CAPÍTULO 13
«Confieso que la fuerza de mi deseo se ha convertido en mi principal fuente de culpabilidad, pero tal vez eso sea algo bueno si puede contribuir a proteger mi corazón.»
Anotación en el diario de la señorita Tess Blanchard
Si Ned estaba en lo cierto, sólo tenían hasta la noche del domingo para preparar la captura de Jolly Banks y de su banda. Había poco tiempo que perder.
Ian, junto con Tess, se reunió primero con el párroco Potts y luego con sir Thomas Greely, el magistrado que impartía justicia en aquella parte de Cornualles. Tras decidir convocar a la milicia, Ian viajó a Falmouth —la ciudad más próxima y puerto naval— para efectuar una solicitud oficial al teniente. Le fueron concedidas dos docenas de hombres para colaborar en la operación.
Además, alertó a los oficiales de Aduanas locales para evitar cualquier interferencia accidental. Si Banks dejaba de aparecer la noche del domingo, tendrían que idear otra estrategia. Sin embargo, por el momento, confiaban en capturar a los ladrones con las manos en la masa, justo en el momento de recuperar las propiedades robadas o introducirse en el castillo del duque de Rotham.
También intentaron enterarse de dónde estaba Banks en ese momento, para así vigilarle. Sin embargo no había sido visto en su casa de Polperro desde hacía varios días. Puede que anduviera al acecho de otra gran casa que robar. Puesto que había grandes propiedades muy diseminadas por toda la zona, tendría que desplazarse más lejos que cuando operaba en los condados más próximos a Londres.
Entretanto, seguían vigilando la cueva que había bajo el castillo e hicieron jurar a los sirvientes de Falwell que guardarían el secreto.
En cuanto a Ned, su salud mejoró de forma considerable con los cuidados adecuados.
Una vez desapareció la fiebre, estaba más lúcido, casi cuerdo. Pero se abstuvieron de hablarle de su proyecto para atrapar a la banda. Era dudoso que Ned fuera capaz de mantener un secreto sin decir nada a los sirvientes del castillo. No querían que Banks se enterase de nada o que Ned se convirtiera él mismo en un objetivo de venganza.
Tess se había erigido a sí misma en protectora del veterano y se sentía más optimista al pensar que el duque podría evitar su encarcelamiento. Por añadidura, se había enterado de que las víctimas más recientes de los ladrones, lord y lady Shaw, habían ofrecido una recompensa a quien les devolviera sus joyas. Estaba decidida a que los fondos le fuesen entregados a Ned como reparación por ayudar a descubrir a los ladrones.
Ian no discutía con ella. Durante los últimos años se había visto obligado a apoyar las causas de Tess. Además, ésa era una batalla que libraría por ella con mucho gusto, en gran parte porque su buena opinión se había vuelto incómodamente importante para él.
Sin embargo, se sentía algo sorprendido porque confiase en él para enfrentarse a los complejos preparativos que tenían que ver con negociar con las autoridades, y no temió decírselo así.
—Sinceramente —le confesó Tess cuando él regresó de Falmouth—. Me alegro de que te encargues de todo. Yo no sabría por dónde empezar. Tengo plena fe en que conseguirás atrapar a Banks y a sus hombres.
Generalmente, solían estar de acuerdo en los puntos más importantes del plan. El principal punto de discordia fue el alcance de la participación de Tess en la operación del domingo por la noche. Ella quería desempeñar un papel en la captura de los ladrones, pero aunque Ian estaba impresionado por su tenacidad y valor, no pensaba exponerla al peligro.
Cuando Tess se quejó diciendo que volvía a comportarse como un dictador y en exceso protector, él se mostró inflexible.
—Tu seguridad es mi única condición, querida. Te quedarás en el castillo. Si no estás de acuerdo, entonces pondré fin a todo esto.
Tess le dirigió una mirada de frustración.
—¿Por qué será que a las mujeres nunca se nos permite ser de ninguna utilidad? No es justo que tú disfrutes de toda la emoción mientras yo debo permanecer mimada y protegida.
—Puedes observar la cueva desde las almenas del castillo.
—Probablemente estará oscuro y me será imposible ver nada.
Al ver que su argumento no conseguía convencerle, añadió, enfadada:
—¿Qué tengo que hacer mientras tú te vas a comportarte como un héroe, milord?
—Puedes evitar que Ned se meta en líos. Si te sucediera algo, ¿quién cuidaría de él?
Por lo menos aquel argumento hizo que Tess se frenara.
—Tienes razón. Muy bien, accedo a quedarme aquí.
Ian la miró receloso, preguntándose si estaba siendo sincera con él. Aun así, por sus brillantes ojos pudo comprender que estaba disfrutando con el desafío de llevar ante la justicia a una banda de ladrones. Él también disfrutaba viendo su entusiasmo. Su relación parecía mejorar día a día. Ya no estaban a la greña, como había sucedido durante los últimos cuatro años. Sin embargo, aún existía cierta dosis de oposición entre ellos. Y en el dormitorio, su acalorada relación física se había convertido en algo similar a una rivalidad sexual. Era un juego que consistía en llevar cada uno al otro a un jadeante placer. Ian era maestro en eso, pero Tess se mantenía firme en la batalla para ver quién podía excitar mejor al otro. Ninguno quería reconocer la derrota.
Al final de la tarde del sábado, mientras cabalgaban de vuelta a casa después de mantener otra charla con sir Thomas Greely y lord Shaw, Tess parecía estar muy animada. Cuando llegaron a los acantilados sobre el puerto de Fowey, ella detuvo su montura y aguardó a que Ian la ayudase a apearse. Luego se quedó a su lado mientras disfrutaba de la espléndida perspectiva del océano.
Las recientes lluvias habían cesado y una preciosa puesta de sol daba al cielo un matiz de luz rosada. Viendo cómo el resplandor bañaba su encantador perfil, Ian sintió una fogosa punzada de deseo hacia Tess. Aunque observarla era puro placer, contemplar su deleite le hacía disfrutar mucho más.
—Tanta gracia y poder... —murmuró ella con reverencia—. El mar es tan hermoso, en especial a estas horas del día.
—No tan hermoso como tú —dijo él sin pensar.
Ella se volvió a mirarle y arqueó una ceja.
—Has dicho lo mismo esta mañana mientras me seducías, así que tendré que tomarme tales comentarios con cierta reserva.
Por suerte, Tess consideró su elogio como un simple flirteo, una arma que él utilizaba en su batalla por la supremacía.
—Te recuerdo —replicó Ian en el mismo tono bromista—, que esta mañana yo no era tanto el seductor como el seducido.
A ella se le escapó un conato de risa y se recostó en él, más para bromear, sospechó, que por necesitar su apoyo.
—Me doy cuenta de que no te he agradecido lo suficiente que trates de salvar a Ned-dijo con voz ronca.
—Eres libre de hacerlo ahora —la invitó, sonriéndole.
Ella le devolvió la sonrisa, y Ian sintió una extraña exaltación en el corazón. Pensó, y no por primera vez, que su sonrisa era una arma letal.
Cuando ella ladeó la cabeza hacia atrás invitándole a besarla, él respondió hundiendo la lengua en su boca. Al igual que en muchos de sus recientes encuentros, el beso comenzó como una broma, pero luego se convirtió en algo tierno.
Era aquella ternura, más que nada, la que perturbaba a Ian. Se daba cuenta de que estaba empezando a perder el control, por mucho que luchara contra el encantador atractivo de su esposa.
Pensando en eso, concluyó el beso más bruscamente de lo que se proponía y retrocedió para apartarse de ella. Durante el resto del camino de vuelta, se mantuvo en guardia. Sin embargo, sus pensamientos no le daban tregua.
Su instinto más poderoso era proteger a Tess, mantenerla a salvo de cualquier daño.
Pero ¿cómo podía él mismo protegerse de ella?
Inesperadamente, se enfrentó de nuevo a aquella pregunta al llegar a casa. Tess se dirigió directamente a la cocina para comprobar cómo estaba Ned, mientras Ian se retiraba a su estudio para acabar de perfilar algunos detalles de su plan.
Estaba escribiendo en su escritorio cuando Fanny Irwin llamó a la puerta de su estudio pocos minutos después.
—Discúlpeme, milord —murmuró la cortesana—. Confiaba en poder intercambiar unas palabras en privado con usted.
Ian depositó su pluma sobre la mesa y la invitó a sentarse frente a su escritorio. Ella así lo hizo.
—Deseo darle las gracias, milord. Estoy más agradecida de lo que puedo expresar por su amable hospitalidad.
—No hay de qué, señorita Irwin. Usted es amiga de Tess, y como tal, una invitada bien recibida en nuestra casa.
Al ver que Fanny guardaba silencio, Ian enarcó una ceja.
—¿Hay algo más que quisiera decirme? —la instó.
Ella parecía tener los nervios de punta.
—Bien, sí. El caso es que... les he visto a usted y a Tess desde la ventana de mi dormitorio esta tarde. Y bien... ¿ama usted a Tess?
A Ian se le tensaron los músculos del estómago: era una pregunta que no deseaba hacerse a sí mismo. Su primer instinto fue lanzar una respuesta sarcástica, pero se decidió por responder con lentitud y suavidad:
—No es asunto suyo, ¿verdad?
La mujer vaciló y luego le dedicó una sonrisa conciliadora.
—Sé que me estoy metiendo en lo que no me incumbe —reconoció, recurriendo a su famoso encanto—. Pero como usted dice, soy amiga de Tess, y me preocupo mucho por ella. Sólo deseo su felicidad.
—Al igual que yo, señorita Irwin.
—¿De veras? —preguntó ella, escudriñando su rostro. Fuera lo que fuese lo que Fanny vio en su expresión, debió de convencerla, porque asintió—. Pensé que era posible. No puedo dejar de advertir cómo mira a Tess a veces... como si albergara profundos sentimientos por ella. Si eso es cierto, entonces podría ayudarle.
La curiosidad pugnaba con la irritación en el interior de Ian.
—¿Ayudarme? ¿Cómo?
—A quebrantar sus defensas y superar su resistencia a amarle. No será fácil teniendo en cuenta la pena y la pérdida absolutas que soportó tras la muerte de Richard. Pero Tess necesita amor en su vida, milord. Ni siquiera sus más queridas amigas bastan para llenar el vacío que le dejó en el corazón la prematura muerte de su prometido.
La expresión de Fanny se tornó solemne.
—No creo que yo esté traicionando la confianza de Tess si le ayudo, pues me parece que su futura felicidad depende muchísimo de usted. Por eso, si puedo permitirme ofrecerle algún consejo, milord...
Volvió a hacer una pausa, dándole tiempo para que rechazase su consejo.
—Estoy escuchando —repuso Ian.
Por fin, ella se lanzó a hablar.
—Puede que usted no haya considerado la cuestión del amor, puesto que su matrimonio fue tan repentino, pero para una mujer como Tess, eso puede ser fundamental. Una mujer necesita sentirse deseada, pero lo que es más importante, necesita sentirse amada.
—¿Quiere que yo reconozca que la amo?
La cortesana se encogió de hombros.
—No conmigo, no. Pero creo que por lo menos debería reconocer sus sentimientos consigo mismo.
—El amor no es un asunto fácil de entender, señorita Irwin.
Ante su evasiva, Fanny curvó los labios en una melancólica sonrisa.
—Al contrario, milord. Como acabo de aprender recientemente, el amor es bastante sencillo. Sólo necesita formularse a sí mismo algunas preguntas elementales. ¿Hace
Tess que su vida valga la pena? ¿Se sentiría triste sin ella? Y la otra cara de la moneda... ¿Podría sentir ella lo mismo por usted? Se lo repito, Tess necesita ser amada, no sólo deseada, y si usted la ama de verdad, entonces haría bien en demostrárselo.
Ian se recostó en su silla, sin sentirse preparado para reconocer aquello ante Fanny o ante sí mismo.
—Aprecio sus buenos deseos para Tess, señorita Irwin, pero pienso tratar con mi mujer a mi manera.
—Como desee, milord. Pero si cambia de opinión... quiero que sepa que haré todo cuanto esté en mi mano para ayudarle.
—Tendré en cuenta su ofrecimiento.
Cuando Fanny se hubo marchado, Ian siguió inmóvil durante un buen rato, considerando la audaz y franca pregunta de la cortesana. ¿Amaba a Tess? ¿Reconocería siquiera aquel sentimiento si así era? Reflexionó que él nunca había tenido mucho amor en su vida. Su madre había muerto dándole la vida, y, por la época en que superó su infancia, no había sentido ningún respeto ni amor por su padre.
Sentía cierto grado de afecto por lady Wingate, y especial no había muchas más personas a las que quisiera. En cambio, sí sentía un amor mucho más fuerte por Jamie, su pequeño pupilo. Sin embargo, él nunca había estado enamorado, ni tampoco había querido experimentar aquel padecimiento. Creía que la perspectiva de ceder el control sobre su propia voluntad a otra persona resultaba aún más intimidante que el matrimonio.
Antes de casarse con Tess había disfrutado de su solitaria existencia. Podía hacer lo que gustase, vivir como quisiera. Ahora debía tener en consideración los sentimientos e intereses de su esposa, incluso antes que los propios.
Sin embargo, de manera bastante extraña, se encontraba deseando situar los intereses de Tess por encima de los suyos. Tampoco podía negar que su persona estaba manifestando alguno de los síntomas atribuidos al amor: sentido protector y posesivo, celos...
¿Era amor aquello? Sin duda, sus sentimientos por Tess no habían sido muy racionales desde que la vio besando a Hennessy tras las cortinas del escenario en la fiesta de su madrina. Era incuestionable que ella hacía que se le agitara la sangre y que el corazón le latiera con más fuerza. Sin embargo, sabía que su atracción era impulsada por algo mucho más fuerte que la lujuria. Se sentía más dichoso en su presencia. La echaba de menos cuando estaba lejos. Anhelaba estar cerca de ella, tanto si estaban discutiendo como conversando sobre asuntos formales o haciendo el amor.
De modo que sí, reconoció Ian a su pesar, estaba superando el punto desde el que ya no había vuelta atrás.
Si estaba dispuesto a reconocer que Tess había invadido su corazón, ¿qué diablos iba a hacer? ¿Era un necio al preguntarse si podía despertar similar sentimiento en ella? Dado su pasado, él estaba lo más lejos posible de ser su pareja ideal. No creía poder estar a la altura de la imagen de un esposo perfecto, ni al nivel de sus recuerdos de «san Richard».
Aun así, ya no cabía ninguna duda de que deseaba mostrarse digno de Tess. Ni tampoco de que deseaba hacer que olvidara a su difunto prometido. A menos que pudiera conseguirlo, nunca tendría ninguna posibilidad de ganarse su amor.
Apretó la mandíbula. ¿Era su amor lo que él deseaba? Estaba segura de que podía lograr que Tess le desease, pero como Fanny Irwin había señalado, el deseo no era lo mismo que el amor.
Se pasó la mano por los cabellos mientras luchaba por definir sus sentimientos hacia su hermosa esposa. Desde luego, le gustaba hacer reír a Tess. Deseaba su felicidad más que la propia. Quería que le necesitase, no sólo para sus causas, no sólo en su cama, sino en su vida.
Y si aquello no era amor, ¿qué era entonces?
Tess pensó que Fanny estaba radiante cuando se encontraron en el salón antes de cenar. Ellas eran todavía las únicas que habían llegado. Fanny no vaciló en compartir su alegría.
—Tess, soy tan dichosa que me siento fuera de mí. ¡Basil me ha propuesto matrimonio esta tarde, mientras tú estabas ausente!
—Me alegro mucho por ti —le dijo Tess, abrazando a su amiga con cariño. Deseaba preguntarle los detalles, pero Fanny la complació antes de que pudiera decir una palabra.
—Basil dice que me ama... que siempre me ha amado y que no quiere vivir sin mí.
—Está claro que es lo que siente. Hace meses que va con el corazón en la mano. Lo he podido ver, aunque tú no lo vieras.
—Sí, pero mi infame pasado... Yo no me atrevía a creer que Basil pudiera pasar por alto todo lo que he hecho. Sin embargo, dice que me ama. Y puesto que yo también le amo, lo demás no importa.
Fanny hizo una pausa para proyectar otra sonrisa resplandeciente.
—Tenías razón, Tess. Basil está dispuesto a perdonarme porque me ama. Y yo tenía razón en lo demás. Esta tarde hemos hecho el amor por vez primera, y ha sido diferente de cualquier otra... mucho, mucho más maravilloso. —La cortesana le estrechó las manos—. El amor hace la diferencia, Tess. Ojalá tú puedas volver a encontrarlo.
La sonrisa de Tess se desvaneció mientras trataba de pensar cómo responder.
—Yo diría —añadió Fanny en tono capcioso—, que las perspectivas de que encuentres el amor en tu matrimonio están mejorando con rapidez.
Por fortuna, Basil entró en el salón en aquel momento y reclamó la atención de Fanny.
Agradecida por lo oportuno de su llegada, Tess le felicitó de inmediato por su compromiso. Sin embargo, mientras los dos amantes estaban compartiendo un momento de intimidad susurrándose dulces palabras al oído, sus pensamientos volvieron a los contrapuestos sentimientos que tenía hacia su marido.
Tess reconoció que era indudable que su matrimonio estaba mejorando, pero aquello en sí mismo era un problema. Su deseo por Ian iba en aumento a diario. Él podía excitarla con sólo una mirada. Un simple contacto hacía que su sangre se tornase ardiente y espesa. Nunca antes había tenido que luchar contra un deseo tan poderoso y abrumador.
El hecho de que le necesitara tanto despertaba en ella una inquietante culpabilidad.
Nunca había deseado a Richard tan apasionadamente. Sin embargo, le había amado y sentía cómo si debiera permanecerle leal de algún modo, aunque ya hiciese tiempo que hubiese muerto.
Además, había otras comparaciones entre los dos hombres seguían atormentándola.
Richard había sido maravilloso y encantador, pero algo joven e inmaduro, casi más niño que hombre. En contraste, Ian era mucho más masculino y maduro. Como amante, el placer físico que Ian le daba era increíble.
No obstante, algo estaba fallando. La verdad era que estaban enredados en un juego de pasión y poder con poca emoción. Sus relaciones, aunque explosivas, no eran emocionalmente tan satisfactorias como podían haber sido. Nada que ver con el amor que Fanny afirmaba haber encontrado con Basil...
De pronto, Tess sofocó aquel pensamiento. Ella era plenamente feliz —se sentía, de hecho, enormemente aliviada— de que su matrimonio se fundamentara sólo en las relaciones carnales. Estaba comenzando a creer que Ian no era tan perverso como siempre había pensado. Cuanto más llegaba a conocerle, más cosas buenas veía en él. Pero amarle era imposible. Estaría loca si se permitiera sucumbir a sus artes de seducción.
Cuando Ian apareció en la puerta al cabo de un rato, su profunda mirada se encontró con la de ella desde el otro lado de la habitación. Percibiendo el peligro, Tess desvió la vista hacia otra parte.
Decidió que mantendría con firmeza su actual estrategia. Se esforzaría todo lo posible por ocultar su debilidad y por mantener su relación antagónica. Seguiría conservando sus recuerdos de Richard en la vanguardia de su mente y de su corazón, y de manera intencionado, alimentaría sus sentimientos de culpabilidad.
En realidad, no tenía elección. Para su propia protección debía usar todas las armas tuviera a su alcance si quería evitar que el deseo por Ian fuera haciéndose tan grande como para cautivar su corazón.