5
Un buen día de trabajo, una cerveza y amigos con quien beberla. En opinión de Connor, no se podía desear mucho más. A menos que fuera una comida caliente y una mujer complaciente.
Aunque sabía que la guapa rubia llamada Alice, que le lanzaba miraditas de vez en cuando, estaría más que dispuesta, se conformó con la cerveza y los amigos.
—Ahora que te has unido a nosotros, Fin, estaba pensando que podríais considerar la posibilidad de dejar como una opción permanente la combinación de halcones y caballos que Meara y yo hemos hecho hoy para los yanquis.
Boyle frunció el ceño.
—Necesitaríamos un halconero experimentado como guía, y eso nos limita a Meara.
—Yo podría hacerlo —protestó Iona.
—Tú solo has ido a cazar con halcones unas pocas veces —señaló Boyle—. Y nunca tú sola.
—Me encantó. Y me dijiste que tenía talento natural —le recordó a Connor.
—Tienes buena mano, pero convendría que hubieras probado unas cuantas veces a hacerlo a caballo. Incluso en bicicleta, como hacemos nosotros cuando ejercitamos a los halcones en invierno.
—Practicaré.
—Tienes que practicar más con una espada en la mano —le dijo Meara.
—Siempre me das una paliza.
—Así es. —Meara miró su cerveza con una sonrisa—. Siempre lo hago.
—Nuestra chica aprende rápido —comentó Fin—. Y es una idea interesante.
—Si le damos vueltas… —Boyle tomó un trago y lo pensó—. Los clientes que reservaran el paquete tendrían que tener experiencia como jinetes. Lo último que necesitamos es a un principiante que le dé un ataque de pánico cuando un halcón se le pose en el brazo y espante al caballo.
—Ahí estoy de acuerdo.
—Los caballos no se asustarán si les digo que no lo hagan. —Iona ladeó la cabeza, sonriendo—. Aquí está Branna.
Claro que se había arreglado el pelo, y llevaba un pañuelo rojo con una chaqueta de intenso color azul marino. Las botas planas significaban que había ido caminando desde la casa.
Le pasó la mano por el hombro a Meara y luego se sentó en la silla junto a la de ella.
—¿Qué celebramos?
—Hoy nos han dado una buena propina unos estadounidenses a Meara y a mí.
—Bien. Así que vas a invitar a tu hermana a una cerveza, ¿a que sí? Me vendría bien una Harp.
—Es mi ronda. —Meara se puso en pie.
—Ha estado preocupada por su madre —explicó Connor cuando ella ya no podía oírle—. No le vendría mal una noche divertida. Así que vamos a comer algo y a levantarle el ánimo. A mí me apetece pescado con patatas fritas.
—¿En el estómago de quién estás pensando? —preguntó Branna.
—En mi estómago, y en su estado de ánimo. —Alzó su jarra—. Y brindo por la buena compañía.
La compañía era buena. Su intención había sido tomarse una cerveza, quedarse un rato y luego marcharse a casa a comenzar con la colada y a prepararse una cena rápida con lo que le quedaba en la despensa. Ahora se estaba tomando una segunda birra y pastel de pollo.
Dejaría el camión en casa de Branna y volvería a casa a pie desde el bar. Pondría una lavadora y haría la lista de la compra… para su madre y para ella. Se iría pronto a dormir, y si se levantaba lo bastante temprano, pondría otra lavadora y terminaría con la colada.
Haría la compra durante el descanso para comer. Se pasaría por casa de su madre después del trabajo —que Dios la amparase— y cumpliría con su deber. Y de paso plantaría algunas semillas más en referencia al tema de la visita a casa de Maureen.
Connor le dio un codazo en las costillas.
—Piensas demasiado. Intenta vivir el momento. Alucinarás.
—¿Comer pastel de pollo en el bar es algo alucinante?
—Está bueno, ¿no?
Meara tomó otro bocado.
—Está bueno. Y ¿qué vas a hacer con Alice?
—¿Hum?
—Alice Keenan, que está exhibiendo su ardiente lujuria desde el otro lado del bar como una de esas personas anuncio. —Agitó los brazos para demostrarlo.
—Una cara bonita, eso seguro. Pero no es para mí.
Meara compuso una expresión de asombro, que mostró a todos los de la mesa.
—¿Estáis oyendo eso? Connor O’Dwyer dice que una cara bonita no es para él.
—Quiere un anillo en el dedo, ¿no? —preguntó Fin, divertido.
—Eso es justo lo que quiere, y como es más de lo que puedo darle, jugar con ella no es para mí. Pero es una cara bonita. —Se inclinó hacia Meara—. Bueno, si te arrimaras a mí y me dieras un beso, ella pensaría «Ah, bueno, ya está cogido» y dejaría de babear por mí.
—Tendrá que babear, igual que hacen otras mujeres bobas. —Se llenó el tenedor de más pastel de pollo—. Yo tengo la boca ocupada en este momento.
—Una vez la pusiste sobre la mía.
—¿En serio? —Iona apartó su plato y se inclinó hacia delante—. Cuéntamelo todo.
—Tenía solo doce años.
—Casi trece.
—Casi trece siguen siendo doce. —Fingió apuñalarle con el tenedor—. Y sentía curiosidad.
—Fue agradable.
—¿Cómo iba a saberlo? —replicó Meara—. Fue mi primer beso.
—¡Oh! —Iona tomó aire y exhaló un suspiro—. Uno nunca olvida el primer beso.
—Para él no lo fue.
Connor rió y le tiró de la trenza a Meara.
—No lo fue, no, pero no lo he olvidado, ¿verdad?
—Yo tenía once. Fui precoz —afirmó Iona—. Se llamaba Jessie Lattimer. Fue muy dulce. Decidí que me casaría con él algún día, y que viviríamos en una granja y yo montaría a caballo todos los días.
—¿Y qué pasó con el tal Jessie Lattimer? —quiso saber Boyle.
—Pues que besó a otra y me rompió el corazón. Luego su familia se mudó a Tucson o a Toledo. A algún sitio que empezaba por «te». Y ahora voy a casarme con un irlandés. —Se inclinó a un lado y besó a Boyle—. Y a montar a caballo todos los días. —Sus ojos chispearon cuando Boyle entrelazó los dedos con los de ella—. ¿Quién fue el primero para ti, Branna?
Aquella chispa dio paso al arrepentimiento en cuanto las palabras abandonaron su boca. Lo sabía. Claro que lo supo aun antes de que Branna le lanzara una mirada fugaz a Fin.
—Yo también tenía doce. No podía consentir que mi mejor amiga se me adelantara, ¿verdad? E igual que Connor para Meara, Fin estaba a mano.
—Sí que lo estaba —convino Connor de forma animada—, porque se aseguró de estar donde tú estuvieras en cada momento.
—No en cada momento, porque no fue su primer beso.
—Practiqué un poquito. —Fin inclinó la silla hacia atrás, con la cerveza en la mano—. Ya que quería que tu primer beso fuera memorable. En el bosque —murmuró—, en un soleado día de verano. El aire olía a lluvia y a río. Y a ti.
Branna no lo miró, ni él a ella.
—Entonces cayó un relámpago, un rayo golpeó en la tierra. —Lo recordaba. Oh, vaya si lo recordaba—. El aire tembló y a continuación restalló el trueno. Deberíamos haberlo sabido.
—Éramos unos críos.
—No por mucho tiempo.
—He hecho que te pongas triste —dijo Iona en voz queda—. Lo siento.
—Triste no. —Branna meneó la cabeza—. Un poco nostálgica por la inocencia que se perdió en menos tiempo del que un copo de nieve tarda en derretirse bajo el sol. Ahora ya no podemos ser inocentes con lo que ha pasado, ¿verdad? Y con lo que se avecina de nuevo. Así que… vamos a echarle un poco de whisky al té y a vivir el momento…, como le gusta decir a mi hermano. Tocaremos algo de música, ¿qué me dices, Meara? Una o dos canciones esta noche, pues solo los dioses saben qué nos deparará el mañana.
—Voy a por el violín del bar. —Se ofreció Connor.
Acto seguido se puso en pie, acariciando el pelo de su hermana con la mano cuando abandonó la mesa. Y sin decir nada le brindó el consuelo que necesitaba.
Meara se quedó más tiempo del que pretendía, hasta bien pasada una hora razonable para pensar en hacer la colada o elaborar listas de la compra. Aunque trató de librarse de él, Connor insistió en acompañarla a casa.
—Es una bobada y lo sabes. No hay más de cinco minutos a pie.
—Entonces no me llevará mucho tiempo. Ha sido estupendo que te hayas quedado porque Branna lo necesitaba.
—Ella haría lo mismo por mí. Y también ha servido para animarme yo, aunque no he hecho la colada.
Caminaron por la silenciosa calle, subiendo la cuesta. Todavía había bullicio en los bares, pero hacía mucho que las tiendas habían echado el cierre y no pasaba ni un solo coche.
Se había levantado viento y se removió el aire. Captó el aroma del heliotropo de una jardinera y vio el vívido brillo de las estrellas a través de los bancos de nubes.
—¿Alguna vez has pensado en ir a alguna otra parte? —se preguntó Meara—. ¿Vivir en otro sitio? ¿Si no tuvieras que hacer lo que hay que hacer aquí?
—No. Este es mi lugar. Es lo que quiero y donde lo quiero. ¿Y tú?
—No. Tengo amigos que se fueron a Dublín, a Galway o a Cork, e incluso a Estados Unidos. Pensaba que yo también podría hacerlo. Enviarle dinero a mi madre y largarme a otra parte, correr una aventura. Pero nunca lo deseé tanto como deseaba quedarme.
—Luchar contra un hechicero con cientos de años y cuyo poder procede del mal sería una aventura para la mayoría.
—Pero no es Grafton Street, ¿verdad? —Rió con él, doblando la esquina hacia su piso—. Una parte de mí nunca creyó que sucedería. Lo que ocurrió en aquel claro durante el solsticio. Y entonces sucedió, tan feroz, rápido y terrible, y no lo pensé.
—Estuviste magnífica.
Meara rió de nuevo, meneando la cabeza.
—No logro recordar lo que hice. Luz, fuego y viento. Tu pelo volando. Tanta luz. A tu alrededor, dentro de ti. Nunca te había visto así. Tu magia parecía el sol, prácticamente cegador.
—Fuimos todos. No lo habríamos derrotado si no hubiésemos estado todos.
—Eso lo sé. Lo sentí. —Durante un momento contempló la noche, el que había sido su pueblo toda la vida—. Y, sin embargo, aún vive.
—No ganará. —La acompañó hasta la escalera abierta que llevaba a su puerta.
—Eso no puedes saberlo, Connor.
—He de creerlo. Si dejamos que la oscuridad gane, ¿qué somos? ¿Qué sentido tiene nada de esto si dejamos que gane la oscuridad? Así que no dejaremos que eso pase.
Meara se quedó quieta durante unos instantes junto a una cesta de la que se derramaban petunias moradas y rojas.
—Ojalá hubieras dejado que Fin te llevara a casa.
—Tengo que rebajar el pescado y las patatas fritas… y las birras.
—Ten cuidado, Connor. No podemos ganar sin ti. Y, además, ya me he acostumbrado a ti.
—Entonces tendré cuidado. —Alargó el brazo, pareció vacilar y luego le tiró de la trenza en un familiar gesto—. Tú también. Buenas noches, Meara.
—Buenas noches.
Connor esperó hasta que ella entró, hasta que la puerta se cerró y echó la llave.
Se dio cuenta de que había estado a punto de besarla, y no estaba del todo seguro de que el beso hubiera sido… fraternal. No debería haber añadido whisky a su té, decidió, pues empañaba su buen juicio.
Meara era su amiga, una muy buena amiga. No haría nada para poner en peligro esa armonía.
Pero se sentía nervioso e insatisfecho. Quizá debería haberse enrollado con Alice.
Estaban ocurriendo tantas cosas, había tanto en juego, que no le resultaba fácil dejar sola a Branna por las noches, aunque Iona se quedara en casa. Y no le resultaba fácil llevarse a una mujer a casa, sobre todo dadas las circunstancias.
Pese a todo, pensó mientras dejaba atrás el pueblo y enfilaba la sinuosa carretera a pie, era un incordio. Y otra razón más para enviar a Cabhan al infierno.
Le gustaban las mujeres. Le gustaba conversar con ellas, flirtear con ellas. Le gustaba bailar, pasear, reír con ellas. Y, por Dios, le gustaba acostarse con ellas.
La suavidad y el calor, los olores y las vistas.
Pero tales placeres estaban aparcados, lo cual resultaba molesto.
Se preguntaba por cuánto tiempo, ya que Cabhan había atacado de nuevo.
Connor se detuvo al pensar en eso. Se quedó inmóvil y en silencio —en cuerpo y mente— en la oscura carretera que se conocía tan bien como la palma de su mano. Y escuchó con todo su ser.
Él estaba ahí. Él estaba ahí. No lejos, no demasiado lejos; no lo bastante cerca como para encontrarlo, pero no tan lejos como para estar de verdad a salvo.
Tocó el amuleto que llevaba debajo del jersey, palpó su forma, sintió su calor. Luego abrió los brazos todo lo posible.
El aire susurró a su alrededor una canción queda que danzó entre su cabello, que le rozó la piel en una caricia a medida que su poder se alzaba. Que su vista se extendía.
Podía ver árboles, maleza; podía oír el susurro del aire entre ellos, el latido del corazón de las criaturas nocturnas que despertaban, el pulso más rápido de la presa que era perseguida. Captó el olor, el sonido del agua.
Y encima de todo ello una especie de mácula; una sombra que se aferraba a las sombras. Que se escondía en ellas para que él no pudiera distinguir las formas ni la materia.
El río. Más allá del río, sí. Aunque cruzarlo provocaba dolor. El agua, cruzar el agua te perturba. Puedo sentirte, puedo sentirte como frío fango que rezuma. Algún día encontraré tu guarida. Algún día.
La sacudida quemaba, aunque solo un poco. Apenas algo más que un rápido latigazo de electricidad estática. Connor se replegó de nuevo, acallando su magia. Y esbozó una sonrisa.
—Aún estás débil. Oh, el chico y yo te hemos hecho daño. Te haremos algo peor, jodido cabrón, por mi sangre te juro que te haremos algo mucho peor antes de que esto haya terminado.
Sintiéndose ya menos nervioso, no tan insatisfecho, fue silbando de camino a casa.
La lluvia llegó y se quedó a hacer una larga y empapada visita. Los huéspedes del castillo Ashford, el grueso de su clientela, seguían queriendo su paseo con halcones.
A Connor no le molestaba la lluvia y, como siempre, le asombraban las cosas que los viajeros acumulaban. Le divertía verlos desfilar con coloridas botas de agua, diversos impermeables, conjuntos de bufandas, gorros y guantes, todo por un poco de fresca lluvia de septiembre.
Pero divertido o no, observó la niebla que se levantaba… y no halló en ella nada que no fuera humedad. Por el momento.
Una tarde a última hora, con el trabajo ya hecho, se sentó en la escalera de entrada de la casa con un té bien fuerte y contempló a Meara entrenando a Iona. Sus espadas chocaban con fuertes golpes a pesar de que Branna las había encantado para que se quedaran laxas como fideos si tocaban la carne.
Consideraba que su prima estaba mejorando, aunque dudaba que algún día igualara el estilo y ferocidad de Meara Quinn.
Viendo cómo se manejaba, viendo la imagen que componía —alta y voluptuosa como una diosa, con una espesa melena castaña que caía por su espalda en una trenza— esa mujer podría haber nacido con una espada en la mano.
Sus botas, tan usadas como las de él, se afianzaban sobre la empapada tierra, luego danzaban sobre ella mientras hacía retroceder a Iona, sin darle cuartel a su alumna. Y la furia centelleaba en aquellos ojos negros —un premio igual que la dorada piel de su herencia cíngara— cuando bloqueó un ataque.
Podría contemplarla blandiendo una espada todo el día. Aunque hizo una solidaria mueca de dolor cuando obligó a retroceder una y otra vez a su prima en una ofensiva implacable.
Branna salió con una taza de té y se sentó a su lado.
—Está mejorando.
—¿Hum? Ah, Iona, sí. Yo estaba pensando lo mismo.
Con gesto plácido, Branna tomó un sorbo de té.
—¿En serio?
—En serio. Es más fuerte que cuando vino a nosotros, y por entonces no era debilucha. Pero es más fuerte y más segura de sí misma. También está más segura de su don. En parte se debe a nosotros y en parte a Boyle y a lo que el amor hace por el corazón y el alma, pero la mayor parte siempre estuvo dentro de ella, esperando para florecer. —Le dio una palmadita en la rodilla a Branna—. Los dos somos afortunados.
—Lo he pensado una vez o dos.
—Afortunados por venir de donde venimos. Siempre hemos sabido que nos querían y valoraban. Y que lo que tenemos, lo que somos, era un don y no algo que esconder bajo siete llaves. Esas dos mujeres que cruzan espadas bajo la lluvia… no han sido tan afortunadas como nosotros. Iona tenía y tiene a su abuela, y eso es un tesoro. Pero aparte de eso, para ellas su familia… bueno, apesta, como suele decir Meara.
—Nosotros somos su familia.
—Lo sé, igual que lo saben ellas. Pero no tener el amor incondicional de aquellos que te han engendrado es una herida que no puede sanar del todo, ¿no crees? La indiferencia de los padres de Iona, el desastre de los de Meara.
—¿Qué crees que es peor? ¿Esa indiferencia, que no alcanzo a comprender, o el desastre? ¿La forma en que el padre de Meara se largó, llevándose el dinero que les quedaba después de derrochar todo lo que tenían, dejando a una esposa y a cinco hijos solos, o que jamás les importara una mierda?
—Creo que cualquiera de las dos cosas te deja hecho polvo. Y míralas. Tan fuertes y tan llenas de coraje.
Iona tropezó y resbaló. Su culo golpeó la empapada hierba. Meara se puso en cuclillas y le ofreció la mano, pero Iona meneó la cabeza y apretó los dientes. Luego tomó impulso y se levantó como un resorte. Acto seguido se acercó, espada en mano.
Connor esbozó una sonrisa en ese momento, palmeando la pierna de su hermana.
—¡Y aunque es poca cosa, es una fiera!
—Como eso es cierto, te perdonaré por citar al bardo inglés cuando tengo un estofado de ternera a la cerveza en el fogón.
Su mente fue derecha a la comida.
—Estofado de ternera a la cerveza, ¿eh?
—Así es, y una hogaza de pan con semillas de amapola que tanto te gusta.
A Connor se le iluminaron los ojos, para entrecerrarlos a continuación.
—¿Y qué voy a tener que hacer para merecerlo?
—El próximo día que tengas libre necesito que trabajes conmigo.
—Desde luego que lo haré.
—La magia que hicimos para el solsticio… Estaba convencida de que iba a funcionar. Pero se me pasó algo, igual que a Sorcha se le pasó algo cuando se sacrificó y envenenó a Cabhan hace siglos. Desde entonces a todos se nos ha pasado algo. Tenemos que descubrir el qué.
—Y lo haremos. Pero no puedes dejarnos a todos fuera, Branna. No se te ha pasado a ti sola, sino a todos. Fin…
—Sé que tengo que trabajar con él. Lo hago y lo haré.
—¿Ayuda saber que él sufre tanto como tú?
—Un poco. —Apoyó la cabeza en el hombro de Connor durante un momento—. Es una mezquindad por mi parte
—Es humano por tu parte. Una bruja es tan humana como cualquiera, tal y como papá nos decía.
—Así es. —Guardaron silencio durante unos instantes, sentado uno al lado del otro, mientras las espadas se cruzaban—. Cabhan está sanando, ¿verdad? —dijo en voz queda, para que la oyera solo él—. Se está preparando para la próxima. Percibo… algo en el ambiente.
—Yo también lo percibo. —Connor observó, igual que ella, las profundas y verdes sombras del bosque—. Dado que es de su sangre, Fin lo percibirá con mayor intensidad. ¿Hay estofado suficiente para todos?
Branna suspiró de un modo que a Connor le indicó que ella ya lo había pensado.
—Supongo que sí. Tú pídeselo —dijo mientras se ponía de pie— y yo me aseguraré de que haya suficiente.
Connor le asió la mano y se la besó.
—Tan humana como cualquiera y más valiente que la mayoría. Esa es mi hermana.
—Te has puesto en plan sensiblero al pensar en el estofado. —Pero le dio un apretón en la mano antes de entrar.
No era el estofado, aunque bien sabía Dios que no había perjudicado lo más mínimo, sino que se preocupaba por ella más de lo que su hermana imaginaba.
Entonces Iona fintó a la izquierda, giró, atacó desde la derecha y fue Meara quien tropezó, resbaló y aterrizó de culo sobre la mojada hierba.
Iona profirió enseguida un grito de alegría y comenzó a saltar en círculo, levantando la espada en alto.
—¡Bien hecho, prima! —gritó Connor por encima de las guturales carcajadas de Meara.
Iona hizo una florida reverencia y, con un gritito, se enderezó rápidamente cuando la hoja plana de Meara le dio en el trasero.
—Bien hecho, sí —le dijo Meara—. Pero podría haberte rajado la tripa mientras hacías la danza de la victoria. La próxima vez remátame.
—Entendido, pero solo una vez más. —Soltó otro grito de alegría y dio saltitos de nuevo—. Con eso basta. Iré a guardar las espadas y a presumir delante de Branna.
—Me parece justo.
Iona cogió las espadas, las levantó en alto, hizo otra reverencia a Connor y entró aprisa.
—La has entrenado bien —comentó Connor, poniéndose en pie para acercarse y ofrecerle a Meara el té que le quedaba.
—Brindo por mí.
—¿Has dejado que te ganara?
—No lo he hecho, no, aunque había pensado hacerlo solo para animarla. No ha sido necesario. Siempre ha sido rápida, pero también está aprendiendo a ser astuta. —Se frotó el trasero—. Y ahora estoy mojada.
—Eso puedo arreglarlo yo. —Se acercó un poco más y alargó los brazos. Sus manos danzaron con ligereza por encima del trasero de los pantalones mojados.
El calor se extendió sobre ella, a través de la tela, y sus manos se demoraron allí. Había algo en sus ojos, pensó Connor, algo en aquellos exóticos ojos negros. Se contuvo cuando estaba a punto de atraerla contra sí en el momento en que Meara se apartó.
—Gracias. —Apuró el té—. Y gracias también por esto, aunque no me vendría mal una copa de ese vino que tanto le gusta a Branna.
—Pues entra y tómate una. Yo voy a llamar a los demás para que vengan. Hay estofado de ternera a la cerveza y una hogaza de pan recién horneado.
—Debería marcharme. —Retrocedió, mirando hacia su camión—. Últimamente parece que viva aquí.
—Branna necesita a su círculo, Meara. Me harías un favor si te quedaras.
Meara miró por encima del hombro, como si percibiera que algo acechaba a su espalda.
—¿Él ya viene?
—No lo sé, no con seguridad. Espero que Fin pueda decirnos más. Así que ven adentro, tómate un vino y come estofado, y estaremos todos juntos.
Todos acudieron; Connor sabía que siempre lo harían. Así que la cocina se llenó de voces, del calor de los amigos, con Kathel tumbado delante del pequeño hogar y con un buen estofado en el fuego.
Como el estofado ya llevaba cerveza, Connor optó por el vino. Mientras lo bebía, vio a su enamorado amigo sonreír cuando Iona rememoró una vez más el momento de la victoria.
¿Quién habría pensado que Boyle McGraff se enamoraría hasta el tuétano, hasta las trancas? Un hombre tan parco en palabras, y que en general le prestaba más atención a los caballos que a las mujeres… Un amigo muy leal y fiel, y un alborotador debajo de aquel férreo control autodidacta.
Y ahí estaba Boyle, el de los nudillos llenos de cicatrices y el genio vivo, mirando con adoración a la brujita que hablaba a los caballos.
—Tienes una expresión pícara y satisfecha —comentó Meara.
—Disfruto viendo a Boyle con carita de cachorro grandote cada vez que mira a Iona.
—Hacen buena pareja y tendrán una vida maravillosa. La mayoría no la tienen.
—Ya, la mayoría no. —A Connor le dolía en el alma oírle decir eso, saber que ella lo sentía así—. El mundo necesita parejas que sean tal para cual o, de lo contrario, ¿qué iba a ser de nosotros? ¿Estar solo toda la vida? Sería una vida muy solitaria.
—Estar solo significa que puedes ir a donde te dé la gana, y no tener que enfrentarte a ser dos y acabar después tú solo cuando todo se va a la mierda.
—Eres una cínica, Meara.
—Y me encanta. —Le lanzó una mirada con las cejas enarcadas—. Tú eres un romántico, Connor.
—Y me encanta.
Meara rió de forma espontánea mientras colocaba las servilletas.
—Branna dice que nos sirvamos directamente de la olla, así que más vale que te pongas a la cola.
—Eso haré.
Primero fue a por vino para llevar a la mesa y disponer así de un momento para abrirse un poco, para tantear el aire en busca de alguna sensación o señal antes de que se sentaran a comer y a hablar de magia. De la luz y de la oscuridad.
El estofado también era un poco mágico, pero claro, Branna tenía un don.
—¡Dios mío, está buenísimo! —Iona hundió la cuchara en su plato—. Tengo que aprender a preparar esto.
—Se te dan bien los acompañamientos —le dijo Branna—. Y Boyle es buen cocinero. Él puede ocuparse de eso y tú de luchar con la espada.
—Puede que sí. A fin de cuentas he sentado a Meara de culo.
—¿Es que no se va a cansar nunca de repetirlo? —se preguntó Meara—. Ahora veo que tendré que sentarla de culo yo a ella una docena de veces para deslucir su victoria.
—Ni siquiera con eso lo conseguirás. —Iona esbozó una sonrisa, luego se apoyó en el respaldo de su silla—. No lo has hecho adrede, ¿verdad?
—No lo he hecho adrede, no, y ojalá lo hubiera hecho para que todos pudieran compadecerse de ti.
—Pues entonces vamos a brindar. —Fin levantó su copa—. Por ti, deirfiúr bheag, una guerrera que tener en cuenta. Y por ti, dubheasa —se dirigió a Meara—, que la has convertido en eso.
—Bien dicho —murmuró Branna, y bebió.
—A veces decir la verdad es fácil. A veces no.
—Fácil o no, lo que necesitamos es la verdad.
—Entonces os diré lo que sé, aunque no es mucho. Le has hecho daño —le dijo a Connor—. El chico, Eamon, y tú. Pero se está curando. Y tú, los tres, lo sentís igual que yo.
—Se reagrupa —repuso Connor.
—Así es. Se rodea de la oscuridad y el mal y lo absorbe dentro. No sé cómo, o de lo contrario podríamos encontrar una forma de impedirlo, de detenerlo.
—La piedra roja. Es la fuente.
Fin asintió ante las palabras de Iona.
—Sí, pero ¿cómo llegó a él? ¿Cómo se impregna, cómo podemos quitársela y destruirla? ¿Qué precio ha pagado por ella? Solo él conoce las respuestas, y yo no puedo encontrarlas, ni tampoco a él.
—Al otro lado del río. No sé a qué distancia —agregó Connor—, pero no está en nuestro lado, por ahora.
—Se quedará allí hasta que esté entero otra vez. Si pudiéramos enfrentarnos a él antes de que recupere lo que el chico y tú le arrebatasteis, podríamos acabar con él. Lo sé. Pero he buscado y no puedo encontrar su guarida.
—¿Tú solo? —La furia tiñó la voz de Branna—. ¿Fuiste a buscarlo tú solo?
—Eso es igual que una bofetada para el resto de nosotros, Fin. —Tal vez la voz de Boyle fuera sosegada, pero la ira bullía en ella—. No es justo.
—Seguí a mi sangre, ya que ninguno podéis.
—Somos un círculo. —No era ira lo que había en la voz de Iona, en su rostro, sino una decepción que escocía aún más—. Somos una familia.
La gratitud, el arrepentimiento y el anhelo de Fin se alzaron durante un instante con tal intensidad que Connor no fue capaz de bloquearlos. Solo captó lo mínimo, y con eso bastó para hacerle hablar.
—Somos ambas cosas, y nada puede cambiarlo. Hacer las cosas solo no es el camino y, sin embargo, yo mismo lo he pensado. Igual que tú —le dijo a Boyle—. Igual que todos en un momento dado. Fin lleva la marca y no hizo nada para cargar con ella. Con la verdad en la mano, ¿quién puede decir que no habría hecho lo mismo que él si estuviera en su lugar?
—Yo habría hecho lo mismo. Connor tiene razón —apostilló Meara—. Todos lo habríamos hecho.
—Vale. —Iona acercó la mano a Fin—. Pero no vuelvas a hacerlo.
—Os llevaría a ti y a tu espada conmigo como protección, pero no serviría de nada. Ha encontrado una forma de esconderse de mí, y aún no sé cómo soslayarlo.
—Trabajaremos con más ahínco y durante más tiempo. —Branna cogió su copa de nuevo—. Después del solsticio también nosotros necesitamos tiempo, pero no nos hemos escondido en la oscuridad a lamernos las heridas. Trabajaremos más, juntos y de manera individual, y descubriremos qué nos ha pasado.
—Deberíamos reunirnos con más frecuencia que hasta ahora. —Con una mirada a los presentes sentados a la mesa, Boyle llenó de nuevo su cuchara de estofado—. No tiene por qué ser aquí, aunque Branna cocina mucho mejor que yo. Pero también podríamos reunirnos en casa de Fin.
—No me importa cocinar. —Se apresuró a responder Branna—. Me gusta. Y la mayoría de los días estoy aquí o en el taller, así que no me supone ningún problema.
—Menos problema habrá si quedamos antes, y así podríamos echarte una mano. —Decidió Iona, luego miró a su alrededor como había hecho Boyle—. Bueno. ¿Cuándo volvemos a vernos?
—Ahora parafrasea al bardo inglés. —Branna puso los ojos en blanco—. Todas las semanas. Al menos por ahora. Más a menudo si nos parece oportuno. Connor trabajará conmigo en sus días libres, igual que deberías hacerlo tú, Iona.
—Lo haré. Los días y las noches libres, y siempre que haga falta.
Se hizo el silencio, que se prolongó demasiado para resultar cómodo.
—Y tú, Fin. —Branna partió el pan que apenas había probado y tomó un bocado—. Cuando puedas.
—Mantendré la agenda tan despejada como me sea posible.
—Y todo esto, todos nosotros, será suficiente —decidió Connor, y siguió con su estofado.