CAPÍTULO 18
«¿Me atreveré a creer a Ian cuando dice que me ama?»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Ian quería seguir a Tess a Chiswick de inmediato, pero reunió fuerzas para reprimir aquel apremio. Obligarla a compartir su compañía en aquellos momentos sólo serviría para agravar su aflicción. Sabía que revelar los celos que sentía por su difunto primo y exigir a Tess que escogiera sería un error aún mayor.
Sin embargo, su impotencia le resultaba irritante. Cuando apareció su mayordomo en la puerta de su estudio para preguntarle si deseaba que le sirviese té en su escritorio, Ian casi le lanzó un bufido en lugar de responder con una negativa.
Durante un momento, el habitual gesto impasible de Phyfe desapareció para mostrar asombro. Generalmente, el duque de Rotham nunca descargaba su mal humor sobre sus subordinados.
Pero, por lo menos, la interrupción le hizo olvidar su propio desánimo. Cuando Phyfe murmuró un «Como desee, milord» y se dio la vuelta, Ian llamó al mayordomo:
—Un momento, Phyfe. ¿Sabe dónde se encuentra ahora Eddowes? ¿Está en Bellacourt?
El sirviente negó con la cabeza.
—No, el señor Eddowes está aquí, en Cavendish Square, en la biblioteca. Ha estado trabajando desde hace una hora o más, señor.
—¿De verdad? No le he oído llegar.
—Ha utilizado la puerta de servicio, milord, como suele hacer. ¿Le hago venir?
—No, iré yo a buscarlo. Eso es todo, Phyfe.
Ian se detuvo sólo para despejar su escritorio de papeles y luego se levantó y se dirigió a la biblioteca. Su frustración había alcanzado el máximo. Seguir sentado sin hacer nada no le llevaría a ninguna parte. Tenía que actuar. Pero la cuestión era ¿cómo?
No podía permitir que Tess le dejase. No lo consentiría. Pensaba luchar por ella. Hacía cuatro años, su primo había tenido preferencia. Ya había aguantado demasiado.
Demasiado tiempo, pensó, apretando los dientes. Había mantenido la promesa hecha a Richard mucho después de su muerte, pero ahora ya era hora de seguir su camino.
Tenía que convencer a Tess para que dejase atrás el pasado.
Sin embargo, sabía que sólo había un medio para que ella superara lo de Richard.
Tenía que conseguir que ella le amara. Era la única razón por la que estaría dispuesta a quedarse con él. La única oportunidad que ambos tenían de disfrutar de un futuro juntos.
Por fortuna, era bastante prudente para saber que necesitaba consejo, y sabía exactamente a quién iba a pedírselo. Fanny Irwin había intentado dárselo en una ocasión, pero él había hecho caso omiso de sus buenas intenciones. No obstante, ahora Ian pensaba aceptar la oferta de la cortesana, lo que implicaba preguntar a su prometido, su más reciente secretario, dónde podía encontrarla.
Como esperaba, Basil Eddowes estaba en la biblioteca, estudiando con esmero el catálogo de volúmenes de la colección del castillo de Falwell que había confeccionado.
El hombre se puso bruscamente en pie cuando Ian apareció de repente, solemne.
Luego, cuando Ian distinguió el gran libro abierto sobre la mesa, el secretario se puso a explicarle que había empezado a trabajar en la biblioteca de Cavendish Square.
—No estoy aquí para hablar de la catalogación —le interrumpió Ian—. Ahora sólo deseo saber dónde puedo encontrar a la señorita Irwin. Necesito hablar con ella de un asunto de importancia.
Eddowes le miró fijamente y luego asintió.
—Desde luego, milord. Tiene su residencia privada en St. John’s Wood... en el número 11 de la plaza Crawford.
Ian le dio las gracias de forma brusca y se volvió para marcharse. Pero entonces,
Eddowes le llamó:
—Milord, ¿puedo tener unas palabras con usted?
Ian se detuvo para mirar atrás.
—Sí. ¿De qué se trata?
—Le estoy muy agradecido de que me contratase para tan distinguido cargo, pero quizá no debería seguir por más tiempo en mi puesto.
Ian frunció el cejo.
—¿Por qué no?
—Bien, verá... Nunca entendí que me iba a enfrentar a un caso de lealtades divididas.
Soy leal a la señorita Bl... quiero decir, a la duquesa.
—No esperaba otra cosa —repuso Ian—. Sin embargo, no tengo intención alguna de despedirle a usted, a menos que me dé buenas razones para hacerlo. ¿Ha hecho usted algo para merecerlo, señor Eddowes?
—Eh... todavía no, milord. Pero sé que usted sólo me contrató a petición de la duquesa, por lo que si usted debiera...
Ian levantó una mano, sin paciencia para seguir hablando con su secretario de asuntos que en esos momentos no le interesaban.
—Prefiero proseguir esta conversación en otra ocasión, si es posible, Eddowes.
—Desde luego, milord. Como desee.
Cuando ya iba a salir, en el último instante, lanzó un comentario por encima del hombro:
—¡Ah, Eddowes! En adelante debe utilizar la puerta principal. Usted no es un miembro del servicio doméstico y no debe usar la puerta de servicio.
El secretario se dirigió a él, una vez más:
—Gracias, milord. Yo...
Pero Ian ya había salido resueltamente a grandes zancadas de la biblioteca.
Su cochero encontró la casa de Fanny sin dificultad. La joven doncella que acudió a la puerta principal pareció intimidada cuando le dijo:
—Soy el duque de Rotham y quiero ver a la señorita Irwin.
Sin embargo, la muchacha se inclinó en una tímida reverencia y le hizo pasar a un pequeño pero elegante gabinete. Ante su sorpresa, la cortesana ya estaba acompañada por tres damas, las hermanas Loring.
Habiéndose metido de manera involuntaria en una guarida de féminas refinadas, Ian pensó en retirarse pero, al final, cambió de idea. Necesitaba aliadas en su esfuerzo por ganarse a Tess y, probablemente, sus amigas podrían ayudarle si lograba convencerlas para que se sumaran a su causa.
Fanny también pareció quedarse atónita por la repentina aparición del duque. Se levantó rápidamente del sofá, entre perpleja y alarmada.
—¿Le sucede algo malo a Tess, milord?
—No, no pasa nada malo —se apresuró a tranquilizarla Ian.
La cortesana le dedicó entonces una dudosa sonrisa.
—Me honra con su presencia. Creo que ya conoce a mis invitados, la duquesa de Arden, lady Danvers y lady Claybourne.
Ian esbozó una cortés reverencia ante las tres bellezas. Las dos hermanas Loring mayores —Arabella, condesa de Danvers, y Roslyn, duquesa de Arden— eran altas, esbeltas y rubias, mientras que Lily, la marquesa de Claybourne, tenía los cabellos de color castaño oscuro y una figura más compacta, aunque ágil y femenina.
—Mis amigas están aquí para ayudarme a preparar mi boda, milord —añadió la mujer a modo de explicación—. Pero si busca a Tess, no está con nosotras.
Antes de que pudiera responder, lady Claybourne habló en un tono que le resultó poco amistoso:
—¿Está buscando a su esposa, Rotham? No me sorprendería que hubiese huido de usted. La verdad es que imaginaba que sólo era cuestión de tiempo que usted la echase.
Ian miró entonces a la más joven de las hermanas Loring y la descubrió fijando en él sus ojos, acusadores.
—Le aseguro que yo no he echado a mi esposa —comenzó con amargura, aunque admitiendo que efectivamente, lo había hecho.
—Pero ha conseguido hacerla desdichada —le presionó lady Claybourne—. ¿Puede negarlo? ¿Cómo, si no, hubiese hecho que ella regresase de forma precipitada a Londres sin usted cuando se suponía que estaban disfrutando de un viaje de novios? Ian le dirigió una mirada cortante, mientras que Fanny —que parecía incómoda ante aquel inesperado altercado— se adelantaba hacia él.
—Estoy segura de que usted querrá que hablemos en privado, milord. Tengo un pequeño gabinete arriba, si me acompaña...
Sin embargo, su marcha se vio interceptada por lady Danvers, que entró en la conversación:
—Casualmente estábamos hablando de usted, Rotham.
Su tono sonaba autoritario, quizá por ser la hermana mayor y estar más acostumbrada a llevar la voz cantante.
—Sí —intervino lady Claybourne de nuevo—. Estábamos discutiendo si deberíamos visitarle. Pensaba decirle cuatro verdades, pero Roslyn me disuadió.
Ian se detuvo.
—¿Ah, sí? ¿Por qué me merecía yo sus cuatro verdades?
—Pensé que necesitaba que le recordasen las consecuencias de maltratar a Tess.
Usted responderá ante nosotras, y asimismo ante su primo, el vizconde Wrexham. Tal vez las amenazas de tomar represalias hechas por una mujer no le afecten, pero Damon es otra cuestión. Él protegerá a Tess hasta la muerte, se lo prometo.
Ian miró a lady Claybourne con sus ojos penetrantes.
—Lo único que siempre he deseado es proteger a Tess.
Ella proyectó su delicada barbilla con una obstinación que le recordó a Tess.
—Me permito diferir, milord. Usted la comprometió de modo que se vio obligada a casarse con usted...
—Por favor, tranquilízate, Lily —la interrumpió la duquesa de Arden con su talante sereno—. Estás yendo demasiado lejos.
Roslyn le dirigió al duque una mirada de disculpa.
—Disculpe a mi hermana menor, milord. Lily aún tiene que aprender que no todos los nobles son nuestros enemigos. Acaba de casarse recientemente y lord Claybourne todavía no la ha convencido del todo. ¿Quiere sentarse, por favor?
Él vaciló y luego se acomodó en la única silla que quedaba, mientras Fanny volvía a ocupar su puesto en el sofá.
No obstante, al parecer, Lily no pensaba ceder.
—¿Cuáles son exactamente sus intenciones para con Tess, milord?
Ian retorció la boca con una mezcla de exasperación e ira.
—¿Qué es esto, milady, la Inquisición?
—Tal vez debería serlo. ¿Teme usted decir a las personas que quieren a Tess por qué no deberían acudir en su ayuda?
—Estoy aquí, ¿no? En realidad he venido a buscar el consejo de la señorita Irwin acerca de cómo ganarme a mi esposa.
Su declaración dejó parada a la baronesa. Al ver que se lo quedaba mirando boquiabierta, su hermana Roslyn sonrió de nuevo y dijo con suavidad:
—Tiene mérito por atreverse a desafiarnos a las cuatro juntas, milord. Podemos ser como leonas cuando se trata de una de nuestras amigas más íntimas.
Ian asintió agradecido, mientras Arabella le preguntaba con curiosidad:
—¿Qué quiere decir sobre buscar consejo para poder ganarse a Tess?
—La amo y la deseo como mi esposa —reconoció el aristócrata con mucha más facilidad de lo que había esperado.
Una expresión de alegría iluminó los rasgos de Fanny, que aplaudió.
—¡Eso es maravilloso! ¡Lo sabía! Poseo un buen instinto para estas cosas. ¿Ya le ha declarado su amor, milord? Ése es el primer paso, ya sabe.
Ian fijó en ella su mirada con sosiego.
—No creo que sea tan sencillo.
—Yo sí lo creo. Tess teme que usted sólo le cause más dolor. Tiene que conocer sus sentimientos antes de arriesgarse a corresponder a su amor.
—Sí —convino Lily—. Ella cree que usted le destrozará el corazón. Ya se le hizo añicos una vez.
Ian hizo una mueca.
—Ahí está el problema. Tess aún sigue enamorada de su difunto prometido. Para ella, Richard era un santo.
—Mientras que usted es un demonio —comentó Arabella en voz queda, pero audible.
—Exactamente —repuso él con sequedad—. Pero ya ha pasado bastante tiempo. Ella tiene que seguir adelante con su vida.
—Tess está preparada para emprender su camino con el hombre adecuado —señaló
Lily, todavía con escepticismo—. Tal vez usted no lo sea.
Ian le dirigió una mirada encendida, pero no dijo nada.
Al ver que guardaba silencio, Lily le escudriñó con atención.
—¿Está seguro de que la ama? ¿No alberga ninguna duda?
—Ninguna duda, en absoluto —repuso enfáticamente.
La expresión de Lily se suavizó un poco.
—Entonces tendrá que demostrar que va a ser un buen marido para ella.
—Lo comprendo. Lo que quiero es conseguir que Tess me ame tanto como amaba a mi primo.
—En ese caso, ¿cómo podemos ayudarle a conseguir su propósito, milord? —preguntó Arabella, afable.
Él dirigió su atención hacia la hermana mayor.
—Estoy dispuesto a aceptar cualquier sugerencia que puedan hacerme.
—Eso espero —murmuró Lily—. Conocemos a Tess mejor que nadie. Sería prudente que tuviera en cuenta nuestros consejos.
Ian no pudo evitar divertirse un poco al contemplar su reacio cambio.
—Estoy de acuerdo, lady Claybourne. Estoy acostumbrado a contratar a expertos para que se pongan al frente de mis negocios, y ustedes son, sin duda, más expertas que yo en lo referente a Tess.
Las cuatro mujeres se miraron entre sí y luego Roslyn respondió en nombre de todas:
—Fanny tiene razón, milord. Por encima de todo debe confesarle a Tess que la ama. Ella tiene miedo de entregar su corazón si no va a ser correspondida. Si usted quiere, podemos hablar con ella para saber cuáles son sus sentimientos y ver a qué tiene usted que enfrentarse.
El duque asintió, aliviado ante su oferta.
Cuando salió de Crawford Place, tanto las hermanas Loring como Fanny se habían comprometido a hacer todo cuanto estuviera en sus manos para ayudarle, incluso a defender su caso contra Tess si era necesario. Lo más sorprendente de todo era que había llegado a convencer también a Lily de que hablaba en serio sobre ganarse el amor de Tess.
Ian aún estaba preocupado acerca de sus perspectivas de éxito. Sin embargo, sus consejos le habían dado razones suficientes para tener confianza. Además, ya se había enfrentado antes a enormes desafíos y los había superado. No obstante, en ningún caso lo que se hallaba en juego era tan importante.
Por consiguiente, ordenó a su cochero que regresara a Cavendish Square en lugar de ir en busca de Tess en ese momento. Le concedería la noche para que fuera capaz de asumir lo que había oído de los defectos de Richard. Pero a primera hora de la mañana pensaba dirigirse a Chiswick.
Sin embargo, su desasosiego no amainó. Antes de su matrimonio, Ian cenaba en su club o invitaba a amigos y colegas a cenar a su casa. No obstante, ahora no deseaba la compañía de simples invitados, así que cenó solo en el comedor vacío.
Echaba muchísimo de menos a Tess. Añoraba su calor y sus justas verbales. Le faltaban sus tiernas sonrisas, e incluso su contacto más dulce. Comprendiendo lo rápido que se había despojado de sus costumbres de soltero, Ian se rió para sus adentros.
Estaba enamorado. ¿Por qué, si no, estaría anhelando la presencia de su esposa al igual que alguien sediento quiere beber agua?
Al concluir la cena, Ian se tomó su oporto frente al fuego de su salón. Habían transcurrido unos diez minutos cuando Phyfe le informó de que la duquesa había regresado a casa.
El corazón comenzó a latirle de manera irregular, pero antes de que pudiera hacer nada más que dejar su copa y levantarse, Tess apareció en el umbral.
Phyfe hizo una inclinación desde el salón y cerró la puerta para proteger su intimidad, pero Ian apenas reparó en ello.
Le parecía tener el corazón en la garganta mientras la contemplaba. Ella ya no lloraba, pero se la veía pálida y muy seria.
Cuando Ian se disponía a hablar, Tess le interrumpió levantando una mano.
—Por favor, déjame decir algo antes, Ian.
Se mordió el labio y luego vaciló. Sus ojos negros se veían enormes en su rostro.
Él se esforzó por esperar, sin apenas atreverse a respirar por temor a lo que ella pudiera decirle.
Por fin, Tess murmuró con voz queda:
—No quiero darte la impresión de que aún estoy suspirando por Richard. No es así.
—¿De verdad? —consiguió preguntar, con la garganta tensa.
—No, ya no. —Retorció las manos, como si hiciese acopio de valor. Parecía nerviosa, ansiosa, incluso temerosa. Por último, volvió a romper el silencio. — Te quiero, Ian, y te deseo como mi esposo.
La alegría brotó poco a poco en el interior del noble, aunque todavía se preguntaba si podía confiar en aquel sentimiento.
—¿Me amas? —repitió con torpeza.
—Sí. Y deseo que el nuestro sea un matrimonio de verdad.
El temeroso dolor que sentía se alivió por completo.
—Eso es maravilloso, Tess. Hace años que te amo, aunque nunca lo había querido reconocer.
Ella se quedó mirándolo, escudriñando su rostro con intensidad. Tras un buen rato, la esperanza se encendió en sus ojos negros. Entonces, la misma alegría que Ian sentía inundó sus hermosos rasgos y con un grito de alegría, Tess se lanzó a sus brazos.