2
Brannaugh observó a Teagan mientras trabajaba, mientras extraía luz y fuego de sí misma, dando las gracias a las diosas a medida que iniciaba el círculo. Un círculo lo bastante amplio como para incluir a Kathel, pensó Brannaugh con diversión y gratitud.
—Lo has hecho bien. Debería haberte enseñado más, pero yo…
—Respetabas a Ailish.
—Y también te preocupa que si utilizamos nuestros poderes demasiado, con demasiada intensidad, él nos encuentre —apuntó Eamon—. Que él venga.
—Sí. —Brannaugh se sentó en el suelo, rodeando a Kathel con un brazo—. Ella quería que estuviéramos a salvo. Lo dio todo por nosotros. Sus poderes, su vida. Creyó que lo destruiría y que estaríamos a salvo. No podía saber que la magia negra que obtuvo le haría resurgir de las cenizas.
—Más débil.
Miró a Eamon y asintió.
—Sí, más débil. Entonces. Creo que él se… alimenta de poder. Encontrará a otros, se lo arrebatará y se hará más fuerte. Mamá quería que estuviéramos a salvo. —Brannaugh exhaló un suspiro—. Fial desea casarse conmigo.
Eamon se quedó boquiabierto.
—¿Fial? Pero si es viejo.
—No más que Bardan.
—¡Viejo!
Brannaugh rió, sintiendo que parte de la opresión en su pecho se aliviaba.
—Al parecer los hombres quieren esposas jóvenes. Para que puedan darles muchos hijos y aun así deseen acostarse con ellos y cocinar para ellos.
—No te casarás con Fial —dijo Teagan de forma decidida.
—Es amable y no carece de atractivo. Tiene una casa y una granja más grande que la de Ailish y Barden. Os acogerá a los dos de buen grado.
—No te casarás con Fial —repitió Teagan—. No lo amas.
—No busco el amor, y tampoco lo necesito.
—Deberías, pero aunque cierres los ojos, él te encontrará. ¿Has olvidado el amor entre nuestra madre y nuestro padre?
—No. No creo que encuentre tal cosa para mí. Quizá algún día tú sí lo encuentres. Eres muy bonita y alegre.
—Oh, lo haré. —Teagan asintió de manera sabia—. Igual que tú, igual que Eamon. Y legaremos lo que somos, lo que tenemos, a aquellos que engendremos. Nuestra madre así lo quería. Quería que viviéramos.
—Viviremos, y viviremos bien si me caso con Fial. Soy la mayor. —Les recordó Brannaugh—. Es a mí a quien corresponde decidir.
—Ella me encomendó protegeros a mí. —Eamon cruzó los brazos sobre el pecho—. Y lo prohíbo.
—No discutamos. —Teagan les agarró de las manos con fuerza. Las llamas brotaron entre sus dedos unidos—. Y nadie cuidará de mí. No solo no soy un bebé, Brannaugh, sino que tengo la misma edad que tú cuando dejamos nuestro hogar. No te casarás para darme un hogar. No rechazarás lo que eres, no ignorarás tu poder. No eres Ailish, sino Brannaugh, hija de Sorcha y Daithi. Eres una bruja oscura y siempre lo serás.
—Un día lo destruiremos —juró Eamon—. Un día vengaremos a nuestro padre, a nuestra madre, y destruiremos incluso las cenizas a las que lo reduzcamos. Nuestra madre me ha dicho que lo haremos nosotros o lo harán nuestros descendientes, aunque tardemos mil años.
—¿Te lo ha dicho?
—Esta mañana. Vino a mí mientras estaba en el río, en medio de la niebla y el silencio. La busco allí cuando la necesito.
—Ella viene a mí solo en sueños. —Las lágrimas que Brannaugh se negaba a derramar le formaron un nudo en la garganta.
—Reprimes con mucha fuerza lo que eres. —Teagan le acarició el pelo a su hermana para tranquilizarla—. Para no disgustar a Ailish, para protegernos a nosotros. Quizá solo le permitas visitarte en tus sueños.
—¿Ella viene a ti? —murmuró Brannaugh—. ¿No solo en sueños?
—A veces cuando cabalgo en Alastar, cuando nos internamos en el bosque y me mantengo muy, muy callada, ella viene. Me canta como solía hacer cuando era pequeña. Y fue nuestra madre quien me dijo que tendremos amor, que tendremos hijos. Y que nuestra sangre derrotará a Cabhan.
—¿He de casarme con Fial, pues, engendrar con él a los hijos, a la sangre, que pongan fin a todo esto?
—¡No! —Diminutas llamas parpadearon en las yemas de los dedos de Teagan antes de recordar que debía controlarse—. No hay amor ahí. El amor llegará primero; luego, los hijos. Esta es la manera.
—No es la única manera.
—Es la nuestra. —Eamon tomó de nuevo la mano de Brannaugh—. Será a nuestro modo. Seremos lo que estamos destinados a ser, haremos lo que debemos hacer. Si no lo intentamos, lo que nuestros padres sacrificaron por nosotros será en vano. Habrán muerto por nada. ¿Es eso lo que quieres?
—No. No. Quiero matarlo. Quiero su sangre, su muerte. —Debatiéndose consigo misma, apretó la cara contra el cuello de Kathel, consolándose en su calor—. Creo que una parte de mí moriría si le diera la espalda a lo que soy. Pero sé que todo mi ser lo hará si cualquier decisión que tome os causa algún daño.
—La decisión es de todos —declaró Eamon—. Los tres somos uno. Necesitábamos este tiempo. Nuestra madre nos envió aquí para que pudiéramos tener este tiempo. Ya no somos niños. Creo que ya no lo éramos cuando dejamos atrás nuestro hogar aquella mañana, sabiendo que no volveríamos a verla más.
—Teníamos poder. —Brannaugh inspiró hondo y se enderezó. Si bien Eamon era más pequeño, un chiquillo, su hermano estaba en lo cierto—. Ella nos dio más. Os pedí a los dos que lo mantuvierais latente.
—Hiciste bien al pedirlo…, aunque lo despertáramos de vez en cuando —agregó Eamon con una sonrisa—. Necesitábamos el tiempo que hemos pasado aquí, pero este tiempo está llegando a su fin. Lo noto.
—También yo —murmuró Brannaugh—. Por eso me preguntaba si Fial era mi destino. Pero no, ambos tenéis razón. La granja no es mi destino. No estoy hecha para realizar pequeños trucos de magia en la cocina ni juegos de mesa. Buscaremos aquí, dentro del círculo. Miraremos y veremos. Y sabremos.
—¿Juntos? —El rostro de Teagan se iluminó de felicidad al preguntar aquello.
Brannaugh supo entonces que había estado reprimiendo a sus hermanos y a sí misma durante demasiado tiempo.
—Juntos. —Ahuecó las manos e invocó su poder. Y luego, bajándolas como si fuera agua cayendo, conjuró el fuego.
Y al crearlo, al utilizar la primera habilidad que había aprendido, la pureza de la magia la atravesó. Lo invadió la sensación de haber tomado la primera bocanada de aire en cinco años.
—Ahora tienes más —declaró Teagan.
—Sí. Ha esperado. Yo he esperado. Hemos esperado. Ya no esperaremos más. A través de las llamas y el humo lo buscaremos, veremos dónde se esconde. Tú ves más —le dijo a Eamon—, pero ten cuidado. Si sabe que lo observamos, él nos observará a nosotros.
—Sé lo que hago. Podemos ir a través del fuego, volar a través del viento, sobre el agua y la tierra, a donde él está. —Posó una mano sobre la pequeña espada que llevaba al costado—. Podemos matarlo.
—Para ello requeriremos más que tu espada. A pesar de todo su poder, nuestra madre no pudo destruirlo. Necesitaremos más, y encontraremos más. Con el tiempo. Por ahora solo observaremos.
—Podemos volar. Alastar y yo. Nosotros… —La voz de Teagan se fue apagando al ver la mirada severa de Brannaugh—. Simplemente… un día sucedió.
—Somos lo que somos. —Brannaugh meneó la cabeza—. Nunca debí olvidarlo. Y ahora, veamos. A través del fuego, a través del humo, mientras invocamos protegidos de la vista estamos. Para buscar, para encontrar, los ojos cegamos a aquel que derramó nuestra sangre. Ahora nuestro poder se alza en una ola. Somos los tres. Hágase mi voluntad.
Se agarraron de la mano, uniendo sus luces.
Las llamas cambiaron; el humo se despejó.
Allí, bebiendo vino de un cáliz de plata, estaba Cabhan. El negro cabello le llegaba a los hombros y relucía bajo la luz de las velas de sebo.
Brannaugh vio paredes de piedra, ricos tapices cubriéndolas, una cama con cortinas de vivo terciopelo azul oscuro.
Estaba a sus anchas, pensó. Tenía comodidades, riqueza; aquello no lo sorprendía. Cabhan utilizaba su poder para su provecho, para obtener placer, para causar la muerte. Para cualquier cosa que sirviera a sus propósitos.
Una mujer entró en la recámara. Llevaba ricos ropajes y tenía el cabello tan negro como la noche. Hechizada, a juzgar por su mirada desenfocada, pensó Brannaugh.
Y, sin embargo, se percató Brannaugh, allí había poder. Luchaba por romper las ataduras que la inmovilizaban.
Cabhan no habló, tan solo agitó una mano hacia la cama. La mujer fue hacia ella, se desnudó y se quedó inmóvil durante un instante; su piel era pálida como la luz de la luna.
Brannaugh vio la guerra que se libraba tras aquellos ojos de mirada perdida, la encarnizada lucha por liberarse. Por atacar.
La concentración de Eamon flaqueó durante un momento. Jamás había visto a una mujer adulta desnuda por completo, no una mujer con unos pechos tan grandes. Al igual que sus hermanas percibió aquel poder atrapado, como un pájaro blanco dentro de una jaula negra. Pero toda aquella piel desnuda, aquellos suaves y generosos pechos, el fascinante triángulo de vello entre las piernas…
¿Sería igual que el pelo de la cabeza? Eamon deseó con desesperación tocarla, justo ahí, y averiguarlo.
Cabhan levantó la cabeza, como un lobo olfateando el aire. Se puso en pie con celeridad, volcando el cáliz de plata y derramando el vino, tan rojo como la sangre.
Brannaugh le retorció los dedos a Eamon de forma dolorosa. Aunque gritó, rojo como la grana, recuperó la concentración.
Pese a todo, durante un instante, durante un espantoso instante, los ojos de Cabhan parecieron clavarse en los suyos.
Entonces fue hacia la mujer. Le agarró los pechos, se los apretó y retorció. El dolor se plasmó en todo su rostro, pero no gritó.
No podía gritar.
Le pellizcó los pezones, se los retorció hasta que las lágrimas rodaron por sus mejillas y unos moratones aparecieron en su blanca piel. La golpeó, tirándola sobre la cama. La sangre brotó de la comisura de su boca, pero ella se limitó a mirarle.
Con un rápido movimiento de muñeca, quedó desnudo, y con la polla en completa erección. Parecía resplandecer, pero no de luz. Sino de oscuridad. Eamon sintió que era como hielo; frío, cortante y espantoso. Y penetró con ella a la mujer, como una lanza, mientras las lágrimas caían por las mejillas de ella y la sangre brotaba de su boca.
Algo dentro de Eamon estalló con indignación; una virulenta e innata furia al ver a una mujer tratada de semejante modo. Casi entró a través del fuego, del humo, pero Brannaugh le agarró la mano y se la apretó con fuerza.
Y mientras él la violaba —pues eso era lo que estaba haciendo— Eamon sintió los pensamientos de Cabhan. Pensaba en Sorcha y en la terrible lujuria que sentía por ella y que nunca había saciado. Pensaba en… Brannaugh. En Brannaugh y en cómo iba a hacerle eso mismo a ella, y más aún. Cosas peores. Pensaba en el dolor que le infligiría antes de arrebatarle su poder. En cómo le arrebataría su poder antes de arrebatarle la vida.
Brannaugh apagó el fuego con premura, poniendo fin de golpe a la visión. Y con la misma presteza agarró a Eamon de los brazos.
—Dije que no estábamos preparados. ¿Acaso crees que no he sentido que te preparabas para ir allí?
—Le estaba haciendo daño. Tomó su poder, su cuerpo, en contra de su voluntad.
—Ha estado a punto de descubrirte; ha sentido que algo se colaba.
—Lo mataría por sus pensamientos tan solo. Jamás te tocará a ti como hacía con ella.
—Quería hacerle daño a la mujer. —La voz de Teagan era infantil ahora—. Pero pensaba en nuestra madre, no en ella. Luego pensó en ti.
—Sus pensamientos no pueden hacerme daño. —Pero la habían conmocionado hasta lo más hondo—. Jamás os hará a vosotros ni a mí lo que le ha hecho a esa pobre mujer.
—¿Podríamos haberla ayudado?
—Ah, Teagan, no lo sé.
—No lo hemos intentado. —Las palabras de Eamon eran como latigazos—. Me has retenido aquí.
—Por tu vida, por la nuestra, por nuestro propósito. ¿Crees que no siento lo que tú sientes? —Una gélida oleada de cólera ahogó incluso su temor secreto—. ¿Que no hacer nada no es como recibir mil puñaladas? Cabhan tiene poder. No el que tenía, sino diferente. No más, sino menos, pero diferente de todas formas. No sé cómo luchar contra él. Aún. Eamon, no lo sabemos, y hemos de saberlo.
—Él se acerca. No esta noche ni mañana, pero vendrá. Sabe que tú… —Eamon se ruborizó otra vez y apartó la mirada.
—Sabe que puedo engendrar hijos —concluyó Brannaugh—. Piensa en conseguir un hijo de mí. Jamás lo hará. Pero se acerca. Yo también lo noto.
—Entonces hemos de irnos. —Teagan ladeó la cabeza hacia el flanco de Kathel—. No debemos traerle hasta aquí.
—Hemos de irnos —convino Brannaugh—. Debemos ser lo que somos.
—¿Adónde iremos?
—Al sur. —Brannaugh miró a Eamon en busca de confirmación.
—Sí, al sur, ya que él sigue en el norte. Permanece en Mayo.
—Buscaremos un lugar y allí aprenderemos más, buscaremos más. Y algún día iremos a casa. —Se levantó, tomó a sus hermanos de la mano y dejó que el poder se encendiera de uno a otro—. Juro por nuestra sangre que regresaremos a casa.
—Juro por nuestra sangre —repuso Eamon— que nosotros o nuestros descendientes destruirán hasta su solo recuerdo.
—Juro por nuestra sangre —dijo Teagan— que somos los tres y siempre lo seremos.
—Ahora cerramos el círculo, pero nunca más bloquearemos lo que somos, lo que se nos ha dado. —Brannaugh les soltó las manos—. Nos marcharemos mañana.
Con los ojos llorosos, Ailish contempló a Brannaugh mientras guardaba su chal.
—Te ruego que os quedéis. Piensa en Teagan. No es más que una niña.
—Yo tenía su misma edad cuando vinimos a ti.
—Y eras una niña —apuntó.
—Era más. Somos más, y debemos ser lo que somos.
—Te he asustado al hablarte de Fial. No puedes pensar que te obligaríamos a casarte.
—No. Oh, no. —Brannaugh se volvió y tomó a su prima de las manos—. Jamás lo haríais. No es por Fial por lo que te dejamos, prima.
Girándose de nuevo, Brannaugh guardó sus últimas pertenencias.
—Tu madre no querría esto para ti.
—Mi madre querría que estuviéramos en casa, felices y sanos y salvos, con nuestro padre y con ella. Pero eso no había de ser. Mi madre dio su vida por nosotros, nos dio sus poderes. Y su objetivo. Debemos vivir nuestras vidas, aceptar nuestros poderes, completar nuestro objetivo.
—¿Adónde iréis?
—Creo que a Clare. Por ahora. Regresaremos. E iremos a casa. Siento que es verdad. Él no vendrá aquí. —Se volvió una vez más para clavar sus ojos grises en los de su prima—. No vendrá aquí y no os hará daño ni a los tuyos ni a ti. Te lo juro por la sangre de mi madre.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Soy uno de los tres. Soy una bruja oscura de Mayo, hija primogénita de Sorcha. Él no vendrá aquí y no os hará daño ni a los tuyos ni a ti. Estás protegida para toda la vida. De eso me he encargado yo. No te dejaría desprotegida.
—Brannaugh…
—Te preocupas. —La joven posó las manos sobre las de su prima, que descansaban sobre su abultado vientre—. ¿Acaso no te he dicho que tu hijo está bien y sano? El alumbramiento será fácil, y también rápido. Eso también te lo prometo. Pero…
—¿Qué sucede? Debes contármelo.
—Me quieres pero aun así temes lo que tengo. Pero debes hacerme caso en esto. Tu hijo, el que está por llegar, ha de ser el último. Tendrá salud y el parto irá bien. Pero el próximo no. Si hay un próximo, no sobrevivirás.
—Yo… No puedes saberlo. No puedo negarle a mi esposo el lecho conyugal. Ni tampoco a mí misma.
—No puedes negarles su madre a tus hijos. Es algo muy doloroso, Ailish.
—Dios decidirá.
—Dios te habrá dado siete hijos, pero el precio por otro más será tu vida y también la del bebé. Porque te quiero, hazme caso. —Sacó una botellita del bolsillo—. He preparado esto para ti. Solo para ti. Guárdalo bien. Has de beberlo una vez al mes, el primer día de tu período; solo un sorbo. No te quedarás encinta aun después de que hayas tomado el último sorbo, pues estará hecho. Vivirás. Tus hijos tendrán a su madre. Vivirás para acunar a sus hijos.
Ailish posó las manos sobre su vientre.
—Seré estéril.
—Le cantarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Compartirás la cama con tu esposo con placer. Gozarás de las preciosas vidas que has traído al mundo. La decisión es tuya, Ailish. —Cerró los ojos durante un momento. Cuando los abrió de nuevo, se volvieron negros—. Le llamarás Lughaidh. Será hermoso, rubio y de ojos azules. Un chico fuerte de sonrisa fácil y voz de ángel. Algún día viajará y se ganará la vida con su voz. Se enamorará de la hija de un granjero y regresará con ella para trabajar la tierra. Y tú oirás su voz a través de los campos, pues siempre estará alegre. —Dejó que la visión se desvaneciera—. He visto lo que puede ser. Debes elegir tú.
—Este es el nombre que he elegido para él —murmuró Ailish—. No se lo había dicho ni a ti ni a nadie. —Cogió la botellita—. Te haré caso. —Apretando los labios, Ailish se la metió en el bolsillo y sacó una pequeña bolsa, que le puso en la mano a Brannaugh—. Acepta esto.
—No voy a aceptar tu dinero.
—Lo harás. —Las lágrimas se derramaban por sus mejillas como gotas de lluvia—. ¿Crees que no sé que nos salvaste a Conall y a mí durante el parto? ¿Y que incluso ahora piensas en los míos y en mí? Me has dado alegrías. Me has traído a Sorcha cuando la echaba de menos, pues la veía en ti cada día. Vas a aceptar el dinero y a jurarme que estaréis a salvo, que volveréis. Que todos volveréis, pues sois míos igual que yo soy vuestra.
En señal de aprobación, Brannaugh se guardó la faltriquera en el bolsillo de sus faldas y a continuación besó a Ailish en las mejillas.
—Te lo juro.
Fuera, Eamon se esforzó todo lo posible para hacer reír a sus primos. Le pidieron que no se fuera, claro, le preguntaron por qué debía marcharse y trataron de negociar con él. De modo que se inventó historias de las grandes aventuras que iba a vivir, aniquilando dragones y cazando ranas encantadas. Vio que Teagan caminaba con Mabh y le daba una muñeca de trapo que había hecho ella misma.
Deseó que Brannaugh se diera prisa, pues la despedida era muy triste. Alastar ya estaba listo. Eamon, que a fin de cuentas era el cabeza de familia, había decidido que sus hermanas irían a caballo y él lo haría a pie.
No iba a admitir objeciones.
Bardan salió del pequeño establo con Slaine; ahora era la vieja Slaine, pues la yegua había dejado atrás sus mejores años, aunque era de naturaleza dulce.
—Sus días como yegua de cría se han acabado —dijo Bardan cautelosamente—. Pero es una buena chica y os servirá bien.
—Oh, pero no puedo llevármela. La necesitas…
—Un hombre necesita un caballo. —Bardan puso su callosa mano en el hombro de Eamon—. Has realizado el trabajo de un hombre en la granja, así que vas a aceptarla. Te daría a Moon para Brannaugh si pudiera prescindir de él, pero te llevarás a la vieja Slaine.
—Te estoy muy agradecido por Slaine y por todo lo demás. Te prometo que la trataré como a una reina. —Eamon se permitió ser solo un chico durante un momento y rodeó con los brazos a su primo, al hombre que había sido un padre para él durante la mitad de su vida—. Volveremos algún día.
—Aseguraos de hacerlo.
Cuando no quedó más por hacer, cuando se despidieron de todos y les desearon buen viaje, y las lágrimas rodaron con libertad, se subió a la yegua, con la espada y la vaina de su abuelo sujetas a la silla. Brannaugh se montó detrás de Teagan sobre Alastar y se inclinó para darle un último beso a Ailish.
Se alejaron de la granja, que había sido su casa durante cinco años, de su familia… y pusieron rumbo al sur, hacia lo desconocido.
Eamon volvió la vista atrás, agitó la mano cuando lo hicieron ellos y se dio cuenta de que estaba más apenado por la marcha de lo que había previsto. Entonces oyó la llamada de Roibeard, que describió un círculo en el cielo antes de enfilar rumbo al sur.
Aquello estaba predestinado, decidió Eamon. Era el momento.
Aminoró el paso un poco, inclinándose hacia Teagan.
—Bueno, ¿qué le parece todo esto a nuestra Slaine?
Teagan miró a la yegua y también inclinó la cabeza.
—Oh, es una gran aventura para ella, eso seguro, y nunca pensó que viviría otra. Está orgullosa y agradecida. Será fiel hasta el fin de sus días y hará todo lo que esté en su mano por ti.
—Y yo haré todo lo que esté en mi poder por ella. Cabalgaremos hasta el mediodía antes de detenernos para que descansen los caballos y para comer las primeras tortas de avena que Ailish nos ha dado.
—¿Eso es lo que haremos? —inquirió Brannaugh.
Eamon levantó la cabeza.
—Eres la mayor, pero yo tengo pepinillo, por insignificante que te parezca…, lo cual no es cierto. Roibeard nos enseñará el camino y nosotros lo seguiremos.
Brannaugh levantó la vista y observó el vuelo del halcón. Luego miró a Kathel, que iba al lado de Alastar, como si pudiera caminar todo el día hasta llegada la noche.
—Tu guía, el de Teagan y el mío. Sí, los seguiremos. Ailish me ha dado algo de dinero, pero no lo gastaremos a menos que debamos hacerlo. Nos ganaremos la vida.
—¿Y cómo vamos a hacerlo?
—Siendo lo que somos. —Levantó la mano, con la palma hacia arriba, y conjuró una pequeña bola de fuego. Acto seguido se desvaneció—. Nuestra madre servía a su don, nos cuidaba y atendía su casa. Seguro que nosotros podemos servir a nuestro don, y cuidarnos y encontrar un lugar para hacer ambas cosas.
—Según he oído, Clare es un lugar salvaje —informó Teagan.
—¿Y qué mejor lugar que la naturaleza para alguien como nosotros? —La dicha de la libertad crecía con cada paso—. Tenemos el libro de mamá y vamos a estudiarlo y a aprender. Prepararemos pociones y haremos sanaciones. Ella me dijo que un sanador siempre es bien recibido.
—Cuando él venga, necesitaremos más que sanaciones y pociones.
—Así será —le dijo Brannaugh a su hermano—. Así que aprenderemos. Hemos estado cinco años a salvo en la granja. Si nuestros guías nos llevan hasta Clare, como así parece, podemos pasar otros cinco allí. Tiempo más que suficiente para aprender, para hacer planes. Cuando volvamos de nuevo a casa, seremos más fuertes de lo que él se pueda imaginar.
Cabalgaron hasta el mediodía en medio de la lluvia, que caía de forma suave y constante de un cielo plomizo. Dieron descanso a los caballos, los abrevaron y compartieron las tortas, dándole parte también a Kathel.
Con la lluvia llegó el viento mientras continuaban su camino, pasando de largo una pequeña granja y una cabaña de cuya chimenea salía un humo que propagaba el olor de la turba al quemarse. Tal vez dentro les dieran la bienvenida y les ofrecieran té y un lugar junto al fuego. Dentro estarían secos y calientes.
Pero Kathel continuó caminando; Roibeard volando y Alastar no aminoró el paso.
—Slaine empieza a cansarse —murmuró Teagan—. No pedirá que paremos, pero está cansada. Le duelen los huesos. ¿No podemos dejar que descanse un poco y buscar un sitio seco y…?
—¡Allí! —Eamon señaló al frente.
Junto al embarrado camino se alzaba lo que pudo ser un viejo lugar de culto. Solo quedaban las piedras, pues había sido arrasado en un incendio por hombres incapaces de no destruir lo que habían construido aquellos a los que aniquilaban.
Roibeard lo sobrevoló en círculo, gritando, y Kathel siguió adelante.
—Nos detendremos ahí a pasar la noche. Encenderemos una fogata y dejaremos que descansen los animales y también nosotros.
Brannaugh asintió mirando a su hermano.
—Los muros siguen en pie… o la mayor parte. Nos resguardarán del viento y podremos descansar. El día casi ha llegado a su fin. Hemos de dar las gracias a Mordan y a su hijo Mabon.
Descubrieron que una pared se había derrumbado, pero las demás se mantenían en pie. Incluso algunos escalones, que Eamon probó de inmediato, ascendían describiendo una curva hacia lo que había sido un piso superior. El maderamen que habían empleado había quedado reducido a cenizas que se había llevado el viento. Pero era un refugio y, según percibía Brannaugh, el lugar adecuado.
Aquel sería el lugar de su primera noche, el equinoccio, cuando la luz y la oscuridad hallaban el equilibrio.
—Atenderé a los caballos. —Teagan cogió las riendas de ambos—. A fin de cuentas los caballos son míos. Yo me ocuparé de ellos si tú nos preparas un sitio, espero que un lugar seco, y un buen fuego.
—Eso haré. Daremos gracias y luego tomaremos té y un poco de cecina de venado antes de…
Brannaugh se interrumpió cuando Roibeard descendió en picado y se posó en un estrecho alféizar de piedra.
Y dejó caer una rolliza liebre a los pies de Eamon.
—Vaya, menudo festín vamos a preparar. Yo la limpiaré, Teagan atenderá a los caballos y Brannaugh hará fuego.
Un lugar seco, pensó esta, e imaginó uno mientras se quitaba la capucha de la capa. A continuación invocó y sacó fuera aquello que era, pensó en calor y en tiempo seco… y proyectó un calor tan brillante y ardiente que casi los abrasó a todos antes de sofocarlo de nuevo.
—Lo siento. No había hecho nada parecido antes.
—Es como una botella a la que le han quitado el corcho —decidió Eamon—. Y se vierte demasiado rápido.
—Sí.
Fue más despacio, con cuidado, con mucho cuidado. A ella no le importaba mojarse, pero Teagan tenía razón. A la vieja yegua le dolían los huesos; hasta ella podía sentirlo.
Hizo retroceder la humedad muy despacio, solo un poquito, solo un poquito más. La invadió el júbilo, el poder. Desatado, liberado. A continuación el fuego. Esa noche sería un fuego mágico. Otras noches, tal y como les había enseñado su madre, había que recoger leña y esforzarse. Pero esa noche sería su fuego.
Ella lo crearía, lo alimentaría.
—Un trozo de torta y un poco de vino —indicó a sus hermanos—. Una ofrenda de agradecimiento a los dioses por el equilibrio del día y de la noche, por el ciclo del renacimiento. Y por este lugar de descanso.
»Al fuego —les dijo—. La torta primero, el vino después. Nosotros, tus siervos, compartimos estas pequeñas cosas contigo y te damos las gracias.
—En este tiempo en que el día se encuentra con la noche, abrazamos la luz y la oscuridad —prosiguió Eamon, sin saber de dónde habían salido aquellas palabras.
—Aprenderemos a plantarnos y a luchar, a utilizar nuestros dones para hacer el bien y la magia blanca —apostilló Teagan.
—En este lugar y en esta hora, nos abrimos al poder que nos ha sido entregado. De ahora en adelante libre será. Hágase mi voluntad.
El fuego ascendió en una columna roja, naranja y dorada con un corazón azul. Un millar de voces susurraban en su interior, y la tierra tembló. Luego el mundo pareció exhalar un suspiro.
El fuego era fuego, alimentado en un ordenado círculo sobre el pedregoso suelo.
—Esto es lo que somos —declaró Brannaugh, que aún resplandecía por la descarga de energía—. Esto es lo que tenemos. Las noches serán ahora más largas. La oscuridad vencerá a la luz. Pero él no nos vencerá a nosotros. —Esbozó una sonrisa, con el corazón pleno, como no lo había estado desde la mañana en que abandonó su hogar—. Tenemos que hacer un espetón para la liebre. Esta noche, nuestra primera noche, nos daremos un festín. Y descansaremos, calientes y secos, hasta proseguir viaje.
Eamon estaba acurrucado junto al fuego, con la tripa llena y el cuerpo caliente y seco. Y fue de viaje.
Sintió que se elevaba, que volaba. Hacia el norte. A casa.
Igual que Roibeard, sobrevoló las montañas, los ríos y los campos donde el ganado mugía y las ovejas pacían.
Verde y más verde de camino a casa, con el sol deslizándose en silencio entre las nubes.
Tenía el corazón contento. Iba a casa.
Pero no era su hogar. No era su hogar en realidad, de lo cual se dio cuenta cuando se encontró de nuevo en el suelo. El bosque le resultaba muy familiar…, pero no. Había algo diferente. Incluso el aire era distinto y, sin embargo, el mismo.
Todo aquello lo hacía sentirse mareado y débil.
Comenzó a caminar, silbando a su halcón. A su guía. La luz cambió, se tornó mortecina. ¿Tan rápido llegaba la noche?
Pero vio que no era la noche. Era la niebla.
Y con ella llegó el lobo que era Cabhan.
Lo oyó gruñir y echó mano de la espada de su abuelo. Pero no estaba ahí. Era un chico desarmado, cubierto de niebla hasta los tobillos, cuando el lobo con la resplandeciente piedra roja al cuello surgió de ella. Y se convirtió en un hombre.
—Bienvenido de nuevo, joven Eamon. Te he estado esperando.
—Tú mataste a mi padre, a mi madre. He venido a vengarlos.
Cabhan se carcajeó, un sonido alegre y envolvente que hizo que un gélido escalofrío recorriera la espalda de Eamon.
—Tienes coraje, y eso está bien. Ven a vengar, pues, al padre muerto, a la bruja muerta que te parió. Tendré lo que tú eres y luego haré mías a tus hermanas.
—Jamás tocarás lo que es mío. —Eamon lo esquivó, tratando de pensar.
La niebla se espesaba cada vez más, cubriéndolo todo: el bosque, el camino, su mente. Agarró un puñado de aire y lo arrojó. Este abrió un precario y angosto sendero. Cabhan rió de nuevo.
—Acércate. Acércate más. Siente lo que soy.
Eamon lo sentía, sentía el dolor, el poder. Y el miedo. Probó con el fuego, pero cayó al suelo convertido en negras cenizas. Cuando las manos de Cabhan trataron de agarrarlo, levantó los puños para luchar.
Roibeard descendió en picado como una flecha, atacando aquellas manos con las garras y el pico. Una sangre negra brotó al tiempo que el hombre profería alaridos y comenzaba a adoptar de nuevo la forma del lobo.
Y otro hombre atravesó la niebla. Alto, con el cabello castaño húmedo por la bruma y los ojos de un verde intenso, rebosantes de poder y furia.
—Corre —le dijo a Eamon.
—No huiré de alguien como él. No puedo.
El lobo arañó la tierra con la pata, mostrando los dientes en una sonrisa espantosa.
—Coge mi mano.
El hombre agarró a Eamon de la mano. La luz estalló como si fuera el sol, la energía sopló como un millar de vientos huracanados. Ciego y sordo, Eamon gritó. Solo había poder, envolviéndolo, llenándolo, manando de él. Luego, con un rugido desgarrado, la niebla desapareció, igual que el lobo, y solo quedó el hombre que lo agarraba de la mano.
Este se hincó de rodillas, resollando, con el rostro blanco y los ojos repletos de magia.
—¿Quién eres? —le exigió.
—Soy Eamon, hijo de Daithi, hijo de Sorcha. Soy uno de los tres. Soy una bruja oscura de Mayo.
—También yo, Eamon. —Con una carcajada entrecortada, el hombre tocó el pelo de Eamon, su cara—. Desciendo de ti. Estás fuera de tu tiempo, muchacho, y dentro del mío. Soy Connor, del clan O’Dwyer. Desciendo de Sorcha, desciendo de ti. Uno de los tres.
—¿Cómo sé yo que esto es verdad?
—Soy tu sangre; tú eres la mía. Lo sabes. —Connor se sacó el amuleto de debajo de la camisa y tocó el que llevaba Eamon, que era el mismo. Y acto seguido levantó un brazo. Roibeard se posó en el guante de piel que llevaba. No era Roibeard, se percató Eamon y, sin embargo…—. Este es mi halcón. No es el tuyo, aunque lleva su nombre. Pídele lo que quieras. Es tan tuyo como mío.
—Este… no es mi lugar.
—Sí lo es; no es tu tiempo, pero sí tu lugar. Siempre lo será.
Las lágrimas le escocían en los ojos y el vientre le temblaba a causa de un anhelo más terrible que el hambre.
—¿Regresamos a casa?
—Lo hicisteis.
—¿Lo derrotamos, vengamos a nuestros padres?
—Nosotros lo haremos. No pararemos hasta que lo hayamos hecho. Te doy mi palabra.
—Ojalá… Me voy. Puedo sentirlo. Brannaugh me está llamando. Me has salvado de Cabhan.
—Creo que al salvarte a ti me he salvado a mí mismo.
—Connor de los O’Dwyer. No lo olvidaré.
Y sobrevoló de nuevo las montañas hasta que se encontró de nuevo en una mañana templada, sentado junto a la fogata de Brannaugh, con sus dos hermanas sacudiéndole de los hombros.
—¡Parad ya! La cabeza me da vueltas.
—Está muy pálido —dijo Teagan—. Tranquilo, te prepararemos un té.
—El té me vendrá bien. He hecho un viaje. No sé cómo, pero he regresado a casa, aunque no era nuestra casa. Tengo que analizarlo. Pero sé algo que no sabía. Algo que no sabíamos. —Engulló un poco de agua que le dio Brannaugh y luego apartó el odre—. Él, Cabhan, no puede salir de allí. No puede marcharse ni alejarse demasiado. Cuanto más lejos está de casa, del lugar en que consiguió sus nuevos poderes, menos potentes son estos. Se arriesga a morir si se va de allí. No puede seguirnos.
—¿Cómo sabes eso? —exigió Brannaugh.
—Yo… lo he visto en mi mente. No sé cómo. Lo vi allí, vi esa debilidad. He conocido a un hombre, es nuestro. Yo… —Eamon inspiró hondo, cerrando los ojos durante un momento—. Dejad que tome un poco de té, ¿queréis? Un poco de té y luego os contaré la historia. Aún estaremos un rato aquí, y os lo contaré todo. Después, sí, sí, iremos al sur, para aprender, para madurar, para hacer planes. Pues él no puede tocarnos. Jamás os tocará.
Si antes había sido un niño, ahora era un hombre. Y dentro de él bullía el poder.