17
Oyó voces que murmuraban, suaves y consoladoras. Sintió que unas manos la acariciaban…, ligeras y tiernas. Parecía flotar sobre un caliente colchón de aire, rodeada por los aromas de la lavanda y de la cera de abejas. Bañada en luz, encontró la paz.
Los murmullos se convirtieron en palabras, incoherentes e ininteligibles, como si las dijeran bajo el agua.
—Lo que necesita ahora es descansar. Descanso y tranquilidad. Dejemos que la sanación haga su labor —decía la voz de Branna, muy cansada.
—Ha recuperado algo de color, ¿verdad? —adujo la de Connor, inquieta y temblorosa.
—Así es, y su pulso vuelve a ser normal.
—Es fuerte, Connor. —Era Iona, un poco ronca, como si estuviera medio dormida o hubiera llorado—. Y nosotros también.
Entonces flotó de nuevo a la deriva, sumida en un reconfortante silencio.
Despertar fue como un sueño.
Vio a Connor sentado a su lado, con los ojos cerrados y el rostro iluminado por el resplandor de las velas que rodeaban la habitación. Era como si lo hubieran pintado de un pálido y luminoso tono dorado.
Su primer pensamiento consciente fue que era absurdo que un hombre fuera tan guapo.
Se dispuso a pronunciar su nombre, pero antes de que pudiera hacerlo él abrió los ojos y los clavó en los suyos. Y Meara lo supo por su color, por la intensidad del verde, más que por la luz de las velas que lo iluminaba.
—Aquí estás. —Cuando sonrió, esa intensidad desapareció, y solo estaba Connor y la luz de las velas—. Quédate quieta y callada, solo un momento. —Mantuvo las manos sobre su rostro y cerró los ojos de nuevo mientras descendía hasta su corazón y subía otra vez—. Está bien. Ya está bien.
Le quitó algo de la frente, de la clavícula, dejando un suave cosquilleo.
—¿Qué es eso? —¿Era esa su voz? ¿El croar de una rana?
—Piedras sanadoras.
—¿He estado enferma?
—Así es, pero ya estás bien.
La incorporó un poco y retiró las piedras de debajo de la espalda, de las manos, y las dejó en una bolsa, que cerró de forma segura.
—¿Cuánto tiempo he estado dormida?
—Oh, casi seis horas; no mucho dadas las circunstancias.
—¿Seis horas? Pero si estaba… estaba…
—No intentes recordarlo ahora. —Su tono enérgico y alegre hizo que ella frunciera el ceño—. Aún lo tendrás un poco borroso, y te sentirás débil y temblorosa. Pero te prometo que se te pasará. Toma, bébete esto. Branna lo dejó para que te lo bebieras…, hasta la última gota…, en cuanto despertaras.
—¿Qué es?
—Algo bueno para ti.
La incorporó sobre los almohadones antes de quitarle el tapón a una delgada botella llena de un líquido rojo.
—¿Todo?
—Todo. —Le puso la botella en las manos, y ahuecó las suyas sobre las de ella para guiárselas hasta los labios—. Despacio, pero hasta la última gota.
Meara se preparó para el sabor a medicamento, y en cambio bebió algo fresco y rico.
—Parece zumo de manzana, flores y esas cosas.
—Son algunos de los ingredientes. Todo, cielo. Necesitas hasta la última gota.
Sí, ya tenía más color en las mejillas, pensó Connor. Y sus ojos estaban cargados, aunque despejados. No con la mirada perdida, como cuando había sucumbido al hechizo de Cabhan, cuando había caído sin vida sobre la hierba mojada.
La imagen surgió de nuevo en su mente, haciendo que le temblaran las manos. De modo que la apartó y miró a Meara.
—A continuación tienes que comer algo. —Mantener la voz firme e infundirle cierto desenfado le exigió toda su determinación—. Branna ha hecho caldo, así que a ver qué tal te sienta eso y un poco de té.
—Creo que me muero de hambre, pero no sabría decirte. Me siento como si no estuviera aquí del todo. La bebida estaba buena.
Le devolvió la botella; Connor la dejó a un lado con tanto cuidado como si dejara una bomba.
—Y ahora la comida. —Logró esbozar una sonrisa antes de posar los labios en su frente. Luego sencillamente no pudo moverse.
Meara lo sintió temblar y le asió la mano. Él la aferró con tanta fuerza que tuvo que ahogar un grito.
—¿Ha sido muy grave?
—Ya ha pasado. Todo está bien. Ay, Dios. —La estrechó contra él con fuerza. La habría escondido dentro de su ser si hubiera podido—. Ya ha pasado, ya ha pasado —repitió una y otra vez para consolarse a sí mismo tanto como a ella—. No sé cómo eludió la protección. No era lo bastante potente. No lo hice lo bastante potente. Te quitó el colgante; creí que no podría hacerlo. Te lo quitó y te dejó sin aliento. Debería haber hecho más. Haré más.
—Cabhan. —No podía recordarlo del todo—. Estaba… ahuecando el estiércol. El abono orgánico. Y de repente… ya no. No podía ver con claridad.
—No te preocupes. —Le acarició el cabello, las mejillas—. Volveré cuando estés más fuerte. Te haré otro colgante, uno más fuerte. Haré que me ayuden los demás, ya que lo que hice con el otro no fue suficiente.
—El colgante. —Se llevó la mano al cuello, donde debería estar. Y recordó—. Está en mi chaqueta. Me lo quité, ¿verdad?
—¿Te lo quitaste tú?
—Estaba muy cabreada. Me lo quité y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta. Grité al pobre Mick… y también a todos los demás, así que Boyle… Sí, Boyle me envió a la montaña de abono orgánico. Me puse una de las chaquetas de trabajo y dejé la mía.
—¿Ni siquiera lo llevabas encima? ¿Y el amuleto de bolsillo que te hice?
—En mi bolsillo…, en la chaqueta que dejé en el establo. No me di cuenta porque… Connor.
Él se levantó de golpe y en su cara vio solo fría cólera.
—Te lo quitaste, lo dejaste, solo porque yo te lo di.
—No. Sí. —Menudo lío—. No pensaba con claridad, ¿no lo ves? Estaba furiosa.
—Porque te quiero, estabas tan furiosa como para salir sin protección.
—No lo pensé de esa forma. No pensaba. He sido una imbécil. Una imbécil de remate. Connor…
—Vale, ya está hecho, y tú estás a salvo. Le diré a Branna que te suba el caldo.
—Connor, no te marches. Por favor, deja que…
—Necesitas tranquilidad para terminar de sanar. Yo no soy capaz de estarme quieto ahora, así que no puedo estar contigo.
Salió de la habitación cerrando la puerta que los separaba.
Meara trató de levantarse, pero las piernas no la sostenían. Ella, una mujer que se preciaba de su fuerza, de su buena salud, tuvo que arrastrarse de nuevo a la cama como una inválida.
Se tumbó, con la respiración entrecortada, la piel húmeda y las consecuencias de un acto imprudente cometido en un momento de mal genio dándole vueltas en el corazón y en la mente.
Cuando Branna llegó con una bandeja, podría haber llorado de frustración.
—¿Adónde ha ido?
—¿Connor? Necesitaba tomar un poco el aire. Llevaba horas sentado a tu lado. —Branna dejó la bandeja; una bandeja con patas para que descansara sobre el regazo del enfermo y el débil. Meara la miró con una profunda aversión—. Te sentirás más fuerte después de tomarte el té y el caldo. Es natural que estés un poco débil ahora mismo.
—Me siento como si hubiera estado media vida enferma. —Entonces levantó la vista y despejó sus propias frustraciones lo suficiente como para ver la fatiga y la preocupación en los ojos de Branna—. Soy una inepta. Nunca he estado enferma más de unas pocas horas. Tú te has encargado de ello. Siempre lo haces. Lo siento mucho, Branna. Siento mucho esto.
—No seas boba. —Con los ojos cansados y el pelo recogido en una maraña, Branna se sentó en un lado de la cama—. Venga, bebe un poco de caldo. Es el siguiente paso.
—¿El siguiente paso para qué?
—Para que te recuperes.
Dado que eso era lo que quería —no podía arreglar las cosas con Connor cuando apenas era capaz de sostener una cuchara—, comenzó a comer. La primera cucharada fue como ambrosía.
—Pensé que me moría de hambre, aunque en realidad apenas podía sentir nada. Es maravilloso sentir hambre, y esto está delicioso. No puedo unir todas las piezas. Recuerdo casi todo con bastante claridad hasta que emprendí el regreso al picadero. Entonces todo se vuelve borroso.
—Una vez que te sientas tú misma de nuevo, te acordarás. Es una especie de protección.
—Ay, Señor. —Meara cerró los ojos con fuerza.
—¿Sientes dolor? Cielo…
—No, no…, no de esa clase. Branna, he cometido una estupidez. Estaba disgustada, de un humor de perros, así que no podía pensar con claridad. Connor… Bueno, me dijo que me quería. La clase de amor que conduce al matrimonio, a tener hijos y una casa en la colina, y eso me trastornó. No estoy hecha para esas cosas; todo el mundo lo sabe.
—Nadie sabe nada semejante, pero no te discuto que eso es lo que tú piensas. Deberías guardar la calma, Meara. —Branna le acarició la pierna—. Descansa para ayudarte a ponerte bien.
—No puedo estar en calma cuando Connor se ha cabreado conmigo como nunca antes había hecho. Y más, mucho más.
—¿Por qué iba a cabrearse contigo?
—Me lo quité, Branna. —Se frotó la garganta con los dedos, donde debería estar el colgante—. Te juro que no pensaba. Simplemente me dejé llevar por el mal genio. Así que me quité el colgante que me regaló y me lo guardé en el bolsillo.
La mano con que Branna la acariciaba se quedó inmóvil.
—¿El de cuentas de calcedonia azul, jade y jaspe? —preguntó Branna despacio.
—Sí, sí. Me lo metí en el bolsillo, junto con los amuletos. Y estuve buscando bronca con cualquiera que tenía cerca hasta que Boyle se hartó de mí. Me mandó a la montaña de abono. Es un trabajo asqueroso y estaba lloviendo a mares, así que me cambié de chaqueta. No lo pensé; verás, ni siquiera recuerdo haberme quitado el colgante. No habría salido sin él. Te juro que no habría hecho eso adrede ni siquiera estando cabreada.
—Te quitaste lo que él te dio por amor, lo que te dio para protegerte a ti, a quien ama, de todo mal.
—Oh, Branna, por favor. —Tomó aire entre sollozos cuando Branna se levantó y fue hasta la ventana para contemplar la oscuridad—. Por favor, no me des la espalda.
Branna se dio la vuelta de nuevo; su temperamento brillaba en sus ojos.
—Qué cosa tan fría y cruel has dicho.
Todo el color abandonó las mejillas de Meara otra vez.
—No. No, yo…
—Fría, cruel y egoísta. Has sido mi amiga, mi hermana en todo salvo de sangre desde que puedo recordar. Pero ¿eres capaz de pensar que te daría la espalda?
—No. No lo sé. Estoy muy confusa, estoy hecha un lío.
—Las lágrimas son buenas para ti. —Con voz enérgica, Branna asintió—. No las derramas a menudo, y ahora son buenas para ti. Una especie de purga. Hay cinco personas en esta casa… No, eso no es cierto, ya que Iona y Boyle han ido a recoger tus cosas ahora que estás despierta.
—A recoger mis…
—Silencio. No he terminado. Esas cinco personas te queremos, y ninguna se merece que pienses que dejaremos de hacerlo porque hayas hecho algo hiriente.
—Lo siento. Lo siento.
—Sé que lo sientes. Pero estoy aquí, Meara, entre Connor y tú, y os quiero a los dos. Él se culpa de no haberte proporcionado una protección más fuerte.
—Lo sé. —Su voz se tornó entrecortada y le temblaba—. Lo dijo. Lo recuerdo. Se lo he contado. Me ha abandonado.
—Ha salido de la habitación, Meara, pedazo de boba. Es Connor O’Dwyer, el hombre más bueno, leal y honrado que jamás haya existido. No es tu jodido padre ni un hombre como él.
—No pretendía… —Las lágrimas manaron de nuevo; su fuerza y claridad la hicieron resollar.
—Cálmate. No te alteres. —Branna fue a su lado con rapidez, le tomó las manos e impuso su voluntad al pánico—. Vas a calmarte y a respirar de manera sosegada. Mis ojos, mírame a los ojos. Hay calma, hay aire.
—Me acuerdo.
—Primero tranquilízate. Aquí no puede pasarte nada malo, y la oscuridad no puede entrar. Hemos encendido las velas, colocado las hierbas y las piedras. Esto es un santuario. Aquí reina la paz.
—Me acuerdo —repitió con calma—. Él estaba allí.
—Espera a tranquilizarte un poco; por mucho que quiera saber lo que pasó, vamos a esperar a que estemos todos. Así solo tendrás que contarlo una vez.
Y Connor se merece oírlo todo, pensó Branna.
—¿Qué me hizo? ¿Puedes decirme eso? ¿Fue muy grave?
—Antes tómate el caldo.
Impaciente, y ya más fuerte, Meara levantó el tazón y se lo bebió. Y consiguió que Branna riera un poco.
—Ya te vale.
—Dime… ¡Oh!
Fue como una descarga eléctrica, un buen y rápido orgasmo o el golpe directo de un rayo. La energía la atravesó, haciendo que se echara hacia atrás con brusquedad.
—¿Qué es eso?
—Algo que tenías que beberte despacio, aunque era mucho esperar.
—Siento que podría ir corriendo hasta Dublín. Gracias.
—No hay de qué. Vamos a dejar esto para más tarde. —Con cautela, Branna apartó el té lejos de su alcance.
—Podría comerme una vaca y aún tendría sitio para el postre. —Pero asió la mano de Branna—. Lo siento. De verdad.
—Lo sé. De verdad.
—Dime qué me dio, ¿quieres? ¿Fue veneno como a Connor?
—No lo fue, no. Estabas receptiva e indefensa, y él lo sabía. Utilizó sus sombras, y creo que estas lo bloquearon todo durante un tiempo. Pero se disiparon lo suficiente como para que no pudiera mantener esa jaula, tal y como Connor la llamó, cerrada a cal y canto durante mucho rato. Todos íbamos de camino. También debía saberlo, de modo que actuó rápidamente y con crueldad. Podrías llamar Bella Durmiente al hechizo que te lanzó, pero no es tan bonito como un cuento de hadas. Es una especie de muerte.
—Yo… Él me mató.
—No, no es tan sencillo. Te privó del aliento; detuvo tu corazón. Es una especie de parálisis que cualquiera que no la conozca la tomaría por la muerte. Sin intervención, podría durar días o semanas. Incluso años. Luego te despiertas.
—¿Como un zombi?
—Despertarías, Meara, y habrías perdido la cordura. Tratarías de salir con uñas y dientes o morirías presa del delirio. O… él iría a por ti cuando así lo decidiera y te convertiría en su criatura.
—Entonces estaría muerta —declaró Meara—. Todo cuanto soy habría desaparecido. No podría haberme hecho esto si hubiera llevado puesta la protección que Connor me dio.
—No. Puede herirte, puede intentar atraerte hacia él, pero no puede lanzarte semejante hechizo cuando estás protegida. —Guardó silencio durante un momento—. Fue Connor quien te insufló de nuevo la vida. Fue el primero en llegar a ti. Él te trajo de vuelta; tu aliento, tu corazón. Entonces llegamos los demás, mientras él te sacaba del sueño. Aun en esos pocos minutos has estado profundamente inmersa, Meara. Solo sollozabas y temblabas. Tuvo que hacerte dormir de nuevo, inducirte un sueño sanador para que pudieras estar tranquila mientras nosotros trabajábamos.
—Las velas, las piedras, las hierbas. Las palabras. Os oí… a Connor, a Iona y a ti.
—Fin también estuvo durante un rato.
Cinco personas que la querían, pensó Meara, todas muertas de preocupación y miedo porque ella había sido una imbécil.
—Podría habernos quebrado porque yo me he portado como una niñata.
—Eso es muy cierto.
—Me siento avergonzada y lo lamento, Branna, y voy a decírselo a todos. Pero antes quisiera hablar con Connor.
—Por supuesto, deberías hacerlo.
—¿Puedes ayudarme a asearme un poco? —Consiguió esbozar una sonrisa temblorosa—. He estado un poco muerta, y seguro que lo parezco.
Dado que continuaba lloviendo, Connor estaba sentado en el taller de Branna, bebiéndose su segunda cerveza y meditando al amor de la lumbre.
Frunció el ceño cuando Fin entró.
—Harás bien en largarte. No soy una buena compañía.
—Es una lástima. —Fin se sentó en una silla con su propia cerveza—. Dijiste que había despertado y estaba mejor…, pero poco más. Branna no ha bajado aún, y como Iona y Boyle han llegado con las maletas de Meara, me gustaría saber qué coño significa que está mejor.
—Despierta, consciente. Se ha bebido la poción y tenía buen color cuando me marché.
—Vale.
Fin tomó un trago, esperando el resto. Al ver que no llegaba, se preparó para hacerlo hablar, y entonces entró Boyle.
Lo que era aún mejor.
—Le he traído ropa, botas y Dios sabe qué más, suficiente para un mes o más, ya que Iona jura que todo es básico. Luego me han largado, lo cual me parece estupendo. —Se sentó, igual que había hecho Fin, con una cerveza en la mano—. Branna me ha dicho que se ha recuperado bien y que se estaba dando una ducha. Qué horror, qué espanto. Qué horror. —Tomó un buen trago de cerveza—. Yo la mandé ahí. Estaba gruñona e irritable, y me había hartado, así que la mandé a la montaña de caca. Debería haberla mantenido dentro, trabajando en el guadarnés. No debí…
—Tú no tienes la culpa. —Connor se levantó para pasearse de un lado a otro—. No te culpes por esto, porque no eres responsable de nada. Ella se lo quitó. Le dije que la quería. Y pensar que me hizo gracia que saliera disparada justo después, afirmando que tenía que ir de inmediato al picadero.
—Así que por eso he perdido una hora de sueño esta mañana. Y —agregó— esa era la china que se le había metido en el ojo.
—¿Qué fue lo que se quitó? —preguntó Fin, volviendo atrás.
—El colgante, el de cuentas de calcedonia azul, jaspe y jade que le di como protección. Se lo quitó y salió sin él porque le dije que la quería.
—Ay, Señor. —Fin puso los ojos en blanco—. ¡Mujeres! Las mujeres vuelven locos a los hombres; ¿hay alguna duda de por qué? Vaya, la pregunta debería ser ¿por qué queremos tenerlas cerca cuando nos las hacen pasar canutas a la menor oportunidad?
—Habla de tus mujeres —le sugirió Boyle—. Yo estoy más que contento con la mía.
—Tú dale tiempo —repuso Fin con aire sombrío.
—Ah, mierda. Estaba cabreada —agregó Boyle, observando a Connor—. Fue una estupidez y una imprudencia, pero, bueno, como persona de carácter que soy, te digo que resulta facilísimo cometer estupideces e imprudencias cuando te dejas llevar por él.
—Podríamos haberla perdido.
—Eso no pasará jamás —le juró Fin.
—La perdimos durante unos instantes…, aunque para mí habrían podido ser años. —Pensar en ello hizo que a Connor se le encogiera el estómago con fuerza—. Tú mismo lo viste, Boyle, ya que llegaste a ella unos segundos después que yo.
—Y en esos segundos fue como si la sangre abandonara mi cuerpo. Quería comenzar las maniobras de reanimación cardiopulmonar, y tú me apartaste con solo agitar la mano.
—Lo siento.
—No te disculpes por eso. Tú sabías qué había que hacer y yo estaba estorbando. Le insuflaste luz. Jamás he visto nada parecido. —Boyle tomó aire al recordarlo—. Estabas a horcajadas sobre nuestra chica, que estaba en el suelo, invocando a los dioses y las diosas, y te juro que los ojos se te volvieron casi negros. Y el viento se arremolinó, los demás vinieron corriendo y tú alzaste los brazos, como un hombre que se agarra a una cuerda de salvamento. Y le arrancaste luz a la lluvia, se la arrancaste a la lluvia, y la tomaste dentro de ti, de forma que ardías como una antorcha. Luego se la insuflaste a ella. Lo repetiste tres veces, ardiendo con más intensidad cada vez; prácticamente esperaba que estallaras en llamas.
—Hay que hacerlo tres veces —dijo Fin—. Con fuego y luz.
—Y entonces vi que ella tomaba aire. Su mano se movió solo un poco en la mía. —Boyle bebió otro largo trago—. Joder.
—Estoy en deuda con todos —dijo Meara desde la puerta. Se agarraba con las manos y tenía el cabello suelto y los ojos rebosantes de emoción—. He de pediros que me dejéis hablar un momento a solas con Connor. Solo unos momentos, si no os importa.
—Claro que no nos importa. —Boyle se levantó con rapidez, se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo—. Tienes buen aspecto.
Apartándose, le palmeó la espalda y luego salió.
Fin se levantó más despacio, estudiando las lágrimas que brillaban en sus ojos. No dijo nada, pero le dio un suave beso en la mejilla antes de marcharse.
Connor se quedó donde estaba.
—¿Te ha dado permiso Branna para que te levantes y andes por ahí?
—Así es. Connor…
—Es mejor que nos cuentes lo sucedido a todos a la vez.
—Lo haré. Connor, por favor, perdóname. Tienes que perdonarme. No podría soportar que no lo hicieras, no podría soportar saber que lo he echado todo a perder. Estaba equivocada, completamente equivocada, y haré lo que sea, cualquier cosa que necesites, que quieras o que me pidas para arreglarlo contigo.
La vergüenza, la pena manaba de ella, casi formando un charco a sus pies. Y, sin embargo, Connor parecía no ser capaz de moverse para ir a su lado.
—Entonces respóndeme a una pregunta con la verdad.
—No te mentiré, cueste lo que cueste la verdad. Nunca te he mentido.
—¿Te quitaste lo que te di porque pensaste que podría utilizarlo para retenerte, para mantenerte conmigo, para hacer que sintieras algo por mí?
El shock atravesó la pena y le hizo retroceder un paso.
—Oh, no. Dios mío, no. Tú nunca harías algo así. Jamás pensaría algo semejante de ti. Jamás, Connor; te lo juro por mi vida.
—De acuerdo. —Eso, al menos eso, restañó en parte su corazón sangrante—. Cálmate.
—Estaba cabreada —dijo—. Estaba cabreada y… tenía miedo. —«Sincera, sé sincera», se ordenó a sí misma—. Tenía más miedo que otra cosa, y eso disparó mi temperamento, y las dos cosas juntas cegaron mi buen juicio. Te lo juro, te juro que no pretendía salir sin el colgante. Me olvidé. Estaba tan perdida y furiosa que cuando Boyle me dio la patada, me cambié de chaqueta sin darme cuenta de que me había dejado todas las protecciones en la otra. —Tuvo que parar y apretarse los ojos con los dedos—. Léeme. Entra aquí… —Desplazó los dedos hacia su sien—. Lee mis pensamientos, pues encontrarás la verdad.
—Te creo. Reconozco la verdad cuando la oigo.
—Pero ¿me perdonas?
Connor se preguntó si sería tan difícil para ella pedirlo como para él aceptar. Pensó que tal vez lo fuera. Y, sin embargo, tenían que aclararlo todo antes de las respuestas.
—Te di algo que era importante para mí porque tú eras importante para mí.
—Y yo he sido negligente con ello y contigo. Tanto que podría haber hecho que lo pagásemos muy caro todos. —Dio un paso hacia él—. Perdóname.
—Te doy amor, Meara, la clase de amor que jamás le he dado a otra. Pero tú no lo quieres.
—No sé qué hacer con él, lo cual es muy diferente. Y tengo miedo. —Se llevó las manos al corazón—. Tengo miedo porque no puedo impedir lo que me está pasando. Si no me perdonas, si no puedes perdonarme, creo que algo dentro de mí morirá de pena.
—Claro que te perdono.
—Eres más de lo que merezco.
—Ah, Meara. —Exhaló un suspiro—. El amor no es un premio que se gana haciendo méritos ni algo que se pueda retirar cuando se comete un error. Es un regalo, tanto para el que lo da como para el que lo recibe. El día que lo aceptes, que lo guardes, no tendrás miedo. —Connor meneó la cabeza antes de que ella pudiera hablar—. Ya es suficiente. Estás más cansada de lo que imaginas, y aún tienes que contarnos lo que ha pasado. Deberías sentarte, y habría que ver qué nos ha preparado Branna porque ha pasado mucho tiempo desde el desayuno.
Cuando se acercó a ella, Meara le asió la mano.
—Gracias. Por la luz, por el aliento, por mi vida. Y gracias también por el regalo, Connor.
—Bueno, es un comienzo —le dijo, y la condujo de nuevo a la cocina.
Contó la historia de forma titubeante mientras devoraba los espaguetis con albóndigas, uno de sus platos preferidos. Parecía no hartarse de comer y beber, aunque descubrió que incluso unos pocos sorbitos de vino hacían que se mareara.
—Será mejor que esta noche te conformes con beber agua —le aconsejó Branna.
—Creo que una parte de mí sabía que no era real, pero parecía, olía y sonaba muy real. Los jardines, la fuente, los senderos, estaban tal y como los recuerdo. La casa, el traje que llevaba puesto mi padre, la forma en que se daba golpecitos en un lado de la nariz.
—Porque él creó el hechizo a partir de tus pensamientos e imágenes.
Fin le sirvió más agua.
—Me llamaba princesa. —Meara asintió—. Y me hacía sentir que lo era cuando me prestaba especial atención a mí. Él era… —Le resultaba doloroso hablar de ello—. Él era la alegría de la casa. Su sonora risa, y su costumbre de darnos un dinerillo extra o un poco de chocolate, como si fuera un secreto compartido. Yo lo adoraba, y todo eso, todos esos sentimientos volvieron mientras paseábamos por el jardín, con un pajarillo trinando en el moral. —Tuvo que parar un momento para recobrar la compostura—. Yo lo adoraba —repitió— y él nos abandonó…, me abandonó…, sin mirar atrás ni una sola vez. Se escabulló como un ladrón, que fue justo lo que resultó ser, ya que se llevó consigo todo lo que había de valor. Pero allí, en el jardín, todo era como había sido antes. El sol brillaba, había flores y se respiraba felicidad.
»Entonces se volvió contra mí; fue muy rápido. Dijo que se había marchado por mi culpa, porque yo era amiga vuestra. Que le había avergonzado al asociarme y conspirar…, esas fueron las palabras que utilizó…, con brujas. Dijo que estaba maldita.
—Un truco, utilizando parte de tus pensamientos de nuevo —le explicó Branna— y luego tergiversándolos.
—¿Mis pensamientos? Pero si yo nunca he pensado que se marchó porque nosotros éramos amigos.
—Pero en más de una ocasión has pensado que se marchó por tu culpa. No tengo que meterme en tus pensamientos para saberlo —agregó Connor.
—Sé que eso no es verdad. Quiero decir que sé que él no se marchó por mi culpa.
—Y, sin embargo, eso puede hacer que dudes de ti misma. —Iona le lanzó una mirada comprensiva—. Cuando estás de bajón hace que te preguntes qué es lo que tienes que les impida amarte. Sé lo que es eso y lo duro que resulta aceptar que alguien que se supone que debe amarte de forma incondicional no lo haga. O no lo suficiente. Pero yo no tenía la culpa, y tú tampoco. La culpa era de ellos, de sus carencias.
—Lo sé, pero tienes razón. A veces… La rosa que me dio comenzó a sangrar y me dijo que yo era una puta por acostarme con un brujo. Pero está claro que jamás lo hice antes de que mi padre nos dejara. Y Dios, si a eso vamos, ese hombre era demasiado cobarde como para haber dicho algo semejante a la cara. —Hizo una pausa, bajando la mirada a su plato—. Mi padre era muy débil. Es duro aceptar que quieres a alguien… a alguien tan débil.
—No podemos elegir a nuestros padres —aseveró Boyle— del mismo modo que ellos tampoco pueden elegirnos a nosotros. Todos tenemos que apañárnoslas lo mejor que podamos.
—Y amar… —dijo Connor mirándola a los ojos—… nunca es motivo de vergüenza.
—Lo que amaba era una ilusión, lo mismo que lo que he visto hoy. Pero creí en ambas cosas durante un tiempo. Y con lo de hoy noté que todo cambiaba cuando me dijo todo eso, esas cosas tan duras que él, a pesar de todos sus defectos, jamás habría dicho. Luego oí la lluvia de nuevo y a Roibeard, y supe que él era mentira. Tenía la pala. No la tenía cuando paseaba con él, pero entonces la tenía otra vez. Lo ataqué, apuntando a su cabeza, pero él fue rápido. Ataqué de nuevo, pero el mundo comenzó a sacudirse y a dar vueltas. Y tú, Connor, cabalgabas sobre Alastar como alma que lleva el diablo, y Boyle corría desde el picadero, y Kathel y… Él me sonrió…, ahora era Cabhan, no mi padre. —Vio con claridad aquel cruel y atractivo rostro sonriendo—. Y sentí que algo me apuñalaba el corazón…, algo afilado y frío…, mientras él sonreía y desaparecía en la niebla.
—Un rayo negro —aseveró Boyle—. Eso me pareció a mí, un destello de la piedra que lleva al cuello.
—Yo no lo vi. —Meara se llevó el vaso de agua a la boca y lo apuró de nuevo—. Intenté andar, pero era como nadar en el fango. Sentía náuseas, me sentía mareada, y no podía notar la lluvia mientras las sombras se hacían más densas. No podía salir de ellas, no podía moverme, no podía llamar a gritos a nadie. Y había voces en las sombras. La de mi padre, la de Cabhan. Amenazas, promesas. Yo… Dijo que me daría poder. Que me daría la inmortalidad si le quitaba la vida a Connor. —Buscó a tientas la mano de Connor, sintiéndose reconfortada cuando él la asió—. No podía salir, y todo se volvía más y más oscuro. No podía hablar ni moverme, como si estuviera atada y amordazada, y hacía mucho frío. Y entonces tú estabas ahí, Connor, hablándome, y había luz. Tú eras la luz. Me decías que cogiera tu mano. Yo no sabía cómo hacerlo, pero me dijiste que cogiera tu mano.
—Y lo hiciste.
—No creía que pudiera hacerlo; dolía muchísimo. Pero tú no dejabas de decirme que sí podía. Seguiste diciéndome que cogiera tu mano y que fuera contigo. —Entrelazó los dedos con los de él, agarrándolo con fuerza—. Cuando lo hice fue como si me tiraran de mí para sacarme de un agujero mientras algo luchaba por arrastrarme de vuelta a él; tiraron y tiraron, y la luz era cegadora. Luego sentí la lluvia otra vez. Me dolía todo. El cuerpo, el corazón, la cabeza. Las sombras eran horribles, pero yo quería volver a donde no sentía el dolor.
—Una parte era el shock —apuntó Branna—. Y lo que él había usado para atraparte. Luego el brusco tirón. Por eso Connor tuvo que hacerte dormir.
—Estoy en deuda con todos.
—Somos un círculo —dijo Boyle—. Nadie debe nada a nadie.
—No, yo sí. Estoy en deuda porque vinisteis a por mí… Y sí, cualquiera lo haría por otro de nosotros. Y os debo una disculpa por ser tan estúpida como para darle la ocasión de que me atrapara. Y que al hacer eso nos pusiera en peligro a todos.
—Ya se ha terminado. —Boyle estiró el brazo y le dio un golpecito en el hombro.
—Así es —convino Branna—. Ahora te vas a tomar un té y a tumbarte tranquila en la cama.
—Ya he dormido suficiente.
—Ni mucho menos, pero puedes tomarte el té junto al fuego hasta que estés lista para subir.
—Yo te arroparé.
Meara miró a Fin con el ceño fruncido.
—Puedo mover el culo desde aquí hasta ahí.
—Tranquila, no estarás buscando pelea después de una disculpa tan bonita, ¿verdad? —Zanjó el tema rodeando la mesa y levantándola de su silla—. Eres una chica fuerte, Meara Quinn.
—Oh, ¿de veras?
Fin le lanzó una sonrisa a Connor por encima del hombro y la llevó en brazos hasta el sillón. Luego chasqueó los dedos para avivar el fuego e hizo que se tumbara, arropándola con la bonita manta mientras ella lo miraba con expresión torva.
—Odio que cuiden de mí.
—Yo también, me jode como una china en un ojo. Por eso lo hago. Te mereces que te fastidiemos un poco.
—Pues adelante, haz que me sienta más culpable aún.
—No es necesario. —Se sentó a su lado, justo a la altura de su cintura, estudiándola brevemente. Y sacó el colgante de calcedonia azul de su bolsillo—. Imaginé que a lo mejor querías esto.
—Oh. ¿Cómo…?
—Me pasé por el picadero a por tu chaqueta y esto se cayó del bolsillo. —Lo sostuvo en su mano—. ¿Lo quieres o no?
—Lo quiero, y mucho.
Se lo puso él mismo alrededor del cuello.
—Ten más cuidado con esto, y con él.
—Lo haré. —Levantó la vista y lo miró a los ojos—. Te lo juro. Gracias. Gracias, Fin.
—De nada. En fin, veamos si hay algún pastelito para acompañar ese té.
Se marchaba ya, cuando volvió la vista por encima del hombro. Meara sujetaba las piedras en la palma de su mano, acariciándolas con suavidad con un dedo.
El amor, pensó Fin. Podía convertirte en un tonto o en un héroe. O en ambas cosas a la vez.