CAPÍTULO 04
«Reconozco que Rotham a veces me sorprende y contradice las opiniones que tanto tiempo he tenido sobre él.»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Cuando la pareja de recién casados partió de Danvers Hall en dirección a Richmond, la fría llovizna había cesado, pero había llegado el crepúsculo. En el relativo calor de su carruaje cerrado, Ian observaba a su esposa.
Tess había hablado poco cuando se quedaron solos y se negaba a mirarle a los ojos.
Ahora fruncía los labios, melancólica, mientras contemplaba el ensombrecido paisaje, con su mente lejos de allí.
Ni siquiera se movió cuando llegaron a Bellacourt.
—Perdóname por interrumpir tus sombrías meditaciones —dijo Ian—, pero hemos llegado.
Tess, que parecía por fin volver con su mente donde estaba, le dedicó toda su atención.
—Disculpa, ¿qué sombrías meditaciones?
—Todavía estás preocupada por nuestro matrimonio, ¿verdad?
—Sinceramente, yo había imaginado algo muy diferente.
Entonces, se movió, aceptó su mano y descendió del carruaje.
Sin embargo, cuando se hubo apeado, Tess vaciló largo rato mientras contemplaba aquella magnífica residencia de piedra de un suave color dorado. Con gracia y esplendor, Bellacourt desplegaba cuatro vastas alas de cuatro pisos cada una, levantadas en torno a un gran patio central. Ian sabía que Tess la había visitado dos veces con Richard, pero ella sólo había visto una pequeña parte de sus múltiples habitaciones y pocos de los numerosos edificios aislados con los que contaba la finca.
Él se proponía tratar de hacer que se sintiera bien recibida. Recordaba perfectamente cómo había crecido en Bellacourt siendo un niño. La fría y solitaria formalidad de su casa no se había visto aliviada por una sucesión de amas, institutrices y preceptores, ni tampoco por la presencia de su único progenitor superviviente, puesto que su disoluto padre prefería entregarse a los pecaminosos placeres que Londres ofrecía.
—He dado órdenes a mi mayordomo para que prepare un lugar para tus sirvientes —dijo Ian mientras guiaba a Tess por la amplia escalinata delantera—. Tu doncella, tu cochero y tus lacayos dispondrán de dormitorios esta noche. Mañana podemos comentar qué empleados adicionales deseas que residan aquí contigo.
Ella le miró, desconcertada.
—Pareces sorprendida —observó él—. No soy tan ogro como para negarte tus propios sirvientes.
—No he pensado que fueses un ogro —fue su respuesta.
Ian contuvo una sonrisa ante aquella muestra de su antigua perspicacia.
—Esta noche te presentaré a mi ama de llaves y a mi mayordomo —prosiguió—, pero si lo deseas, podemos aguardar hasta mañana para conocer al resto de los empleados y visitar la casa. Debes sentirte fatigada tras los acontecimientos de los dos últimos días.
Tess enarcó las cejas mientras le examinaba, sospechando.
—Gracias —repuso, recuperando su anterior tono carente de emoción—. Desde luego preferiría esperar.
Cuando llegaron a la puerta principal, ésta les fue abierta por un hombre de aspecto arrogante y cabellos plateados que lucía librea ducal, y por una anciana mucho más agradable.
Ian hizo las presentaciones como había prometido, dándole a conocer al señor Gaskell y a la señora Young. Y luego, una vez hubieron entregado sus prendas de abrigo, añadió:
—La señora Young te mostrará tus aposentos para que puedas vestirte para la cena.
—¿Puedo confiar en tener mis propias habitaciones? —inquirió Tess con voz queda.
Una seca sonrisa curvó sus labios.
—Desde luego. En cierto modo sabía que insistirías en eso.
Se inclinó y le besó los dedos, lo que a todas luces la sorprendió.
—Sonríe para nuestro público, querida —murmuró Ian para que sólo ella le oyese. En voz más alta dijo—: Por favor, reúnete conmigo en el salón antes de cenar, amor. Estoy contando los minutos.
Cuando a Tess le mostraron sus espléndidos aposentos, la consoló ver allí a su doncella Alice. Tener un rostro familiar cerca, mientras se preparaba para cenar, fortalecía su ánimo. Le resultaba extraño oír que se dirigían a ella como «milady», en especial con una reverencia tan grande como la que mostraba Alice.
Sin embargo, ahora que era la duquesa de Rotham tenía que acostumbrarse a la aduladora reverencia reservada a las damas de su rango.
Tess dudaba de que su marido fuese a mostrar una deferencia similar para con ella cuando le hablase. No sólo era la suya una relación de antagonismo, sino que Rotham tenía todas las de ganar en su matrimonio: ventajas legales, financieras y físicas.
Sabía que ahora no importaba preocuparse por su situación de debilidad. Fanny le había aconsejado que arrancara con buen pie y que pusiera límites desde el principio.
Por lo tanto, Tess se preparó para la noche que le esperaba, dispuesta a tomar la ofensiva.
Al descender la escalera se encontró con Gaskell, el mayordomo de Bellacourt, que la aguardaba para conducirla por la extensa ala este hasta el salón.
De nuevo, la deslumbró el rico mobiliario y las obras de arte que embellecían las paredes. Resultaba difícil imaginar que ella fuera ahora la señora de tan magnífica propiedad. Pero cuando Tess distinguió al noble que se encontraba cerca de la chimenea, sólo tuvo ojos para él.
Rotham vestía ahora una chaqueta diferente, de color borgoña, y pantalones blancos de satén. Él, a su vez, repasó con la mirada su vestido de seda de color rosa, y luego la saludó con amabilidad. Al ver que ella no respondía, despidió al mayordomo y se dirigió a una mesita auxiliar, donde había un decantador de jerez.
Tess observó cómo servía dos copas. Llevaba los cabellos demasiado largos para lo que se estilaba por entonces, y los mechones castaños más claros se enroscaban sobre el borde de su alto cuello. Ese descuidado toque suavizaba la aristocrática arrogancia de los rasgos de Rotham, con sus pómulos altos y frente ancha.
Sin embargo, su tono había perdido algo de su habitual filo burlón cuando tomó la palabra.
—Podrías intentar colaborar en nuestra simulación de ser una pareja enamorada ante
los sirvientes —le dijo Rotham tendiéndole una de las copas de vino.
—Me temo que no soy bastante buena actriz para conseguir tal hazaña —observó
Tess, manteniendo su plan de comenzar una ofensiva—. Y, desde luego, no veo ninguna necesidad de hacerlo así en privado.
En lugar de responder en el mismo tono, él cambió de tema.
—¿Te han gustado tus habitaciones?
—Bastante, dadas las circunstancias. —Contempló en torno a sí, el amplio y espléndido salón—. Esperaba sentir simpatía por la pobre fémina que accediese a ser tu duquesa, pero reconozco que tiene que haber muchas damas que se sentirían encantadas de ser las señoras de una propiedad tan grande como Bellacourt.
—Pero tú no eres una de ellas. —Tomó un sorbo de jerez—. Tú tampoco eres mi esposa ideal. Eres demasiado mandona e independiente para mi gusto.
Tess se sintió herida por su sinceridad. También era vejatorio admitir que su orgullo femenino podría sentirse algo herido sabiendo que Rotham tampoco había deseado casarse con ella.
—No dudo de que hubieras preferido a alguien con menos carácter —repuso, eludiendo su burla—. Lamento haberte decepcionado.
Esperaba que él le diese una respuesta mordaz, pero Ian se limitó a señalar hacia la misma mesa auxiliar. Por primera vez Tess reparó en la bandeja de plata que se encontraba allí.
—Todo eso es para ti.
Curiosa, fue a inspeccionar el contenido de la bandeja: varios documentos de aspecto oficial y una cajita de terciopelo azul.
—Abre la caja —le ordenó Rotham.
Cuando así lo hizo, en su interior encontró un precioso relicario que pendía de una fina cadena de oro. Lo sacó de su estuche y dirigió a Ian una mirada de desconcierto.
—Es tu regalo de cumpleaños —repuso Rotham a su implícita pregunta—. Se me ha ocurrido que tu cumpleaños se ha desperdiciado, por lo que debes tener ahora tu regalo. Lo llevaba ayer conmigo en la mansión Wingate, pero no tuve la oportunidad de entregártelo.
—¿Me trajiste ayer un regalo de cumpleaños?
Miró a Rotham algo sobresaltada. No podía haberse quedado más sorprendida si él hubiera pretendido haber arrancado la Luna del cielo para bajarla a la Tierra.
Apartó la mirada de él y la centró en su regalo. El relicario era sencillo, pero muy apropiado como regalo de un conocido familiar a una joven soltera. Solteros, eso era lo que ambos habían sido el día anterior, antes de que Rotham hubiera interrumpido su experimento de pasión y les hubiera colocado a ambos en el sendero del matrimonio con sus besos irresistibles.
—Ahora también te pertenecen las joyas de los Rotham —añadió él—, que son mucho más valiosas... Muchísimas de las piezas no se pueden vender. Se encuentran en la cámara acorazada de un banco de Londres, para que te las pongas siempre que quieras.
Al ver que Tess guardaba silencio, sin saber qué decir, Rotham prosiguió:
—Estos documentos son de mis abogados, diversos textos legales para permitirte conservar tu propia fortuna y propiedades, además de los detalles de nuestro acuerdo matrimonial. El último es mi regalo de bodas para ti, una letra de cambio para las Familias de los Soldados Caídos. Como bien dijiste hace poco a tus colaboradores más importantes, con la proximidad del invierno los fondos se necesitan con urgencia.
Tess se quedó mirando la letra de dos mil libras, y luego levantó en silencio su asombrada mirada hacia Rotham. Se había preparado para enfrentarse a él, desafiante y beligerante, pero tales regalos le habían hecho perder totalmente su agresividad.
¿Eran sus magníficas ofertas una especie de propuesta de paz? ¿Un intento de reducir su constante enfrentamiento y establecer una tregua en sus discusiones?
—Gra... gracias —balbució—. Nunca imaginé tal generosidad por tu parte.
Él curvó la boca en una sonrisa.
—Conozco perfectamente tu opinión sobre mí, querida. Tal vez sólo eso me impulsó a demostrarte que estás equivocada.
Mientras tomaba un largo trago de vino, Tess pensó que si él lo había tramado todo para confundirla, desde luego lo había logrado. Quizá estaba bebiendo con demasiada rapidez, porque de pronto se sintió mareada. Tambaleándose, se llevó los dedos a la sien.
Rotham se apresuró inmediatamente a sostenerla por el codo.
—Siéntate, Tess. ¿No has comido nada hoy? —le preguntó mientras la conducía a la silla más próxima.
—No mucho —reconoció ella, respondiendo conscientemente a su continua amabilidad.
—Beber vino con el estómago vacío no es prudente. En breve iremos a cenar.
—No tengo mucha hambre.
—Aun así, deberías comer.
Ante su tono enérgico, Tess se puso rígida como de costumbre y luego aplaudió su propia respuesta instintiva. Ella no deseaba vivir en continua guerra con Rotham, pero tampoco quería llegar a ser aun más vulnerable ante él que en aquellos momentos.
Hasta entonces todavía no había tenido mucho éxito manteniendo las distancias.
—¿Es una orden, milord? —preguntó, despreocupada.
De nuevo, una media sonrisa marcó su boca.
—Simplemente una sugerencia. Pero podría recordarte que hace apenas tres horas que me prometiste amor, honor y obediencia.
Satisfecha de encontrarse en un terreno familiar, Tess arqueó la ceja.
—Seguramente no esperarás obediencia de mí, ¿verdad?
—No, te conozco lo suficiente como para no esperar algo así —replicó él divertido—. La obediencia está mucho más allá de mis expectativas. Y ayer declaraste que nunca me amarías. Por lo que sólo queda el honor. —Su sonrisa se desvaneció mientras fijaba los ojos en ella—. Espero que hagas honor a nuestros votos matrimoniales, Tess, aunque fuesen hechos por coacción. No me apetece nada que me engañen.
La sugerencia de que ella pudiera cometer alguna vez adulterio, sin considerar cómo había comenzado su matrimonio, la llenó de indignación.
—Jamás pensaría en engañarte, milord. Aunque a mí no me importa si tú dejas de honrar nuestros votos. En realidad, espero que busques el placer con tus numerosas amantes.
Ante su inflexible respuesta, él la examinó durante largo rato, como si tratase de calibrar su sinceridad. Luego su expresión pareció perder su intensidad y retornó su sarcástico humor.
—¿Mis numerosas amantes? ¿Tantas te crees que tengo?
—Según los rumores, tienes varias.
—Quizá esos rumores no sean exactos.
—No puedes negar que has tenido amantes en el pasado.
—Nunca más de una a la vez, y ahora no tengo ninguna.
Tess se encogió de hombros, aunque su muestra de indiferencia no era otra cosa que pura bravuconería. Confiaba en que su marido no decidiese incumplir sus promesas tan cruelmente y mancillar su unión o, si lo hacía, que fuese con discreción.
—Sólo quería decir —explicó—, que no me opongo a un matrimonio liberal.
—Nunca pensé que fueses tan tolerante.
—Lo soy, bastante. Es el resultado de tener varias amigas casadas...
Vaciló, dudando si debía mencionar su amistad con Fanny Irwin.
En aquel momento apareció Gaskell anunciando que la cena estaba servida. Tess se dejó conducir por Rotham al más pequeño de los dos comedores de Bellacourt. Aun así, la mesa era enorme y en ella brillaban el cristal y la porcelana china.
Sin embargo, en lugar de sentarse uno a cada extremo, separados por la vasta longitud de la mesa, Tess vio que la habían colocado a la derecha de Rotham. Al empezar con la sopa, el primero de muchos y variados platos, y cuando los lacayos les dejaron solos, Tess volvió a centrar su atención en Fanny, no sólo para facilitar una distracción a sus propios problemas conyugales, sino porque deseaba de veras ayudar a su amiga.
—¿No necesitas un secretario por casualidad, Rotham? —comenzó—. Sé que no estás demasiado implicado en política en la Cámara de los Lores, pero con tus vastas empresas debe de haber numerosas tareas que requieran ayuda de oficinistas.
—Ya tengo dos secretarios. ¿Por qué lo preguntas?
—Conozco a alguien que sería ideal para el cargo. Se llama Basil Eddowes. Durante los últimos años el señor Eddowes ha trabajado como pasante de un abogado londinense, pero recientemente lord Claybourne le consiguió un empleo de secretario subalterno de un anciano noble. No obstante, su salario no es suficiente para sus necesidades, y yo confiaba en mejorar sus perspectivas.
Rotham mantuvo su expresión neutral.
—¿Por qué tan notable interés por ese tal Eddowes? ¿Es, tal vez, un antiguo pretendiente?
—No es un pretendiente mío. Él dedica sus atenciones a alguien totalmente diferente.
—Tess hizo una pausa antes de lanzarse a por el plan que se había estado formando en su cabeza desde la noche anterior—. ¿Conoces, por casualidad, a Fanny Irwin?
Pudo observar que su pregunta le resultaba inesperada.
—¿La cortesana Fanny Irwin?
—Sí. Fanny es una querida amiga de la infancia de las hermanas Loring, y durante estos últimos años se ha convertido en amiga íntima mía.
Rotham enarcó las cejas.
—Me resulta sorprendente que aceptes tener amistad con una destacada cortesana.
—En realidad, no es tan insólito...
Con las mejillas sonrojadas, Tess le contó que había conocido a Fanny hacía cuatro años, cuando las Loring se trasladaron desde Hampshire a Chiswick para vivir con su intratable tío... y cómo el ansia de emociones de Fanny la había hecho embarcarse como dama de la noche, además de cómo las hermanas Loring se habían negado a abandonar la relación con su amiga del alma, ni siquiera tras sus matrimonios, pese a la mala fama de la cortesana.
Su explicación se vio interrumpida cuando retiraron la sopa y sirvieron el pescado, pero una vez los lacayos se hubieron marchado, Tess prosiguió, hablándole del extraño cortejo de Fanny por Basil Eddowes.
—Ella ya no se relaciona con los caballeros de la alta sociedad, aunque puedes comprender por qué el señor Eddowes vacilaría en proponerle matrimonio.
—Creo que sí —murmuró Rotham en tono seco.
Tess ignoró su observación y prosiguió:
—Su orgullo es un gran obstáculo, no sólo por el escandaloso pasado de Fanny, sino también por la cuestión financiera. Ella ha abandonado del todo su antiguo tren de vida.
Hace poco vendió su gran casa de Londres para trasladarse a otra mucho más pequeña de St. John’s Wood. Pero Basil desea ser capaz de mantener a su esposa de una manera para él aceptable. Si tú le contrataras, él y Fanny podrían casarse.
—Prosigue —dijo Rotham imperturbable.
Con aquel pequeño estímulo, Tess se animó a seguir con su tema:
—Podrías darle un empleo para que catalogara tu biblioteca, por ejemplo. Sé que Bellacourt tiene una biblioteca bien surtida. O tal vez podrías darle trabajo en tus tratos comerciales. Como oficinista, las principales obligaciones de Basil consistían en transcribir copias en limpio de documentos legales, pero su talento estaba totalmente desperdiciado. Aunque tiene más responsabilidad en su actual cargo de secretario, es capaz y bastante inteligente para mucho más. También es experto en cálculo y contabilidad. Creo que podría ser muy valioso para ti.
Al ver que Rotham no accedía inmediatamente, Tess se apresuró a añadir:
—Si no tienes ninguna necesidad de sus servicios, he pensado que podría contratarle yo para que me ayudara a administrar las contribuciones crecientes de mis diversas organizaciones y las demandas para planear obras benéficas, así como otros eventos similares... Desde luego, con un salario mayor. Sin embargo, no quiero ofender su orgullo. La oferta sería mejor recibida si procediera de ti. Si yo tuviera que pedírselo,
Basil lo consideraría probablemente como un acto caritativo por mi parte y lo rechazaría. Si puedes permitírtelo, podrías decir que con mis nuevas obligaciones como duquesa estaré demasiado ocupada para seguir supervisando mis antiguas responsabilidades al detalle.
Él la inspeccionó con sus grises ojos.
—Pareces haberlo reflexionado bastante.
—Bien, sólo comencé a pensar en un plan ayer. Estabas equivocado antes, en el carruaje. No estaba dándole vueltas a nuestro matrimonio. Estaba pensando en cómo unir a Fanny y Basil.
Una luz maliciosa asomó a los ojos de Rotham.
—¿De modo que estás empeñada en hacer de casamentera?
—¿Y si es así?
—Sabes que no puedes salvar a todo el mundo, querida.
Tess le dirigió una mirada reprimida.
—Estás mostrando de nuevo tu cinismo, Rotham.
—Al igual que tú tu idealismo. Deseas ser defensora del verdadero amor.
—Pues sí. Estoy decidida a ayudar a mis amigas. Sencillamente, porque yo haya perdido cualquier posibilidad de amor y felicidad en el matrimonio, eso no significa que a Fanny también tenga que pasarle lo mismo.
A Rotham se le tensó un músculo en la mejilla, pero no hizo ningún comentario.
Tess suavizó su tono.
—Fanny ha sido muy buena conmigo. Estoy en deuda con ella por haberme apoyado en el período más triste de mi vida, cuando perdí a Richard tan pronto, después de perder a mi madre.
Tess pensó que no estaba aprovechándose de manera injusta de la comprensión de Rotham. Era cierto que Fanny la había ayudado mucho para devolverla a la vida y disminuir su pena.
Mas la expresión de Rotham había vuelto a ser enigmática, lo que hizo dudar a Tess de que estuviera convenciéndole. Respiró e intentó una táctica diferente:
—Aunque no fuera por eso, creo que puedo ayudar a Fanny para que gane respetabilidad ofreciéndole mi patrocinio. Hasta ahora me he visto obligada a evitarla en público. He visitado su casa de St. John’s Wood en ocasiones, pero he tenido que hacerlo en secreto. A causa de mis obras de caridad, no podía permitirme ser vista con una cortesana. Era muy frustrante.
—Imagino que sí.
Ella le dirigió una mirada suspicaz.
—No dudo de que mi apuro te resulta divertido. Tú nunca has tenido que restringir tus amistades para proteger tu reputación. No tienes reputación, por así decirlo.
—Por fortuna, no.
Tess no pudo saber si volvía a burlarse de ella o no.
—Te advierto, Rotham, que aunque desapruebes que prosiga con mi relación con
Fanny, no pienso renunciar a nuestra amistad solamente porque ahora sea tu duquesa.
—No tengo ninguna intención de imponerme a tu elección de amistades, querida.
Ella sintió un cierto alivio de su tensión interior.
—De modo que estás empeñada en hacer de Fanny y su pretendiente uno de tus proyectos —dijo.
—Sí. También podría utilizar mi nuevo rango para ayudarles.
Tess guardó silencio un momento, considerando aquel destino no deseado. Como duquesa, también podría tener más libertad para ser dueña de sí misma, por lo menos si podía confiar en la palabra de Rotham.
Por fin, se le escapó un suspiro.
—Estoy comenzando a resignarme a nuestra unión. Tenías razón. Es bastante inútil llorar por lo que no puede cambiarse.
—Supongo que eso es un avance —murmuró Rotham en voz baja y seca—. Así pues, ¿qué deseas de mí?
—Deseo tu permiso para invitar a Fanny al castillo de Falwell. Entenderé que te resistas a invitarla a cualquiera de tus principales casas, estás en tu derecho. En realidad, pensé en invitar a Fanny a Bellacourt para que me hiciese compañía aquí, pero ella me aconsejó que no lo hiciera. Sin embargo, permitirle visitar tu remoto castillo de Cornualles no es lo mismo. Y podría ser beneficioso para ella...
Tras el plato principal de faisán asado y estofado de carne de venado, Tess le habló a
Rotham sobre la nueva carrera de Fanny como novelista.
—¿Y escribir sobre la mazmorra de Falwell la beneficiaría? —preguntó él.
—Sí. Las mazmorras son excelentes escenarios para las novelas góticas, y si están encantadas sería doblemente emocionante para los lectores de Fanny. El castillo de
Falwell se dice que está encantado. Cabe suponer que tus sirvientes habrán visto el fantasma de alguno de tus difuntos antepasados.
—¿Dónde te has enterado de eso?
—Me lo dijo Hennessy. Él está interesado en el mundo de los espíritus y ha investigado apariciones de fantasmas por Inglaterra y Escocia. De hecho, basó la obra que escribió para la fiesta de lady Wingate en sus investigaciones. ¿Existe algo de cierto acerca de los rumores sobre fantasmas en Falwell?
—Mi mayordomo ha dicho haber oído fantasmas allí en estos últimos meses, pero aún no he tenido tiempo de examinar la cuestión.
Tess pensó que no era el momento adecuado para mencionar el deseo de Hennessy de investigar el supuesto fantasma de Falwell, pero Fanny era algo totalmente distinto.
—Bien, encantado o no, tu castillo ofrece la perfecta ambientación para los intentos creativos de Fanny, y tal vez para facilitarle material para sus argumentos.
Tess no pudo interpretar totalmente el destello en los ojos de Rotham, pero le pareció que era en parte diversión, en parte exasperación y en parte admiración.
—Muy bien, tienes mi permiso para invitarla.
—Eso no es todo... deseo ir a Cornualles con ella.
Al ver que Rotham enarcaba de nuevo las cejas, Tess le explicó:
—Sabes que lady Wingate sugirió que estuviéramos lejos de Londres durante un tiempo con el fin de dejar que el escándalo amainara. Bien, si debo estar exiliada de la sociedad para habitar en el purgatorio, prefiero hacerlo en Cornualles mejor que en Richmond. Trasladarme allí cuenta con una ventaja excelente: no tendría que soportar las habladurías criticando todos mis movimientos, ni a lady Wingate lamentando cómo la ha consternado y decepcionado mi escandaloso comportamiento.
—No hay más que hablar —accedió Rotham con suavidad—. ¿Esperas que te acompañe?
—No tienes por qué molestarte —repuso Tess con rapidez—. Probablemente no tienes ningún deseo de visitar Cornualles, por lo que con mucho gusto iré yo sola y me llevaré a Fanny y Basil conmigo. Quiero que tengan la oportunidad de estar juntos y enamorarse.
—Pareces haberlo planeado todo.
—No por completo, pero estoy trabajando en ello.
—Si dejo de contratar a tu amigo Basil, ¿me considerarás un villano? —inquirió Rotham en un tono tan burlón como guasón.
Tess sonrió por primera vez desde que había comenzado su exposición.
—No necesito ninguna excusa para considerarte un villano, Rotham.
—Supongo que no. Pero ¿sabes? estás pidiendo mucho, solicitándome que caiga tan bajo como para hacer de Cupido contigo.
Tess amplió un poco su sonrisa.
—Estoy segura de que puedo arreglármelas sin ti, pero preferiría contar con tu ayuda contratando a Basil. ¿Me complacerás?
Él no respondió, pero fijó la mirada en su boca. Ante su prolongado silencio, Tess le apremió.
—Dijiste que lamentabas obligarme a casarme contigo, Rotham. Si quieres hacer las paces conmigo, complacerás esta pequeña petición. Tú cuentas con los recursos para establecer una importante diferencia en las vidas de mis amigos, y yo te estoy pidiendo que intercedas a su favor.
Rotham se recostó en su asiento, observándola por encima de su copa de vino.
—Contratar a tu señor Eddowes no resultaría difícil —dijo por fin—, aunque ocultar el hecho de que estamos en connivencia podría serlo más. Y que tú viajes sola a Cornualles es algo diferente. Se trata de un viaje de dos días como mínimo, aun haciéndolo en un coche de posta con buenas ballestas y contando con que las carreteras están en buen estado. No me apetece que corras riesgos en el viaje.
Tess hizo una mueca.
—Ya te he dicho antes que no tienes que preocuparte por mí.
—Pero pienso hacerlo. Ahora eres mi esposa.
Ella se tranquilizó al instante ante aquel recordatorio, lo que impulsó por lo menos una respuesta positiva de Rotham.
—Consideraré todas tus peticiones —repuso para su sorpresa—, si te comes la cena.
—Miró intencionadamente a su plato—. Apenas has probado nada esta noche y la cocinera se ha esforzado mucho para complacerte en tu primera comida en Bellacourt.
—Muy bien —repuso Tess, sintiéndose algo más optimista—. No voy a decepcionar a la cocinera.
Cogió sus cubiertos y se dedicó a comerse su faisán mientras trataba de olvidar que aquélla era su noche de bodas y que lo peor estaba aún por llegar.