CAPÍTULO 19

«Nunca creí que llegaría a conocer tal alegría.»

Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard

El sabor de boca de Ian era un puro cielo, pero fue el hecho de que reconociera que la amaba lo que hizo que Tess delirase de dicha. Aferrándose a él con todas sus fuerzas, le besó con ardor, demostrándole sin palabras lo que sentía en su interior: alivio, júbilo, asombro, alegría, amor...

Pero Ian se separó de ella un instante, dejando sus labios desolados. La aprensión creció súbitamente en Tess, hasta que él le sujetó el rostro con ambas manos.

—Dilo otra vez —le exigió con voz ronca y apremiante.

Ella miró con atención sus ardientes ojos grises.

—¿Quieres que te diga que te amo? Te amo, Ian, muchísimo... —declaró Tess, viéndose interrumpida por otro beso apasionado.

Se quedó sin aliento cuando él la levantó del suelo y tomó su boca con codicia. Ella respondió de inmediato a su ferocidad con el mismo ardor.

Transcurrió mucho, muchísimo rato antes de que Ian le diera un respiro depositándola en el suelo y poniendo fin a su abrazo. Aturdida como estaba, Tess no formuló ninguna protesta cuando él la guió hacia atrás y se instaló en el sofá con ella.

Acogiéndola en su regazo, la meció contra su pecho y la abrazó sin más, presionando su frente en la de ella, mientras sus acelerados pulsos comenzaban a calmarse lentamente.

Tess fue la primera en hablar:

—¿Me amas de verdad? —preguntó, tratando de tranquilizarse.

Ian se echó hacia atrás para encontrarse con su mirada.

—Desde luego. Te amo, mi dulce Tess. Más de lo que puedo expresar.

Ella sacudió la cabeza, desconcertada.

—Nunca esperaba oír esas palabras de ti, ni en mil años. —Le tocó el rostro—. Lady Wingate creyó que podías albergar cierto afecto no reconocido por mí, pero yo no era capaz de creerla.

La sonrisa de Ian resultó lenta y tierna.

—Ella tenía razón, amor, aunque me esforcé todo lo posible por aparentar otra cosa.

—Parece que también me has ocultado otros secretos —señaló Tess, sintiéndose ya algo más confiada—. Cuando hablé con ella esta tarde, me reveló cierto número de detalles interesantes sobre ti que yo no conocía.

Él enarcó las cejas.

—¿Detalles como...?

—Como el estado de tus finanzas cuando heredaste el título de tu padre. Nunca supe que te habías enfrentado a la ruina, Ian, ni que tu afición al juego hubiese nacido de la necesidad.

Él se puso serio.

—Es cierto, me estaba ahogando en deudas por las extravagancias de mi padre y su mala fortuna en las mesas de juego. Pero lo que pasó fue que por casualidad descubrí mi extraña habilidad con las cartas. El juego fue el único medio que me permitió sobrevivir al desastre financiero y salvar Bellacourt, además de todas las demás propiedades que acompañaban al ducado, incluido el castillo de Falwell, que no daban más que gastos.

Él se había sentido muy satisfecho de poder salvar la casa familiar y el castillo más pequeño de Cornualles. Tess recordó qué más le había contado su madrina.

—Lady Wingate sugirió que tú no sólo eres hábil con las cartas, sino que se te dan bien los negocios.

—Eso resulta un tanto exagerado-repuso Ian curvando la boca en una sonrisa—. Lo cierto es que invertí mis ganancias con prudencia y, por fin, conseguí restablecer la fortuna familiar.

La chica volvió a rodearle el cuello con los brazos.

—Y yo, durante todo este tiempo, te había considerado como un libertino que seguía los pasos de su padre.

Pese al tono jocoso de su voz, su esposo le devolvió una respuesta sombría:

—Me merecía mi reputación, Tess. Malgasté mi juventud en aventuras rebeldes y eludí mis responsabilidades por despecho. Habría acabado fácilmente como mi padre de haber seguido así. Pero he cambiado mis perniciosas costumbres. Ya no necesito jugar, y desde luego tampoco me permito aventuras amorosas. No lo he vuelto a hacer desde hace algún tiempo.

—¿No? —preguntó ella, dudando—. ¿Por qué no?

—Porque no deseaba a otra mujer que no fueses tú, mi adorada Tess.

Ella se sintió inundada por un cálido fulgor.

—Apenas puedo creer que me ames, Ian. Estaba convencida de que no tenías corazón.

—Lo tengo. Sólo que tú lo has retorcido y has hecho nudos con él.

Ella sonrió al pensar que tenía tanto poder sobre él. Sin embargo, su regocijo desapareció después para convertirse en tristeza.

—Dudo que tu mala fama se debiera solamente a tu manera de obrar. Supongo que Richard contribuía a embellecer tus pecados en cuanto tenía ocasión.

—Estoy seguro de ello. —Tensó la boca un instante—. Es verdad que no soy un santo, Tess, pero siempre me había dado mucha rabia que creyeses que Richard lo era.

Al percibir el tono amargo de su voz, Tess le miró.

—Ahora conozco la diferencia, Ian.

Los ojos de él brillaron.

—Aun así, lamento que hayas tenido que enterarte de sus flaquezas.

—No, necesitaba saberlo. Deseaba saberlo. —Tess frunció el cejo—. Ahora comprendo por qué mi madrina no parecía alegrarse cuando me prometí con Richard. Hoy me ha dicho que incluso antes de que eso ocurriera, ella te prefería a ti, pese a tus costumbres licenciosas, o tal vez a causa de ellas.

—¿Te ha dicho eso?

—Sí. Ha confesado que deseaba que nos casáramos hace cuatro años y que trató de hacer de casamentera en mi puesta de largo.

—Lo sé —repuso Ian, sin tratar de ocultar su divertida ironía—. No pensaba hacerle ni caso, pero entonces te vi por primera vez. Estabas riéndote con Richard, y aquella visión caló profundamente en mí. Sin embargo, cuando te enamoraste de mi primo, te volviste prohibida para mí. Me resultaba terriblemente difícil estar cerca de ti, Tess, deseando siempre lo que no podía tener.

—Lady Wingate pensaba que podías estar celoso de Richard.

—Y lo estaba, muchísimo. Pero al igual que él, quería ser un hombre mejor para ti. Ganarme tu admiración y respeto. Deseaba ver en tus ojos la expresión que siempre le dedicabas a él.

—Eres un buen hombre, Ian. Lo has demostrado de muchas maneras.

—¿De verdad?

—Sin duda. Es admirable que tomases a Jamie como tu pupilo.

Él se encogió de hombros.

—Mi reputación siempre había estado manchada. ¿Qué más daba añadir un borrón más? —Su cara se relajó—. Y luego llegué a querer al pequeño. —Sostuvo la mirada de Tess—. Lo enviaré lejos de Bellacourt si así lo deseas, pero...

—¡No, por Dios! ¡No lo hagas! No quiero que lo eches. Como has dicho, es una criatura inocente. Y necesita un padre y una madre.

—Lady Wingate cree que mimo demasiado a Jamie, pero me gustaría que creciera sabiéndose querido.

—Y así será. Ambos lo queremos.

Ian la besó en la sien. Luego, se apartó.

—Eres asombrosa, ¿lo sabías?

Los ojos de Rotham estaban tan vivos, tan llenos de calor que casi hacían que los suyos le escocieran.

—Estoy impresionada de que tú lo creas así. Creí que me despreciabas por ser una idealista ilusa.

—Nunca. Tu pasión me encanta Tess. Tu devoción por todo aquello que emprendes forma parte de lo que eres. —Curvó la boca en una sonrisa—. Lo cierto es que hacía poco había decidido intentar cortejarte, puesto que, según tu madrina, estabas abandonando el luto por Richard. Y entonces te descubrí besando a Hennessy.

Hablando de celos salvajes... tuvo suerte de que no le aporrease hasta hacerle papilla.

—Él sólo me besó por un impulso, Ian. Y yo sólo respondí porque deseaba saber qué se sentía siendo besada por un hombre que no fuese Richard. Si te hace sentirte mejor, te diré que no disfruté lo más mínimo besando a Hennessy. Estaba impaciente porque él acabase.

Ian le plantó un tierno beso en los labios.

—Por lo menos tu atrevido experimento me sirvió para ponerme en acción. No podía permitirme que te escaparas dos veces. Me alegré sinceramente cuando lady Wingate insistió en que nos casáramos.

—No tenía ni idea —confesó Tess con suavidad.

—No quería que lo supieras. Para protegerme a mí mismo, necesitaba mantener las barreras que había entre nosotros. Cultivé tu animosidad de manera intencionada durante años.

—¿Por eso no deseabas que me enterase de tu generosidad?

—Sí, porque me hubieses mirado con mayor amabilidad. Mientras me consideraras tu adversario, podría resistirme mejor a ti.

Tess no pudo contener la risa.

—Lo conseguiste de un modo admirable, Ian. Siempre me exasperaba que me sacaras de quicio con tanta facilidad.

—Tú también lo hacías. Estabas en mi cabeza, en mi deseo, en mi corazón... —Rió entre dientes, como para sí—. No quería amarte, pero mi plan fracasó de la manera más miserable. Cuanto más luchaba contra ti, más te deseaba.

—Lo mismo me sucedía a mí —reconoció Tess.

Él suspiró aliviado.

—Ojalá hubiese tenido una vaga idea de cuáles eran tus sentimientos. Podías haberme evitado buena parte de la angustia de esta tarde. Estaba tan desesperado que visité a tus amigas buscando consejo sobre cómo ganarte.

—¿Qué amigas?

—Fanny Irwin y las hermanas Loring.

—¿De verdad? ¿Buscaste su consejo? ¿Y qué te dijeron?

—Que, ante todo, debía confesarte mi amor.

—Sabes que tenían razón —convino Tess dulcemente—. Supongo que podré perdonarte por ocultarme la verdad, Ian. Pero, por favor, no quiero que haya más secretos entre nosotros.

—Eso también va por ti, amor.

Tess arqueó una ceja.

—¿Qué secretos te he ocultado?

—Me ocultaste el hecho de que me amabas. Ésa es una omisión cruel.

—Ni siquiera yo misma era consciente. ¿Cómo podía decírtelo?

Él posó otro tierno beso en sus labios.

—No tienes más excusas. De ahora en adelante quiero que me digas a menudo cuánto me amas.

—Eso no será ninguna molestia, mi amor.

Él se disponía a volver a besarla, pero se detuvo.

—¡Ah, y otra cosa! Basta de «milord» cuando te dirijas a mí. No me gusta nada.

—¿Por qué te crees que lo hago?

Él eliminó la burlona sonrisa de sus labios con un beso y la hizo suspirar, rendida.

Sin embargo, cuando le permitió a Tess volver a respirar, ella fijó su mirada en él.

—He hablado en serio, Ian. Deseo un verdadero matrimonio contigo, pese a nuestro desastroso comienzo. No quiero una unión sin sentimientos, donde lo único intenso sea nuestra pasión física.

—Tampoco yo.

Decidida a persuadirle de sus intenciones, ella curvó los dedos en torno a las solapas de su chaqueta.

—Quiero ser tu esposa de todos los modos posibles. Quiero un compañero, Ian, no sólo un amante. Deseo un marido, un amigo y un confidente.

—Creo poder ofrecerte todo eso con seguridad.

Su perspicaz mirada gris caló directamente en su corazón, con una expresión tan sincera, que no pudo confundir sus sentimientos de amor hacia ella.

Aunque Tess comprendió que necesitaba hacerle entender cuáles eran sus propios sentimientos.

—Dijiste que debía avanzar en mi vida, Ian, y estoy dispuesta a hacerlo así, del todo. No quiero perder más tiempo. Si he aprendido algo durante estos dos últimos años, es que la felicidad y el amor son demasiado preciosos como para dejar que se escabullan.

Hizo una pausa.

—Y no quiero que Richard vuelva a interponerse entre nosotros —añadió en un tono más suave, recordando su última noche en Falwell. Ella había pronunciado el nombre de Richard mientras estaba haciendo el amor con Ian y él se había enfadado amargamente.

Le acarició la nuca, deseosa de tranquilizarle.

—Te juro, Ian, que ahora no existe ninguna razón para que estés celoso.

Él asintió, solemne.

—Pienso hacerte cumplir esa promesa. No quiero tener a Richard en nuestra cama.

—No será así —repuso Tess con ligereza, creyendo que ahora podían dejar que los fantasmas descansasen.

A modo de respuesta, Ian rozó ligeramente su coronilla con la mejilla. Luego la atrajo hacia su pecho y la estrechó, protegiéndola.

Ella permaneció allí durante un buen rato, apoyando la cabeza en su hombro, saboreando aquel momento tan tierno. Sin embargo, pronto pudo sentir el calor que crecía entre ellos.

—¿Ian? —murmuró Tess contra un lado de su cuello.

—¿Sí, amor?

—En Falwell convinimos compartir un lecho simplemente para reducir nuestras frustraciones sexuales, pero a partir de ahora deseo dormir cada noche contigo.

—Me estás leyendo la mente, Tess.

—¿Crees que podremos empezar de inmediato?

—Supongo que sí. Me parece recordar que nunca te he dado una noche de bodas apropiada. Te prometo compensar ese fallo hoy mismo.

—¿Debemos aguardar hasta la noche?

Ian levantó la cabeza y le dirigió una sonrisa perversa que le paralizó el corazón.

Luego, se puso en pie con Tess en los brazos.

—Pensé que nunca me lo pedirías.

La condujo arriba, a su dormitorio, y atizó el fuego para protegerse de la fría noche de noviembre. Luego se desnudaron el uno al otro entre besos tiernos, caricias lánguidas y risas suaves.

Su matrimonio ya no seguía siendo una batalla, ni una rivalidad, pensó Ian alegremente. En lugar de eso, por primera vez estarían sellando una unión como verdaderos esposos, demostrándose su amor mutuo. La perspectiva le llenaba de ardor y placer.

Sostuvo la mirada de Tess, saboreando la perfecta belleza de su sonrisa, el calor que transmitía. Su generosidad de espíritu era lo que le había atraído de ella desde el principio, aunque le sobrecogía en muchos aspectos.

Sabía que nunca se cansaría de ella. Para su deseo físico sólo era parte de su atractivo. Había además algo profundamente satisfactorio sólo en compartir su compañía. Incluso las cosas sencillas le parecían, en cierto modo, nuevas. Cada momento con Tess era como descubrir algo que él nunca había sabido que le faltaba.

Cuando hubo desnudado su hermoso cuerpo, le besó en la nuca y dejó caer sus cabellos deleitándose con los negros mechones que se deslizaban en lustrosas ondas por la espalda. Luego se ocupó de la apetitosa piel de sus hombros, lo que naturalmente condujo sus labios a lo largo de su brazo hasta la madura ondulación de sus pechos.

Mientras lamía su pezón, Tess suspiró y le enredó los dedos en los cabellos.

—Siempre te he considerado el hombre más exasperante del mundo —reconoció en un murmullo sin aliento—, pero ahora me siento inducida a pensar que eres el hombre más maravilloso que existe.

—Pero he cambiado. Ya no soy el arrogante diablo que fui en otro tiempo —convino Ian levantando la cabeza—. De hecho, me he visto humillado por el amor.

—¿Tú humillado? Nunca podré creerlo.

La sonrisa de Tess le sedujo, como siempre, pero la encantadora alegría de sus ojos era algo nuevo. Disfrutaba con aquella mirada, con el asomo de desafío de su tono.

Sospechaba que ella tendría que seguir provocándole, pero volvió a besarla, seduciendo su boca y haciéndola guardar silencio con su ardor.

Tess le correspondió fundiendo los labios con los suyos y tocándole de un modo que le dejó sin aliento.

Cuando el calor llegó a ser casi insoportable, Ian la condujo hacia la cama y la tendió en ella. Durante un tiempo estuvieron abrazándose, besándose, acariciándose, provocándose excitación por doquier.

Él se sentía ansioso de entrar dentro de ella y, no obstante, deseaba avanzar lentamente, hacer que aquel momento se eternizase. Se estuvieron acariciando hasta que ambos se excitaron y se sintieron temblar.

Sólo entonces Ian se movió para cubrir el ágil y exuberante cuerpo de Tess con el suyo. Acomodándose entre sus piernas, apuntaló su peso en los antebrazos para poder contemplarla, deseando observar sus ojos mientras ella enloquecía debajo de él.

Ian pudo advertir por su estremecimiento que ella ya estaba inundada de voluptuoso deseo. Y mientras arremetía con ternura en su interior, descubrió que estaba increíblemente ardiente y húmeda para él.

Sin embargo, era el modo en que Tess le miraba lo que le quitaba el aliento. Una dorada luz de fuego bañaba su rostro y tornaba brillantes sus negros ojos. La expresión de su rostro era de felicidad.

Aquella visión le produjo dolor en el pecho.

—He esperado tanto para amarte de este modo —confesó él con reverencia.

Con la pasión grabada en sus rasgos, Tess aferró sus piernas en torno a él y arqueó la espalda atrayéndole hacia sí.

—También yo —reconoció, fijando en los suyos sus ojos febriles.

Prendido en la magia de su negra mirada, él comenzó a moverse, sintiéndose rodeado por Tess, sabiendo que ella le amaba. Fiero apetito y ternura fluían de él mientras se balanceaban juntos en antiguos ritmos, intensificando el fuego que había entre ambos, el deseo en estado puro.

Cuando Tess gimió su nombre con suavidad, Ian se sumergió aún más en ella, reclamándola como suya, llenándola hasta que ella sofocó un grito, hasta que ella estuvo rogando, hasta que los dos estuvieron agitándose de deseo.

—Mi esposa, mi amor...

—Mi marido.

Tess se entregó a él en cuerpo, corazón y alma. Sus gemidos se convirtieron en sollozos que fueron coreados por los profundos y guturales gemidos de Ian. Sus cuerpos se retorcieron febrilmente, juntos, contorsionándose, aferrándose, hasta que al final quedaron jadeantes y saciados.

Mientras se esfumaba el latente éxtasis, Ian se retiró con lentitud y se tendió de espaldas atrayendo a Tess hacia él, estrechándola de manera posesiva. Aún le sorprendía la poderosa influencia que ella ejercía sobre él. Ninguna mujer había destruido nunca su sensación de la realidad del modo en que Tess lo hacía. Ella le consumía, le encantaba.

Exhausto, yació con ella, entrelazados los miembros y ralentizándose los latidos de sus corazones. Al cabo de un rato, Ian le rozó la sien con los labios y la contempló. El fuego ardía dorando su encantador rostro. Ahora tenía los ojos cerrados, pero la dichosa satisfacción de sus hermosos rasgos resultaba elocuente.

Ian sentía la misma satisfacción, a la que se añadía una dicha primaria, sabiendo que la pasión de Tess era algo que sólo él era capaz de provocar.

Cuando recorrió con los dedos la curva de su mejilla, ella se agitó y abrió los ojos.

—Fanny tenía razón —dijo soñadora—. Las relaciones sexuales son aún más maravillosas cuando estás enamorada.

Ian sonrió.

—No podría estar más de acuerdo... aunque todavía me sorprende enterarme de que tu sabiduría romántica procede de una famosa cortesana.

Tess ladeó la cabeza para mirarle mejor y le sonrió.

—Apuesto a que Fanny se volverá mucho menos famosa en un futuro próximo. Ha abandonado sus malas costumbres a fin de sentar la cabeza y casarse, al igual que tú.

El humor de Ian despertó.

—Confío fervientemente en que no vaya a haber nada de conservador en nuestro matrimonio, Tess.

—Tienes razón —reconoció ella. Hizo una pausa—. No creo que te haya dado aún las gracias, Ian. Me siento muy agradecida de que hicieras posible que Fanny se case por amor.

—Confieso que mis motivos fueron totalmente egoístas. Sólo deseaba hacerte feliz a ti.

Ella se incorporó para echarle los brazos al cuello.

—Me has hecho muy feliz, querido. Muchísimo. Has llenado el vacío de mi corazón.

Su sencilla declaración le hizo sentirse humilde.

—Yo podría decir lo mismo de ti, mi encantadora Tess. Nunca llegué a comprender lo vacía que estaba mi vida hasta que te conocí. —Ella sonrió radiante, con la misma preciosa sonrisa que le había cautivado la primera vez que se vieron... Sin embargo, en esta ocasión, la alegría de Tess era sólo para él.

A modo de respuesta, Ian posó un reverente beso en su boca. Sentía el corazón pleno de emoción por ella: lujuria y amor, cariño, sentido protector. Su ardiente deseo por ella sólo se veía eclipsado por su aún mayor deseo de protegerla y cuidarla.

No obstante, sospechando que Tess todavía necesitaba pruebas de su amor, la rodeó con los brazos e intensificó su beso, decidido a demostrarle su adoración con hechos y no sólo con simples palabras.

Lo logró de forma admirable. Sus exclamaciones de dicha, poco después, fueron prueba de ello.