8
Meara se dijo que tenía que olvidarlo. Dejar atrás un momento de locura provocado por una tensión extrema. No sucedía todos los días que dos buenas amigas te agarraran del brazo y te llevaran volando de un lugar a otro en un abrir y cerrar de ojos, ¿verdad?
Y que en ese lugar vieras a un hombre al que apreciabas de toda la vida y lo creyeras muerto.
Algunas mujeres habrían echado a correr entre gritos, pensó mientras se ponía de nuevo a limpiar el estiércol de las casillas. Algunas habrían sufrido un ataque de histeria.
Lo único que había hecho ella era besar al hombre, que ni mucho menos estaba muerto.
—Lo he besado antes, ¿no? —farfulló, y echó paja sucia a la carretilla—. No puedes conocer a alguien desde la cuna, estar en la misma pandilla, ser la mejor amiga de su hermana y no hacerlo. No tiene importancia. No tiene ninguna importancia.
Ay, Dios bendito.
Cerró los ojos con fuerza y se apoyó en la horca.
No cabía duda de que lo había besado antes, y él a ella.
Pero no de esa forma. No, de esa forma no. No con lengua, dientes y el corazón acelerado.
¿Qué debía de pensar él? ¿En qué pensaba ella?
Más aún, ¿qué coño tenía que hacer la próxima vez que lo viera?
—Vale. —Iona entró en la casilla detrás de ella, apoyándose en su propia horca—. Te he concedido treinta y dos minutos, según mi reloj. Ese es mi límite. ¿Qué ocurre?
—¿Que qué ocurre? —Nerviosa, Meara se tiró del borde de la gorra para bajársela y arrojó más paja en la carretilla—. Estoy limpiando mierda de caballo, igual que tú.
—Meara, casi ni me has mirado, mucho menos has hablado conmigo cuando he llegado esta mañana. Y estás aquí farfullando. Si he hecho algo que te haya mosqueado…
—¡No! Claro que no has hecho nada.
—Eso pensaba, pero andas farfullando y encorvada, con la mirada gacha, por algún motivo.
—Puede que esté con la regla.
—¿Puede?
—No consigo recordar si he estado de mala leche las últimas veces que me ha venido. Mi madre…
Iona la señaló con un dedo para detenerla.
—Tampoco en ese caso piensas con claridad. Cuando se trata de tu madre no paras de despotricar. Y no estás despotricando, te estás escondiendo.
—De eso nada. —Sintiéndose ofendida, Meara se apartó—. Simplemente me tomo mi tiempo para pensar.
—¿Se trata de lo de anoche?
Meara se puso tiesa como el palo de una escoba.
—¿Qué de anoche?
—Connor. La quemadura producida por la magia negra.
—Ah. Bueno, sí, desde luego. Es eso, por supuesto.
Iona entrecerró los ojos de manera especulativa, girando el dedo en el aire.
—¿Y?
—¿Y? Eso debería ser suficiente para cualquiera. A muchos los enviaría al hospital con un ataque de nervios.
—Tú no eres como la mayoría. —Iona se acercó, invadiendo su espacio—. ¿Qué pasó cuando os fuisteis de casa de Fin?
—¿Por qué tuvo que pasar algo?
—¡Ahí está! —señaló Iona—. Has mirado al suelo. Pasó algo y tú lo estás eludiendo.
¿Por qué, Dios bendito, por qué se le daba tan mal mentir cuando se trataba de algo importante?
—Estoy mirando la mierda del caballo que no estoy echando en la carretilla.
—Creía que éramos amigas.
—Oh, oh, eso es un golpe bajo. —Fue el turno de Meara de apuntarla con un dedo acusador—. Esa miradita tristona, esa vocecilla entrecortada.
—Lo es —reconoció Iona con una sonrisa presta—. Pero no es menos cierto.
Dando la batalla por perdida, Meara se apoyó de nuevo en su horca.
—No sé qué decir ni qué hacer al respecto.
—Por eso se habla con una amiga. Branna y tú sois íntimas… y yo no pretendía darte un golpe bajo. Si quieres hablarlo con ella, te cubriré mientras vas a su casa.
—Lo harías —dijo Meara con un suspiro—. Tendré que hablar con ella, esto es obvio. No estoy segura de cómo hacerlo. Ahora mismo puede que sea mejor que hable con la prima en vez de con la hermana. Algo así como ir pasito a pasito. Solo que… —Fue hacia la puerta de la casilla, miró a uno y otro lado para cerciorarse de que ni Boyle ni Mick ni ninguno de los mozos andaban por ahí—. La noche de ayer fue aterradora. Y yo estaba revolucionada por haber viajado de una cocina a otra en un abrir y cerrar de ojos por arte de magia.
—¿Nunca habías volado? Ay, Señor, Meara, no me extraña que estuvieras revolucionada. Imagino que di por hecho que Branna te habría llevado alguna que otra vez. Por… Bueno, por diversión.
—No es que no use sus poderes para divertirse un poco de vez en cuando. Pero es muy responsable al respecto.
—A mí me lo vas contar.
—Entonces estábamos ahí, donde no habíamos estado antes, y vi a Connor… En un primer momento pensé que estaba muerto.
—Oh, Meara. —La abrazó de manera instintiva—. Yo sabía que no lo estaba…, gracias a la conexión que hay entre los tres…, y casi pierdo los nervios.
—Creí que lo había… que lo habíamos… perdido, y la cabeza me daba vueltas y tenía el estómago revuelto. Luego Branna y Fin se pusieron con él, y tú también. Y yo no podía hacer nada.
—Eso no es cierto. —Iona se echó hacia atrás y zarandeó a Meara con suavidad—. Éramos necesarios todos. Era necesario el círculo, nuestra familia.
—Me sentí impotente de todas formas, pero eso no es relevante. Fue un verdadero alivio cuando volvió en sí, y siendo el mismo de siempre. Y creía que me había tranquilizado. Pero cuando me llevó a casa, todo empezó a darme vueltas otra vez, y antes de percatarme, antes de poder pensar con claridad le dije que parara.
—¿Tenías ganas de vomitar? Lo siento mucho.
—No, no, y él pensó lo mismo. Pero me volví un poco loca, en serio. Me abalancé sobre él allí mismo, en su camión.
El shock hizo que Iona se quedara boquiabierta mientras daba un paso hacia atrás con brusquedad.
—¿Le… le pegaste?
—¡No! ¡No seas idiota! Lo besé. Y no como a un hermano o a un amigo, ni como a alguien al que le das la bienvenida después de escapar de las garras de la muerte.
—Oh —susurró Iona.
—Oh —repitió Meara, paseándose en círculo por la casilla—. Y luego, por si eso no hubiera sido suficiente, me aparté. Cabría pensar que recuperé la cabeza, pero no, volví a hacerlo. Y Connor, que a fin de cuentas es un hombre, no puso objeciones, y habría seguido adelante si yo no hubiera recobrado la cordura de nuevo.
—No debería sorprenderme. En realidad no me sorprende. Pensé que había algo entre vosotros…, aunque cuando llegué aquí el invierno pasado pensé que había algo entre Boyle y tú.
—Ay, Señor. —Totalmente hecha polvo, Meara se cubrió la cara con las manos.
—Sé que nunca hubo nada salvo un vínculo de amistad, de familia. Así que concluí que ese algo que creí notar entre Connor y tú era lo mismo.
—¡Lo es! Desde luego que lo es. Lo de anoche fue la consecuencia de un trauma.
—Un coma es una consecuencia de un trauma. Enrollarse con alguien en una camioneta…, en un camión…, es consecuencia de algo muy distinto.
—No nos enrollamos, solo fueron un par de besos.
—¿Con lengua?
—¡Ay, joder! —Se quitó la gorra de golpe, la tiró al suelo y la pisoteó.
—¿Eso sirve de algo? —preguntó Iona.
—No. —Indignada, Meara cogió la gorra y la sacudió contra su muslo—. ¿Cómo voy a decirle a Branna que le he dado un morreo a su hermano en su camión en el arcén de la carretera como una adolescente cachonda?
—De la misma forma en que me lo has dicho a mí. ¿Qué…?
—¿Vais a pasaros la mañana haraganeando o vais a sacar fuera el estiércol? —Boyle apareció en la entrada, fulminándolas con la mirada.
—Casi hemos terminado —le dijo Iona—. Y tenemos que hablar de algo.
—Dejad la charla para luego; ahora poneos con el estiércol.
—Lárgate.
—Aquí soy el jefe.
Iona se limitó a mirarlo hasta que Boyle se metió las manos en los bolsillos y se marchó.
—No te preocupes; no le contaré nada.
—Oh, da igual. —Mortificada de nuevo, Meara cargó más paja—. Ya lo hará Connor. Los hombres son peores que las mujeres en estas cosas.
—¿Qué le dijiste a Connor? Después.
—Le dije que eso era todo y que no pensaba hablar de ello.
—Vale. —Iona consiguió reprimir la carcajada, pero no la sonrisa de oreja a oreja—. Seguro que eso te funciona.
—No podemos dejar que un loco y fugaz impulso lo joda todo. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos como una unidad.
Iona guardó silencio durante un momento y luego se acercó y le dio otro abrazo a Meara.
—Lo entiendo. Te acompañaré cuando hables con Branna si quieres.
—Te lo agradezco, pero es mejor que lo haga yo sola.
—Hazlo esta mañana, quítatelo de encima. Yo te cubriré.
—Sería estupendo sacarlo fuera y quitármelo de encima, ¿verdad? —Y a lo mejor su estómago dejaba de encogérsele, pensó mientras apretaba una mano contra él—. Voy a terminar aquí y luego me acercaré. Una vez se lo haya contado podré dejarlo a un lado y concentrarme en lo que hay que hacer sin que me esté rondando por la cabeza.
—Yo calmaré las aguas con Boyle.
—Dile que estoy con la regla o alguna otra cosa de mujeres. Eso siempre le cierra el pico.
—Soy consciente de ello —repuso Iona con una carcajada, y regresó a su propia casilla.
Hazlo rápido, se ordenó Meara mientras atravesaba el bosque. Quítatelo de encima. Branna apenas se mosquearía; lo más probable era que se riera y pensara que se trataba de una broma.
Eso sería estupendo, y así también ella podría pensar en el asunto como en una broma.
Figúrate, Meara Quinn babeando por Connor O’Dwyer. Y tenía que reconocer que había un poco de lujuria almacenada en embarazosos rincones.
Pero charlar con Branna aplastaría todo eso, y las cosas volverían a ser como debían.
Quizá sintiera una punzada alguna vez con los años. ¿Qué mujer no sentía una punzada o dos por alguien como Connor O’Dwyer?
Ese hombre era impresionante. Alto, delgado, con una mata de pelo rizado, una cara preciosa y una sonrisa cómplice. A eso había que sumarle su naturaleza afectuosa, pues la tenía además del buen físico.
Tenía carácter, eso seguro, pero menos que ella. Muchísimo menos que ella, a decir verdad. Y una actitud más alegre y estable ante la vida que la mayoría, inclusive ella.
A pesar de todo lo que había vivido, conservaba esa visión positiva, esa naturaleza afectuosa. Si a eso le añadías sus poderes mágicos, pues era algo asombroso de contemplar incluso para alguien que lo conocía y lo había visto durante toda la vida, el paquete entero era inmejorable.
Y él bien que lo sabía, bien que lo aprovechaba… con un montón de mujeres, más que suficiente, a su modo de ver.
No era algo que le reprochara, desde luego. ¿Por qué no recoger las flores que uno se encontraba a lo largo del camino?
Ella, por lógica y sentido común, seguiría siendo su amiga en vez de parte de un ramo.
Exhaló un suspiro, encorvando los hombros para protegerse del frío aire. Tendría que hablar de ello con él; era una sandez decirse lo contrario. Pero después de que se lo hubiera contado a Branna y de que se hubieran reído a sus anchas del asunto.
Después de contárselo Branna sería capaz de hablar con Connor, de convertirlo en una broma.
Se metió la mano en el bolsillo en busca de los guantes cuando se levantó viento. Y pensar que habían pronosticado una mañana soleada…, pensó cuando las nubes taparon el sol.
Y oyó su nombre en el viento.
Se detuvo un instante a mirar en aquella dirección y vio que se encontraba junto al gran árbol caído al lado del muro de enredaderas. Junto al lugar más allá del cual se encontraban las ruinas de la cabaña de Sorcha y la tierra que podía viajar adelante y atrás en el tiempo a voluntad de Cabhan.
Él nunca antes la había llamado, nunca antes se había interesado por ella. ¿Por qué lo hacía ahora? No tenía poderes, no era una amenaza. Pero la llamaba ahora, y aquella voz que rezumaba seducción despertaba algo dentro de ella.
Conocía los peligros, conocía el riesgo y, sin embargo, se vio de pie ante la cortina de enredaderas sin darse cuenta de que había caminado hasta ellas. Se vio alargando la mano.
Echaría solo un vistazo, un vistazo rápido y nada más.
Su mano tocó las enredaderas y percibió un seductor calor. Con una sonrisa, comenzó a apartarlas mientras la niebla se filtraba entre ellas.
El halcón gritó al tiempo que se lanzaba en picado. Abrió un camino a lo largo de las enredaderas, de modo que ella retrocedió dando un traspié. Temblaba sin parar y la niebla le llegaba casi hasta las rodillas.
Roibeard se posó en el árbol caído, mirándola con ojos brillantes y fieros.
—Iba a entrar para echar un vistazo. ¿Tú también puedes oírlo? Es mi nombre el que pronuncia. Solo quería ver.
Cuando Meara alargó la mano de nuevo, Roibeard extendió las alas a modo de advertencia. Detrás de ella, el perro de Branna soltó un suave ladrido.
—Ven conmigo si quieres. ¿Por qué no me acompañas?
Kathel atrapó con los dientes el bajo de su chaqueta y tiró de ella hacia atrás.
—¡Para! ¿Qué te pasa? ¿Qué… qué me pasa a mí? —murmuró, tambaleándose, con las rodillas flojas y una sensación de mareo—. A la mierda —murmuró, posando una mano temblorosa en la enorme cabeza de Kathel—. Buen perro, listo y bueno. Alejémonos de aquí. —Volvió la vista hacia Roibeard y hacia las sombras que se desvanecían de nuevo a medida que el sol pugnaba por colarse entre la niebla—. Alejémonos de aquí.
Mantuvo una mano sobre el perro, caminando deprisa mientras el halcón volaba por encima de su cabeza. Jamás en toda su vida se había alegrado tanto de ver el bosque a su espalda y la casa de la Bruja Oscura tan cerca.
No le avergonzó correr o entrar en tromba, justo por delante del perro, y sin aliento al taller de Branna.
Esta, que estaba vertiendo algo que olía a galletas de un recipiente a una botella, levantó la vista de inmediato. Y dejó la olla a un lado en el acto.
—¿Qué sucede? Estás temblando. Ven, ven, acércate a la chimenea.
—Me ha llamado. —Logró decir Meara mientras Branna rodeaba la encimera—. Él ha dicho mi nombre.
—Cabhan. —Abrazando a Meara, Branna la llevó hasta el fuego y la hizo sentarse en una silla—. ¿En el picadero?
—No, no, en el bosque. Venía hacia aquí. Delante del lugar… fuera de la cabaña de Sorcha. Branna, ha dicho mi nombre y yo he ido hacia él. Quería entrar, ir con él. Lo deseaba.
—No pasa nada. Estás aquí. —Acarició las mejillas de Meara para calentárselas.
—Lo deseaba.
—Es astuto. Ha hecho que lo desearas. Pero estás aquí.
—Tal vez no estuviera de no ser por Roibeard, que salió de la nada para detenerme, y luego Kathel, que también vino y me agarró de la chaqueta para hacerme retroceder.
—Te quieren tanto como yo. —Branna se inclinó para posar su mejilla en la cabeza de Kathel y abrazarlo durante un instante—. Voy a traerte un té. No discutas. Tú lo necesitas y yo también.
Primero le dio una galleta a Kathel y luego salió fuera un momento.
Para darle las gracias al halcón, pensó Meara. Para hacerle saber que todo estaba bien y que tenía su gratitud. Branna siempre agradecía la lealtad.
Para dar las gracias ella también, y para consolarse, Meara se levantó de la silla con el fin de fundirse en un abrazo con Kathel.
—Fuerte, valiente y leal —susurró—. No hay mejor perro en el mundo que nuestro Kathel.
—Ni uno solo. Siéntate y recobra el aliento. —Branna se afanó con el té cuando volvió adentro.
—¿Por qué habría de llamarme? ¿Qué puede querer de mí?
—Eres una de nosotros.
—Yo no tengo magia.
—Que no seas una bruja no significa que no tengas magia. Tienes corazón y alma. Eres tan fuerte, valiente y leal como Kathel.
—Nunca he sentido nada igual. Era como si todo lo demás desapareciera y solo estuviera su voz, y mi espantosa necesidad de responder a ella.
—Voy a hacerte un amuleto y lo llevarás siempre contigo.
Habiendo entrado ya en calor, Meara se quitó la chaqueta.
—Ya me has hecho amuletos.
—Te prepararé otro más fuerte, más específico, podría decirse. —Llevó el té—. Y ahora cuéntamelo todo con tanto detalle como te sea posible.
Cuando lo hizo, Meara se recostó en la silla.
—Ahora me doy cuenta de que no fue más que un minuto o dos. Todo parecía suceder tan despacio, como en un sueño. ¿Por qué no acabó conmigo sin más?
—Sería desperdiciar a una doncella bonita.
—Hace tiempo que dejé de ser doncella. —Se estremeció de nuevo—. Por Dios, qué idea tan espantosa. Y lo más espantoso es que puede que hubiera estado dispuesta.
—Estar hechizada no es estar dispuesta. Solo se me ocurre que te habría utilizado si hubieras cruzado… te habría llevado a otra época, te habría usado y habría hecho lo que pudiera para convertirte.
—No podría conseguirlo con ningún hechizo. Con ninguno.
—No podría, no, eso no. Pero tal y como le dijiste a Fin, él no entiende lo que es la familia ni el amor. —Branna agarró la mano de Meara, llevándosela a la mejilla—. Te habría hecho daño, Meara, y eso nos habría hecho daño a todos. Vas a llevar el amuleto que te haga.
—Claro que voy a llevarlo.
—Tendremos que contárselo a los demás. Boyle también tendrá que tener más cuidado. Pero él tiene a Iona y a Fin. Deberías quedarte aquí, con Connor y conmigo.
—No puedo.
—Sé que valoras tu propio espacio…, ¿quién podría comprenderte mejor que yo?, pero hasta que hayamos decidido qué hacer a continuación, es mejor que…
—Lo he besado.
—¿Qué? ¿Qué? —Aturdida, Branna se echó hacia atrás—. ¿Has besado a Cabhan? Pero si has dicho que no cruzaste. ¿Qué…?
—A Connor. He besado a Connor. Anoche. Prácticamente le acosé a un lado de la carretera. Perdí la cabeza durante un minuto, eso fue todo. El vuelo hasta allí, verle tendido en el suelo de la cocina de Fin, todo el dolor que reflejaba su cara cuando comenzó la sanación. Pensé que estaba muerto, y luego no lo estaba, luego estaba temblando y ardiendo y de repente le arranca un muslo al pollo y se dedica a comérselo nada más ponerse la camisa de nuevo. Todo bullía en mi cerebro hasta que prácticamente me eché encima de él y lo besé.
—Vaya —dijo Branna después de que Meara tomara aire.
—Pero paré… Tienes que saber que… bueno, que paré después de la segunda vez.
Aunque la comisura de la boca de Branna se curvó, su tono permaneció sereno.
—¿La segunda vez?
—Yo… es que… Él… Fue una mala reacción a los sucesos de anoche.
—¿Y él también tuvo una mala reacción… a los sucesos de anoche?
—Pensando en ello he de decir que el primer beso lo pilló por sorpresa; y ¿a quién no? Y el segundo… Es un hombre, a fin de cuentas.
—Sí que lo es, en efecto.
—Pero la cosa no fue a más. Quiero que lo tengas claro. Hice que me dejara en mi casa y se marchara. No fue más lejos.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Con la mente en blanco, Meara se la quedó mirando—. Me dejó en mi casa, como ya he dicho.
—¿Por qué no se quedó contigo?
—¿Conmigo? Tenía que volver a casa contigo.
—¡Y una mierda, Meara! —estalló—. No pienso consentir que me utilicen de excusa.
—No era eso lo que pretendía. Yo… creía que te cabrearías o que te haría gracia, o que al menos te sentirías desconcertada. Pero no lo estás.
—No lo estoy, no, ni tampoco sorprendida. Me preguntaba por qué estabais tardando tanto en llegar ahí.
—¿Ahí, adónde?
—En juntaros.
—¿Juntarnos? —Meara se levantó movida por la sorpresa—. Connor y yo. No, eso no puede ser.
—¿Y por qué no?
—Porque somos amigos. —Meara tomó un sorbo de té mirando al fuego
—Cuando pienso en un amante que toque algo más que mi cuerpo, pienso en un amigo. ¿Tener pasión sin afecto? Sirve, aunque solo para un rato.
—¿Y qué pasa con el amigo cuando deja de ser el amante?
—No sé. Yo veo a nuestros padres que todavía son felices. No dichosos cada segundo de cada día, porque ¿quién podría soportar eso? Pero son felices y están compenetrados la mayor parte del tiempo.
—Y yo veo a los míos.
—Lo sé. —Branna asió la mano de Meara para tirar de ella y que se sentara de nuevo—. Quienes nos engendraron nos dieron una perspectiva muy distinta de las cosas, ¿verdad? Yo, cuando me permito desear, deseo esa felicidad, esa compenetración. Y tú no te permitirás desear nada porque ves fracaso, sufrimiento y egoísmo en todo.
—Connor significa demasiado para mí como para arriesgarme a echarlo todo a perder. Y tenemos mucho por lo que luchar…, como se ha demostrado ayer y hoy…, como para embrollarlo todo con el sexo.
—Creo que Iona y Boyle practican sexo a la más mínima ocasión.
—Están locamente enamorados y están hechos para eso, así que es diferente —concluyó Meara riendo.
—Depende de ti y de Connor, claro. —Y Connor, pensó Branna, sin duda tenía un par de cosas que decir al respecto—. Pero que sepas que no tengo nada que objetar, si eso te preocupa. ¿Por qué iba a tenerlo? Os quiero a los dos. También debo decir que el sexo es una magia poderosa en sí mismo.
—Así que ¿debería acostarme con Connor para apoyar la causa?
—Deberías hacer lo que te haga feliz.
—Ahora mismo todo es demasiado confuso para saber qué me hace y qué no me hace feliz. Pero lo que tengo que hacer es volver al trabajo antes de que Boyle me eche a patadas.
—Te prepararé el amuleto y Kathel y Roibeard volverán contigo. No te acerques a la cabaña de Sorcha, Meara.
—No lo haré, créeme.
—Cuéntales a Iona y a Boyle lo que ha pasado. Él se ocupará de informar a Fin y yo hablaré con Connor. Cabhan se está volviendo osado otra vez, así que será mejor que andemos todos con ojo.
Branna no tuvo que contárselo a Connor, ya que Fin pasó por la escuela de cetrería esa tarde y se lo llevó a un lado.
—¿Ella está bien? ¿Estás seguro?
—Yo mismo la he visto no hace ni una hora. Está igual de bien que siempre.
—He estado ocupado —repuso Connor—. Casi ni me había fijado en que Roibeard no estaba por aquí, y cuando me di cuenta, sabía que estaba en el picadero. Le gusta estar allí, con los caballos. Con Meara. Así que no le di importancia, y él tampoco me alertó.
—Porque Kathel y él eran todo cuanto ella necesitaba. Branna le ha preparado un amuleto. Es muy poderoso; he hecho que Meara me lo enseñara. Y Meara es una mujer fuerte. De todas formas es hora de que tengamos un poco más de cuidado.
Connor se paseó de un lado para otro; sus botas crujían sobre la gravilla.
—La habría violado. Fuerte o no, no habría podido detenerlo. He visto lo que le ha hecho a las mujeres en su época.
—No la ha tocado, Connor, y no lo hará. Todos nos encargaremos de que así sea.
—Estaba preocupado por Branna. Cabhan quiere poder, y ella tiene mucho. Lleva su nombre en honor a la primogénita de Sorcha, y es la primera de los tres a la que le pasaron el amuleto. Y…
—Es la mujer a la que amo, y que me ama aunque no me acepte. No eres tú solo el que se preocupa.
—Y Meara es una hermana para Branna. Eso podría hacerla más atractiva para él. —Reflexionó Connor.
—Para atacar a Branna a través de Meara. —Fin asintió—. Podría ser su estilo.
—Podría. Y después de lo de anoche…
—¿Después de lo que te hizo? ¿Qué tiene eso que ver con Meara?
—Nada en absoluto. Bueno, de forma indirecta. —Un hombre no debería mentir ni irse por las ramas con sus amigos. En cualquier caso había mucho más en juego que la discreción—. Meara y yo tuvimos una cosilla después de dejar a Branna en casa. Un roce o dos en el camión, en el arcén de la carretera.
Fin arqueó las cejas.
—¿Te has lanzado con Meara?
—Al revés. —Distraído, Connor giró el dedo—. Ella se lanzó conmigo. Y se lanzó con mucho entusiasmo. Luego paró en seco, me dijo que eso era todo y que la llevara a casa. Adoro a las mujeres, Fin. Las adoro de la cabeza a los pies; su mente, su corazón y su cuerpo. Sus pechos. ¿Qué es lo que tienen los pechos de una mujer?
—¿Cuánto tiempo tenemos para hablar de eso?
Connor se echó a reír.
—Cierto. Podríamos pasarnos horas solo con los pechos de una mujer. Adoro a las mujeres, Fin, pero te juro por Dios que hay muchas cosas de ellas imposibles de entender.
—Podríamos pasarnos días enteros hablando de eso y no lo resolveríamos. —Obviamente intrigado, Fin estudió la cara de Connor—. Dime una cosa, ¿tú quieres que se acabe ahí?
—En cuanto dejé de preguntarme dónde había estado escondido todo aquello durante toda nuestra vida, no, no quería. No quiero.
—Entonces, mo dearthair. —Fin le palmeó el hombro a Connor—. Te toca a ti acabar lo que ha empezado
—Eso estoy pensando. Y ahora me pregunto si ese par de roces en el arcén de la carretera podrían ser la causa de que Cabhan se haya interesado hoy por ella. ¿Porque yo me interesé por ella de esa forma? No creo que esté muy desencaminado.
—No lo creo, no. Anoche te hirió. Puede ser que hoy intentara herirte de nuevo a través de Meara. Así que tened cuidado los dos.
—Lo tendré, y me ocuparé de que ella lo tenga. Ah, ahí llegan los clientes de las tres en punto. Un señor y una señora de Gales. ¿Quieres venir? Te traeré una burchaca y un guante.
Fin se disponía a declinar su ofrecimiento, cuando se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido a pasear halcones con Connor.
—No me importaría, pero puedo coger mi propio equipo.
Connor levantó la vista y divisó a Merlín en el cielo.
—¿Te lo vas a llevar? ¿Se lo confiarías a uno de ellos?
—Él también disfrutará.
—Entonces será casi como en los viejos tiempos.
Mientras Fin iba a por el equipo, Connor echó un rápido vistazo al reloj. Iría a buscar a Meara en cuanto le fuera posible. Tenían mucho de que hablar, le gustara o no.