4

Connor entró por la puerta de empleados a la escuela de cetrería. Como de costumbre, sintió un pequeño aleteo —algo parecido a un batir de alas— en el corazón y en todo su ser. Para él siempre había sido el halcón. Esa conexión, al igual que sucedía con sus poderes, le había llegado a través de la sangre.

Le habría gustado disponer de algo de tiempo para pasear por el recinto y el aviario, saludar a los halcones, al gran búho al que llamaban Bruto, solo para ver, y escuchar, qué tal estaban.

Pero la forma en que había empezado el día entrañaba que ya llevaba unos minutos de retraso. Vio a un miembro de su personal, Brian —delgado como un fideo y con apenas dieciocho años— comprobando los bebederos y comederos.

Así que se limitó a echar un vistazo a su alrededor para cerciorarse de que todo estaba en orden mientras se encaminaba a las oficinas, pasando por la zona cercada en que su ayudante, Kyra, dejaba a su bonito spaniel la mayoría de los días.

—¿Qué tal te va hoy, Romeo?

El perro meneó todo su cuerpo en respuesta, agarró una roída pelota azul con la boca y la llevó lleno de ilusión hasta la verja.

—Eso tendrá que esperar hasta más tarde.

Entró en el despacho y encontró a Kyra, con su cabello corto de color azul zafiro, ocupada en el teclado.

—Llegas tarde.

Aunque solo medía un metro y cincuenta y ocho centímetros, Kyra poseía una voz tan potente como una sirena de niebla.

—Por eso me alegra ser el jefe, ¿eh?

—El jefe es Fin.

—Por eso me alegra haber desayunado con él y que este sepa lo que hay.

Le propinó un suave coscorrón en la cabeza de Kyra al pasar de camino a su mesa, que estaba cubierta de formularios, carpetas sujetapapeles, documentos, folletos, un guante, un ronzal, un cuenco con piedrecillas y otros cachivaches.

—Han hecho otra reserva esta mañana. Una doble. Padre e hijo…, y el chico solo tiene dieciséis años. Te los he asignado a ti porque se te dan mejor los adolescentes que a Brian o a Pauline. Tienen hora a las diez de la mañana. Son yanquis. —Con su cara redonda y llena de pecas, hizo una pausa para lanzarle a Connor una mirada de reproche—. Dieciséis años; quisiera yo saber por qué no está en clase.

—Eres una tirana, Kyra. ¿Acaso viajar a otro país y aprender cosas sobre halcones no es algo educativo?

—Eso no te enseña a sumar dos y dos. Sean no vendrá hasta el mediodía, por si lo has olvidado. Tenía que llevar a su mujer a hacerse una revisión.

Levantó la mirada porque se había olvidado de ello.

—Va todo bien con ella y el bebé, ¿verdad?

—Muy bien, lo que sucede es que quiere que él esté a su lado cuando les digan si es niño o niña. Así que Brian se ocupa del paseo de las nueve con la chica de Donegal, tú del de las diez y Pauline del de las diez y media, con una pareja de recién casados de Dublín en viaje de luna de miel.

Tecleó en el ordenador e hizo clic con el ratón mientras abría el horario de la mañana. Si bien tendía a ser mandona y enérgica, Kyra era una maga haciendo una docena de cosas al mismo tiempo.

Y esperaba lo mismo de los demás, lo cual, en opinión de Connor, era su único defecto.

—Te he asignado otro a las dos —agregó—. También yanquis; una pareja de Boston. Acaban de llegar después de pasar unos días en el castillo de Dromoland en Clare y van a quedarse tres días en Ashford antes de proseguir con su viaje. Tres semanas de vacaciones para celebrar sus bodas de plata.

—Entonces a las diez y a las dos.

—Llevan casados tanto tiempo como llevo yo en este mundo. Eso da que pensar.

Escuchando a medias, Connor se sentó para inspeccionar el papeleo pendiente que no podía endosarle a ella.

—Teniendo en cuenta que tú eres la pequeña, tus padres llevan casados aún más tiempo.

—Mis padres son diferentes —adujo de manera contundente, aunque Connor no veía dónde radicaba esa diferencia—. Ah, y Brian afirma que esta mañana ha habido un terremoto que casi le tira de la cama.

Connor levantó la vista, con el rostro sereno.

—¿Un terremoto? ¿En serio?

Kyra esbozó una sonrisita de superioridad, sin dejar de teclear con sus uñas pintadas de color rosa con purpurina.

—Jura y perjura que toda la casa se ha sacudido. —Puso los ojos en blanco, presionó «imprimir» y giró en su silla para coger una tabla sujetapapeles—. Y ha decidido que se trata de alguna conspiración porque no han dicho ni una sola palabra de ello en la tele. Ha habido algunas menciones en Internet, o eso dice él. Ha pasado de ser un terremoto a una prueba nuclear realizada por alguna potencia extranjera en menos que canta un gallo. Seguro que te dará la tabarra con el tema como ha hecho conmigo.

—¿Y tu cama no ha temblado?

Kyra le brindó una sonrisa.

—No a causa de un terremoto.

Connor rió y se puso de nuevo con el papeleo.

—¿Y qué tal Liam?

—Muy bien, de hecho. Me parece que a lo mejor me caso con él.

—¿En serio?

—Podría ser; en algún momento hay que empezar a acumular aniversarios. Se lo haré saber en cuanto haya tomado la decisión.

Cuando sonó el teléfono, dejó que ella atendiera la llamada y continuó despejando una parte de su mesa.

Así que algunos lo habían sentido y otros no, pensó. Algunos eran más receptivos que otros. Y algunos eran más cerrados que un huevo.

Conocía a Kyra casi de toda la vida, reflexionó, y ella sabía lo que él era; tenía que saberlo. Pero nunca hablaba de ello. Era, a pesar de su pelo azul y el pequeño piercing en su ceja izquierda, tan cerrada como un huevo.

Trabajó de forma casi ininterrumpida hasta que Brian llegó y, como era de esperar, se puso a parlotear sobre el terremoto que sin duda era fruto de una prueba nuclear de alguna agencia gubernamental secreta o quizá una señal del Apocalipsis.

Dejó a Brian y a Kyra debatiendo sobre ello y fue a elegir el halcón para el primer paseo.

Como nadie miraba, lo hizo de forma rápida y sencilla. Tan solo abrió el aviario, miró a los ojos a su elegido y sostuvo en alto el brazo enguantado.

El halcón fue a posarse en él, tan obediente como un perro bien adiestrado.

—Aquí estás, Thor. Listo para trabajar, ¿a que sí? Hazlo bien con Brian hoy y te saco más tarde a cazar de verdad. ¿Qué te parece?

Después de ponerle el ronzal al halcón, regresó al despacho, lo depositó en la percha y lo ató a ella.

Paciente, Thor plegó las alas y se quedó quieto, alerta.

—Es posible que caigan cuatro gotas —le dijo a Brian—, pero no creo que caiga un aguacero.

—El calentamiento global está provocando extraños cambios climáticos en todo el mundo. Puede que haya sido un terremoto.

—Un terremoto no tiene que ver con el clima —declaró Kyra.

—Todo está relacionado —replicó Brian, sombrío.

—Creo que no solo lloviznará esta mañana. Si hay un terremoto o una erupción volcánica, asegúrate de traer a Thor de vuelta a casa. —Connor le dio a Brian una palmada en el hombro—. Ahí están tus clientes, en la puerta. Ve y hazlos entrar; dales una vuelta por aquí. Yo me llevaré a Roibeard y a William a las diez —le dijo a Kyra mientras Brian se apresuraba a abrir la puerta—. Eso deja a Moose para Pauline.

—Pues ya está.

—Dejaremos a Rex para Sean. Respeta a Sean pero aún no le tiene el mismo respeto a Brian. Es mejor que no salga solo con Brian todavía. Yo me llevaré a Merlín para el paseo de las dos, ya que hace días que no sale de paseo.

—El halcón de Fin no está aquí.

—Está por ahí. —Se limitó a responder Connor—. Y Pauline puede sacar de nuevo a Thor esta tarde. Brian o Sean, al que tengas para el último paseo, puede llevarse a Rex.

—¿Qué hay de Nester?

—No se siente bien hoy. Tiene el día libre.

Kyra enarcó la ceja perforada ante la afirmación de Connor acerca del halcón.

—Si tú lo dices…

—Lo digo.

De la redonda cara de Kyra desapareció todo rastro de arrogancia, que fue sustituida por preocupación.

—¿Necesita que le echen un vistazo?

—No, no está enfermo, solo un poco decaído. Yo lo sacaré más tarde y dejaré que se anime volando.

Tenía razón con lo de la llovizna, pero cayó y pasó como a menudo sucedía. Unas cuantas gotas, un pequeño rayo de sol atravesando un grupo de nubes.

Cuando llegaron sus clientes, la lluvia había cesado, dejando el ambiente húmedo y algo brumoso. A decir verdad, pensó mientras guiaba al padre y al hijo, creaba más ambiente para los yanquis.

—¿Cómo sabe cuál es cuál? —preguntó el chico, llamado Taylor. Desgarbado y con orejas grandes y protuberantes nudillos, adoptó un aire de ligero hastío.

—Las águilas Harris se parecen, pero cada una tiene su propia personalidad, su estilo. Verás, está Moose, se llama así porque es grande. Y Rex, el que está a su lado, tiene cierto aire regio.

—¿Por qué no se marchan cuando los sacas?

—¿Por qué iban a hacer eso? Aquí tienen una buena vida, una vida lujosa, además. Y también un trabajo bueno y respetable. Algunos han nacido aquí, y para ellos este es su hogar.

—¿Los entrena aquí? —inquirió el padre.

—Así es, sí, desde que son polluelos. Han nacido para volar y cazar. Con el adiestramiento adecuado…, recompensas, buen trato y afecto…, se los puede entrenar para que hagan aquello para lo que han nacido y que regresen al guante.

—¿Por qué el águila Harris para los paseos?

—Porque son sociables. Y sobre todo porque su maniobrabilidad hace que sean una buena elección para un paseo por este lugar. El halcón peregrino… ¿lo ven? —Los llevó hasta una gran ave gris con marcas negras y amarillas—. Desde luego es magnífico, y no hay un animal más veloz en el planeta cuando se lanza en vertical. Se eleva a gran altura y luego desciende en picado a por su presa.

—Creía que el animal más veloz era el guepardo —dijo Taylor.

—Apolo es este de aquí. —Al oír su nombre y sentir la sutil conexión de Connor, el halcón desplegó sus grandes alas… e impresionó al chico tanto como para que ahogara un grito antes de encogerse de hombros—. Puede superar al felino, pues alcanza una velocidad de trescientos veinte kilómetros por hora. Eso son doscientas millas por hora en Estados Unidos —añadió Connor con una sonrisa—. Pero a pesar de su velocidad y belleza, el halcón peregrino necesita espacio abierto, y el águila Harris puede volar sorteando los árboles. ¿Ven estos de aquí? —Los condujo por las instalaciones—. Vi a estos romper el cascarón la primavera pasada y los hemos adiestrado aquí, en la escuela, hasta que han estado listos para volar en libertad. Uno de sus hermanos es William, y él estará con usted hoy, señor Leary.

—¿Tan joven? No debe de tener más de cinco o seis meses.

—Han nacido para volar —repitió Connor. Presentía que perdería al chico a menos que agilizara las cosas—. Si me acompañan dentro, sus halcones los esperan.

—Es toda una experiencia, Taylor.

El padre, de más de un metro y noventa y cinco centímetros de estatura, le puso una mano en el hombro a su hijo.

—Lo que tú digas. Seguro que se pone a llover otra vez.

—Oh, me parece que va a aguantar casi hasta la puesta de sol. Bueno, señor Leary, ¿tiene familia cerca de Mayo?

—Llámame Tom. Antepasados, según me han dicho, pero no familia que yo sepa.

—Entonces ¿solo sois el chico y tú?

—No, mi mujer y mi hija han ido de compras a Cong. —Sonriendo, puso los ojos en blanco—. Pueden ser un tostón.

—Mi hermana tiene una tienda en Cong. La Bruja Oscura. A lo mejor pasan por allí.

—Si venden algo, seguro que pasan. Nosotros estábamos pensando en probar los paseos a caballo mañana.

—Oh, no podrían elegir nada mejor. Es una excursión preciosa. Dígales que Connor ha dicho que les hagan pasar un rato estupendo.

Después de entrar, se giró hacia las perchas.

—Y aquí tenemos a Roibeard y a William. Roibeard es mío, y hoy es para ti, Taylor. Lo tengo desde que era un polluelo. Tom, ve a firmar los formularios que Kyra te ha preparado y yo me ocuparé de que Taylor se familiarice con Roibeard.

—¿Qué clase de nombre es ese? —exigió Taylor.

Ten presente que el chico no quiere estar aquí, se dijo Connor. Ten presente que preferiría estar en su casa, con sus colegas y sus videojuegos.

—Pues su nombre, y es un nombre antiguo. Desciende de los halcones que han cazado en estos bosques desde hace cientos de años. Aquí tienes tu guante. Sin él, y a pesar de ser tan listo y hábil, sus garras te perforarían la piel. Tienes que mantener el brazo en alto de esta forma, ¿ves? —Connor le hizo una demostración, manteniendo el brazo izquierdo en el aire formando un ángulo recto—. Y mantenlo quieto mientras caminamos. Levántalo solo si quieres indicarle que vuele. Al principio lo tendré atado, hasta que salgamos. —Sintió que el chico se estremecía (nervios y excitación que trataba de disimular) cuando le indicó a Roibeard que se subiera al brazo enguantado—. Como ya he dicho, el águila Harris es ágil y rápida, y una cazadora feroz, aunque como nos vamos a llevar estos trozos de pollo… —Se palmeó la aljaba—… no buscará pájaros ni conejos.

»Y para ti, Tom, este es el joven William. Es muy guapo y educado. Hay pocas cosas que le gusten más que volar por el bosque y recibir un poco de pollo en recompensa por el trabajo.

—Es una belleza. Son una belleza. —Tom rió—. Estoy nervioso.

—Vámonos a vivir una aventura. ¿Qué tal la estancia en el castillo? —comenzó Connor mientras los conducía afuera.

—Alucinante. Annie y yo pensábamos que iba a ser una vez en la vida, pero ya estamos hablando de volver.

—Visitar Irlanda solo una vez es imposible.

Marcó un paso tranquilo, fomentando una charla trivial, pero manteniendo la mente y el corazón con los halcones. Satisfecho, preparado.

Se alejó de la escuela tomando un sendero hasta la carretera pavimentada en que había un claro, bordeado de altos árboles.

Ahí les quitó las pihuelas.

—Levantad el brazo. Muy despacio ahora, elevándolo, y ellos volarán.

Era una belleza; ese ascenso en el aire, ese despliegue de alas, casi silencioso. Casi. El chico dejó escapar un grito ahogado, tratando de aferrarse aún al aburrimiento mientras ambos halcones se posaban en una rama, plegaban las alas y los miraba como dioses dorados.

—¿Me dejas tu cámara, Tom?

—Pues claro. Quería sacarle unas cuantas fotos a Taylor con el halcón. Con… ¿Roibeard?

—Yo lo haré. Tu turno, ponte de espaldas a ellos, mira por encima del hombro izquierdo, Taylor.

Aunque Roibeard respondería de todas formas, Connor puso un trocito de pollo en el guante.

—¡Qué asco!

—No para el pájaro.

Connor se colocó de lado.

—Levanta el brazo sin más, como has hecho la primera vez. Mantenlo quieto.

—Lo que tú digas —farfulló Taylor, pero obedeció.

Y el halcón, con una impresionante elegancia en vuelo, descendió con las alas desplegadas y los ojos brillantes y se posó en el brazo del chico.

Luego engulló el pollo. Se mantuvo erguido, mirando a Taylor a los ojos.

Connor, que conocía bien el momento, captó la estupefacción y el asombro, el absoluto placer en el rostro del chico.

—¡Guau! ¡Guau! Papá, papá, ¿has visto eso?

—Sí. No le… —Tom miró a Connor—. Menudo pico.

—Te prometo que no hay de qué preocuparse. Espera un minuto, Taylor.

Hizo otra foto, una que imaginó que pondrían sobre la repisa de la chimenea o sobre una mesa cuando volvieran a Estados Unidos, del chico y el halcón mirándose a los ojos.

—Ahora tú, Tom.

Repitió el proceso, tomó la foto y escuchó a sus clientes hablar entre sí con voz de asombro.

—Y aún no habéis visto nada —les prometió Connor—. Vamos a adentrarnos un poco en el bosque. Veréis todo un bailecito.

Nunca se cansaba de aquello, nunca se volvía algo rutinario. El vuelo del halcón, su ascenso y descenso entre los árboles, siempre, siempre lo cautivaba. Ese día la emoción del chico y del padre era un aliciente más.

En opinión de Connor, el aire húmedo, denso como una esponja empapada, los rayos de sol que se filtraban entre los árboles y el revoloteo del inminente otoño hacían que fuera un buen día para pasear por el bosque siguiendo a los halcones.

—¿Puedo volver? —preguntó Taylor, que regresó a las puertas de la escuela con Roibeard en el brazo—. Solo para verlos, quiero decir. Son una pasada, sobre todo Roibeard.

—Pues claro que puedes. Les encantará tener compañía.

—Lo haremos antes de marcharnos —le prometió su padre.

—Preferiría repetir esto que hacer la excursión a caballo.

—Oh, apuesto a que también vas a disfrutar de eso. —Connor los llevó dentro con paso tranquilo—. Es un placer recorrer el bosque a lomos de un buen caballo; te da una perspectiva diferente de las cosas. Y tienen unos guías muy buenos en el picadero.

—¿Tú montas? —le preguntó Tom.

—Sí que monto. Aunque no con la frecuencia que me gustaría. Claro que lo mejor es volar los halcones yendo a caballo.

—¡Jo, tío! ¿Puedo hacerlo?

—Eso no está en el folleto, Taylor.

—Es cierto —repuso Connor, trasladando a Roibeard a su percha—. No se encuentra en la carta normal, por así decirlo. Voy a zanjar algunas cosas con tu padre por si quieres salir y echarle otro vistazo a los halcones.

—Sí, vale. —Estudió a Roibeard otro instante con los ojos llenos de amor—. Gracias. Gracias, Connor. Ha sido alucinante.

—De nada. —Pasó a William a su percha mientras Taylor se marchaba corriendo—. No he querido decir nada delante del chico, pero a lo mejor puedo conseguir que disfrute de lo que llamamos una excursión a caballo con halcones. Tengo que comprobar si Meara puede guiar a tu familia; es cetrera, además de guía en el picadero. Si estás interesado.

—Hace meses que no he visto a Taylor tan emocionado con otra cosa que no sean juegos de ordenador o música. Si puedes conseguirlo, sería estupendo.

—Veré qué puedo hacer, si me das un par de minutos.

Apoyó la cadera en la mesa cuando Tom salió y cogió el teléfono.

—Ah, Meara, cielito mío, tengo una petición especial.

Era estupendo proporcionarle a alguien la persistente tibieza de los recuerdos. Connor se esforzó al máximo para hacer lo mismo con su último cliente del día…, pero nada podía compararse a Taylor y a su padre, de Estados Unidos.

Entre una reserva y otra, se llevó a los halcones peregrinos, Apolo incluido, más allá del bosque, a cielo abierto, para ejercitarlos y cazar. Allí podía verlos elevarse a gran altura y descender en picado sobre su presa con una especie de asombro que jamás lo abandonaba. Allí podía sentir la emoción de esa velocidad dentro de él.

Como él era una criatura social igual que el águila Harris, disfrutaba realizando los paseos con halcones, pero esos en solitario —solo las aves, el aire y él— eran su parte favorita del día.

Apolo atrapó un cuervo en plena caída; un ataque perfecto. Podían darles de comer, pensó mientras se sentaba en un bajo murete de piedra con una bolsa de patatas fritas y una manzana. Podían entrenarlos y atenderlos. Pero eran salvajes, y necesitaban la naturaleza para su espíritu.

De modo que se quedó sentado, contento de esperar, de observar, mientras las aves planeaban, se lanzaban en picado y cazaban, y valoró la paz de una húmeda tarde.

Ahí no había niebla ni sombras, pensó. Aún no. Ni las habría cuando su círculo y él encontraran el modo de preservar la luz.

Y ¿dónde estás ahora, Cabhan? Aquí no, no en esta época, se dijo mientras oteaba ondulantes colinas, que se extendían plenas de verdor. Allí no había otra cosa que la promesa de la lluvia que caería y cesaría y volvería a caer.

Contempló a Apolo volando de nuevo por pura dicha, sintiendo que su corazón se henchía. Y en aquel preciso instante supo que se enfrentaría a la oscuridad y la derrotaría.

Después de levantarse llamó a las aves para que volvieran a él una a una.

Con el trabajo hecho, realizó una última ronda con las aves, revisó todo lo que había que revisar y luego se guardó el guante en el bolsillo trasero y cerró la puerta.

Acto seguido fue dando un paseo hasta el picadero.

Lo primero que percibió fue a Roibeard, de modo que sacó el guante y se lo puso. Justo al levantar el brazo, sintió a Meara.

El halcón describió un círculo por puro placer y luego descendió para posarse en el brazo enguantado de Connor.

—Así que has vivido una aventura… Está claro que le has dado al chico un día que jamás olvidará.

Esperó donde estaba hasta que Meara dobló la curva.

Caminaba con largas y decididas zancadas; cualquier hombre admiraría a una mujer con unas piernas tan largas y que se movía con semejante seguridad en sí misma. Le brindó una sonrisa.

—Y ahí llega ella. ¿Qué tal lo ha hecho el chico?

—Está coladito por Roibeard, y ha mostrado mucho afecto por Spud, que le ha dado un buen paseo. He tenido que parar una vez para que la hermana probara o habría habido una pelea entre hermanos brutal. Ella también lo ha disfrutado, pero no como el chico. Y no vamos a cobrarles por los pocos minutos que ha probado la chica.

—No lo haremos, no. —La cogió de la mano, meciéndola mientras caminaba, y le besó los nudillos antes de soltársela—. Gracias.

—Y vas a darme las gracias por otra cosa, ya que el padre me ha dado cien euros de más.

—¿Cien euros? ¿De más?

—Eso ha hecho, y me ha pedido que te diera la mitad a ti, pues ha considerado que soy honesta. Como es natural le he dicho que no era necesario, pero ha insistido. Y naturalmente no he querido ser maleducada rechazándoselo otra vez.

—Naturalmente —repuso Connor con una sonrisa, luego la miró agitando el dedo. Ella sacó los euros del bolsillo y los contó en voz alta—. Bueno, ¿qué deberíamos hacer con este dinero caído del cielo? ¿Qué me dirías a una birra?

—Diría que de vez en cuando se te ocurren buenas ideas. ¿Deberíamos llamar a los demás? —se preguntó Meara.

—Podríamos. Envíale un mensaje a Branna y yo se lo mando a Boyle. A ver cuántos se apuntan. A Branna le vendría bien salir una noche.

—Lo sé. ¿Por qué no le envías tú el mensaje?

—Es más fácil decirle que no a un hermano que a una amiga.

Miró a Roibeard a los ojos y caminó en silencio durante un momento. Y el halcón levantó el vuelo, se elevó y se alejó.

Al igual que Connor, Meara contempló al halcón con sumo placer.

—¿Adónde va?

—A casa. Quiero que esté cerca, así que se va volando a casa y se quedará a pasar la noche.

—Envidio eso —dijo Meara mientras sacaba su teléfono móvil—. Que tú hables con los halcones, Iona con los caballos, Branna con los perros… y Fin con los tres cuando le viene en gana. Si poseyera algo de magia, creo que sería eso lo que querría.

—La tienes. Te he visto con los caballos, los halcones y los perros.

—Eso es adiestramiento y afinidad. Pero no es lo que vosotros tenéis. —Envió el mensaje y se guardó el teléfono—. Pero solo querría poder hacerlo con los animales. Me volvería loca si pudiera leer a la gente, escuchar sus pensamientos y sentimientos como tú. Me pasaría el tiempo aguzando el oído y luego casi seguro cabreándome por lo que hubiera oído.

—Es mejor resistirse a escuchar a escondidas.

Meara le dio un suave codazo y le lanzó una mirada sabia con sus oscuros ojos de color chocolate.

—Sé perfectamente que has escuchado cuando te preguntabas si una chica estaría dispuesta si la invitabas a una cerveza y la acompañabas a casa.

—Puede que fuera así antes de que alcanzara la edad adulta.

Meara rió; tenía una risa maravillosa.

—Aún no has alcanzado la madurez.

—Ya casi la he alcanzado. Ah, Boyle ya me ha respondido. Iona está en casa, practicando con Branna. Dice que arrastrará a Fin también… y que verá si Iona hace lo mismo con Branna.

—Me gusta cuando estamos todos juntos. Es como una familia.

Connor captó su melancolía y le pasó el brazo sobre los hombros.

—Somos una familia de verdad —convino.

—¿Echas de menos a tus padres desde que se mudaron a Kerry?

—A veces sí, pero son muy felices allí en el lago, dirigiendo su hostal, y con la hermana de mamá, que no para de parlotear. Y están encantadísimos con el FaceTime. ¿Quién lo habría imaginado? Así que podemos verlos y saber cómo están. —Le frotó el hombro a Meara mientras recorrían la serpenteante carretera hasta Cong—. Y a decir verdad, me alegra mucho que estén en el sur por ahora.

—Y a mí me encantaría que mi madre estuviera en cualquier otra parte, y no por motivos nada egoístas como los tuyos.

—Lo superarás. No es más que otra fase.

—Otra fase que dura ya casi quince años. Pero tienes razón. —Meneó los hombros como si se sacudiera de encima un pequeño peso—. Tienes razón. Hoy le he sugerido lo mucho que disfrutaría si les hiciera una larga visita a mi hermana y a sus nietos. Y le he metido lo mismo por el culo a Maureen, que se lo merece. Si eso no da resultado, tengo pensado pasarla de un hermano a otro con la esperanza de que aterrice en algún lugar que la contente.

»No pienso renunciar a mi piso.

—Te volverías loca si volvieras a vivir con tu madre, y ¿qué bien os haría eso a ninguna de las dos? No cabe duda de que Donal se ha portado bien con ella, pero tú también. Le dedicas tu tiempo, te prestas a escucharla y la ayudas a hacer la compra. Le pagas el alquiler. —Connor enarcó las cejas cuando ella se apartó, entrecerrando los ojos—. No te me sulfures, Meara. Fin es su casero, ¿cómo quieres que no lo sepa? Lo que digo es que eres una buena hija y que no tienes por qué sentirte egoísta.

—Desear que esté en cualquier otra parte parece egoísta, pero no puedo evitar desearlo. Y Fin no me cobra ni la mitad de lo que vale esa casita.

—Es familia —dijo, y ella suspiró.

—¿Cuántas veces puedes tener razón de camino al bar? —Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de trabajo—. Y yo no he hecho más que refunfuñar y criticar en ese mismo tiempo. Estoy aguándome mi buen día en el curro y los cincuenta euros extras.

Pasaron por la vieja abadía donde aún deambulaban los turistas, haciendo fotos.

—La gente siempre te cuenta cosas. ¿Por qué?

—Quizá me guste escuchar.

Meara meneó la cabeza.

—No, es porque sabes escuchar, tengas o no ganas de hacerlo. Yo desconecto muy a menudo.

Connor metió la mano en el bolsillo de Meara para darle un apretón.

—Seguro que juntos obtendríamos una media normal en el gráfico de la naturaleza humana.

No, pensó Meara. Desde luego que no. Connor O’Dwyer jamás sería corriente en ningún gráfico.

Entonces dejó a un lado sus preocupaciones y divagaciones y entró con él en el cálido y bullicioso bar.

Fue a Connor a quien saludaron primero aquellos que los conocían, que era la gran mayoría. Una voz alegre, una sonrisa coqueta, un saludo rápido. Era de esas personas que siempre eran bien recibidas y siempre se encontraban a gusto allá adonde iban.

Cualidades estupendas, suponía, y otra cosa que también envidiaba.

—Ve a buscar una mesa —le dijo— mientras yo pido la primera ronda.

Meara se abrió paso y encontró una mesa lo bastante grande para seis personas. Después de sentarse, sacó el teléfono. Sabía que Connor tardaría un rato a causa de la conversación.

Envió un mensaje a Branna primero.

Déjate el pelo tranquilo. Ya hemos llegado.

Luego comprobó su horario para el día siguiente. Una clase en el picadero por la mañana, tres paseos guiados…, por no mencionar las tareas diarias; limpiar las cuadras, alimentar y atender a los animales y darle la tabarra a Boyle para asegurarse de que se ocupaba del papeleo. Además tenía que hacer la compra para su madre y para ella, lo cual había descuidado. Hacer la colada que había pospuesto.

Esa noche podía hacer parte de la colada si no se quedaba demasiado tiempo en el bar.

Revisó su agenda y vio el recordatorio del cumpleaños de su hermano pequeño, así que añadió la compra de un regalo a sus quehaceres.

E Iona tenía que recibir otra clase de esgrima. Lo estaba haciendo bien, pensó Meara, pero ahora que Cabhan había aparecido otra vez, sería aconsejable retomar la práctica regular.

—Apaga eso y deja de trabajar. —Connor dejó las cervezas en la mesa—. Se ha terminado la jornada.

—Estaba echando un vistazo a mi horario para mañana.

—Eso es lo malo de ti, querida Meara, que siempre estás ansiosa por emprender la siguiente tarea.

—Y tú siempre buscas el siguiente entretenimiento.

Connor alzó su jarra y sonrió.

—La vida es un entretenimiento si la vives como es debido. —Hizo un gesto con la cabeza cuando vio a Boyle y a Iona—. Aquí llega la familia.

Meara se volvió a mirar. Y dejó el móvil.