CAPÍTULO 05
«Fanny cree que debería estar contenta de que mi marido sea tan atractivo y, según se dice, tan experto haciendo el amor. La mayoría de las mujeres no pueden decir lo mismo sobre sus maridos, ni siquiera de sus amantes. Pero sería mucho más feliz si Rotham no fuese tan irritablemente irresistible.»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Ian mantuvo sus pensamientos para sí durante la cena mientras observaba cómo Tess empleaba sus tácticas persuasivas con él de manera magistral. Su empleo de argumentos razonados con dulzura para salirse con la suya constituía una experiencia nueva. Estaba más acostumbrado a enfrentarse a los contraataques de su lengua mordaz durante sus justas verbales.
Sin embargo, no podía negar su atractivo. Tampoco podía dejar de notar el modo en que le brillaban los ojos cuando abogaba por sus amigos. Su entusiasmo, su pasión por sus causas, la hacían casi irresistible. Aun contra su voluntad, acabó por desear acceder a su propuesta.
A decir verdad, tenía poco interés por viajar toda aquella distancia hasta Cornualles en pos de un dudoso amor de individuos a los que ni siquiera conocía. Pero no echaría a perder su primera noche de casados desechando su petición.
Y ella tenía razón. Podría haber algunas ventajas de alejarse de la sociedad londinense durante un tiempo. Lo más importante era llegar a un escenario íntimo, en el que pudiera conocer mejor a su esposa. En Cornualles nadie se interpondría en el caso de que él intentara establecer una nueva relación con Tess.
Ian sintió una cierta diversión al preguntarse si su matrimonio siempre consistiría en una serie de negociaciones.
Sin embargo, no le pareció tan divertido el hecho de que, después de que los lacayos fueran despedidos tras servir un postre de frutas y queso, Tess empezara a comer todavía más despacio, evidentemente con la intención de demorar el fin de la cena.
—¿Qué planes tienes para tu próxima obra de beneficencia? —le preguntó, según la teoría de que estimularla a hablar de sus filantrópicas empresas podría desviar de su mente su inmediata noche de bodas.
Ella pareció entender cuál era su estrategia.
—Si te propones distraerme, con eso no lo vas a lograr.
Tess se relajó un poco cuando él cambió de tema para hablarle del equipo de sirvientes de Bellacourt y del papel que se esperaba de ella como señora, pero se puso nerviosa en cuanto le anunció que era hora de retirarse.
—¿Debemos hacerlo? —preguntó ella, recobrando la tensión.
—Somos recién casados y hemos de interpretar el papel. Las parejas enamoradas no se demoran cenando.
Al ver que ella jugueteaba con su copa, Ian decidió que ya tenía bastante.
—Para guardar las apariencias, Tess, debemos compartir la misma habitación esta noche, pero no es necesario consumar nuestra unión todavía. Si eso tranquiliza tu mente, no te exigiré relaciones conyugales hasta que estés preparada.
Ella escudriñó su rostro, pareciendo prudentemente esperanzada por un momento... luego asintió aliviada, como si creyera en su oferta de posponer las relaciones carnales.
—Preferiría esperar más.
Tomó entonces un trago de vino y luego añadió con firmeza:
—Puede transcurrir mucho tiempo hasta que esté dispuesta. Y deberías saber que después de la consumación no pienso compartir el lecho conyugal contigo. Dijiste que podíamos llevar vidas separadas, y pienso hacer que mantengas tu palabra.
—Si es eso lo que deseas...
—Sí.
Ian observó a Tess por encima de su propia copa de vino. Podía, con facilidad, tomar su declaración como un desafío. Su reticencia a un tiempo le molestaba y aguijoneaba su vanidad, inspirándole un fundamental instinto varonil de demostrar su valía como amante.
No obstante, su parte racional se debatía contra sus impulsos naturales. No se trataba de que deseara a Tess en su lecho —aquella noche y todas las noches— pero le resultaría mucho más fácil mantener las distancias si trataba su matrimonio como un contrato estrictamente legal, tal como ella deseaba que hicieran.
Por otra parte, excitar a Tess podría ser el medio más rápido de que superara su temor hacia él. Confiaba en poder hacer que cambiara de opinión acerca de compartir el lecho nupcial una vez que ella supiera la clase de placer que podía darle.
Tomó un trago de su copa de vino. Resultaba irónico que tuviese que cortejar a su propia esposa. Él nunca había tenido que esforzarse por ganarse a cualquier amante que deseara. Las mujeres nunca le rechazaban: en realidad, prácticamente se lanzaban a sus brazos. Y, a su entender, nunca había infundido ningún temor sexual a ninguna de ellas.
Se recordó a sí mismo que, por otra parte, Tess era única. Y provocarla seguía siendo el mejor modo de armarse contra ella.
—Estoy preparado para ser paciente durante un tiempo —empleó deliberadamente aquel tono perezoso que nunca dejaba de irritarla—. Pero confío en que entenderás que tal indulgencia refleja una galantería estimable por mi parte.
Ella le miró entornando los ojos.
—También debo señalarte que te perderás una experiencia excepcional si no nos hacemos amantes.
Ella irguió la barbilla y lo miró con fijeza.
—Me sorprende —repuso por fin—, que puedan pasar minutos enteros sin que me recuerdes cuán insufriblemente arrogante eres.
Ian reprimió una sonrisa.
—Se me van a subir a la cabeza todos tus halagos.
—Créeme, no era mi intención aumentar tu engreimiento.
En lugar de replicarle, él se levantó y fue tras Tess para apartarle la silla, inclinándose para murmurar a su oído:
—No he tenido ninguna queja sobre mi forma de hacer el amor, querida. Pero puesto que declaraste tener poco conocimiento acerca de la pasión, supongo que puedes ser disculpada por tu ingenuidad.
—Renunciaré al placer de dar fin a mi ingenuidad, gracias —replicó Tess poniéndose en pie.
Mientras subían juntos por la amplia escalera, Rotham pensaba que sus pullas habían servido para distraerla.
Tess tenía un modo desconcertante de pillarle desprevenido. Por ejemplo, su anterior discusión acerca de los amantes. Su insinuación de que él pudiera cometer adulterio tan fácilmente le había herido. Él no iba a negar que había tenido varias amantes en el pasado, y más aventuras de las que debería. Pero nunca había intimado con una mujer casada. Se negaba a poner los cuernos a otro tipo inconsciente, a diferencia de lo que su ilustre padre había sido tan aficionado a hacer.
Y nunca sería tan liberal en lo que a su propia esposa se refería, incluso descartando el fiero sentido de posesión que Tess encendía en él. No iba a permitir que ella entregase su cuerpo a cualquier otro hombre, ahora que era suya. Estaban unidos en santo matrimonio, y se proponía que ambos hicieran honor a sus votos.
Sin embargo, requeriría un esfuerzo hercúleo dormir en la misma habitación que Tess y controlar su deseo por ella. Pero por el bien de ambos se juró que lo intentaría. Por el momento mantendría sus manos lejos de ella, aunque ello le matase.
Cuando por fin la condujo a los aposentos ducales y cerró la puerta del dormitorio tras ellos, vio que el nerviosismo de Tess había retornado. La suite era bastante grande, pero Ian sospechó que a ella le parecía demasiado pequeña teniendo que estar a solas con él.
Advirtió cómo recorría la habitación con la mirada. El mobiliario era de tonos borgoña y dorado, con un enorme lecho con dosel y cuatro columnas dominando a un lado. Las sábanas estaban vueltas y alguien, supuestamente la doncella, había extendido su camisón y su bata sobre el lecho.
Pese al acogedor fuego del hogar que caldeaba la estancia, Tess se estremeció, aún intranquila ante la obligación de tener que dormir con él.
—¿Necesitas que te ayude a desnudarte? —le preguntó él manteniendo un tono amable.
—Puedo arreglármelas.
—El vestidor está tras aquella puerta —le señaló hacia el extremo alejado del dormitorio.
Tess vaciló.
—Se me ocurre que no necesitamos compartir el lecho en absoluto, ni siquiera para cubrir las apariencias.
—¿Dónde propones que duerma entonces?
Al ver que ella no respondía, se ablandó.
—Hay una tumbona en la sala de estar de la puerta próxima, donde puedes dormir si lo deseas. Te aconsejo que te lleves algunas mantas para resguardarte del frío. Aunque parece algo sin sentido cuando aquí tenemos un lecho cómodo.
Aguardó su respuesta en vano.
—Podría ofrecerme a ser noble, pero no tengo ganas de soportar tal incomodidad. Mi lecho es bastante grande para que podamos dormir cada uno en un lado.
Al ver que Tess seguía guardando silencio, Ian respiró exasperado.
—Tus nervios son comprensibles, amor, pero te aseguro que no voy a violarte mientras duermes. Soy bastante caballeroso.
—Creo que lo eres —repuso Tess de mala gana—. Sólo es que no he dormido nunca con nadie.
—Eso puede resultar un tanto solitario.
Ella le dirigió una mirada contenida.
—Dudo que pueda pegar ojo esta noche —murmuró entre dientes.
—Tampoco yo —musitó él con absoluta sinceridad.
Tras una larga demora, Tess surgió del vestidor sin saber cómo actuar. Fanny le había aconsejado que dejase llevar la iniciativa a Rotham en su noche de bodas, pero ¿qué diablos debía hacer ella ahora que él no pensaba consumar su unión? Nunca hubiera previsto tal consideración por su parte y, sin embargo, se sentía agradecida de que en aquellos momentos él no se propusiera forzarla a hacer honor a sus votos.
Aunque cuando vio a Rotham, se quedó sin aliento. Parcialmente vestido, estaba repantigado en un sillón orejero, bebiendo lo que parecía ser una copa de coñac.
Aunque aún llevaba los pantalones de satén hasta la rodilla y medias, se había quitado la chaqueta, la corbata y la camisa y se había descalzado.
Se le alteraron los nervios ante la vista de su torso desnudo. Hubiera deseado que se hubiese puesto una bata. Sería más fácil simular indiferencia hacia él que si no estuviera semidesnudo.
Tess se autorreprimió. Gran parte de la población femenina de Inglaterra deseaba a aquel hermoso Duque Diablo. Por el contrario, ella estaba decidida a no formar parte de ese grupo.
Aun así, era más fácil formular mentalmente tal principio que atenerse a él.
Simplemente, hallarse sola en el mismo dormitorio que Rotham la hacía sentirse turbada. Y el hecho de que él la estuviera observando como si pudiese ver a través de la bata que la cubría empeoraba las cosas. Por su parte, Tess trató de no mirar su desnudo y musculoso torso. En lugar de eso, se esforzó por devolverle la mirada. Sus rasgos eran más finos y duros que los de Richard...
Irritada consigo misma por establecer tales comparaciones, Tess interrumpió sus pensamientos y cruzó el dormitorio para acercar las manos al fuego. Sin embargo, su mirada se veía irresistiblemente atraída hacia Rotham. Podía sentirlo como hombre y eso le encogía el estómago. Sus anchos hombros, los largos y elegantes músculos de su cuerpo, la esbelta fortaleza que parecía irradiar, casi como una extensión de su poderosa personalidad, captaban su atención con una facilidad pasmosa.
Resultaba demasiado irresistible para su paz mental. ¡Al diablo con él! Y Ian sabía perfectamente que su presencia la estaba afectando. La miraba de aquel modo suyo, perspicaz, como si se diera cuenta de que su desinterés era pura apariencia.
Pidió al cielo que la ayudase si él llegaba a enterarse de la rapidez con que le latía el corazón. Bastante malo era ya que la viese como un conejo nervioso.
Hizo una mueca, recordando lo divertida que a él le había resultado su promesa de mantenerse lejos de su lecho. Por lo menos, Ian tenía razón en una cosa: puesto que la cama era inmensa, sería más fácil que ambos se mantuvieran uno en cada extremo.
Su voz interrumpió sus caóticas reflexiones.
—Ven aquí, Tess.
—¿Por qué? —preguntó algo suspicaz.
Él levantó la copa de brandy que sostenía en la mano, que estaba llena del licor ambarino en sus tres cuartas partes.
Al ver la copa, ella forzó una sonrisa.
—Primero jerez, luego vino con la cena y ahora brandy. ¿Estás tratando de emborracharme?
—Estoy tratando de tranquilizar tus nervios.
De acuerdo con su objetivo, Tess avanzó hacia él, silenciosa, sobre la alfombra de Aubusson.
—Ahora bebe —le ordenó él.
Ella tomó la copa que le ofrecía y sorbió el brandy. Agradeció su ardor. Tal vez aquel licor tan fuerte fuera capaz de calmar sus desconcertados nervios o, como mínimo, de ayudarla a dormir.
—Normalmente, no me retiro tan temprano —reconoció, haciendo la observación para romper aquel silencio tan incómodo.
—¿Sí? ¿Qué haces por las noches?
—Después de cenar suelo pasar un rato con la señora Croft, en el caso de que pueda convencerla para que salga de su estudio. Si no, me mantengo ocupada escribiendo cartas o bordando. Y a menudo leo antes de acostarme.
También solía escribir en su diario, pero no pensaba decírselo a Rotham, y mucho menos ahora que él se había convertido en el principal tema de sus meditaciones privadas. Había escrito cuatro páginas sobre él desde el día anterior, después de que su vida hubiera dado un giro repentino.
—¿Te has traído alguna lectura? —preguntó Rotham.
—Sí, pero está en mi habitación.
—No está bien que vayas así por el pasillo para ir por ella.
—Supongo que no —reconoció Tess.
—Siempre puedes sentarte y conversar.
Pero aquélla no era una buena idea, y mucho menos cuando le resultaba tan difícil dejar de pensar en su pecho desnudo. Tomó otro largo trago de brandy y trató de no demostrar que le ardía en la garganta.
—¿Piensas dejarte los cabellos recogidos de ese modo? —preguntó él.
—No había pensado en ello.
—Deberías soltártelos.
—Tal vez sí —convino Tess.
Cuando él cortésmente le recogió la copa y la depositó en la mesita, ella se quitó las horquillas del pelo. Un hermoso manto de lustroso cabello negro le cayó por los hombros.
Rotham detuvo su mirada mientras la observaba.
—Nunca te había visto con el cabello suelto —señaló, al tiempo que disfrutaba de la visión.
Entonces se levantó, lentamente. Tess se quedó paralizada en su sitio mientras él le pasaba los dedos por un largo mechón.
A continuación, Ian extendió la mano hacia su mejilla y la acarició con ligereza. Ella se estremeció. La inquietaba intensamente que aquel hombre la tocara.
Aún la inquietó más pensar que Rotham pudiera besarla, pues sospechó que aquélla era en verdad su intención cuando, con suavidad, le levantó la barbilla con el pulgar.
Sus grises ojos la mantuvieron embelesada durante largo rato. Podía distinguir cómo le martilleaba el corazón mientras su mirada vagaba hacia su boca. Precisamente, el día anterior había pensado que sus labios serían duros como el resto de su cuerpo, pero ahora ya no podía engañarse.
Cuando Rotham inclinó la cabeza para rozar aquella boca de terciopelo con la suya, Tess suspiró y se inclinó hacia él de manera involuntaria... Pero, en cierto modo, encontró la suficiente fuerza de voluntad para volver la cabeza a un lado y presionar el pecho desnudo de él con las palmas de las manos.
—Dijiste que tratarías nuestra unión como un contrato —exclamó sin aliento—. Que me beses no forma parte de ningún contrato.
—No, pero es el mejor modo de vencer tu temor hacia mí.
—Yo no te tengo miedo, Rotham.
Él sonrió, divertido.
—No te temo —insistió Tess—. Estoy sufriendo el nerviosismo normal de toda doncella en su noche de bodas.
—Ya te lo dije, no haré nada que tú no quieras.
—Me estabas besando ahora, a pesar de que yo no lo deseo.
—¿Estás segura?
Desde luego que no lo estaba. Sólo sabía que no quería representar una desastrosa repetición del día anterior, cuando se había dejado llevar completamente por sus sentidos.
Sin embargo, ahora volvía a suceder lo mismo sólo por estar tan cerca de Rotham.
¿Cómo podía pensar mientras las puntas de sus dedos estaban resiguiendo las líneas de su garganta? ¿Cómo hacerlo cuando el cálido remolino de su aliento le acariciaba los labios y le robaba el sentido?
Tess tuvo la impresión de perder la conciencia cuando Rotham le cubrió de nuevo la boca con la suya y, sin embargo, a diferencia del día anterior, esta vez su beso fue suave y sensual. No había esperado tanta ternura de él, pero aquello era exactamente lo que le estaba dando. Frotaba sus labios sobre los de ella, midiendo su suavidad, provocando que un nuevo estremecimiento de placer se deslizara por su columna y se acumulara en su vientre.
La realidad parecía desvanecerse. En su lugar, aparecía una sensación íntima y abrumadora. Tess se sentía aturdida, como si estuviera cayendo poco a poco en un torbellino. Cerró los ojos y se balanceó tan débilmente que Rotham tuvo que sujetarla por la cintura. Entretanto, su boca era como un fuego tierno que enviaba un calor que le bañaba la piel y todo el cuerpo.
Ella no era consciente del paso del tiempo, pero cuando Rotham, por fin, levantó la cabeza, Tess se quedó inmóvil aferrándose a sus hombros desnudos.
—¿Qué más puedo hacer para que te relajes? —le preguntó con aquella voz queda, ronca y suavemente áspera.
Tess abrió los ojos muy despacio y parpadeó. Su expresión le pareció dulce y sus ojos tan cálidos como nunca. No era capaz de articular una sola palabra.
Al ver que no respondía, él volvió a sonreír.
—Deberíamos acostarnos, amor.
Su sugerencia fue como una ducha de agua fría que hizo que Tess se pusiera rígida.
Retiró rápidamente las manos de su cuerpo semidesnudo y dio un brusco paso atrás.
Ante su reacción, Rotham ladeó la cabeza.
—Nunca pensé que fueras una cobarde.
Tess tragó saliva y trató de recobrar la compostura. Ella no era una cobarde. Y se negaba a permitir que sus nervios pudieran dominarla, en especial ante aquel hombre.
—Tienes razón. Eso es absurdo.
Se volvió y dio la vuelta en torno a las columnas del final, hasta el extremo más alejado de la cama. Se mantuvo de espaldas a Rotham mientras se quitaba la bata, dejando que sólo viera ligeramente el camisón que la cubría. Luego se metió en el lecho y se cubrió con las sábanas hasta la barbilla.
El silencio que siguió fue interrumpido tan sólo por el quedo chasquido del fuego y el susurro de la ropa mientras Rotham se desnudaba. Tess miró hacia otro lado hasta que le oyó moverse por la habitación.
Preguntándose qué se proponía, miró por encima del hombro y vio que estaba apagando las lámparas. No obstante, lo que llegó a atisbar de él la sobresaltó. No llevaba bata, ni siquiera camisa de dormir.
Muy a su pesar, no podía desviar la mirada. Rotham siempre había sido fascinante, algo prohibido para ella. Al resplandor de la luz del fuego que aún iluminaba el dormitorio todavía le resultaba más intrigante. Era lo bastante vital y viril como para quitarle el sentido, y su cuerpo desnudo se veía esbelto y bien formado con lustrosos músculos.
Era lógico que tuviera un cuerpo así, pues practicaba deporte y era miembro del círculo Corinthian. Además, endurecía sus músculos con equitación, esgrima y boxeo en el salón de Gentleman Jackson.
—¿Piensas dormir desnudo? —le preguntó en voz alta mientras él avanzaba hacia el lecho.
—Sí, es mi costumbre.
Dejó caer su peso en el colchón y por el crujido de las ropas Tess advirtió que había ocupado su lado de la cama.
Transcurrieron varios minutos, pero aunque Tess cerró los ojos y deseó que el sueño la doblegara, su tensión nerviosa parecía incrementarse. Estaba lo más lejos posible de su esposo desnudo, pero aun así él yacía a menos de un brazo de distancia de ella.
Su indiferencia la molestó, en cierto modo. Tess se tomaba a mal que Rotham sólo pensara en quedarse dormido. Pero, claro, a él no le habían afectado tanto los sensuales besos que le había dado.
Tras otros diez minutos, sus nervios empeoraron. Rodó sobre el otro lado, tratando de encontrar una posición cómoda, pero la comodidad la esquivaba, al igual que la calma.
Por fin, abrió los ojos. Vio que Rotham yacía de lado, de espaldas a ella, respirando con regularidad.
—¿Estás durmiendo, Rotham? —susurró.
—No.
Ella se incorporó sobre un codo.
—Tal vez tienes razón, sería mejor acabar con esto.
—¿Acabar con qué?
—Con la consumación.
Se produjo un largo silencio.
—¿Por qué? —preguntó.
—Porque entonces no me pasaré aquí toda la noche esperando lo peor. Acaba con esto, por favor.
—No voy a precipitar la consumación, querida. No, hasta que estés dispuesta y seas complaciente, incluso amorosa.
Tess se tendió de espaldas y miró el dosel que tenía sobre su cabeza contemplando vagamente las sombras vacilantes procedentes de las llamas del hogar.
—¿Cómo puedes dormir así, sin más?
—No creo que pueda conseguirlo mientras estés agitándote como un pez que ha caído en tierra —repuso Rotham con sequedad, rodando sobre su espalda.
—Lo siento —se disculpó ella, aunque sin ser sincera—. Es que no puedo creer que con esa fama que tienes de libertino perverso no te estés comportando como tal.
Él enlazó las manos tras la cabeza.
—La verdad es que me cuesta creer que sea capaz de mostrar tan notable control, teniendo una mujer hermosa en mi lecho y no haciendo otra cosa que dormir.
La consoló el hecho de que, por lo menos, la considerase hermosa. Pero Tess dudaba de que la incertidumbre fuese un gran problema para él.
Se preguntó por qué se negaba a reclamar su virginidad. Ella había pensado que Ian se demoraba en consideración a su sensibilidad. Pero podía estar dejando pasar el tiempo simplemente para atormentarla. O quizá pretendía hacerle rogar que la tomase.
Pues bien, no le iba a dar esa satisfacción. Lo malo era que, claro está, iba a sufrir más que él si mantenía con obstinación su promesa...
Estaba pensando qué decir cuando Rotham habló de nuevo:
—Diría que sientes curiosidad por saber qué te estás perdiendo.
—Mi amiga Fanny me contó lo que debía esperar de esta noche y cómo se llevan a cabo las relaciones carnales.
—Oír simplemente una descripción de las relaciones sexuales no es lo mismo que experimentarlas. Debes sentir pasión. Puedo proporcionarte un gran placer si me lo permites.
—No lo dudo. Tu reputación te precede.
Él volvió la cabeza en la almohada para mirarla.
—Tu amiga Fanny no puede ser tu informadora. Nunca he estado con ella.
—Has estado con alguna de sus colegas.
—¿Qué te dijo Fanny sobre mí?
—Sólo que eras un amante sumamente experto. Y que debía dejarte a ti la seducción.
—Deberías considerar seguir su consejo —sugirió Rotham—. Dijiste que deseabas conocer la pasión, ¿recuerdas? Podrías aprovechar perfectamente esta oportunidad.
Como marido y mujer, podemos entablar legítimas relaciones carnales sin suscitar escándalo alguno.
—Ya no temo al escándalo —repuso Tess—. Esa puerta ya está totalmente abierta.
Rotham rodó a un lado y volvió el rostro hacia ella. Tess pudo ver su expresión contemplativa a la tenue luz dorada.
—Cierto. Así pues, algo más debe de preocuparte. ¿Puedo suponer de qué se trata?
Te preocupa que si disfrutas demasiado con mis atenciones sexuales, eso me dará ventaja sobre ti.
Tess se preguntó cómo lo había adivinado.
Debió de mostrar la sorpresa en su rostro, porque él sonrió.
—Prometo no utilizar tu placer contra ti.
—Muy galante por tu parte.
—Sería más galante si pasara por alto mis escrúpulos y consumara nuestro matrimonio, estuvieras o no deseosa de hacerlo.
—¿Tienes escrúpulos? —replicó ella.
—Alguno.
—¡Qué sorpresa!
De nuevo asomó a sus ojos aquel brillo de humor.
—¿No te ha dicho nunca nadie que tienes una boca insolente?
—No, nunca.
—Pues bien, la tienes.
—Eso es porque sabes sacar lo peor que hay en mí.
—No he dicho que tu insolencia sea algo malo. De hecho, más bien admiro tu afilada lengua. Pero creo que estás utilizándola de manera intencionada para mantenerme despierto.
Ella no pudo evitar sonreír.
—¿Por qué debería ser la única en pasarme la noche dando vueltas en la cama?
El largo suspiro de Rotham expresaba diversión y exasperación.
—Si dejas que te muestre que no hay nada que temer, tal vez puedas dormir.
Entonces tocó la comisura de la boca de Tess. Cuando él movió su cuerpo acercándose, la joven separó los labios sin decir palabra.
Que los cielos la ayudaran, pero deseaba que él volviera a besarla.
Aunque cuando ladeó el rostro levantándolo hacia el suyo, él negó con la cabeza.
—No voy a besarte, querida.
—¿Qué te propones hacer entonces?
—Sencillamente, excitarte. Para que sientas la pasión, tu cuerpo debe estar preparado.
Se apoyó en el codo y le apartó las sábanas hasta la cintura. Luego movió su mano hacia arriba de nuevo, deslizándola sobre la elevación de sus senos hasta el escote de su camisón.
—La próxima vez tendrás que llevar tú la iniciativa, amor, pero por ahora puedes dejármelo todo a mí.
Tess se puso automáticamente en tensión, pero Rotham mantuvo sus movimientos lentos y sin apresurarse mientras desabrochaba los botoncitos de la parte delantera de su camisón, lo que demostraba su habilidad y experiencia en liberar a las mujeres de sus ropas. Tras haber desabrochado el camisón, deslizó las manos en el interior. A
Tess le faltó la respiración cuando su cálida palma rozó sus pezones, que se pusieron tensos y duros de pronto.
Durante largo rato él sólo se dedicó a explorar los contornos de sus senos a su aire, sosteniendo aquellas maduras ondulaciones y rozando los tensos pezones con su pulgar. Tess se sonrojó cuando él separó el tejido para exponer los senos desnudos a su mirada.
Rotham bajó los párpados y se la quedó mirando a la luz del fuego, y a los plenos montículos coronados por rosados pezones.
—Eres una de las mujeres más encantadoras que he conocido.
A ella le resultó difícil hablar superando la repentina ronquera de su voz.
—Y tú... eres un maestro haciendo halagos. Sin duda tus elogios forman parte de tu repertorio.
—Subestimas enormemente tu atractivo. Ahora silencio, amor, y permíteme continuar.
Tu única tarea consiste en cerrar los ojos y sentir, nada más.
A Tess le resultaba difícil confiar bastante en Rotham para entregarse a él por completo, pero obedeció y cerró los ojos.
Sin utilizar la vista, sus otros sentidos se volvieron más agudos. El roce de sus dedos era sólo como un susurro sobre su piel, pero sentía la presión con más intensidad que antes. Los acelerados latidos de su corazón parecían asimismo más sonoros, como la ronca nota de la voz de Rotham cuando dijo:
—¿Qué sientes cuando jugueteo así con tus senos...?
Resiguió ligeramente cada areola antes de atender a los pezones. Cuando tiró de ellos, provocó en ella un suave grito. Las puntas de sus senos estaban duras y doloridas bajo sus dedos curvados, y ella se agitó con impaciencia.
Su respuesta estimuló más a Rotham, porque bajó la boca hasta un seno.
—¿Qué sientes... cuando saboreo tus pezones? —inquirió, pasando la lengua ligeramente por uno de ellos.
Tess profirió otra intensa aspiración mientras la inundaba el placer. Entonces, Rotham comenzó a acariciarla suavemente con la lengua. El calor estalló en su interior. Se sentía aturdida por las sensaciones de su mano moldeando la suave piel de sus senos mientras con la boca obraba su magia. Arqueó la espalda impotente, ansiando más de su contacto.
—Relájate, amor, y déjame darte placer...
Tess se preguntó cómo podía relajarse mientras él le lamía los senos uno tras otro.
Trató desesperadamente de recordar las instrucciones de Fanny. «Respira», era la primera norma. «Piensa en algo desagradable, como una visita al dentista o una alumna rebelde en una de tus clases en la Academia Freemantle. Si todo eso falla, cuenta hasta cien.»
Comenzó a contar, pero sólo llegó hasta «doce» antes de que Rotham desviara la atención de sus senos desnudos. Buscando bajo las sábanas, pasó la mano rozando sobre su camisón y bajo su estómago en un ligero y seductor masaje. Cuando, con deliberación, llegó a su sexo, Tess gimoteó y le asió el brazo.
Sin embargo, Rotham se liberó fácilmente de su mano y empujó más abajo las ropas para dejar a la vista el resto de su cuerpo. Para su sorpresa, a pesar de estar desarropada no sintió el menor frío. En lugar de eso, le estaba entrando calor.
Pensó que él planeaba quitarle el camisón, pero se limitó a levantar el borde hasta llegar a sus caderas. Su cálida palma fue a descansar sobre el interior de su muslo y luego la deslizó con lentitud hacia arriba.
Tess se tensó bajo su mano, sin protestar cuando él enredó los dedos en los negros rizos de su sexo. Pero cuando los extendió suavemente para explorar los pliegues del mismo, abrió con brusquedad los ojos.
—Estás mojada y henchida para mí. Buena señal.
Mantuvo su mirada en la de ella mientras bordeaba la lustrosa hendidura de su feminidad con exquisito cuidado, jugueteando con el diminuto capullo allí oculto. Tess se estremeció ante el fuego que se extendía por su piel. Se sentía húmeda. Era dulcemente doloroso y deseaba aún más. Sin voluntad propia, levantó las caderas, tensándose contra su contacto, solicitando más del delicioso placer que sus hechiceras y descaradas caricias excitaban en ella.
Su anhelo creció cuando él prosiguió con sus tiernos servicios. Rotham la acariciaba con la habilidad de un hombre que conocía a las mujeres, asiendo su desnudo centro con la palma y deslizando luego su dedo corazón sobre la hendidura y penetrando en su interior, sólo un poco. Cuando el pulgar frotó el henchido capullo que allí había, el denso dolor de su núcleo se tornó agudo y Tess gruñó.
—Eso es —murmuró él con aprobación—. Hazme saber lo que sientes.
Entonces, levantándose ligeramente, Rotham cambió de posición y se arrodilló entre sus piernas. Extendió con las manos sus muslos, separándolos y desnudando todos sus secretos femeninos. Tess se sintió abierta y vulnerable mientras él se inclinaba sobre ella.
Rotham posó la boca en su muslo y comenzó a moverse hacia arriba, siguiendo el anterior sendero de su mano y depositando ardientes besos en su piel. El estómago se le encogió en un nudo. No obstante, aún la sorprendió sentir su cálido aliento contra su centro.
Tembló violentamente al adivinar sus intenciones. Ante el tierno contacto de su boca sobre su carne más sensible, se agitó bruscamente, levantando las caderas y casi saliéndose del colchón.
—Tranquila —susurró él deslizando las manos bajo sus nalgas para mantenerla firme.
Hundió la morena cabeza de nuevo y posó un beso contra su sexo. A Tess la sacudió otro estremecimiento y hundió los dedos en sus espesos cabellos.
Él siguió acariciándola con la lengua, con infinita delicadeza, hasta que Tess rindió su cuerpo con desvergonzada voluptuosidad. Proyectaba el aliento en roncos jadeos.
Cerró los ojos y agitó desesperada la cabeza de acá para allá sobre la almohada. Su cuerpo ardía y ansiaba alguna distante satisfacción que parecía eludirla. Era como estar en el borde de un precipicio, a punto de caerse...
Se asía a él ciegamente mientras Ian, con su ardiente lengua, rastreaba por todas partes sobre su piel, dulcemente dolorida, acosando el capullo de su sexo con un suave e inteligente ritmo. Con un gemido, Tess se arqueó contra su boca buscando el final.
Sin embargo, no fue hasta que él cerró los labios sobre el tenso capullo y chupó con suavidad cuando le sobrevino la primera fiera sacudida de éxtasis.
Tess sollozó, respirando con fuerza. Ya no tenía ningún control sobre las respuestas de su cuerpo. Todo su ser latía con una pasión ardiente que nunca había sentido antes.
Un último beso implacable de Rotham le puso los nervios de punta. Gritó al tiempo que se sentía destrozada y estallando en llamas. El fuego que ardía en ella surgía del interior.
Cuando por fin se sosegó, las secuelas la dejaron palpitando, candente. Sentía las extremidades débiles, totalmente laxas, y su cuerpo desmadejado de placer.
Con un último y tierno beso en el muslo, Rotham volvió a tenderse junto a ella y la acogió en sus brazos, con el rostro hundido contra su hombro.
Pareció transcurrir una eternidad hasta que Tess recobró lo suficiente sus sentidos como para ser consciente de su posición. Descansaba la mano sobre el pecho cálido y duro de Rotham, mientras que, más abajo, él presionaba su caliente virilidad contra su muslo.
Cuando Rotham la soltó al cabo de un rato, Tess abrió los ojos y descubrió que Rotham había cerrado los suyos, como si sufriera dolor.
Dirigió la mirada hacia abajo, a sus caderas y sus ingles desnudas, comprendiendo que él no era tan indiferente como simulaba. Estaba enormemente excitado.
A ella se le cortó el aliento ante la vista de su miembro, tan grande y henchido. Grueso y sombríamente rígido, le sobresalía por entre el rizado vello negro de sus ingles, con los pesados sacos debajo.
—¿Deseas...? —La voz le surgía como un ronco graznido, por lo que se detuvo.
Él abrió los ojos.
—¿Si deseo qué, amor?
Tess tragó saliva y lo intentó de nuevo:
—¿Buscar la liberación? Fanny dice que puede ser doloroso para los hombres quedarse hinchados de este modo.
—Sobreviviré.
Ella no estaba segura de poder creerle. Aunque cuando trató de tocar con vacilación su miembro viril, él le cogió la mano y la apartó, como si no pudiese soportar tener ningún contacto con ella.
Tess se sonrojó, en esta ocasión por lo embarazoso de la situación y no por la pasión.
Su vergüenza aumentó cuando el quedo tono de voz de Rotham rompió el silencio:
—Tus sonrojos son encantadores, querida, pero poco necesarios ahora que estamos casados.
Al ver que Tess le observaba sin decir palabra, Rotham se incorporó bastante para cubrirles a ambos con las sábanas, y luego se reclinó sobre su espalda y cerró los ojos de nuevo.
Tess se mordió el labio con fuerza. ¿Cómo podía él comportarse como si nada hubiese pasado? La pasión había sido un descubrimiento imponente para ella, un despertar. La increíble ternura de Rotham había confirmado sus sospechas de que las relaciones sexuales podían ser maravillosas con un amante considerado.
Aunque la consideración de Rotham había desaparecido por completo, mientras ella yacía conmocionada, esforzándose todo lo posible por comportarse como si no hubiese acabado de experimentar la sensación más extraordinaria de su vida.
Pero lo peor era que aquella sorprendente experiencia la había dejado ansiando aún más sus caricias. Mucho más.
Sin embargo, Rotham estaba ignorándola otra vez.
Se prometió a sí misma que ella podía interpretar su papel si se veía obligada a hacerlo. Ciertamente, sería mejor que pudiera simular el mismo desinterés que él le demostraba.
—Gracias —le dijo infundiendo suavidad a su tono—. Esto... ha sido... una experiencia edificante.
Se produjo una larga pausa.
—¿Eso es todo?
Parecía algo disgustado, lo que hizo que Tess se sintiera mejor.
—En realidad, ha sido muy agradable pero, por lo general, es lo que esperaba, teniendo en cuenta lo que Fanny me había contado. —Dejó que sus palabras causaran efecto y luego esbozó una sonrisa—. Tenías razón, Rotham. Esto me ha ayudado a calmar los nervios. Acabo de darme cuenta de que estoy bastante cansada tras toda la tensión de los últimos dos días. Tal vez ahora pueda dormir.
Tuvo la inmensa satisfacción de ver cómo se tensaba la mejilla de Rotham mientras mantenía la mandíbula apretada.
Sintiéndose mejor consigo misma por primera vez desde que había comprendido que tenía que casarse con él, Tess rodó por el lecho para situarse al otro lado. Dudaba que pudiese dormir mucho, pero por lo menos ahora el sueño de Rotham tampoco sería muy tranquilo.