6

Soñó con el chico y se sentó con él bajo la titilante luz de una fogata dentro de un círculo hecho de toscas piedras grises. La luna llena reinaba en el cielo, una bola blanca sumergida en un mar de estrellas. Olió el humo y la tierra… y al caballo. No al Alastar que fue o que era ahora, sino a la recia yegua que se encontraba de pie, con el cuerpo relajado, dormitando.

En una rama, por encima del caballo, el halcón hacía guardia.

Y escuchó la noche, todos sus susurros en el viento.

El chico estaba sentado con las rodillas recogidas y la barbilla apoyada en ellas.

—Estaba durmiendo —le dijo.

—Y yo. ¿Es esta tu época o la mía?

—No lo sé. Pero este es mi hogar. ¿Es el tuyo?

Connor miró hacia las ruinas de la cabaña, a la lápida de piedra que marcaba la tumba de Sorcha.

—Es nuestro igual que lo era de ella. ¿Qué ves allí?

Eamon miró hacia las ruinas.

—Nuestra cabaña tal y como la dejamos la mañana en que mi madre nos envió lejos.

—¿Tal y como la dejasteis?

—Sí. Quiero entrar, pero la puerta no se abre para mí. Sé que mi madre no está allí, y que nos llevamos todo cuanto ella nos dijo que nos lleváramos. Y aun así quiero entrar, como si ella estuviera allí, esperándome junto al fuego.

Eamon cogió un palo largo y atizó el fuego como solían hacer los críos.

—¿Qué ves tú?

Le partiría el corazón al chico si le decía que veía una ruina cubierta de maleza. Y una tumba.

—Te veo a ti en tu época y a mí en la mía. Y, sin embargo… —extendió el brazo y tocó el hombro de Eamon—. Sientes mi mano.

—Sí. Así que estamos soñando, pero no.

—El poder rige este lugar. El de tu madre y me temo que también el de Cabhan. Le hicimos daño tú y yo, así que no trae poder alguno aquí esta noche. ¿Cuánto tiempo ha pasado para ti desde que nos encontramos?

—Tres semanas y cinco días. ¿Y para ti?

—Menos. De modo que el tiempo no cuadra. ¿Estás bien, Eamon? ¿Estáis bien tus hermanas y tú?

—Fuimos a Clare y construimos una pequeña cabaña en el bosque. —Los ojos le brillaban cuando miró hacia su hogar otra vez—. Utilizamos la magia. Nuestras manos y nuestras espadas también, pero pensamos que si usábamos la magia estaríamos más seguros. Y también más secos —agregó con una pequeña sonrisa—. Brannaugh ha hecho algunas sanaciones mientras viajábamos, y también ahora que estamos aquí. Tenemos una gallina para que nos dé huevos, que es una cosa muy buena, y sabemos cazar…, todos menos Teagan, que no puede usar las flechas con los seres vivos. Le parte el corazón intentarlo, pero atiende a los caballos y a la gallina. Hemos hecho algunos trueques; trabajo, curaciones y pociones a cambio de patatas y nabos, grano y ese tipo de cosas. Sembraremos nuestras propias cosas cuando podamos. Yo sé sembrar y cosechar.

—Acude a mí si puedes cuando lo necesites. Es posible que yo pueda conseguirte comida, mantas o lo que te haga falta.

Un poco de consuelo, pensó Connor, para un chico triste tan lejos de casa.

—Te lo agradezco, pero estamos muy bien, y tenemos el dinero que Ailish y Bardan nos dieron. Pero…

—¿Qué? Solo tienes que decirlo.

—¿Podría tener algo tuyo? ¿Alguna cosa pequeña para llevar conmigo? Te la cambiaré por otra cosa. —Eamon le ofreció una piedra, un canto de un blanco puro que sujetaba en la palma ahuecada como si fuera un huevo—. Solo es una piedra que he encontrado, pero es muy bonita.

—Lo es. No sé qué tengo. —Entonces le vino a la cabeza, y alzó la mano para coger el delgado cordón de cuero con la lanza de cristal que llevaba al cuello—. Es ojo de tigre azul…, pero también lo llaman ojo de águila u ojo de halcón. Me lo regaló mi padre.

—No puedo aceptarlo.

—Sí que puedes. Él es tan tuyo como yo. Le alegrará que lo tengas tú. —Para zanjar el tema, se lo puso al cuello a Eamon—. Es un buen intercambio.

Eamon tocó la piedra y la estudió a la luz de la hoguera.

—Se lo enseñaré a mis hermanas. Estaban asombradas y llenas de preguntas cuando les conté mi encuentro contigo y cómo espantamos a Cabhan. Y un poco celosas también. Quieren conocerte.

—Y yo a ellas. Llegará ese día. ¿Lo sientes?

—No desde aquel día. Brannaugh ha dicho que ya no puede alcanzarnos. No puede traspasar sus propias fronteras, así que no puede llegar a nosotros en Clare. Regresaremos cuando seamos adultos, cuando seamos más fuertes. Volveremos a casa.

—Sé que lo haréis, pero estaréis más seguros donde estáis hasta que llegue el momento.

—¿Lo sientes tú?

—Sí, pero esta noche no. Aquí no. Deberías descansar —le dijo cuando a Eamon se le cerraron los ojos.

—¿Te quedarás?

—Me quedaré tanto rato como pueda.

Eamon se hizo un ovillo, envolviéndose con su corta capa.

—Es música. ¿La oyes? ¿Oyes la música?

—La oigo, sí.

Era la música de Branna. Una canción llena de congoja y desengaño.

—Es preciosa —murmuró Eamon, que comenzaba a quedarse dormido—. Triste y hermosa. ¿Quién toca?

—Es el amor quien toca.

Dejó que el chico durmiera y vigiló la fogata hasta que despertó en su propia cama, con el sol colándose por la ventana.

Cuando abrió la mano cerrada, había una piedra lisa y blanca en ella.

Se la enseñó a Branna cuando bajó a la cocina para tomarse su café de la mañana. El sueño se esfumó por completo de los ojos de su hermana.

—Te la has traído contigo.

—Estábamos los dos ahí, de carne y hueso igual que estamos tú y yo aquí, pero cada uno en su propia época. Le di el ojo de halcón que me regaló papá… ¿Lo recuerdas?

—Pues claro. Solías llevarlo cuando eras niño. Está colgado en el marco del espejo de tu dormitorio.

—Ya no. No lo llevaba puesto, no llevaba nada cuando me acosté anoche. Pero en el sueño estaba vestido y lo llevaba al cuello. Ahora lo lleva Eamon.

—Cada uno en su propia época. —Fue hacia la puerta para abrir a Kathel, que regresaba de su carrera matutina—. Pero os sentasteis juntos, hablasteis entre vosotros. Te has traído lo que él te dio a través del sueño. Tenemos que averiguar cómo utilizar eso.

Abrió la nevera y Connor vio que sacaba mantequilla, huevos y beicon; comprendió que la historia, el rompecabezas que esta entrañaba y la necesidad de su hermana de examinar las piezas iban a reportarle un buen desayuno.

—Te oímos tocar.

—¿Qué?

—En el claro. Te oímos. Él tenía tanto sueño que apenas podía mantener los ojos abiertos. Y la música, tu música, llegó hasta nosotros. Se quedó dormido mientras te escuchaba tocar. ¿Anoche tocaste?

—Sí, así es. Me desperté inquieta y toqué un rato.

—Te oímos. Llegó hasta nosotros desde tu habitación. —Connor captó un destello en el rostro de Branna cuando puso el beicon a freír en la sartén—. No estabas en tu cuarto. ¿Dónde estabas?

—Necesitaba un poco de aire. Solo necesitaba la noche durante un rato. Tan solo fui al prado detrás de casa. Sentía que no podía respirar sin el aire y la música.

—Desearía que encontraras el modo de arreglar las cosas con Fin.

—Connor, no. Por favor.

—Os quiero a los dos. Es todo lo que diré por ahora. —Deambuló por la cocina mientras frotaba la pequeña piedra—. El prado está demasiado lejos del claro para que llegara la música por medios normales. —Recorrió la cocina mientras ella cortaba unas rebanadas de pan y cascaba los huevos en la sartén—. Estamos unidos. Nosotros tres y ellos tres. Él oyó tu música. Yo he hablado con él ya dos veces. Iona vio a Teagan.

—Y yo no he visto ni oído a ninguno de ellos.

Connor hizo una pausa para coger su café.

—Eamon mencionó que sus hermanas también estaban celosas.

—Yo no estoy celosa. Bueno, un poco, lo reconozco. Pero es más bien frustración, y puede que también me sienta un poco ofendida.

—Se durmió con tu música y sonreía mientras dormía pese a que estaba triste.

—Entonces me conformaré con eso.

Sacó en un plato el beicon y los huevos que había frito y se lo pasó a él.

—¿Tú no vas a comer?

—Solo un poco de café y una tostada.

—Bueno, gracias por las molestias.

—Puedes pagármelo con otro favor. —Sacó el pan del tostador y dejó una tostada en el plato de Connor y otra en uno más pequeño—. Lleva contigo la piedra que él te dio.

—¿Esta? —Ya se la había guardado en el bolsillo, de modo que la sacó.

—Llévala contigo, Connor, igual que llevas el amuleto. Tiene poder. —Llevó su tostada y su café a la mesa, esperando a que él se sentara con ella—. Qué sé yo, no estoy segura de si es presentimiento, intuición o certeza, pero hay poder en ella. Magia buena, debido a de dónde, de cuándo y de quién viene.

—De acuerdo. Espero que el ojo de halcón haga lo mismo por Eamon y sus hermanas.

No todo eran paseos con halcones y turistas ansiosos o visitas guiadas para grupos escolares. Una parte esencial de la escuela entrañaba el cuidado y el adiestramiento. Mantener las jaulas limpias, el agua en buenas condiciones para el baño, controles de peso y una dieta variada, resistentes cobertizos para refugiar a las aves de forma que pudieran sentir y oler el aire. Connor se enorgullecía de la salud, conducta y fiabilidad de sus aves; las que ayudaba a criar desde que abandonaban el cascarón, las que llegaban a él después de haber sido rescatadas.

No le molestaba limpiar los excrementos, el tiempo que se tardaba en secar con cuidado las alas mojadas de un ave ni las horas de adiestramiento.

La parte más dura del trabajo era, y siempre sería, venderle a otro halconero un ave que él había entrenado.

Tal y como estaba previsto, se reunió con la clienta en un prado a unos diez kilómetros de la escuela. El granjero, al que conocía bien, le permitía llevar a los halcones jóvenes que entrenaba para cazar en ese espacio abierto.

Llamó a la joven hembra Sally y la ató a su guante para pasearla y hablar con ella.

—Bueno, Fin ha encontrado a una señora que quiere que seas suya e incluso ha visto tu nuevo hogar en caso de que las dos congeniéis. Va a venir desde Clare. Y me han dicho que tiene una casa bonita y un cobertizo estupendo. También se ha entrenado igual que tú. Serás la primera para ella.

Sally lo observó con sus ojos dorados y se acicaló en su puño.

Vio el elegante BMW recorrer la carretera y detenerse detrás de su camión.

—Ahí está. Espero que seas educada y que causes buena impresión. —Puso su cara de póquer, aunque enarcó las cejas un poco cuando la esbelta rubia con la fisonomía de una estrella de cine se bajó del coche—. ¿Es la señorita Stanley?

—Megan Stanley. ¿Es usted Connor O’Dwyer?

La segunda sorpresa fue su acento americano. Fin tampoco había mencionado eso.

—Estamos encantados de conocerla.

Sally, tal y como le había aconsejado, se portó bien, manteniéndose quieta y observando.

—No sabía que era estadounidense.

—Culpable. —Esbozó una sonrisa mientras se aproximaba a Connor, y se ganó uno o dos puntos extras al estudiar al halcón en primer lugar—. Aunque ya llevo casi cinco años viviendo en Irlanda…, y tengo intención de quedarme. Es una preciosidad.

—Sí que lo es.

—Fin me dijo que la ha criado y entrenado usted mismo.

—Nació en la escuela en primavera. He de decirle que es muy inteligente. Se acostumbró a la presencia humana en muy poco tiempo. Me saltó al guante y me lanzó una mirada que decía «Bueno, ¿y ahora qué?». Tengo su expediente conmigo; condición, peso, alimentación, adiestramiento. ¿Practicaba la cetrería en Estados Unidos?

—No. Mi marido y yo nos mudamos a Clare…, justo a las afueras de Ennis…, y un vecino tiene dos águilas Harris. Soy fotógrafa, así que empecé a hacerles fotos y mi interés fue en aumento. De modo que me ha entrenado y me ha ayudado a diseñar las jaulas, la zona de cobertizos, a comprar suministros. Según sus reglas, no podía contemplar siquiera la idea de comprar un ave hasta que no hubiera pasado un año preparándome.

—Es lo mejor para todos.

—Me ha llevado más de dos, ya que hice un paréntesis cuando mi marido regresó a Estados Unidos y nos divorciamos.

—Eso sería… complicado sin duda.

—No tanto como podría haberlo sido. He encontrado mi lugar en Clare, y otra pasión en la cetrería. Me documenté muy bien antes de contactar con Finbar Burke. Su socio y usted tienen una reputación impresionante con su escuela.

—Él es mi jefe, pero…

—No es eso lo que él dice. «Cuando se trata de halcones o aves de presa, necesitas la vista, el oído, la mano y el corazón de Connor O’Dwyer». —Esbozó otra sonrisa, y su rostro de estrella de cine se iluminó—. Estoy segura de que es una cita textual. Me encantaría verla volar.

—Para eso estamos aquí. Yo la llamo Sally, pero si congenian bien, podrá llamarla como le parezca mejor.

—¿Sin cascabeles ni transmisor?

—Aquí no los necesita, ya que se conoce estos campos —respondió Connor mientras le soltaba las pihuelas—. Pero los necesitará en Clare.

Apenas movió el brazo y Sally levantó el vuelo, desplegando las alas.

Vio la reacción que deseaba, que había esperado ver en los ojos de Megan. Ese sobrecogimiento que era una especie de amor.

—Veo que trae su guante. Debería ponérselo y llamarla para que vuelva.

—No he traído picada.

—No necesita que la cebe. Si ha decidido darle una oportunidad, vendrá.

—Ahora estoy nerviosa. —Su risa lo demostró mientras sacaba el guante del bolsillo de su chaqueta y se lo ponía—. ¿Cuánto tiempo hace que se dedica a esto?

—Desde siempre. —Vio el vuelo del pájaro y le envió sus pensamientos. «Si quieres esto, ve con ella».

Sally describió un círculo y descendió. Aterrizó de manera perfecta en el guante de Megan.

—Oh, preciosa. Fin tenía razón. No me iré a casa sin ella.

Y nunca más volvería a él, pensó Connor.

—¿Quiere verla cazar?

—Sí, desde luego.

—Deje que sepa que puede. ¿No habla usted con las aves, señorita Stanley?

—Llámame Megan; y sí, hablo con ellas. —Su sonrisa se tornó especulativa mientras estudiaba a Connor—. No es algo que reconozca delante de la mayoría. De acuerdo, Sally…, seguirá siendo Sally…, caza.

El halcón levantó el vuelo, elevándose a gran altura. Connor comenzó a caminar por el prado con Megan, siguiendo el vuelo.

—Bueno, ¿qué te trajo a Irlanda y a Clare? —le preguntó.

—Un intento de salvar mi matrimonio, que no funcionó. Pero creo que me salvó a mí, y estoy contenta con eso. Así que solo estamos Bruno y yo… y ahora Sally.

—¿Bruno?

—Mi perro. Un dulce chucho que apareció en mi puerta hace un par de años. Sarnoso, cojeando y medio muerto de hambre. Nos adoptamos el uno al otro. Está habituado a los halcones. No molesta a mis vecinos.

—Un perro es una ventaja cuando vas de caza. No es que Sally lo necesite… —Mientras hablaba, el halcón descendió en picado como una bala.

Megan siseó al ver las garras de Sally.

—Siempre me pasa. Es lo que hacen, lo que necesitan hacer. Dios, el mundo o aquello en lo que creas, sea lo que sea, los hizo para cazar y alimentarse. Pero siempre me da un poco de pena. Tardé un tiempo en perder la aprensión a cebarlos durante la muda de las plumas, pero lo superé. ¿Siempre has vivido en Mayo?

—Siempre, sí.

Charlaron de forma trivial —del tiempo, de los halcones, de un bar en Ennis que él conocía bien— mientras Sally se daba un festín con el pequeño conejo que había apresado.

—Ya me tiene medio enamorada. —Megan alzó el brazo y el halcón respondió, acercándose para posarse—. En parte se debe a la excitación y a la expectación, pero creo que congeniaremos, como tú has dicho. ¿Dejarás que me quede con ella?

—Hiciste las gestiones pertinentes con Fin —comenzó Connor.

—Sí, las hice, pero él me dijo que dependía de ti.

—Ella ya es tuya, Megan. —Desvió la mirada del halcón a la mujer—. De lo contrario no habría venido a ti después de comer. Querrás llevártela a casa.

—Sí, sí. Lo he traído todo, y tenía los dedos cruzados. Casi me traigo a Bruno, pero he pensado que sería mejor que se conocieran antes de hacer un viaje en coche. —Miró a Sally y rió—. Tengo un halcón.

—Y ella te tiene a ti.

—Y ella me tiene a mí. Y creo que siempre te tendrá a ti, así que ¿te molesta si te hago una foto con ella?

—Ah, claro, si tú quieres…

—Tengo la cámara en el coche.

Le pasó a Sally y fue a toda prisa al coche. Regresó con una Nikon bastante cara.

—Menuda cámara.

—Y soy buena. Pásate por mi página web y míralo tú mismo. Voy a sacar un par, ¿vale? —continuó mientras comprobaba el encuadre y la luz—. Relájate… No quiero una pose estudiada. Inmortalizaremos al joven dios irlandés con Sally, la reina de los halcones. —Y cuando Connor rió, ella disparó tres veces de forma consecutiva—. Perfecto. Solo una más contigo mirándola.

Connor miró a Sally de manera obediente. «Serás feliz con ella —le dijo al halcón—. Te ha estado esperando».

—Genial. Gracias. —Se colgó la cámara del cuello—. Te enviaré un correo electrónico con las mejores si quieres.

—Claro, me gustaría mucho. —Sacó una de las tarjetas de visita que se había acordado de llevar en el bolsillo de atrás.

—Y aquí tienes una mía. Mi página web está en ella. Y te he escrito mi dirección de correo electrónico personal en el dorso cuando he ido a por la cámara. Por si acaso tienes alguna pregunta o quieres hacer un seguimiento de… Sally.

—Estupendo. —Se la guardó en el bolsillo.

Poco después, tras ayudar a Megan a instalar a Sally en su alcahaz para el viaje, Connor se subió a su camión.

—¿Estupendo? ¿Es eso lo único que tenías que decir? —Levantó la vista al cielo mientras conducía—. ¿Es que te ha dado una insolación, Connor? Esa mujer era guapísima, soltera y lista, y una cetrera entusiasta. Y te ha abierto una puerta de más de un kilómetro de anchura. Pero ¿la has cruzado? No, no lo has hecho. Solo has dicho «estupendo», y has dejado la puerta abierta tal y como estaba.

¿Se debía solo a que estaba distraído, a la carga que suponía lo que sabía que tendría que hacer y a no saber cuándo podrían hacerlo? Pero eso siempre había estado ahí, en el fondo de su mente, ¿o no?, y nunca había interferido en su vida amorosa.

¿Tanto habían cambiado las cosas después del solsticio? Sabía que jamás había experimentado mayor terror que cuando había visto las manos de Boyle ardiendo y a Iona en el suelo, magullada y sangrando. Que cuando supo que las vidas de todos dependían de todos ellos.

Ah, bueno, tal vez fuera mejor dejar a un lado su vida amorosa durante un tiempo más. No había razón por la que no pudiera cruzar esa puerta abierta más adelante.

Pero por el momento tenía que pasarse por el establo grande a informar a Fin de que había cerrado el trato. Luego lo esperaba su hermana porque, al menos en teoría, ese era su día libre.

Pasó por el establo donde Fin había establecido su domicilio. La elegante casa de piedra allí construida contaba con un jacuzzi tan grande como un estanque en la terraza trasera y una habitación en el segundo piso en la que guardaba armas mágicas, libros y todo lo que una bruja pudiera necesitar, sobre todo una que estuviera decidida a destruir a un hechicero negro de su propia sangre.

Al lado se alzaba el garaje, y sobre este, el apartamento en el que vivía Boyle…, y donde lo haría Iona. Y la cuadra para los caballos; algunos de cría, otros para utilizar en el picadero, que no quedaba lejos.

Algunos de los caballos pastaban en el potrero más allá del que se utilizaba para los saltos y las clases.

Divisó a Meara, lo cual le sorprendió, sacando a un caballo.

Bajó de un salto del camión para saludar a Bicho, el alegre chucho que había hecho de la cuadra su casa, y luego la llamó a ella.

—Esperaba ver a Fin, pero no esperaba verte a ti.

—Estoy recogiendo a Rufus. César estaba en la lista para los paseos guiados de hoy, pero Iona dice que tiene una pequeña distensión… en la pata delantera izquierda.

—Espero que nada grave.

—Dice que no. —Ató las riendas de Rufus a la cerca—. Pero decidimos darle un poco de descanso y estar pendientes. Fin está por ahí en alguna parte. Creía que era tu día libre.

—Lo es, pero he tenido que reunirme con un cliente en la granja de Mulligan. Ha comprado a Sally, de la nidada de la primavera pasada.

—Y estás un poco mohíno.

—No estoy mohíno.

—Un poco —repuso Meara, y se inclinó para rascar a Bicho—. Es duro criar a un ser vivo, conectar y forjar un vínculo con él y luego entregárselo a otro. Pero no podemos quedárnoslos a todos.

—Lo sé… —Aunque desearía que no fuera así—. Y han congeniado. He podido ver que Sally se ha ido con ella enseguida.

—¿Ella?

—Una yanqui que se mudó aquí hace unos años y que tiene intención de quedarse… incluso después de que su marido, ahora su ex marido, regresara a Estados Unidos.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Meara al tiempo que enarcaba las cejas.

—Un pibón, ¿eh?

—Sí. ¿Por qué?

—Por nada, lo que pasa es que lo he percibido por tu voz. ¿Vive por aquí?

—No, en Clare. Aún le da un poco de cosa salir de caza, pero tiene buena mano y corazón con el halcón. Había pensado en informar a Fin de que hemos cerrado el trato y luego irme a casa para trabajar con Branna, como le prometí.

—Yo también estoy libre. —Desató las riendas—. Como vas a hablar con Branna antes que yo, dile que Iona quiere ir a Galway a mirar un vestido de novia, y pronto.

—Aún quedan meses.

—Solo seis, y una novia quiere encontrar su vestido antes de sumergirse en lo demás.

—¿Crees que vivirán aquí?

Meara hizo una pausa cuando se disponía a montar, y miró hacia el apartamento de Boyle situado encima del garaje.

—¿Dónde si no? No me los imagino los dos, como piojos en costura, en la habitación de Iona en la casa a largo plazo.

Connor se dio cuenta de que iba a echarla de menos…, o más bien a los dos. La charla durante el desayuno, conversar antes de acostarse siempre que los dos estaban en la casa…

—El apartamento de Boyle es más amplio que una única habitación, pero no lo será cuando tengan hijos.

—Te estás adelantando demasiado —comentó Meara.

—No con alguien como Boyle e Iona. —Acarició al caballo mientras estudiaba lo que Fin había construido para sí… y también para los demás—. Querrán una casa propia, no un par de habitaciones encima de un garaje.

—No se me había ocurrido. Ya lo solucionarán. —Montó a Rufus—. Por ahora está pensando en vestidos de novia y ramos de flores, como tiene que ser. Ahí está Fin, con Aine. —Estudió a la hermosa yegua blanca que Fin estaba sacando de la cuadra—. Pronto será también una novia cuando la apareemos con Alastar.

—No habrá vestido blanco ni ramo para ella.

—Pero conseguirá al semental, y a algunas nos sobra y nos basta con eso.

Se alejó mientras Connor rompía a reír. La vio espolear a Rufus para que adoptara un paso largo y fluido antes de acercarse a Fin.

Su amigo se acuclilló para rascar a Bicho, sonriendo mientras el perro meneaba el rabo y gruñía.

Connor sabía que estaba hablando con el chucho, igual que él lo hacía con los halcones, Iona con los caballos y Branna con los perros. Fuera lo que fuese lo que corría por la sangre de Fin, este podía hablar con todos.

—Bueno, ¿tiene alguna queja? —se preguntó Connor.

—Solo espera que no me olvide de esto. —Fin metió la mano en el bolsillo de su chaqueta de cuero en busca de una galletita para perros. Bicho se sentó, alzando hacia él sus enternecedores ojos—. Has sido un buen chico y aquí tienes tu premio.

Bicho la cogió con delicadeza antes de marcharse trotando con aire triunfal.

—Con poco se conforma —comentó Connor.

—Bueno, adora su vida y no querría otra. Cualquier hombre sería feliz si sintiera lo mismo.

—¿Eres feliz, Fin?

—Algunos días. Pero se necesita algo más que una galleta dura y una cama en una cuadra para contentarme. Pero claro, yo tengo más —agregó, y acarició el cuello de Aine.

—Desde luego es la yegua más hermosa que he visto en mi vida.

—Y bien que lo sabe. Pero la modestia en una hembra hermosa suele ser falsa. Iba a llevármela y a dejar que Alastar y ella se echaran un vistazo el uno al otro. Bueno, ¿qué te ha parecido Megan?

—Otra belleza, de eso no cabe duda. Se han aceptado Sally y ella. Me ha pagado allí mismo.

—Imaginaba que sería así. —Asintió, guardándose en el bolsillo el cheque que Connor le entregó sin mirarlo siquiera—. Volverá a por otro dentro de uno o dos meses.

Connor esbozó una sonrisa.

—Lo mismo he pensado yo.

—¿Y tú? ¿Irás a verla a Clare?

—Me lo planteé. Creo que no, y solo se me ocurre que he pensado que no porque tengo muchas cosas en la cabeza. —Connor se pasó los dedos por el pelo, despeinado por la brisa—. Todas las mañanas me despierto pensando en ello, y en él. Antes no lo hacía.

—Le hicimos daño, pero él también nos lo hizo a nosotros. Casi no llegamos hasta Iona a tiempo. Ninguno olvidará eso. Pese a todo lo que teníamos juntos, no fue suficiente. Él no lo olvidará.

—La próxima vez tendremos más. Voy a trabajar con Branna. —Le puso una mano en el brazo a Fin con ligereza—. Deberías venir conmigo.

—Hoy no. No le hará ninguna gracia que vaya cuando piensa que vais a estar los dos solos.

—Branna no dejará que sus sentimientos interfieran en lo que debemos hacer.

—Eso es muy cierto —convino Fin, y se subió a la silla. Dejó que Aine danzara un poco—. Tenemos que vivir, Connor. A pesar de ello, debido a ello, en medio de ello. Tenemos que vivir lo mejor que podamos.

—¿Crees que nos vencerá?

—No. No, no os vencerá.

Connor deslizó la mano por la brida de Aine muy despacio, fijando la mirada en los turbulentos ojos verdes de Fin.

—Nos. No «nos» vencerá. Somos un equipo, Fin, y siempre lo seremos.

Fin asintió.

—No vencerá. Pero antes de la batalla, que será implacable y sangrienta, tenemos que vivir. Quizá elegiría otra vida si pudiera, pero aprovecharé al máximo la única que tengo. Iré a la casa pronto.

Dejó que Aine hiciera su voluntad y se alejaron al galope.

Con el ánimo revuelto y agitado, Connor fue derecho a casa. La luz se filtraba por las ventanas del taller de Branna, reflejándose en los frascos de colores expuestos que contenían sus cremas y lociones, sueros y pociones. Su colección de almireces y manos, sus herramientas y las velas y plantas que utilizaba estaban igualmente ordenadas.

Y Kathel se encontraba tumbado delante de la encimera de trabajo como un guardia mientras ella estaba sentada, con la nariz metida en el grueso libro que sabía que había pertenecido a Sorcha.

El fuego ardía en la chimenea, igual que el contenido de una olla que había en el fogón de la cocina.

Otra belleza, pensó —al parecer estaba rodeado de ellas—, con el cabello negro retirado de la cara y el jersey remangado. Sus ojos, grises como el humo que salía de la chimenea, se alzaron hacia él.

—Aquí estás. Creía que llegarías mucho antes. Casi se nos ha escapado medio día.

—Tenía cosas que hacer; te lo dije bien clarito.

Branna enarcó las cejas.

—¿Qué te está molestando?

—En este momento, tú.

No, no tenía el ánimo revuelto, comprendió. Había pasado a estar de un humor de perros. Fue hasta el tarro situado en la encimera al lado de los fogones. Siempre contenía galletas, y se sosegó un poco al encontrar las suaves y crujientes que espolvoreaba con canela y azúcar.

—He venido en cuanto he podido. He tenido que ocuparme de la venta de un halcón.

—Era uno de tus favoritos… Da igual, todos lo son. Tienes que ser realista, Connor.

—Soy muy realista. He vendido al halcón y la compradora era preciosa, estaba disponible e interesada. Soy lo bastante realista para saber que tenía que volver aquí por ti y por esto en vez de darme un buen revolcón.

—Si tan importante es un buen revolcón, ve a dártelo —le replicó entrecerrando los ojos—. Prefiero trabajar sola que contigo paseándote de un lado para otro, cachondo y amargado.

—Lo que me preocupa es que no sea algo tan importante, que no lo haya sido desde antes del solsticio.

Se metió una galleta en la boca, meneando la otra en el aire.

—Estoy preparando té.

—No quiero un maldito té. Sí que quiero. —Se sentó de manera pesada en uno de los taburetes de la encimera, frotando a Kathel cuando el perro apoyó su gran cabeza contra la pierna de Connor—. No es el polvo ni la mujer ni el halcón. Es todo. Todo esto. Y he dejado que me carcomiera.

—Algunos días me gustaría subirme al tejado y ponerme a gritar. A gritarle a todos y a todo.

Más calmado, Connor se comió la segunda galleta.

—Pero no lo haces.

—Hasta ahora no, pero puede que me dé por ahí. Vamos a tomarnos un té y luego nos pondremos a trabajar.

Él asintió.

—Gracias.

Branna le pasó los dedos por la espalda mientras de camino al fogón.

—Habrá días buenos y malos hasta que esto acabe, pero hasta que haya terminado tenemos que vivir lo mejor que podamos.

Connor fijó la vista en la parte posterior de su cabeza mientras ella ponía la tetera al fuego y decidió no decirle que Fin había dicho eso mismo.