CAPÍTULO 09
«Increíble es el único modo de describirlo.»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Tess vaciló durante otro largo instante. Sin embargo, ahora no podía volverse atrás. El aura poderosa e hipnótica de Rotham la tenía embelesada. Era el mismo atractivo cautivador que había sobresaltado su corazón la primera vez que fijó en él sus ojos a los diecinueve años.
Tenía los ojos entornados y ahora eran inesperadamente suaves mientras la miraba, aguardando en silencio su decisión final. No obstante, ella sabía que aquel momento tenía que llegar. Habían estado danzando uno en torno al otro durante días, siempre así desde que su primer, imprudente y explosivo abrazo había resultado en un matrimonio forzado. Pero había llegado la ocasión de poner fin a las batallas entre ellos... por lo menos de momento.
Suspirando, Tess depositó con cuidado la lámpara sobre la mesita de noche. Sin embargo, cuando se disponía a apagarla, Rotham la detuvo con una suave orden.
—No, déjala encendida.
Apuntaló las almohadas contra el cabezal tras él, se sentó y le tendió una mano.
—Ven aquí, amor. Deja que te dé calor.
Ella le obedeció en silencio. Había accedido a sus condiciones, aunque después de aquella noche, su matrimonio no sólo sería irrevocable, sino que su cuerpo ya no seguiría perteneciéndole.
Cuando subió al alto lecho para sentarse a su lado, él le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia sí. Aceptando el abrazo de Rotham, Tess reclinó la cabeza en su hombro.
Durante un rato él simplemente la estrechó, transmitiéndole su calor. Ella podía sentir cómo el frío desaparecía contra el satén de su piel desnuda. Rotham le mesaba los cabellos y luego le pasaba la mano arriba y abajo por la manga de su camisón.
Durante un tiempo, ella se sintió tranquila al permanecer en el refugio masculino de sus brazos. Se sentía rodeada de calor y seguridad... aunque también excitada. No podía negarlo. Estar con Rotham de aquel modo, compartiendo su cama, le traía a la memoria los recuerdos de su noche de bodas. Sus lentas caricias le recordaban con qué habilidad sus manos y su boca podían jugar sobre el cuerpo de una mujer... sobre su cuerpo.
Se mordió el labio, consciente de la contradicción. Aunque él le estaba ofreciendo consuelo, agitaba al mismo tiempo caóticos sentimientos de anhelo y deseo en su interior. Sentimientos que ella ya no podía —no podía por más tiempo— reprimir.
Al cabo de un momento, él posó los labios contra sus cabellos.
—Deberías quitarte el camisón —murmuró.
Sin discutir, Tess se apartó de Rotham y se puso de rodillas. Con las palmas de las manos sudadas por los nervios, se desabrochó el corpiño de su camisón de batista y luego lo cogió por el bajo y se lo quitó por la cabeza, dejando caer la prenda en la alfombra que había junto a la cama.
Cuando, cohibida, trató de cubrirse los senos con las manos, él negó con la cabeza.
—Déjame verte.
Comprendió que aquello era excitante en sí mismo, tener a Rotham examinando su cuerpo desnudo. Nunca hubiese creído que su simple mirada pudiera resultar tan emocionante. La expresión de sus ojos la dejaba sin aliento.
Pensó que él mismo era una figura fascinante, abarcando su belleza física masculina... sus cabellos de color castaño claro, espesos y ondulados, resplandeciendo a la luz de la lámpara. Las facciones de su rostro aristocrático. Su firme y sensual boca. Su cuerpo fuerte y vital. Sus encantadores y magnéticos ojos.
Su mirada estaba impotentemente presa en la de él, incluso antes de que Rotham recorriera con la punta del dedo su pómulo y siguiera por su mandíbula, para continuar luego más abajo, por su garganta hasta llegar a un seno desnudo. Su pezón se tensó al instante, haciendo que Tess sofocara un grito ante la deliciosa sensación. No obstante, vacilaba y temblaba.
—¿Me tienes miedo? —le preguntó él como si pudiera leer sus pensamientos.
Tess se tranquilizó diciéndose que no. No tenía miedo de él. Rotham había sido en extremo considerado con su inocencia la primera vez que estuvieron juntos, por lo que seguramente ahora le dedicaría el mismo cuidado. Pero se temía a sí misma. Le asustaba su implacable y deplorable necesidad de él.
—Estoy un poco nerviosa —reconoció con sinceridad.
—Entonces deberías tomar tú la iniciativa.
Ella frunció el cejo.
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué no te aprendes mi cuerpo? Tu agitación se reduciría con la familiaridad.
Su sugerencia era inesperada y ella no supo qué responder.
—Estás por completo al mando, Tess —añadió Rotham, con voz queda y despreocupada.
Tess comprendió y apreció su táctica. Permitiéndole a ella controlar el ritmo de su desfloración, podría dominar sus nervios más rápidamente.
—¿Cómo comienzo? —le preguntó.
—Usa tu imaginación. Ya no eres una completa novicia.
No, realmente ya no lo era. Fanny la había ayudado a prepararse para su lecho nupcial, con sus lecciones acerca de cómo excitar a un hombre. Y Rotham le había mostrado el increíble placer que podía encontrarse en sus brazos. Decidió que podía intentar obrar la misma magia seductora en él.
Cuando echó atrás las ropas para exhibir toda la parte inferior de su cuerpo, los latidos de su corazón le martillearon en la garganta. Era un hombre irresistible, esbelto y viril, pero fue la extraña visión de su pene la que atrajo su mirada. Su largo miembro masculino estaba grueso y sumamente rígido, fascinándola por sus perfectas proporciones.
—Puedes tocarme, Tess —la apremió—. No me romperé.
Ella se inclinó, posando las palmas sobre su pecho, sintiendo la cálida y fuerte elasticidad de sus músculos mientras trazaba un vacilante sendero más abajo, hasta su duro y liso abdomen.
Al ver que se detenía en seco, Rotham le tomó la mano y la condujo a sus ingles. Casi se quedó sin aliento al sentir aquella enorme erección.
Rotham envolvió sus dedos unidos en torno a su erección y movió lentamente su palma siguiendo su longitud, acariciándose a sí mismo con la mano de Tess.
—¿Puedes imaginarme dentro de ti? —le preguntó—. ¿Llenándote con mi carne?
Tess separó los labios ante la seductora imagen que él había despertado en su mente.
—Me gustaría muchísimo estar dentro de ti, Tess, dándote placer.
Aunque la joven comprendió que ella deseaba darle placer a él en esta ocasión, aquel pensamiento la sobresaltó.
—Dijiste que yo llevaría la iniciativa —le recordó, sorprendida por la ronca intensidad de su propia voz.
—Como gustes. ¿Qué propones hacer?
—Deseo saborearte.
Él curvó los labios en una sonrisa lenta, sensual, que paralizaba el corazón. Algo se agitó en el interior de Tess, respondiendo de modo tan natural, tan inevitable, como respirar.
—Entonces saboréame —dijo él.
Se relajó contra las almohadas, dando la apariencia de haberse rendido. En realidad, ella también tenía poder sobre él. Podía sentir la sutil tensión de su cuerpo mientras se inclinaba sobre él y depositaba un beso en la piel desnuda que cubría su corazón.
Y cuando asió las suaves, aterciopeladas bolsas, el cuerpo de Rotham se tensó de manera visible. Luego ella curvó los dedos en torno a su duro dardo, y la gruesa longitud aumentó súbitamente en su mano. Estimulada por su reacción, Tess no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción.
Aún arrodillada, siguió besando el cuerpo de Rotham según descendía, haciéndole sentir el rastro de su espesa caballera sobre su estómago e ingles. Cuando le tomó en su boca, su desenfrenado miembro se sacudió y ella sintió otro pequeño triunfo.
Comprendió que el control era algo que daba poder y resultaba liberador.
Con mayor entusiasmo, deslizó los labios sobre la gran cabeza de su miembro, arremolinando la lengua sobre la tensa y ardiente piel. Su cuerpo se contrajo, y aunque el gemido resultante fue suave, ella sintió cómo le retorcía la mano en los cabellos.
Tras soportar varios minutos más de sus seductoras atenciones, él formuló una áspera protesta.
—Lo sabía... has venido aquí para atormentarme.
—¿Te estoy atormentando? —susurró ella.
—Sí... y no podré soportarlo mucho más.
Ella disfrutaba pensando en hacerle perder el control. Sin embargo, al parecer, él no iba a cederle todo el poder.
Sosteniéndola por los antebrazos, Rotham separó su miembro de la boca de ella.
Luego, atrayéndola sobre él, guió su rodilla sobre sus muslos, de modo que ella quedara sentada a horcajadas.
Ante su mirada de sorpresa, le sonrió con sus grises ojos.
—De este modo los dos podemos disfrutar del placer —le dijo con voz ronca.
Sin embargo, Tess se había quedado sin voz. El ardiente calor de su erección contra su estómago le había resecado la garganta y privado del habla.
Entonces él tomó sus senos en las manos, levantándolas sobre sus palmas curvadas.
Luego, inclinándose más, le cubrió la boca con la suya.
Sólo su sabor disparó su pulso más erráticamente. Rotham invadió su boca con las vivas caricias de su lengua mientras le acosaba los pezones con los dedos, dándole suaves tirones. Aquel erotismo lo dejó sin aliento. Su boca, su lengua, sus manos, todo combinado en un poderoso asalto a sus nervios.
La necesidad creció en su interior. El corazón le latía con fuerza enviando oleadas de calor por todo su cuerpo.
Entonces Rotham, inesperadamente, se echó hacia atrás. Tess vio que sus ojos se habían ensombrecido antes de que volviese a mirarle los senos.
Entornando los ojos, inclinó intencionadamente la cabeza y cerró la boca sobre uno de sus pezones. Al mismo tiempo hundió la mano entre sus piernas para palpar la cremosa humedad que allí había.
Ella sofocó un grito mientras sus juguetones dedos le acariciaban el sexo. El fuerte tirón de su boca en su pezón desató un ardiente y resonante latido... que se intensificó cuando él se detuvo para susurrarle:
—Estás húmeda para mí, Tess. Tu cuerpo está ansioso del mío.
Era cierto. Ella estaba mojada, hinchada y dolorida por él. Y Rotham estaba claramente decidido a hacer que su deseo fuera todavía mayor. Siguió acariciándola, y dejó de lamerle los senos para observar su rostro. Su velada mirada sostenía la de ella, sin vacilar un momento, mientras la exploraba más intensamente con los dedos entre sus pliegues femeninos, deslizando atrás y delante la áspera almohadilla de su pulgar sobre el sensible capullo de su sexo.
Ella casi gimió ante aquel dulce tormento.
—Rotham... Me estás poniendo tan...
—¿Tan qué?
—Caliente... Como si fuese a estallar en llamas en cualquier momento.
—Eso es lo que quiero, dulce Tess.
Cuando él envainó dos dedos en su boca, brotó de sus labios un gemido al tiempo que se estremecía de lascivo placer.
De manera extraña, su respuesta hizo que él abandonara su delicioso tormento. Pero después, Tess entendió el porqué. Separándole las piernas, cerró la mano sobre sus nalgas y atrajo sus caderas hacia sí, de modo que su vientre y su hendidura femenina acunaron su pesado y henchido dardo. La presión sobre aquel núcleo tan sensible produjo una descarga de fuego a través de ella que la obligó a aferrarse a sus hombros.
Incapaz de contener por más tiempo su deseo, se incorporó sobre las rodillas con la intención de descender sobre la cabeza de su virilidad. Aunque cuando sintió la presión en su interior, se puso rígida ante aquella invasión y aspiró profundamente.
—Despacio —le susurró Rotham, impidiéndole que siguiera más adelante—. Tomémonos nuestro tiempo.
Ella se detuvo y cerró los ojos, preguntándose si su cuerpo podría albergar su enorme tamaño. Durante unos segundos sintió el calor de las puntas de sus dedos rozándole el rostro, la garganta y los hombros en relajantes caricias. Y al cabo de un tiempo, su húmeda intimidad pareció abrirse, dispuesta para él.
Al verla asentir, Rotham desplazó las manos a sus muslos para guiarla. El dolor no era demasiado grande. Era más bien una sensación ardiente que un auténtico dolor, e incluso aquello se calmó al cabo de unos instantes.
—Mírame, dulce ángel.
Ella obedeció y se encontró sumergiéndose en el resplandor de los ojos de Rotham.
¿Cómo había podido pensar que aquellas grises profundidades serían frías? Ahora, estaban llenas de calor.
A modo de respuesta, Tess sintió su necesidad ardiendo en su interior. Ansiando que él la llenara más completamente, se dejó caer hacia abajo, de modo que él quedó totalmente afianzado dentro de ella.
Rotham la mantuvo allí inmóvil mientras la besaba con suavidad. Sus labios acariciaban los de Tess con ternura, como si fuese excepcional, especial, algo que valía la pena saborear.
Su boca era mágica... y también lo era su contacto. Sus besos encantaban, y cuando ella comenzó a relajarse, él la besó aún más profundamente, introduciendo la lengua en su boca al tiempo que su miembro permanecía dentro de ella.
Una dolorosa opresión invadió a Tess, y se extendió por todo su cuerpo, y empezó a balancearse contra el de él.
Comprendió que Rotham le había hecho sentir la ilusión de estar al mando, pero no era así, en absoluto. El control se le estaba escapando rápidamente de su alcance. Su pulso se disparó mientras él, a su vez, comenzaba una lenta e intencionada arremetida.
Ella movió las caderas de manera instintiva en un ritmo primitivo, tratando de satisfacer el ardiente y apremiante anhelo que clamaba en su interior.
Ante su consternación, los seductores labios de Rotham dejaron los suyos mientras él volvía a echarse hacia atrás... aunque sólo para observarla. Había una fiera ternura en sus ojos mientras la invadía con su duro cuerpo, intensificando la erótica fricción entre ambos.
Tess no podía dejar de gemir. Apretando las manos espasmódicamente, se aferró a sus hombros, pegándose a él, buscando más de aquel febril placer que él le estaba dando. Sentía el cuerpo profundamente conectado con el suyo, tan pleno como si ella formara parte de él. La sensación era tan intensa y maravillosa como su oscura y derretida mirada...
De pronto, el placer fue demasiado profundo, demasiado fuerte como para poder soportarlo. Con el corazón latiéndole con fuerza, Tess profirió un grito ante la viva llamarada que sintió en su interior. Trató de estrecharse más contra Rotham, pero entonces se produjo la tremenda explosión que destruyó completamente todos sus sentidos en una tormenta de fuego.
El clímax de Rotham siguió al suyo, como si se hubiera obligado a aguardarla. Gimió, se estremeció y su dureza creció dentro de ella, sujetándola cuando se desplomaba desmadejada sobre su pecho.
Poco después, él levantó la mano para rodearle la garganta aliviando sus enormes pulsaciones, mientras con la boca deslizaba tiernos besos sobre su rostro y cabellos.
Su propia respiración era violenta y desigual, pero al cabo de un momento, Rotham la levantó y la acomodó en el lecho junto a él. Dejando que sus piernas se enredaran con las de ella, subió las sábanas para cubrirles a ambos y la rodeó con sus brazos. Yacía allí, con su cuerpo envolviendo el de su esposa, dándole calor, tranquilizándola, rozándole la mejilla con delicadeza.
—¿Estás bien? —le preguntó al cabo de un rato.
—Sí —repuso Tess, saboreando su aroma.
Sus sentimientos hacia Rotham le resultaban todavía caóticos, creando una gran confusión en su corazón y en su mente, pero su cuerpo nunca se había sentido tan dichoso.
—Gracias por ser tan... considerado.
—¿Acaso esperabas que fuese de otro modo?
—Supongo que no. Pero no pensaba... que esto iba a suceder esta noche.
El mismo Ian tampoco había esperado sellar sus votos de matrimonio. No tenía pensado incumplir su promesa de dejar a Tess totalmente sola. Sin embargo, de ningún modo habría podido resistirse cuando ella acudió a su habitación cubierta únicamente con un camisón, sola y preocupada.
Quería confortarla, pero deseaba aún más reclamarla para sí. La perspectiva le provocó una erección al instante.
En aquel momento, se alegró de que hubiera un fantasma en el castillo, pues gracias a él Tess había acudido a sus brazos.
Y luego se habían unido. Su serena belleza le había quitado el aliento... su exquisito cuerpo, sus cabellos cayendo en cascada sobre sus hombros, sus ojos negros y aterciopelados, ardientes e implorantes.
Reconoció que su apasionada respuesta a sus estímulos sexuales había sido como él la había imaginado, incluso mejor, mientras recordaba sus dulces gritos de placer. Tess era aún más hermosa en su éxtasis de lo que él había previsto. Sus encuentros con otras amantes anteriores palidecían en comparación a éste.
Era su propia respuesta la que a él le preocupaba. El placer que había experimentado con Tess había sido tremendo. Pese a su amplia experiencia carnal, había sentido los efectos de su unión como si fuera la primera vez.
Y ahora estaba yaciendo allí, tras la pasión, atesorando su cuerpo al estrecharla, disfrutando del aroma de su piel.
Ian le mesó los cabellos, deleitándose con su textura. Haber tomado su inocencia le había dejado ávido y dolorido, con más deseo de ella.
Entonces Tess levantó la mirada hacia él. Su hermoso rostro aún estaba sonrojado, sus ojos aturdidos por la pasión saciada, su denso cabello sensualmente enmarañado, y su boca hinchada por sus besos.
Recordando la madura suavidad de sus labios, Ian sintió una oleada de deseo que aún le hizo querer volver a estar dentro de ella. Sin embargo, esa vez no usaría su cuerpo tan violentamente, a pesar de que sabía que una noche con Tess nunca sería suficiente. Deseaba tener todos los derechos de un amante, de un esposo. Quería perderse en el tentador fuego de ella...
—Regresaré a mi habitación por la mañana, Rotham.
Su ronca declaración, tan inesperada, fue como un jarro de agua fría sobre sus fantasías.
Preguntándose si simplemente estaría desconcertada por las fuertes emociones que a ambos les inundaban, mantuvo el sosiego al responderle:
—A partir de ahora eres bien recibida en mi cama.
—Ian, no veo ninguna necesidad de que compartamos un dormitorio. Prometiste que podríamos vivir vidas separadas, ¿recuerdas?
Ian no discutió con ella, aunque le invadió una irritación que le resultaba familiar.
Bastante malo resultaba ya que su propia esposa no deseara compartir su lecho. Lo que de verdad le hería era que Tess estuviera simulando indiferencia tras la pasión que acababan de compartir. ¿Cómo podía ignorar con tanto descaro su evidente deseo por él?
Comprendió que, por lo tanto, sería de nuevo prudente no hacer caso de su encendido deseo de ella. Precisamente ahora, tenía que protegerse. Y mucho más después de aquella noche en que sus sentimientos por Tess le resultaban aún más vivos y contrapuestos.
Se encontraba en aguas peligrosas, desconocidas; el sentido de posesión se había despertado en él.
Iba a combatir su vulnerabilidad hacia ella. Había visto el efecto que Tess causaba en otros hombres, en su propio primo, para empezar. Podía recordar a la perfección a Richard, convertido en un suplicante enfermo de amor, comportándose como un cachorro lleno de adoración por ella, pendiente de sus palabras, de su encantadora sonrisa, de su deliciosa risa.
Se prometió a sí mismo que no iba a amar a Tess. Él no permitiría verse dominado por una aflicción tan desesperada como la que había sentido su primo. Y menos cuando ella nunca correspondería a su tierno sentimiento de amor.
Se recordó a sí mismo que Tess aún estaba enamorada de su difunto primo. Él no podía competir con el querido recuerdo de un héroe de guerra.
Al pensar en ello, sintió que se le endurecía la mandíbula. Él no deseaba competir por el cariño de Tess.
Pero, claramente, tenía que hacer de su campo de batalla un terreno más sosegado.
Asegurarse de que ambos compartían esa debilidad.
Probablemente, nunca existiría amor entre ellos. Sin embargo, aquello no significaba que él no hiciera todo cuanto estuviera en su mano para lograr que Tess le deseara tanto como él la deseaba.