CAPÍTULO 15

«Estaba equivocada al creer que podía escapar con el corazón ileso.»

Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard

Ian debió de percibir su consternación, porque levantó la cabeza para examinar su rostro con atención. Al ver que ella prolongaba su silencio, su expresión se ensombreció.

Tess tardó en disimular sus sentimientos.

—Era bastante natural que esta noche me preocupara por tu suerte —afirmó, desviando la mirada para esconder la verdad—. Estaba acostumbrada a preocuparme siempre por Richard. Me pasé dos años preguntándome si volvería entero a casa. Sin duda, esta noche he reaccionado por pura costumbre.

A juzgar por el modo en que Ian se tensó, había dicho algo inoportuno.

—Qué encantador —exclamó él en tono burlón—, saber que estabas pensando en tu difunto prometido mientras tu marido te está haciendo el amor.

Tess se mordió el labio. Había conseguido que se enfadara.

Sin embargo, Ian no le dio ninguna oportunidad de mostrar su pesar por sus inoportunas palabras. Su rostro mostraba irritación. Frunció el cejo cuando se dirigió a ella, mordaz:

—Siempre puedes cerrar los ojos y simular que es Richard quien te hace el amor.

Pero no podía simular tal cosa y sintió una nueva oleada de desesperación. Nunca había intimado con Richard, pero si lo hubiese hecho, su cuerpo sin duda hubiese conocido la diferencia entre los dos hombres. Ian satisfacía sus necesidades como mujer. Le daba la salvaje pasión con la que siempre había soñado. De algún modo, ahora lo comprendía, la completaba, y eso era algo que Richard nunca hubiese hecho.

No obstante, su silencio produjo en esa ocasión un efecto aún más intenso en Ian. Su mirada se tornó dura y fría.

Sin decir palabra, se apartó de ella, la ayudó a ponerse en pie y luego, bruscamente, se alejó.

Sintiendo un doloroso vacío, deseó ir en su busca y volver a estrecharlo en sus brazos.

Pero en lugar de eso, se recostó débilmente contra la pared que había tras ella para apoyarse.

La conmocionaba la angustiosa verdad: no preferiría a Richard en su lecho aunque pudiera tenerlo. Sólo deseaba a Ian.

Cerró los ojos sintiendo una culpabilidad terrible, y eso a pesar de reconocer el peligro en que se encontraba. Su deseo por Ian la asustaba. Si estaba tan loca por él, él la reduciría a cenizas. Era un hombre que nunca había estado enamorado, que nunca había deseado amar a nadie, y menos a una mujer a la que había desdeñado largamente y con la que se había visto obligado a casarse.

Le oyó murmurar un juramento mientras comenzaba a desnudarse. Tiró su chaqueta en una silla y le dirigió una sombría mirada.

—Puedo entender que hayas conservado religiosamente a san Richard en tus recuerdos, pero algún día tendrás que aceptar que se ha ido y olvidarte de él.

Tess tragó saliva. Sabía que debía disculparse por haberle dado antes una impresión errónea.

—Lo siento, Ian. No pretendía dar a entender que sólo pensaba en Richard. Desde luego que me importa lo que te suceda a ti.

Él agitó la mano para interrumpirla.

—No tiene importancia. ¿Piensas quedarte levantada toda la noche? —le preguntó en tono impaciente y autoritario—. Si no, deberías acostarte. Me gustaría dormir unas horas. Mañana temprano tengo que ir a Falmouth para presentar cargos contra Banks y sus secuaces.

Tess sintió que también se ponía tensa, pero irguió la barbilla, negándose a dejarse intimidar por la ira de Ian. Tal vez su dura reacción fuese para bien. Así, ella podría utilizar la acritud que bullía entre ambos para protegerse.

Apartándose de la pared, se acercó hasta la jofaina para lavarse. Luego se dirigió a la cama y se metió en ella. Se subió las sábanas hasta la barbilla y consiguió mantener un tono sorprendentemente sosegado cuando le habló:

—Puesto que mañana estarás ausente, ¿podríamos hablar de nuestro próximo futuro? Por diversas razones, preferiría regresar a Londres cuanto antes. En primer lugar, Ned necesita mejores cuidados y conozco a un buen médico allí que sabe tratar las necesidades especiales de los veteranos. Y Fanny está ansiosa por regresar para romper con su pasado y luego casarse con Basil. Además, yo debería estar planeando pronto mi próxima obra de caridad. Será otra velada musical, y hay mil detalles de que encargarse si quiero que sea un éxito.

—Muy bien —repuso Ian secamente mientras se despojaba de la última de sus prendas.

—¿Qué significa eso? —preguntó Tess.

—Estoy de acuerdo, deberías volver a Londres. De hecho, deberías irte mañana... y llevarte a Eddowes contigo. Mi biblioteca ya está catalogada, por lo que no necesitamos seguir manteniendo el pretexto de que se le necesita aquí. Imagino que no te hace falta que te acompañe, ¿verdad? Ya he cumplido mi papel haciendo de casamentero para tus amigos.

Ante palabras tan frías, Tess no respondió, diciéndose a sí misma que se sentía agradecida porque él no protestara por su marcha repentina. Ella se había dado cuenta de la amargura que había en su voz cuando había dicho que ya no le necesitaba.

Al cabo de unos momentos, él apagó las lámparas y se reunió con ella en la cama. Sin embargo, no la abrazó, como solía hacer. En lugar de eso, le dio la espalda.

Tess también se apartó de él, alegrándose del espacio que les separaba. La oscuridad que reinaba en el dormitorio estaba aliviada solamente por el tenue resplandor del fuego. Sin embargo, en lugar de cerrar los ojos, se quedó observando las vacilantes sombras que proyectaban las llamas.

Aún se sentía muy agitada al darse cuenta de que no podía controlar su deseo por Ian.

Había ansiado creer que la avidez que la había invadido era simplemente una debilidad del cuerpo, una obsesión de la mente. Pero se estaba engañando.

Lo que estaba sintiendo era una flaqueza del corazón.

Fanny estaba equivocada al pensar que la pasión no conduce a emociones más tiernas. Tess ahora lo sabía. Ella no podía, simplemente, hacer desaparecer sus sentimientos por Ian. Era demasiado tarde para confiar que pudiera salir ilesa de tal intento.

Él era un amante exigente, atractivo, peligroso, que la hacía sentir cosas por él que nunca había experimentado por Richard... Por eso se sentía todavía más culpable.

Mientras yacía de cara a la pared, Tess se estremeció al darse cuenta de otra amarga verdad: podían haber vencido al fantasma del castillo, pero el fantasma de Richard aún les obsesionaba.

Con gran alivio por su parte, Ian ya se había marchado antes de que Tess despertase por la mañana. Tras desayunar, encargó a Alice que preparase su equipaje mientras ella escribía mensajes de despedida al párroco Potts y a otros vecinos de Falwell.

Luego dio las gracias a los Hiddleston y a los sirvientes del castillo y prometió volver a visitar Cornualles pronto.

Caía una fría lluvia cuando el carruaje partió para Londres. Ned se había resistido a viajar en el interior como la alta burguesía, alegando que era más propio que él compartiera el asiento con Spruggs, el cochero, y más cómodo además, insistiendo en que «una gota de lluvia no me molestará». Por consiguiente, sólo había cuatro pasajeros dentro del coche. Alice se encontraba junto a Tess, mientras que Basil y Fanny se hallaban en el asiento de enfrente.

Tess trataba de fingir que estaba contenta mientras le daba vueltas a la cabeza y miraba por la ventanilla. Sin embargo, no podía evitar que el mar le pareciera una apagada lámina de metal arrugado... gris y frío como su corazón.

Se alegraba profundamente de tener la oportunidad de estar separada de Ian, aunque fuese de modo temporal. Cuando él la siguiera a Londres, quizá se le hubiera ocurrido ya algo mejor para ahorrarse el dolor y la congoja que se avecinaban.

Por lo menos, la perspectiva de felicidad de sus amigos sí iba viento en popa. Fanny dejaría atrás muy pronto y para siempre el mundo de las cortesanas, a veces divertido y otras desesperante. Tras el enlace, Tess se proponía utilizar sus nuevos contactos sociales como duquesa de Rotham para ayudar a la antigua cortesana a ganar respetabilidad. Con tan elevado rango, su influencia sería considerable y la sociedad tendría que aceptar a la cortesana; sus palabras, además, se verían apoyadas por el poder y la influencia de sus otras amigas íntimas, las hermanas Loring, que acababan de entrar en la nobleza por matrimonio.

Entretanto, ésta se proponía perseverar en su retorno a una vida decente. Había vendido hacía poco su gran casa de Londres, que había albergado la casa de citas que regentaba, para que pudiera residir y escribir en su casa particular, mucho más pequeña, de St. John’s Wood, al norte de Hyde Park. Hasta la boda, Basil seguiría alojándose en la antigua casa de Fanny y viajaría a diario allí donde su nuevo patrono le pidiera, ya fuese a la mansión londinense de Rotham en Londres, en Cavendish Square, o a Bellacourt en Richmond.

Fanny también planeaba intentar un acercamiento con los miembros de su familia en Hampshire. Su madre, en particular, apenas le había dirigido la palabra desde que se lanzó a su carrera de cortesana durante todos aquellos años.

En cuanto a Tess, con su matrimonio tambaleándose, no sabía dónde iba a vivir. Eso no se aclararía, por lo menos, hasta que decidiera cómo proceder con Ian.

Ahora mismo era poco aconsejable que residieran en Bellacourt, y menos con Ian ausente. Jamie, su pequeño pupilo, no entendería con facilidad cuál sería el papel de ella en su vida. Una criatura sin madre podía encariñarse demasiado con ella, y Tess sabía que, a su vez, ella también podía acabar sintiendo lo mismo por aquel pequeño.

Sería doloroso para ambos que formasen un vínculo que luego tuviera que romperse si Ian y ella acababan viviendo separados.

Pero lo que más temía era el dolor que Ian podía causarle a ella. Compartir su lecho, su mesa de desayuno, su vida cotidiana... resultaba bastante peligroso. Sin embargo, se recordó a sí misma que si se arriesgaba a crear una familia con Ian, ella acabaría por ser mucho más vulnerable al dolor. Anhelaba tener hijos propios, e incluso ahora podía estar embarazada, dada la apasionada frecuencia de sus relaciones amorosas.

Pero, de no ser así, necesitaba mantener tanta distancia física como emocional de su marido como le fuera posible.

Además, sus obras de caridad requerían que permaneciera en Londres, por lo menos algunos días. Tenía docenas de visitas que hacer a sus principales benefactores, para así apuntalar su apoyo tras su repentino matrimonio.

Y de manera más inmediata, Tess quería encontrarse cerca de Ned, de modo que él no se sintiese abandonado entre desconocidos cuando ingresara en el hospital Marlebone.

Lo mejor en aquellos momentos sería instalarse en la casa de Ian en Cavendish Square, a pesar de que no estaba especialmente entusiasmada con la idea de enfrentarse a otro equipo de sirvientes desconocidos en su nuevo papel como duquesa de Rotham.

Al pensar en ello, Tess hizo una mueca y se esforzó por incorporarse a la discusión sobre el final de la novela de Fanny. Le apetecía ayudar a tramar un castigo merecido para el villano, y más cuando temía que su propia historia iba a acabar mal.

Llegaron a Londres dos días después. El carruaje de Tess dejó a Basil en la antigua casa de Fanny, y luego condujo a ésta a su hogar de St. John’s Wood, para dirigirse después al hospital Marlebone con Ned.

El que Tess ya conociera al preeminente doctor Otto Geary le sirvió para conseguir que atendiera de inmediato al veterano y que su ingreso como paciente fuera rápido. Pero todo eso no sirvió para evitar la alarma en los ojos de Ned.

—No tiene nada que temer, Ned —le prometió Tess adoptando su tono más tranquilizador—. Mi primo Damon construyó este hospital y yo he conseguido fondos para instalar una ala para veteranos, por lo que el señor Geary estará encantado de ayudar a uno de nuestros amigos. Y usted, desde luego, es mi amigo, Ned. El señor

Geary le cuidará muy bien. ¿A que sí, señor Geary?

El corpulento y rubicundo caballero respondió sonriendo con afecto:

—Desde luego, milady. Si no fuese por usted y por lord Wrexham, yo aún estaría realizando un trabajo subalterno en un pueblo perdido y este hospital ni siquiera existiría.

—¿Lo ve, Ned? —Dijo Tess, dándole palmaditas en la mano—. Aquí será un huésped respetado, y no sólo porque es mi amigo. Además es un valiente soldado, un héroe.

Pienso contarles a todos mis conocidos cómo contribuyó a atrapar a una banda de ladrones en nuestra casa de Cornualles. Y si me necesita por cualquier motivo, sólo tiene que pedirle al señor Geary que me envíe un mensaje y vendré inmediatamente.

Ante sus tranquilizadoras palabras, Ned pareció, por fin, relajarse e incluso consiguió esbozar una débil sonrisa.

—Gracias, señora. Es usted tan buena como mi hija Sal; sí lo es.

Tess estrechó su huesuda mano.

—Ése sí que es un gran cumplido.

Antes de dejar a Ned un cuarto de hora después, se comprometió a visitar el hospital la tarde siguiente, en cuanto regresara de Chiswick.

Aunque fatigada por viajar tras el duro trayecto recorrido desde Cornualles, Tess decidió que era mejor regresar primero a su propia casa. No sólo necesitaba recoger a su compañera, Dorothy Croft, para que le prestara su patrocinio cuando visitara a sus benefactores para tranquilizarlos, sino que también deseaba recoger lo que sabía que sería una montaña de correspondencia que se habría cubierto de polvo en su ausencia.

Spruggs condujo el carruaje durante la restante hora bajo una lluvia torrencial. Tess se sintió feliz al llegar a casa y reunirse con Dorothy. La distraída anciana afirmaba haberla echado mucho de menos y encargó que prepararan de inmediato una cena caliente, tratando a Tess como si fuera una querida hija pródiga.

Tras una larga parrafada con Dorothy, Tess se retiró a sus habitaciones para pasar la noche. Debería haberse sentido complacida por dormir sola en su propia cama, pero pese a lo cansada que estaba, se despertó varias veces y, para su gran consternación, se encontró deseando que el cálido y protector cuerpo de Ian estuviera allí.

A la mañana siguiente, buscando una distracción, emprendió la revisión de su correspondencia con una determinación implacable. Todo le resultaba irónico.

Sumergirse en su obra era su modo normal de enfrentarse a sus más sombrías emociones, y sus emociones, en aquellos momentos, eran igual de contradictorias como su inicial disgusto al verse casada con su antagonista durante tanto tiempo, Ian Sutherland, duque de Rotham.

Era casi mediodía cuando Tess encontró una letra bancaria que le recordó su matrimonio una vez más. La importante donación procedía de uno de sus más generosos benefactores y estaba fechada el día de la representación teatral de aficionados que tuvo lugar en la finca de su madrina en Richmond, el mismo día en que había besado a Patrick Hennessy, los habían descubierto y eso había desencadenado los acontecimientos que habían dado un vuelco a su futuro.

Cuando examinó con más detenimiento la letra que la acompañaba, la firma que figuraba al pie le hizo fruncir el cejo. Había visto el mismo garabato apresurado hacía muy poco: el del señor Daniel Grimshaw, el mismo abogado que había firmado los documentos que detallaban su convenio matrimonial.

Cuando Ian le había entregado el paquete de documentos legales en su primera noche en el castillo de Falwell, ella había estado demasiado preocupada en aquel momento como para reparar en ningún detalle.

—Qué extraña coincidencia —murmuró.

El señor Grimshaw contribuía regularmente con las Familias de los Soldados Caídos, así como con un orfanato que ella patrocinaba. Sin embargo, nunca se había dado cuenta de que su firma representaba los intereses legales de su marido.

Tess dejó a un lado la letra bancaria, aunque no pudo reprimir el inquietante sentimiento de que había algo que se le había pasado por alto. Cuando regresó a Londres después, aquella tarde, decidió que enviaría una nota a Patrick Hennessy para acordar una cita. Necesitaba hablar con él acerca de su próxima obra benéfica —un concierto que debía celebrarse en el teatro Drury Lane a comienzos de diciembre— y aprovecharía la oportunidad para preguntarle qué sabía acerca de las contribuciones del señor Grimshaw.

Por fortuna, Ned no había empeorado cuando le visitó en el hospital Marlebone aquella tarde. Su médico aún no estaba preparado para dar un pronóstico, pero Ned parecía encontrarse casi en casa entre sus compañeros veteranos, jugando a las cartas con una mano mientras intercambiaban fanfarronadas sobre sus hazañas durante sus días de servicio en el ejército.

Cuando la vio, Ned se levantó rápidamente y se apresuró a saludarla. En sus ojos brillaba una nueva luz que a Tess le llegó al corazón, además de lo que le dijo acerca de cómo había dormido la noche anterior.

—He dormido como un tronco, milady. Mejor de lo que puedo recordar en uno o dos años. Ni siquiera he oído voces. Y sin tener ni una pesadilla, ni una sola.

Tess aún estaba sonriendo cuando concluyó su visita. Según el doctor Geary, los fantasmas de la cabeza de Ned quizá nunca pudieran desaparecer, pero con los cuidados apropiados, los efectos del trauma sufrido se amortiguarían con el tiempo.

Al salir del hospital se fue a visitar inmediatamente a Patrick Hennessy en lugar de esperar una cita formal. Pidió a su cochero que se dirigiera al Covent Garden, donde el actor había convertido un pequeño almacén en un teatro para los ensayos y producciones de su compañía.

Cuando entró en su oficina, Hennessy pareció alegrarse al verla, aunque su comedido saludo resultó mucho más prudente que en el pasado. Era evidente que su matrimonio había influido en su relación, tal vez porque ahora temía despertar la ira del duque de Rotham.

Hennessy se relajó un poco cuando ella inició la conversación con un asunto muy importante para él: sus investigaciones en el mundo de los espíritus.

—Lamento que los rumores acerca de que el castillo de Falwell estuviera habitado por fantasmas fueran algo exagerados —le dijo Tess a la ligera, explicándole acto seguido sus aventuras durante los últimos quince días, cómo Ned Crutchley se había hecho pasar por el fantasma de un antepasado de Rotham que había muerto asesinado para asustar a los sirvientes y alejarlos del castillo a fin de que una banda local de ladrones pudiera almacenar su botín bajo las mazmorras sin ser vista.

Hennessy se rió entre dientes cuando ella concluyó su relato.

—No puedo decir que esté decepcionado —comentó el actor—. Pero este único incidente aún no refuta la existencia de espíritus.

Tess le preguntó entonces cómo se iba desarrollando la planificación para el acto del Drury Lane.

—El programa está funcionando bien, milady. Ciertamente, su nuevo título nos ha abierto algunas puertas de manera inesperada. Hemos hecho acopio de célebres actores y patrocinadores. Sin embargo, no creo que esté mal aprovechar todas las ventajas que tenemos.

Tess sonrió débilmente. Ella tampoco se sentía demasiado orgullosa de utilizar su nuevo, aunque no deseado, título de duquesa.

Por fin, cuando hubieron acabado de discutir qué actos contratar y cuáles tachar de la lista del posible programa, Tess abrió su bolso. Tras mostrarle a él la letra bancaria firmada por Daniel Grimshaw, le preguntó si sabía por qué el abogado siempre había sido tan generoso.

—Disculpe, milady. No comprendo la pregunta.

Tess; pensativa, observó al joven mientras le decía:

—Hasta ahora nunca me había preguntado por qué el señor Grimshaw hacía tan generosas donaciones. ¿Sabe usted cuál es el motivo?

El actor pareció algo incómodo.

—No me atrevería a conjeturarlo, milady.

La mirada de Tess se tornó penetrante.

—Parece curioso —reflexionó ella en voz alta— que su firma sirva también para el manejo de los asuntos legales y financieros de Rotham. ¿Existe alguna relación entre ambas cosas?

Al ver que permanecía en silencio, Tess añadió con aire despreocupado:

—Dígame, ¿ha contribuido Rotham alguna vez a nuestras empresas teatrales sin mi conocimiento?

A Hennessy se le ensombreció el rostro.

—Bien... no ha contribuido directamente con fondos, que yo sepa.

—¿E indirectamente?

Tras una apreciable indecisión, él hizo una mueca.

—Tal vez debería usted comentar el asunto con el duque, milady.

Ella volvió a escrutarlo con la mirada.

—Prefiero comentarlo con usted ahora, señor Hennessy. Me gustaría recibir una respuesta sincera, por favor.

—Ese asunto no es de mi incumbencia.

—¿Por qué?

—El duque me ordenó que mantuviera la boca cerrada.

No obstante, Tess no se ablandó.

—¿Qué se supone que no debe revelarme, señor Hennessy?

—Sinceramente... No sé a ciencia cierta cuál es la verdad.

—Pero sospecha algo, ¿verdad?

Él suspiró profundamente, como si comprendiese que ella no cejaría en su interrogatorio hasta que consiguiese la respuesta que buscaba.

—Muy bien, milady, si insiste... Sospecho que la implicación de Grimshaw en sus obras de caridad era una tapadera... una farsa para ocultar la identidad de su verdadero patrocinador. Nunca ha sido admitido con estas palabras, pero imagino que Grimshaw estaba en todo momento siguiendo instrucciones del duque de Rotham.

Tess abrió la boca, incrédula.

—¿Quiere decir que Grisham hizo todas esas donaciones por orden de Rotham?

—Así lo sospecho. Pero desde el primer momento, Rotham me dejó muy claro que no deseaba que usted supiera nada.

Tess miró a Hennessy, desconcertada. ¿Había Ian realmente apoyado sus empresas filantrópicas de manera anónima durante todo aquel tiempo? ¿Y lo había hecho con importantes sumas a cargo de su vasta fortuna?

—Tal vez esté usted equivocado —protestó con voz insegura—. Grimshaw podía estar actuando por su cuenta. ¿Qué le hace pensar que no es así?

Hennessy vaciló. Sin embargo, evidentemente comprendió lo inútil de su silencio porque profirió otro suspiro.

—Principalmente, porque Grimshaw siempre parecía saber con exactitud cuándo necesitaba usted importantes sumas para nuestras producciones. Creo que el ajuste no era pura coincidencia, puesto que yo mantuve a Rotham regularmente informado de nuestras necesidades financieras. Y tengo por seguro que el duque ya nos había ayudado antes de otros modos, no sólo financieramente. Sólo tenía que mencionarle que necesitábamos algo y él procuraba que se solucionase. ¿Recuerda cuando el príncipe regente asistió al acto benéfico del teatro Royal en setiembre? Aquello fue obra del duque.

Tess se sentía asombrada. La asistencia de Prinny a aquella velada había asegurado el éxito del acontecimiento. Sin embargo, ella nunca había sabido que Ian había intercedido a su favor.

—¿Desde cuándo ha estado sucediendo esto? —preguntó por fin.

Al ver que mantenía su tono tranquilo en lugar de airado, la expresión de Hennessy cambió de preocupada a avergonzada.

—Desde que usted me contrató hace dos años. Rotham apareció al día siguiente y me dio a conocer sus deseos. Yo tenía que recurrir a él si teníamos dificultades de cualquier tipo.

Tess se llevó la mano a la sien.

—¿Cómo llegó a enterarse de que yo le había contratado?

—Deduzco que alguno de los sirvientes le habría informado. Por lo menos su lacayo, el antiguo púgil. Creo que ese tipo grande y robusto estuvo al servicio del duque antes de ser su empleado.

¿Fletcher había estado al servicio de Ian? ¿Estaba aún al servicio de Ian? ¿Había encargado él a sus sirvientes que la espiaran?

Tess no sabía si sentirse indignada o agradecida. Ian siempre había afirmado que era su deber protegerla porque la consideraba de la familia. Tal vez controlar a sus sirvientes era el modo que había escogido para imponer su voluntad sobre ella y garantizar su seguridad al mismo tiempo.

Pero su secretismo tenía poco sentido para ella. ¿Por qué mantener ocultas sus buenas acciones? ¿Por qué no quería que ella supiera que tenía buen corazón?

Se recordó que tampoco era aquélla la primera vez que se había preguntado si Ian estaba ocultando su bondad interior. Sin duda, ése no era el único secreto que le ocultaba. Tampoco le había hablado de su pupilo.

Pero en aquel caso, pensó, lo más seguro era que no quisiera que ella supiese que había tenido un hijo de una relación adúltera con una mujer casada...

Tess se autocontroló y volvió a mirar a Patrick Hennessy.

—¿Por qué iba a contribuir Rotham a mis obras de caridad, haciendo que su abogado recibiera todo el mérito?

—No tengo ni idea, milady.

Ella tampoco. De nuevo, sintió que las emociones contrapuestas la invadían.

Aún estaba dándole vueltas a la cuestión cuando concluyó su entrevista con Hennessy y volvió a su carruaje. Fletcher se encontraba allí para ayudarla a subir, pero aunque le dirigió una penetrante mirada, se abstuvo de preguntarle nada en aquellos momentos.

No quería acusar a sus sirvientes de traicionarla sin tener pruebas.

Debería enfrentarse a Ian directamente. Sin embargo, no tenía ni idea de cuándo planeaba regresar de Cornualles. Además, confiaba encontrar alguna clase de prueba que confirmara sus sospechas, con el fin de que él no pudiera negar así, sin más, su implicación.

Pensó que tal vez Basil podría ayudarla en su búsqueda de la verdad. Como nuevo secretario del duque, Basil podría contribuir a que ella supiera más cosas sobre los tratos de negocios de Ian. Y como antiguo pasante de un abogado, incluso sabría quién era Daniel Grimshaw.

De ser así, lo que estaba comenzando a creer se confirmaría: que por alguna razón inexplicable, Ian se había pasado años contribuyendo a sus causas por medio de sus abogados.

Ordenó a Spruggs que la condujese hasta la antigua casa de Fanny. Mientras aguardaba a que Basil regresara, visitó a Fleur y Chantel, las dos ancianas cortesanas que habían enseñado a Fanny en su juventud, al comienzo de su carrera, y que ahora residían allí.

Cuando Basil llegó poco antes de la hora de la cena, Tess le habló acerca de sus sospechas sobre el abogado del duque. Y puesto que él era un hombre inteligente, al instante entendió su deseo de saber si su marido era el generoso benefactor que había financiado de manera anónima sus obras benéficas durante tantos años.

—¿Qué desea que haga, milady? —le preguntó.

—¿Puede usted decirme dónde se guardan los libros de contabilidad de Rotham? —repuso—. Yo llevo un registro de las contribuciones que mis obras de caridad han recibido a lo largo de los años. Si pudiera comprobar sus cuentas y comparar las partidas para ver si fueron pagadas las mismas sumas por su abogado en torno a varias fechas, eso confirmaría mi teoría.

Basil frunció el cejo y movió inseguro la cabeza.

—Yo sólo ejerzo un cargo de poca antigüedad en la casa del duque, por lo que todavía no sé dónde guarda sus libros de cuentas. Podría preguntarlo, desde luego, pero me desagrada traicionar la confianza del duque. Y luego está...

Antes de que Basil se interrumpiera bruscamente, Tess supo atender su evidente desgana.

—¿Qué pasa, señor Eddowes? —le instó.

—¿Se da cuenta de que yo podría ser despedido por fisgonear en los asuntos financieros del duque?

En esa ocasión fue Tess quien frunció el cejo. Ella no le estaba pidiendo que fisgonease, sino que la ayudase a ella a fisgonear. Más, tal vez, la diferencia era escasa.

Entonces Basil se apresuró a añadir:

—Pero desde luego haré todo lo que usted me pida. Sé perfectamente que ni siquiera tendría el cargo de secretario si no fuese por usted.

—No, he cambiado de idea. —No quería causarle problemas a Basil, y menos cuando estaba a punto de empezar su nueva vida con Fanny—. No se preocupe. No importa.

—Puedo comprender que a usted le importe, milady.

Sí, así era, pero en lugar de decirlo de ese modo, guardó silencio. Basil sabía que su matrimonio con Ian no había sido por amor, pero eso no significaba que se sintiera cómoda discutiendo sus problemas conyugales con nadie que no fuesen sus amigas más íntimas.

—¿No existe otro modo de obtener las pruebas que usted busca? —preguntó Basil, empeñado en ayudarla.

—Quizá.

Podía interrogar al señor Grimshaw, pero sin duda debería también lealtad a su patrono, y probablemente no se mostraría dispuesto a cooperar. O, peor aún, podía informar de su peculiar interés a Ian antes de que ella tuviese oportunidad de interpelarle en persona.

Deseaba contar con el factor sorpresa cuando se enfrentase a su marido. Ian podía tratar de dar largas a sus preguntas, y ella necesitaba con urgencia ver su expresión y juzgar su reacción por sí misma.

—Con los debidos respetos —añadió Basil, preocupado—, ¿no podría sencillamente preguntárselo al duque cuando regrese a Londres?

—Me propongo hacerlo —repuso Tess apretando los labios con decisión.

De un modo u otro pensaba llegar al fondo del asunto y descubrir si había estado engañándola durante todos aquellos años y por qué lo había hecho.