo. Lo añadiré a mi lista.
    El mayordomo electrónico de Wilson anunció que el agujero de gusano que conectaba Medio Camino con Tierra Lejana había comenzado la fase activa de su ciclo, que duraba diez horas. La unisfera estableció un enlace con la pequeña red de datos de Ciudad Armstrong. Desde allí, una solitaria línea terrestre transmitió la llamada al instituto.
    El gran portal ubicado al otro extremo del estudio de Wilson chispeó entre una electricidad estática multicolor que al despejarse mostró al director James Timothy Halgarth sentado detrás de su escritorio; era miembro de cuarta generación de la familia que había fundado Edenburg, lo que le proporcionaba un nivel bastante razonable de antigüedad dentro de la dinastía.
    Vestía un sencillo traje de color azul pálido de tejido semiorgánico que se estiraba y contraía alrededor de sus miembros siempre que se movía, lo que le proporcionaba una libertad absoluta de movimientos. Su edad aparente era de unos treinta y cinco o treinta y seis años, aunque estaba calvo por completo, un estilo muy poco habitual en la Federación. Unos pequeños tatuajes CO de color platino y esmeralda rielaban en sus mejillas.
    -Capitán Kime, por fin -dijo el director con un entusiasmo obvio-. Disculpe el retraso, no hemos podido llevar a cabo esta conferencia hasta ahora. Los Guardianes del Ser atacan nuestra línea terrestre con una tenacidad muy molesta. Las reparaciones actuales se completaron hace solo tres horas. Y sin duda sufriremos el próximo corte en solo unos días.
    -Siento oírlo -dijo Wilson-. ¿No estarían mejor con un repetidor por satélite?
    -Antes lo teníamos. Los Guardianes lo derribaron de un disparo, al igual que a sus tres sustitutos. En realidad es más rentable tener una línea terrestre y mantener en nómina a un equipo de reparaciones. El cable de fibra óptica es muy barato.
    -No me había dado cuenta de que la situación civil estaba tan mal en Tierra Lejana.
    -En general no es para tanto. Nosotros somos los únicos que sufrimos los asaltos de los Guardianes. Es deplorable, pero son unos xenófobos, por no hablar ya de violentos.
    -No tengo demasiada información sobre sus objetivos; nunca le he prestado mucha atención a las teorías conspirativas. Creen que ustedes están ayudando a un superviviente alienígena del arca estelar, ¿no?
    -En realidad creen que trasladamos al aviador estelar a la Federación. Pero más o menos su argumento es ese, sí.
    -Ya veo. Han estado poniendo en circulación una gran cantidad de propaganda diciendo que fue el aviador estelar el que organizó toda la misión del Segunda Oportunidad. Lo que en realidad necesito saber, y quiero que me lo diga alguien que lo sepa de buena tinta, es si existe alguna posibilidad de que el Marie Celeste saliera en realidad del Par Dyson. ¿Tendría ese tipo de alcance de vuelo?
    -En teoría, sí. Una vez que la nave acelera hasta alcanzar su velocidad de vuelo de cero coma setenta y dos velocidad de la luz, su alcance está limitado solo por la cantidad de combustible que transporta para alimentar a los generadores del campo de fuerza y desde luego por el tiempo de vida de los generadores en sí. Sin embargo, nuestras investigaciones han determinado que el tiempo de vuelo real fue de quinientos veinte años. El arca estelar no venía del Par Dyson, ni siquiera pasó junto a él. Procedía de algún lugar más cercano.
    -Quizá fuera un planeta que no disponía del tipo de barrera protectora que poseía el Par Dyson -dijo Oscar-. No podían defenderse contra lo que fuera que estaba amenazando a los alienígenas de Dyson, así que se fueron, ¿es posible?
    -Podemos especular sobre su origen y la razón del vuelo tanto como usted quiera -dijo el director-. Pero como todavía no sabemos de qué estrella procedía el arca, tampoco podemos determinar la razón del vuelo. Que nosotros sepamos, podría haber tenido su origen en algún lugar de la Federación.
    -¿Y si la especie que viajaba en el Marie Celeste fue la razón del cerco? -preguntó Wilson.
    -Lo siento -dijo el director-. No le sigo.
    -Si fue más de un arca estelar lo que partió de su estrella de origen, la civilización del Par Dyson podría estar defendiéndose de los alienígenas del arca. Después de todo, mire lo que el Marie Celeste le hizo a la estrella de Tierra Lejana cuando llegó aquí.
    -Ah, la megallamarada. Sí, supongo que es un argumento válido, aunque no veo qué razón hay para que las barreras permanezcan levantadas tanto tiempo. Pero es cierto que creemos que la esterilización de Tierra Lejana fue un lamentable efecto secundario. La llamarada se provocó para que actuara como fuente de energía del mensaje.
    -Pues menudo efecto secundario.
    -Hay que tener en cuenta el punto de vista alienígena y es de suponer que su ética también. Provocaron la llamarada para comunicarse con la galaxia entera, de un extremo a otro. La máquina que manipuló la estrella para que soltase la llamarada, a continuación modificó la emisión y la convirtió en una señal de radio lo bastante potente como para que se pudiera detectar más allá de las Nubes de Magallanes. No cabe duda de que los humanos la captamos con toda facilidad, apenas se necesitaba una antena cuando la señal llegó a Damaran, por no hablar ya de los escáneres de búsqueda de vida inteligente que se utilizaban entonces.
    -Pero nadie sabe lo que decían -comentó Wilson-. Hemos tenido ciento ochenta años para decodificar la señal y que yo sepa todavía no se ha avanzado nada. Debían de estar retransmitiéndole algo a su planeta natal.
    -Esa es desde luego una de las teorías que propone el Instituto, capitán. Tenemos cien más si tiene tiempo para escucharlas todas. Todo lo que podemos hacer es examinar los restos e intentar encajar tantas piezas del rompecabezas como nos sea posible. Un día tendremos todas las respuestas. Por desgracia, no será en un futuro cercano.
    -Ustedes deben de tener alguna idea sobre su procedencia -dijo Oscar-. Si viajaron a cero coma siete velocidad de la luz durante quinientos años, eso les da un punto de origen que está a unos trescientos cincuenta años de Tierra Lejana, más o menos. Seguro que pueden hacer coincidir una estrella con el espectro de luz de la sección habitable de la nave.
    -Eso sería difícil, señor Monroe, los tanques tenían una fuente de iluminación de espectro múltiple. No estaban intentando igualar la emisión de su estrella natal.
    -¿Tanques? El rostro del director del Instituto reflejó una leve desilusión. -Dentro del Marie Celeste no se había reproducido ningún entorno de superficie planetaria. La nave transportaba tanques. Por lo que hemos podido deducir por los residuos, esos tanques estaban llenos de agua y un tipo de algas unicelulares.
    -¿Era una especie acuática?
    Oscar estaba fascinado. Nunca había investigado nada sobre el arca estelar. Tierra Lejana estaba en la lista de mundos que quería visitar durante su vida sabática.
    -Una vez más, esa es una de las teorías -dijo James Halgarth-. No había restos de ninguna criatura evolucionada en los tanques y jamás hemos identificado ninguna especie parecida en el océano de Tierra Lejana. Otra teoría es que el Marie Celeste era en realidad una nave semillero automatizada. Estaba programada para esterilizar el mundo habitable que encontrara y luego sembrarlo con las muestras genéticas de su propio mundo, para dejarlo listo para que sus constructores lo colonizaran una vez que la formación del nuevo mundo alienígena se hubiera completado.
    -Otra buena razón para levantar una barrera -dijo Wilson.
    -Lo dudo, capitán. En primer lugar, si se tiene la tecnología para erigir el tipo de barrera que se halla en el Par Dyson, entonces no cabe duda de que tiene la capacidad para desactivar una nave robot antes de que comience la misión que la ha llevado a su sistema. En segundo lugar, es un método de colonización interestelar increíblemente defectuoso. Los recursos que se emplean en la construcción de una nave así son enormes, y ni siquiera funcionó. La llamarada mató la mayor parte de la vida nativa de Tierra Lejana, pero no toda. Pero tampoco se ha encontrado ningún rastro de especies no nativas. Y si esta nave forma parte de una flota, ¿dónde están todas las demás llamaradas que anuncian que las demás naves han comenzado la esterilización? En tercer lugar, si se trata de una civilización que surca el espacio y tiene intención de extenderse más allá de su sistema solar, no cabe duda de que irá mejorando su tecnología de forma constante. Es cuestionable que llegue a desarrollar una forma de viajar más rápido que la luz, pero no cabe duda de que podría construir naves mejores que el Marie Celeste; la segunda oleada adelantaría a la primera y viajaría más allá. ¿Por qué no hemos visto ninguna otra nave de la especie que lanzó al Marie Celeste? Me temo, caballeros, que con Tierra Lejana y su lugar de aterrizaje se nos presenta un acertijo único. Como se suele decir, es un misterio envuelto en un enigma. Pero debo llegar a la conclusión de que no tiene nada que ver con el Par Dyson.
    -Estoy seguro de que está en sus informes -dijo Oscar-. ¿Pero qué pasa con la electrónica que se encontró a bordo? Seguro que han rescatado algún programa, ¿no?
    -No. Los procesadores que quedaron instalados son bastante estándar, utilizaban un principio de barrera básica como el nuestro, aunque parte de la química implicada es diferente de todo lo que empleamos nosotros. Sin embargo, la matriz de control central ha desaparecido, la han recuperado o eliminado.
    -¿Antes o después de que se estrellara al aterrizar?
    -Después. Y no fue tanto que se estrellara como un aterrizaje muy brusco. Los sistemas del arca estelar estaban funcionando en ese momento, de otro modo habría sido un choque auténtico y todo lo que podríamos examinar sería un cráter muy profundo. La versión oficial del Instituto es que la llamarada consiguió llamar a otra nave y una misión de rescate recogió a los supervivientes. Es lo que encaja con todos los hechos que conocemos. Todo lo demás es pura teoría conspirativa.
    -Ha mencionado niveles tecnológicos -dijo Wilson-. ¿El Marie Celeste es producto de una tecnología más avanzada que la nuestra?
    -Por definición, nuestra cultura está más avanzada porque disponemos de generadores de agujeros de gusano. Pero eso es ahora. Según nuestros mejores cálculos, el Marie Celeste se lanzó alrededor del 1300 d. C., y en ese momento apenas acabábamos de comenzar el Renacimiento.
    -Ya veo a qué se refiere. Aunque el ritmo de progreso de su tecnología solo fuera la mitad que el nuestro, a estas alturas deberían tener el mismo tipo de senderos que utilizan los silfen.
    -Exacto.
    -¿Pero y ahora? ¿Es lo que nosotros tenemos ahora equivalente al Marie Celeste?
    -La respuesta más fácil es que es equivalente, pero diferente. No cabe duda de que podríamos construir una nave estelar más sofisticada, aunque fuera más lenta que la luz. Es obvio que ellos no tenían la capacidad que tenemos nosotros para generar agujeros de gusano, pero, claro, nosotros no sabemos cómo provocaron la llamarada de la estrella.
    Wilson recordó varias reuniones que había tenido con los jefes de seguridad de la Federación, personas con un rango tan alto que el público general ni siquiera sabía que existían sus Juntas Directivas. Se habían mostrado muy impacientes por examinar la posibilidad de la «bomba llamarada» del Marie Celeste. Los investigadores militares de Farndale pensaban que podría ser una especie de efecto de un campo cuántico inestable que alteraba la superficie de la estrella; como cuando se dejaba caer una carga de profundidad en el océano. Aparte de los estudios teóricos, jamás se había hecho nada, y desde luego no a nivel de equipamiento. Por supuesto, él no sabía qué podrían haber desarrollado otras compañías. Quizá mereciera la pena comentarlo con Nigel Sheldon sin que nadie se enterase.
    -¿No lo están examinando al menos?
    -No hay nada que examinar, capitán. Hemos clasificado cada uno de los componentes que hay a bordo del arca estelar y hemos identificado su uso. No sé lo que provocó la llamarada, pero no está aquí. Es de suponer que, si había más de uno, el resto lo evacuaran junto con la tripulación y la matriz de control. Después de todo, no es la clase de cosas que una especie responsable dejaría tirada por ahí.
    -Tiene razón. Lo que yo estaba intentando determinar a través de la tecnología de la llamarada es si los constructores del Marie Celeste tenían la capacidad de erigir la barrera de las Dyson.
    -No, no tenían esa capacidad. Las barreras del Par Dyson son anteriores a la nave estelar. Aquí nos enfrentamos a una especie alienígena más sin identificar, quizá a dos si son ciertas las ideas más descabelladas sobre la naturaleza defensiva de la barrera. Le deseo suerte con su encuentro.
    -Gracias.
    -Y ya que estamos en contacto, sería un placer para mí ofrecerle un permiso sabático a cualquiera de los investigadores del Instituto que usted quisiera incluir entre su tripulación. Los expertos que tenemos aquí son formidables, tanto en términos de experiencia como de capacidad, y muchos de ellos están en puestos de responsabilidad, como yo mismo.
    -Es una oferta muy generosa, señor director. Estamos a punto de publicar nuestros requisitos para el Segunda Oportunidad y estoy seguro de que su personal los cumplirá.
    -Muy bien, entonces. -El director tenía la mano levantada en un pequeño gesto de despedida cuando la imagen desapareció del portal.
    Oscar hizo una mueca.
    -Bueno, eso saca a los alienígenas del Marie Celeste de la ecuación.
    -Eso parece, no es que yo haya creído jamás a los Guardianes, pero nos han dado una munición muy útil para la próxima entrevista con los medios.
    
    Aunque según el calendario oficial era verano, los vientos del oeste llevaban más de tres semanas trayendo nubes de lluvia del océano. Ciudad Leónida sufría tormentas y riadas en la mayor parte de los parques. Incluso en ese momento el cielo estaba bloqueado por unas nubes grises y sin lustre cuya llovizna constante caía sobre el toldo de plástico ligero que habían levantado sobre el podio. Al mirar al público sentado en el césped del jardín botánico de la universidad, Dudley Bose ni siquiera veía el espejeo apagado de la humedad que se pegaba a los trajes y a los imaginativos sombreros de verano. Estaba demasiado absorto en su propia sensación de asombro y regocijo como para prestar atención a algo tan mundano como el tiempo.
    El decano también parecía inmune al sufrimiento que tenía delante, su discurso seguía divagando sin parar. Justo detrás de él, la vicepresidenta de Gralmond estaba intentando mantener una expresión cortés. El decano terminó al fin su discurso felicitándose por el progreso de la universidad y después le hizo un gesto a Dudley Bose.
    Mientras se dirigía al atril, Dudley tuvo un repentino ataque de nervios cuando cayó en la cuenta de la importancia del acontecimiento. Divisó entonces a Wendy, su mujer, sentada muy erguida en primera fila y aplaudiendo con ganas. Colocados a su lado, sus estudiantes; uno de ellos soltó un silbido penetrante, mientras los otros dos se reían como si aquello fuera el mayor chiste del mundo. Típico, pensó. Pero el hecho de verlos le permitió continuar con una convicción renovada.
    Dudley se acercó al decano, que le entregó con un gesto solemne el pergamino que lo nombraba catedrático. Los aplausos aumentaron y Dudley le sonrió muy contento a su mojado público y no se rascó el tatuaje CO de la oreja; Wendy había sido muy clara con eso. Dio las gracias con los habituales y trillados comentarios y añadió que era un privilegio formar parte de una institución académica tan magnífica como aquella universidad, señaló por un instante que el Gobierno siempre debería apoyar a la ciencia pura (un asentimiento pensativo de la cabeza de la vicepresidenta, que estaba detrás de él) y terminó diciendo:
    -Espero seguir desarrollando el descubrimiento que Gralmond ha hecho posible representando a este planeta como miembro de la tripulación del Segunda Oportunidad. Si puedo contribuir con la pericia y experiencia única de que disponemos, es posible que por fin consigamos desentrañar el misterio que ha obsesionado a nuestra especie durante los últimos doscientos años. Todo lo que puedo decir es que haré todo lo que esté en mi mano para no decepcionarlos. Muchas gracias.
    El aplauso que recibió el final del discurso fue más cálido y ruidoso de lo que Dudley se esperaba. Cuando se volvió, la vicepresidenta se levantó y le estrechó la mano.
    -No dude que haré todo lo que pueda para meterlo en esa nave -murmuró la dama.
    Dudley se sentó y mantuvo una sonrisa tosca en los labios durante todo el discurso de la buena señora, que habló sobre la ayuda a largo plazo que su administración estaba encantada de conceder al recién aumentado Departamento de Astronomía de la universidad. Dudley había estado haciendo campaña para conseguir un puesto en el Segunda Oportunidad desde que había oído hablar de la misión. En todas las entrevistas a través de la unisfera, y habían sido muchas, les había dicho a los periodistas que se merecía estar en esa nave, que su contribución no se podía pasar por alto, que su conocimiento exclusivo sobre la materia lo hacía indispensable a bordo. Había hecho lo mismo con cada político que había conocido, con cada empresario, con cada miembro distinguido de la sociedad con los que se había tropezado en los cien cócteles y cenas a los que lo habían invitado desde el descubrimiento. Había presionado de una forma incesante. La observación del cerco le había proporcionado una seguridad que no sabía que poseía, junto con la concesión de la cátedra y una repentina inyección de dinero para su departamento, porque era su departamento. El éxito, como no tardó en averiguar, tenía un sabor delicioso, y él quería más, la nave estelar era una forma de conseguirlo. No habría límites para lo que podría conseguir cuando regresara triunfante del Par Dyson.
    En cuanto la vicepresidenta terminó su discurso, el público se dirigió a la recepción que daban en el salón principal, donde estaban sirviendo vino y canapés. Varias empresas de la zona habían contribuido a financiar el acontecimiento, lo que le permitió al tesorero contratar un cáterin de fuera, un detalle que elevó el nivel habitual de las fiestas de la universidad.
    Wendy Bose cogió al vuelo una copa de clarete de uno de los jóvenes camareros que pasaban a su lado y miró a su alrededor para ver dónde se había metido Dudley. Para ella era un día de emociones encontradas. El alivio que sentía al ver que su marido conseguía por fin la cátedra era profundo, porque aquello garantizaba el futuro de los dos. Y en el despacho de urbanismo donde trabajaba ella también habían aprobado por fin su ascenso; la pensión de descanso de Wendy estaba a salvo y once años después podría someterse a un rejuvenecimiento. Y esa vez sería decente, pensó. En los últimos años la mujer había sido muy consciente de que se le estaban ensanchando las caderas otra vez. Y encima en el peor momento. Dudley estaba recibiendo muchas ofertas de empresas privadas, incluso se habían mencionado puestos directivos no ejecutivos. En la sala de profesores de la universidad se rumoreaba que su marido sería un firme contendiente para el puesto de decano en unos cuantos años. Wendy tenía que tener buen aspecto, debía encajar en el papel de la esposa capaz que le da todo su apoyo a su marido. Cuando se había casado con él, no se esperaba nada parecido a ese nivel de éxito profesional y personal, solo una vida agradable y tranquila al margen de los círculos sociales y gubernamentales de la capital. Pero la fama de Dudley lo estaba cambiando todo. Hasta ese momento se habían enfrentado a todo juntos, pero Wendy era muy consciente de la fuerza de su matrimonio. Era otra de esas uniones perfectamente amigables que debía durar quizá un par de décadas, el analgésico habitual para la soledad de los mediocres de toda la Federación. Como tal podía seguir tirando con total satisfacción siempre que no le afectara nada de excesiva trascendencia. Pero allí estaba, el astrónomo más famoso de la Fundación, en medio de un campus repleto de chicas jóvenes y guapas, y cortejado por compañías que le ofrecían auténticas fortunas.
    -¿Señora Bose?
    Wendy se volvió y se encontró con un hombre muy alto que la miraba con una sonrisa inquisitiva. Aparentaba unos treinta y ocho o treinta y nueve años, aunque la señora Bose sabía que debía de ser mucho mayor, al menos había vivido varias vidas. Pocas veces había visto a alguien tan seguro de sí mismo. Tenía un cabello tan rubio que casi lindaba con lo argénteo y unos ojos tan oscuros que era difícil saber dónde empezaba el iris. Combinado con una nariz pequeña y unos pómulos delicados y prominentes, su aspecto era sobresaliente más que atractivo, pero desde luego memorable.
    -Esa soy yo -sonrió Wendy un poco crispada, sabía que las personas como aquella nunca la distinguían a ella, por la razón que fuera.
    -Trabajo en Noticias Earle. -El periodista le tendió una tarjetita con unas alas doradas en el medio-. Me preguntaba si podría disponer de unos minutos de su tiempo.
    -Oh, por supuesto. -Wendy se convirtió de forma automática en la perfecta esposa corporativa, últimamente tenía mucha práctica-. Es un gran día para mí y estoy muy orgullosa; el logro de Dudley significa mucho, no solo para la universidad, sino para el propio Gralmond.
    -Desde luego. No cabe duda de que los ha puesto en el mapa. Tuve que buscar en qué sección del espacio donde estaba Gralmond, y que conste que he estado en muchos mundos. Mi trabajo nunca me lleva a un mismo lugar dos veces.
    -De veras, qué interesante, señor...
    -Oh, solo Brad, por favor.
    -Muy bien, Brad. -Wendy le sonrió por encima del borde de la copa.
    -Una cosa que me pareció curiosa cuando indagué sobre la universidad fue que se puede decir que tiene el Departamento de Astronomía más pequeño que se puede encontrar. ¿Fue su marido el que lo fundó?
    -Oh, no, fue el Dr. Marance, uno de los fundadores de la universidad, su disciplina era en realidad la astrofísica. El Departamento de Astronomía se puso en marcha bajo su amparo. Al parecer era un personaje bastante dinámico al que no era fácil decirle que no. Él creía que la astronomía era un componente esencial a la hora de clasificar el universo, así que no encontró mucha oposición cuando se puso a levantar el observatorio. Después se fue para someterse a un rejuvenecimiento y Dudley consiguió el puesto y siguió dirigiendo el departamento. No ha sido nada fácil, a decir verdad; el Departamento de Astronomía seguía formando parte del de Física. En realidad no ha sido independiente hasta hoy. -La señora Bose tomó un sorbo de vino-. Es un gran día.
    -Ya veo. Pero de todos modos consiguió atraer fondos después de la marcha del Dr. Marance, fondos suficientes para que siguiera funcionando de forma independiente.
    -Bueno, hay todo tipo de recursos que se pueden solicitar: fundaciones gubernamentales y educativas. Para Dudley, garantizar el presupuesto de cada año ha sido una lucha constante, pero es un hombre muy tenaz y un administrador muy capacitado. Por suerte. Consiguió seguir adelante a pesar de las dificultades, que no fueron pocas. Y bueno, mire los resultados.
    -Desde luego. Así que, en realidad, es el típico caso del hombre noble y humilde contra el universo.
    -Yo no lo diría exactamente así. No es que tuviera oposición, es solo que la astronomía no es la disciplina más valorada en estos tiempos. Todo eso está cambiando, por supuesto. Hemos recibido más de ocho mil solicitudes para estudiar con Dudley el próximo año académico.
    -¿He de suponer que no podrán darles cabida a todos?
    -Por desgracia, no. Aún se va a tardar algún tiempo en ampliar el departamento para ponerlo a la altura de la Federación. Y por supuesto, es muy posible que Dudley entre en la misión del Segunda Oportunidad.
    -¿De veras?
    -Debería entrar -dijo Wendy de forma rotunda-. Después de todo, es el descubridor. Ha consagrado años de su vida al Par Dyson y esa dedicación lo ha convertido en el principal experto de la Federación sobre el tema. Sería muy extraño que no lo llevaran como parte del equipo científico, ¿no le parece?
    -Supongo. ¿El capitán Kime le ha pedido que se una a la tripulación?
    -Todavía no.
    -Como usted dice, estoy seguro de que solo es cuestión de tiempo. Pero a mí me interesa más su historia y la del Departamento de Astronomía de esta universidad. Estoy seguro de que es muy modesta, la verdad es que parece una batalla épica: la lucha por el reconocimiento, la lucha por el dinero, año tras año. Nos hace comprender mucho mejor la personalidad de su marido.
    -Estoy muy orgullosa de él.
    -¿Puede decirme quienes fueron los que lo apoyaron en el pasado? Por ejemplo, ¿qué fundaciones educativas proporcionaron dinero o recursos?
    -Oh, bueno, estaba el Primer Progreso de Frankton, el Fondo de Perspectivas de St. James, la Fundación para la Posibilitación de la Investigación Pura de Kingsford, Empresas BG, todos hicieron contribuciones muy generosas; pero la donación más importante procedía de la sociedad benéfica Cox de Educación, tienen su base en la Tierra.
    -Una sociedad benéfica de la Tierra que apoya un trabajo aquí, tan lejos, qué singular.
    -Apoyan muchos de los proyectos científicos básicos de las universidades de toda la Federación, según creo.
    -¿Y cuánto tiempo llevan apoyando los comisionados de Cox al departamento de su marido?
    -Once años ya, desde que llegamos aquí.
    -¿Cómo son?
    -¿Quiénes?
    -Los comisionados de la sociedad benéfica.
    -No lo sé. El contacto se estableció a través de la unisfera. En realidad nunca han estado aquí. Somos uno de los miles de proyectos que apoyan.
    -¿No han venido ni siquiera hoy?
    -No, me temo que no. Como usted dice, es un viaje muy largo por una simple copa de champán y un canapé.
    -Ya, ¿y qué hizo que el profesor Bose eligiera el Par Dyson como objetivo de su observación?
    -La distancia. Gralmond estaba en el lugar perfecto para observar el cerco. Aunque no es que se esperara nada tan dramático como esto, claro.
    -¿Y escogió Gralmond por eso? ¿Ya le interesaba el Par Dyson antes de venir?
    -No especialmente, no. Después de todo, Dudley es un astrónomo puro, y el cerco es para todos un acontecimiento asombroso, no es algo natural.
    -¿Entonces solo comenzó la observación después de llegar aquí?
    -Sí.
    -¿Qué dijo la universidad sobre su propuesta?
    -No dijo nada, es Dudley el que decide los objetivos del Departamento de Astronomía.
    -¿Y las fundaciones, no pusieron ninguna objeción? Son, sobre todo, instituciones puramente científicas, ¿no?
    -Brad, ¿está intentando encontrar algún escándalo?
    -Oh, por Dios, no. Hace décadas que no trabajo para programas amarillistas como el de Baron. Solo quiero conocer la historia, eso es todo. Para contar algo bien, hay que conocer los antecedentes; no es que se vaya a incluir todo, pero esos detalles tienen que estar ahí para añadir credibilidad. Lo siento, menudo sermón le estoy echando, llevo demasiado tiempo haciendo mi trabajo.
    -Eso no ha sido ningún sermón. Si hubiera vivido con Dudley, sabría lo que es un verdadero sermón. Maldita sea. ¿Ha sonado muy amargo?
    -Estoy seguro. ¿Las fundaciones y sus contribuciones?
    -Lo apoyaron en todo, sobre todo Cox. De hecho, creo que la observación del Par Dyson estaba especificada en el contrato de dotación, querían asegurarse de que se llevaba a cabo de principio a fin.
    -¿Ah, sí?
    Y solo por un segundo Wendy vio un destello de triunfo en el delgado rostro del periodista. Fue inquietante, le había parecido una persona más contenida, un hombre sofisticado con una larga vida a sus espaldas.
    -¿Es importante? -preguntó Wendy.
    -En absoluto -dijo Brad con una sonrisa cortés mucho más propia de él. Después se inclinó un poco hacia delante y le preguntó con malicia-. Bueno, cuénteme, y el decano, ¿cómo lleva todo esto? Uno de sus catedráticos se está convirtiendo en el académico más famoso de la Federación, debe de ser un pequeño golpe.
    Wendy le lanzó a su copa una mirada recatada.
    -Oh, no sabría decirle.
    -Oh, bueno, no se puede decir que no lo haya intentado. Déjeme darle las gracias por concederme tantos minutos de su tiempo en un día como hoy.
    -¿Eso es todo?
    -Sí. -El periodista inclinó la cabeza con gesto cortés y después levantó un dedo-. Una cosa, cuando vea a Paula, por favor dígale de mi parte que deje de concentrarse en los detalles, es la imagen de conjunto lo que cuenta.
    -No lo entiendo, yo no conozco a ninguna Paula.
    Brad sonrió.
    -Ya la conocerá. -Y con eso se deslizó entre la multitud dejando a Wendy mirándolo confusa, y acaso un poco irritada también por aquel ridículo y críptico mensaje.
    Tras dos horas de recepción, el mayordomo electrónico de Dudley le dijo que la policía lo llamaba.
    -No hablarás en serio -dijo Dudley.
    -Me temo que sí. Hay dos coches patrulla en casa. Un vecino informó de que había visto salir a alguien sospechoso de ella.
    -Bueno, ¿qué dice la matriz de la casa?
    -La matriz de la casa parece estar desconectada.
    -Maldita sea.
    -¿Va a ir? La policía ha subrayado que es importante.
    -¡Sí, sí!
    Así que tuvo que separarse del presidente de la isla de Orfeo, que le había estado comentando la posibilidad de respaldar con una cantidad importante parte del equipamiento del observatorio (un respaldo que era posible que se extendiese al Segunda Oportunidad), darle la copa de vino a una camarera bastante bonita que le sonrió y lo llamó por su nombre y luego darse una vuelta por el salón para buscar a Wendy. No ayudó mucho que su mujer también estuviera moviéndose entre los invitados para encontrarlo. Los dos decidieron no despedirse del decano.
    El Carlton los llevó a casa. Derrumbado en su asiento, Dudley se dio cuenta de lo borracho que estaba. Pero el vino era bueno y el personal de la empresa de cáterin no dejaba de llenarle la copa. Wendy le lanzó una mirada de desaprobación cuando se bajó del coche con muchísimo cuidado.
    El agente Brampton estaba esperándolos junto a la puerta de su casa, un edificio de dos pisos. Como todas las demás casas de la urbanización, estaba hecha de madera nativa empotrada en un armazón de acero de carbono y pintada de un color verde oscuro. Las ventanas eran blancas, con los cristales totalmente opacos en esos momentos. El policía se llevó la mano a la gorra con gesto informal cuando se acercó el matrimonio.
    -No parece haber ningún daño -dijo-. Pero tendremos que echar un vistazo para ver si falta algo.
    Wendy le lanzó una mirada curiosa a la puerta abierta.
    -¿Está seguro de que se han ido?
    -Sí, señora. Lo hemos comprobado todo a conciencia. No hay nadie dentro aparte de nosotros. -El agente hizo un gesto con la mano abierta.
    Dudley no veía ninguna señal obvia de que se hubiera producido un robo. No había objetos rotos y los muebles estaban donde siempre. El único problema era la falta de respuesta de la matriz de la casa.
    -¿Qué ha pasado? -preguntó.
    -Su vecino llamó para denunciar que había visto a alguien saliendo por la puerta principal. Los individuos se metieron en un coche que había aparcado calle abajo y se fueron. Su vecino sabía que ustedes estaban en un acto de la universidad así que nos llamó.
    -A mi marido le estaban haciendo entrega de su cátedra -dijo Wendy.
    -Sí, señora -dijo el agente Brampton-. Lo sé. Felicidades, señor, se lo merece. Lo que ha hecho ha puesto a Gralmond en el mapa.
    Wendy frunció el ceño. Era la segunda vez en ese día que oía la dichosa frase.
    Dudley le lanzó a la puerta una mirada molesta, estaba conectada con la alarma, como debía, la compañía de seguros había insistido en eso. Y la matriz de la casa tenía unos protocolos de seguridad excelentes.
    -¿Cómo entraron?
    -No estamos seguros. Alguien que sabía lo que se hacía. Esquivaron todos sus sistemas electrónicos y para eso hace falta ser muy listo. O alguien con un programa inteligente.
    Entraron en el estudio de Dudley, que tenía la sensación de que debería disculparse por el desorden. Había libros y artículos impresos en papel satinado por todas partes, equipos viejos, una ventana casi invisible detrás de las exuberantes macetas. Dos forenses estaban examinando el escritorio y el cajón abierto. La matriz de la casa estaba dentro, una simple caja con tomas de corriente que la conectaban a más cables de fibra óptica de lo que en realidad permitía el espectro de rendimiento. Hacía ya tiempo que Dudley tenía intención de actualizarla.
    -Han descargado su memoria -dijo el forense de más rango-. Por eso está desconectada la matriz.
    -¿Descargado?
    -Sí. Todo, programas de gestión, archivos, todo. Ha desaparecido todo. Es de suponer que el ladrón lo guardó en su propia memoria. ¿Espero que tenga copias?
    -Sí. -Dudley miró a su alrededor mientras se rascaba el tatuaje CO de la oreja-. De la mayor parte, por lo menos. Es decir, no es más que una matriz doméstica.
    -¿Había algo valioso en esa matriz, señor? ¿Me refiero a su trabajo y todo lo demás?
    -Parte de mi trabajo estaba allí, pero yo no lo llamaría valioso. La astronomía no es una profesión demasiado hermética.
    -Mm, bueno, podría ser un intento de chantaje, alguien que buscara algo incriminatorio. Le sorprendería lo que se queda en la memoria temporal de una matriz, cosas de hace años. No sé quienes son, pero ahora lo tienen todo.
    -No tengo nada incriminatorio guardado. Es decir, facturas pagadas con retraso, unas cuantas multas de cuando conducía un coche manual... ¿quién no las tiene?
    -De todos modos, señor, ahora es un personaje público. Podría ser buena idea plantearse instalar más sistemas de seguridad, y desde luego, después de esto, debería cambiar todos sus patrones de acceso.
    -Por supuesto, sí.
    -Se lo notificaremos al coche patrulla de la zona -dijo el agente Brampton-. En el futuro los incluirán en su destacamento de vigilancia.
    -Gracias.
    -¿Está seguro de que no falta nada más?
    -No. No me parece que falte nada.
    -Haremos un barrido en busca de fragmentos de ADN, por supuesto, e intentaremos rastrear el coche. Pero esto parece un trabajo de profesionales. Aunque lo más probable es que, si de verdad no hay nada que le preocupe en la memoria de la matriz, no se haga ningún seguimiento.