CAPÍTULO 03
«Anhelaba un poco de chispa en mi vida, y ahora mi deseo me será concedido. Mi matrimonio será muy diferente del dulce y tierno matrimonio por amor que esperaba realizar.»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Al final, Tess accedió a casarse con el duque de Rotham.
Cuando fue al encuentro de su madrina para informarla de su decisión, lady Wingate pareció por fin tranquila tras su capitulación. Accedió a que, puesto que la fiesta familiar en la mansión Wingate estaba previsto que durase otros tres días, la ceremonia se celebrase en Danvers Hall, donde podrían casarse de manera más discreta y tranquila.
Sin embargo, la baronesa opinaba que lo mejor sería que los recién casados acudieran después, directamente, a la casa familiar de Rotham, para permanecer lejos de la vida pública durante un tiempo. Por añadidura, una finca tan magnífica como Bellacourt recordaría a la alta sociedad la gran boda que había hecho Tess, aunque estuviera ligeramente teñida de escándalo.
Lady Wingate suavizó su condena de Tess con algo similar a una disculpa.
—Quizá pienses que soy cruel, querida, obligándote a este matrimonio y lamento que te opongas con tanta fuerza a tomar a Rotham como esposo. Pero abrigo grandes esperanzas de que vuestra unión funcione cuando todo haya terminado.
Tess no compartía en modo alguno la confianza de su madrina y veía pocas perspectivas de dicha en una vida conyugal con Rotham. Sin embargo, quiso ser obediente y permitió que la baronesa anunciase su compromiso aquella misma noche.
Luego le pidió que disculpara su ausencia de la representación de la obra de teatro, puesto que necesitaba prepararse para su boda del día siguiente.
Por otra parte, la disculpa que Patrick Hennessy ofreció a Tess fue más humillante y sincera.
Pese a la incomodidad que sentía por tener que enfrentarse al actor tan pronto, tras la debacle de su beso interrumpido, Tess tuvo que hablar con él brevemente antes de marcharse a Chiswick, con el fin de saldar sus cuentas y pagarle por los servicios prestados por su compañía durante la semana anterior.
—Por favor, permítame rogarle de nuevo que me disculpe por atreverme a besarla, señorita Blanchard —le imploró Hennessy tras embolsarse el pago—. No sé qué me pasó.
—No fue del todo culpa suya, señor Hennessy —repuso Tess, con las mejillas sonrojadas por la vergüenza al recordar su participación voluntaria.
—Me sorprende que no me abofeteara como merecía. Y que milord no me atravesara de parte a parte en un acceso de celos. Por lo que parece, se ha puesto a la altura de las circunstancias y le ha pedido su mano después de tanto tiempo.
Tess se puso más colorada todavía. Claramente, las noticias de su pretendido enlace por amor ya se habían difundido como una mancha de aceite por la mansión Wingate.
—Estoy segura de que su propuesta ha tenido poco que ver con los celos que sintiera de usted.
Al ver que en el rostro del actor se reflejaba una mirada escéptica, su respuesta le recordó la inesperada revelación que Rotham le había hecho acerca de Hennessy.
—¿Por qué no me dijo nunca que él le había contratado para que me vigilase?
El joven la contempló arrepentido.
—El duque me rogó que guardara silencio bajo pena de muerte. Temía que usted se sintiera ofendida por su interferencia. Pero pensó que preocuparse por su seguridad estaba justificado. Una dama que se desplazase por la ciudad sola, y nada menos que por Covent Garden, donde usted podía ser confundida con una... una...
Al ver que el actor vacilaba, Tess sugirió la palabra que faltaba.
—Usted quiere decir por una cualquiera.
—Bien... sí —reconoció Hennessy con timidez—. Usted no es nada de eso, señorita Blanchard, pero sus incursiones en la esfera teatral la exponen a ciertas habladurías, por muy admirables que sean sus motivos. Aunque una vez se convierta en duquesa, eso se acabará.
Tess frunció el cejo.
—Sé muy bien lo que se dice por ahí de mis incursiones, señor Hennessy, pero me propongo seguir colaborando en obras de beneficencia, incluso después de mi matrimonio con Rotham.
—Me pregunto si le será permitido hacerlo así —repuso él preocupado—. Especialmente tras lo que ha pasado hoy. Sin duda, el duque estará ansioso por hacerme pedazos y no deseará que usted vuelva a contratar a mi compañía. Desde luego, él podría arruinarme a mí y a mi empresa si quisiera.
—Nunca permitiré que eso suceda —declaró Tess lealmente—. Le aseguro que él no tendrá nada que decir sobre mis asuntos en el futuro.
Se prometió a sí misma que se aseguraría de que Rotham se mantuviera aparte de sus asuntos comerciales, en especial cuando se tratara de emplear a Patrick Hennessy y a su compañía teatral. Con su notable talento, Hennessy había organizado a la perfección la representación de aficionados de aquella semana. Los actores, todos ellos ricos invitados de su madrina, podían convertirse perfectamente en patrocinadores de sus obras de caridad. Su trabajo había resultado crucial para conseguir fondos para sus dos obras benéficas londinenses: había decidido los programas, contratado y dirigido a los actores y los cantantes de ópera y organizado los decorados de los escenarios. La reciente velada musical en el teatro Royal había servido para recaudar la enorme suma de dos mil libras. Tess sabía que nunca hubiera logrado ni una pequeña parte de aquel éxito por sí sola. No estaba dispuesta a renunciar a las habilidades organizativas de Hennessy ni a perder la oportunidad de conseguir aún más fondos utilizando su genio creativo.
Evidentemente, el actor mantenía sus dudas acerca de la continuidad de su empleo, pero se encogió de hombros y exhibió una sonrisa tranquilizadora.
—Confío en que esté en lo cierto, señorita Blanchard. Sin embargo, imagino que acabo de perder mi mejor oportunidad de progresar en mi investigación sobre el mundo de los espíritus. Se dijo que en el castillo del duque en Cornualles se había visto hace poco un fantasma. Ahora, lo más probable es que nunca me sea concedido el permiso para visitar el lugar y examinar la veracidad de dichos rumores.
—¿Se dice que el castillo de Rotham está encantado? —preguntó Tess con un cierto interés.
—Sí. Me enteré de ello mientras ensayaba la obra que escribí para la representación de esta noche. He estado carteándome con un erudito de Cornualles que es una autoridad en asuntos de espíritus. Los fantasmas de Drury Lane no han sido vistos desde hace años, pero las apariciones del castillo de Falwell son recientes. De hecho, fueron vistos el invierno pasado.
Tess frunció los labios, pensativa. Ella recordaba vagamente que Rotham poseía un castillo en Cornualles, pero nunca había oído decir que estuviera encantado.
—Aun así —añadió el actor, esperanzado al verla guardar silencio—, ¿podría usted considerar hablarle al duque en mi favor cuando sea duquesa, señorita Blanchard? Si pudiera conseguir una invitación para ir a Falwell de algún modo, lograría experimentar de primera mano lo que se siente al ver un nuevo fantasma. Le estaría eternamente agradecido.
La recuperación de la bondadosa insolencia de Hennessy no sorprendió a Tess, aunque casi le hizo poner los ojos en blanco por la exasperación. Su vida era un caos, su futuro con el que pronto sería su marido, completamente inseguro, y resultaba que el actor se interesaba por investigar fantasmas. Por añadidura, él tenía que saber que tras lo que había sucedido aquel día, ése no era el mejor momento para pedirle al duque que le ayudara.
No obstante, como debía a Hennessy más de lo que podía compensarle, Tess no quiso rechazar su petición de forma terminante.
—Tal vez pueda conseguirle una visita al castillo, señor Hennessy. Entretanto, quisiera pedirle que supervise la representación de esta noche y que trate a nuestros actores invitados con especial cuidado, puesto que yo no estaré aquí para ayudarle. Sabe tan bien como yo cómo halagar su vanidad y cómo ganarse sus favores.
—Desde luego, señorita Blanchard. Y una vez más, quiero decirle que siento mucho haberme tomado ciertas libertades con usted, y mucho más si con ello he precipitado alguna complicación con el duque de algún modo.
«Yo también —pensó Tess mientras se volvía y se dirigía a los establos—. Yo también.»
Tess se sintió agradecida por la rapidez con que su fiel cochero y lacayos se la llevaron de la finca de su madrina en Richmond, en dirección a su hogar, a unos diez kilómetros de distancia.
Tras la muerte de su madre, Tess había rechazado la invitación de la baronesa de ir a vivir con ella a la mansión solariega de Wingate. En lugar de eso, se había quedado en Chiswick, cerca de sus amigos más queridos, en su casa familiar. La encantadora vivienda no sólo era grande y cómoda, sino que se hallaba a menos de una hora de distancia de Londres, algo muy importante para ella puesto que visitaba la ciudad con frecuencia debido a sus obras de caridad.
Sin embargo, para no ir sola, algo nada apropiado para una señorita, Tess había tomado una compañera y ambas salían ganando con ese acuerdo. La presencia de Dorothy Croft le permitía una cierta independencia que nunca hubiera disfrutado de otro modo. Y ella facilitaba a la viuda un hogar e ingresos que le hacían mucha falta, así como un estudio grande y bien iluminado para que pudiera pintar sus preciosas acuarelas.
Dorothy era bastante buena para ser una artista aficionada, y también tenía la mentalidad soñadora de una artista. Tess la encontró en el estudio del ático, pincel en mano, mientras contemplaba un lienzo en blanco. Cuando le comunicó su inminente boda con el duque de Rotham, la anciana dama no pareció sorprenderse en absoluto.
—Eso es magnífico, querida. Me alegro mucho por ti. Sabes que ya era hora de que te casaras.
De pronto, con su mirada penetrante, contempló a Tess, consternada.
—¿Vas a decirme que pronto estaré sin hogar? ¿Querrá milord residir aquí? ¿Quieres que me vaya?
—No, nada de eso —repuso Tess rápidamente—. Puedes vivir aquí tanto tiempo como quieras. Supongo que Rotham permanecerá en su casa familiar de Richmond o en la de Londres, y lo más seguro es que yo me traslade allí con él.
«Por lo menos durante un tiempo», añadió Tess para sí. Por fortuna, él le había prometido que podrían vivir separados e incluso en casas diferentes una vez se disiparan los rumores acerca de su repentino matrimonio.
Dorothy pareció aliviada y volvió a prestar atención al lienzo.
—Gracias, querida Tess. Ahora, si me disculpas, debo pintar ese rosal antes de perder la inspiración. He tenido una idea maravillosa...
Tess esbozó una sonrisa y besó a la viuda en la mejilla. Luego bajó a su dormitorio.
Quería mucho a Dorothy, pero no era fácil que la distraída dama le proporcionara mucho apoyo en lo que a enfrentarse a su destino se refería.
Con la ayuda de su doncella, Alice, Tess comenzó a deshacer su equipaje, tras su estancia de una semana en Wingate, y luego trató de decidir qué vestido se pondría para la ceremonia y qué ropa necesitaría una vez estuviese casada con Rotham. Su guardarropa era reducido en aquellos momentos, puesto que había regalado sus ropas de luto, todas en crespón negro y fina lana, como parte de su decisión de reunirse de nuevo con los vivos. Desde luego, no tenía ningún ajuar de bodas...
De pronto, se sintió abrumada y se dejó caer, impotente, en una silla.
—¿Está usted enferma, señorita Blanchard? —le preguntó su doncella, preocupada—. ¿Quiere que vaya a buscar las sales aromáticas de la señora Croft?
—Gracias, Alice, pero estaré perfectamente dentro de un momento. Creo que tal vez aguardaré hasta mañana para hacer mi equipaje, cuando lady Claybourne esté aquí para ayudarme a escoger lo que debo llevarme.
Lily, bendita fuese, había prometido ir allí con sus dos hermanas a primera hora de la mañana. «Gracias a Dios», pensó Tess malhumorada, puesto que no había ninguna posibilidad de que ella superase semejante prueba en aquellos momentos, cuando todo su futuro estaba a punto de derrumbarse.
Tras despedir a Alice, Tess sacó su diario y lo abrió por la página en que había escrito su última anotación, cuando estaba tan esperanzada con el resultado de la fiesta familiar. Sin embargo, ahora no sabía qué escribir, pues sus pensamientos y sentimientos eran caóticos.
«Deja de sumirte en la autocompasión —se dijo a sí misma—. A lo largo de la historia, las mujeres se han visto obligadas muchas veces a aceptar matrimonios no deseados, y la mayoría de ellas han sobrevivido.
»Y yo también lo haré...
»Eso espero.»
Puesto que había fracasado en reforzar sus desmadejados ánimos, Tess acogió con gusto el crujido de las ruedas de un carruaje por el paseo apenas una hora después.
Echar un vistazo por la ventana le confirmó su esperanza de que Fanny Irwin acudiera en respuesta a su nota.
Enormemente aliviada, Tess bajó la escalera de manera apresurada para recibir a su amiga.
Como esperaba, la cortesana había viajado hasta allí de incógnito, en un sencillo carruaje cerrado, y llevaba una capa con capucha para que su visita pasara desapercibida. Aunque Fanny llevaba recatados vestidos de cuello alto, de tejidos oscuros, y recogía sus cabellos negros en un sencillo moño, no podía dejar de parecer una belleza exótica.
Tras tender al ama de llaves la capa mojada de Fanny y pedir que les sirvieran algún refrigerio, Tess la condujo arriba, al salón contiguo a su dormitorio.
—He venido inmediatamente —dijo Fanny cruzando la sala hasta el fuego del hogar para calentarse las manos—. Desde luego que haré todo cuanto pueda por ayudarte, Tess. Has hecho mucho, muchísimo por mí y por todas mis amigas, y nunca podré compensarte lo suficiente.
Tess sabía que la cortesana era famosa y muy cara, pero el agudo ingenio de Fanny y sus sumamente afinados instintos femeninos, aún más que su aspecto sensual y su exuberante figura, la habían conducido a la cima de esa antigua profesión a la edad relativamente joven de veinticuatro años.
Sin embargo, estaba tratando de dejar atrás la frivolidad. Su primera novela gótica acababa de ser publicada de modo anónimo, y había comenzado a escribir una segunda, confiando en consolidar así una nueva carrera que le permitiera casarse por amor, como habían hecho sus amigas íntimas, las hermanas Loring.
Tess había ayudado a Fanny a documentarse para su actual novela presentándole a Patrick Hennessy, que les había dado un intrigante paseo por el teatro Drury Lane y que había compartido con ellas leyendas encantadoras sobre los fantasmas de los comediantes fallecidos tiempo atrás.
Una vez se hubieron sentado ante una tetera y unas galletas, Fanny entró directamente en materia.
—Según tengo entendido, Rotham va a ser probablemente un marido difícil de llevar.
—No lo dudo —murmuró Tess—. Por eso te he llamado, para que me aconsejes.
Tess sabía que Fanny había ayudado y aconsejado a las hermanas Loring durante sus recientes cortejos. Lady Eleanor, la esposa de su propio primo Damon, también se había beneficiado de la experiencia de la cortesana. Y más recientemente, Madeleine Ellis, la esposa del vecino más próximo de Arabella, conde de Haviland, había recurrido a su ayuda.
—Tal vez —sugirió Fanny—, podríamos comenzar con lo que sabemos acerca del duque. Tengo entendido que sus andanzas comenzaron siendo muy joven.
—Muy temprano.
La mayor parte de cuanto Tess sabía sobre su futuro marido procedía de las habladurías de la alta sociedad y, desde luego, de Richard, que se había quejado amargamente de su dictatorial primo mayor. Sin embargo, a Fanny le dio una versión abreviada del pasado de Rotham.
Tras la muerte de su madre en el parto, Ian fue entregado a los tiernos cuidados de su padre, que era algo así como un despilfarrador y también un libertino. Ian creció haciendo lo que le apetecía, y cuando llegó a la adolescencia, persistió en quebrantar todas las normas del comportamiento caballeresco. No obstante, como era el heredero de un ducado, su posición le evitó cualquier consecuencia grave. Tess envidiaba de veras su libertad, aunque no siempre podía admirar sus actos de rebeldía. Al heredar el título, siguió escandalizando con regularidad a la alta sociedad, incluso metiéndose en partidas con jugadores profesionales en los peores antros. Tenía un éxito misterioso en las mesas de naipes —alguien dijo que era la suerte del diablo— y ganó enormes sumas gracias al juego. Luego, por medio de inversiones inteligentes y transacciones comerciales implacables, Rotham consiguió transformar sus ganancias en una fortuna inmensa.
—Yo misma he visto lo hábil que es en las mesas de juego —dijo Fanny cuando Tess hubo concluido su resumen—. También es conocido por su maestría con el sexo débil y famoso por ser frío y distante cuando se trata de emociones. No conquistarás fácilmente su corazón, Tess.
—No quiero su corazón, créeme —prometió—. Sólo deseo saber cómo puedo protegerme.
—¿Qué quieres decir con exactitud? No vas a tener que preocuparte por tu noche de bodas. Apuesto a que encontrarás los placeres del lecho conyugal sumamente agradables.
Tess tomó un largo trago de té para cobrar ánimos.
—A decir verdad, eso es lo que temo, Fanny. No deseo entregar sobre mí tal poder a Rotham.
Le refirió con brevedad cómo había sucumbido víctima de sus sentidos aquel día, cuando el duque simplemente la había besado. Aún estaba algo sorprendida por la intensa pasión que le había hecho sentir. Tampoco quería rendir su cuerpo a Rotham, ni siquiera bajo la santidad del matrimonio, porque la intimidad carnal la haría probablemente mucho más vulnerable a él.
—La atracción sexual es normal y natural —le aseguró Fanny—. En especial con un hombre como Rotham. Por eso quizá no deberías tratar de luchar contra tus respuestas, sino simplemente controlarlas.
—Me encantaría saber cómo controlarlas —dijo Tess con interés.
Fanny le sonrió de un modo apasionado.
—Deberías alegrarte de que sea un experto amante, porque eso hará que la consumación resulte más fácil para ti. Pero para que los aspectos físicos de su comportamiento amoroso no te tomen por sorpresa, puedo decirte exactamente lo que te espera Estar prevenida es estar preparada.
—Gracias, Fanny —repuso Tess reconocida.
La cortesana la miró pensativa.
—¿Acaso no te interesa conocer por fin los secretos de la pasión? A mí me interesaría, si me encontrase en tu lugar.
Ella vaciló, mirando su taza de té. Había aceptado la propuesta de matrimonio de Richard con alegría aunque, para ser sincera, nunca había sentido la clase de ardor romántico por él que siempre había soñado. Lo que la hacía sentirse, en cierto modo, culpable.
Ahora su culpabilidad era sólo simulada, porque no podía evitar una deliciosa punzada de expectación al pensar en convertirse en la amante de Rotham.
—Supongo que sí lo estoy, un poco. Pero me disgusta pensar que voy a estar a merced de Rotham. Podemos tener que quedarnos en Bellacourt por un período de tiempo indefinido. Lady Wingate cree que deberíamos ausentarnos de la ciudad hasta que el escándalo se disipe. De hecho, sugirió que considerásemos emprender un viaje de bodas. Pero yo no puedo pensar en estar a solas con Rotham tanto tiempo.
De pronto, Tess tuvo una idea y miró a su amiga.
—¿Querrías acompañarme a Bellacourt tras la ceremonia nupcial, Fanny? Podría aprovechar tu ayuda y protección. Se lo pediría a Dorothy, pero ella es demasiado sumisa y dócil. Rotham se la comería de un bocado.
Fanny negó con la cabeza ante la impulsiva propuesta de Tess.
—Comprendo tu preocupación, pero tus mecenas no verían bien que tuvieras una huésped con una reputación como la mía. Una cosa es que te haga una visita privada aquí, donde puedes confiar en la discreción de tus sirvientes. Otra muy distinta sería que yo acudiese en tu ayuda tan pronto, tras tu boda. Por tu bien, Tess, es mejor dejar que primero se apacigüen los chismorreos por tu repentino matrimonio.
Tess suspiró, sabiendo que Fanny tenía razón. Invitar a una cortesana famosa a estar con ella en su nueva residencia durante los primeros días de su matrimonio no era precisamente un modo de evitar el escándalo, que era la principal razón de casarse con Rotham. Una vez estuviera establecida como su duquesa, se hallaría en condiciones de que se le consintieran otras cosas.
—Supongo que mi ansiedad se debe en parte —dijo Tess— a que tengo muy poca experiencia. Nunca hice nada más allá de besar a Richard.
—Yo tampoco he besado nunca a Basil —reconoció Fanny—. A menos que cuentes la ocasión en que me ayudó a salvarme de un secuestro, cuando reaccionó aliviado por el momento.
Tess, atónita, enarcó las cejas.
—¿Sí? ¿Nunca te ha besado?
La cortesana retorció la boca con seco humor.
—Lo sé, resulta sumamente irónico, considerando mi profesión. Y también muy frustrante. Había confiado llegar a estar comprometida con Basil, pero quizá él nunca pida mi mano. Por orgullo ¿sabes? Ya está bastante mal que haya pasado todos estos años compartiendo mi cuerpo con otros hombres. Sin embargo, aunque Basil sea capaz de pasar por alto mi pasado, sospecho que no puede dejar de pensar que soy más rica que él.
El objeto del afecto de Fanny era Basil Eddowes, su antiguo vecino de la infancia en Hampshire, quien había estado secretamente enamorado de ella desde su juventud, antes de que se marchase a Londres para hacer fortuna. Tess le había conocido el verano anterior, en la casa de huéspedes de Fanny, donde residía. En aquel tiempo, Fanny y Basil habían reñido y discutido de manera amistosa con regularidad, hasta que ella fue secuestrada por un jugador sin escrúpulos, lo que despertó los celos en él y le impulsó a insinuar sus sentimientos amorosos.
Basil, erudito y pasante de abogado, era a la sazón secretario subalterno de un noble, pero no ganaba lo suficiente para financiar el estilo de vida de Fanny, circunstancia que la cortesana temía que le avergonzase y le hiciera sentirse indigno de casarse con ella.
—Mi relación con Basil es más similar a la tuya con Richard —dijo Fanny—. Comenzó con una amistad, no una gran pasión, y no estoy segura de que llegue a progresar mucho más. Sinceramente, casi temo presionarle para que despliegue un mayor afecto físico. ¿Y si no disfruta besándome o, peor aún, haciéndome el amor?
—No puedo imaginar que eso sea así —repuso Tess con sinceridad.
Mientras tomaba otro sorbo de té, se encontró frunciendo el cejo, pensativa. Escuchar la lamentación de Fanny sobre sus propios problemas amorosos le había recordado que, como duquesa y mujer acaudalada, estaría en situación de ayudar a su amiga y de contribuir a sus obras de beneficencia.
Fue entonces cuando Tess recordó lo que sabía acerca del castillo de su futuro esposo.
—El señor Hennessy me ha contado hoy algunos rumores interesantes, Fanny. Se dice que hay fantasmas en el castillo de Rotham en Cornualles.
—¿Fantasmas? —Fanny se irguió con expresión de interés.
—Eso dice Hennessy. De ser así, podría ser un lugar ideal para que escribieras tu nueva novela gótica, puesto que tu historia está ambientada en una mansión encantada. Aunque no quieras venir conmigo a Bellacourt, tal vez podría conseguir que visitases el castillo de Falwell. Cornualles está lejos, a por lo menos dos días de viaje, por lo que es probable que la alta sociedad no se sienta ofendida porque te encuentres allí.
A Fanny se le ensombreció de nuevo el rostro.
—Parece intrigante, pero no quiero dejar Londres en estos momentos. Basil podría olvidarse de mí en mi ausencia. Incluso aunque me quede, nunca seré capaz de convencerle para que me proponga matrimonio.
De pronto, la cortesana agitó la mano, descartando el tema.
—Basta ya de mí y de mis problemas románticos, Tess. Tenemos que hablar de tu matrimonio con Rotham. Dime exactamente qué sucedió esta tarde cuando te besó.
Pese a la vergonzosa naturaleza íntima del consejo de Fanny, Tess se sintió agradecida por que alguien le ofreciera un conocimiento práctico de lo que eran las relaciones carnales y, lo más importante, de los medios que había para protegerse contra los poderes sensuales de Rotham.
Tras concluir su charla, Fanny se quedó a cenar. Cuando la cortesana se marchó para regresar a Londres, Dorothy ya se había retirado a sus habitaciones. Tess siguió por fin el ejemplo de su compañera, pero no conseguía conciliar el sueño, pues sentía un gran temor en su interior.
Ella no buscaba un frío matrimonio de conveniencia. Quería amor auténtico. Deseaba importarle a su marido.
Rotham ni siquiera creía en el amor, lo había reconocido aquel día al admitir sus cínicos sentimientos. Y, desde luego, ella no le importaba nada, salvo por su supuesta obligación de protegerla de los peligros de Londres.
Por otra parte, Rotham sería capaz de darle, a buen seguro, la pasión que ella ansiaba.
Tess no había conocido nunca la verdadera pasión, sólo un tierno y dulce amor. Al recordarlo, cerró con fuerza los ojos.
Lamentaba en secreto no haber llegado nunca a la intimidad física con Richard. Él había deseado consumar su amor antes de embarcarse la última vez, pero Tess se estaba reservando para el matrimonio, y por ello no consintió. Había estado tan sometida a las apariencias, tan decidida a comportarse con propiedad, que se había perdido uno de los acontecimientos trascendentales para la mujer: entregarse al hombre que amaba. Ahora puede que ya nunca conociera aquella dicha.
Rodó por el lecho y aporreó la almohada.
Perder a Richard le había enseñado cuán triviales y mezquinas eran las normas de la sociedad comparadas con lo que eran la vida y la muerte. Por eso le parecía especialmente indignante que, una vez más, tuviera que conformarse con los dictados de la alta sociedad, y casarse con un noble que era famoso por su propia perversidad.
Tess se pasó la noche dando vueltas. Sin embargo, a la mañana siguiente no tuvo tiempo de seguir pensando en su mala suerte, puesto que sus amigas se presentaron en su casa para ayudarla a prepararse para la boda. Entre una racha de misivas de
Rotham y de lady Wingate, se enteró de que la ceremonia estaba fijada a las dos en Danvers Hall. Por lo tanto, sin darse cuenta, Tess entró en el salón de Arabella ataviada con un sencillo pero elegante vestido de seda de color rosa, a punto de pronunciar los sagrados votos de amor, honor y obediencia.
Al distinguir a Rotham en el extremo opuesto de la sala, reconoció de mala gana la violencia con que palpitaba su corazón. Él exhibía una elegante figura, con su frac azul moldeando sus fuertes hombros y su aparentemente delgado cuerpo, que ella sabía que era puro músculo. Con su endiablada elegancia, el duque nunca sería confundido por algo que no fuera un aristócrata. Sin embargo, la intimidante aura de poder que le rodeaba le hacía único.
Se movía con gracia, con facilidad, mientras se acercaba hacia ella. Sin embargo, Tess no pudo dejar de recordar su última visión de Richard vistiendo su uniforme de color escarlata, el día que partió con su regimiento para combatir contra el ejército de Napoleón. Tampoco pudo dejar de comparar aquel momento con la boda que tanto había esperado.
De modo que, cuando Rotham la saludó con un cortés «señorita Blanchard», ella simplemente inclinó la cabeza y murmuró «milord», a modo de respuesta. Podía haberse tratado de dos desconocidos.
La lista de invitados era reducida, pero incluía a los amigos más queridos de Tess: su madrina, lady Wingate; las tres hermanas Loring y sus esposos; Damon, el primo de
Tess, y su encantadora esposa Eleanor; Dorothy Croft; Jane Caruthers, la solterona que supervisaba las operaciones diarias de la Academia Freemantle; y Winifred, lady Freemantle, la fundadora de la academia.
Las amigas de Tess la flanquearon de manera protectora hasta que llegó el momento de iniciar la ceremonia. Evidentemente, Rotham advirtió su preocupación, porque sus grises ojos brillaron de ironía mientras conducía a la novia hasta situarse ambos ante el párroco.
En aquel momento, la mente de Tess se encontraba llena de pensamientos y sentimientos dispersos. ¿A cuántas bodas había asistido el año anterior, viendo cómo sus amigas, vecinos y primos se unían a sus compañeros para toda la vida? El párroco era el mismo clérigo que había casado a Arabella y a Lily.
Mientras sonaba monótona su suave voz, Tess pensó que el cura tenía ya mucha práctica.
La sensación de irrealidad siguió acosándola durante toda la liturgia. Aunque, algún tiempo después, aquello concluyó y Rotham le dio un breve beso para sellar sus votos.
Tess se dio cuenta, a su pesar, de que, aunque sus labios eran fríos, aún le provocaban el mismo calor deplorable en su interior, igual que el día anterior. Lo mismo sucedió cuando, casualmente, le tocó en la espalda, al guiarla hacia una mesa lateral para firmar los documentos matrimoniales que harían oficial su unión.
Ella vaciló un momento, respiró profundamente y firmó en el pergamino. Luego, levantando la cabeza, sus ojos se encontraron con los de su flamante esposo.
Para bien o para mal, y lo más seguro ea que fuera para mal, ahora estaba casada con el duque de Rotham.
En cuanto a los sentimientos del duque, eran una perversa mezcla de resignación, triunfo y pesar.
Resignación porque le disgustaba perder el control de su destino.
Triunfo porque ahora tenía un poder legal sobre la única mujer del mundo a la que creía que nunca podría poseer.
Y pesar porque, de nuevo él, había ahuyentado el brillo de sus ojos y su sonrisa.
Ian miró a la hermosa mujer con la que acababa de casarse. No se veía ningún rastro de la encantadora sonrisa de Tess. Nada en absoluto, salvo tristeza... y tal vez agitación.
Lo último que Ian deseaba era que Tess le temiera.
—Podrías intentar alegrar esa cara, querida —le sugirió en tono seco—. Simula por un momento que no estás yendo hacia tu condena.
Tess tensó la espalda un instante y luego hizo un visible esfuerzo por relajarse.
—Aquí todos conocen nuestras circunstancias. Sería hipocresía si alguno de nosotros fingiese alegría.
—Tal vez, pero tus amigos ahora parecen dispuestos a empuñar sus espadas y ensartarme si me atrevo a dar un paso en falso.
Ella miró en torno a su público. Los invitados a la boda miraban a Ian con diversos grados de preocupación, incluso beligerancia por parte de la hermana Loring más joven.
Tess sonrió a lady Claybourne y luego se volvió a Ian.
—Creo que Lily no está armada por el momento, pero recientemente se ha convertido en una experta con el florete y sin duda estaría dispuesta a usarlo en mi defensa.
Ian curvó la boca en una mueca.
—¿Es esto una advertencia?
—Podría llamarse así —replicó Tess con su habitual sutileza. Al cabo de un momento suspiró—. Tienes razón, deberíamos mantener las apariencias. Si lograras decir algo por lo menos ingenioso o divertido, a mí me resultaría más fácil seguirte.
Él hizo una mueca burlona.
—¿Significa eso que carezco de ingenio habitualmente? Me has herido.
Ella consiguió proferir una suave risa que captó la atención de media sala. No obstante, en los negros ojos de Tess había surgido un chispazo de humor que alivió a Ian.
—¿Adónde iremos desde aquí, milord? —le preguntó ella—. ¿A Bellacourt?
—Sí. Seguramente nadie tendrá que objetar nada si me llevo a mi esposa a mi casa para disfrutar de cierta dosis de intimidad. Puedes invitar a tus amigas a que te visiten siempre que lo desees. De hecho, cuanto antes lo hagas mejor, para que así puedan asegurarse de que no te estoy golpeando, matando de hambre o encadenándote en una mazmorra.
Con sorpresa, él contempló un destello de interés en los ojos de Tess.
—¿Tienes una mazmorra?
—No en Bellacourt. Era sólo una forma de hablar.
—¿Y qué hay acerca de tu castillo de Cornualles?
Él enarcó las cejas.
—¿Falwell? Ahí sí que hay una mazmorra grandísima. ¿Por qué lo preguntas?
—Una mazmorra podría ser útil para una amiga mía.
—¿Tienes una amiga que encadena prisioneros?
La suave risa de Tess resultó más auténtica en esta ocasión.
—Sólo en sentido ficticio. Es una escritora de novelas góticas, que actualmente está escribiendo su última historia. Quiere incluir algo que dé miedo, aunque nada que sea demasiado horripilante, una simplemente que sirva para crear el suficiente suspense como para hacer estremecerse a los lectores. Y una mazmorra podría facilitar el espacio ideal para algo así, en especial una que quizá sea visitada por fantasmas. Me gustaría saber más cosas sobre ti, Rotham.
—Estaré encantado de complacerte en algún momento, amor —repuso Ian—. No obstante, ahora deberíamos reunirnos con los demás antes de que crean que necesitas ser rescatada. En cualquier caso, creo que lady Wingate quiere brindar por nuestro enlace.
La sonrisa de Tess se disipó ante aquel recordatorio, pero aceptó su brazo sin protestar y luego irguió la barbilla como si se preparase para asistir a una batalla perdida.
«Mi novia.» «Mi esposa.» Las palabras le sonaban raras a Ian. Más raro era todavía entender lo impaciente que se sentía por estar a solas con Tess.
Sin duda que su deseo de partir de Danvers Hall tenía algo que ver con la recepción que le habían dispensado los allí reunidos. Puesto que la alta sociedad era un mundo muy pequeño, conocía a todos los nobles presentes, y a algunos bastante bien. Pero no había esperado verse abordado por todos y cada uno de ellos durante el transcurso de la siguiente hora.
El primero en apartarlo a un lado fue Damon Stafford, vizconde de Wrexham y primo de Tess, quien le dijo quedamente:
—Quiero hacerle una advertencia, Rotham. Si le causa algún daño a mi prima, tendrá que responder ante mí.
—Le aseguro —repuso Ian, manteniendo un tono suave—, que no tengo ninguna intención de perjudicarla.
—Procure que así sea.
Apenas Wrexham se hubo alejado, Heath Griffin, marqués de Claybourne, ocupó su lugar.
—Debe darse cuenta de que su esposa tiene muchos amigos, Rotham.
Ian sospechó que lady Claybourne había instado a su marido para darle a conocer la preocupación que sentían tanto ella como sus hermanas. Pero la siguiente advertencia procedió de Marcus Pierce, conde de Danvers.
Ian levantó la mano, anticipándosele.
—No me lo diga. Ha venido a amenazarme con algún tipo de daño físico si le causo el mínimo daño a mi esposa.
—No es una amenaza, sino una promesa —repuso Danvers con tranquilidad.
Todo esto le hubiera resultado divertido de no saber que los nobles hablaban totalmente en serio. Aun así, podía respetar sus posturas y le alegraba que Tess tuviera tantos amigos que se preocuparan de su bienestar, aunque tuviera que ser él quien sufriese las consecuencias si algo salía mal.
El último fue Drew Moncrief, el alto y rubio duque de Arden. La irónica sonrisa de comprensión de Arden reflejó la sarcástica de Ian.
—Supongo que sabe lo que deseo decirle, Rotham.
—Creo que sí. Su flamante duquesa está preocupada por mi flamante duquesa y le ha encargado a usted que cuide de que no le cause daño.
—No necesitaré levantar un dedo en su defensa —añadió Arden—. Mi esposa y sus hermanas consideran a Tess como de la familia. Seguro que no quiere convertirlas en sus enemigas.
—Espero que no. Me considero bastante advertido, Arden.
Entonces se le acercó lady Wingate, que procedió a expresar sus temores por su ahijada.
—He comenzado a preguntarme si actué de manera precipitada —comenzó la baronesa—. Si está abrigando algún pensamiento de venganza por verse obligado a casarse con ella, no debe culpar a Tess. Soy yo la culpable, Rotham...
Ian se esforzó por escuchar pacientemente y se contuvo para no levantar los ojos al techo al asegurarle que no le guardaba ningún rencor y que prometía tratar a Tess con respeto y consideración.
Lady Wingate no pareció quedar del todo tranquila, pero le dejó para reunirse con Tess, que estaba rodeada por las hermanas Loring.
Ian examinó un momento a su esposa y luego miró el reloj de la repisa de la chimenea, preguntándose cuánto tiempo tardaría en librarse del intenso escrutinio de los amigos de Tess y la tendría para sí.