15

La cocina olía a comida y al fuego de turba que ardía en el hogar. Resplandecía de luz y desprendía el brillante y festivo resplandor contra la oscuridad que se apretaba contra las ventanas. El perro estaba estirado junto a la chimenea, con su gran cabeza apoyada en sus grandes patas, observando a su familia con mirada divertida.

Del pequeño iPod de la cocina brotaba música rebosante de gaitas y violines mientras le daban los últimos toques a la cena. Las voces se mezclaban, las canciones y conversaciones, y entre tanto Connor hacía girar a Iona en un rápido baile.

—¡Aún soy muy patosa!

—No lo eres —le dijo—. Lo que pasa es que necesitas más práctica. —La hizo girar una vez y otra más al verla reír, luego se la entregó a Boyle con suavidad—. Baila con ella, tío. Te la he dejado a punto.

—Y le destrozaré los dedos de los pies cuando la pise.

—Eres bastante delicado cuando te lo propones.

Boyle se limitó a sonreír y levantó su cerveza.

—Aún no me he bebido suficientes cervezas para eso.

—Nos ocuparemos también de eso. —Connor agarró la mano de Meara, le guiñó un ojo y luego ejecutó un rápido y complicado paso; sus botas repiqueteaban y taconeaban sobre el reluciente suelo de madera.

Meara ladeó la cabeza, aceptando en silencio el desafío. E hizo lo mismo. Dos segundos después estaban taconeando, zapateando y pateando en perfecta sincronía con la música y, pensó Iona, siguiendo una vigorosa coreografía en sus cabezas.

Los observó uno frente al otro, con la parte superior del cuerpo erguida e inmóvil mientras sus piernas y pies parecían volar.

—Es como si hubieran nacido bailando.

—No sé los Quinn —comenzó Fin—, pero los O’Dwyer siempre han tenido un don para la música. Manos, pies, voces. Las mejores céilies por aquí siempre las han celebrado los O’Dwyer.

—Es mágico —afirmó con una sonrisa.

—En todos los sentidos.

—¿Y qué hay de los Burke? ¿Bailan?

—Se sabe que sí. Yo, sin ir más lejos, lo hago mejor con una mujer en mis manos. Y dado que Boyle no va a hacerlo, estoy obligado.

Sorprendió a Iona atrayéndola contra sí, haciéndole dar una vuelta rápida y acto seguido siguiendo los pasos que llevaron la danza a un medio tiempo. Al cabo de un momento de torpeza, Iona pilló el paso y lo siguió bastante bien, guiada por sus brazos.

—Diría que los Burke son muy competentes.

Cuando la hizo girar por la estancia, Iona levitó a unos centímetros del suelo y lo hizo reír.

—Igual que la prima estadounidense. Estoy deseando bailar contigo en tu boda. Tal vez tenga que sustituir al novio mientras él se queda a un lado de la pista.

—Veo que no tengo alternativa, o Finbar Burke me pondrá en evidencia.

Boyle agarró a Iona, solventando el tema de sus menos habilidosos pies cogiéndola en vilo y dando vueltas.

Y Branna se encontró delante de Fin.

—¿Bailas? —preguntó este.

—Estoy a punto de llevar la cena a la mesa.

—Uno solo —le dijo, y le asió la mano.

Tenían un don, pensó Connor, fluían con la música, sincronizados por completo, como si hubieran nacido para moverse juntos.

Su bondadoso corazón sufría por ellos, por los dos, pues sus pasos dejaban tras de sí una luminosa estela de amor. Giraron alrededor de la cocina, se dejaron llevar, volvieron a girar; solo tenían ojos el uno para el otro, cómodos y felices como lo fueron en otro tiempo.

Meara se había detenido a su lado y apoyaba la cabeza sobre su hombro.

Durante un maravilloso momento el mundo estuvo en paz. Todo era como fue una vez, como aún podía volver a ser.

Entonces Branna se detuvo y, pese a sonreír, aquel maravilloso momento se hizo añicos.

—Bueno, espero que se os haya abierto el apetito —declaró Branna. Fin le murmuró algo solo para ella en gaélico, aunque en voz demasiado baja como para que Connor lo entendiera. La sonrisa de Branna se tornó triste cuando apartó al vista—. Habrá más música después de cenar, y tenemos vino en cantidades industriales. —Con movimientos rápidos y bruscos, bajó la música—. Esta es una noche para dejar a un lado el trabajo y las preocupaciones. Tenemos alimentos frescos del huerto y nuestra Iona ha preparado la sopa.

Aquel anuncio trajo consigo un prolongado silencio que se dilató hasta que Iona soltó una carcajada.

—¡Venga ya! No soy tan mala cocinera.

—Pues claro que no —replicó Boyle, con el aire de un hombre que se enfrenta a una dura e ingrata tarea. Fue hasta el fogón y tomó una cucharada directamente de la olla para probarla. Una vez saboreada, enarcó las cejas y probó otra vez—. Está buena. En realidad está muy buena.

—No sé yo si se puede confiar en un hombre enamorado —planteó Connor—. Pero vamos a cenar.

Se dieron un festín con productos del huerto y conversaron de cosas triviales, evitando toda referencia a asuntos oscuros. El vino fluyó con generosidad.

—¿Y cómo le va a tu madre en Galway? —le preguntó Fin a Meara.

—Aún no puedo decir que vaya a quedarse, pero casi. Tuve una conversación con mi hermana, que está muy sorprendida por tan satisfactoria solución…, al menos por ahora. Mi madre se está ocupando del jardín y lo tiene impecable. Y ha trabado cierta amistad con una vecina que también es una ávida jardinera. Si pudieras guardarme la casa un poco más…

—Todo el tiempo que necesites —la interrumpió Fin—. Tengo pensado hacer algunas mejoras allí. Cuando dispongas de un rato, Connor, podemos hablar de trabajar un poco en esa casa.

—Siempre tengo un rato para eso. He echado de menos el desafío y la diversión de construir y arreglar desde que terminamos la ampliación de esta casa. ¿De verdad has hecho tú la sopa, Iona? Porque está buenísima —diciendo eso, se sirvió otro cazo.

—Branna me ha vigilado como Roibeard, y me ha guiado paso a paso.

—Espero que recuerdes la receta, porque te pediré que la prepares en casa —aseveró Boyle.

Complacida, Iona le brindó una sonrisa.

—Tendremos que sembrar tomates. Se me da bastante bien el huerto. Podemos intentar plantar algo el año que viene… en maceteros.

—Seguro que encontramos algo con un pequeño terreno para entonces, y así podrás tener un huerto en condiciones.

—A lo mejor estáis demasiado ocupados con la boda y la luna de miel la próxima primavera como para sembrar tomates —señaló Meara.

—Y aquí tenemos más que de sobra para compartir —añadió Branna—. ¿No habéis encontrado un lugar que se adapte mejor a vosotros que donde estáis?

—Aún no, y tampoco hay prisa —repuso Boyle mirando a Iona.

—Ninguna prisa —confirmó ella—. Nos gusta estar cerca de todos vosotros y del picadero. De hecho los dos nos decantamos por quedarnos cerca, así que hasta que no encontremos algo que cumpla con los requisitos, nos gusta donde estamos.

—Tengo motivos para saber que construirte tu propia casa suele cumplir con dichos requisitos. —Fin sirvió más vino a todos.

—Hiciste una puñetera obra maestra cuando construiste tu casa —comentó Boyle.

—Fue estupendo intervenir en eso. —Recordó Connor—. Aunque Fin era tan picajoso como tu tía Mary con todo, desde la colocación de las baldosas a los tiradores de los armarios.

—Eso es lo que lo convierte en una labor tan satisfactoria, en caso de no tener prisa. Detrás de mi vivienda —prosiguió Fin— hay terreno en el que se puede construir una casa entre los árboles, si a alguien le gusta la idea. Y yo estaría dispuesto a vender una parcela a unos buenos vecinos.

—¿Hablas en serio? —La cuchara de Iona golpeó contra el plato.

—Sobre los buenos vecinos, sí. No tengo ganas de cargar con unos malos, aunque haya mucho espacio en medio.

—Una casa en el bosque. —Iona se volvió hacia Boyle, con los ojos brillantes—. Nosotros seríamos unos vecinos magníficos. Podríamos ser unos vecinos alucinantes.

—Cuando compraste todo ese terreno dijiste que era para impedir que la gente construyera casas a tu alrededor.

—Una cosa es la gente —le dijo Fin a Boyle—. Y otra muy distinta son los amigos y la familia… y los socios. Si os interesa podemos echar un vistazo cuando queráis.

—Supongo que ahora mismo es demasiado pronto —adujo Iona con una carcajada—. Pero, claro, no tengo idea de cómo diseñar o construir una casa.

—Pues eres afortunada de tener un par de primos que sí —apuntó Connor—. Y si decidís hacerlo, yo conozco a buenos obreros por aquí, lo cual me viene como anillo al dedo —agregó—, si es que tengo voz y voto en esto. Puedo salir de caza con los halcones por allí como hago ahora y tendría la ventaja de pasarme a tomar un plato de sopa.

—Piensa con el estómago —comentó Meara—, pero tiene razón. Sería un lugar precioso para una casa, y justo donde tú quieres. Es una buena idea, Fin.

—Una buena idea, pero aún tiene que decirnos el precio.

Fin le brindó una sonrisa a Boyle, levantando su copa.

—Ya llegaremos a eso… después de que tu novia haya echado un vistazo.

—Siempre ha sido un hombre de negocios muy astuto —dijo Branna—. Se enamora y paga el precio que sea. —Pero lo dijo con humor, no con amargura—. Y es una buena idea. Más todavía, me evita un dilema, ya que el terreno detrás de esta casa es para Connor. Pero al ser Iona familia, me he estado debatiendo al respecto; aun así… lo he recorrido innumerables veces y nunca ha pronunciado el nombre de Iona. No podía imaginaros a Boyle y a ti haciéndoos la casa ahí, aunque hubierais estado cerca de nosotros, y es un lugar precioso con una buena vista. No podía comprenderlo. Ahora lo entiendo. Tendréis vuestra casa en el bosque. —Levantó su copa—. Benditos seáis.

Branna sacó su violín después de la cena y unió su voz a la de Meara. Solo canciones alegres y animadas. Connor fue a por su tambor de marco a su cuarto, añadiendo una nota tribal. Para sorpresa y deleite de Iona, Boyle desapareció unos momentos y regresó con un acordeón diatónico.

—¿Tú tocas? —Iona miró boquiabierta a Boyle y el pequeño acordeón de botones que sujetaba—. ¡No tenía ni idea de que sabías tocar!

—No sé ni siquiera una nota. Pero Fin sí.

—No he tocado una sola nota en años —protestó este.

—Toca, Fin —lo animó Meara—. Tengamos una seisiún como es debido.

—Pues no os quejéis cuando lo eche todo a perder.

Miró a Branna. Un instante después ella se encogió de hombros, golpeteó el suelo con el pie y comenzó a tocar algo desenfadado y animado. Con una carcajada, Connor movió los dedos y la baqueta sobre el colorido tambor.

Fin cogió el ritmo y la melodía y se unió a ellos.

La música sonó, interrumpida tan solo para tomar un poco más de vino o para hablar sobre qué canción sería la siguiente. Iona buscó un cuaderno.

—¡Necesito los títulos de estas canciones! Querremos algunas en el banquete de la boda. Son muy divertidas y alegres. —Imaginándose con su perfecto vestido de novia, bailando al son de tan animado alborozo con Boyle, rodeada de amigos y familia, le dedicó una deslumbrante sonrisa a este—. Así es como va a ser nuestra vida juntos.

Mientras Meara dejaba escapar un largo y exagerado «oooh», Boyle le dio un sonoro beso a Iona.

De modo que en la cálida e iluminada cocina había risas y música, una intencionada y desafiante celebración de la vida, del futuro, de la luz.

Fuera, en la profunda oscuridad, las sombras se extendían y la niebla se arrastraba de manera sigilosa.

Llevado por la ira y la envidia, hizo cuanto pudo por envolver la casa. Pero las protecciones que tan cuidadosamente habían lanzado lo repelían, de modo que solo podía merodear y confabular contra la luz…, buscando, buscando alguna grieta en el círculo.

Meara se pasó al agua para humedecerse la garganta y le llevó un vaso a Branna. De pronto se sentía cansada, y un poco borracha. Era aire lo que necesitaba más que el agua, pensó. Aire fresco, húmedo y oscuro.

—Después de Samhain —dijo Connor— celebraremos una verdadera céili e invitaremos a los vecinos y la gente de los alrededores como hacían mamá y papá. ¿Qué te parece cuando se acerque la Navidad, Branna?

—Con un árbol en la ventana y luces por todas partes. Con suficiente comida como para que las mesas crujan. Me encantan las Navidades, así que me parece bien.

Era raro que Connor se retrajera dentro de su mente, pero lo hizo.

Él está cerca, aproximándose, presionando con fuerza. ¿Lo sientes?

Branna asintió, pero continuó sonriendo.

La música le atrae como la luz a la polilla. Pero no estamos listos, no estamos del todo preparados para acabar con él.

Es una oportunidad para intentarlo, y no deberíamos desaprovecharla.

Entonces comunícaselo a los demás de esta misma forma. Vamos a aprovechar la oportunidad; esperemos que la sorpresa sea suficiente.

Connor vio, igual que Branna, que Fin ya sentía esa presión, aquellos siniestros dedos escarbando en la luz. Vio que Iona se sobresaltaba, solo un poco, cuando le introdujo con suavidad sus pensamientos en la cabeza.

Esta le apretó la mano a Boyle.

Connor miró a Meara.

En cuanto se percató de que ella no estaba allí la buscó con sus sentidos y la vio alargar el brazo para asir el pomo de la puerta principal de la casa.

El miedo le atenazó la garganta como si fueran garras, casi haciéndolo sangrar. La llamó a gritos con su mente, de viva voz, y salió corriendo de la habitación.

Casi medio dormida, flotando en las sombras suaves y tenues, salió afuera. Ahí estaba lo que necesitaba, ahí estaba lo que tenía que tener. La oscuridad, la densa y queda oscuridad.

Justo cuando se disponía a inspirar hondo, Connor la agarró de la cintura y casi la arrojó de nuevo dentro de la casa.

Todo tembló; el suelo, la tierra, el aire… Ante su mirada aturdida, la oscura niebla al otro lado de la puerta se inclinó hacia dentro como si algo grande y terrible empujara con todo su peso contra ellos. Boyle le cerró la puerta en las narices a eso y al hueco rugido —como una ola furiosa— que lo acompañó.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre? —Meara empujó a Connor, que se había arrojado sobre ella para protegerla con su cuerpo.

—Es Cabhan. No te acerques —espetó Branna, y abrió la puerta otra vez.

Afuera rugía una tormenta feroz, las sombras se enroscaban, se retorcían. Bajo ellas surgió una especie de agudo chillido y un estruendo que era como el batir de un millar de alas.

—Murciélagos, ¿no? —dijo Branna con asco—. Intenta tu mejor golpe —gritó, con los puños cerrados a los lados—. Intenta tu golpe más potente, y luego inténtalo otra vez. Pero este es mi hogar, y jamás cruzarás el umbral.

—Dios mío —susurró Meara cuando la niebla se disipó lo suficiente como para que viera los murciélagos. Parecía un muro vivo y ondulante, con rojos ojillos y alas puntiagudas.

—Quédate aquí. —Connor gritó en medio del estruendo, luego se acercó a su hermana a toda velocidad. Y con él, Iona y Fin se dispusieron a formar una línea—. En nuestra luz te retorcerás —comenzó Connor.

—En nuestra llama te quemarás y arderás —continuó Iona.

—Aquí el poder de los tres en uno solo se funde —agregó Fin.

—Hágase mi voluntad —concluyó Branna.

Meara, arrastrada hacia atrás por Boyle, observó mientras los murciélagos se iluminaban como antorchas. Se odió a sí misma por horrorizarse mientras chillaban, mientras estallaban y sus humeantes cuerpos se retorcían.

Las cenizas cayeron como negra lluvia, azotadas por el terrible viento.

Luego todo quedó en silencio.

—No eres bienvenido aquí —murmuró Branna, cerrando de un portazo acto seguido.

—¿Estás herida? —Pasado el peligro, Connor se arrodilló junto a Meara.

—No, no. Dios mío, ¿lo he dejado entrar? ¿Nos he expuesto a eso?

—Nada ha entrado. —Pero Connor la estrechó entre sus brazos, presionando los labios sobre su pelo—. Solo has abierto la puerta.

—Tenía que hacerlo. Sentía que no podía respirar y quería…, ansiaba…, la oscuridad y el silencio. —Alterada, cerró los puños y se apretó las sienes con ellos—. Me ha vuelto a utilizar, ha intentado usarme contra todos nosotros.

—Y ha fallado —repuso Iona con voz airada.

—Él te considera débil. Mírame. —Fin se arrimó a ella—. Te considera débil porque eres una mujer y no eres bruja. Pero se equivoca, porque no hay nada débil en ti.

—Y aun así me ha utilizado.

—Quería que salieras fuera, más allá de las protecciones y los encantamientos. —Connor le apartó el pelo de la cara—. Ha intentado hacerte salir, alejarte de nosotros. No para utilizarte, cariño, sino para hacerte daño. Porque está furioso por lo que estamos haciendo aquí. La música, la luz, el júbilo. Solo por eso te habría hecho daño si hubiera podido.

—¿Estás seguro? ¿La música, la luz? —Meara desvió la mirada de Connor a Branna y de nuevo a él—. De acuerdo. Tocaremos más alto y, si me hacéis el favor, utilizad lo que sea necesario para que la luz sea más intensa.

Connor la besó, ayudándola después a levantarse.

—No, no hay ni una pizca de debilidad en ti.

De madrugada, ya agotados, Connor la abrazó contra sí en la cama. Parecía incapaz de soltarla. La imagen danzaba en su cabeza; la expresión aturdida del rostro de Meara cuando había salido de la luz a la oscuridad.

—Está utilizando juegos mentales, y tiene muchos, tiene lo suficiente dentro de él como para atravesar los escudos. —Mientras hablaba dibujó con el dedo las cuentas que llevaba Meara—. Trabajaremos en algo más potente.

—No fue a por Boyle con tanto ahínco. ¿Tiene razón Fin? ¿Es porque no soy un hombre?

—Se aprovecha más de las mujeres, ¿o no? Mató al esposo de Sorcha, sí, pero mató a Daithi para atormentarla, para romperle el corazón a ella y quebrar su espíritu. Y la atormentó una y otra vez durante ese último invierno. La historia dice que tomó a chicas del castillo y los alrededores.

—Pero él ha intentado llegar hasta el chico, hasta Eamon.

—Cree que si elimina al chico, las chicas son más vulnerables a él. Quiere a Brannaugh; a la que fue y a la nuestra. Lo percibo siempre que lo dejo entrar.

Meara cambió de posición.

—¿Que lo dejas entrar?

—En mi cabeza…, un poco. O cuando soy capaz de colarme, igual que hace él, en la suya. Hace frío y está oscuro, y está tan lleno de ansia y cólera que resulta difícil entender nada.

—Pero dejarlo entrar, aunque solo sea un momento, es peligroso. ¿Él también podría ver tus pensamientos, podría… utilizarlos contra nosotros? Contra ti.

—Tengo maneras de evitarlo. No tiene lo que yo tengo, ni siquiera una pizca. Lo que también tiene Eamon, y le encantaría despojar al chico de su poder y tomarlo para sí. —Le acarició el cabello con aire distraído y le soltó la trenza. A pesar de todo se sentía extrañamente satisfecho de estar con ella sin más, con sus cuerpos calientes pegados, hablando en susurros en la oscuridad—. Apenas nos molestaba antes de que llegara Iona. Con Fin ha sido implacable desde el día en que la marca apareció en su hombro.

—Nuestro Fin nunca habla de ello, o raras veces lo hace.

—A mí sí me habla —le dijo Connor— y a veces a Boyle. Pero no, aun así lo hace en contadas ocasiones. Las cosas cambiaron por completo cuando le apareció la marca de Cabhan. Y volvieron a cambiar cuando llegó Iona. Él la presionó esas semanas, ya que no solo era una mujer, sino que además era novata, carecía de experiencia y estaba aprendiendo todo lo que tenía y cómo utilizarlo. También la consideraba débil.

—Branna le demostró que se equivocaba.

—Igual que ya has hecho tú en más de una ocasión. —La besó en la frente, en la sien—. Pero no va a dejar de intentarlo. Haciéndote daño a ti, nos lo hace a todos. Eso lo sabe muy bien, aunque no pueda entenderlo, ya que él no ha amado jamás en toda su existencia. ¿Cómo crees que será existir durante tanto tiempo, durante tantas vidas, y no conocer jamás el amor, no darlo ni recibirlo?

—Hay gente que vive sin ello…, o se las arregla sin él durante una vida…, y no se dedican a atormentar y a matar.

—No pretendo que sea una excusa. —Se apoyó en el codo para mirarla—. Puede hechizar a una mujer y tomar su cuerpo, y su poder, si es que lo tiene. El deseo sin amor…, sin amor por nada ni por nadie…, eso es la oscuridad. Creo que quienes pasan por la vida solo con eso deben de ser criaturas tristes o malvadas. Es el corazón lo que nos ayuda a superar las malas épocas y lo que nos da alegría.

—Branna dice que tu poder proviene de tu corazón. —Dibujó con suavidad una cruz con el dedo sobre este.

—Eso piensa, sí, y es cierto. Yo no sería yo si no pudiera sentir. Él siente. Lujuria, rabia y codicia, sin nada que le aporte luz. Tomar lo que somos no le bastará. Jamás le bastará. Quiere que conozcamos la oscuridad que él conoce, que suframos en ella.

Le entraron ganas de estremecerse ante aquello, de modo que tensó el cuerpo para evitarlo.

—¿Encontraste eso en su mente?

—Una parte. Otra parte puedo verla. Y esta noche he sabido lo que él sentía durante un instante…, y era una especie de júbilo atroz al pensar en apartarte de mí, de nosotros. De ti misma.

—Tú estabas dentro de mí…, en mi cabeza. Él no pronunció mi nombre, esta vez no, pero tú sí. Te oí pronunciar mi nombre y me detuve solo un instante. Me sentía como si estuviera en el borde de algo y tiraran de mí en ambas direcciones. Luego estaba debajo de ti en el suelo, así que no sé hacia dónde habría ido.

—Yo sí lo sé, y no solo porque no hay ni pizca de debilidad en ti, sino por esto. —Bajó la cabeza y tomó sus labios con ligereza, con suma ligereza—. Porque es más que lujuria.

Meara se puso nerviosa y sintió mariposas en el estómago.

—Connor…

Con suavidad, con mucha suavidad y ternura sus labios persuadieron a los suyos para entregarse, seduciéndola centímetro a centímetro. Si su poder procedía del corazón, lo estaba usando en ese momento, saturándola de puro sentimiento.

Habría dicho que no… que no, que aquel no era su estilo, que no podía ser el camino. Pero él ya la estaba sumergiendo en la dulzura, en el resplandor, en la luz.

Sus manos, livianas como el aire, la recorrían, e incluso con tan delicado contacto prendía fuego en ella.

Quedas, tan quedas y excitantes, sus palabras le pedían que creyera lo que jamás había creído. Que confiara en lo que ambos temían y rechazaban.

En el amor, en su simplicidad, en su poder. En su constancia.

No era para ella. No, no era para ella, pensó, pero se sumió en sus sedosas nubes. Lo que él le daba, lo que le provocaba, lo que le prometía, era irresistible.

Durante un momento, durante una noche, se entregó a ello. Se entregó a él.

De modo que Connor tomó, pero lo hizo con ternura, y le dio más a cambio.

Lo había sabido, en el instante en que ella se colocó entre la oscuridad de Cabhan y su luz había conocido la verdad del amor. Comprendió que este venía preñado de temores y riesgos. Supo que podía perderse en su laberinto, aceptó que maniobraría entre sus sombras, que se envolvería en su luz y viviría su vida surcando los altibajos, sus tramos llanos y los repentinos baches.

Con ella.

Toda una vida de amistad no lo había preparado para ese cambio, para ese trascendental paso del afecto natural a lo que sentía por ella.

La elegida. La única. Y atesoraría aquello.

No pidió que ella lo correspondiera con palabras; estas ya saldrían. Por el momento le bastaba con su rendición. Aquellos suspiros entrecortados, los estremecimientos, el latido acelerado e irregular de su corazón.

Meara se incorporó, surcando una ola de placer tan absoluta que pareció llenar su cuerpo de una luz pura y blanca.

Luego era él quien la llenaba, dándole más, más y más, hasta que las lágrimas le empañaron la vista. Cuando ella llegó a la cima, cuando se aferró durante unos gloriosos momentos a ese brillante y resplandeciente borde, oyó de nuevo su voz dentro de su mente.

Esto es más, le dijo. Esto es amor.

—¿Por qué te pone tan nerviosa?

—¿Qué? —Meara lo miró, luego miró a su alrededor—. ¿Dónde estamos? ¿Es… es esa la cabaña de Sorcha? ¿Estamos soñando?

—Es más que un sueño. Y el amor es más que la mentira que tú intentas creer que es.

—Es la cabaña de Sorcha, pero está bajo las enredaderas que crecen a su alrededor. Y no es el momento de hablar sobre el amor y las mentiras. ¿Nos ha traído él aquí?

Sacó su espada, agradecida de que el sueño que no era tal se la proporcionara.

—El amor es la fuente de la luz.

—La luna es la fuente de la luz, y podemos alegrarnos de que esté llena en el lugar y el tiempo en que nos encontramos. —Giró despacio en círculo, buscando las sombras—. ¿Está cerca? ¿Puedes sentirlo?

—Si aún no puedes creer que me amas, deberías creer que yo te amo. Jamás te he mentido en toda tu vida, o no en lo que importa.

—Connor. —Envainó la espada, pero mantuvo la mano sobre la empuñadura—. ¿Es que has pedido el juicio?

—Lo he recuperado. —Le brindó una sonrisa—. Es tu juicio el que se ha perdido porque no tienes el valor de aferrarlo y retenerlo.

—Soy yo quien tiene la espada, así que cuidadito con lo que dices de mi valor.

Connor se limitó a besarla antes de que ella lo apartara.

—No tienes ni una pizca de debilidad. Tu corazón es más fuerte de lo que crees, y va a ser mío.

—No voy a quedarme aquí, nada menos, a hablar de tonterías contigo. Yo voy a volver.

—Ese no es el camino. —Connor la cogió del brazo cuando se dio la vuelta.

—Me conozco perfectamente el camino.

—Ese no es el camino —repitió—. Y aún no es el momento; ahí viene.

Meara aferró la empuñadura de la espada.

—Cabhan.

Connor le sujetó la mano que tenía en la empuñadura antes de que pudiera desenvainar, y sacó la piedra blanca de su bolsillo. Resplandecía como una pequeña luna en su palma.

—No. Es Eamon quien viene.

Lo vio llegar a caballo al pequeño claro; ya no era un muchacho, sino un hombre. Muy joven, pero alto y serio, y se parecía tanto a Connor que el corazón le dio un vuelco.

Llevaba el pelo más largo y trenzado a la espalda. Llegó en silencio a lomos de un alazán de aspecto recio que, en su opinión, podría haber galopado por medio país sin resollar.

—Buenas noches, primo —lo saludó Connor.

—Buenas noches a tu mujer y a ti. —Eamon desmontó con facilidad. En vez de atar al caballo, dejó las riendas sobre su lomo. A juzgar por su porte, como una estatua bajo la luz de la luna, estaba claro que no se alejaría ni se espantaría de su dueño.

—Ha pasado bastante tiempo para ti —comentó Connor.

—Cinco años. Mis hermanas y sus maridos aguardan en Ashford. Brannaugh tiene dos hijos, un niño y una niña, y otro niño que nacerá cualquier día. Teagan está encinta. De su primer retoño. —Miró hacia la cabaña, luego a la tumba de su madre—. Y hemos vuelto a casa.

—A luchar con él.

—Es mi mayor deseo. Pero él está en tu tiempo, y esa es una verdad que no se puede negar.

Alto y serio, con el ojo de halcón colgado del cuello, Eamon miró de nuevo hacia la tumba de su madre.

—Teagan vino aquí antes que yo. Vio a aquella que descenderá de ella. La vio observar mientras ella se enfrentaba a Cabhan. Somos los tres, los primeros, pero lo que somos, lo que tenemos, os lo pasaremos a vosotros. Esto es todo lo que puedo ver.

—Nosotros somos seis —repuso Connor—. Los tres y tres más. Mi mujer, el hombre de mi prima y un amigo, un amigo poderoso. —Y dado que el muchacho era ya un hombre, había llegado el momento de hablarle de ello, pensó Connor—. Nuestro amigo es Finbar Burke. Lleva la sangre de Cabhan.

—¿Está marcado? —Al igual que Meara, Eamon posó una mano en la empuñadura de su espada.

—Aunque no por obra suya, ni por deseo suyo.

—La sangre de Cabhan…

—Le confiaría mi vida, y lo he hecho. Le confiaría la vida de mi mujer, y la amo con locura…, aunque ella no lo crea. Somos seis —repitió Connor— y él es uno de nosotros. Lucharemos contra Cabhan. Acabaremos con él. Lo juro. —Connor desenvainó la espada de Meara y, con ella en la mano, fue a la tumba. Se cortó en la palma, dejando que el rojo líquido goteara sobre el suelo—. Juro por mi sangre que acabaremos con él. —Se llevó la mano al bolsillo, sin sorprenderse al encontrar el jacinto silvestre. Utilizó la espada para excavar un pequeño agüero y lo plantó—. Una promesa hecha y cumplida.

Agitó el aire con un dedo, extrajo su humedad y dejó que la sangre y el agua se vertieran sobre la tierra.

Luego, retrocediendo, contempló junto con los demás cómo crecía la planta y se duplicaban las flores.

—Me alejé de ella. —Eamon miró la tumba—. No había elección, y era su voluntad y su deseo. Ahora he vuelto a casa como un hombre. Haré cuanto pueda, usaré todo el poder que se me ha dado. Promesa cumplida. —Tendió una mano hacia Connor—. No puedo confiar en el descendiente de Cabhan, pero confío en ti y en los tuyos.

—Él es mío.

Eamon miró la tumba, las flores, la cabaña.

—Entonces sois seis. —Se tocó su amuleto, gemelo del de Connor, y acto seguido la piedra en el cordón de cuero que Connor le había regalado—. Todo lo que somos está contigo. Espero que nos veamos de nuevo cuando esto haya acabado.

—Cuando haya acabado —convino Connor.

Eamon montó en su caballo y luego le brindó una sonrisa a Meara.

—Deberías creer a mi primo, milady, pues lo que dice, lo dice con el corazón. Adiós.

Dio media vuelta a su montura y se alejó con el mismo sigilo con el que había llegado.

Meara comenzó a hablar… y despertó sobresaltada en la cama de Connor.

Él estaba sentado a su lado, con una sonrisa torcida en la cara mientras se estudiaba la palma ensangrentada.

—¡Joder! Una nunca sabe dónde va a acabar cuando se tumba junto a alguien como tú. ¡Cuidado! Mancharás las sábanas de sangre.

—Lo solucionaré. —Se frotó una palma con la otra, restañó la sangre y cerró la superficial herida.

—¿De qué iba eso? —exigió.

—Una pequeña visita a mi familia. Algunas preguntas, algunas respuestas.

—¿Qué respuestas?

—Intento descubrirlo. Pero la flor ya está plantada, tal y como me pidió Teagan, así que eso es suficiente por ahora. Estaba guapo nuestro Eamon, ¿verdad?

—Lo dices porque os parecéis. Cabhan tiene que saber que han regresado.

—No acabaron con él, pero él tampoco acabó con ellos. Igual que con las flores, eso es suficiente por ahora. Nos toca a nosotros terminar con él; eso también lo sé.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo siento. —Se llevó un dedo al corazón—. Confío en lo que siento. A diferencia de ti, por ejemplo.

Tras lanzarle una mirada de impaciencia, Meara se levantó de la cama.

—Tengo que ir a trabajar.

—Tienes tiempo para tomar un bocado. No tienes por qué preocuparte, ya que no tenemos tiempo para que te chinche como es debido sobre mis sentimientos y los tuyos. Pero habrá tiempo para eso muy pronto. Te quiero con locura, Meara, y aunque ha sido una sorpresa para mí, me encantan las sorpresas.

Meara cogió su ropa.

—Estás idealizando todo el asunto, y juntándolo todo precipitadamente: magia, peligros, sangre y sexo. Espero que recobres el juicio en breve, y por ahora me voy al baño a prepararme para ir a currar.

Salió con paso firme.

Connor esbozó una sonrisa mientras la contemplaba, divertido por la bonita vista de su trasero al cruzar la puerta del baño que compartía con Iona.

Había recuperado el juicio…, aunque hacerlo le había costado la mayor parte de su vida, pensó. Podía esperar a que ella recuperara el suyo.

Entre tanto… Estudió su palma ya curada. Tenía mucho en que pensar.