12
Sabía que era un sueño. Con su ojo mental podía verse acurrucado y desnudo en la cama con Meara, y podía, si retornaba, sentir su corazón latiendo de manera pausada y regular contra el suyo.
A salvo y calentitos en la cama, pensó.
Pero mientras caminaba por el bosque, el frío flotaba en la noche y las nubes que coqueteaban con la luna menguante hacían más profundas las negras sombras.
—¿Qué estamos buscando? —le preguntó Meara.
—No lo sabré hasta que no lo encuentre. Tú no deberías estar aquí. —Se detuvo para tomar su rostro entre las manos—. Quédate en la cama, mantente a salvo.
—No dejaré que me encierres ni me excluyas. —Le agarró las muñecas con firmeza—. Me lo prometiste. Y este sueño es tan mío como tuyo.
Podría hacerla volver, llevarla a sueños en que ella no recordara. Pero eso sería igual que mentir.
—Entonces no te alejes. Aquí no me conozco el camino.
—No estamos en casa.
—No lo estamos.
Meara levantó la espada que llevaba de forma que la luz de la luna se reflejara en la hoja.
—¿Me has dado tú la espada o la he traído yo?
—Tampoco sé eso. —Algo vibraba sobre su piel, provocando sus sentidos—. Hay algo en el aire.
—Humo.
—Sí, y algo más.
Connor levantó la mano e hizo aparecer en ella una bola de luz. La utilizó como antorcha, despejando las sombras para ver mejor el camino.
Un ciervo se interpuso en el irregular sendero; su cornamenta, una corona de plata; su pelaje, destellaba como el oro. Se quedó inmóvil como una estatua durante un momento, como si dejara que ellos se regodeasen en su belleza, y luego se giró y se encaminó con paso regio hacia la bruma.
—¿Seguimos al ciervo? —quiso saber Meara—. ¿Cómo en la canción y en el cuento?
—Así es.
Pero mantuvo la bola de luz. El bosque se hizo más espeso y el aire olía a verdor, a tierra y a humo mientras el ciervo avanzaba con indolente gracilidad.
—¿Te suele pasar esto muy a menudo? ¿Sueles tener este tipo de sueños?
—No con frecuencia, pero no es la primera vez…, aunque sí es la primera vez que tengo compañía conmigo. Ahí, ¿lo ves? Otra luz al frente.
—A duras penas, pero sí. Podría ser una trampa. ¿Lo percibes, Connor? ¿Está aquí con nosotros?
—El aire está preñado de magia. —Tan repleto que se preguntó si ella podía sentirlo—. Lo negro y lo blanco, la oscuridad y la luz. Palpitan como un latido.
—Y se deslizan sobre la piel.
Así que podía sentirlo.
—¿No quieres volver?
—No quiero, no. —Y se mantuvo cerca mientras seguían al ciervo hacia la luz.
Connor exploró, se permitió ver. Y distinguió la forma primero, luego la cara en la tenue luz.
—Es Eamon.
—¿El chico? ¿El hijo de Sorcha? Hemos retrocedido siglos.
—Eso parece. Es más mayor, todavía es un muchacho, pero mayor.
Connor exploró de nuevo y esa vez estableció una comunicación mental.
Soy Connor, de los O’Dwyer que vendrán. Tu sangre, tu amigo.
Sintió que el chico se relajaba… un poco.
Acércate, pues, y sé bienvenido. Pero no estás solo.
He traído a mi amiga, y también la tuya.
El ciervo se sumió en la oscuridad mientras las luces se fundían. Connor vio la casita, un pequeño cobertizo para caballos y un huerto para plantas y hierbas medicinales muy bien cuidado.
Los tres hijos de Sorcha se habían forjado una vida allí, pensó. Una buena vida.
—Eres bienvenido —repitió Eamon, y dejó su luz para estrechar la mano de Connor—. Y tú también —le dijo a Meara—. Creía que no volvería a verte otra vez.
—¿Otra vez?
El chico miró con más atención, con mucha más atención con esos ojos tan azules como la piedra de ojo de halcón que llevaba al cuello.
—¿Tú no eres Aine?
—¿Una diosa? —Meara rió—. Desde luego que no.
—No la diosa, sino la cíngara así llamada en su honor. Te pareces mucho a ella, aunque ahora veo que no eres ella.
—Esta es Meara, amiga mía y tuya también. Es parte de nuestro círculo. Dime, primo, ¿cuánto tiempo ha pasado para ti desde la última vez que me viste?
—Tres años. Pero sabía que volvería a verte. La cíngara me lo dijo, y vi que poseía el don. Vino a comerciar una mañana de primavera y me dijo que la magia y los augurios la habían traído hasta nuestra puerta. Me dijo que tenía un familiar de otro tiempo y que nos encontraríamos de nuevo dentro y fuera de los sueños.
—Dentro y fuera. —Connor pensó en ello.
—Dijo que iríamos a casa de nuevo y que encontraríamos nuestro destino. Tú tienes su cara, milady, y su porte. Desciendes de ella, de aquella que se llamaba Aine. Así que te doy las gracias a ti como se las di a ella por darme esperanza cuando lo necesitaba. —Eamon miró a Connor—. Fue nuestro primer invierno aquí, y la oscuridad parecía no disiparse nunca. Añoraba mi hogar, me desesperaba por verlo otra vez.
Había ganado altura y confianza, observó Connor.
—Os habéis forjado una vida aquí.
—Vivimos y aprendemos. La tierra es buena aquí, y la naturaleza nos llama. Pero los tres debemos volver a ver el hogar antes de que podamos formar y conservar el nuestro.
—Pero aún no es el momento, ¿verdad? Confío en que lo sabrás cuando llegue. ¿Están bien tus hermanas?
—Lo están, gracias. Espero que tu hermana también esté bien.
—Así es. Nosotros somos seis. Los tres y otros tres más, y también estamos aprendiendo. Él tiene algo nuevo. Un hechizo de sombra, un modo de moverse entre mundos y formas manteniendo el equilibrio. Tu madre escribió algo sobre las sombras, y mi hermana Branna está estudiando su libro.
—Igual que la mía. Se lo contaré. ¿O queréis venir? Las despertaré a Teagan y a ella, pues les alegrará mucho conoceros a ambos.
Eamon se dispuso a dar media vuelta hacia la puerta de la casa.
Para Meara todo sucedió de forma súbita.
Connor giró, y Eamon con él, como si fueran un solo ser. El gran caballo gris —le provocó un sobresalto ver a Alastar, el mismo semental que conocía— salió en tromba del cobertizo. Casi de inmediato, Roibeard descendió y Kathel apareció de repente.
Antes de que pudiera darse la vuelta del todo, Connor tiró de ella y la colocó a su espalda justo cuando el lobo atacó.
Salió de la nada; sigiloso como un fantasma, rápido como una serpiente.
Esquivó los cascos de Alastar con celeridad y arremetió. Fue directo a por el chico, comprendió Meara, y sin pensar empujó a Eamon a un lado y blandió su espada.
Golpeó el aire, pero aun así el impacto reverberó desde sus brazos hasta los hombros. Entonces toda la fuerza del lobo la alcanzó, haciendo que saliera despedida. El dolor la estremeció; su intensa gelidez le atravesó el costado. El instinto de conservación hizo que lo agarrara del cuello para mantener a raya sus dientes.
Y una vez más, todo sucedió de repente.
El perro arremetió y la luz estalló; una luz tan brillante que hizo arder el aire, tiñéndolo de rojo. Gritos y gruñidos atravesaban aquella ardiente cortina mientras sus músculos temblaban a causa del esfuerzo de contener aquella amenazadora mandíbula. Se oyó gritar, pero no sintió vergüenza porque el lobo también gritó.
Vio una ira homicida y delirante en sus ojos antes de que se agitara y desvaneciera tal y como había aparecido. Como por arte de magia.
Su nombre, Connor decía su nombre una y otra vez. No conseguía recobrar el aliento, simplemente no podía inhalar aire… aire que apestaba a azufre.
Unas manos tibias en su costado, unos labios calientes sobre los suyos.
—Déjame verlo, déjame verlo. ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios mío! No te preocupes, aghra, yo lo arreglaré. Quédate quieta.
—Puedo ayudarte.
Meara oyó la voz, vio la cara. La cara de Branna, solo que más joven. Recordaba esa cara, pensó Meara en medio del dolor, de su líquido aturdimiento. La recordaba de cuando también ella era joven.
—Te parecerás a ella dentro de unos años. Nuestra Branna también es una belleza exótica.
—Quédese quieta, milady. Teagan, ve a por… Ah, bueno, ya se está ocupando de ello. Mi hermana está cogiendo el resto de las cosas que necesito. Tengo un don, primo —le dijo a Connor—. ¿Confías en mí?
—Sí. —Pero asió la mano de Meara—. Tranquila, cariño, tranquila, mo chroi, mírame. Mírame a mí, dentro de mí.
Así que soñó, soñó con aquellos ojos verdes, lejos del dolor, lejos de todo salvo de él. Y él murmuró palabras de afecto, como hacía cuando se amaban.
Entonces Iona —Iona no, sino Teagan, la más joven—, entonces Teagan le puso una taza en los labios, y el sabor en su lengua, bajando por su garganta, le resultó maravilloso.
Cuando inhaló aire, cuando inspiró hondo, le supo igual; a verde y a tierra, a fuego de hogar, y a las hierbas que florecían cerca.
—Estoy bien.
—Un momento más, solo un momento más. ¿Cómo ha podido venir aquí? —le preguntó Brannaugh a Connor—. Aquí estamos fuera de su alcance.
—Pero yo no. De algún modo lo he traído, le he proporcionado acceso. Fue una trampa. Me ha utilizado a mí para llegar a ti, Eamon, y a tus hermanas. Yo lo he traído hasta aquí, lo he traído a esto.
—No, nos ha utilizado a ambos, ha utilizado nuestros sueños.
—Y también nos ha arrastrado —dijo Brannaugh—. Ya no queda nada de su oscuridad en milady. ¿Puede sentarse? Despacio, tranquila.
—Estoy bien. Mejor que antes de recibir la herida. Tienes su don, o ella tiene el tuyo.
—Ha defendido a mi hermano. Si no se hubiera arriesgado, él estaría herido o algo peor, pues Cabhan quería su sangre, su muerte.
—Su espada. —Teagan la depositó sobre las piernas de Meara.
—Hay sangre en ella. Creía que había errado el golpe.
—Dio en el blanco.
—Es magia de sombra —comenzó Brannaugh.
—Lo es —convino Connor—. Mientras esté yo aquí, él puede volver. Os hago más mal que bien quedándome.
—Llévate esto, por favor. —Teagan le ofreció un bulbo coronado por una flor—. Y si puedes plántalo junto a la tumba de nuestra madre. Le encantaban los jacintos silvestres.
—Lo haré en cuanto pueda. He de irme; debo llevar de vuelta a Meara.
—Yo estoy bien —repuso Meara.
—Yo no. Cuidaos. —Estrechó a Meara con fuerza entre sus brazos, apoyando la cara en su cabello.
Meara despertó en la cama, incorporada y rodeada por los brazos de Connor, que la mecía como si fuera una niña.
—He tenido un sueño.
—No era un sueño, o no solo un sueño. Chis, dame un momento. —Presionó los labios contra su cabello, sus sienes, sus mejillas de forma pausada y suave—. Deja que te vea el costado.
—Está bien. Está bien —insistió mientras Connor la movía y pasaba las manos sobre ella—. De hecho presiento que alguien me ha dado un elixir mágico. Y supongo que eso es lo que ha ocurrido. ¿Cómo ha pasado? ¿Cómo ha pasado todo?
—Eamon soñó conmigo y yo, con él. Me llevó con él, y yo te llevé a ti conmigo. Y es probable que Cabhan creara el marco idóneo para todo eso. —Cerró los puños contra su pelo hasta que relajó las manos con cuidado otra vez—. Para utilizarme a mí, mis sueños, con el fin de atacar a Eamon.
—Me colocaste detrás de ti.
—Y tú hiciste lo mismo con Eamon. Uno hace lo que hace. —Exhalando un suspiro, apoyó la frente contra la de ella—. Lo alcanzaste en el costado con la espada y él te alcanzó en el tuyo con las garras, pero seguían siendo una sombra en parte, de modo que la hoja lo hirió, pero no lo detuvo. Esa es mi teoría al respecto.
—Apareció de la nada, Connor. ¿Cómo luchamos contra algo que aparece de la nada?
—Como hemos hecho. La luz lo espantó; la de Eamon y la mía se unieron, y luego la de las chicas.
—Cabhan gritó —recordó Meara—. No parecía un animal, sino un hombre.
—Moverse entre mundos y formas. Creo que lo pillamos por sorpresa cuando pasó de un mundo a otro o de una forma a otra. Casi ha amanecido. No va a ser bonito, pero voy a despertar a Branna. Llamar a los demás te lo dejo a ti. Tenemos que compartir esto con todos, y enseguida. —Pero antes le tomó el rostro entre las manos como había hecho en el sueño—. No seas tan jodidamente valiente la próxima vez, porque la próxima vez podría morirme en el sitio.
—No era más que un crío, Connor, y estaba en medio. Y se parece a ti o tú te pareces a él. La forma de la cara —añadió—, la boca, la nariz, incluso su postura.
—¿De veras?
—Imagino que a ti no te es fácil verlo, pero os parecéis mucho. Llamaré a Iona y ella se ocupará de despertar a Boyle, que a su vez puede despertar a Fin.
—De acuerdo. —Pasó las manos por el largo y ondulado pelo de Meara, que se había deshecho la trenza la noche anterior—. El que baje primero que ponga la puñetera cafetera.
—De acuerdo. —Se inclinó para besarlo, ya que podía ver la preocupación aún en sus ojos—. Ve, que tú tienes la peor tarea de los dos teniendo que despertar a Branna cuando el sol apenas ha salido.
—Ten listo el botiquín. —Se levantó de la cama y se puso los pantalones.
Cuando se marchó, Meara alargó la mano para coger el teléfono y vio el jacinto silvestre. Pensando en Teagan, tan parecida a la chica que Iona debió de ser, se levantó a por un vaso de agua del cuarto de baño y metió el bulbo en él.
Por Sorcha, pensó, y a continuación telefoneó a Iona.
Fue la primera en bajar, así que puso el café en marcha. Contempló la posibilidad de hacer gachas, lo único que era capaz de preparar de manera decente. Y Connor casi siempre chamuscaba los huevos si estaba a cargo del desayuno.
Evitó tener que hacerlo cuando Branna entró en la cocina. Su amiga llevaba unos pantalones de franela a rayas azules y verdes con una fina camiseta de tirantes verde. Se había puesto una chaquetita azul, y de algún modo hacía juego con los gruesos calcetines que le cubrían los pies.
Con el cabello hasta la cintura, que llevaba suelto, Branna fue derecha a por el café.
—No me hables, no me digas ni una palabra hasta que me haya tomado mi café. Pon unas patatas a hervir y cuando ya estén lo bastante blandas, pícalas para freír. —Se tomó el café solo en vez de añadirle una buena dosis de leche, como tenía costumbre de hacer—. Te juro que muy pronto llegará el día en que no me acerque a una cocina durante un mes.
—Te lo habrás ganado. No estoy hablando con nadie en particular. —Se apresuró a decir Meara mientras lavaba las patatas en el fregadero—. Solo hago algunos comentarios.
—Maldito Cabhan —farfulló Branna mientras sacaba cosas de la nevera—. Juro que lo mataré con mis propias manos por obligarme a ver demasiados amaneceres. Voy a hacer los huevos revueltos, y al que no le gusten, que no se los coma.
Con gran sensatez, Meara no dijo nada, pero puso las patatas en el agua hirviendo.
Branna sacó salchichas, puso el beicon a freír y cortó el pan de la hogaza para tostarlo, y todo ello sin dejar de farfullar en ningún momento.
Luego se sirvió más café.
—Quiero verte el costado.
Meara se abstuvo de decir que estaba bien y se limitó a subirse la camisa.
Branna posó los dedos encima —¿cómo sabía el sitio justo?— y la palpó durante un instante. Meara sintió el calor entrar y salir de nuevo.
Acto seguido Branna la miró a los ojos, se arrimó y la abrazó con fuerza.
—Ha sanado bien. Joder, Meara. Joder.
—No empieces. Connor ya me ha echado el sermón. Parece que me hayan destripado en lugar de darme un zarpazo.
—¿Qué crees que pretendía si no sacarte las tripas? —Pero Branna retrocedió y se frotó los ojos con la parte inferior de las palmas. Inspiró hondo antes de apartarlas—. De acuerdo. Vamos a darle caña al puñetero desayuno. ¡Connor Sean Michael O’Dwyer! Mueve tu culo y haz algo con este desayuno aparte de comértelo.
Cuando apareció al cabo de unos segundos, resultó evidente que había estado esperando a que se tranquilizara.
—Lo que quieras. Yo puedo ocuparme de los huevos.
—Tú no vas a tocarlos. Pon la mesa, ya que parece que me voy pasar el resto de mi vida cocinando para seis. Y cuando hayas terminado con eso, puedes empezar a tostar el pan.
Las patatas se estaban friendo cuando llegaron los demás.
—¿Estás bien? —Iona fue directa a Meara—. ¿Estás segura?
—Lo estoy. Estoy mejor que bien, ya que rezumo energía gracias a la poción que me dieron.
—Déjame ver. —Fin hizo a un lado a Iona.
—¿Voy a tener que levantarme la camisa para todos? —Pero lo hizo, frunciendo un poco el ceño cuando Fin posó la mano en ella—. Branna ya se ha metido conmigo.
—Él es mi sangre. Si queda algo de él, aunque no sea más que un resquicio, yo lo sabré. Y no queda nada. —Con suavidad le volvió a bajar la camisa—. No querría que te hicieran daño, mo deirfiúr.
—Lo sé. Claro que hubo un momento, y no querría repetirlo, pero ¿lo demás? Fue fascinante. Tú fuiste con Iona en una ocasión —le dijo a Boyle.
—Sí, así que conozco la sensación. Es como soñar, más bien es como si pasearas y hablaras mientras estás soñando. Hace que te sientas un poco mareado.
—Deberías sentarte —decidió Iona—. Tú siéntate, que yo ayudaré a Branna a terminar el desayuno.
—De eso nada —repuso Branna, tajante—. Boyle, eres el único que no tienes manos de cerdo en la cocina. Prepara los huevos revueltos, ¿quieres? Ya casi he terminado el resto.
Se acercó a los fogones, se colocó junto a Branna y vertió los huevos batidos del cuenco a la sartén en que ella había fundido mantequilla.
—Entonces, ¿todo bien? —preguntó Boyle.
Branna se apoyó contra él durante un momento.
—Estaré bien.
Se volvió para apagar las patatas y comenzó a sacarlas con la espumadera sobre papel de cocina para que absorbiera la grasa sobrante.
—¿Por qué no he percibido nada? —preguntó—. He estado dormida mientras todo pasaba, sin percatarme de nada.
—¿Y por qué no he sentido yo nada, ni tampoco Iona? —replicó Fin a su espalda—. Porque no era nuestro sueño; no formábamos parte de él.
—Yo estaba en la misma casa, en el mismo pasillo, solo que un poco más allá. Debería haber percibido algo.
—Ya veo; como eres el centro del universo tienes que tener parte en todo.
Cuando Branna se volvió hacia él, con los ojos centelleantes y entrecerrados, Iona intervino:
—Basta, basta, basta, los dos. Os estáis culpando a vosotros mismos y es una estupidez. Ninguno es responsable. El único responsable es Cabhan, así que cortad el rollo. Mi sangre, mi hermano —agregó antes de que los dos pudieran hablar—. Bla, bla, bla. ¿Y qué? Todos estamos en esto. ¿Por qué no descubrimos qué ha pasado antes de empezar a repartirnos las culpas?
—Te vas a casar con una marimandona, mo dearthair —le dijo Fin a Boyle—. Y muy sensata. Siéntate, Iona, y tú también, Meara. Yo iré a por el café.
Iona se sentó, apoyando las manos sobre la mesa.
—Eso estaría muy bien.
—Déjalo correr —le advirtió Meara, y se unió a Iona.
Siguiendo las indicaciones de Branna, Boyle puso los huevos en la fuente, junto con las salchichas, el beicon, las patatas, los tomates fritos y la morcilla. A continuación lo llevó a la mesa mientras Fin servía el café y Connor hacía lo propio con el zumo.
—Cuéntanoslo —le pidió Fin a Connor.
—Empezó como suele empezar; como si estuvieras despierto y consciente y fueras otra persona al mismo tiempo. Estábamos en Clare, aunque al principio no lo sabía. En Clare y en la época de Eamon.
Relató la historia mientras todos se servían de una enorme fuente.
—¿Un ciervo? —lo interrumpió Branna—. ¿Era real o lo metiste tú en el sueño?
—No se me habría ocurrido. Si hubiera querido un guía, habría metido a Roibeard. Era un ciervo enorme, y magnífico. Regio, con un pelaje más dorado que castaño.
—Ojos azules —añadió Meara.
—Tienes razón. Eran azules. Audaces y azules, como los de Eamon, ahora que lo pienso.
—O como los de su padre —señaló Branna—. Sorcha escribió en su libro que su hijo tenía los ojos de su padre, y su color de piel y de pelo.
—Piensas que era Daithi —planteó Connor— o su representación. Puede que adoptara esa forma para estar cerca de sus hijos, para protegerlos lo mejor que pudiera.
—Espero que sea cierto —repuso Iona en voz queda—. Fue asesinado cuando cabalgaba de regreso a casa para protegerlos.
—El ciervo que podría ser el espíritu de Daithi nos guió hacia la luz, y la luz era Eamon. Para él habían pasado tres años desde la última vez que nos vimos. Estaba más alto y se le había afinado el rostro, como sucede cuando estás dejando atrás la niñez. Es un chico guapo.
Le brindó una sonrisa a Meara.
—Eso lo dice porque le mencioné que se parecían. Distinto color de pelo, claro, pero es obvio que son familia.
—Eamon pensó que Meara era Aine…, una cíngara —explicó Connor—. La mujer había pasado por allí algún tiempo antes y le había dicho que nos volveríamos a ver.
—Eso resulta interesante. Tienes sangre cíngara —apuntó Iona.
—Así es.
—Y Fin le puso Aine a la yegua que eligió para Alastar.
—He pensado en eso, y asumo que no significa que me parezco a un caballo.
—De gran belleza y espíritu —puntualizó Fin—. El nombre era suyo; en ningún momento pensé en otro. Ya era quien era en cuanto la vi. Claro que es interesante; las conexiones, las coincidencias en el tiempo.
—Es que no sentí nada mientras hablábamos ahí, frente a la casa. Ni tampoco él —apostilló Connor—. Nos preguntamos por la familia. Yo le hablé del hechizo de sombra. Y cuando me pidió que entrara fue cuando todo sucedió. No percibía nada y al momento siguiente lo sentí allí. Justo un instante antes de que el lobo surgiera de la nada. Y él también lo sintió.
—Girasteis juntos, como una sola persona —agregó Meara—. Todo pasó muy rápido. Connor me empujó detrás de él, pero no era a mí a quien quería, sino al chico.
—Y por eso empujó a Eamon a un lado, exponiéndose ella, y blandió la espada. Ni siquiera un segundo, sin tiempo para lanzar ningún tipo de bloqueo. La embistió de pleno y le dio un zarpazo. Su sangre y la de ella flotaron en el aire. El perro atacó. Eamon y yo nos unimos y las chicas salieron corriendo de la casa. Ellas fueron quienes lanzaron un bloqueo, impidiéndome así avanzar de forma precipitada, y le atacaron con todo lo que tenían, así que me uní a ellas, pues no podía hacer nada más en esos pocos segundos. Lo que teníamos bastó para causarle dolor, y Kathel, Roibeard y Alastar se unieron a nosotros. Gritó como una chica.
—¡Oye!
Connor consiguió brindarle una sonrisa a Iona.
—No quería ofender. Entre Kathel, los cascos de Alastar, las garras de Roibeard y nosotros se fue por donde había venido. Desapareció, se esfumó, dejando solo el hedor del infierno tras de sí. Y a Meara sangrando en el suelo. Y no habían pasado ni dos minutos cuando volvió la calma, ni dos minutos entre una cosa y otra.
—Todos los ataques han sido cortos, ¿no? Es algo que tener en cuenta —repuso Branna—. A lo mejor solo tiene poder suficiente para esas breves explosiones con ese hechizo.
—Por ahora —añadió Fin.
—Por ahora es todo lo que tenemos. Se enganchó al sueño de Connor, se coló en él para intentar llegar hasta el chico… o hasta una de las hermanas si salían a saludarte, Connor. Él no puede entrar en la casa, pero entrar en un sueño una vez que has salido de su protección… Eso sí que lo veo posible. No puede llegar a ellos en esa época, en ese lugar, pero podría conectarse al sueño para ir allí.
—Donde el chico habría sido vulnerable —agregó Fin— en la mitad del mundo del sueño lúcido. Entonces Cabhan espera a las afueras, espera para atacar… hasta que tú le das la espalda.
—Maldito cobarde —farfulló Boyle.
—Has dicho que Meara derramó su sangre. ¿Dónde está tu espada? —exigió Branna.
—En casa. No me la traje aquí. En el sueño apareció en mi mano.
—Iré a por ella —dijo Fin—. ¿Dónde la tienes?
—Está en el estante del armario de mi habitación. Te daré la llave del apartamento. —Al ver que él sonreía, Meara se sentó de nuevo—. Que tú no necesitas, ¿verdad? Cosa que no se me había ocurrido. Cualquiera de los cuatro podéis entrar a vuestro antojo.
—Voy a por ella. No tardo nada.
—Agradezco el respeto, ya que sabes que no apruebo que se tome el camino fácil cuando solo hace falta un poquito de esfuerzo y tiempo para realizar la tarea. Pero bueno. —Branna exhaló un suspiro—. Ya estamos por encima de eso, y es una tontería que cojas el coche para ir hasta el pueblo y volver aquí.
Fin asintió. Entonces alzó la mano y en un abrir y cerrar de ojos tenía la espada de Meara.
Ella se sobresaltó, riendo acto seguido.
—Bueno, es impresionante, y son tan pocas las ocasiones en que os veo hacer este tipo de cosas que a veces se me olvida que podéis hacerlo.
—Fin es un poco menos estricto al respecto que Branna —señaló Boyle.
—Bueno, no todos tenemos los mismos límites. —Fin giró la espada—. Hay sangre en ella, y está bastante fresca.
—No quiero ni sangre ni espadas en mi mesa. —Branna se puso en pie y le arrebató la espada de las manos—. Hay suficiente cantidad como para trabajar con ella. Aún me queda algo del solsticio. Pero como has dicho, esta está fresca… y ha salido de él cuando fue herido durante un hechizo de sombra.
—Volveré y trabajaré contigo tan pronto como pueda escaparme —le dijo Connor.
—Yo también —apostilló Iona—. Tenemos una mañana muy ajetreada, pero creo que mis jefes me dejarán cierta flexibilidad esta tarde.
Boyle pasó la mano por el corto cabello de Iona.
—Es posible que puedas convencerlos. Traeré a Meara también si nos necesitas. Al menos podemos traer comida.
—Y ya es mucho. —Branna continuó estudiando la espada—. Ya que no ha quedado suficiente estofado para una segunda comida.
—Entonces Meara y yo nos encargamos de eso, y estaremos de vuelta en cuanto hayamos acabado en el picadero. Dejaré libre a Iona tan pronto como me sea posible.
—Yo la recojo —se ofreció Connor—. Creo que al menos por el momento volvemos a lo de antes; nadie andará solo por ahí. Yo puedo ajustar el horario y salir a las tres, si es necesario.
—Muy bien.
—Yo me quedo. —Se hizo un momento de silencio cuando habló Fin—. Si es necesario.
—Lo es. —Branna bajó la espada—. Y ahora podéis recogerme la cocina. Cuando hayas terminado, yo estaré en el taller —le dijo a Fin, y se marchó.