CAPÍTULO 17
«¿Por qué no estoy sorprendida al enterarme de la verdad sobre el carácter de Ian? No es ni mucho menos tan perverso como siempre había creído, ni como él mismo me había inducido a creer.»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Tess siguió vertiendo lágrimas en silencio mientras su carruaje salía de Londres y se encaminaba hacia Chiswick. Se sentía traicionada, desesperada al enterarse de la vergonzosa verdad sobre los defectos de su difunto prometido.
Tal vez no debería haber dejado a Ian tan bruscamente, pero el dolor la había invadido de repente. Necesitaba alejarse, estar sola mientras reconsideraba sus queridos recuerdos de Richard.
Cuando, por fin, Spruggs se detuvo ante su casa, Tess permaneció sentada sin ver, sintiendo el peso sombrío de la tristeza. Al cabo de unos momentos, su lacayo abrió la puerta del carruaje y la ayudó a apearse.
Sin embargo, comprendiendo de pronto que no encontraría ningún alivio en una casa vacía, Tess pensó que ya no quería estar sola.
—He cambiado de idea, Fletcher. Por favor, dígale a Spruggs que me lleve a la casa solariega de Wingate.
El lacayo pareció preocupado, pero se llevó la mano al copete.
—Como usted desee, milady.
Fletcher cerró la puerta rápidamente y en seguida el vehículo volvió a ponerse en marcha.
Tess sacó un pañuelo de batista de su bolso e intentó secarse los ojos y las mejillas esforzándose por tranquilizar sus confusas emociones. Estaba actuando de forma impulsiva, pero necesitaba el consejo de su madrina y el consuelo de un rostro querido y familiar. Aún más, quería una explicación de por qué lady Wingate había decidido ocultarle la verdad.
Cuando llegaron a la finca de la aristócrata en Richmond, Tess entró y fue conducida al elegante gabinete rosa, donde lady Wingate estaba acabando de tomar el té.
—Vaya, por fin te dignas visitarme —exclamó su señoría con su mordaz tono—. Me enteré de que habías regresado de Cornualles, Tess, pero esperaba que vinieses a visitarme antes...
Se interrumpió bruscamente, sin duda deduciendo por los ojos enrojecidos de Tess que había sucedido algo muy grave.
—Oh, Cheevers, por favor, sírvale té a la duquesa —ordenó la baronesa a su mayordomo. A Tess le dijo con dulzura, mientras ahuecaba el cojín de brocado del sofá que estaba junto a ella—: Siéntate, querida.
Cuando el sirviente hubo salido, lady Wingate dijo:
—De modo que te has enterado de lo de Richard.
Tess asintió, sintiendo que los ojos volvían a llenársele de lágrimas.
—Ojalá lo hubiese sabido hace cuatro años —declaró con voz ronca.
—Él no quería arriesgarse a perderte.
—Eso me ha dicho Rotham. Pero no comprendo por qué usted me ocultó la verdad, milady. No es propio de usted engañarme.
La baronesa mantuvo su mirada con firmeza.
—Al igual que Rotham, no deseaba que resultases herida, cosa que hubiera sucedido si te hubieses enterado de que Richard era un gigante con los pies de barro.
Tess reflexionó, aquello era muy cierto. Su inicial incredulidad se había tornado en repugnancia y consternación. Ahora sentía una profunda y dolorosa tristeza.
—En aquel momento —prosiguió lady Wingate— me pareció mejor silenciarlo. Yo no me enteré del asunto hasta algunos meses después, cuando la muchacha descubrió que estaba embarazada y Richard buscó mi consejo acerca de cómo ocuparse de ella y del bebé que esperaba. Por entonces tú ya estabas enamorada de Richard, y él juró por lo más sagrado que se arrepentía de sus pecados. Luego, ingresó en el ejército y el duque logró casar a la sirvienta. Yo decidí que no tenía sentido descubrir al mundo el despreciable comportamiento de Richard. Teníamos que considerar la reputación de la familia, ya sabes.
Tess agitó la cabeza con lentitud.
—Me siento como una necia ignorante. Usted lo supo en todo momento, pero nunca me dijo una palabra.
Lady Wingate frunció la boca en una mueca llena de remordimiento.
—A mi edad, sé mucho sobre muchas cosas, Tess... pero también entiendo que a veces es mejor contener la lengua. Aun así, lamento haberte afligido tanto. Tal vez estuviera equivocada. —La baronesa suspiró—. Nada de esto hubiera sucedido si hubieras escogido a Rotham en lugar de a Richard.
—¿Cómo dice? —preguntó ella, ausente.
En aquel momento regresaba Cheevers con una segunda bandeja, y las damas tuvieron que interrumpirse mientras él organizaba la mesa del té. Cuando volvieron a estar solas, Tess tomó la palabra.
—¿Qué quiere decir con eso de que escogiera a Rotham?
La baronesa se ocupó de servirle una taza de té a su visitante, pero vio claramente que
Tess no iba a ceder, porque volvió a suspirar, resignada.
—Yo hubiera preferido que te casaras con Rotham hace cuatro años. —Profirió una sonrisa triste al recordarlo—. Si quieres saberlo, invité al duque a tu baile de debut e insistí en que bailase contigo con la esperanza de que os gustaseis. Por entonces,
Richard había cambiado bastante de vida como para que yo le considerase adecuado para el matrimonio.
Tess, atónita, la miró desconcertada.
—¿De modo que intentaba hacer de casamentera? ¿Quería que me casase con
Rotham antes que con cualquier otro?
—No tienes por qué horrorizarte tanto. Eres mi ahijada y es mi deber cuidar de ti y preocuparme de tus intereses. Pero, para mi pesar, Richard comprometió primero tu afecto. Y cuando Rotham vio tu decidida preferencia, se retiró de la lista de candidatos sin ni siquiera someter a prueba la cuestión. Supongo que era lo más honorable que debía hacerse, pero para mí resultó sumamente decepcionante. Richard era un muchacho encantador, pero Rotham era un hombre. A diferencia de mi querido esposo —añadió mordazmente la baronesa—. Wingate era un enclenque, yo le daba mil vueltas.
Entonces su señoría se encogió de hombros, como si desechase los desagradables recuerdos de su difunto esposo.
—Pensé que tú necesitabas mucho más de tu matrimonio, Tess. Y confieso que siempre he sentido debilidad por los sinvergüenzas. Confiaba en que tú pudieras ser la salvación de Rotham, o por lo menos ayudarle para que se reformase. Y eso es exactamente lo que ha sucedido, aunque ha tardado mucho más de lo que yo había esperado.
Tess la miró fijamente, perpleja.
—¿De qué diablos está hablando, milady? ¿Qué reforma?
La expresión de la anciana dama se suavizó un poco más.
—¿Qué sabes acerca de la infancia de Rotham, Tess?
—Imagino que como la mayoría. Su madre falleció de parto, y él no se llevaba bien con su padre.
—Eso es una explicación —declaró secamente lady Wingate—. ¿Sabías que Rotham se enfrentó a la ruina financiera cuando heredó el título?
Ella siguió mirándola con atención.
—No, no lo sabía.
—Pues bien, es cierto. Te lo aseguro. Su padre despilfarró toda la fortuna familiar y luego agravó la crisis perdiendo enormes sumas en un escandaloso antro de juego.
—De tal palo, tal astilla —murmuró Tess.
Lady Wingate alzó la barbilla, profundamente contrariada.
—No, había una diferencia inmensa. El Rotham más joven jugó para evitar la miseria.
Cuando su padre murió, él se vio agobiado por abrumadoras deudas de honor y tuvo que luchar a brazo partido para salvar Bellacourt. Puesto que la propiedad principal era de transmisión hereditaria, no podía ser vendida. Su única elección era vender todas las tierras circundantes y el mobiliario, dejando sólo la casa. Un destino ignominioso que se negaba a aceptar.
Tess permanecía muda, tratando de asimilar la defensa que su madrina hacía de Ian.
—No estoy diciendo que él no se mereciese su perversa reputación —afirmó lady Wingate—. Sí, llevó una vida disipada y llena de excesos en su juventud. Pero creo que su rebeldía era en gran parte el resultado de su animadversión hacia su padre. Una vez Rotham heredó el título, todo aquello cambió. Volvió a jugar sólo para reparar la grave situación financiera del ducado. Y por fortuna, tuvo la suerte del diablo en las mesas de juego. Entonces construyó un imperio con sus ganancias, empleando su notable inteligencia comercial, algo que, claramente, no había heredado de su padre. Sus detractores dicen que era despiadado en los negocios, pero imagino que eso es impotencia y envidia.
La baronesa se detuvo para cobrar aliento, y resopló con cierta dosis de su habitual arrogancia.
—Confieso que yo no aprobaba los métodos de Rotham. No es muy propio de un caballero dedicarse al comercio. Pero a él nunca le preocupó demasiado la buena opinión de la sociedad. Si quieres saberlo, ése es su mayor defecto.
Sin embargo, los pensamientos de Tess se centraban más en las pasadas luchas de Ian que en sus tendencias rebeldes.
—Nunca me había dado cuenta de eso —dijo en voz baja. Ian siempre le había ocultado más cosas que Richard.
Ante la respuesta de Tess, lady Wingate dejó su arrogancia de lado y suavizó su tono:
—A Rotham no le gusta airear sus trapos sucios en público, por lo que no podías esperar haberte enterado. Pero creo sinceramente que ha cambiado sus pecaminosas costumbres. Según tengo entendido, por lo menos ha renunciado al juego. Y hasta el punto de haberse preocupado por su reputación, te atribuyo a ti el mérito, Tess.
—¿A mí?
—Sí. No me cabe la menor duda de que Rotham quería ganarse tu respeto, tal como lo hizo Richard.
Tess negó con la cabeza, incrédula.
—Eso no puede ser cierto, milady.
—¿Por qué no? Rotham ha cuidado de ti durante todo este tiempo.
—Porque estaba prometida a su primo. Lo consideraba su deber.
—No era su deber financiar tus obras de caridad. Yo le mantenía informado acerca de tus diversos empeños, cierto, pero cuando se enteró de las causas que estabas defendiendo, redobló sus esfuerzos sin que yo le presionase en absoluto.
—Eso me resulta bastante desconcertante —reconoció Tess.
—Rotham es un hombre mucho mejor de lo que la gente piensa —dijo la baronesa con firmeza—. Piensa, por ejemplo, en su pupilo. Yo le ayudé en cierta medida buscándole una niñera al pequeño, pero fue el duque quien insistió en darle un hogar, incluso en contra de mi opinión. Rotham, desde luego, no tenía que asumir la responsabilidad de criar al hijo ilegítimo de su primo. Además, permitió que todos creyeran que él era el padre del niño. Asumió toda la culpa sólo por ti, Tess, para evitar que te enteraras del desliz de Richard.
—Así me lo ha dicho esta tarde —comentó Tess.
Su madrina prosiguió, como si nada:
—Cuando te casaste con él, quise hablarte de Jamie. No quería que creyeras que Rotham era un irresponsable. En cambio, él se negó porque pensó que te dolería.
—Lo sé —reconoció ella.
—Nunca me gustó la manera en que Richard te hablaba de su primo. Según mi opinión, Richard estaba celoso de él y temía que prefirieses al duque. Deseaba cortejarte sin tener ningún competidor, por lo que describía a Rotham como alguien mucho peor de lo que era para alejarlo de ti.
Tess frunció el cejo. Buena parte de sus prejuicios hacia Ian habían sido impulsados por Richard. Y puesto que su prometido consideraba perverso al duque, ella le había creído. No obstante, se había equivocado completamente.
—Tal vez —añadió lady Wingate— no debería haber insistido tanto en que te casaras con Rotham, Tess, pero sinceramente, no creo que el hecho de que yo presionara fuese el factor decisivo. Él podía haberse negado y yo no podía haberle obligado si se hubiera opuesto de veras. Rotham tuvo en cuenta el salvar tu reputación, es cierto, pero creo que tuvo otras razones.
—¿Qué quiere decir?
—Creo que te quiere, Tess. Cada vez que entras en una habitación, le cambia el semblante. Es una diferencia sutil, pero se le ve más alerta, con los nervios de punta. Te sigue con los ojos, aunque en cuanto le miras, desvía la mirada. Eso, desde luego, no es una señal de indiferencia.
Tess sospechó que su expresión reflejaba su escepticismo.
—Nunca he creído que le resultara indiferente, pero siempre nos hemos llevado mal.
—Sé que siempre andáis a la greña, pero eso no significa que él quiera seguir así. Asistió a mi fiesta porque era tu cumpleaños. Estoy segura de que, de otro modo, no hubiese venido.
Al ver que Tess guardaba silencio, lady Wingate escudriñó su rostro.
—¿No hay posibilidad de que con el tiempo, tus sentimientos hacia él puedan cambiar?
—Sí, puede que sí —repuso Tess casi en un susurro, sabiendo que la baronesa ya había conseguido lo que buscaba—. Pero nuestro matrimonio sólo es un contrato.
—Sé que comenzó de ese modo, es cierto. Sin embargo, ¿por qué no consideras por lo menos aceptar a Rotham como tu marido, un marido de verdad? ¿Lo harías por mí, aunque no fuera por ti?
Tess le devolvió una débil sonrisa. Lady Wingate estaba jugando su carta de triunfo, a sabiendas de que su ahijada se esforzaría por complacerla siempre que le fuese posible.
Entonces, de repente, la noble dama se inclinó hacia Tess y la besó en la mejilla, en una insólita demostración de afecto.
—Ahora te dejaré para que te acabes de tomar sola el té, querida. Supongo que tendrás mucho en que pensar.
La baronesa se levantó del sofá y salió del gabinete como había prometido. Tess no pudo encontrar en su corazón nada que objetar. Realmente, era mucho lo que tenía que valorar.
Una especie de estupefacción se instaló en ella mientras pensaba en lo que le habían dicho sobre Ian. ¿Cómo podía ser su apariencia tan engañosa? Se había equivocado con él. No era, ni mucho menos, tan malo como ella y el mundo le consideraban.
Resultaba amargamente irónico que el duque perverso que se había casado con ella para evitar el escándalo fuese, en realidad, un buen hombre, mientras que su prometido difunto no era, ni mucho menos, tan bueno como siempre había creído.
Desde luego, siempre había sido demasiado idealista. Ahora, en cambio, se veía obligada a mirar a Rotham de otra manera.
Tess dejó que su mirada se perdiera en la distancia mientras los recuerdos de su juventud y cortejo relampagueaban en su mente. Enamorarse de Richard había sido muy fácil. Habían sido amigos desde la infancia, y su mutuo afecto se había intensificado con la madurez. Pese a tener que enfrentarse ahora con la desilusión sabía que no había sido un mal hombre. Había cometido un error y tratado de repararlo. Había dado la vida por su patria. Aquello también tenía que contar de algún modo.
Otra oleada de tristeza y pesar la invadió, aunque moderada por los nuevos detalles que había descubierto de Richard. Aun así, él le había pedido perdón... Sin embargo, el dolor era demasiado reciente como para que se lo concediera todavía.
Y luego estaba Ian. Tuvo que reconocer que, al parecer, nunca había sabido cómo era en realidad. ¿De verdad había pretendido su mano en otro tiempo? ¿O todo eso eran, simplemente, vanas ilusiones de su madrina? Tess pensó en retrospectiva, tratando de recordar los meses que transcurrieron tras su puesta de largo. Sin duda, había advertido la creciente discordia existente entre los primos durante el verano anterior a que Richard ingresase en el ejército. Ahora tenía sentido, pues conocía la causa de su fricción.
Y era posible desde luego que Richard hubiera exagerado los defectos del Duque Diablo por motivos personales.
Sin embargo, ella era, en parte, culpable. Durante todo aquel tiempo había mantenido los ojos cerrados a la verdadera naturaleza de Ian. Había deseado verlo como un perverso libertino para protegerse a sí misma. Pintarlo de negro, tal como Richard había hecho.
No quería enamorarse de un hombre tan cruel. No deseaba volver a abrirse al dolor.
Pero, ahora que sabía la verdad, ¿cómo podía justificar no amar a Ian?
Con la cabeza dándole vueltas hasta dejarle aturdida, Tess admitió que el hecho era que no podía. Sus sentimientos hacia él habían ido cambiando desde su primer beso, cuando fueron descubiertos por lady Wingate y obligados a casarse para guardar las apariencias. Pero en esos momentos, a Tess ya no le cabía ninguna duda en su mente ni en su corazón.
Amaba a Ian. Profunda e irrevocablemente. Era la clase de amor doloroso que te deja sin aliento, ese amor que siempre había soñado sentir por su esposo. Por contra, lo que había sentido su corazón juvenil por Richard había sido dulce e inocente y no tenía nada que ver con la pasión que sentía por Ian.
Pero no era sólo su increíble pasión la que la había vencido. Le amaba por todas las razones que lady Wingate acababa de enumerar: porque Ian protegía a un niño que ni siquiera era suyo. Porque poseía esa clase de honor discretamente desinteresado que tanto admiraba. Porque la había protegido a ella de mil maneras durante todos aquellos años, sin pensar en sí mismo. Porque la había devuelto a la vida tras una eternidad de oscuridad.
Una sonrisa impotente se dibujó en sus labios. Aquélla era, a buen seguro, la principal razón por la que amaba a Ian: porque disparaba sus emociones y la desafiaba. Porque la obligaba a sentir. Porque había desterrado el vacío que había dentro de ella de una vez por todas.
Se había resistido a amarle con todas sus fuerzas, pero eso le parecía ahora una estupidez. No había tenido elección, sin embargo, una vez se había convertido en su esposa y se había visto obligada a mantener relaciones íntimas con él.
Pero la cuestión era: ¿qué sentía Ian por ella?
Acosada de pronto por un temor corrosivo, Tess se apretó las manos con fuerza. La posibilidad de que su amor nunca fuese correspondido la asustaba.
Aunque lady Wingate sostenía que los sentimientos de Ian iban más allá del simple deber, Tess albergaba dudas graves. Él no era de la clase de hombres que se enamoran. Sus experiencias pasadas habían sido muy diferentes de las de ella, empezando por su infancia. Él nunca había conocido el amor de una madre, ni el de un padre. En realidad, ¿había conocido alguna vez alguna clase de amor?
De no ser así, Tess se preguntaba cómo podía sentir amor por ella. La clase de amor profundo y perdurable que caldeaba el alma. La clase de amor que duraba para siempre. La clase de amor que ella sentía por él.
Se recordó a sí misma con tristeza que ella nunca le había dado a Ian ninguna razón para creer que se había producido cambio alguno en su corazón. Lo había apartado desde el principio, exigiendo un matrimonio puramente formal. Aunque su atracción física se había encendido en un deseo vivo, ella había insistido en que cualquier relación carnal sólo serviría para mitigar su mutua frustración sexual, y Ian había accedido.
Y todavía quedaba algo peor: él creía que aún amaba a otro hombre. Hacía tan sólo unas horas que había huido de él mientras lloraba por Richard... y lo había hecho poco después de que Ian hubiese revelado, por fin, los secretos que había mantenido ocultos durante años.
El estómago se le retorció mientras el pánico invadía su interior. ¿Era demasiado tarde para que ella le convenciese de que había cambiado de sentimientos? ¿De pedirle a él que le diese una segunda oportunidad?
Deseaba su amor más que nada en el mundo. Quería un matrimonio de verdad. Pero, en esos momentos, cualquier propuesta que ella hiciese resultaría inútil.