7

Pensó en pasar por el bar. Estaba harto de la magia, de los hechizos y de mezclar pociones. Quería algo trivial, algo de música, un poco de conversación que no se centrara en el blanco o el negro o en el fin de todo cuanto conocía.

El fin de todo lo que amaba.

Y quizá, solo quizá, si daba la casualidad de que Alice estaba por allí, vería si aún estaba dispuesta.

Un hombre necesitaba distraerse cuando su mundo pendía de un hilo, ¿no? Y también necesitaba un poco de diversión, un poco de calor. El hermosísimo sonido de una mujer gimiendo debajo de su cuerpo.

Pero, sobre todo, un hombre necesitaba escapar cuando las tres mujeres más importantes de su vida decidían celebrar una fiesta de chicas para planear una boda —aunque, como apreciaba su pellejo, jamás utilizaría tal término delante de ellas— en su casa.

Pero acababa de salir cuando se dio cuenta de que no deseaba el bar ni la multitud ni a Alice. De modo que sacó su teléfono y le envió un mensaje de texto a Fin mientras se encaminaba hacia su camión.

Casa llena de mujeres y de charla sobre la boda.

Si estás ahí, voy para allá.

No había hecho más que arrancar el motor cuando Fin le respondió.

Vente, pobre infeliz.

Con una media carcajada, se marchó de la casa.

Decidió que después de haberse pasado casi todo el día pegado a su hermana, leyendo libros de hechizos y de magia de sangre, le sentaría bien estar en casa de un hombre, con compañía masculina. Sin duda podrían arrastrar también a Boyle, tomarse unas cervezas y quizá echar una partidita al billar inglés en lo que consideraba la habitación de ocio de Fin.

El antídoto perfecto a un largo y nada satisfactorio día.

Tomó un camino alternativo, atravesando el frondoso y verde bosque en una noche que se había vuelto templada y oscura. Vio un zorro escabulléndose en el follaje; un rojo borrón con su presa aún meneándose entre sus dientes.

Sabía muy bien que la naturaleza estaba repleta de crueldad y de belleza a partes iguales.

Pues para que el zorro sobreviviera, el ratón de campo no podía hacerlo. Y así eran las cosas. Para que ellos sobrevivieran, Cabhan no podía hacerlo. Así que él, que jamás se metería en una pelea si podía librarse con las palabras, que jamás había hecho daño a nadie adrede, mataría sin vacilar y sin remordimientos. Aceptó que mataría con placer, aunque fuera algo terrible.

Pero esa noche no iba a pensar en Cabhan ni en matar ni en sobrevivir. Esa noche lo único que quería era estar con sus amigos, tomarse una birra y quizá jugar una partida de billar.

El camión comenzó a avanzar a trompicones y a sacudirse a menos de medio kilómetro de casa de Fin, y luego se paró por completo.

—Hay que joderse.

Tenía combustible, ya que había llenado el depósito justo el día anterior. Le había hecho una buena revisión al camión —del motor al tubo de escape— hacía apenas un mes.

Debería ir como la seda.

Farfullando, sacó una linterna de la guantera y se apeó para abrir el capó.

Sabía un par de cosillas sobre mecánica… igual que sabía un par de cosillas sobre fontanería, carpintería y construcción, y electricidad. Si los halcones no hubieran conquistado su corazón y su mente, habría podido montar su propia empresa como manitas.

Pese a todo, esas habilidades resultaban útiles en momentos como ese.

Alumbró el motor con la linterna y comprobó las conexiones de la batería, el carburador, y luego agitó la mano para hacer girar la llave en el contacto y examinó el motor mientras este intentaba ponerse en marcha con un molesto y desconcertante chirrido.

No veía nada raro.

Como era natural, podría haber solucionado aquello agitando la mano otra vez y haberse puesto de nuevo en marcha para ir a reunirse con sus amigos, tomarse esa cerveza y tal vez jugar una partida al billar.

Pero era una cuestión de orgullo.

Así que echó un vistazo a las conexiones de la bomba de la gasolina y comprobó de nuevo la conexión de la batería, sin percatarse de que la niebla cubría el suelo.

—Bueno, es un jodido misterio.

Colocó las manos sobre el motor para realizar una especie de examen; una concesión antes de rendirse por completo.

Y percibió el sucio humo en el aire.

Se dio la vuelta despacio y vio sus tobillos sumergidos en la niebla, que se volvió heladora al moverse. Las sombras lo envolvieron como negras cortinas que bloqueaban los árboles, la carretera, el mundo. Incluso el cielo se desvaneció tras ellas.

Llegó como un hombre; la roja piedra alrededor de su cuello brillaba en la densa y repentina negrura.

—Estás solo, joven Connor.

—Igual que tú.

Cabhan se limitó a sonreír, abriendo las manos.

—Tengo curiosidad. No necesitas una máquina como esa para viajar de un lugar a otro. Solo tienes que…

Cabhan extendió los brazos y los levantó. Y se acercó un par de pasos sin moverse de manera visible.

—Respetamos demasiado nuestro don, nuestra magia, como para utilizarla en pequeñeces. Tengo pies para caminar o, si es necesario, un camión o un caballo.

—Pero aquí estás, solo en la carretera.

—Mis amigos y mi familia están cerca. —Aunque al probar descubrió que no podía llegar hasta ellos…, que no podían atravesar el grueso muro de niebla—. ¿Qué tienes tú, Cabhan?

—Poder. —Pronunció aquella palabra con una especie de ávida veneración—. Más poder que los tuyos.

—Y una pocilga más allá del río en la que esconderte tú solo en la oscuridad. Prefiero un fuego caliente, su luz, y tomarme una cerveza con mis amigos y mi familia.

—Eres el más débil. —La compasión que destilaba era como lluvia fina—. Tú lo sabes igual que ellos. Vales para hacer reír y como mano de obra. Pero eres el más débil de los tres. Tu padre fue lo bastante inteligente como para pasarle su amuleto a tu hermana…, a una chica en vez de a su único hijo varón.

—¿Crees que eso me hace más débil?

—Sé que es así. Eso que llevas tú te lo dio tu tía como premio de consolación. Hasta tu prima del extranjero es más fuerte que tú. Tú eres más débil, eres menos, una especie de bufón, incluso un siervo para aquellos a los que llamas amigos, a los que llamas familia. Tu gran amigo Finbar prefiere a alguien sin poder como socio en vez de a ti, mientras tú trabajas por un salario a su antojo. No eres nada, y tienes menos.

Se acercó más mientras hablaba; la piedra roja palpitaba con pulso propio.

—Soy más de lo que tú imaginas —replicó Connor.

—¿Qué eres, chico?

—Soy Connor, de los O’Dwyer. Soy uno de los tres. Soy una bruja negra de Mayo. —Miró a los negros ojos de Cabhan y vio sus intenciones—. Tengo fuego. —Estiró la mano derecha, con una bola de fuego que no dejaba de girar—. Y tengo aire. —Levantó un dedo, lo movió en círculos y creó un pequeño ciclón—. Tierra —dijo mientras la tierra temblaba—. Agua. —La lluvia cayó, lo bastante caliente como para hacer crepitar la tierra—. Y el halcón.

Roibeard descendió con un grito ensordecedor y aterrizó con la suavidad de una pluma en el hombro de Connor.

—Juegos de manos y mascotas. —Cabhan levantó los brazos en alto y separó bien los dedos. La roja piedra se volvió tan intensa como la sangre. Un rayo golpeó la tierra a centímetros de las botas de Connor, y con él llegó el olor acre del azufre—. Podría matarte con solo pensarlo. —La voz de Cabhan resonó por encima del estallido del trueno.

Creo que no, decidió Connor, y se limitó a ladear la cabeza y esbozar una sonrisa.

—¿Juegos de manos y mascotas? Invoco el fuego, el agua, la tierra y el aire. Pon a prueba mis poderes si te atreves. El halcón es mío desde siempre. Él y yo, como parte de los tres, cumpliremos nuestro destino. La luz es mi espada, el derecho es mi escudo, pues hace mucho que mi camino fue revelado. Yo lo acepto por voluntad propia.

Atacó con la espada formada por la bola de fuego y rasgó el aire entre ellos. Sintió una quemazón; un relámpago, una hoja ardiente sobre el bíceps de su brazo izquierdo.

Haciendo caso omiso, avanzó y atacó de nuevo; el ciclón le agitaba el cabello en tanto que la espada resplandecía en la oscuridad.

Y cuando asestó el golpe, Cabhan había desaparecido.

Las sombras se desvanecieron; la niebla se disipó.

—Hágase mi voluntad —murmuró Connor.

Dejó escapar el aire, inspiró hondo y saboreó la noche; dulce, húmeda y verde. Oyó a un búho ulular en una larga e inquisitiva nota y el susurro producido por algo que escapaba entre la maleza.

—Bueno. —Durante un instante, Roibeard se arrimó y sus mejillas se tocaron—. Ha sido interesante. ¿Qué te apuestas a que el camión arranca sin problemas? Voy a casa de Fin, así que puedes venirte conmigo y hacerle una vista a Merlín o puedes volver a casa. Tú decides, mo dearthair.

«Contigo. —Connor oyó la respuesta en el corazón tanto como en la cabeza—. Siempre contigo».

Roibeard levantó el vuelo y emprendió el camino.

Con los ecos de la energía —oscuridad y luz— aún reverberando dentro de él, se subió de nuevo al camión. Arrancó a la primera y el resto de trayecto a casa de Fin fue como la seda.

Entró directamente. Un fuego ardía en la chimenea, y eso era de agradecer, pero no había nadie tirado en el sillón con una cerveza preparada.

Tan a gusto allí como en su propia casa, miró al fondo y oyó voces.

—Si quieres comida caliente… —decía Boyle— cásate con alguien que sepa prepararla.

—¿Por qué habría de hacerlo cuando te tengo a ti a mano?

—Yo estaba la mar de contento en mi propio apartamento, conformándome con un sándwich y patatas fritas.

—Y yo tengo un buen trozo de cerdo en la nevera.

—¿Para qué compras chuletas de cerdo si no sabes qué coño hacer con él?

—Repito: ¿por qué no habría de hacerlo si ya te tengo a ti a mano?

Aunque sentía una ligera jaqueca, como si tuviera una muela picada, la conversación hizo que Connor riera entre dientes mientras se aproximaba.

Qué raro, se sentía como si ya se hubiera tomado esa cerveza. Un montón de cervezas, pues parecía estar flotando, aunque sobre un suelo que se inclinaba un poco hacia un lado.

Entró en la cocina, donde la luz era tan potente que lo hizo parpadear y que la cabeza le palpitara en vez de dolerle.

—No me vendría mal una buena chuleta de cerdo.

—¿Lo ves? —Sonriendo de oreja a oreja, Fin se dio la vuelta… y la sonrisa se desvaneció de nuevo—. ¿Qué ha pasado?

—He tenido un pequeño enfrentamiento. Joder, aquí dentro hace tanto calor como en África.

Se esforzó por quitarse la chaqueta, retorciéndose un poco, y luego se miró el brazo izquierdo.

—Échale un vistazo, ¿quieres? El brazo me arde.

Cuando se desplomó hacia delante, sus amigos corrieron a cogerlo.

—¿Qué coño es esto? —exigió Boyle—. Está ardiendo.

—Hace calor aquí dentro —insistió Connor.

—No es así. Es Cabhan. —Fin escupió el nombre—. Puedo olerlo.

—Deja que le quite la camisa.

—Eso mismo me dicen las chicas.

Presa de la impaciencia, Fin agitó una mano sobre Connor y este quedó con el pecho desnudo.

Connor se miró el brazo, la enorme quemadura negra, la carne despellejada y que burbujeaba. Se sentía extrañamente desconectado de todo ello, como si estuviera mirando algún pequeño fenómeno extraño tras una vitrina de cristal.

—¿Quieres echarle un vistazo? —dijo, y se desmayó.

Fin presionó las manos sobre la quemadura. A pesar del dolor que lo atravesó, las mantuvo allí. Contuvo la quemadura.

—Dime qué hacer —exigió Boyle.

—Tráele agua. Puedo impedir que se extienda, pero… Necesitamos a Branna.

—Iré a por ella.

—Tardarías demasiado. Tráele agua.

Cerrando los ojos, Fin abrió su mente y transmitió un mensaje.

«Connor está herido. Ven. Ven deprisa».

—El agua no va a servir de nada. —Boyle se arrodilló de todas formas—. A ninguno de los dos. Te está quemando las manos. Sé lo que es eso.

—Y sabes que se puede curar. —El sudor empapaba el rostro de Fin, resbalando en un fino reguero por su espalda—. No sé cuánto podría extenderse si no lo contengo.

—¿Hielo? Está ardiendo, Fin. Podemos meterlo en una bañera con hielo.

—Los remedios naturales no servirán. En mi taller. Ve a por… No es necesario —dijo con alivio cuando Branna e Iona, con una Meara con los ojos desorbitados situada entre las dos, aparecieron de repente en la cocina.

Branna se arrodilló junto a Connor.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé. Sin duda se trata de Cabhan, pero es todo lo que sé. Está febril y delira un poco. La quemadura bajo mis manos es negra, profunda e intenta extenderse. La estoy conteniendo.

—Deja que lo vea. Deja que lo haga yo.

—La estoy conteniendo, Branna. Podría hacer más, pero creo que no todo. Tú sí puedes. —Apretó los dientes para soportar el dolor—. No voy a soltarlo, ni siquiera por ti.

—De acuerdo. De acuerdo. Pero necesito verla, palparla, reconocerla. —Cerró los ojos, invocó cuanto tenía y posó las manos sobre las de Fin. Entonces abrió los ojos de nuevo, llenos de lágrimas, pues el dolor bajo sus manos era indescriptible—. Mírame —le murmuró a Fin—. Él no puede hacerlo, así que tú has de mirar por él. Has de ser por él, sentir por él. Sanar por él. Mírame. —Sus ojos se volvieron grises como el agua de un lago; serenos, muy serenos—. Iona, pon tus manos sobre las mías, dame todo lo que puedas.

—Todo lo que tengo.

—Está frío, ¿no sientes el frío? —le dijo Branna a Fin.

—Lo siento

—Frío y cristalino es este poder sanador. Se lleva el fuego, expulsa lo negro.

Cuando Connor comenzó a tiritar y a gemir, Meara se arrodilló y se colocó su cabeza en el regazo.

—Chis. —Le acarició el pelo con suavidad, con mucha suavidad, y también el rostro—. Chis. Estamos aquí contigo.

El sudor resbalaba por la cara de Connor… y por la de Fin.

La respiración de Branna se tornó superficial cuando asumió parte del calor, parte del dolor.

—Lo estoy soportando —dijo Fin con los dientes apretados.

—Ya no estás solo. Sanar duele; es el precio. Mírame y libéralo conmigo. Fuera de él, al que ambos amamos, despacio, con serenidad, fuera de él, dentro de ti, dentro de mí. Fuera de él, dentro de ti, dentro de mí. Fuera de él, dentro de ti, dentro de mí. —Prácticamente lo hipnotizó. Esa cara, esos ojos, esa voz. Y el dolor se fue aliviando de manera gradual, el abrasador calor se fue enfriando—. Fuera de él —continuó Branna, meciéndose sin cesar—. Dentro de ti, dentro de mí. Y lejos. Lejos.

—Mírame —le ordenó Fin al sentir que sus manos comenzaban a temblar sobre las de él—. Casi lo tenemos. Boyle, ve a mi taller, hay una botella con un tapón verde en el estante de arriba detrás de mi mesa de trabajo.

Apartó las manos con suavidad para que pudieran ver la herida. La quemadura estaba en carne viva y roja. No era mayor que el puño de una mujer.

—Ya no está tan caliente —observó Meara, que continuaba acariciándolo—. Está húmedo y pegajoso, pero más fresco, y respira de forma regular.

—No hay oscuridad ni veneno debajo. —Iona paseó la mirada entre Branna y Fin en busca de confirmación.

—No, ya no es más que una fea quemadura. Voy a terminar. —Branna puso las manos encima y susurró—: Ahora es solo una quemadura, y sana bien.

—¿Es esto? —Boyle entró a toda prisa con la botella.

—Eso es.

Fin la cogió, abriéndola para que Branna lo oliera.

—Sí, sí, es bueno. Es perfecto. —Branna volvió las palmas hacia arriba para que Fin vertiera un poco del ungüento en ellas—. Tranquilo, mo chroi. —Giró las palmas hacia abajo, y con mucha delicadeza frotó el ungüento sobre la quemadura, que ya estaba rosada y se reducía poco a poco.

Mientras frotaba, mientras canturreaba, Connor abrió los ojos. Se encontró con la cara pálida y los ojos llorosos de Meara.

—¿Qué? ¿Por qué estoy en el suelo? Aún no me había emborrachado. —Alzó una mano y enjugó una lágrima de la mejilla de Meara—. No llores, cielo. —Se incorporó como pudo, tambaleándose un poco—. Bueno, pues aquí estamos todos, sentados en el suelo de la cocina de Fin. Si vamos a jugar a la botella, antes me gustaría vaciar una.

—Agua. —Boyle le puso una en la mano.

Bebió como si fuera un camello y luego la apartó.

—No me vendría mal algo más fuerte. Mi brazo. —Recordó—. Era mi brazo. Ahora tiene buen aspecto. —Y al ver el rostro de Branna, le abrió los brazos—. Tú me has atendido.

—Después de que nos hayas dado un susto de muerte. —Se aferró a él con fuerza hasta que pudo volver a confiar en sí misma—. ¿Qué ha pasado?

—Os lo contaré, pero… Gracias. —Cogió el vaso que Boyle le ofrecía y bebió, haciendo una mueca de dolor acto seguido—. Joder, es coñac. ¿Es que no puede uno tomarse un whisky?

—El coñac va mejor para los desmayos —insistió Boyle.

—No me he desmayado. —Mortificado y ofendido, Connor le devolvió el vaso a Boyle—. He perdido la conciencia por las heridas, que es muy distinto. Prefiero un whisky.

—Yo te lo traigo.

Meara se levantó cuando Iona se inclinó y lo besó en la mejilla.

—Estás recuperando el color. Estabas muy pálido y muy caliente. Por favor, no vuelvas a hacer eso jamás.

—Puedo prometerte que haré todo lo que pueda para no repetir nunca más la experiencia.

—¿Cuál fue la experiencia? —exigió Branna.

—Os lo contaré todo, pero juro por mi vida que estoy muerto de hambre. No quiero que me acuséis otra vez de desmayarme si me caigo redondo por culpa del hambre. Me da vueltas la cabeza por el hambre; palabrita del Niño Jesús.

—Tengo unas chuletas de cerdo. Crudas —comenzó Fin.

—¿No habéis preparado nada de cena? —Branna se levantó.

—Se me ocurrió que Boyle la prepararía, y entonces llegó Connor. Hemos estado un poco ocupados y una cosa y otra desde entonces.

—No puedes preparar cerdo con solo chasquear los dedos.

Fin trató de esbozar una sonrisa.

—Tú sí puedes.

—Oh, quédate con tus puñeteras chuletas de cerdo y tráeme una fuente.

—Ese tipo de cosas está en la… —Fin señaló hacia la larga zona de comedor junto a la cocina, con su enorme armario para el bufet y la porcelana y la cubertería.

Fue hacia allí y abrió un par de cajones. Y encontró una amplia fuente de porcelana Belleek. Después de apartar un bonito centro de lirios de invernadero, dejó la fuente en el centro de la mesa.

—Es una frivolidad utilizar nuestro poder así, pero no puedo consentir que mi hermano se muera de hambre. Y como ya había asado un pollo con patatas y zanahorias para esta noche… En fin.

Chasqueó los dedos de ambas manos hacia la fuente. Y el aroma a pollo asado y a salvia impregnó la estancia.

—Gracias a los dioses y a las diosas. —Dicho eso, Connor fue directo a la comida y arrancó un muslo.

—¡Connor O’Dwyer!

—Me muero de hambre —dijo con la boca llena mientras Branna plantaba los brazos en jarras, con los puños cerrados—. Lo digo muy en serio. ¿Qué vais a comer los demás?

—Que alguien ponga la mesa, por Dios. Necesito lavarme. —Branna se volvió hacia Fin—. ¿Dónde está el aseo?

—Te acompaño.

Branna nunca había estado en su casa, pensó Fin. Ni una sola vez había aceptado cruzar el umbral. Había sido necesario que su hermano la necesitara para que pusiera un pie allí.

La acompañó hasta el aseo, que estaba bien disimulado bajo el hueco de la escalera.

—Déjame verte las manos. —Branna se mantuvo muy erguida mientras las voces y las despreocupadas risas fluían de la cocina.

Fin las extendió, con el dorso hacia arriba. Exhalando un suspiro de impaciencia, Branna las asió y les dio la vuelta.

Tenía las palmas llenas de ampollas y ronchas en los dedos.

—El ungüento las curará.

—Para. —Branna puso sus manos sobre ellas, con las palmas y los dedos encima de los de él—. Voy a darte las gracias. Sé que ni deseas ni necesitas que te dé las gracias. Sé que él es hermano tuyo tanto como lo es mío. El hermano de tu corazón, de tu alma. Pero es de mi sangre, así que necesito darte las gracias. —Las lágrimas temblaban en sus ojos otra vez, formando una película sobre el gris humo. Luego se obligó a contenerlas y desaparecieron—. Era muy grave, muy, muy grave. No estoy segura de cuánto habría empeorado si no hubieras hecho lo que has hecho por él.

—Lo quiero.

—Lo sé. —Estudió sus manos, ahora curadas, y aguardó un momento. Luego se las llevó a los labios y las besó—. Lo sé —repitió, y se metió en el aseo.

A pesar de lo profundo y sincero que era su amor por Connor, no era nada comparado con lo que sentía por ella. Aceptándolo, Fin regresó a la cocina y contempló a su círculo mientras se preparaba para su primera comida juntos en su casa.

—¿Por qué no nos has llamado? —le preguntó Branna cuando se sentaron a cenar y a escuchar la historia de Connor.

—Lo he hecho… o lo he intentado. Había algo diferente en las sombras, en la niebla. Era… como estar encerrado en una caja, apretado, de modo que no había nada más, ni siquiera el cielo. No sé cómo me oyó Roibeard ni cómo entró, a menos que ya estuviera dentro de la caja, por así decirlo. La piedra que Cabhan lleva al cuello palpitaba como un corazón, y sus latidos se aceleraron cuando invoqué a los elementos.

—¿En sintonía con él? —Quiso saber Fin—. ¿Mostrando excitación, enfado, miedo?

—Creo que miedo no, ya que no tiene muy buena opinión de mí.

—Gilipolleces. —Meara ensartó una zanahoria—. Te estaba comiendo el tarro para que dudaras de ti mismo.

—En eso tiene razón —convino Boyle—. Estaba intentando cabrearte. Debilitar tus defensas. Es una táctica muy común en una pelea.

—Yo te vi pelear una vez. —Recordó Iona, sonriendo—. No dijiste casi nada.

—Porque estaba aporreando al muy imbécil. Pero si piensas que tu oponente es hábil, tal vez incluso más que tú, comerle el tarro, como ha dicho Meara, es una buena táctica.

—No me interesa lo que ese cabrón piense de mí, ni en uno ni en otro sentido. —Satisfecho, Connor se sirvió patatas—. He de confesar que el rayo me dio un susto.

—No te golpeó a ti porque llevas el amuleto, y eso es una protección —apuntó Branna—. Y porque quiere lo que tienes más que tu muerte. Intentaba minar tu confianza y sembrar cizaña entre tú y yo, entre tú y Fin.

—Pues ha fallado de forma estrepitosa en ambos casos. Y ese es el quid. Cuando lo golpeé, la piedra brilló con más intensidad, pero luego… sentí algo que quemaba… nada como lo que terminó siendo, sino un ardor rápido. Y la piedra se debilitó después de eso. Se debilitó considerablemente justo cuando ataqué otra vez, justo antes de que él se desvaneciera, y las sombras con él.

—Lo que te hizo le exigió mucho. —Branna pasó la mano sobre el brazo de Connor—. Encerrarte, hacerte daño y… bueno, también presumir ante ti. Le exigió un precio.

—Si hubiera podido llamaros, si todos hubiéramos estado allí…

—No lo sé —reflexionó Branna.

—Sabemos que no estaba dispuesto a arriesgarse. No está listo para enfrentarse a todos otra vez ni tiene huevos para ello. —Fin miró a los presentes en la mesa—. Y eso es una victoria.

—Os digo que no estaba débil. Podía sentirlo manando de él. La oscuridad y su avidez. No lo vi atacar, y juraría que no me tocó en ningún momento. Sin embargo, sentí ese ardor.

—Ni la chaqueta ni la camisa están chamuscadas. Aunque el humo que te salía de la quemadura del brazo atravesaba la camisa. —Boyle señaló con el tenedor—. Pero ahora mismo la llevas puesta y no hay ni una marca en ella.

—Es estupendo, ya que le tengo cariño a esta camisa.

—Mantuvo la forma humana —agregó Meara—. ¿Por qué no optó por usar su poder para transformarse? Porque necesitaba todo lo que tenía para hacerle daño a Connor. Si Fin no hubiera impedido que se extendiera la quemadura hasta que Branna llegó, habría sido mucho más grave…, ¿no es así?

—Mucho más grave —confirmó Branna.

—Y si hubiera sido más grave habría requerido más de ti…, de los tres. De un modo u otro ha estudiado vuestras vidas, así que sabía con certeza que Branna vendría y emplearía todo cuanto tiene en curar a Connor… y que Iona aportaría lo que pudiera. Pero si hubiera sido más grave habría inutilizado a Connor durante uno o dos días, os habría vaciado a los tres. Eso era lo que quería; por eso se ha arriesgado. Pero no contaba con Fin —explicó Meara.

—Casi había llegado aquí —señaló Connor—. Tenía que imaginarse que era aquí adonde me dirigía.

Branna meneó la cabeza con impaciencia.

—Te ha observado, te ha estudiado, pero no entiende a Fin en absoluto. En absoluto. No puede ver más allá de la sangre que compartís. Que me llamara y yo viniera, se lo esperaba, pero ¿que Fin asumiera el dolor, el riesgo y la quemadura para impedir que se extendiera? No te conoce en absoluto —le dijo a Fin—. Jamás lo hará. Al final eso podría ser su perdición.

—No entiende lo que es la familia y, como no lo entiende, no la respeta. No va a ganar —declaró Connor, y se sirvió patatas.

Después de cenar y de recoger, Connor llevó a Branna a casa, junto con Meara.

—¿Vas a quedarte? —le preguntó a esta.

—No… a menos que quieras que me quede —le dijo Branna—. Sé que habíamos planeado una noche de chicas.

—Vete a dormir a tu propia cama. Tendremos nuestra noche de chicas y haremos planes para la boda en otro momento. Connor te llevará a casa.

—Vine a pie desde el picadero. —Meara se inclinó hacia delante para mirar a Connor, situado al otro lado de Branna—. Podrías dejarme allí.

—Te llevaré a casa. Es tarde y la noche ha sido movidita, por decirlo de alguna forma.

—Eso no te lo discuto.

Así que dejó a Branna y esperó a que entrara, aunque dudaba que Cabhan pudiera hacer otra cosa que amenazarlos con un palo esa noche.

—Querrá estar contigo a solas —confesó Meara en voz queda.

—Tú nunca estás de más con nosotros.

—No, pero Branna querrá que estéis solos los dos esta noche. Nunca la había visto tan asustada. Estábamos de pie en la cocina, ella acababa de sacar el pollo del horno y nos reíamos de algo que ya ni siquiera acierto a recordar. Entonces se ha puesto blanca como la cal. Fin le estaba hablando, aunque no sé qué le decía. —Recobrando la compostura, Meara hizo una breve pausa—. Pero ella ha dicho «Connor está herido. Vamos a casa de Fin». Y me ha agarrado de un brazo. Iona me ha agarrado del otro. Y de repente estaba volando. Un instante, una hora, no sabría decirlo. En todos estos años que hace poco que os conozco a Branna y a ti, nunca había visto nada igual. Y lo siguiente que he sabido es que estábamos en la cocina de Fin y que tú estabas en el suelo, más pálido incluso que Branna.

»Creía que estabas muerto.

—Se necesita más que un poco de magia negra para acabar conmigo.

—Para el camión.

—¿Qué? Ah, tienes náuseas. Lo siento. —Se hizo a un lado de la carretera y paró—. No debería haber bromeado cuando…

Sus palabras, sus pensamientos, su mente entera se sumió en un vacío cuando Meara se abalanzó sobre él, lo rodeó con los brazos y reclamó su boca como una demente.

Como una mujer ardiente, loca y desesperada.

Antes de que pudiera actuar, de que pudiera reaccionar y pensar, ella se apartó.

—¿Qué… qué ha sido esto? ¿Y a qué ha venido?

—Creí que habías muerto —repitió, y apretó aquella ardiente, loca y desesperada boca contra la suya de nuevo.

Esa vez sí reaccionó, la agarró, tratando de hacer que se girara para así poder asirla mejor y conseguir un ángulo más adecuado. Su sabor se inyectaba en él como una droga, una droga que jamás había probado y de la que deseaba más. De la que deseaba todo.

—Meara. Deja que…

Ella se apartó otra vez.

—No. No. No vamos a hacer esto. No podemos hacer esto.

—Ya lo hemos hecho.

—Lo que pasa es que… —Se pasó las manos por el pelo—. Esto ha sido todo.

—En realidad hay mucho más si tú…

—No. —Estiró el brazo y le puso una mano en el pecho para frenarlo—. Conduce. ¡Conduce, conduce, conduce!

—Estoy conduciendo. —Se incorporó a la carretera, dándose cuenta de que se encontraba tan nervioso como lo había estado después del ataque de Cabhan—. Deberíamos hablar de ello.

—No vamos a hablar de ello porque no hay nada de que hablar. Creí que habías muerto y eso me produjo un shock mayor de lo que pensaba porque no quiero que mueras.

Dado que podía sentir el caos que la dominaba, trató de recobrar la paz y el sosiego para contrarrestarlo.

—Desde luego, me alegro de eso, y también de no estar muerto. Pero…

—No hay pero que valga. Y no hay nada más.

Se bajó de un salto del camión casi antes de que él parara delante de su apartamento.

—Vete a casa con Branna —le ordenó—. Ella te necesita.

Si no hubiera dicho aquello último, habría subido a su apartamento y se habría abierto paso por la fuerza si era necesario. Entonces habrían visto qué pasaba.

Pero como ella tenía razón, esperó hasta que cerró la puerta. A continuación condujo de vuelta a casa, más desconcertado de lo que jamás lo había estado por una mujer.

Y más excitado de lo que podía recordar.