Old Man: Because it is not certain you will always have money to buy food, and this way, as you are not used to having it, you will never miss it. Also if you had just eaten and hooked a big fish you would be in trouble.

(El VIEJO: Porque no es seguro que uno siempre tenga dinero para comprar alimentos, y así, como uno no está acostumbrado a tenerlos, no los echará de menos. Además, si uno ha acabado de —comer y engancha un pez se verá en aprietos.)

En la escena 76, en el siguiente pasaje: he thinks better of it and drinks the bitter liquid himself (recapacita y decide tomarse el amargo trago), tacha bitter (amargo) y pone unpleasant (desagradable). Unas líneas más abajo esto se repite. En el guión: The boy accepts the cup reluctantly and drinks as much of the bitter liquid as he can. (El muchacho toma la taza de mala gana y trata de tomar la mayor cantidad posible del amargo trago.) Hemingway tacha bitter y añade la siguiente nota al margen: Note: It is not bitter, only very oily and distasteful. (Nota: no es amargo, solo muy aceitoso y desagradable.)

En la escena 99, el narrador dice: There was no part of the hook that a great fish could feel that was not sweet-smelling and good tasting. (No había ninguna parte en el anzuelo que no le resultara apetitosa y agradable a un pez.) Hemingway le responde: He must hook on the sardines first. (Debe enganchar primero las sardinas.) Es decir, primero la camada. Ernest Hemingway apela a la secuencia de los hechos que van a producir la emoción sensorial.

Y esto, de acuerdo con el método de Hemingway, debe transmutarse en arte.

En la escena 123, se dice: THE BAIT being towed behind the old man's boat. (LA CARNADA se arrastra detrás del bote del viejo.) The fish are circling and driving it. (Los peces la rodean y se lanzan hacia ella.) Ernest pone entre paréntesis con interrogación la primera frase, y hace la anotación siguiente: They are not driving this bait but the shoal of bait fish the size of minnows. (No están acometiendo esta carnada, sino el cardumen.)

Hemingway hizo esta corrección en un extremo de la página, debajo del texto mecanografiado del guión. Su explicación tuvo dos etapas, porque primero advierte que no están acometiendo la carnada, y lo firmó. «EH», para añadir enseguida que la acometida es contra el cardumen, y volver a firmar.

La escena aparece descrita así en el libro:

The tuna shone silver in the sun and after he had dropped back into the water another and another rose and they were jumping in all directions, churning the water and leaping in long jumps after the bait. They were circling it and driving it.

(El bonito brilló con tonos plateados al darle el sol; cuando se sumergió, otro se apareció y de repente todos estaban saltando por dondequiera, agitando las aguas y dando largos saltos al perseguir la carnada. Nadaban alrededor de ella y la acometían.)

En el guión del filme:

122. FULL SHOT —THE SURFACE OF THE WATER

as a school of tuna begins rising. They are jumping in all directions, churning the water, leaping in long jumps after the bait.

123. CLOSE SHOT —THE BAIT

being towed behind the old man's boat. The fish are circling it and driving it.

(They are not driving this bait EH but the shoal of bait fish the size of minnows)

EH

122. PLANO GENERAL —LA SUPERFICIE DEL AGUA

mientras una mancha de bonitos comienza a surgir de ella. Saltan en todas las direcciones, agitando las aguas, y brincando detrás de la carnada.

123. PLANO CERRADO —LA CARNADA

se curricanea detrás del bote del viejo. Los peces la rodean y la acometen.

(No están acometiendo esta carnada EH sino el cardumen)

EH.

Hemingway recibió múltiples críticas debido a algunas imprecisiones y errores que aparecen en El viejo y el mar, y es posible que él hubiese querido aclarar cualquier pasaje ambiguo en el guión. Aquí desea especificar que los bonitos atacan, no la carnada de Santiago, sino el cardumen que ha atraído a estos peces de presa.

En la escena 131, donde el guionista escribe: He is getting sleepy (le está entrando sueño), Ernest lo regaña con esta acotación: Why is he getting sleepy so early? It's silly. EH (¿Por qué le está entrando sueño tan temprano? Eso es una tontería. EH).

En la escena 133 el guionista escribe que el sedal está por encima de los hombros de Santiago, y Hemingway lo regaña de nuevo: Not yet. Not until fish is hooked. (No antes de que enganche el pez.) En la escena 135, Hemingway vuelve a la carga; se acerca el momento en que Santiago va a coger el pez, el anzuelo a punto de herirle el corazón. Santiago sigue de rodillas, pero This is all done on foot (esto se hace de pie), le señala Hemingway. Luego, en la escena 147, cuando Santiago recuerda los equipos de béisbol: I wonder how the baseball game(s) in the big leagues came out today (quisiera saber los resultados de hoy de lo(s) juego (s) en las grandes ligas), Hemingway pluraliza la palabra game y comenta: Games plural. They follow many clubs. (Juegos en plural. Siguen muchos clubes.) La próxima acotación de Hemingway, nueve escenas después, le aclara al guionista que las bolsitas a lo largo del espinazo de la aguja son muchas, no una sola. It is plural. There are many sacks. (Plural. Son muchas bolsas.)

En la escena 147: ...and he saw a flight of wild ducks etching themselves against the sky over the water (...vio una bandada de patos salvajes sobre el mar delineándose contra el cielo), Hemingway añade: then blurring, then etching again (tornándose borrorosos, y luego perfilándose de nuevo); una precisión digna de su alter ego Thomas Hudson, el pintor. En la escena 203, añade un verbo auxiliar: do. But it is good that we do not have to kill the sun or the moon or the stars. (Es un alivio que no tengamos que matar el sol o la luna o las estrellas.)

En la escena 320, Hemingway agrega el adjetivo heavy a wind, sin el cual no tiene sentido la oración: How many days of heavy wind will we have? (¿Cuántos días durará este fuerte viento?) Casi de inmediato sigue el comentario más extenso de Hemingway, que contiene el regaño más severo al guionista. Primero tacha el parlamento de Santiago: They will be all right in a few days (estarán bien dentro de unos días), y después lo envía a revisar la página 138 de El viejo y el mar; Hemingway, no contento con ello, cita el pasaje que le interesa recalcar: I know how to care for them. In the night I spat something strange and felt something in my chest broken. (Sé cómo cuidarlos. Durante la noche escupí algo extraño y sentí que algo se rompió en mi pecho.)

Después de indicarle al guionista que siga leyendo, le advierte: You lose your story here and there is no previous reference in the script to the damage to his chest. (En este punto desvirtúa la historia, no hay una referencia previa en el guión de enfermedad en los pulmones.)

Sus dos últimas notas: en la escena 320, tacha la segunda oración en el parlamento de Santiago: Bring any oí the papers of the time that I was gone. I want to read about the baseball. (Trae cualquiera de los periódicos del tiempo en que estuve ausente. Quiero enterarme de la pelota.) En la escena siguiente, en la cual el muchacho, Manolín, se aleja llorando de la cabaña de Santiago, Hemingway escribe que se insista en el malestar del pecho que siente el anciano.

100

Miguel Angel Quevedo era propietario de Bohemia, la revista cubana de mayor circulación. Sus inclinaciones sexuales eran notorias. Se enorgullecía de que en una finca de su propiedad, donde se celebraban semanalmente fiestas que reunían a los más importantes empresarios y políticos del país, nunca había entrado una mujer. El triunfo revolucionario de 1959 se convirtió en una tragedia para él. Se fue del país en 1960.

Organizó la tirada de su revista en diferentes capitales latinoamericanas, aunque con una variante en el nombre: Bohemia Libre. Después, se suicidó en Caracas en 1970. Pero en 1955 era el zar de la prensa en Cuba y se había ofendido por el hecho de que Life se le adelantara con la publicación de El viejo y el mar. Hizo algunas gestiones, presionó a la embajada norteamericana y logró publicar una traducción completa de la novela. El caricaturista David cuenta que Quevedo lo llamó una tarde y le dijo: «Tú que conoces a todo el mundo, ve a ver a Hemingway y dile que quiero publicar su relato.» Bueno, pero a Hemingway no lo conozco mucho.» «No importa, dile que quiero publicar ese libro.» Localizado en el Floridita, Hemingway aceptó la proposición de 5 000 pesos. Puso dos condiciones: que el traductor fuera Lino Novás Calvo y que los 5 000 pesos fueran invertidos en la compra de aparatos de televisión que él donaría a los enfermos del sanatorio El Rincón. No está claro qué ocurrió finalmente con esos honorarios. Una docena de documentos que evidencian algunas irregularidades, se conservan en Finca Vigía. En estas cartas la administración de Bohemia se apresura a explicar a Hemingway que los televisores van a ser adquiridos próximamente, o que ya están a punto de ser instalados en el sanatorio. Hay una carta de Lino Novás Calvo explicándole a Hemingway que él no tiene nada que ver con las irregularidades de esa administración. Le preocupa el largo silencio sostenido por Hemingway y que no responda a sus llamadas telefónicas. La historia termina con los televisores instalados, y, años después, en la década del 60, con Lino Novás Calvo convertido en uno de los escritores cubanos contrarrevolucionarios residentes en Miami y jefe de redacción de Bohemia Libre, y la finca de Que vedo, en la que se prohibía la entrada de mujeres, transformada en el primer campamento de jóvenes revolucionarias que pasaban su instrucción como milicianas: el Batallón «Lidia Doce».

Campaña a bordo del Pilar, 1940. Facsímil de la segunda hoja del cuaderno de bitácora del capitán Ernest Hemingway.

101

Carlos Baker relata que siete lectores le escribieron a Hemingway en 1953 para señalar que la estrella Rigel no aparece en el cielo de Cuba en esa época del año en que la ve el viejo Santiago. Hemingway comentó: «Fueron muy amables en escribirme.»

El médico Herrera Sotolongo sostiene que el «cáncer en la piel» que se atribuye al pescador Santiago, no existe científicamente, y que él. Herrera Sotolongo, discutió con Hemingway, pero el escritor insistió en dejar esta enfermedad de su invención, no con idea de mostrarse obstinado, sino para actuar con cierta libertad artística. La enfermedad de Santiago podía ser un cloasma, pero eso no es un cáncer de la piel, «un benigno cáncer de la piel», como dice la narración. «Lo que tiene Santiago —insistía Herrera Sotolongo a Hemingway— es un cloasma.» Esta enfermedad puede producirse si uno se expone demasiado al sol. La piel suelta unas escamitas, lo que le ocurría a Hemingway, que siempre se las estaba rascando y quitando con las manos, mientras Herrera Sotolongo lo reprendía diciéndole que «se dejara eso».

El otro médico amigo de la finca, Cucu Kholy, tampoco estaba de acuerdo con el diagnóstico. Pero Hemingway insistió en que ese era el padecimiento de su personaje. Y así lo dejó.

Hemingway —como es de suponer— padeció de cloasma desde la época de sus aventuras antisubmarinistas en el Pilar debido a prolongadas exposiciones al sol. Su organismo mostraba una evidente debilidad frente al sol: costras de quemaduras, pequeña hipertrofia de piel, escamas en la frente y nariz. Para protegerse, se afeitaba con una máquina eléctrica de cortar el pelo, o sea, ni cuchilla ni navaja, y solía pasar hasta un mes sin rasurarse para evitar dañar la piel ya afectada por el closma. Acostumbraba mantener su cabello con un largo de 3 ó 4 centímetros.

Otras escamas que soltaba Hemingway eran producto de un eczema seborreico que, además, le mantenía las cejas rojas. «Se pasaba todo el día sacándose escamas de la nariz», dice Herrera Sotolongo. «Era una de sus manías.»

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La noticia apareció en primera plana. Hemingway conservó la página completa, con la información enmarcada en lápiz rojo y un párrafo en que se le menciona vuelto a enmarcar (aquí en cursiva).

Diario de la Marina

17 de octubre de 1947

SANTO DOMINGO ACUSARA A CUBA. VENEZUELA Y GUATEMALA ANTE EL TRIBUNAL INTERNACIONAL

Entre los funcionarios acusados se encuentra el exministro Alemán de quien aseguran contribuyó con $350 000 a la causa, y entregó al ejército revolucionario camiones del gobierno

NUEVA YORK, octubre 16 (Por Amador Marín, de la INS) —Un dossier que pesa tres libras acusando a altos funcionarios de los gobiernos de Cuba, Venezuela y Guatemala de haber participado en el reciente intento frustrado de invasión de la República Dominicana, será presentado ante el Tribunal Internacional de Justicia por el gobierno del presidente Rafael Leónidas Trujillo, según anunció hoy la oficina del gobierno dominicano en Nueva York.

El texto preliminar del informe que se someterá al más alto Tribunal de Justicia Internacional lleva anexa una enorme cantidad de documentos para probar que «armas en gran cantidad fueron compradas para la expedición invasora, por los gobiernos de Cuba y Venezuela, con fondos aportados por la Legación del Soviet en la capital de Guatemala».

Con los documentos se trata de probar que el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, ayudó al financiamiento de las fuerzas invasoras contra Santo Domingo. Sin embargo, agrega el informe que, según datos obtenidos en Venezuela, el presidente Betancourt retiró su apoyo a la empresa después «de convencerse de que su dinero se estaba despilfarrando tontamente». Continúa diciendo que después de retirarse Betancourt del plan de invasión, la mayor parte del apoyo a los revolucionarios procedió de funcionarios de los gobiernos de Cuba y de Guatemala.

Dando calor al informe sobre los planes revolucionarios, se dice en dicho documento que había un grupo integrado por dos. docenas de veteranos de las fuerzas aéreas norteamericana y canadiense que tenían la misión de bombardear las instalaciones militares en Ciudad Trujillo y otros lugares estratégicos de la República Dominicana.

«Estos hombre», según el informe dominicano, estuvieron alojados en la hacienda del novelista norteamericano Ernest Hemingway, cerca de La Habana, Cuba, quien en varias ocasiones también actuó como vocero de los revolucionarios. Los aviadores norteamericanos complicados en el complot, recientemente regresaron a Miami, Florida, declarando que, aunque habían sido bien alimentados y provistos de bebidas en casa de Hemingway, no se les habían pagado las sumas que les habían ofrecido por su participación en la aventura.

Algunos de ellos recibieron solo unos cien dólares de los 6 000 a 8 000 dólares que a cada uno de ellos les habían prometido.

Asegura el informe que se ha podido comprobar que las bombas que se hallaron a bordo de los aviones que tenían los revolucionarios pertenecían a un embarque que fue vendido por la Administración de Sobrantes de Guerra norteamericanos al gobierno de Venezuela.

Señala también el informe «una consistente apatía por parte del gobierno cubano ante las pruebas documentales que se le presentaron sobre las actividades revolucionarias», y añade que aun después que un agente del gobierno dominicano fue informado por el vocero revolucionario Ernest Hemingway de que el ejército invasor «había aumentado a siete mil hombres», y que el entrenamiento de esas fuerzas se estaba realizando públicamente en distintos lugares de Cuba, el gobierno del presidente Grau San Martín desmintió los rumores de que existiera el movimiento.

En el centro de información dominicano de Nueva York se dijo también que las informaciones sobre el arresto de las fuerzas invasoras y la ocupación de sus armamentos por el ejército cubano aún se expone por la prensa dominicana como prueba de que existió la conspiración sobre la cual muchos periódicos en los Estados Unidos y otros países americanos habían expresado dudas.

Esta vez Hemingway tuvo que huir. Su nombre aparecía vinculado a lo que se describía como «un complot internacional». Se trataba en rigor de un plan que un grupo de cubanos y exiliados dominicanos pensaba llevar a cabo para derrocar la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. El plan era supuestamente secreto, pero en La Habana todo el mundo lo conocía, incluidas, desde luego, las embajadas.

La expedición estaba bajo los auspicios de Ramón Grau San Martin, el presidente cubano. El superobjetivo que perseguía era lavar su imagen pública y promover a José Alemán, ministro de Educación y protegido suyo, como candidato favorito en las elecciones presidenciales de 1948. Alemán surgiría como una especie de héroe entre los expedicionarios. Se daba por seguro que estaba «canalizando la ayuda financiera al proyecto de invasión».

Unos 1 200 voluntarios participaban en la empresa, cubanos en su mayoría. Se entrenaron en cayo Confites durante más de tres meses; disponían de un armamento considerable que incluía buques de desembarco. Cierto número de aviones de caza también participaría en la operación. Uno de los combatientes era el líder universitario Fidel Castro. Estaba al mando de un pelotón y terminó como jefe de compañía. Se destacaba por su aplicación en las clases de infantería y de tiro real y por el buen humor con que soportaba las plagas de mosquitos. Pero estaba obligado a estimular los mecanismos de supervivencia en la reducida área de un islote donde enemigos suyos tan peligrosos y experimentados como Rolando Masferrer tenían la más alta jerarquía.

Las especulaciones sobre los entresijos de la operación son múltiples todavía hoy. Grau San Martín había concebido una maniobra oportunista y demagógica. Pero se calcula que invirtió un millón de dólares en ella. Es difícil determinar hasta dónde estaba dispuesto a llevar su juego. Trujillo era un blanco perfectamente batible desde el punto de vista político. «La sola mención de su nombre —al decir de un cronista— bastaba para provocar descargas adrenalínicas en cualquier demócrata.» Es evidente, además, que Grau San Martín quiso aprovechar un momento de auge del movimiento revolucionario en la región —Jacobo Arbenz era el presidente de Guatemala y Rómulo Betancourt el de Venezuela—. Sin embargo, la operación cobraba impulso por día y Grau San Martín decidió que se le había escapado de su control. Estaba claro que algunos de los hombres de cayo Confites se aprestaban realmente para lanzarse sobre la capital dominicana. Y era imponente la algarabía que estaban orquestando los diplomáticos trujillistas.

La expedición abortó cuando el general Genovevo Pérez Dámera, jefe del ejército cubano, ordenó que las unidades de la Marina de Guerra apresaran al personal de cayo Confites. Un auténtico general de opereta, melindroso y sibarita, cuyo peso alcanzaba las 312 libras, había ganado notoriedad como «un tipo muy ducho para los negocios». Sobornado con miles de dólares por el dictador dominicano, Genovevo declaró que actuaba «en pro de la paz y la concordia» al movilizar sus fuerzas contra el islote.

Fue entonces que Rolando Masferrer, jefe de uno de los batallones expedicionarios, decidió plegarse a lo que él llamó «las nuevas circunstancias». Masferrer había luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Había sido miembro del Partido Comunista, pero desertó de sus filas para ganar una sólida reputación como pistolero y político corrompido. A la vista de los buques que cercaban el cayo, entregó a todos sus hombres y consumó la traición.

No obstante, hubo un combatiente por lo menos que no pudo ser reducido a la obediencia. «Tuve la convicción —comentaría 37 años después— de que la amargura y la frustración no son más que impedimentas cuando se conoce el fracaso.» Fidel Castro estaba a bordo de un barco que logró zarpar del cayo. El barco fue detenido por una fragata horas más tarde, a la altura de Moa. Pero él ganaría tierra de cualquier manera. Se había agenciado una balsa de goma y la había cargado con un alijo de armas. «Me hice el propósito de no dejarme atrapar y de salvar las armas que pudiera.»

A todas estas, el nombre de Ernest Hemingway se mencionaba enfáticamente en relación con el dossier de cayo Confites. «La invasión planeada —afirma Lionel Martin, decano de los corresponsales extranjeros en La Habana— saltó a conocimiento de la opinión internacional cuando Trujillo acusó a Ernest Hemingway de ser un declarado propagandista de la empresa.» La acusación resultaba exagerada.

Mary Welsh, en How It Was, relata que una de sus bucólicas tardes en Finca Vigía fue interrumpida por el asalto de una tropa en zafarrancho de combate. Un periódico de Miami, explica Mary, había publicado que el cuartel donde se suponían ocultos los pilotes contratados para la invasión «era la casa de un escritor norteamericano, no muy lejos de La Habana. La casa, lo supimos luego, era la de J. P. McEvoy, un editor del Readers Digest».

Podía haber sido una de las conspiraciones en las que Hemingway se comprometiera con un espíritu ligeramente deportivo o motivado por la nostalgia de los años de la Guerra Civil Española.

Herrera Sotolongo confirma su participación:

Ernesto se puso misterioso en esos días. Ya había dado bastante dinero para lo de Confites. Entonces supimos que iban a detenerlo. Así que fui a las oficinas de Aerovías Q, que estaban en la calle Prado, y saqué un pasaje para Cayo Hueso. Llegamos al aeropuerto antes de que partiera la nave. Cuando fueron a registrar la finca, ya él estaba en Estados Unidos.

El teniente Correa, al mando de un pelotón de Roldados con armas largas, se presentó esa tarde en Finca Vigía. Cuando Mary quiso sacarlos de la casa, Correa le apuntó con su pistola calibre 45. Correa había participado en la Guerra Civil Española, y lo que ganó allí en realidad fue cierta notoriedad como atracador, escudándose en su fachada de «revolucionario». Al mando de lo que él llamaba la «Cheka particular», había robado joyas y otros artículos de valor; también se había distinguido asesinando a algunos adversarios políticos por el sistema que llamaba «el paseo». Correa asoló La Habana en los años 40 y terminó haciendo «carrera militar». Lo ajusticiaron en la insurrección contra Batista. Se había convertido en confidente y guardaespaldas de un odiado personaje, Eusebio Mujal, jefe de la confederación obrera de Batista. Bien, termino mi historia. Mary se quitó a Correa de encima diciéndole que no le apuntara con esa pistola porque tenía «un muchacho en la barriga» y porque ella era capitán, del ejército norteamericano.

Mary salvó la vida, pero no pudo impedir que Correa se llevara las armas de Hemingway. Las devolvieron al otro día, gracias a gestiones realizadas por Herrera Sotolongo. Una semana más tarde Hemingway regresó a La Habana, cogió su arsenal, se fue a bordo del Pilar y lo tiró todo al fondo de la bahía, en un —recodo frente al poblado de Casablanca. Herrera Sotolongo desaprobó la acción de su amigo, especialmente por una Luger que fue incluida en la operación de limpieza.

Hemingway estaba al corriente de las conspiraciones habaneras que surgieron entre los años 30 y finales de los 40.

En su crónica de 1949, «El Gran Río Azul», describe su salida a bordo del Pilar del puerto de La Habana y dice que «al otro lado de la boca del puerto se elevan los muros de la fortaleza de La Cabaña, cuyos sillares tienen un color rojo amarillento por la acción atmosférica, y donde muchos amigos míos han cumplido condena por delitos políticos». En 1951, en otra crónica «El disparo», relata que dos fugitivos políticos lograron sacarle 500 pesos (en realidad fueron 200, según el testimonio de Herrera Sotolongo) para irse del país porque se les acusaba «injustamente» de haber viajado en el segundo de los dos automóviles desde los cuales se disparó contra un grupo, causando dos muertos y cinco heridos, «por aquello de ojo por ojo y diente por diente». El primer vehículo pasó por delante de la casa en la que se encontraba el grupo en cuestión. Se hicieron algunos disparos con objeto de provocarlos para que salieran a la calle. Lo hicieron pistola en mano y con actitud desafiante. Enseguida pasó el segundo vehículo y los acribilló.

Este hombre dijo que se le acusaba falsamente de ser uno de los principales promotores de aquel atentado y aseguró haber tenido amistad con un amigo mío, que murió a tiros en la calle. Cuando lo asesinaron llevaba 35 centavos en el bolsillo y no poseía fortuna.

Hemingway estaba hablando de Manolo Castro, ametrallado el 22 de febrero de 1948. Grau San Martín había nombrado a Manolo Castro director de deportes, a pesar de su implicación en ciertos hechos de sangre, como el exitoso atentado contra el profesor universitario Raúl Fernández Fiallo. Con más de 30 años de edad y miembro del gobierno, Manolo Castro siguió registrado en la escuela de ingeniería de la Universidad. Se suponía que enseñaba en el Departamento de Diseño. Se le seguía considerando miembro de la Legión Revolucionaria, pero colaboraba con Rolando Masferrer.

103

JULIO SUAREZ ha nacido dos veces. Primero de una manera natural y humana. Su madre lo bautizó con el sonoro nombre de Indamiro y del padre heredó el no menos eufónico apellido Restano. El segundo y definitivo nacimiento se produjo en la Sierra Maestra, en los días de la batalla contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Procedente de la lucha clandestina, Indamiro Restano fue enviado a La Plata, donde se encontraba la comandancia guerrillera de Fidel Castro. Al presentarse, el jefe de la revolución le hizo repetir en dos ocasiones la insólita combinación de nombre y apellido, tan extraña para un oído acostumbrado a las llanezas de los Pedros y los García, los Juanes y los González. En un arranque del mejor humor criollo, el líder guerrillero le recomendó que renunciara a aquel complejo santo y seña y le sugirió que se pusiera, por ejemplo, Julio Suárez.

Ahí mismo comenzó a morir Indamiro Restano.

Al terminar la guerra de liberación, el luchador clandestino de apellido Restano entró en La Habana con un descolorido uniforme, una barba poblada, un nombre nuevo y un atributo: capitán Julio Suárez.

Mucho antes de esa guerra, había iniciado su amistad con Ernest Hemingway.

En 1942, el escritor, manejando un sedán convertible, se presentó en las oficinas del Partido Comunista en La Habana y preguntó por una dirección. Julio Suárez rememora el encuentro:

Se veía joven. Tenía un vago acento extranjero y hablaba muy despacio el español. Entablamos una conversación y yo le dije que tenía mis opiniones sobre «Los asesinos». «Pues si tienes opiniones, monta», dijo, y me abrió la puerta del automóvil. Me llevó a la finca; allí un criado sirvió rebanadas de pan, mantequilla, té y whisky; él se sirvió un vaso, un vaso completo, y le echó dos o tres pedazos de hielo. Se acostó en el sofá. «Yo tengo dinero en todos los bancos del mundo, pero donde más dinero tengo es en la URSS, allí editan mis libros y se leen», me dijo. Yo, por mi parte, estaba loco por desplegar una labor de proselitismo con él; quería hacer comunista al resto del mundo.

Algunos pequeños detalles me impresionaron, por ejemplo, tenía sus uñas sin cortar. Dijo que nunca se cortaba las uñas, que no se las había cortado en su vida. ¿Todas las uñas? No sé. Pero sí recuerdo las de los pulgares, que le daban la vuelta al dedo y que estaban muy pulidas. Sencillamente, no parecía preocuparse por estas cosas.

En estas páginas: colocando una cebra muerta como cebo para cazar leopardos. (Look Magazine —Copyright 1954. Cowles Communication)

En una ocasión lo vi con el short rajado y el fondillo al aire. Ese día conversábamos sobre el Partido Demócrata y el Republicano. «Vaya, que el pueblo americano si no lo fríen en manteca lo fríen en aceite», le decía yo.

El día que le dieron la Medalla de Bronce, me dijo: «Perdóname, Restanito, pero hoy me van a condecorar.» Vestía muy elegante ese día. «Me dan la medalla por mis crónicas de guerra.» También me impresionó la cantidad de camisas que tenía colgadas de una percha. Todas blancas y planchadas. «Yo no sé para qué tantas camisas. En Cuba hay mucho calor, hay que usar poca ropa. O ninguna», decía Hemingway.

Yo era muy joven y él no me refutaba mis descargas; yo me imagino que para no defraudarme. Me escuchaba mucho. Yo quería convencerlo de que se hiciera comunista. Hablábamos mucho de la guerra en Europa y del Segundo Frente. Él, medio que me esquivaba. Los yanquis no acababan de abrir el Segundo Frente y él decía que eso no era fácil, que tenía que ser poco a poco. Yo le decía: «Sí, pero ustedes pueden hacer un destroyer diario.» «Eso es el resultado del pago a destajo», respondía él. Stalin también ganaría la guerra a destajo.

Discutíamos sobre aquella coalición política tan compleja formada por la guerra. Yo admiraba al Ejército Rojo. Una admiración que él compartía.

104

Samuel Feijoo dice que acostumbraba ir a Cojímar, desde Casablanca, en un trencito que costaba un medio. Allí alquilaba un bote por un peso; por esa cantidad podía estar toda la tarde remando. Cierta tarde remontó el río Cojímar, solo, hacia escenarios casi desconocidos, unos lugares donde hay «unos farallones preciosos, unos secos y una retumbancia con eco»; llevaba unas acuarelas y un lienzo y allí, en un islote de arena, él encalló su bote, para aprovechar la soledad y ponerse a pintar.

A Samuel Feijóo, que es uno de los artistas cubanos más inquietos y versátiles, le gustan las costas y los remansos de agua; le gustan la soledad y las piedras y ver los peces trasluciendo en el agua y la caída del sol y los paisajes. Es lógico, pues, que un día Hemingway se encontrara con Samuel Feijóo en uno de esos caminos de nadie. Y se encontraron, allá por el año 1940.

Dice Feijóo que aquella tarde vio acercarse un bote con un extranjero fuerte, musculoso, colorado, grande, que venía con algunas botellas en la proa. El hombre pasó remando por su lado y remó un poquito más y enseguida dio una vuelta y le preguntó en voz alta, en inglés: «¿Puedo llegar?» Feijóo se molestó. No le gustaban las interrupciones. Pero le dijo que sí, que se acercara.

El norteamericano se sentó a su lado y le dijo que aquella acuarela era muy buena.

—¿Usted entiende de pintura?

—Sí, conozco de pintura. He estado en París y conozco bastante de eso. Y esta es una buena acuarela. Y este es un buen lugar para pintarlo.

Al final descargaron sobre diversas cosas, aunque el tema central fue la soledad de ambos hombres. En realidad, se habían encontrado en aquel islote porque cada cual buscaba por su lado lo mismo.

—Yo di la vuelta porque vi su acuarela y vi un diamante. —Y enfatizó—: A diamond!

Feijóo dice ahora: «Mis acuarelas eran muy buenas. Son muy buenas. Las tengo guardadas. Chagall me quiso cambiar una en Nueva York. Pero yo le dije que de eso nada. Tonto que fui. Ahora la vendería por 40 000 dólares y tendría dinero para comprar materiales que me hacen falta.»

En esta página y la que sigue: cervatillos cruzando la noche africana; los alumbran los reflectores del Land Rover de Hemingway. Las fotografías proceden de una hoja de contacto. (Look Magazine. Copyright 1954. Cowles Communication)

Sigue sobre Hemingway: «Empezamos a hablar de la soledad. Le expliqué por qué iba hasta allí a pintar. Él me dijo que lo hacía por lo mismo. Que buscaba estar solo porque se hastiaba del mundo que lo rodeaba. Se enfurecía con la gente. Que era un incomprendido, sin verdaderos amigos. Que todos los que lo rodeaban lo hacían por su fama, porque era un escritor famoso. Que sus amigos estaban en dependencia de su fama.»

Feijóo no le había preguntado quién era. Sólo había leído de él, en inglés, A Farewell to Arms.

Y Hemingway comenzó a gimotear.

Feijóo le dijo que traía alguna compañía en la proa del bote: las botellas de whisky. «No. Esa no es una compañía. Ni siquiera me emborracho. Esa es una salida que yo tengo para escapar un poco del mundo.» Hemingway lloraba un poco más fuerte. Feijóo empezó a pasarle la mano por la cabeza como si fuera su hijo y a decirle: «Coño, chico, no debes llorar así. No debes ponerte así.»

—En definitiva, nuestro problema es que somos unos fracasados hasta la muerte —dijo Feijóo.

«¡Ah! ¡Cómo le gustó esa frase!», recuerda Feijóo. “¡FRACASADOS HASTA LA MUERTE!”, repitió Hemingway con su tremendo vozarrón, y entonces se le salieron, no dos lágrimas, sino dos chorros de lágrimas. Un hombre muy fuerte, muy vigoroso, y lloraba con mucho entusiasmo. Seguí consolándolo y diciéndole que no llorara así. Yo era un muchachón todavía. Él me llevaba como 15 años. Luego se puso a cantar, con una voz bellísima, que retumbaba en aquellos farallones. Me enseñó una canción:

Don’t seat under the apple tree

with anyone else but me.

«Y lloraba, lloraba como nunca había visto a nadie llorar».

«Al final, después de tres o cuatro horas de descarga, me llevó de regreso a Cojímar. Amarró mi bote al suyo y lo fue arrastrando. Quería remar él solo. Yo le respondí que no, que yo quería remar. Me dijo que necesitaba hacer ejercicio. Le dije que yo también lo necesitaba. Entramos los dos remando a Cojímar, él por una banda y yo por la otra».

«Entonces, al llegar a los muelles, todo el mundo comenzó a saludarlo: putas, chulos, contrabandistas. “Heming, Heming”, lo llamaban. Fue cuando me di cuenta de que era Hemingway. Pero él estaba muy necesitado de cariño y aquella gente se lo daba de alguna manera, y le dije: “Esta gente es como el agua sucia. Todos están aquí por la propina que usted va a darles.” “No me importa el color del agua. Lo que yo necesito es bebería”, dijo Hemingway.»

En La Terraza invitó a Feijóo a comer algo. Hemingway pidió una langosta termidor, y dijo: «Necesito afecto, no importa de donde venga.»

Feijóo recuerda que hablaron de Adiós a las armas. «Era un libro que quería mucho. Le dije que me había gustado la interpretación que hacía Gary Cooper en la primera version de la película. Después nos encontramos otras veces. Pero el tipo de gente que lo rodeaba no me agradó.»

—¿Qué te pareció ese libro (Adiós a las armas)? —quiso saber Hemingway.

—Es el resultado del trabajo de un artista —dijo Feijóo.

—Pero fue necesario tener cojones para hacerlo. Muchos tienen el genio pero no tienen los cojones. Dilapidan su genio porque no tienen el valor para hacer nada con él.

En otro momento dijo:

—Busco la solidaridad. Por eso vengo a Cuba.

—Pero aquí la vida es terrible.

—Sí, pero en mi país es peor. Por lo menos aquí te sonríe cualquiera. Eso es verdad.

105

Viento en popa

Es COMPLEJA la opinión del Poeta Nacional de Cuba sobre el Dios de Bronce de la Literatura Norteamericana. Nicolás Guillén dice para empezar que Hemingway hablaba mal el español, con acento. «Yo le decía, tú debes hablar más con P. P.

Y él me preguntaba, qué son esas pes. Yo le respondía, putas y peones.»

Pero Hemingway no necesitaba ningún estímulo para mostrarse menos inhibido:

Recuerdo que él hizo algo realmente grosero una de las veces que fui a pescar en su lancha. Éramos cinco personas a bordo: Hemingway, su mujer, el patrón de la lancha, una señora encopetada (que me presentaron como una norteamericana muy prominente) y yo. Hemingway se sentó entonces con un trago en la mano, y fue después que pasamos el Morro y ganamos el mar abierto, cuando pudo escucharse un sonido explosivo y grueso por encima del ronroneo habitual de los motores. Había sido una detonación fuerte y sostenida y su origen era inconfundible: «¡Ernest!», protestó Mary. Hemingway levantó la pierna y volvió a la carga. «Oh, God!», exclamó Mary. Hemingway había repetido la operación. Mantenía el rostro imperturbable y el trago en la mano. Yo no sabía qué hacer en una situación como esa. Pero la navegación continuó con viento en popa y a todo motor.

Otros recuerdos del cubano incluyen una valoración de la presencia del norteamericano en España:

Hemingway había tenido una posición interesante respecto a la Guerra Civil Española. Vivía en Madrid cerca de la telefónica, y su hotel era bombardeado regularmente... Pero no conocía a los cubanos. Tengo mis experiencias. Hemingway tradujo la primera parte de mi poema «West Indies Ltd.», pero solo la primera parte, donde existen algunos giros que, separados del contexto general, pueden tomarse como peyorativos para el pueblo, porque es después, cuando avanza, que el poema crece y adquiere su sentido, la dimensión verdadera... En España nos vimos, cómo no, por aquella misión que tenía Ramón Nicolau, Monguito, y nos encontramos también en la Alianza de Intelectuales de Madrid.

De esto último hay una foto en la que aparecen Langston Hughes, Mijail Koltzov, Hemingway y un servidor. Los cuatro con los brazos por encima.

¿O sólo Hemingway con sus brazos largos por encima de los otros tres?

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La consagración de la primavera

Alejo Carpentier era el protagonista de una de las historias que debían ser investigadas a propósito de las estancias de Hemingway en Cuba. Se trataba de un asunto relacionado con casi la mitad de los tipos más importantes de la literatura contemporánea, o, por lo menos, de aquellos que deambularon una vez por la margen izquierda del Sena. Y tiene que ver con cuatro, cinco o seis cajas de whisky que estuvieron llenas con el epistolario de Hemingway y cuyo contenido —ese importante tesoro documental— fue a parar a una hoguera que ardió durante un par de horas en Finca Vigía.

Lisandro Otero, el novelista, fue el primero que mencionó el asunto. El autor de este libro comenzó su trabajo en julio o agosto de 1973 y Otero le dijo: «¿Qué has encontrado en la finca? ¿Documentos?»

Las primeras exploraciones habían arrojado un saldo interesante de cartas, aunque la cantidad era modesta, y casi todas se concentraban en cuestiones familiares, íntimas; era un buen material desde todo punto de vista, pero siempre hubo la aspiración de encontrar la correspondencia de Hemingway con Gertrude Stein, Scott Fitzgerald y Sherwood Anderson, por lo menos. Otero dijo que era imposible encontrarla. Había ardido en la hoguera que Mary Welsh preparó unas semanas después del suicidio de su marido, en julio de 1961, cuando ella regresó a Cuba para recoger sus pertenencias. Según el relato, Mary ordenó a un criado que le trajera una lata de gasolina y la media docena de cajas de whisky en la que se guardaba la correspondencia. Abrió un claro en la tierra y comenzó a arrojar las cartas allí. Alejo Carpentier había sido testigo de la operación.

Otros escritores cubanos conocían el relato por boca del propio Carpentier. La anécdota había sido hecha por él a dos poetas: Pablo Armando Fernández y Roberto Branly. Y ambos, al iniciarse esta investigación, citaron el caso y se lamentaron de que Mary Welsh hubiese tenido oportunidad de incinerar el epistolario. Carpentier había explicado que Mary le había dicho que esa era la decisión plasmada en el testamento de Hemingway: su correspondencia personal debía ser «pasto de las llamas».

—He visto argder las cargtas más fabulosas —dijo Pablo Armando, haciendo una deliciosa imitación de Carpentier, incluidos la dicción afrancesada y el gesto de abrir los brazos con asombro—. Las cargtas de Scott Fitzgergald, de la Stein y de Joyce. ¡Cargtas de Joyce!

Los antecedentes son los siguientes: Mary Welsh viajó a Cuba desde Estados Unidos apenas unas semanas después del entierro de Hemingway con el propósito de recoger los manuscritos inéditos de su esposo que se encontraban en una caja de seguridad del Banco Nacional de Cuba, en la Agencia 4 − 10 − 06, entre los cuales se hallaba el original de Islas en el Golfo y con toda probabilidad algunas partes de París era una fiesta y cuentos inéditos de Nick Adams y el borrador de The Garden of Eden; venía a recoger también los cuadros, algunos libros y la correspondencia. Por esos días Fidel Castro la visitó en Finca Vigía y entre los dos convinieron en crear el museo. Entonces, una tarde, Mary Welsh llamó por teléfono a Carpentier y solicitó su compañía.

Resultaría una escena vivida y hermosa: la viuda de Hemingway, acuclillada frente a una fogata en el patio exuberante de Finca Vigía, mientras lanzaba lentamente al fuego la correspondencia personal del Dios de Bronce de la Literatura Norteamericana. Mary le alcanzaba las cartas a Carpentier y este las leía por última vez antes de que se convirtieran en cenizas. «Había allí y ardieron las cartas más fabulosas de Scott Fitzgerald, de la Stein y de Sherwood Anderson. Y, sobre todo, las cartas maravillosas de Joyce», según recordaba Pablo Armando, del relato hecho a él por Carpentier.

Y por supuesto, el día que el autor se entrevistó con Carpentier para precisar la información, su respuesta fue el asombro, el estupor, la negativa más absoluta. «Yo nunca participé en ceremonia semejante.» «Es lo que me han informado personas diferentes: Otero, Branly, Pablo Armando...» «No, no, ellos deben estar en un error, no recuerdo nada por el estilo.» «Ellos dicen que usted decía que había leído cartas increíbles de Joyce y de Scott Fitzgerald.» «No, amigo mío, puede tener la seguridad de que ese último lector de las cartas de Hemingway no fui yo.»

Hay muchas maneras para que en Cuba se creen leyendas de ese tipo, y es probable que una visita de Carpentier a Finca Vigía haya sido el origen de esta.

La entrevista del autor con Carpentier tuvo lugar uno de los primeros días de enero de 1975, en la habitación 240 del hotel Nacional, en La Habana. Era una cálida tarde de invierno cubano. Pero resultaba inadecuada la asepsia de aquella habitación, que en realidad era el recibidor de una suite de ese hotel. Carpentier parecía un dios indio. Estaba sentado y se levantó para saludar. La entrevista había sido concertada a través de un tercer amigo, Roberto Ramos. Carpentier invitó a un trago y dijo enseguida que trataría de colaborar en el empeño, pero que no creía que pudiera ser de mucha utilidad. Dos afiches que el Consejo Nacional de Cultura había editado con motivo del 70 aniversario del novelista descansaban en el piso, montados en sus bastidores de madera.

En el transcurso de la entrevista, Carpentier pareció navegar contra la corriente. Hacía resistencia al tema, y al personaje. Cada vez que se le presentaba una oportunidad, saltaba a otra cosa, y entonces su conversación avanzaba con fluidez. Cuando el tema Hemingway transcurría mejor era cuando recordaba situaciones que parecían elaboradas literariamente, con toda seguridad pasajes que ya había trabajado como novelista. Este fue el caso de su relato del último encuentro con Hemingway en La Habana, cuando lo vio en el Floridita y Hemingway estaba sumido en la más intensa soledad, frente a una copa que contenía un trago llamado Colonial.

La primera pregunta a Carpentier fue la opinión que le merecía Tener y no tener. Podía resultar revelador el criterio del escritor barroco que tantas veces había escrito sobre La Habana y que había encontrado un estilo y la debida acumulación de palabras para describir una ciudad a su vez recargada de ornamentos y escuelas arquitectónicas diversas y la diferencia con la casi telegráfica y metódica descripción hemingwayana que aparecía en las primeras páginas de Tener y no tener. Carpentier confesó que no conocía esa novela e hizo algunas preguntas sobre su ambientación y trama.

«Bien —dijo Carpentier—, Hemingway no andaba con gente interesante, sino con tipos que se vanagloriaban de ser amigos de Hemingway. Lo más seguro es que esta gente nunca hubiese leído uno de sus libros. A él lo conocí en París en los años 20. Entonces no había control del cambio y un franco era libremente convertible. Yo obtenía hasta 4 500 francos por 75 dólares. Era una buena cantidad. Yo pienso que esta era una de las razones para que allá hubiese tantos artistas norteamericanos. La realidad es que cuando vino el control del cambio, todos ellos salieron corriendo».

«Siempre me dije: bien, la generation perdue y la cultura que están absorbiendo tienen que ver con el cambio de la moneda».

En esta página y las que siguen: un guerrero masai ejecuta una danza ritual en honor al león muerto. (Look Magazine. Copyright 1954. Cowles Communication)

Allí estaban ellos: Henry Miller, Sherwood Anderson, la Stein, Scott Fitzgerald y el famoso hombre duro: Hemingway.

«Le digo lo siguiente sobre Hemingway: yo guardo un amoroso recuerdo por The Sun Also Rises [Fiesta] y por sus descripciones de Montparnasse. Si alguna vez sus descripciones de La Habana fueron fallidas, o no complacientes, sus descripciones de Montparnasse eran vividas y hermosas».

«También guardo el recuerdo del mundo de los vascos franceses descritos en la misma novela. The Sun Also Rises es una gran obra.»

Carpentier recuerda los años 30 cubanos: «Ah, Evan Shipman estaba de pesquería con Hemingway hacia 1933, cuando vieron una lancha de la policía machadista desde la que lanzaban cadáveres al agua, en la corriente del Golfo, y Evan me lo contó luego en París»; Carpentier utilizaría la anécdota en La consagración de la primavera:

Una noche, estando en alta mar, nos tropezamos con una lancha de la policía machadista. Sí. Que llevaba cuatro cadáveres atravesados en la proa. Vieron que la embarcación de Ernest era de matrícula yanqui, de Tampa, y por eso no acabaron con nosotros; mas en el acto tiraron los cadáveres al agua. Venían lastrados, porque no salieron a la superficie. Se hundieron como plomo... Serían estudiantes, obreros, seguramente...

Fue el homenaje final del escritor barroco al hombre del iceberg en su última gran novela. En ella, Carpentier se refiere primeramente a la cuestión de la comida en la Guerra Civil Española y las dificultades que podían crear las diferencias de gustos de los brigadistas con respecto a los alimentos, hombres de nacionalidades tan diferentes («el pimentón ha creado todo un problema»), y luego dice que «había de todo en la lancha de Hemingway en la que salíamos a pescar, de Cojímar...» y narra la anécdota que pone en boca de Evan Shipman. Carpentier relató también que tuvo encuentros con Hemingway en el transcurso de la Guerra Civil Española, y que, a veces en París, ciertas familias hacían open house los sábados por la tarde y que allí con frecuencia se había encontrado con «el hombre duro».

Más tarde, el autor de El siglo de las luces compara a Hemingway con uno de los más grandes periodistas cubanos de todos los tiempos, caído en combate como comisario de guerra en España: «Pablo de la Torriente Brau... uno de los mejores escritoras jóvenes de mi país; su estilo tenía muchos paralelos con el “estilo brutal” de tu amigo Hemingway, aunque no pienso que Pablo hubiese pensado en buscarse modelos literarios; era lo menos “literato” posible.»

Al principio de la conversación hubo un momento en que la nostalgia del pasado heroico entusiasmó a Carpentier y habló del joven Malraux; dijo que lo habían criticado cuando salió a hacer sus excavaciones en Asia, a encontrar los secretos de lejanas culturas y civilizaciones. «Entonces los franceses se preguntaron para qué ir allá. Qué tenía que ver aquello con la cultura occidental. Eso fue entonces, pero André continuó...»

«Pero, señores míos —exclamó entonces Carpentier, dirigiéndose a obtusos fantasmas del pasado—, no se dan cuenta de que la cultura precisamente comienza ahí. Cuando alguien es capaz de unir dos puntos aparentemente divergentes, cuando halla la comunión entre dos puntos diversos, es que es verdaderamente culto. La cultura comienza ahí.» Carpentier trazó un triángulo con las manos. Lo vio y dijo: «Es como hacer un triángulo.»

Sin embargo, sus últimos recuerdos sobre Malraux son amargos: un Malraux que había aparecido en la televisión balbuceante y viejo a causa de un cáncer en la garganta.

Carpentier recuerda con entusiasmo a otros amigos: Antoine de Saint-Exupéry, quien estuvo en el mismo hotel Florida donde vivió Hemingway en Madrid. También de su común vínculo con el posta francés Desnos: «Durante la guerra me encontré a Hemingway en el Club de Cazadores del Cerro. A Robert Desnos se le acusaba de ser un colaboracionista de los nazis. Él me dijo entonces categóricamente: “Pongo mi mano sobre el fuego por Robert Desnos.” Y recuerdo que levantó su mano y la sostuvo sobre una imaginaria fogata. Desnos, en efecto, no estaba trabajando para los alemanes.»

Hemingway aparece de nuevo en La consagración de la primavera en una escena más avanzada en el tiempo. El protagonista de la novela ha regresado a Cuba y se lo encuentra, «acodado en el bar» del Floridita:

De espaldas a la entrada, encorvaba su ancho lomo de leñador, alzando las manazas al calor de una discusión sobre técnica de jai alai con un pintoresco amigo suyo, gracioso cura vasco que alternaba las mañas de la chistera con el asperje del hisopo. «Salúdalo —me dijo Vera, ansiosa de conocerlo—: Recuérdale la casa de Gertrude Stein. Háblale de Adrienne Monnier. Dile que estuvimos en Benicassim con Evan Shipman.» «Está entretenido en otra cosa», dije, alegrándome de que el novelista no mirara hacia nosotros. Ningunas ganas tenía de evocar siluetas distantes. El Café des Deux Magots, la Rue de l'Odeón, la librería Shakespeare &;. Co. de Sylvia Beach —el mismo Joyce, cruzando la calle con su tiento de ciego, tras de espejuelos negros de un increíble espesor— habían quedado tan atrás que me parecían inscritos en una existencia anterior.

Esta escena probablemente evoca el último recuerdo que Carpentier guarda del escritor norteamericano: «La última imagen que tengo de Hemingway es en el Floridita, muy solo. Nunca había visto a nadie tan triste. Se tomó un Colonial completo, y ni me saludó. Me voy de aquí, me dije.»

Un día de finales de 1959, Ernest Hemingway llegó en avión a La Habana. Su amigo Fernando G. Campoamor lo esperaba y, entre otras cosas, le dijo: «Ah, Ernesto, me ha dicho Carpentier que tiene interés en saludarte. Que pensaba pasar por Finca Vigía.» «¿George Carpentier? ¿El campeón de boxeo?», preguntó Hemingway. «No —explicó Campoamor—, Alejo Carpentier, el escritor cubano que ha vivido algún tiempo en París y Venezuela.» La anécdota ha sido relatada por Campoamor. Afirma que Hemingway no conocía al insigne escritor cubano.

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El oficio de campeón

De todos los escritores norteamericanos de nuestro tiempo ya fallecidos, y siendo posible escoger uno solo, ¿a cuál devolvería usted la vida?

La respuesta del lector norteamericano puede ser diversa y polémica, pero Nelson Algren, el conocido autor de El hombre del brazo de oro, no vaciló en responder: «Para mí, tendría que ser Hemingway, Hemingway hasta el fin.» (Nelson Algren, Notes from a Sea Diary: Hemingway All the Way, Nueva York, 1965.)

Podría ser una respuesta dictada por el gusto, por la experiencia o por la admiración, pero nunca por el agradecimiento, porque Nelson Algren no conoce las notas que Hemingway escribió en las páginas de El hombre del brazo de oro en el curso de una lectura a fondo realizada a finales de 1949.

El libro lo había recibido Hemingway en Finca Vigía. Tiene una dedicatoria afectuosa: «Para Ernest Hemingway, el hombre de la máquina de escribir de oro.»

Todo indica que fue en Finca Vigía donde Hemingway comenzó a leer la novela y que concluyó su lectura en el hotel Ritz de París.

Hay otro elemento singular en el ejemplar de El hombre del brazo de oro que Hemingway leyó. Es un poema escrito a Miss Mary, fechado el 26 de noviembre de 1949, garabateado de prisa en la contratapa del libro en una habitación del Ritz. Con la misma fecha aparece este apunte: Read and Finish.

En el mínimo borde en blanco de las páginas Hemingway inscribe el magro equilibrio de su caligrafía con reflexiones y correcciones, críticas breves que muestran preocupación por el estilo, la ortografía y el vocabulario. Son apuntes que elogian o atacan siempre desde la posición de un viejo profesor que ve a un discípulo errar o vencer en la batalla eterna de las palabras y las ideas.

Hemingway lamenta con un rotundo bad esta imagen de Algren en la página 296: like a clock with a broken heart (como un reloj con el corazón roto). Se entusiasma cuando lee una oración en que la nieve aparece descrita como «un movimiento lento, suspendido». Y anota: beautiful y luego wonderful encima de esta frase de la novela: the slow snow trailing the evening trolleys (la nieve lenta en pos de los tranvías nocturnos).

La página 300 la encuentra maravillosa: Wonderful, anota sin reparos; pero en la 302 cambia save por except y en la 335, pratt por ass; shell por bullet y army brogans por combat boots en la página 341.

En el margen izquierdo de la página 302 vuelve a la carga y le indica a Algren en su diálogo imaginario: goes bad (va mal). Una página después le indica que va bien: OK.

Hemingway opina que Algren es un poeta. En la página 324 escribe: te a poet —goes into straight poetry. (Es un poeta, entra de lleno en la poesía.) También agradece una información que le proporciona el texto cuando menciona la morfina blanca o pura: white or uncut morphine. Hemingway desconocía el dato.

El autor de «Los asesinos» crea una palabra para calificar una parte de la obra de Algren: OK-issimo. Y enseguida escribe: You're winning now. (Estás ganando ahora.)

En la página 321 interrumpe su lectura y pone en el espacio en blanco: No more notations, too late. Chips all down. (No más anotaciones, es muy tarde. Ni una apuesta más.)

Cuando vuelve, regresa más’ crítico. Censura la página 337, que aparece tachada por una raya diagonal. Horrible, acota, y recomienda al autor: You bought to finish better. (Debías terminar mejor.) Y otra indicación: But. see page 343. (Pero mira la página 343.) Aquí termina la novela de Algren.

Hay una nota general elogiosa, intima, y de la más pura estirpe hemingwayana. Puede considerarse como la conclusión de su lectura. Está en la última página. Hemingway apunta: OK Kid, you beat Dostoievski. I'll never fight you in Chicago. Ever. But I will knock your brains out in the other towns I know and you dont know. But: you are going to be a champion. But: and these are hard buts, you, repeat, you, hope to knock a champion out to win (unless he is Max Baer) OK. EH. (Está bien, muchacho, derrotaste a Dostoievski. Nunca me enfrentaré contigo en Chicago. Jamás. Pero te patearé en los otros lugares que conozco y tú no. Pero: vas a ser un campeón. Pero: y estos son peros peliagudos, tú, repito, tú, tendrás que noquear a un campeón para ganar —siempre que no sea Max Baer— OK. EH.)

El poema a Miss Mary aparece en la guarda del libro. Alguien dijo de él que, a no ser que haya una relación muy personal con alguna sugerencia que le produjo la lectura del libro, puede haberse escrito bajo el influjo de la nostalgia de la guerra. ¿Es siempre imprescindible explicar por qué alguien escribe un poema? Nos parece que no. Aquí está.

POEMA PARA MISS MARY

Ahora, Mary, puedes enfrentarlo bien

y enfrentarlo en tu viudez

porque a donde hemos ido siempre hemos estado,

así, todo lo que hemos visto:

el pardo, el amarillo y el verde,

era pequeño y grande e impreciso,

pero muy, muy bueno;

y trepaba sobre nosotros como piojos de campo,

hasta que los echamos a rodar con dados

venidos de dondequiera.

Ahora dondequiera es un lugar adorable

para los participantes en la carrera humana,

en la cual, si se han pagado las deudas,

siempre se puede poseer una azada:

una azada es buena, amable y dulce,

y aun asi corta a suficiente profundidad.

Duerme bien, querida.

Duerme bien, por favor,

sabiendo que estoy satisfecho.

Hotel Ritz. 26 de noviembre de 1949. Habitación 86.

El human race del segundo verso de la segunda estrofa puede traducirse también como raza o género humano, pero, de acuerdo con la intención general del texto, se ha elegido el significado de carrera. (Poema traducido por Luis Rogelio Nogueras.)

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No FUE PRECISAMENTE la falta de rigor de Hemingway la causa del ruidoso fracaso de crítica que tuvo su novela A través del rio y entre los árboles. La misma severidad que contienen sus notas en el libro de Algren está presente en las correcciones que el autor realizara en las pruebas de galera de la que, según el consenso, es la peor de las obras del novelista norteamericano.

A este criterio Hemingway respondió a veces con ironía y a veces con valentía inusitada. «La mejor novela que pude escribir», dijo a Time el 11 de septiembre de 1950. A través del rio y entre los árboles recibió toda la protección de Hemingway y él se dispuso a pelear por ella con el mismo celo que demostró siempre en sus polémicas: «Es divertido tener 50 y sentir que uno va a defender el título otra vez. Lo gané a los 20 (Adiós a las armas) y lo defendí a los 30 (Tener y no tener) y a los 40 (Por quién doblan las campanas), y no tengo inconveniente en defenderlo a los 50.» El título del artículo de Time era «El campeón contra las cuerdas».

Raymond Chandler intentó justificar a Hemingway de la manera siguiente: «Más bien estaba tratando de resumir en un personaje, no muy diferente de sí mismo, la actitud de un hombre que está acabado y lo sabe y está amargado y furioso por ello. Aparentemente había estado muy enfermo y no sabía si iba a ponerse bien, y vertió sobre el papel, de una manera algo precipitada, cómo le hacia sentir esto frente a las cosas de la vida que él más había apreciado.»

Pero el campeón no se limitó a defender su novela desde fuera del ring. Las pruebas de galera revisadas y enriquecidas por Hemingway desde su esquina de Finca Vigía son un testimonio de su método y entrenamiento. Una vez dijo que agradecía toda oportunidad que se le daba de revisar nuevamente un texto suyo. Estas pruebas de galera repletas de círculos y flechas, diagonales y añadidos constituyen ahora una muestra de su empeño.

En la galera número seis se produce uno de los añadidos más destacados del original. Cuando el coronel Cantwell regresa al escenario de sus combates de juventud en Fossalta, Hemingway agrega algo importante: «Donde están la fertilidad, el dinero, la sangre y el hierro, allí está la patria. No obstante, necesitamos conseguir algo de carbón.»

Hay también una nota en el anverso de la galera 10 en la que Hemingway se autocensura. «Esto es bello y conmovedor —anota—, pero en la última oración pierdo el sentido.» Hemingway se refiere a la descripción de uno de sus paisajes. Enseguida va a comenzar con una de sus sesiones de recriminación: «Lo veo de esta forma: donde los niños juegan en las mañanas y en las tardes; quizás aún, etc... La puntuación que he sugerido me da la significación exacta.» Y dice, para su consumo: «Pierdes el camino muy fácilmente, muchacho. Lo perdiste en Fossalta, Fornaci (Fornace) y Monastier (Monastir) [los paréntesis son de Hemingway]. Pero si te refieres a la puntuación que tú quieres, está bien. Probablemente mejor. Pero [este pero subrayado dos veces] no siempre dejo una coma afuera para parecer descuidado.»

A lo largo de todas las pruebas hay, además, incontables sustituciones, tachaduras y párrafos completos que fueron rescritos. En ellas se hace evidente la estrecha relación del novelista con su editor y su sentido de responsabilidad con las palabras.

A través del rio y entre los árboles, entregada a los editores en octubre de 1949, puede verse como un estudio de cómo recibe la muerte un hombre que ha vivido 50 años, que los ha vivido intensamente como el mismo Hemingway.

Todo el que ha leído la novela sabe que el coronel Cantwell, en la página 307 (de la edición príncipe), comenta con su chofer Jackson los momentos postreros del general confederado del mismo apellido, Thomas Jackson, a quien apodaban Stonewall, y repite las palabras que, en su delirio, pronunció el general antes de morir: «a través del río y entre los árboles». Pero no es simplemente un recuerdo. Es la utilización artística de un dato que Hemingway halló en la lectura del libro I Rode with Stonewall, de Henry Kyd Douglas.

En la finca de San Francisco de Paula, enmarcadas por cuatro trazos firmes de tinta azul, en la página 228 del libro citado, vemos las seis líneas que le sugirieron el comentario de Cantwell y el título de la novela. Escritas transversalmente de puño y letra de Hemingway en el margen lateral izquierdo, están subrayadas con la misma tinta azul las palabras «across the river and into the trees».

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William Faulkner dijo a Harvey Breit: «Los cinco mejores novelistas contemporáneos somos Wolfe, yo, Erskine Caldwell, Dos Passos y Hemingway.» Refiriéndose a una declaración suya anterior, añadió: «Coloqué a Wolfe en primer lugar, a mí, en segundo, a Hemingway, último. Dije que todos éramos unos fracasados. Seleccioné a los autores en función de su espléndido fracaso por lograr el imposible. Creo que Wolfe pretendió el más grandioso imposible al querer reducir toda la experiencia humana a la literatura. Coloqué a Hemingway último porque siempre permaneció dentro de los límites de lo que conocía. Lo hizo en una forma admirable, pero no trató de lograr el imposible.»

Las palabras de Faulkner causaron un impacto profundo en Hemingway. Se sintió agraviado. Consideró que Faulkner lo tildaba de cobarde porque había permanecido «dentro de los límites de lo que conocía».

Un crítico ha sugerido que el curso firmemente autobiográfico de Islas en el Golfo y la exaltación del valor e integridad de Thomas Hudson puede ser una reacción al juicio de Faulkner. Y el resultado de una actitud de obstinación sostenida en las fronteras de su método. En uno de los documentos hallados en Finca Vigía, Hemingway escribe:

... me parece que es un mierda, pues como escritor tenía gran talento y, por falta de aplicación, por borracho, por hollywoodense y los defectos comunes de un profesional sureño, resultó ser un fracaso. Sin embargo, nunca deja de aparecerse en NY para la publicación dé un libro nuevo, ni tampoco deja de besarle el culo a quienes le otorgan premios. Dile que durante años lo alabé por toda Europa como el más grande escritor norteamericano, ya que sus borracheras me daban pena y tenía la esperanza de que llegara a un lugar donde pudiera vivir sin tener que putear en Hollywood. Dile que es una puta y un coño triste y miserable con una voz dulce y con todo el talento intacto y vulgar del cobarde sureño.

De Ernest Hemingway a Mary Welsh: carta enviada desde la Cuarta División de Infantería, en marcha hacia Alemania el 11 de noviembre de 1944.

El original de este fragmento está en papel timbrado de Finca Vigía, San Francisco de Paula, Cuba. Solo existe la hoja foliada con el número 2. No tiene encabezamiento. Es evidente que las alusiones están dirigidas a Faulkner: sureño, borracho, el más grande escritor norteamericano, hollywoodense, etcétera. Hemingway convirtió las declaraciones de William Faulkner en un problema grave, una cuestión de principios. No obstante, conservaba una foto autografiada del autor de Santuario, y en la entrevista con George Plimpton dijo que ese «era el escritor que le hubiese gustado dirigir». En verdad, se había enfurecido de forma desproporcionada. Consideró ofendido su orgullo. Obligó a su amigo, el coronel Lanham, a que enviara una carta a Faulkner con una larga lista de sus acciones de guerra y demostrativa de su valor personal. «Yo sólo me estaba buscando 250 dólares», le respondió el Señor de Yoknapatawpha al hombre duro de Finca Vigía, «y hablé informalmente, no para publicar... espero que aceptes mis excusas sinceras.»

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Un testimonio importante, de mucho más nivel literario, se ha obtenido revisando un ejemplar de la revista Perspectives USA, número 13, publicada en el otoño de 1955; entre las páginas 70 y 88 aparece un artículo dedicado a Hemingway. En una tarde de aquel otoño, Hemingway se sentó en su poltrona favorita y, lápiz en mano, un lápiz grueso como siempre, comenzó a leer el artículo que decía cosas desfavorables respecto a su persona y su obra. El autor del artículo, Delmore Schwartz, ataca, y Hemingway se defiende lápiz en mano. En 18 páginas Schwartz trata de la ruptura del romanticismo en la literatura y, específicamente, se refiere a Hemingway. Cita, por ejemplo, su cuento «Allá en Michigan». Plantea que el romanticismo se identifica con el «american dream», el sueño americano. Así Schwartz titula su trabajo: «The Fiction of Ernest Hemingway: Moral Historian of the American Dream».

Estamos en los años de la guerra fría. Es la época de la descamada confrontación EEUU-URSS, a un paso de la guerra caliente. Al parecer, Ernest Hemingway se ha visto obligado a reconciliarse en parte con su sociedad y, por ende, con el —sueño americano». No reniega de las inquietudes de su juventud, pero no es el escéptico y desilusionado Frederick Henry de Adiós a las armas que hace una «paz por separado»; tampoco es el Robert Jordan que se marcha de su país para ir a luchar por la causa española. Es el coronel Cantwell del ejército norteamericano que, pese a sus dudas, acepta luchar por el status quo. El «sueño americano» aún guarda ciertas esperanzas. El coronel Cantwell se alinea y está dispuesto a luchar por su uniforme. El alter ego de Hemingway a los 50 años se ha vuelto un individuo más conservador. Se muestra de acuerdo («bastante acertado considerando que es un crítico») cuando Schwartz plantea que el «sueño americano» ha sido abaratado y tergiversado por Hollywood, pero al plantear este que los desilusionados personajes hemingwayanos no están conscientes de ese sueño, o han despertado de él, Hemingway acota: «Tontería de judíos.» Más adelante Schwartz comenta que el cuento «Colinas como elefantes blancos» («a la vez que te lo quitan ya no se puede recuperar») evidencia la no realización de este sueño, y Hemingway apunta: «Por Dios, yo lo logré.»

Sin embargo, cuando Schwartz plantea que Robert Jordan va a España en busca de los ideales perdidos de la Revolución Norteamericana, los ecos del Hemingway político, alumno de Karkov, rechazan este concepto: «Demasiado simplista.» Evidentemente, entre la causa de la Revolución Norteamericana y la de la Guerra Civil Española había una gran diferencia.

Pero la disputa principal entre Schwartz y Hemingway gira en torno al famoso código hemingwayano. Por ejemplo, Schwartz dice que en Adiós a las armas, aunque el héroe deserta y las palabras abstractas habían devenido obscenas, son precisamente estas, las palabras gloria, honor, coraje, sacrificio, las que contienen los ideales verdaderos y la guía de la conducta de los personajes de Hemingway. Pero la mayoría de esos personajes asumen esos valores por una orden de la voluntad, como si existieran en un vacío sin soporte o justificación alguna.

Hemingway riposta: «¿Acaso la integridad es algo que depende del tiempo?» Y agrega: «Eso carece de sentido.» Después de una referencia de Schwartz al héroe moderno, Hemingway comenta: •Estos son los que realmente poseen integridad.»

Más adelante el articulista se cuestiona la participación de Frederick Henry en la Primera Guerra Mundial y el escritor anota a manera de respuesta: «Tenía que ir allí a aprender.»

Schwartz se refiere a la importancia de la tauromaquia en Hemingway y dice que en Muerte en la tarde su autor va al ruedo porque quería presenciar la muerte violenta. «Por supuesto —comenta—, no era la visión de la muerte sino la del valor lo que Hemingway buscaba.» Y Hemingway hace una observación capital en cuanto a la importancia del aprendizaje en términos de su código: «Y el valor que él no tenía.»

En otra parte Hemingway se limita a corroborar una afirmación de su contrincante que, a su vez, es una de las piedras angulares de la crítica hemingwayana; la identificación del hombre con su alter ego. En este caso con Nick Adams, el que surgió en su primera serie de cuentos: «Nick es E. H. Tiene razón.»

Una de las últimas acotaciones de Hemingway reafirma la evolución del código según sus propios personajes se fueron «endureciendo» en su narrativa: Schwartz alude a la característica de los héroes hemingwayanos de estar siempre en disposición de demostrar su hombría, como si sus acciones pasadas no significaran nada, hombría que «en cualquier momento puede perder, al igual que en cualquier momento puede perder su fortaleza». Hemingway tacha en el texto las dos veces que aparece «en todo momento», y añade: «Sí, pero no las pierde.» Ya Nick Adams se había convertido en Frederick Henry, Robert Jordan, Cantwell, Thomas Hudson, y nunca más dudaría de su capacidad de resistir. Ya el Hemingway adolescente de Oak Park se había convertido en el valeroso pescador de agujas y capitán de guerrilleros de la Segunda Guerra Mundial. Estos comentarios en las márgenes de un libro de su biblioteca, hasta ahora ignorados, lo demuestran.

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Time

5 de febrero de 1979

MILESTONES

FALLECIÓ. Elizabeth Hadley Mowrer, 87, la primera de las cuatro esposas de Hemingway, en Lakeland, Fia. Mowrer (Richardson, nombre de soltera) y Hemingway se casaron en 1921. Cinco años después, él se divorció de ella para casarse con la escritora de modas Pauline Pfeiffer. Arrepentido, el novelista dedicó The Sun Also Rises a «Hadley», le asignó los derechos de autor, y escribió tiernamente de ella y de su primer hijo, Bumby, en A Moveable Feast, sus memorias. En 1933 Hadley contrajo matrimonio con Paul Scott Mowrer, un corresponsal viajero, ganador del Premio Pulitzer y luego editor del Chicago Daily News.

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En las gavetas de Finca Vigía subsisten algunos testimonios de que el artista Hemingway, el hombre bohemio y despreocupado, a veces se esmeraba en proyectar una imagen pública atractiva que le sirviera de coraza protectora. En su primer safari en 1933 − 1934 había tenido algunos deslices de «vedetismo» y se había regodeado en asumir un papel de omnipotente cazador blanco. Edmund Wilson había aprovechado la oportunidad para compararlo con un actor de Hollywood; luego comentaría sobre su libro africano. Las verdes colinas de Africa: «Casi lo único que llegamos a saber de los animales es que Hemingway los quiere matar. En cuanto a los nativos, aunque incluye una descripción aguda de una tribu de corredores maravillosamente ágiles, la impresión principal que recibimos es que son gente sencilla e inferior y que todos admiran enormemente a Hemingway.»

En los años 50 cuando fue a su segundo y último safari, repitió de alguna manera las mismas poses anteriores, pero esta vez Look había sufragado los gastos de la aventura y Hemingway tenía que entregar un reportaje a cambio. El escritor revisó cuidadosamente las pruebas de contacto de las fotografías de Earl Theisen y eliminó todas aquellas en las que pudiera aparecer en forma inadecuada o desagradable. Se conservan en Finca Vigía esas largas tiras de contacto en las que él escribe un NO rotundo con estilográfica en las fotos que lo muestran sonriendo sarcásticamente ante un león muerto y un OK en las que aparece posando como un experimentado y duro cazador mirando el mismo trofeo. En cierto modo se sentía orgulloso de estas fotos y las mostraba a los amigos; les enseñaba cómo había aprendido el manejo de la lanza con los guerreros masai y cómo se había enfrentado a un tanque con cuernos, un rinoceronte, y resistido su embestida frontal a pocos metros de distancia.

Hay otros dos millares de fotografías, pero sus favoritas eran las que le habían tomado con Taylor Williams en Pahsimeroi Valley en la década del 40, su colección de fotografías de guerra de Robert Capa, una en la que aparece en Bimini con el campeón de boxeo Tom Heeney, y las que le dedicaron Ordóñez, Dominguín, Marlene Dietrich y Rocky Marciano.

Observando las fotografías se puede tener una idea de las grandes pasiones del escritor: pescadores, muelles, playas, pájaros de la costa, puertos y litorales. Hemingway con Mary en la torre de Finca Vigía, visitantes desconocidos, pesca de agujas, Hemingway en el circo Ringling junto a un elefante, Hemingway africano, el Floridita, originales de Robert Capa en España. Fotos de la guerra chino-japonesa con anotaciones de Hemingway y, desde luego, el Pilar.

Es curioso, pero en todas las gavetas y entre toda la papelería conservada en Finca Vigía, no se encuentra una sola vez el rostro de Hadley Richardson, la primera esposa del escritor.

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Hemingway se situó por última vez en la primavera de 1960 frente al estante del librero que empleaba como escritorio de trabajo. Ocupó parte de su tiempo en la escritura del reportaje «El verano sangriento» (un encargo de Life), y dio los toques finales a París era una fiesta. Pero el momento de partir llegó y Hemingway puso en orden el escritorio, limpio de cuartillas emborronadas y de lápices de punta embotada. Colocó la máquina de escribir Royal Arrow sobre un ejemplar de Who's Who in America y dejó un par de lápices nuevos, las puntas afiladas, sobre la tabla, y también una docena de hojas de papel carbón Superior Quality en su caja de fábrica, el pedazo de mineral de cobre que servía de pisapapeles, los espejuelos, una tablilla con presillador, que utilizaba para escribir diálogos, y un libro que relata la conquista del oeste.

Los espejuelos, de aro metálico, graduados para controlar la visión defectuosa de un miope, habían sido hechos en la óptica Lastra, de O'Reilly 506, en La Habana. El ejemplar de la edición de 1954 − 1955 del Who's Who tiene doblada una esquina de la página 1 191, donde se informa que Hemingway se educó en escuelas públicas y que contrajo matrimonio con Mary Welsh el 11 de abril de 1946 y se mencionan condecoraciones recibidas y acciones bélicas en que participó. También dice que pertenece a los clubes siguientes: Meyer, Philadelphia, Gun y Vedado Tennis. Los dos lápices son Mirado 174 No. 3. La tablilla con presillador fue un regalo de su primogénito, quien ordenó grabar una inscripción en la madera: «To Ernest from Jack.» Hemingway aprovechó la superficie pulida de su tablilla para estampar en dos columnas con su estilográfica las sumas de palabras escritas en algunas jornadas de creación. Pero sus nociones aritméticas necesitaban una reactivación urgente. Hay un error formidable en la suma primera.

156 61
161 220
208 187
515 468

El pedazo de mineral de cobre pesa 570 gramos. Las hojas de papel carbón están usadas y de ellas se puede extraer el texto de cartas de Hemingway. Cartas manuscritas. El método es difícil y laborioso. ¿A quién se le ocurre escribir a mano con copia al carbón? Hemingway es uno de ellos. Su caligrafía es inconfundible en la parte azul de estas doce hojas. El otro libro en la tabla es Pictorial History of the West. Algunas de sus páginas estaban pegadas porque no hubo un buen corte de guillotina en la imprenta. Hemingway le prestó poca importancia al asunto. Nunca abrió el libro, que permanece cerrado como un ataúd.

Concluyó su última sesión de literatura en Finca Vigía, escribió algo sobre la rivalidad de Dominguín y Ordóñez, revisó un poco las memorias de París y cerró el taller. Mas ahora, sobre la llanura del mueble, faltan las pilas de papel gaceta, libros, folletos y periódicos que mantenía abiertos a su alrededor mientras trabajaba. Su costumbre era tender los papeles como si fueran sábanas, una manera de cubrir o guardar los manuscritos que estaba preparando. ¿O era que los tendía para tener una visión de conjunto? Las fotografías que le tomaron en los años 50, muestran a un hombre que laboraba en un incómodo cerco de papeles, con poco espacio libre para poner la máquina de escribir. Trabajando de pie, en bermuda, sin camisa, casi siempre descalzo sobre una piel de lesser kudú; o con mocasines, sin medias, con una botella de agua de Vichy a mano.

A la altura de sus rodillas, en el travesaño intermedio del librero, tenía una revista y cuatro libros: una traducción al alemán de cuentos suyos; la novela Guadalquivir, de Joseph Poyre; John Colter, de Burton Harris; The People oí the Sierra, de J. A. Pitt y el primer número, publicado en 1953, de la revista Nucleus. A sus espaldas tenía su cama, que empleaba como primera estadía de la correspondencia llegada a Finca Vigía y en la que los periódicos y revistas que se recibieron después de su muerte se conservan aún, pero ninguna carta importante. Tenía el agua de Vichy a su izquierda. Una de esas botellas se encuentra actualmente en su sitio, pero vacía. El primer objeto que aparecía a su mano izquierda era un manual voluminoso de motores de aviación que situaba en el piso contra la puerta para mantener abierta la habitación.

Para los coleccionistas de información sería imprescindible conocer el material que había en la mesa-bar, justo al lado de su poltrona. La batería comprende seis botellas de agua mineral efervescente El Copey, envasadas en Madruga, La Habana; una botella de scotch White Horse; una botella de ginebra Gordon; seis botellas le Schweppes Indian Tonic; una botella de ron Bacardí; una botella de scotch Old Forester; una botella de vermut Cinzano, y una de champán, sin etiqueta. Los contenidos originales, desde luego, fueron sustituidos por agua coloreada.

Ahora forman parte del museo los 9 000 libros distribuidos por toda la casa y el medio millar de discos, acomodados en un estante detrás de la butaca de Hemingway. Discos de 78 y 33 RPM. (Entre los clásicos, Beethoven era el favorito de Hemingway, y, entre los modernos, Benny Goodman.)

Un total de 1 197 objetos, sin contar libros y papelería, han sido inventariados en Finca Vigía. Pero el dato puede resultar confuso. No es el primer inventario que se hace y los hubo que arrojaron un saldo de 3 y 4 000 piezas y otros de apenas un centenar. Está en dependencia del punto de vista en que el concepto pieza museable sea aceptado. Finca Vigía, en lo esencial, es una sola pieza; un buró, por ejemplo, es también una, pero pueden ser muchas si se le desglosa por gavetas y el contenido de cada una de ellas. La tarea resulta difícil y ha caído sobre los hombros de dos o tres jóvenes enfundados en batas blancas, que les confieren un carácter ascético, y que son los técnicos de museo y los sustitutos de Ernest Hemingway en el interior de su casa. Sustitutos de 8 am a 5 pm. Un tiempo que se utiliza en contar, glosar, agrupar por tamaño o por uso o por tonalidad y que sirve, por lo pronto, para informar que la cifra más confiable de objetos de índole diversa conservados allí, descontando biblioteca y papelería, se aproxima a las 1 197 unidades.

Una aventura excitante, pero que requiere una dosis alta de paciencia, resulta de examinar la biblioteca de Hemingway; e.g., un ejemplar de la edición de 1951 de Tender Is the Night, de Scott Fitzgerald, aparece en el estante. Se revisan lentamente las hojas y se comprueba que mantienen una blancura y limpieza incomprensibles, hasta que en la página 243 se halla la única observación del Hemingway lector. Donde dice forward and clapped, él coloca dos signos de interrogación y escribe correctamente la palabra que los editores de Fitzgerald dejaron escapar con un error ortográfico: slapped.

Son escasos los libros de esta biblioteca que contienen anotaciones, pero a veces asoma entre las cubiertas apretadas de un volumen contra otro, la esquina de una vieja cuartilla o un pedazo de papel cualquiera en el que Hemingway apuntó una frase rápida y luego la dobló para guardarla en ese resquicio, que olvidaría finalmente. Es el caso de esta frase cargada de sentimientos machistas escrita en el reverso de un sobre de carta corriente: Any woman would rather dig her grave with her mouth than earn her living with her hands. (Toda mujer prefiere cavar su tumba con su boca que librar su sustento con las manos.) Está firmada con sus iniciales: EH.

El ejemplar número dos de la primera edición de A Bibliography of the Works of Ernest Hemingway, de Louis Henry Cohn, publicado por Random House, Nueva York, en 1931, tiene notas de Hemingway. La más significativa se halla en la página 88. Henry Cohn se refiere a «Los asesinos» y transcribe un párrafo extenso de una carta del novelista, en la que este dice:

En realidad, la vida, al menos para mí, tiene un gran atractivo, al igual que los lugares y otras muchas cosas, y quisiera que algo de esto formara parte de mis materiales. Hubo gente que se malogró tal y como lo describen algunos escritores, y personas que se volvieron vacías y se agotaron emocionalmente, como algunos de la generación de Fiesta. Pero no siempre resulta así. Conozco a gente maravillosa; incluso algunos sabían que la tumba los aguardaba (por eso todos los relatos se convierten en tragedias si se continúa la historia hasta el final) y se comportaron de un modo excelente.

Hemingway traza una marca y dice: What a shit... violation of correspondence (qué mierda... violación de correspondencia). Vuelve a utilizar una adjetivación similar en la página 115, cuando Cohn informa que Hemingway seleccionó el título de The Sun Also Rises (Fiesta) del Eclesiastés, el de The Torrents of Spring de la obra homónima de Turguenev, y el de A Farewell to Arms de un poema de George Peale. Hemingway abre una llave para este último poeta y dice: home shit (mierda casera).

Hemingway cubrió con los signos de su estilográfica una parte considerable de un ejemplar de Wuthering Heights (Cumbres borrascosas), de Emily Brontë, publicado en Londres en 1935. Son tres columnas de cifras que aparecen en la cubierta, solapas, primeras páginas e incluso sobre el título de la obra clásica inglesa. Hemingway se preocupa por la marcha de su salud. La primera columna señala la hora; la segunda, la temperatura; la tercera, las pulsaciones.

0745 35,9 60
1200 37 66
1600 36,7 66
1800 36,6 54

Las observaciones abarcan desde el 25 de noviembre hasta el 6 de diciembre. El año no está consignado. Tiene explicaciones breves de los movimientos que pueden influir en el comportamiento de su organismo. Up to dinner, levantarse para comer, escribe en una ocasión. Up to telephone, levantarse para el teléfono, en otra. Pero se registran pocas afectaciones. La temperatura y el pulso se mantienen en su nivel.

Hemingway, hipertenso, y también impaciente, tomaba su pulso sólo durante medio minuto.

Hay otra inscripción, de índole diferente, en la última página de Wuthering Heights. Es la anotación inicial del libro de remembranzas parisinas de Hemingway, que tiene el título aquí de The Lean and Lovely Years. Se convertiría años después en A Moveable Feast (París era una fiesta). Hemingway comenzó esta obra en Finca Vigía entre el otoño de 1957 y la primavera de 1958. Disponía de un primer boceto, escrito en mayo de 1956, sobre una etapa inicial de su amistad con Scott Fitzgerald.

El artista recuerda sus aventuras con la generación perdida:

THE LEAN AND LOVELY YEARS

The Three Mountains

Connection

The Lyon Trip

In Scott date was agreed on

and I confirmed it by telephone

El relato del viaje a Lyon es uno de los mejores momentos de Paris era una fiesta. Hemingway le había confirmado previamente a Fitzgerald que viajarían juntos en el tren. Este era un hombre olvidadizo y Hemingway se vio solo y casi sin dinero en un vagón de ferrocarril. The Three Mountains Press es el nombre de la editora que publicó la primera edición de In Our Time, en 1924. La denominación alude a los tres montes de la capital francesa.

Otro documento atractivo localizado en la biblioteca de Finca Vigía es el original del cuento famoso «In Another Country» («En otro país»), en el que otro cuento también legendario, «Now I Lay Me» («Mientras los demás duermen»), aparece como su segunda parte, aunque sin título. Nick Adams, alter ego de la juventud de Hemingway, es el protagonista. Hemingway incluyó los dos relatos en el volumen Men Without Women como textos independientes. «In Another Country» fue publicado por primera vez en la edición de marzo de 1927 de Scribner's Magazine y «Now I Lay Me» se estrenó con otros tres cuentos en Men Without Women. Resulta curioso que estos dos relatos inicialmente se concibieran como uno solo.

La biblioteca de Finca Vigía está necesitada de un estudio minucioso desde hace 20 años. Algunos escritores y críticos han comprendido esto. Cada vez que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos experimentan cierta mejoría, una de las primeras cosas que aparecen en el horizonte son los investigadores norteamericanos que reclaman instalarse en Finca Vigía. Desaparecen cuando los nexos vuelven a entrar en crisis.

Había una correspondencia interna en Finca Vigía. Circulaban tarjetas postales y navideñas. Hemingway, con su caligrafía inconfundible, firmaba reproducciones de obras conocidas, en particular de los impresionistas franceses, y redactaba, en un francés extravagante, dedicatorias que atribuía a los artistas. Abusaba así de Gauguin y de Van Gogh. Las falsificaciones permitieron disponer a Mary Welsh de una colección de mensajes rubricados por los pintores más importantes del siglo pasado. Mensajes personales dirigidos a ella.

Había también tarjetas de Navidad, de Thanksgiving Day y de Saint Valentine. En una postal cuya ilustración es un pato con ojos plastificados, Hemingway escribe:

Monsieur le Conde de

Hemingwé

Chateau La Vigía

Sf de P [San Francisco de Paula]

En otra, ilustrada con un árbol de Navidad, pero sin texto ni fecha, solo aparecen los rasgos de la estilográfica de Hemingway, que firma: Heddy Lamar.

También se encuentra una dedicatoria sincera y emocionada escrita en una cartulina blanca:

A mi queridísima y bendita Kitten [Mary Welsh]

que da sentido a estas Navidades y a los otros

364 días del año

Una postal tiene impresa una imagen de París. Hemingway ha escrito: «To my Kitten with love.» La firma es «Cristóbal Colón». Debajo del nombre ha dibujado dos garras.

Una nueva postal. Un pato distinto en la ilustración, pero también con ojos plastificados. El texto de Hemingway ofrece algunas connotaciones políticas sospechosas; su autor hubiera sido carne de inquisición de haber caído en las manos de McCarthy.

Tovarich Hemingstein

Hotel Better World

Havana Cuba USSR

114

«Estoy totalmente convencido de la

necesidad histórica de la Revolución

Cubana.»

Ernest Hemingway al general Charles

T. Lanham. en una carta del 12 de

enero de 1960.

La colaboracion economica de Ernest Hemingway con el movimiento clandestino 26 de Julio, que lidereaba Fidel Castro, fue discreta. Se limitó a comprar una estatuilla de José Martí, realizada por el escultor cubano Fidalgo, que se vendía para engrosar los fondos de la organización revolucionaria.

Su solidaridad con los combatientes antibatistianos fue más bien emocional. A lo largo de la etapa insurreccional Hemingway se mantuvo al tanto del rumbo de la guerra, pero su posición era, salvo en algunas ocasiones, distante. Herrera Sotolongo recuerda que en Finca Vigía se escuchaba con frecuencia la transmisión de la emisora Radio Rebelde, directamente desde la Sierra Maestra. Hace poco, en una de las gavetas de la casa cubana de Hemingway, apareció un brazalete rojo y negro, el símbolo de los insurrectos. Aquí parece terminar la participación del escritor en la batalla contra Fulgencio Batista.

Cuando Herbert Matthews estuvo en la Sierra Maestra en 1957 para entrevistar a Fidel Castro, hizo, desde luego, un alto en Finca Vigía. Hemingway y el viejo experto en asuntos latinoamericanos de The New York Times habían estado juntos en España. El dueño de la finca había dicho desde tierra española que Matthews era «bravo como un tejón».

Después de su entrevista con Fidel, el periodista pasó una noche en la casa de Hemingway. Los acompañaba Herrera Sotolongo.

«Fidel Castro está vivo y luchando en la Sierra», afirmó Matthews a sus amigos. Es casi el mismo lead que encabezara, días después, su espectacular artículo en The New York Times.

Hemingway realizó una intensa actividad dos años después en favor de los cubanos. Debido a los juicios sumarios y fusilamientos de los criminales de guerra de la dictadura batistiana, la revolución comenzaba a ser blanco de los ataques de ciertas empresas periodísticas norteamericanas. A 24 días del triunfo de la Revolución Cubana, Ernest Hemingway era otra vez un militante.

Revolución

24 de enero de 1959

MOMENTO DECENTE

declara Ernest Hemingway

Seattle, enero 23 (AP) —El novelista Ernest Hemingway pronosticó anoche un gobierno pacífico para Cuba bajo Fidel Castro, después de un período de violento reajuste.

Hemingway pronosticó esto después de revelar que jóvenes a quien él conoció habían sido asesinados por los seguidores del exdictador Fulgencio Batista.

En una conversación telefónica desde su cabaña cerca de Ketchum, Idaho, donde está escribiendo otra novela, Hemingway dijo a una estación de radio que tenía muchas esperanzas con el gobierno de Fidel Castro, siempre que no intervengan los extranjeros.

Residente en Cuba por mucho tiempo, Hemingway condenó al grupo de Batista por torturador y asesino. Refiriéndose a los jóvenes del pequeño pueblo en que vivía, expresó: «Trece fueron torturados y muertos por la policía y el ejército, y los habitantes de allí saben quiénes fueron los torturadores y asesinos.»

El escritor, ganador del Premio Nobel de Literatura de 1954, declaró que creía que los juicios a los seguidores de Batista serían celebrados con justicia.

«No creo que los extranjeros tienen por qué meterse en criticar la justicia de los juicios desde el momento que estos son públicos y los testigos son escuchados y se imparte una decisión imparcial», manifestó, agregando que la revolución fue una buena cosa para el pueblo.

«Pienso que el pueblo tiene ahora un momento decente y no creo que haya tenido algún otro antes.»

Hemingway declaró que no había discutido con los que habían criticado la revolución. «Los críticos normalmente carecían de información sobre lo que acontecía en Cuba», explicó.

«Tengo la mayor esperanza de que si este gobierno (de Castro) no es interferido.. tiene muchas posibilidades de triunfar», dijo el novelista, quien agregó que nunca había conocido personalmente ni a Castro ni a Batista.

Por los colmillos se sabe Ja edad del león. Este es un macho adulto. [Look Magazine. Copyright 1954. Cowles Communication]

El residente cubano Ernest Hemingway había declarado al periodista Luis Gómez Wangüemert, en 1956, al circular el cable de la UPI con la noticia falsa de la muerte de Fidel Castro en la campaña de la Sierra Maestra: «Eso es mentira. Lo dicen porque quieren desprestigiar el movimiento. Fidel no puede morir. Fidel tiene que hacer la revolución.» Cuatro años más tarde, Hemingway, procedente de una Habana revolucionaria, fue abordado en Estados Unidos por periodistas que estaban preparando «las mayores infamias contra los cubanos». Hemingway los dejó hablar y al rato detuvo el coro: «¿Han terminado, señores? Yo creo que todo anda muy bien por allá. La gente de honor creemos en la Revolución Cubana.» Le quedaba apenas un año de vida. El encuentro con los periodistas al pie de la escalerilla del avión fue un aguerrido adiós a las armas.

José Luis Herrera Sotolongo nos brinda otro testimonio sobre el Hemingway de este momento:

El relato sobre la última época de Hemingway en Cuba es interesante, pues define sus vínculos con la revolución, que muchas veces no se han sabido valorar. Él estaba sinceramente con el proceso. Sentía simpatías por la persona de Fidel. Ellos no habían sido amigos. Pero Fidel lo admiraba. Yo recuerdo, por el año 49, que Fidel tenía mucho interés en que lo llevara a casa de Hemingway porque quería conocerlo y hablar con él. Nunca llegamos a realizar la visita, pero siempre estaba hablando de eso. Fidel decía: «Oye, yo tengo ganas de que me lleves allá, quiero conocerlo; me interesa hablar con él.» Varias veces se lo dije a Ernesto: «Voy a venir con un compañero, un amigo, que quiere conocerte»; pero por esas cosas que él (Fidel) tenía, cuando andaba metido en la política universitaria, nunca nos pudimos poner de acuerdo para ir. Se conocieron cuando lo de la pesca y el trofeo Hemingway. Hay una cosa muy curiosa; una de las voces más importantes del mundo para defender la Revolución Cubana desde los primeros momentos fue la de Hemingway. Eso es poco conocido porque a él le sorprende el triunfo de la revolución en Estados Unidos.

Había ido por la temporada de esquíes a Sun Valley. Empieza a preparar sus cosas para venir acá, pero en aquellos días se hace una campaña contra la Revolución Cubana en Estados Unidos a pesar de que todavía no había roces entre los gobiernos. Después de eso, fue el primer viaje de Fidel a Estados Unidos, pero hubo una campaña muy intensa, sobre todo campaña de prensa con respecto a los juicios que se celebraban aquí y a algunos fusilamientos, y Hemingway precisamente alzó su voz en Estados Unidos en contra de esa campaña. Es un hecho poco conocido porque lo silenciaron los norteamericanos. Escribió un artículo para un periódico local, de Sun Valley o de Ketchum, y se publicó en primera plana. Hacía declaraciones diciendo que era falsa esa propaganda del baño de sangre y que él había conocido el proceso insurreccional cubano y podía asegurar que el número de fusilamientos que se había hecho en Cuba no correspondía con el número de asesinos que había habido aquí. Entonces, no solamente hizo esta declaración en la prensa sino que la grabó. Hizo una grabación en un disco que se transmitió por la emisora local, pero cuando esta noticia a través de los canales periodísticos llega a los sindicatos, hay un acuerdo de que no se publique en la prensa. En ningún periódico de Estados Unidos se reproduce ese artículo. Él vino aquí a los pocos días y trajo el artículo para acá. El periódico está en poder de Fidel, pues se lo hicimos llegar a él. En una de las primeras comparecencias de Fidel en la televisión tenía el periódico e hizo algún comentario. Hemingway siempre estuvo presente en el proceso revolucionario cubano. Hubiera muerto en Cuba si las circunstancias de su muerte no se hubieran precipitado.

Gregorio Fuentes relata que desde los inicios de la insurrección utilizó el Pilar para guardar armas del movimiento revolucionario y que contaba con la aceptación de Hemingway:

Me miraba hacer aquello y no se metía en nada. Me dejaba hacer. Después que triunfó la revolución, cuando llegó a bordo y me vio vestido de miliciano, me dio un abrazo y me dijo: «¡Cada día te quiero más!» Me lo dijo llorando.

Nosotros teníamos nuestras conversaciones secretas. Pero eran secretas absolutamente. Se van conmigo a la tumba. Teníamos nuestra forma de hablar o de no hablar. Pero nos entendíamos. Me decía: «Tú eres un verdadero hombre callado de la boca.» Esa es la única forma de ser revolucionario. Callado de la boca. Yo estaba colaborando con la revolución, con los muchachos de Cojímar que estaban en el Movimiento 26 de Julio. Pero nunca le pregunté su parecer al respecto. Ni él tampoco a mí. Al contrario. Los dos sabíamos que cada cual estaba en lo suyo y que ninguno iba a perjudicar al otro.

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El periodista argentino Rodolfo Walsh, a la sazón corresponsal de Piensa Latina, fue el hombre que redactó el cable donde se narra la llegada de Hemingway a Cuba revolucionaria, a principios de noviembre de 1959. El cable se publicó íntegro en muchos periódicos habaneros. Bohemia, la revista cubana de mayor circulación, lo reprodujo pero sin acreditar la agencia.

Prensa Latina recibió la noticia, procedente de Nueva York, de que Hemingway había salido rumbo a Cuba. Walsh se estacionó en el aeropuerto desde la media noche; ningún otro periodista fue al recibimiento. Walsh estaba acompañado por un fotógrafo llamado Mickey, que tenia interés en saludar a Hemingway. Cuando descendió por la escalerilla del avión, Hemingway los saludó amablemente. Le preguntó a Walsh: «Bueno, ¿qué noticias hay, qué se sabe de Camilo?» «No hay noticias», dijo Walsh. «Oye, ¿y aquí no ha entrado el norte todavía?», preguntó Hemingway, refiriéndose a la temporada invernal.

Traía chaqueta deportiva, corbata tejida, pantalón color mostaza. Walsh no lo ayudó a cargar maletas. No supo qué hacer en una situación como esa. «Hemingway venía cargado de maletines, y de etiquetas y cordelitos.» Lo acompañaba el torero Antonio Ordóñez, quien venía «muy elegante».

—¿Qué se habla en Estados Unidos de Cuba? —preguntó el periodista.

—Nada. Ahora en Nueva York de lo único que se habla es de un programa de televisión: «La pregunta de los 64 000 pesos». Pero Mary me mantiene informado de lo que ocurre en Cuba. Estoy bien informado. Hay allá muy mala prensa.

Revolución

5 de noviembre de 1959

ERNEST HEMINGWAY

... de nuevo en Cuba...

LLEGÓ

—Un cubano más

—No es un yankee

—Junto a Fidel

LA HABANA, noviembre 4 (PL) —Me siento muy feliz de estar nuevamente aquí, porque me considero un cubano más», declaró el escritor norteamericano Ernest Hemingway al llegar esta noche a La Habana procedente de New York. «No he creído ninguna de las informaciones que se publican contra Cuba en el exterior. Simpatizo con el gobierno cubano y con todas nuestras dificultades», dijo subrayando la palabra «nuestras». Y a continuación aclaró: «No quiero que me consideren un yankee...»

Hemingway vino acompañado del torero español Antonio Ordóñez y la esposa de este. En el aeropuerto fue recibido por sus familiares [?], un numeroso grupo de simpatizantes del pueblo de San Francisco de Paula, donde reside habitualmente, y reporteros de Prensa Latina que pudieron entrevistarlo en forma exclusiva.

Interrogado sobre si mantenía las declaraciones favorables a la Revolución Cubana que hizo a comienzos de este año, contestó que las reiteraba plenamente.

«En New York, por donde acabo de pasar a mi regreso de Europa, no se sabe nada de Cuba ni del mundo. Allí solo se habla de Van Doren y del escándalo de su programa de preguntas y respuestas por televisión.»

Al salir de la aduana, los vecinos de San Francisco de Paula le entregarían una bandera cubana en testimonio de gratitud por las declaraciones que Hemingway ha hecho en el exterior sobre Cuba. Hemingway besó la bandera, pero se negó a repetir el gesto cuando un fotógrafo quiso recoger el instante. «¡La he besado con sinceridad!», exclamó, siendo largamente aplaudido.

Y la coda, un tanto mítica, de la información redactada por Walsh:

El gran escritor norteamericano Ernest Hemingway ha tenido otro gesto a favor de nuestro país que mucho lo enaltece.

A los funcionarios de la aduana mostró al arribar, un pasador de platino y brillantes valuado en $ 4 000, según la factura, comprado en París, y manifestó su interés en que se le cobraran los derechos aduanales para pagar en dólares, como cooperación al gobierno revolucionario. Dicha operación no se pudo efectuar anoche porque la Casilla de Pasajeros está autorizada a cobrar facturas solo hasta $300,00.

En mayo de 1959 (según Granma publicó recientemente como una especie de homenaje) el escritor, ante los continuos ataques de la prensa norteamericana contra la justicia revolucionaria cubana, dijo en un articulo que «conocía a uno de los hombres que han ejecutado; si fuera fusilado 100 veces no sería suficientemente castigado por los terribles actos cometidos en el pasado».

Hemingway se refirió a la situación existente en Cuba antes de enero de 1959 y recordó: «Conocí a tres hombres que eran maestros calificados, pero que no pudieron conseguir trabajo porque no podían pagar los cientos de pesos necesarios para comprar un puesto de maestro.» Concluía: «Confío ampliamente en la revolución de Castro porque tiene el apoyo del pueblo cubano. Creo en su causa.»

Euclides Vázquez Candela, en esa época subdirector del periódico Revolución, tuvo esta experiencia con Hemingway.

En abril de 1959 llegó a verlo «un señor llamado José Luis Herrera Sotolongo, portador de un recado de Ernest Hemingway en vísperas de un posible viaje de Fidel Castro a Estados Unidos». Hemingway quería expresar con carácter privado su opinión acerca de este proyecto y ofrecer algunas recomendaciones que pudieran llegar a oídos del máximo líder de la revolución, para que supiera «cómo enfrentarse a la opinión pública norteamericana».

El periodista se dejó conducir por Herrera Sotolongo hasta la casa de Hemingway. En el camino, el médico comentó: «Ernesto debe tener mucho interés en comunicarse con ustedes. Últimamente recibe a muy poca gente, y mucho menos de noche.»

Durante más de dos horas, Mary Welsh y Hemingway le hablaron a Vázquez Candela acerca de los temas con los cuales «se ensañarían los monopolios de prensa yanqui: los fusilamientos revolucionarios, las leyes que ya se anunciaban para modificar la estructura económica del pais, sobre todo la de reforma agraria, la política internacional y la determinación del gobierno revolucionario de no continuar dependiendo de los dictados del State Department».

Ahora introducimos a un Guillermo Cabrera Infante conmovido y sincero. Es decir, un Guillermo Cabrera Infante muerto. Los párrafos con que reseña para los cubanos la actitud de Hemingway, están escritos por alguien que no había llegado aún a la traición y a la mentira. Andaba, eso sí, en el camino.

En sus días de crítico cinematográfico de la revista Carteles, entre cerveza y cerveza en los cafetines, solía comentar con sus amigos: «Algún día seré como Hemingway.» Otras veces afirmaba que sería como Faulkner o Fitzgerald. Lo cierto es que terminó por ser él mismo, dirigiendo, después del triunfo revolucionario cubano, el suplemento literario del periódico Revolución con el afán de conducir la política cultural cubana. En esos trajines lo conoció Hemingway. De ahí que al encontrarse fugazmente con él en un restaurante madrileño, Hemingway le enviara «saludos a Castro».

En 1967 Cabrera Infante traicionó a la revolución y la cultura de su país, y se fue a vivir a Londres, a un piso decorado con banderas cubanas y gatos persas. Se incluye de todos modos un fragmento de su trabajo sobre Hemingway porque ofrece algunos testimonios personales de la lealtad del gran escritor a la Revolución Cubana. He aquí una de las ricas posibilidades que ofrece la vida: un traidor en sus vísperas afirma que un hombre es fiel.

Un guerrero masai muestra a Hemingway el manejo correcto de la lanza. (Look Magazine. Copyright 1954. Cowles Communication)

Los vecinos del pueblo le regalaron una bandera... Hemingway la besó. Los fotógrafos no estaban atentos y le pidieron que repitiera el gesto. Hemingway se enfureció: «Señores, ¡la he besado con sinceridad!» Regresaba asi al país que mejor conocía, al que había descrito como —una bella úlcera en otra parte—, en 1935... Hemingway había regresado más de una vez para perpetuar a Cuba. ¿Ahora volvía para perpetuar nuestra revolución? Otras veces había declarado que pensaba escribir un libro sobre la Revolución Cubana. Tal vez la muerte se lo haya impedido.

De todas maneras, Cuba seguía siendo su tierra. Recuerdo que lo vi en octubre en Madrid de viaje para la Unión Soviética. Comía con unos amigos en un restorán cercano a la Gran Vía. «¿Cómo anda Cuba?», me preguntó, y añadió enseguida: «Todo muy bien. No tenía que preguntarlo.» Pareció que iba a continuar comiendo cuando agregó: «Déle mis mejores saludos a Castro. Confiamos en él.» Hizo un gesto que no pude comprender: ¿quería decir España, los amigos que comían a su lado, o solamente nosotros?

116

A finales de agosto de 1961, apenas un mes después de celebrados los funerales de Hemingway, se realizó una ceremonia en el portal a cielo abierto de Finca Vigía.

Mary Welsh, la viuda de Hemingway, sujetaba en sus manos un folio de 30 hojas, de magnífico papel biblia, con el timbre de Finca Vigía impreso en rojo, y con cada una de las hojas firmadas al pie. Fidel Castro asistía en calidad de representante oficial. Estaban, además, Gregorio Fuentes y los hermanos José Luis y Roberto Herrera Sotolongo.

Un breve intercambio de cortesía precedió a la lectura. Mary Welsh tendió el folio a Fidel Castro, quien denegó con un gesto de la cabeza. «No, señora. Hágalo usted», le dijo. El documento, redactado alternativamente en inglés y español, disponía el traspaso «para bienestar del pueblo cubano» de Finca Vigía y los objetos personales del escritor. El texto aconsejaba que se instituyera una tertulia para jóvenes artistas y un centro de estudios botánicos para cuyos efectos podría utilizarse la biblioteca, literaria y técnica, que dejaba en la casa, compuesta por más de 9 000 volúmenes. Ofrecía, asimismo, una serie de consejos útiles para el mantenimiento de Finca Vigía.

De acuerdo con el documento, se hacía entrega formal de la propiedad del Pilar a Gregorio Fuentes; dejaba en herencia, a diferentes amigos de San Francisco de Paula, una carabina Winchester de calibre 22, un automóvil Buick del año 1950 y un Plymouth del año 1953. La agencia 4 − 10 − 06 del Banco Nacional de Cuba se haría cargo de librar, contra la cuenta de Ernest Hemingway, los cheques con que se pagaba el último salario de los empleados, más una suma de regalía. Asimismo, Mary Welsh recababa de las autoridades cubanas que se ofreciera trabajo a sus exempleados en la Cervecería Modelo Nacionalizada, ubicada a poca distancia de San Francisco de Paula. El documento autorizaba a Pedro Buscaron, que había trabajado en la casa durante ocho años, para que continuara trayendo a pastar un caballo de su propiedad; y a José Herrera (Pichilo), jardinero principal de Finca Vigía por 17 años, le cedía todo el ganado que había allí en existencia y lo autorizaba a continuar, en la misma área de siempre, con su cría de gallos de pelea.

Mary Welsh retendría para su disfrute —y se llevaría con ella hacia Estados Unidos— las obras de arte más importantes que estaban en la casa, así como una importante colección de manuscritos inéditos de Hemingway, depositados en el Banco Nacional de Cuba, entre los que se hallaba el original de Islas en el Golfo. La cláusula final informaba que retenía a su favor la propiedad del bungalow, a la izquierda de la casa, que no pasaría a ser objeto museable y que ella utilizaría como vivienda en un eventual regreso a Cuba.

Días después, según una versión existente, Mary Welsh procedería a quemar la correspondencia. Lo hizo silenciosamente, en una fogata que preparó en el patio de la casa. Cumplía instrucciones precisas que se le habían confiado. Con esto, la historia de Ernest Miller Hemingway debió quedar sellada para siempre.

«Fidel llamó a Finca Vigía con el propósito de ponerse de acuerdo con Mary para visitarla», recuerda Herrera Sotolongo. «Y a mí me avisaron que fuera para allá. Pero yo no se lo solicité a través de ningún ayudante, como dice Mary en su libro.» Fidel llegó al anochecer. Los tres Oldsmobile del año 1960, de color morado oscuro, que constituían su equipo de transporte y escolta, parquearon en la arboleda delante del garaje. Nueve hombres con uniformes de campaña verdeolivo —los choferes y custodios— se mantuvieron discretamente alrededor de los automóviles. Fidel entró solo en la casa. Un apretón de manos a Mary y otro a Herrera Sotolongo y una rápida presentación de los demás miembros del comité de recepción de Finca Vigía. «Está en su casa», dijo Mary. «Siéntese, por favor.» Fidel, por desconocimiento, fue a sentarse en la poltrona de Hemingway, con su boina y un tabaco inmenso en la mano, cuando Mary dijo: «Esa era la butaca de Papa.» Fidel no terminó de sentarse. Se incorporó. Mary, sonriente, exclamó: «Oh, no, me ha entendido mal. Siéntese ahí, por favor.»

Sirvieron una merienda ligera que Mary había preparado. «Todo lo que usted quiera llevarse, se lo lleva», dijo Fidel. Mary respondió: «Las pinturas, la colección de pinturas.» Después pidió un buró que tenia en su habitación y los manuscritos de Hemingway que se encontraban en la caja de seguridad del banco. Asimismo le interesaba llevarse la ropa de cama, la mantelería, las vajillas y los cubiertos. «Allí había muchos cubiertos, cubiertos para mariscos con puños de nácar», afirma Herrera Sotolongo.

Se planificó cómo iba a ser el museo. Había una valiosa colección del Hammond's Atlas norteamericano, y otra de las obras de Mark Twain. Se dijo que debía dárseles alguna utilidad. Se habló de habilitar el garaje —donde hay un local para exposiciones en la actualidad— como salón de lectura. Fidel permaneció dos horas en Finca Vigía. Los trofeos le llamaron la atención, los trofeos de caza. Revisó casi todas las armas. Dedicó un rato a escuchar la historia del greater kudú que se encuentra en el comedor. Mary dijo que le regalaba la carabina Mannlicher Schoenauer 256, «la favorita de Papa». Fidel agradeció el gesto, pero, dijo, prefería que la dejara allí y que la casa de Hemingway se conservara intacta.

También se habló que a los discos había que darles alguna utilidad. «Allí siempre había música sonando», dice Herrera Sotolongo.

En el momento que este trámite oficial se producía en La Habana, Glenway Wescott escribía en un periódico norteamericano que debía impedirse la destrucción de las obras inéditas de Hemingway. Glenway Wescott consideraba que Mary podía intentar una acción de este tipo en su viaje a la capital cubana. Esta es la razón que obligó a Mary Welsh, en How It Was, a explicar que fueron centenares de revistas viejas almacenadas por Hemingway las que ella arrojó a las llamas de una hoguera preparada en la cancha de tenis de Finca Vigía. Y aclara que «las seleccionó previamente». Las revistas, en su mayoría, eran ejemplares de El Ruedo y The Economist. Mary Welsh añade que fueron los amigos íntimos de la casa, Roberto Herrera Sotolongo, Valerie, Mayito Menocal, Elido Arguelles y René Villarreal, quienes participaron en la operación.

Mary Welsh, en otro párrafo de su libro, dice que aprovechó las facilidades brindadas por los cubanos para sustraer cerca de medio millón de dólares en joyas y objetos diversos que le entregaron cubanos desafectos. Traicionaba así la confianza depositada en ella por los líderes revolucionarios. Estos valores fueron llevados de forma clandestina en su equipaje de mano.

Durante poco más de un año. Finca Vigía se mantuvo cerrada. En la casa vecina de los Steinhart, quienes habían huido del pais hacia la misma fecha de la muerte de Hemingway, se instaló provisionalmente una unidad de baterías antiaéreas, que defendía desde aquella altura un sector de la capital. La cristalería de los Steinhart, y de los Hemingway, y de todos los vecinos de San Francisco de Paula, salvaron su existencia en virtud de que ningún avión sospechoso sobrevoló esta zona y que, por tanto, los 16 cañones soviéticos de 100 milímetros con seguimiento electrónico, emplazados en los vergeles y el patio de la Villa Steinhart, se mantuvieron silenciosos. Por la misma época, un batallón de muchachos huérfanos y antiguos pordioseros, que iban a cursar instrucción militar, estuvieron albergados en Finca Vigía durante algunas semanas. No se les permitía el acceso al interior de la casa, pero podían acampar en los jardines. De cualquier manera, antes de que fueran trasladados de allí y de que se les educara y convirtiera en personas conscientes, descubrieron la forma de abrir la puerta del sótano y dar cuenta de las reservas etílicas de Hemingway. Luc Chessex, un fotógrafo suizo que llegó a Cuba a fines de 1961, decidió comenzar su ensayo fotográfico de la isla con algunas tomas de la casa del novelista fallecido recientemente. Allí lo recibieron aquellos muchachos contentos y despabilados. «Entré en Finca Vigía la tarde del 30 de diciembre de 1961, y me sacaron de allí, todavía inconsciente por la cantidad de bebidas que había ingerido, el 4 de enero.» Junto con Chessex, en camiones del ejército, fueron evacuados los muchachos. Casi un año más tarde, en noviembre de 1962, se produjo la primera visita oficial al Museo Hemingway. Fidel Castro se presentó de nuevo. Llevaba al capitán de un buque norteamericano que había transportado a La Habana un cargamento de medicinas y alimentos en conservas: una parte de la indemnización que había tenido que pagar la administración de Kennedy por su estruendoso fracaso en Bahía de Cochinos.

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En cuanto a los manuscritos dejados por Hemingway en Cuba antes de su último viaje a España, que se suponía estuvieran depositados en una caja de seguridad del Banco Nacional de Cuba, existe una anécdota oscura. Una persona que nos ha pedido no se revele su nombre y que trabajó durante algún tiempo para la Agencia Central de Inteligencia (CIA), asegura que estuvo en contacto con estos originales.

Ocurrió probablemente a principios de aquel año, acaso en mayo. Nuestro personaje anónimo, una mujer, era compañera de estudios de la hija de un tal Mardonio Santiago; estudiaban juntas en una institución privada de la aristocracia criolla, la antigua Universidad Católica de Villanueva. Ella declara:

Yo iba a casa de los Santiago con frecuencia. Había una biblioteca muy buena, que siempre me llamaba la atención, no porque tuviera muchos libros, que no los tenia, sino por su confort, y porque tenía una butaca y aire acondicionado.

Un día, estando yo en la casa, que si mal no recuerdo se encuentra en una de las calles cercanas a la Universidad de Villanueva, Mardonio se puso a hablar con su hija y conmigo y nos enseñó varias cosas, entre ellas unas pistolas que escondía en un cantero, y luego sacó de la biblioteca el manuscrito de Hemingway, que estaba empacado como para enviar por correo. El paquete estaba abierto. Mardonio dijo: «Miren, este es un libro de Hemingway que no se ha publicado.» Era un relato de pesca en Bimini y de una conversación con unos tipos en el Floridita. Es lo que recuerdo de lo que pude leer aquel día.

Mardonio era hermano de Antonio Santiago, Tony, quien es venerado en Cuba como un mártir revolucionario. (La circunstancia en que se produjo la muerte de Tony Santiago, en 1961, estuvo cubierta durante mucho tiempo por el velo del misterio; hoy casi se tiene la certeza de que cayó combatiendo en la corriente del Golfo —en un combate de lancha a lancha— mientras intentaba infiltrarse en un grupo de agentes de la CIA.) La viuda de Tony Santiago afirma que su esposo había roto definitivamente las relaciones familiares con Mardonio por desacuerdos políticos.

Mardonio Santiago había sido un alto ejecutivo de la sucursal en La Habana de un consorcio tabacalero norteamericano. Participaba en una conspiración contrarrevolucionaria en el momento que mostró el original de Hemingway a nuestra testimoniante; ella también participaba en la conjura. Se registraban muchas intrigas de esta clase en La Habana de aquel tiempo, cuando la salud de Hemingway le había deteriorado notablemente y se encontraba en manos de los médicos de la Clínica Mayo. Había estado por última vez en Cuba en el verano de 1960, y ese es el único instante en que el manuscrito pudo haberse confiado a Mardonio Santiago. Un verano que resultó trágico para el escritor. Sus capacidades físicas y mentales comenzaron a disminuir en forma abrupta, lo que culminaría en un estado de semilocura caracterizado por delirio de persecución. Decía que agentes del FBI lo vigilaban. Tal vez entonces decidió salvar su manuscrito. Es una hipótesis. Si los Hemingway —Ernest o Mary— tomaron una determinación de esa naturaleza, es un hecho imposible de esclarecer ahora. ¿Habrá querido proteger su manuscrito de la saña de unos fantasmales agentes del FBI poniéndolo en las manos de unos potenciales agentes de la CIA? La situación es confusa.

El manuscrito de Hemingway fue mostrado a nuestra testimoniante en la casa que se encuentra en la calle 15, número 18 412, esquina a 184, en el antiguo Reparto Biltmore, barrio exclusivo de la burguesía habanera, que fue rebautizado en el período revolucionario como Reparto Siboney. El residente actual se llama Bartolomé Cuza Trinché. Vive allí con su familia, la que incluye abuelos y niños. Pero no ocupan toda la construcción. Algunas habitaciones son empleadas como almacén de pupitres del Ministerio de Educación. La familia de Cuza Trinché se estableció ahí en 1962. Debido a sus escasos recursos económicos, recibieron la casa en usufructo gratuito. Proceden de una región campesina y desconocen quién era el propietario anterior de la residencia. (Mardonio Santiago huyó del país hacia el otoño de ese mismo año, 1962; había logrado situar grandes cantidades de tabaco cubano en Jamaica, con lo cual se mantuvo económicamente.)

Respecto a la biblioteca, donde el original estuvo escondido, Bartolomé Cuza declara que todos los libros fueron retirados en 1962 por el Ministerio de Educación. Los estantes de madera vacíos se conservan, pero la habitación se transformó en un dormitorio para dos niñas. La búsqueda y localización de los volúmenes que integraron aquella biblioteca resulta una tarea desproporcionada a casi 20 años de distancia. Pero ninguna entidad bibliotecaria cubana —adonde se enviaban los libros ocupados en las casas de la burguesía— reportó la entrada de un original de Hemingway. La presencia de este manuscrito inédito en poder de un inescrutable Mardonio Santiago, que trasegaba con pistolas y cargamentos de tabaco, y, al parecer, con literaturas, es otro misterio, para el que acaso nadie tenga respuesta.

Correspondencia de guerra de Ernest Hemingway: carta enviada a Mary Welsh el 16 de noviembre de 1944.

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Granma

11 de julio de 1977

SE ENCUENTRA EN CUBA LA VIUDA DE HEMINGWAY

Se encuentra en nuestro país, invitada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, la señora Mary W. Hemingway, viuda del escritor norteamericano Ernest Hemingway, que vivió varios años en Cuba y escribió aquí su novela El viejo y el mar, inspirada en la vida de un pescador cubano.

Con la señora Hemingway viajó a Cuba un grupo de cineastas norteamericanos que se proponen realizar una película basada en la biografía del novelista, escrita por ella. Integran este grupo los cineastas Jay Weston, productor; Sydney Pollack, director; y Waldo Salt, guionista.

Desde su arribo a Cuba, Mary Hemingway y los cineastas han visitado el Museo Hemingway, recorrieron el pueblo de San Francisco de Paula y el de Cojímar... En el curso de estos días visitarán posibles locaciones para filmar y otros lugares de interés.

La anterior visita de la señora Hemingway a nuestro país fue en 1961 en que se trasladó a Cuba para donar al gobierno revolucionario la finca que ella y su esposo poseían en La Habana donde hoy está instalado el museo que lleva el nombre del famoso escritor.

Bohemia

30 de septiembre de 1977

HEMINGWAY SIEMPRE ESTUVO A FAVOR DE LA REVOLUCIÓN

expresa Mary Hemingway, su viuda, en entrevista para Bohemia

Por Luis Báez

Hablando un español que no practica hace 17 años, lo que la obliga a acudir al inglés para recordar hechos y puntualizar sus opiniones, Mary Hemingway conversó con este periodista durante algunos minutos sobre varios temas relacionados con Ernesto.

«Hice un libro —explica— sobre mi vida. Pero es natural que tiene que tener mucho de Ernest. Lo escribí porque se han hablado tantas falsedades en relación con Ernest que he querido poner las cosas en su debido sitio. Miles de falsedades. Miles de mentiras se han escrito».

«Cuando Fidel llegó a La Habana estuvimos completamente a su favor. Hay que recordar (ya tengo muchos años) los regímenes que había padecido Cuba. Los gobernantes siempre robando. Lo mismo Grau San Martin, Prío que Batista. Nosotros vivimos todas esas etapas por eso nadie puede hacernos un cuento. Por cierto, en distintas ocasiones Batista invitó a Ernest a almorzar, pero él siempre buscó una excusa para no asistir».

«Él estaba seguro —puntualiza— de que con Fidel iba a haber cambios para beneficio del pueblo. Él tenía muchas esperanzas en Fidel desde que este se encontraba en las montañas. Por eso cuando se encontraron —la única vez— en el torneo de pesca, se puso muy contento».

«Él siempre estuvo a favor de la revolución. Él siempre estuvo a favor de Fidel. Cualquier otra cosa que se haya dicho forma parte de las miles de mentiras e insidias que se han escrito sobre Ernest...»

(RPT P212)

HEMINGWAY

POR STANLEY JOHNSON

NUEVA YORK, 19 [DE JULIO DE 1977] (AP) —LA VIUDA DE ERNEST HEMINGWAY, MARY, QUIEN ACABA DE REGRESAR DE UN VIAJE SENTIMENTAL A CUBA, DONDE LA PAREJA PASO LA MAYOR PARTE DE SU VIDA MATRIMONIAL, DICE QUE FIDEL CASTRO «ES JUSTO EL TIPO DE HOMBRE QUE ME ATRAE».

MARY HEMINGWAY DIJO QUE TUVO ALGO DE PRESENTIMIENTO ANTES DE REGRESAR A LA GRANJA DONDE VIVIO CON SU ESPOSO.

EN LAS AFUERAS DE LA HABANA, PERO CUANDO LLEGO AL LUGAR, «NO ME SENTI TRISTE. ¿POR QUE HABRIA DE ESTARLO?... 81 ALLI PASE 17 AÑOS MUY BUENOS», DIJO.

LOS HEMINGWAY ENTREGARON SU CASA AL GOBIERNO HACE 16 ANOS Y SE MUDARON AL ESTADO DE IDAHO, DONDE LA SEÑORA HEMINGWAY TODAVIA REALIZA VISITAS ANUALES. «TENGO QUE CONTARLE... LO PRIMERO QUE LE DIJE A FIDEL FUE: “NO HA CAMBIADO NADA”... Y NO LO HA HECHO».

«LUCE MARAVILLOSAMENTE, EN GRAN FORMA», DIJO. «NO TIENE EL ESTOMAGO QUE TENIA ERNEST, PERO AUN ASI SE PARECE MUCHO A EL; LA BARBA, LA MANERA COMO SU CABEZA DESCANSA EN SUS HOMBROS. LA ESTATURA. FIDEL ES JUSTO EL TIPO DE HOMBRE QUE ME ATRAE», AGREGO.

«ESTA SIEMPRE ALERTA, TAN INTELIGENTE, Y SIGUE CON SUS PEQUEÑAS BROMAS.»

LA SEÑORA HEMINGWAY ESTUVO EN CUBA EFECTUANDO UNA INVESTIGACION PARA LA COMPAÑIA CINEMATOGRAFICA MGM, QUE PROYECTA UNA PELICULA BIOGRAFICA DE SU MARIDO.

«FUE MUY GENTIL. ME DIJO QUE LOS CUBANOS PODRIAN AYUDAR EN TODO.»

«NOS SENTAMOS A CONVERSAR DURANTE TRES HORAS. HABLAMOS DE LOS PROBLEMAS DE [MUTILADO] SOBRE LA FALTA DE ALIMENTOS AL SUR DEL DESIERTO DEL SAHARA, ACERCA DE LAS CONDICIONES MUNDIALES», MANIFESTO.

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Dieciseis años despues, ella regresó a Cuba. Subió por el sendero de Finca Vigía —quizás por última vez— un caluroso día de julio de 1977. Se retrató en las estancias de la casa. Una batería de fotógrafos de la Metro Goldwyn Mayer la acompañaba, bajo la mirada de Sydney Pollack, que iba a realizar una versión fílmica de How It Was. Ella fue a casa de su antigua costurera, Josefa, en San Francisco de Paula, a quien obsequió con una bolsa de plástico gigante que contenía un millar de aspirinas. Josefa, atacada por la artritis, dijo que el obsequio la conmovía. También fue a Cojímar y sostuvo un encuentro con Gregorio Fuentes. Luego volvió a su antigua casa (y actual museo) y pidió permiso para llevarse unos libros de la biblioteca. Traía la lista de libros que le interesaba llevarse de Finca Vigía. Más de 173 libros de más de 45 autores, entre ellos, los que Hemingway había considerado como sus favoritos en sus entrevistas con Lillian Ross y George Plimpton.

Fidel Castro la recibió en el Palacio de la Revolución. Le explicó que una ley reciente de la Asamblea Nacional impedía sacar del país obras consideradas como parte del patrimonio nacional, entre las que estaban comprendidas las pertenencias de Hemingway. Lamentaba no poder complacerla, pero le ofrecía a cambio el apoyo necesario para la filmación de How It Was. A su regreso a Estados Unidos, Mary Welsh se mostró entusiasmada por su viaje a Cuba. En nuestro país había sostenido una entrevista con el periodista Luis Báez, y sus respuestas podían considerarse delirantes si se tiene en cuenta que se manifestó, decididamente a favor de la Revolución Cubana, mientras que en How It Was se expresó con igual decisión, pero en contra. Había encontrado en perfecto estado de conservación las antiguas pertenencias de Ernest y de ella. Durante su estancia en Cuba había clamado por una botella de ginebra Gordon, pero al igual que ocurrió con las vistosas prostitutas que pululaban por el Floridita, esta no apareció por ningún bar de La Habana. Sin embargo, la víspera de su partida, en el restaurante Atlántico de la playa de Santa María del Mar, a pocos kilómetros de Finca Vigía, la añorada botella de ginebra Gordon presidió la mesa de la última cena cubana de Mary Welsh.

(Margaux Hemingway, nieta del escritor, se presentó en Finca Vigía pocos meses después. Hubo diferencias notables. Margaux recorrió las estancias de la casa, sus jardines y senderos; se detuvo frente a una de las sillas de extensión de la piscina, en la que se retrató una vez con su abuelo; y pidió permiso para sentarse en la poltrona de la sala. El fotógrafo que la acompañó debió permanecer afuera. Margaux era una muchacha solitaria y remota que se puso a llorar en silencio.)

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New York Post

3 de julio de 1961

LAS CAMPANAS DOBLAN POR E. HEMINGWAY

Sun Valley, Idaho, julio 3 —Hoy, alrededor del mundo, las campanas doblan por Ernest Hemingway... Su esposa, a la que él llamaba Miss Mary, encontró el cuerpo vestido en pijamas... Un disparo en la cabeza, de una escopeta de doble cañón. El estruendo la despertó a las 7:30 am.

La primera llamada que hizo Mary después de encontrar el cuerpo de Hemingway fue a Chuck Atkinson, a Ketchum, Idaho, que era dueño de un motel, y amigo del escritor desde hacía veinte años. La siguiente fue para Leonard Lyons de The Post, que estaba en Beverly Hills.

Hemingway hacía dos días que había salido de la Clínica Mayo, de Rochester, Minnesota. Algunos de sus amigos decían que se sentía bien de salud, pero otros aseguraban que estaba muy deprimido por la muerte de su buen amigo Gary Cooper. Poco antes de la muerte de Cooper, en mayo, este le había dicho a Hemingway: —Te apuesto a que yo te llevo a la tumba.» La esposa de Cooper comentó hoy: «Ahora están los dos en la tumba...»

El doctor Carlos Baker, del Dpto. de Inglés de Princeton, dijo que el escritor había estado trabajando en un libro sobre reminiscencias del París de los años veinte, y que la obra, de inapreciable valor, en gran parte se referia a Gertrude Stein y a F. Scott Fitzgerald. El poeta Archibald MacLeish dijo que Hemingway era «un maestro de la prosa inglesa, el Gran Estilista de su generación», así como James Thurber, el humorista, había sido «uno de los más grandes escritores de este siglo». Un íntimo amigo declaró que una vez Hemingway dijo que tenía una gran novela en un Banco de Seguros de Cuba, donde hablaba del mar, la tierra y el aire.

Baker dijo haber recibido una carta de Hemingway desde la Clínica Mayo donde le decía que sufría una incipiente diabetes, controlada por una dieta rigurosa; que su peso se había reducido de 220 a 175 libras, y que su médico le decía que si mantenía su peso bajo, podría ser que se recuperara. El doctor Baker expresó que el padre de Hemingway, un médico, también sufrió de presión alta y diabetes, y que apareció muerto de un tiro en su hogar en 1928. Dijo el doctor Baker que este se había suicidado por su deplorable estado de salud...

Gaceta Literaria

4 de julio de 1961

HEMINGWAY

Por Genrik Borovik

Al leer la breve noticia de la trágica muerte en el lejano estado de Idaho de Ernest Hemingway, uno de mis conocidos me miró con ojos llenos de incomprensión. Después leyó de nuevo la noticia y sus ojos se llenaron de extrañeza. En ellos no había aún amargura, pero yo sabía que él amaba mucho al escritor. Solamente había extrañeza. Es muy difícil creer en esta muerte súbita del hombre que había creado El viejo y el mar. Adiós a las armas. Tener y no tener. La conciencia de la pérdida viene luego. Miro la fotografía de Hemingway, tomada el año pasado en el pequeño pueblo de San Francisco, en los alrededores de La Habana, recuerdo a un hombre fuerte, grande, con una sonrisa luminosa, con ojos que a veces eran amistosos y atentos y otras veces pensativos. Me contó sobre sus planes, que tenía en gran cantidad. Él temía que le faltara el tiempo y lo decía sin coquetería, sin ningún gesto, simplemente.

La novela de un joven escritor. El lugar de la acción es el Paris de los años veinte...

Cuba. Hemingway escribirá sin falta sobre la Revolución Cubana. No ahora. Son hombres magníficos. El primer gobierno honrado en la historia de la isla...

Es necesario visitar muchos lugares del mundo. Entre ellos la Unión Soviética. Puede ser que allá haya buena caza. Desde hace mucho tiempo sueña con visitarla, pero hay tanto trabajo... Pero cuando el hombre llega a los 60 años tiene que apresurarse. En caso contrario, no podrá terminar de hacer lo que tiene planeado.

En aquel día memorable, en que tuve la gran dicha de pasar el día con él pescando y en su casa, repetía: «Tengo miedo de que falte el tiempo.»

Y el tiempo le impidió verdaderamente hacer mucho de lo que quería. Pero lo que su talento ha creado, y su gran corazón, permanecerá en la memoria de muchas generaciones.

Pravda

3 de julio de 1961

EL ESCRITOR DE LA VOZ MUNDIAL

Por Leonid Leonov

... Seguía muy atentamente todas las etapas de su actividad, y pienso que muchas de las innovaciones que él aportó serán seguidas e imitadas. Hemingway fue un escritor que tuvo la voz mundial y me parece que en el futuro próximo dejará un gran vacío en el mundo. Nos dejó muy temprano. Su voz sería muy útil en las conversaciones entre los intelectuales de todo el mundo con respecto a la situación en que se encuentran en la actualidad la paz y la civilización. Esa gran conversación le viene haciendo falta al mundo desde hace mucho tiempo, y deberá tener lugar, porque de esos temas deberán ocuparse los hombres honestos que tienen la posibilidad de penetrar con su palabra el ánimo de la humanidad. Mucho lamento el no haber tenido la oportunidad de conocer personalmente a Hemingway...

Lunes de Revolución

14 de agosto de 1961

REQUIEM POR UN AMERICANO

Por Carl Marzani

... Murió como había vivido, en forma rara. Uno de los más grandes escritores de esta generación, estilista soberbio cuyo impacto en el mundo de las letras puede compararse solo con el de James Joyce, fue en lo más íntimo de su alma un extraño en un mundo que él no había creado, un mundo que, en la figura de su tierra nativa, básicamente rechazaba. Como resultado de ello hizo la apoteosis del Individualismo...

Se escribe con pena sobre ese asunto, porque las cosas privadas de una familia no deben ser violadas en lo mínimo, y la señora Hemingway ha dicho que la muerte de su esposo fue accidental, y las autoridades y la prensa han apoyado esa declaración. Pero en nuestra desorientada y fragmentada sociedad, donde los faros intelectuales se necesitan desesperadamente, la muerte de Hemingway tiene tal significación que se sobrepone a las aflicciones y a las delicadezas de orden privado. Era un vibrante escritor, de gran impacto sobre las viejas generaciones y de continuo estímulo para las generaciones jóvenes. Vivió su propia filosofía, y la forma de su muerte tiene una importancia que no puede ser ocultada. Creo que el propio Hemingway, con su vehemente honestidad, desearía que se conociera la verdad.

Los hechos, según publica la prensa, casi no dan lugar a ninguna otra conclusión sino la de la autodestrucción. No es solo que un hombre acostumbrado al uso de armas de fuego casi durante toda su vida, trate de limpiar una escopeta estando esta cargada: la propia prensa ha informado que no se encontró material alguno para la limpieza de armas, en el lugar en que se produjo el «accidente», y que la muerte fue instantánea. El informe policiaco, austero en su desnudez, así como el certificado de defunción, dicen: «herida de bala en la cabeza producida por el fallecido». El sheriff dijo que la herida era «de la boca hacia arriba» y que ambos cañones de la escopeta habían sido disparados. Cualquier persona conocedora, y Hemingway era un experto en métodos para producir la muerte, sabe que la muerte más segura e instantánea es la que se produce disparándose un tiro en el cielo de la boca. La mecánica de tal operación, incluyendo la opresión simultánea de los dos gatillos, prácticamente excluye la posibilidad de un accidente.

¿Qué motivó esa decisión final? Hemingway estaba enfermo, y quizás temiera al lento declive de sus fuerzas física e intelectual. Sin embargo, no obstante los motivos privados, no puedo creer que estuvieran totalmente desligados del clima de la sociedad contemporánea, las tensiones y la desesperación, que le sonaban como trompeteros de una humanidad al borde del holocausto. No creo, por ejemplo, que la invasión a Cuba no hiciera efecto en Hemingway. Vivió mucho tiempo en Cuba y quería a su pueblo. Muchos de los líderes barbudos eran sus amigos; y al comentar su muerte, el periódico Revolución dijo que él «era uno de nosotros». Hemingway era un hombre amante de la lealtad y de la verdad; y no le habría sido fácil permanecer tranquilo durante los últimos meses. La prensa norteamericana, que nunca ha respetado la privacidad de las celebridades, ha sido agria y reticente al comentar la muerte de Hemingway...

Con Gary Cooper en Sun Valley, Idaho, invierno de 1958 − 1959

Soldados japoneses destacados en la isla de Tarawa hacia el 20 de noviembre de 1943 se hacen el harakiri para no caer prisioneros de las tropas norteamericanas. Es una variante de la fórmula de suicidio «practicada» por Hemingway —el cañón del fusil se apoya en la frente en vez de en el paladar. (U. S. Marine Corps)

La depresión moral que sumiera a Ernest Hemingway en las tinieblas, tuvo su desenlace fatal a miles de kilómetros de distancia de nuestro territorio. Hemingway, al igual que los animales indómitos, buscaría el mismo lugar donde nació para morir. Sus últimos pasos estuvieron dirigidos a localizar un juego de llaves, que le habían sido escondidas a propósito. Localizar las llaves, abrir el armario y seleccionar y preparar su arma. El cazador, según su hermano Leicester, empleó una Richardson plateada de dos cañones, calibre 12; pero Carlos Baker describe una escopeta marca Boss, aunque con la misma cantidad de cañones y del mismo calibre. Cualquiera que haya sido el arma, unos amigos, por indicaciones de la familia, la cortaron con un soplete y la redujeron a pedazos. Los fragmentos fueron enterrados en lugares secretos para evitar que cayera en manos de los coleccionistas de souvenirs.

La noticia sobre la muerte se transmitió por televisión en Filadelfia mientras los Dodgers jugaban. Junior Gilliam estaba al bate. Cortaron el sonido y anunciaron un boletín. Fue una noticia terse diciendo que Hemingway se había matado accidentalmente de un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. El juego de los Dodgers continuó de inmediato.

Para otros norteamericanos, la información llegó por radio. El columnista Leonard Lyons —transmitió un noticiero de Nueva York— había reportado que Hemingway, el escritor, se había matado accidentalmente. Como en otras ocasiones, se podía pensar en un error.

Las emisoras cubanas, entre las primeras, difundieron el cable la misma mañana del domingo 2 de julio de 1961. A la información se agregaba un epíteto bastante justo: «Ha muerto un amigo de Cuba.»

Hubo dos lugares donde la noticia afectó a la gente de manera especial, dos pueblos de los alrededores de La Habana: Cojímar y San Francisco de Paula. Al otro día, lunes, por una costumbre de la prensa cubana, solo circulaba un periódico, Revolución en este caso. El matutino destacó la información en forma grave y sentida. Fue el tono que se mantuvo. Quizás con la retórica habitual de los medios cubanos, se dijo en todo momento que había muerto «un gran amigo de nuestro país». Retórica no quiere decir falsedad.

Ernest Hemingway fue enterrado el 6 de julio de 1961 en un cementerio cercano a las montañas de Sawtooth. Había cerca de 50 personas en la ceremonia, casi todos vecinos de Sun Valley. Mary y los tres hijos de Hemingway solicitaron los servicios del reverendo Robert L. Waldmann, de Our Lady of the Snows Church, de Sun Valley, para que leyera un pasaje especifico del Eclesiastés.

«Oh, Dios, concédele a tu siervo Ernest el perdón de sus pecados», dijo el reverendo al comenzar su oración. «Concédele el descanso eterno. Señor...» Pero, al abrir la Biblia, solo leería la primera línea del versículo favorito de Hemingway: «Una generación va, y otra generación viene; mas la tierra permanece para siempre.» Confundido o reticente, el sacerdote omitió la frase que sirvió de bautismo de fuego a la Generación Perdida: «The sun also rises» (El sol también se levanta).

Fue necesario que 13 años pasaran y que un hombre de otra generación, un escritor, armado con otras garras y agraviado por otras heridas, fuera el que comprendiera el significado total de la tragedia.

Así lo escribe de forma indirecta, oblicua, Norman Mailer, al referirse a la desaparición de Marilyn Monroe:

Nadie pudo saberlo. Su muerte se cubrió de ambigüedad como la de Hemingway se cubrió de horror, y como la muerte y los desastres espirituales llegaron uno tras otro a las reinas y los reyes norteamericanos, como mataron a John Kennedy, y a Bobby, y a Martin Luther King, mientras Jackie se casaba con Aristóteles Onassis y Teddy Kennedy se desbarrancaba en el puente de Chappaquiddick, de modo que la década que comenzara con Hemingway como monarca de las artes norteamericanas terminaría con Andy Werhol como su regente, y el fantasma de la muerte de Marilyn daba un toque de lavanda al dramático designio de la década del 60, que, al considerársele en retrospectiva, pareció no haber hecho más que llevar a Richard Nixon hasta el umbral del poder imperial.

En marzo de 1928 Hemingway sufrió «el más curioso de todos los accidentes» cuando un techo de vidrio del baño de su apartamento le cayó encima. Resultado de ello fue una herida grave.

Última fotografía en el coto de caza, Sun Valley, 1958.

Estuvo exhibiéndose por París con una venda que cubría toda la parte superior de su cabeza. Después se hizo esta foto, con la herida fresca todavía.

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La siguiente entrevista tuvo lugar en el Palacio de la Revolución, en La Habana, la noche del 6 de febrero de 1984.

Fidel Castro: Los libros de Hemingway han sido habitualmente una buena compañía para mí. Parece ser verdad que uno se identifica con ciertos libros. Mi experiencia es que yo me identifico casi instantáneamente con las obras de Hemingway.

Norberto Fuentes: ¿Lo lee a menudo?

FC: Debo haber leído Por quién doblan las campanas más de tres veces. Y conozco la película. He hecho también varias lecturas de Adiós a las armas y de El viejo y el mar. Las cacerías de Hemingway por África —me refiero a sus cuentos y crónicas— las he leído todas. Y todos sus escritos de aventuras en el Caribe.

NF: ¿Es cierto que Hemingway es su autor favorito?

FC: Sí, si lo es. Y la primera razón por la que me atrae, es por su realismo. Porque me lo hace ver todo con suma limpieza y claridad. No hay partes blandas en sus textos. Todo es convincente y todo es realista. Tiene la virtud de trasladarlo a uno a las llanuras africanas o al ruedo, y a uno se le hace difícil olvidar lo que ha leído porque es como si lo hubiera vivido. Pero tengo otra razón para apreciarlo. Y esto entraña una confesión. La razón es que Hemingway escribe sobre el mar. Y la confesión es que yo me paso mucho tiempo en el mar. Es decir, trato de irme al mar todo el tiempo que pueda.

NF: Tiene unas crónicas admirables sobre la corriente del Golfo.

FC: Sí... la corriente del Golfo moviéndose como el la describe, eterna y poderosa. Yo también conozco ese paisaje silencioso que se desplaza inexorablemente frente a las costas de la isla. Lo conozco y lo admiro. Creo comprender los sentimientos de Hemingway cuando navegaba sobre estas aguas...

NF: En cierta ocasión concibió el proyecto de escribir un libro sobre lo que él llamaba «los misterios ancestrales de la corriente del Golfo». Pero nunca pasó del proyecto.

FC: ¿Quieres que te diga otra razón para apreciar a Hemingway? Porque ya te he hablado del realismo y del mar... Esta otra razón es que Hemingway es un aventurero. Un aventurero en el sentido genuino de la palabra. Un sentido que, en mi opinión, es hermoso. Es decir, del hombre inconforme con el mundo que lo rodea y que asume el deber de cambiarlo. Necesita romper con los convencionalismos, y para hacerlo se lanza a la aventura. Y aprende algo muy pronto, si no lo sabe ya. Aprende que el mundo lo va a cambiar también a él. No podrá permanecer incólume. La mutación es inevitable. Y es parte del riesgo que siempre se acepta al iniciar una empresa.

NF: Usted me habló el otro día de la audacia de Hemingway.

FC: Siguiendo este orden, la otra razón por la que aprecio a Hemingway tiene que ver con lo que yo llamaría su audacia. Pero es algo que no solo admiro en Hemingway, sino en todos los escritores. La audacia de decir las cosas, de descubrir y exponer el sentimiento y el paisaje humano, y la audacia de hablarles a miles o a millones de hombres de diferentes generaciones, e incluso de diferentes épocas. Te confieso algo: yo siento miedo escénico cuando hablo en la Plaza de la Revolución. No me es nada fácil. Asi que debo entender de alguna manera lo que pasa por la cabeza de un escritor que va a exponer su palabra ante miles de lectores y por tiempo impreciso... ¿Sabes una cosa? A nosotros nos gustaría que todos en Cuba fueran escritores. No es una utopía, desde luego. Estaríamos tratando simplemente de hacer verdad el proverbio del hijo, el árbol y el libro. Y lo cierto es que la revolución ha sido una fuente de intensas vivencias para millones de cubanos.

NF: Usted se ha referido en otras ocasiones a Por quién doblan las campanas. ¿Cómo explicaría su predilección por esta novela?

FC: Lo he dicho, ¿no? Porque trata de una lucha en la retaguardia de un ejército convencional. Y el libro nos ilustra sobre la vida en la retaguardia, sobre la existencia de una guerrilla, y cómo puede actuar con entera libertad en un territorio supuestamente controlado por el enemigo. Me refiero a las descripciones tan vividas que hay en esa novela. Nosotros ya intuíamos —cuando leimos la novela por primera vez, en la época de estudiante— cómo podía ser una lucha irregular, desde el punto de vista político y militar. Pero la novela nos hacía ver esa experiencia. Y luego conocimos esa vida por nuestra propia actividad. De manera que el libro se convirtió en algo familiar. Y regresamos a él siempre, incluso cuando ya éramos guerrilleros, porque es como regresar a los viejos tiempos, cuando la lucha era solo un proyecto.

NF: ¿Conoce usted las opiniones negativas sobre la Revolución Cubana que se quieren acreditar a Hemingway?

FC: Creo haber leído algo al respecto: unos comentarios sobre declaraciones de Hemingway en círculos privados y sus expresiones desfavorables hacia nuestro proceso. Es cierto que las fuentes de donde proceden son poco confiables.

Y es cierto también que la actitud pública asumida por Hemingway fue de defensa de nuestra revolución. Y esto es algo que siempre hemos apreciado, por la manera en que nos honra. No obstante, hay que comprender que para Hemingway era una situación sumamente difícil. Su país se hallaba en conflicto con el nuestro. Y no podía ser fácil para él. En realidad no era fácil para nadie. Pero ahí están sus declaraciones, el apoyo que nos brindó. Ahora bien —y esto me interesa aclararlo mucho—: si él hubiese criticado con más o menos aspereza nuestro proceso, eso no lo hubiera demeritado ante nosotros en absoluto. En primer lugar, porque nuestra obra es humana, y, por lo tanto, perfectamente criticable. Y lo hubiéramos aceptado, porque nunca hubiéramos dudado de la lealtad de Hemingway a los valores humanos. No hubiéramos dudado de su lealtad a nuestro país, una lealtad probada durante muchos años. Ni de su lealtad como artista, su lealtad consigo mismo. Y nosotros lo seguiríamos apreciando igual. No hubiese cambiado en nada el aprecio que sentimos por su obra. Además, él era un hombre muy inteligente y su competencia como observador de la política internacional estaba ampliamente reconocida. Así que sus apreciaciones hubieran sido de una utilidad indudable.

Hemingway en el portal de su casa de Key West hacia 1928.

Un documento de valor extraordinario: el pasaporte empleado por Hemingway en el transcurso de la Guerra Civil Española, como se conserva en Finca Vigía.

En esta página y las que siguen: pasaportes expedidos a nombre de Ernest Hemingway en 1945, 1950 y 1957.

NF: ¿No tuvieron oportunidad de ampliar los contactos personales?

FC: Bueno, si tú supieras, no tuve el privilegio ese, porque en realidad aquellos días iniciales de la revolución eran muy atareados y nadie pensaba que Hemingway se fuera a enfermar y hasta a morir tan pronto, y se creía que había tiempo para conocerlo mejor.

NF: Es evidente y comprensible que Por quién doblan las campanas sea de su preferencia. Pero me interesa conocer su opinión de El viejo y el mar.

FC: Considero que es una obra maestra. Porque es algo extraordinario que alguien sea capaz de escribir una novela tan absorbente con un solo personaje en un bote durante varios días. Ese hombre hablando consigo mismo... Te digo que lo que más me gusta de Hemingway son los monólogos. No conozco ningún otro escritor capaz de lograr esto. Incluso, cuando yo la leí por primera vez... Quizá en aquella época me habría gustado un poco más de acción, fui menos capaz de apreciar todo el valor que tenía esa obra. Pero después, mientras más leo El viejo y el mar, más la admiro, realmente. Y cómo él puede captar la atención del lector, simplemente con el diálogo de un hombre consigo mismo. Y, luego, la frustración final...

NF: Pero Hemingway saca una moraleja de esa frustración. No deja que su personaje se le desmorone por una eventualidad, por muy terrible que esta pueda serle.

FC: Te voy a decir algo. Es precisamente esa una de las cosas por las que Hemingway ha estado presente entre nosotros en estos años. Ha estado presente porque realmente su obra no habla de hombres hechos con materiales tan duros que se hayan deshumanizado. El héroe de Hemingway nunca tuvo nada que ver con la perfección fascista. Y este puede haber sido uno de los puntos de vista erróneos de sus críticos. Y la confusión se establece por la voluntad férrea que los personajes de Hemingway son capaces de desplegar. El hombre puede enfrentar el medio adverso, debe hacerlo incluso. El final no estará escrito, el triunfo no se obtendrá siempre. Pero lo imperativo es buscarlo, luchar por él. Y este es el mensaje de Hemingway que hemos tenido presente aquí, en Cuba, en medio de una revolución. De verdad que Hemingway nos ha acompañado en momentos cruciales y muy difíciles por los que hemos atravesado. Nosotros también hemos sido vulnerables y hemos estado expuestos durante décadas a la destrucción. Pero los lemas revolucionarios han sido recurrentes y firmes: «convertir el revés en victoria», «podrán destruirnos mil veces, pero nunca vencernos». Esas han sido consignas sobre fondo rojo en mítines y desfiles, y han sido gritos de combate en los últimos 20 años de la historia cubana. Hemingway tenía toda la razón: Un hombre puede ser destruido, pero jamás vencido. No fue otro el mensaje que captamos. No ha sido otro el reclamo de los hombres que han luchado en todas las épocas y de su literatura.

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UN homenaje curioso al escritor es el aislador eléctrico de porcelana producido en el taller de cerámica Gilberto León Alfonso, que, por decisión de sus obreros, recibió el nombre de Hemingway. El taller se encuentra en El Rincón, un poblado cercano a La Habana, y sus obreros resolvieron que esta línea de producción se llamara así debido «a la resistencia del aislador de cerámica y a las cargas que es capaz de aguantar». Otro homenaje es el embalse de agua construido recientemente cerca de Finca Vigía, que fue nombrado Presa Hemingway. En este caso se trataba de simple admiración; los trabajadores hidráulicos no ofrecieron una justificación para explicar su decisión. Tampoco propusieron un símil entre la vida y la obra del escritor y la cortina de concreto y el agua represada.

Algunos lugares importantes de la geografía hemingwayana han desaparecido, como el Club de Cazadores del Cerro, donde él y su hijo menor Gigi competían en el tiro de pichones. El local es un placer abandonado ahora. El Club Internacional de Pesca, en la bahía habanera, ha conocido sus alternativas. Ha sido utilizado eventualmente como espigón para submarinos soviéticos y como unidad del Estado Mayor de la Marina de Guerra cubana. El proyecto de volverlo a convertir en un centro turístico ha renacido en los últimos tiempos. Existe la posibilidad de que el Pilar fondee allí otra vez. La Zaragozana, el restaurante de Hemingway en los años de la guerra, no existe. El Centro Vasco estaba en Malecón y Prado, una encrucijada de calles memorables en La Habana de otros tiempos. Simbad, el cura don Andrés y los otros vascos iban allí con frecuencia. Se le menciona en la segunda parte de Islas en el Golfo. Un tal Juanito Caizarbitoría, que tenía la contrata de su cocina, hizo dinero y construyó otro Centro Vasco en la Calle Tercera, en la barriada capitalina del Vedado, que es célebre hoy. The Morro Castle, la tienda de víveres de Zulueta 259, ha sobrevivido en él mismo lugar.

Varios personajes secundarios de la familia hemingwayana vivían en 1980: Ramón Jordán —, que tomaba ron y cerveza con Hemingway en El Brillante, bar de San Francisco de Paula; los camareros Luis Blanco, Armando Blanco y Guillermo Ramos, que trabajaron en el Floridita, y Antonio Sánchez, Cotán. el guitarrista del trio típico del Floridita a quien Hemingway obsequió unos cuernos de animales cazados por él. Ana Tsar, la Yugoslava, perdió la razón hacia 1976. Marcelino Piñeiro, el camarero del hotel Ambos Mundos, falleció en 1977.

Ana Tsar fue el último de los empleados de Hemingway que trabajó en Finca Vigía. El inmueble se convirtió en museo, pero ella continuó alimentando los gatos que sobrevivieron al novelista, luego a sus descendientes, y más tarde a todos los que se aparecían por el predio. Se le veía ascender a las 12 del día por el sendero de la finca, como un fantasma. Era puntual. Ana cargaba dos latas humeantes, llenas de un mejunje respetable cuyo olor fue descrito como «penetrante y desmoralizador» en un acta de protesta suscrito por centenares de vecinos. El meridiano, el sol en su cénit y Ana con los gatos devino un problema público. Su visita diaria se llamó «la hora letal» y era la razón que imposibilitaba permanecer por los alrededores y que impedía recibir a turistas y delegaciones extranjeras por el mediodía. Hasta que la administración del museo determinó «el pase a retiro de la compañera Tsar» y el desalojo «a como diera lugar» de unos 70 gatos que ya habían perdido «todo nexo natural con la raza auténtica instituida por Hemingway».

Los escenarios de Cojímar descritos en El viejo y el mar existen: «La tiburonera», fábrica donde se procesan las colas de tiburón; La Terraza, donde Santiago y Thomas Hudson bebían y se alimentaban; la Bodega de Perico, y, por supuesto, la playa donde el bote de Santiago recalaba. A un costado de la playa se ha instaurado el Club de Pesca Ernest Hemingway.

Los escenarios y detalles de Islas en el Golfo han sufrido variaciones. Pero es cierto que había un bar de locos cerca de La Habana y que estos infelices, tal y como se describen en la novela, llevaban uniformes de sacos de azúcar. Los caseríos de pordioseros que surgieron en 1933, el último año de la dictadura machadista, y hacen exclamar a Thomas Hudson que «bebe para olvidar la miseria», eran cuatro, estaban más o menos cerca uno de otro y se llamaban Isla de Pinos, Llega-y-pon, La cueva del humo y Las yaguas. Existieron hasta el triunfo de la revolución.

Los cuadros de la colección de Hemingway, entre los que se encontraban La granja, de Miró; Juego de dados, Composición y Paisaje, de André Masson; Monumento, de Paul Klee, y El torero y El guitarrista, de Juan Gris, se supone que hayan tenido un valor de cinco millones de dólares, cuando fueron sacados de Cuba por Mary Welsh. El guitarrista era una de las obras favoritas de Hemingway. Estaba colocada encima de su cama. En Islas en el Golfo, Thomas Hudson dice —en español— que El guitarrista es «nostalgia hecha hombre». La narración explica que «del otro lado de la habitación, sobre la repisa con libros, estaba Monument in Arbeit, de Paul Klee». Y agrega que «encima del otro estante había una de las selvas de Masson».

Los árboles de la finca descritos en Islas en el Golfo: el flamboyán, el mango, el aguacate, la ceiba del jardín, permanecen. Y el aguacate, cuyos frutos Hemingway apreciaba tanto como los cubanos, sigue pariendo.

En Islas en el Golfo Hemingway describe el barrio de Jesús María, la expulsión de las prostitutas francesas en los años 30, el humo de las altas chimeneas de la Compañía de Electricidad de La Habana, la parte de la bahía donde aterrizaban los clípers y el Castillo de Atarés, «donde fusilaron al coronel Clittenden». Describe la bahía: «Este puerto, que ha sido contaminado durante 300 ó 400 años, no es el mar, de todos modos.. [pero] no está mal, cerca de la entrada. Ni tampoco del lado de Casablanca. Has pasado noches gratas en este puerto y lo sabes.»

Un personaje de la familia habanera de Hemingway, Xenofobia, la parroquiana del Floridita, resultó ilocalizable. La muerte en el extranjero de Mario García Menocal, Mayito, el amigo íntimo de Finca Vigía, se acepta con pesar.

El capitán Ernest Hemingway en el puente de mando del Pilar hacia 1936.

La sucesión de placas y bustos de bronce, eventos, instituciones y hasta la línea de producción de los aisladores de cerámica del taller de El Rincón garantizan la permanencia de Hemingway por largos años entre los cubanos. Hay una dosis de exageración y de exuberancia, pero también un contenido de entusiasmo y devoción. Solo José Martí, el Héroe Nacional, supera como escritor a Hemingway por la cantidad de homenajes que recibe en la isla. El aislador eléctrico Hemingway, la presa Hemingway, cercana a San Francisco de Paula, la convocatoria anual del concurso de pesca Hemingway, la placa conmemorativa en la puerta del hotel Ambos Mundos, el medio centenar de fotos de Hemingway colocadas en la fachada de La Terraza, el busto del Floridita, la Base de Pesca Deportiva Hemingway, en la playa de Cojímar, la Plazoleta Hemingway con una glorieta y un busto del escritor, también en Cojímar, la librería Hemingway, de La Habana, y el Museo Hemingway, de San Francisco de Paula, lo celebran, cada uno a su manera.

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Alguien ha comparado al Hemingway que vivía en Cuba con Gauguin. Sus cuadros de la isla, su interpretación, son siempre de alguna manera un reconocimiento y hasta un acto de amor. Un crítico literario, un profesional, tuvo un momento de comprensión al afirmar que las descripciones minuciosas de Cuba aparecidas en la obra de Hemingway podían competir con las mejores que él hizo de los bosques del medio oeste norteamericano, las agrestes sierras españolas o los nevados picos de Austria y Alemania. «Este legado quizás no podrá acumular polvo encerrado en el museo Hemingway, pero es un perpetuo homenaje a Cuba en el mundo entero.» Thomas Hudson, el último héroe hemingwayano, va a morir sobre las tablas de su yate:

El barco se dirigía hacia las sierras azules y ganaba velocidad... Thomas Hudson lo miró. Se sentía ahora muy distante y no había problemas de ninguna especie. Sintió cómo el barco ganaba velocidad y percibió el hermoso latir de sus motores... Miró hacia arriba, y allí estaba el cielo que siempre había amado y miró a través de la gran laguna, que ahora estaba seguro de que nunca pintaría...

En tres de las ocho novelas de Hemingway el escenario principal es Cuba: Tener y no tener. El viejo y el mar e Islas en el Golfo; otras dos novelas transcurren en España: Fiesta y Por quién doblan las campanas; dos en Italia: Adiós a las armas y A través del río y entre los árboles, y una en Norteamérica: Torrentes de primavera. Hay escenas de Fiesta que se desarrollan en Francia, sobre todo en París, y algunas de Adiós a las armas, en Suiza; del mismo modo hay aleaciones geográficas en Islas en el Golfo, ya que una parte está ambientada en Bimini, y algunos capítulos de Tener y no tener tienen lugar en Key West. Pero estos resultados varían según otros autores. Un crítico y sociólogo respetable, Robert Escarpit (en Hemingway, Bruselas, 1964), dice que hay 10 países representados en la obra hemingwayana. De acuerdo con la frecuencia de menciones que computa, Italia sería el lugar mejor conocido por el novelista, después del propio. Le seguiría España. Cuba ocuparía el octavo lugar, compartido por México, en calidad de escenario de una sola obra y con solo dos alusiones directas en el total. En la época del trabajo de Escarpit, Islas en el Golfo no había sido publicada, pero Tener y no tener y El viejo y el mar eran conocidas perfectamente.

Veinte años después de los combates, Hemingway regresa al río Eresma, escenario de Por quién doblan las campanas. Aunque Mary Welsh afirma en How it Was que este fue el escenario, José Luis Herrera Sotolongo sostiene que la acción de la novela se desarrolla en el Balsain, en el llamado Puente de la Boca del Asno, que cruza ese río. El Eresma está situado mucho más lejos de la carretera de La Granja, alrededor de la cual, se desarrolla la acción.

Es discutible su afirmación de que sólo hay dos menciones directas. En Las verdes colinas de África, Por quién doblan las campanas y La quinta columna hay referencias valiosas a Cuba.

La producción final de Hemingway, a partir de Por quién doblan las campanas, tuvo de una manera u otra que ver con Cuba, porque fueron obras comenzadas o realizadas en la isla. Él elogió dos lugares de La Habana donde pudo trabajar con facilidad: el hotel Ambos Mundos y Finca Vigía.

Una parte considerable de lo que escribe en los años 30 se hace en el Ambos Mundos, especialmente sus crónicas de pesca. Cuando regresa al periodismo, después de no ejercer este oficio durante 10 años, en octubre de 1933, entrega «Agujas a la altura del Morro» a los editores de Esquire. El primer párrafo es una descripción de la zona de La Habana Vieja que se ve desde la ventana de su habitación. El tono humorístico revela un estado de ánimo excelente en el cronista. Hemingway va a aprovechar las opciones favorables que le ofrece este emplazamiento en el quinto piso de la esquina nordeste del Ambos Mundos: el paisaje, el fresco que entra por la ventana y el buen servicio del hotel. Aquí va a escribir crónicas y cuentos y comenzará su novela sobre la Guerra Civil Española (aunque sobre esto existen versiones diferentes, como la de McLendon, quien dice que el inicio fue en Key West, o la de otros autores que lo ubican en París, cuando Hemingway estaba de paso hacia España). Comoquiera que sea, el hotel Ambos Mundos, y luego Finca Vigía, es donde la novela toma cuerpo y se escribe prácticamente en su totalidad.

Más tarde, propietario de Finca Vigía, termina el prólogo de Men at War, y, al regreso de la guerra de Europa, comienza a escribir sus últimos libros. Empieza los borradores de The Sea Book, que se convertirían en Islas en el Golfo, termina A través del río y entre los árboles, comienza y termina El viejo y el mar, comienza y trabaja la mayor parte del libro de reminiscencias París era una fiesta, comienza y deja inconclusa la novela The Garden of Eden, y, por último, con grandes esfuerzos y la ayuda de algunos amigos, entrega «El verano sangriento» a los editores de Life. Esto y algunas crónicas periodísticas, algunos prólogos, dos fábulas pequeñas y algunas notas forman su rendimiento cubano, y específicamente el de Finca Vigía.

Hemingway arriba al puerto de Nueva York el 2 de noviembre de 1959, procedente de España, donde siguió las corridas en el verano. De Nueva York voló a La Habana por última vez.

(Wide World)

Es trivial conceder importancia al lugar de producción de un artista, pero el propio Hemingway era quien parecía prestarle atención. Dijo: «El Ambos Mundos en La Habana fue un buen lugar para trabajar. Esta finca es un lugar espléndido, o lo era. Pero yo he trabajado bien en todas partes. Es decir, he podido trabajar tan bien como soy capaz de hacerlo en diversas circunstancias. El teléfono y los visitantes son los destructores del trabajo.»

Hemingway vivió 33 años en su país; pero la estancia en él se divide en tres etapas, de las cuales la más importante duró 12 años. La primera, desde su nacimiento, en Oak Park, Illinois, hasta 1918 en Kansas City, como aprendiz de reportero. La segunda, los años de Key West, entre 1928 y 1939. La tercera, los dos años últimos de su vida, entre hospitales y estadías cortas en Ketchum, Idaho. Permaneció temporadas largas en Europa y residió en España, Italia, Alemania y Francia. París lo detuvo, aunque esporádicamente, unos cuatro años, en los inicios de su carrera como escritor. Estuvo en África y Asia; en Canadá, México y Perú. Pero Cuba era el país al que regresaba siempre.

En un ensayo a propósito de un pintor cubano, Gattorno (según los entendidos, un artista prescindible para la plástica del país), Hemingway intentó explicar sus sentimientos hacia un lugar que estaba descubriendo. Pese a la amargura presente en sus palabras, escritas en una época lejana, estableció su residencia permanente en esta isla. Un fragmento del texto sobre Gattorno:

Cuba es un lugar más para dejarlo que para regresar a él... España es una herida abierta en el brazo derecho que no puede curarse porque le entra polvo, en tanto que Cuba es una bella úlcera en otra parte...

¿Por qué es un lugar para dejarlo?... Porque un pintor no puede nunca ver un gran cuadro con que enjuagarse la mente y alentar su corazón; porque si llega a ser un gran pintor, no lo sabrá nunca, ni comprarán bastantes cuadros suyos para darle que comer. No hay allí ni siquiera quien pueda fotografiar adecuadamente un cuadro ni quien lo reproduzca como debe ser reproducido. ¿Por qué es un sitio adonde se regresa? Porque se nació allí, y todo artista debe al lugar que más conoce el destruirlo o perpetuarlo.

El lugar donde escribió fue La Habana, y enviaba después los paquetes con sus manuscritos a Nueva York. Los pintores carecían de fotógrafos para reproducir sus cuadros, pero él contaba con mecanógrafos eficientes para pasar en limpio sus trabajos. Se levantaba temprano en la mañana, con la salida del sol, y se dedicaba al trabajo. La ubicación geográfica y el amanecer resultaban propicios para su ocupación. Dijo esto siempre, por cierto, y se convirtió en un paradigma de dedicación profesional. Hemingway se levanta temprano en La Habana y se somete al trabajo. Afila media docena de lápices, bebe café y se consagra a la literatura. Mas existen opiniones encontradas. Los antiguos sirvientes, jardineros y trabajadores de Finca Vigía recuerdan que él se levantaba tarde a veces y que dormía la mañana con frecuencia y que, en ocasiones, comenzaba a trabajar a las nueve antemeridiano, lo que equivale a una hora bastante alejada de la salida del sol.

Así que no siempre se levantaba en hora, pero había una disciplina férrea en cuanto al silencio que debían guardar los muchachos que jugaban fuera de la casa. Apenas alzaban un poco la voz, eran rápida y eficazmente recriminados por René Villarreal, o por Mary Welsh, quienes recordaban a los jovencitos que el señor Hemingway «estaba escribiendo».

Ernest Hemingway pasó en Cuba la tercera parte de su vida: 22 años de residencia fija en Finca Vigía. Debido a esta circunstancia se vio obligado a escribir cartas personales y crónicas en épocas diversas para defender su presencia en esta parcela de tierra. Con una vista distante sobre la corriente del Golfo y los pueblos próximos a la ciudad, Finca Vigía, la casa construida a principios de siglo en una colina, despertó el celo de críticos y amigos del escritor. ¿Por qué razón no vivía en Estados Unidos y se establecía, al parecer satisfactoriamente, en una aldea cubana, rodeado de casas modestas y cabañas, propiedad de carpinteros, jardineros y operarios de una fábrica de cerveza? Descontinuaba la tradición gentil de los William Faulkner y los Mark Twain, y escapaba un centenar de millas hacia el sur.

Radicaba aquí y esto era un motivo serio de preocupación. Todavía lo es. Elizabeth Hardwick, al reseñar el libro Ernest Hemingway. A Life Story, de Carlos Baker, se preguntó en 1969: «Qué cosa había en la vida estadounidense de la que Hemingway necesitaba alejarse?» Es una pregunta inteligente. El problema no es que viviera en Cuba, la cuestión es que no vivía en Estados Unidos.

Hemingway se defendió con vehemencia, aunque siempre dejó en claro su condición de escritor norteamericano. Ni siquiera dejó de ser esencialmente un norteamericano, incluso, muchas veces, con un típico saco a cuadros; un tipo «grande y colorado», capaz de andar en bermuda y sandalias por una ciudad que —todavía hoy— se empeña en vestir a sus habitantes con pesados pantalones largos, camisas y zapatos cerrados, obedeciendo la clásica herencia española.

Para responder a sus críticos, Hemingway utilizaba una variedad amplia de argumentos. Las clases diferentes de mangos que crecían en su jardín, la posibilidad de tapar el teléfono con papel (aunque esto pueda hacerse probablemente con los teléfonos de todo el mundo), los muchachos con los que jugaba pelota y que corrían por él, las peleas de gallos y el paisaje de insectos y animales minúsculos que vivían al borde de su piscina. Son argumentos inocentes pero que se convertirían en un cuchillo de doble filo, porque los cubanos, desde luego, entrarían también al combate y argumentarían que la mirada de Hemingway, cuando menos, era la de un turista; «visión turística» en un país que se desangraba en los preparativos de una revolución. ¿Dónde está la política y la interpretación rigurosa de un escritor de su talla? Cero política, pero mucho mango, lagartijas en la piscina, daiquiríes y peleas de gallos.

Pero no es por los gallos que vive en Cuba. Las razones parecen ser numerosas, todas atractivas, y él se refirió a ellas en detalle y con entusiasmo.

Fue la reacción negativa de la política exterior norteamericana ante un acontecimiento político de importancia extrema, el advenimiento de la Revolución Cubana, el que proporcionó la patente de corso para aquellos que necesitaban saldar cuentas con la isla, o para los que pretendían justificar el desafío de Hemingway, y provocó de manera inevitable que algunos críticos cubanos recogieran el guante. Así comenzó la contienda. Comenzó con Hemingway en su tumba y con una escuadra de biógrafos norteamericanos que hacían los primeros disparos. Un autor bien informado, Carlos Baker, se precipitó en la trampa. Su visión sobre los últimos tiempos de la vida cubana de Hemingway es contradictoria. Tal parece, según se lee en sus páginas, que Cuba es un pasaje exótico y accidentado en la existencia del escritor. Un autor mal intencionado, Leicester Hemingway, y un periodista, A. E. Hotchner, no han vacilado en presentarnos a Hemingway como un anciano reaccionario y egoísta, preocupado por salvar una colección de pinturas y obligado por las circunstancias revolucionarias a cerrar su casa en San Francisco de Paula. Mary Welsh escribe páginas imponentes. Tampoco titubea en ofrecer un Hemingway desconocido y banal.

El espectro de una situación internacional conflictiva, la tirantez de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que han estado al borde de la guerra en ocasiones, contribuye a remodelar una historia de forma artificial. Mas la preocupación por la estancia de Hemingway en Cuba era anterior al triunfo revolucionario, y muy bien pudiera ser que el desarrollo de acontecimientos políticos posteriores haya dado fuerza a un sentimiento anti cubano burdo que, en realidad, debe estimarse como expresión del desconsuelo que produce la interrogante sin respuesta al hecho de que Ernest Hemingway viviera fuera de su país.

Los amigos y los biógrafos no deben olvidar que Hemingway era un exiliado voluntario. Comenzó en una trinchera, en Fossalta, donde le metieron 277 esquirlas de granada en la pierna derecha; luego, en las buhardillas de la margen izquierda del Sena; y en posadas y hoteles españoles. En París vivió en dos direcciones, cuando se propuso hacerse escritor; primero en el cuarto piso del 74 de la Rue du Cardinal, Barrio Latino, y después en el 113 de la Rue de Notre Dame des Champs (resulta una experiencia conmovedora, al examinar los papeles dejados por Hemingway en Finca Vigía, localizar los recortes con las primeras críticas sobre In Our Time aparecidas en Estados Unidos, que fueron remitidas a su dirección francesa). Cuando regresa de Europa se instala en Key West, en la mansión de Whitehead Street; más tarde, los 22 años de Finca Vigía, y, por último, la casa de Big Wood River, donde, viejo y gastado, termina sus días.

Finca Vigía constituyó el lugar de retiro definitivo y el puesto de mando desde donde partió hacia las grandes batallas de su madurez, como hombre público y literario. El refugio que debió ser apacible y fuera del alcance de personajes indeseables.

Hemingway era sincero y explícito cuando afirmaba que disfrutaba de sus árboles, su crianza de gatos y perros, y de la hermosa, soleada y cercana ciudad; y lo era cuando decía que una de las razones principales de vivir en Cuba era el Gran Río Azul, donde hallaba la mejor y más abundante pesca que había visto. Y había otro factor: lo económico de la vida cubana. Los que lo conocieron aseguran que Hemingway residió en Cuba, porque, además de ser hermoso, era barato. Ya se sabe lo que eso significa, lo mal que suena ahora en un país que se ha debatido entre la vida y la muerte, en el que las tiendas, bares y restaurantes estuvieron cerrados o pobremente abastecidos durante años. La corriente del Golfo misma, donde él pescaba agujas, se convirtió en zona de operaciones. Los yates fueron tomados a los millonarios, artillados y transformados en unidades de caza. Tenían motores poderosos, eran rápidos, y sirvieron para construir los primeros destacamentos de defensa costera (que fueron bautizados al inicio como unidades de «Lucha Contra Piratas»). El yate de Hemingway, bien acondicionado, y veterano por demás en tales lides, evadió este destino en virtud de una razón sencilla: era el yate de Hemingway. Otro tanto ocurrió con su casa. Un paño de terreno excelente para una guardería infantil, una escuela o un establecimiento militar. Está en una ubicación inmejorable, en lo alto, con dominio sobre un sector amplio. Una ubicación estratégica para la defensa antiaérea.

Mas, por encima de cualquier apreciación personal posible, existen tres novelas, una colección de crónicas y un cuento que Hemingway escribió sobre Cuba. Después de una relación de 40 años con la isla, primero como pescador deportivo, después como huésped de un hotel y al final como propietario de una casa, Hemingway echó raíces entre los cubanos. Incluyó a Cuba en su obra, describió sus paisajes y a sus hombres. En un artista de su trascendencia, que ha sido calificado como el creador de «el único estilo intrínseco de este siglo», es más que significativo. Más aún que su gusto por los frutos del mango o por las refriegas de gallos. El hombre fue ganado para nosotros. Tuvo amigos aquí, tomó las bebidas nuestras e hizo un empleo bueno del material cubano en la literatura. ¿Qué otra cosa puede pedir un escritor, que un lugar para escribir, y personajes, anécdotas y escenarios a. mano? Vivió en Cuba porque resultaba hermoso y barato, es cierto. Porque le recordaba España. También. Pero no vivía en ninguna otra parte. El sol no puede taparse con un dedo; el dedo ha de tapar siempre el ojo.

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Era un kudú macho, enorme y hermoso, esta vez más muerto que una piedra, caído de costado, con los cuernos formando grandes espirales oscuras, ancho e increíble, mientras yacía muerto a cinco metros de distancia de donde yo acababa de hacer aquel disparo instantáneo. Lo contemplé, grande, de patas largas, de un gris liso y suave con rayas blancas y los grandes y retorcidos cuernos, marrones como la madera del nogal, y punteados de marfil. Sus grandes orejas y el grande y sólido cuello, la mancha blanca que tenía entre los ojos y el blanco de su morro y me incliné para tocarlo y saber que era verdad. Estaba tumbado de costado por donde había penetrado la bala y no había ninguna marca en él y tenía un dulce, agradable olor como el del ganado y el del tomilllo después de la lluvia.

Hemingway mató este animal en la región masai, al este de Kondoa, en pleno territorio de Tangañica. La pieza aún se conserva, 40 años después, con los retorcidos cuernos de color marrón y el grande y sólido cuello. Ocupa un silencioso lugar en la pared más vacía que hay aquí, en Finca Vigía. Hemingway describió la cacería y el entusiasmo de la persecución y el empeño de obtener un trofeo como este y la manera en que confundió un pesado bulto gris con el más hermoso greater kudú que se pueda obtener. El arma también se conserva. La vieja y bien engrasada carabina Mannlicher, con el pull graduado a 1 000 gramos de presión. Al aguerrido guía de safaris en «La breve vida feliz de Francis Macomber» y al Harry Street de «Las nieves del Kilimanjaro», al Mister Pop de Las verdes colinas de África y al Thomas Hudson de Islas en el Golfo, los conocimos con la misma carabina en las manos: la Mannlicher Schoenaur 256, de fabricación austriaca; pequeña, manuable, el instrumento de precisión para uso de tiradores profesionales, el arma favorita de Ernest Hemingway, que no volverá jamás a ser utilizada.

Y en su sitio de siempre, junto a dos lápices de punta afilada y el pedazo de mineral de cobre, se halla la máquina de escribir portátil, de armadura negra, por la que coleccionistas norteamericanos han ofrecido hasta 50 000 dólares: la única máquina con la cual Hemingway podía sentir que estaba escribiendo realmente.

Y están los libros en sus lugares de siempre, colocados como a él le gustaba, en forma irregular, sin preocuparse por agrupar autores y géneros. Igual se hallan sus fotografías familiares y de amigos, y los proyectiles de calibres diferentes y las insignias que ostentaba o que capturó en la Segunda Guerra Mundial. Las hermosas botas del cazador están en su sitio como esperando el próximo safari que nunca ha de llegar.

Afuera de la casa, visible desde el corredor de cemento que da acceso a la torre, se halla el paisaje que Hemingway describió en sus crónicas, las colinas próximas, los poblados cercanos a la ciudad; y quien mire directamente hacia el norte, por encima de la refinería del puerto, encontrará la línea estable y de color azul púrpura de la corriente del Golfo.

Pero faltan ahora las obras de Paul Klee, Juan Gris y Miró, que Hemingway adquirió en el París de los años 20 bajo la orientación de Gertrude Stein. Aumentaban el valor de Finca Vigía, mas no le restaban su sentido práctico e informal. Los cuadros y las cerámicas, por costosos que fuesen, convivieron con casquillos de bala calibre 50, libros de jardinería, guantes de boxeo y 20 gallos de pelea.

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El regreso del soldado

Toda historia, decía Hemingway, tiene un final.

El hombre de bigotes, con casco de acero y chaleco de paracaidista, un racimo de granadas ajustado al pecho, tres cantimploras a la cintura, y una carabina en las manos, era el personaje más popular de la Línea Sigfrido en el invierno de 1944. Se le podía localizar en las humeantes ruinas de una granja —a menos de 500 yardas de las baterías alemanas— donde se había instalado un puesto de mando avanzado que se reconocía oficialmente como «Task Force Hemingway» (Fuerza de Contingencia Hemingway).

Alemania estaba a punto de capitular y Ernest Hemingway se estaba destacando no solo como un audaz corresponsal de guerra sino como un fogueado capitán. Daba rienda suelta —aunque por última vez— a los impulsos de su personalidad. Los oficiales y combatientes de la Cuarta División de Infantería recordarán al «viejo león en orden de batalla» y evocarán la batería de cantimploras del General Papa, cargadas de vino, ginebra o cognac.

Sin embargo, algo había terminado allá. («Volvió muy canoso de la guerra», recordaría Gregorio Fuentes.)

Inició un virtual regreso al pasado a bordo de un avión plateado, un bimotor de aluminio de la Pan American, que cubría la ruta entre Miami y La Habana. Desembarcó el 24 de marzo de 1945, en el aeropuerto de Rancho Boyeros. Un soldado con uniforme de gabardina, botas de campaña y una cicatriz en la rente. Aún ofrecía un buen aspecto exterior. «El uniforme le sentaba tan bien como a un oficial de West Point», afirma José Luis Herrera Sotolongo. Pero fue fingida la sonrisa que mostró los fotógrafos en la rampa y mantuvo involuntariamente un puño cerrado mientras descendía por la escalerilla del pequeño DC-3.

El hombre envejeció en la guerra: el hombre que, según sus propios cálculos, nunca iba a morir. La vejez duró 16 años.

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«Y así seguimos luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado.»

Scott Fitzgerald: El gran Catsby.

Los HURACANES, las borrascas, los malos momentos, pasan, y la tranquilidad retorna a Finca Vigía; se vuelven a proyectar películas y el tedio familiar se instala en la sala, o lo que es peor, después de la cena se propone la celebración de un campeonato de canasta. Con discreción, Hemingway se retira a su poltrona. Lleva una copa con el vino que sobró en la cena y un libro, un dedo entre las páginas a modo de marcador. Deja el campeonato en manos de Mary, Herrera Sotolongo y alguno de los muchachos: Sinsky o el cura don Andrés.

Pero, ¿qué otra cosa ocurría en el interior de esta casa, además de las charlas y juegos inocentes y la obsesión ocasional de un literato que jura una extravagante venganza contra el marine aparecido en un lejano, impreciso fotograma? Nada. Las cosas que van a ocurrir no son muchas más. De acuerdo con el testimonio de los pocos elegidos que traspasaban esas puertas, lo que acontecía en Finca Vigía no era excepcional en modo alguno. La apariencia de fiesta constante en lo alto de la colina, en «la casa del americano», es parte de una leyenda.

Solo que Hemingway ha tenido su día: Hemingway escribiendo la historia de amor de Renata y el coronel Cantwell o el relato desesperado de Thomas Hudson, o el de Santiago, el viejo de Cojímar. Su jornada ha sido intensa en la mañana, moviéndose a veces como un boxeador, recargando un pie, después el otro, bañado en sudor mientras escribe las palabras en una cuartilla que está sujeta sobre una tablilla. Hemingway frente a su trabajo, en busca de una prosa inglesa limpia y precisa.

Sus tres hijos están quizás de visita, o solo alguno de ellos, y Ernest Hemingway, con un extraño, confuso sentimiento escribirá una historia en la que un hombre llamado Thomas Hudson debe arrostrar toda la soledad del mundo después de enfrentarse a una pequeña hoja de papel: un telegrama con la noticia de que sus dos hijos menores han muerto en un accidente automovilístico en una carretera francesa (meses después, el mayor de ellos, el piloto, va a caer en suelo francés, derribado por el fuego antiaéreo alemán). «Jugaremos nuestras cartas para salir adelante lo mejor que podamos», es lo que Thomas Hudson dice entonces. Hemingway, con lo suyo, está saliendo adelante lo mejor que puede.

Tuvo a Robert Jordan en una colina, cumplida la misión de volar un puente, y al teniente Berrendo que se aproximaba mientras Jordan lo encentraba con la mirilla de su fusil automático; ahora tiene a Santiago en su bote, cercado por los tiburones, pero luchando por su pez, mientras comprende que la posibilidad de la destrucción existe, pero no la de la derrota; o brega con el coronel Cantwell, enamorado de una muchacha, abatido el corazón, pero intentando lograr algo, y buscar más allá del río y de los árboles.

Tal vez Adriana Ivancich visita Finca Vigía, y él, queriendo halagarla, le buscará un nombre, Renata, para el alter ego de su heroína. Acaso alguno de los viejos amigos ha enviado una carta o está presente y él necesita escribir sobre la fraternidad de unos tipos en apariencia rudos y decididos que se enfrentan a la astucia de la dotación de un submarino alemán. Siempre el combate, siempre el enfrentamiento, siempre el riesgo («Quien busca el peligro perece en él», se advierte en El Quijote.)

En su novela de romanticismo fallido, el coronel del ejército norteamericano Richard Cantwell, con viejas y gastadas coronarias que no le permitirán vivir más que un breve espacio de tiempo, ensaya fórmulas diferentes para perpetuar los lugares donde Dante, Giotto, el Tiziano y Piero della Francesca crearon sus obras, y Hemingway, en conversaciones con sus amigos, expuso la tesis de que los lugares habitados por Dante debían ser conservados para siempre. ¿Qué se hace entonces con esta esquina de una habitación de una casa cubana donde Ernest Hemingway forjó algunos de los personajes más memorables de nuestra época?

Mary Welsh dijo que el lugar no valía nada sin la presencia de Hemingway. Su opinión es justificable. También se comprende la reserva de Herrera Sotolongo y su deseo expreso de no visitar este sitio, aunque alguna que otra vez se decida a hacerlo para ver «cómo andan las cosas», y esa añoranza compartida por casi todos los que estuvieron allí: Luis Villarreal, Pichilo, Gregorio Fuentes, Kid Mario, Pancho Castro, Gilberto Enriquez. El tiempo se ha detenido en Finca Vigía. «Congelado» es el adjetivo que debe emplearse.

Gertrude Stein, que enseñó a Hemingway y le reveló algunas contraseñas del arte, nunca estuvo aquí, y Scott Fitzgerald, el otro amigo de los años en París, tampoco. ¿Hubiese reconocido la Stein que Finca Vigía era, en efecto, un buen lugar para vivir y comer? Si Hemingway no tuvo el olfato para encontrar este sitio, tuvo al menos la decisión de no irse nunca. En cuanto a Scott, el mentor del hombre duro de la generación perdida, ¿qué hubiese hecho aquel hombre tímido, de mirada estrábica y sonrisa contenida, en este bosque de helechos gigantes, flamboyanes y tamarindos?

Scott murió el 21 de octubre de 1940, apenas unos días antes de que Hemingway recibiera el título de propiedad de Finca Vigía. Nunca tuvo noticias de la existencia de este lugar, pero le hubiese convenido venir. Hemingway fue cruel en la descripción de su antiguo amigo. En París era una fiesta relató la visita efectuada al apartamento del matrimonio Fitzgerald, en un piso de la Rue de Tilsit, y dice que Scott le mostró un enorme libro de contabilidad, con la lista de todos los cuentos que había publicado, año tras año, y la indicación de lo que había ganado con cada uno: «Nos lo enseñó con una especie de orgullo impersonal, como si fuera un conservador de museo.» Entre los objetos y documentos de Finca Vigía no se encontrará un libro de contabilidad semejante, pero sí, entre los compartimentos del archivo, papeles escritos por Hemingway en los que aparece la relación de sus libros y sus precios en el mercado. El autor de El gran Catsby, según se desprende del recuerdo de quienes lo conocieron, era un hombre reflexivo y más resignado que Hemingway. Sin duda, hubiese sonreído al conocer la existencia de estas listas.

Hemingway exigió que sus papeles personales no le sobrevivieran, aunque tuvo la añoranza por el futuro inaccesible.

Cuando Gregorio Fuentes le dijo que si él moría primero, iba a ordenar una estatua «más grande y verdadera que la del Floridita», para colocarla en la proa del yate, a Hemingway le agradó la idea y le hizo jurar que cumpliría su promesa. Ese día los dos viejos compañeros de guerra habían consumido algunas botellas de whisky.

François Mauriac, el novelista francés, declaró en cierta ocasión que no temía ser olvidado después de su muerte, sino, más bien, que no se le olvidara lo suficiente. El rumbo de las preocupaciones de Ernest Hemingway era diferente. El hombre, al final débil y errático, con su última batalla perdida ante los dos cañones plateados de una escopeta de cartuchos calibre 12, luchó por mantener un control absoluto sobre cada detalle de su existencia. Pero habría de llegar inexorablemente el instante en que toda pretensión se torna imposible.

Nadie puede ser estoico todo el tiempo, ni estar en plan de lucha permanente, ni es necesario tampoco. El descanso es parte del programa. La muerte y la destrucción también. A lo mejor Finca Vigía debió desaparecer con su último dueño. Si Hemingway no hubiese vivido aquí, probablemente hubiese sobrevivido de todos modos, pero se habría convertido en otra cosa, quizás en una instalación militar, o formaría parte de la secundaria Fernando Chenard Piña. Sin embargo, ahí permanece desafiante: una casa sólida, blanca, sobre sus recios cimientos españoles.