HULL 576

WHEELER SHIPYARD

BOAT MANUFACTURERS

1934

BROOKLYN, NEW YORK

Otros dos instrumentos están colocados en una columna de la cabina: un barómetro y un reloj horario.

El Pilar podía maniobrar en un radio de acción de 500 millas con siete o más personas a bordo. Sus depósitos poseían capacidad para 300 galones de gasolina y 150 de agua potable. En el popel cargaba un centenar de galones más, en bidones. Se podía almacenar otro centenar de galones de agua en damajuanas y 2 400 libras de hielo. Tenía un pequeño refrigerador doméstico.

Este yate se construyó para navegar en mar gruesa y su dueño lo consideraba una gran embarcación, a pesar de estar dotado con motores de gasolina. En su primera época utilizó motores Universal y Chrysler Mariner. Después los sustituyó por motores nuevos, aunque de las mismas marcas. Los Universal tenían 45 HP y los Chrysler, 90. Podía alcanzar una velocidad de ocho nudos. Uno de los orgullos de Hemingway era que nunca se hubiese producido un incendio a bordo.

El Pilar gastaba entre 350 y 400 dólares mensuales. Se fondeaba en Jaimanitas y Casablanca. A veces también en Cojímar, el Club Internacional y la playa de Tarará. A lo lejos se podía identificar por los enormes outriggers que Hemingway había hecho colocar en cubierta.

Gregorio Fuentes dice: «Lo tenía que brillaba como el oro. Yo limpiaba a ese roble negro americano todos los días.»

El barco fue la herencia que Papa dejó a su viejo amigo y patrón del Pilar, y es Gregorio quien padece ahora la larga travesía en seco que ha cumplido el yate después de la muerte de su dueño.

El Pilar está intacto, pero esto no quiere decir que dejara de sufrir sus avatares. Hacia mediados de los años 50 Gregorio lo había tenido en el astillero para una reparación general. Hubo que carenar el yate para sustituirle el maderamen de la quilla. A Hemingway le resultó difícil conseguir roble negro en Estados Unidos. No obtuvo todo el que necesitaba y accedió a que algunas piezas fueran reconstruidas con caoba cubana. En esta oportunidad se le ajustaron sus motores Universal y Chrysler. Ricardo, el mecánico de los prácticos del puerto habanero, volvió a poner sus manos en los motores del Pilar. Este mecánico había sido contratado por Gregorio para que acondicionara el barco en la Segunda Guerra Mundial.

Los carpinteros del río Almendares trabajaron como verdaderos artesanos y Ricardo demostró que él era «el mejor afinador de motores del Caribe y del mundo», según declarara con sinceridad, llevado del entusiasmo por una labor bien hecha en uno de los yates más famosos del Caribe y del mundo. Gregorio dirigió toda la operación. «Cuando ya estaba listo. Papa subió a bordo, y vio aquel barco reluciente, que parecía nuevo, el mismo barco de su juventud, y exclamó: “¡Qué agradable es esto, qué satisfecho me siento!” Se le aguaron los ojos, por supuesto.»

Pero el Pilar no puede estar fuera del agua.

Lo cierto es que esta nave magnífica, al no tener la presión del mar, libera sus cuadernas, que tienden a abrirse y a desarbolar la embarcación. Primero Gregorio lo tuvo en Cojímar, después de la muerte de Hemingway, hasta que decidió entregarlo al gobierno cubano. De Cojímar lo trasladaron a Finca Vigía como pieza capital del Museo Hemingway. Fue su primer viaje por carretera. Allí permaneció varios años, hasta que se decidió enviarlo a los astilleros de Casablanca. Otro viaje sobre el asfalto. Y de ahí lo llevaron a los astilleros de Cárdenas, a unos 100 kilómetros al noroeste de La Habana. Tercera travesía en tierra firme. Se le hizo una reparación general para devolverlo, 12 años después de la muerte de Hemingway, en 1973, a Finca Vigía. ¿Habrá que decir cómo lo trasladaron de Cárdenas a Finca Vigía? Fue necesario detener el tráfico por tramos porque la ancha manga del Pilar desbordaba la rastra militar —zorra le llaman los cubanos—, ocupando dos tercios de la estrecha Carretera Central. Fue una fiesta la entrada de aquel barco en San Francisco de Paula. Allí estuvo hasta 1975, al sol y al sereno, montado sobre bancos de madera y bajo la protesta de Gregorio Fuentes que lo visitaba a ratos. En 1975 una compañía norteamericana pensó en la posibilidad de filmar la vida de Hemingway en Cuba, y se volvió a trasladar el yate a Casablanca, por carretera, desde luego, para iniciar una reparación capital. Pero de repente los norteamericanos, sin que se sepa por qué, decidieron suspender la filmación. Entonces la reparación capital se redujo a un trabajo superficial y de nuevo a Finca Vigía, por carretera. Gregorio hizo una breve visita de inspección al astillero antes de que devolvieran el yate a Finca Vigía. Ver al Pilar a medio reparar sin que él estuviera dirigiendo la obra le provocó una depresión de algunas semanas. Devuelto a Finca Vigía, el yate permaneció allí, perdiendo porte y pintura, navegando en un mar de helechos y matas de mangos, hasta noviembre de 1979, en que volvieron a cargar con él, por carretera, claro, rumbo a Casablanca para lo que promete ser la «reparación definitiva». Gregorio se negó, esta última vez, a tener noticias de lo que se hacía con su embarcación.

La accidentada ruta que siguió el Pilar, sin capitán, sin dueño y sin el fragor del agua caribeña, comenzó mucho después a ser compartida. En los famosos astilleros Chullima de la ribera capitalina construyeron una réplica del yate de Hemingway. El trabajo es tan preciso y de tal nivel que el mismo Gregorio Fuentes ya no acierta a identificar el verdadero. Con anterioridad solo se había hecho en Cuba la réplica de otro barco, más importante, es cierto, más lleno de historia y, por lo tanto, completamente comprensible. Se trata del yate Granma que en un azaroso viaje de Tuxpán, México, a Playa Coloradas, Cuba, trajo a la isla la esperanza de libertad con Fidel Castro y sus hombres.

Pero esta nueva réplica no se la explica ni Gregorio, ni nadie. En su portal de Cojímar el capitán del Pilar suele preguntar a sus amigos: «¿Para qué un doble de mi barco, para qué?»

The New York Times

21 de agosto de 1974

COMPAÑIA NORTEAMERICANA FILMARA PROGRAMA ESPECIAL EN CUBA

El novelista ganador del Premio Nobel, quien murió en 1961, escribió sobre Cuba y vivió allí durante muchos años. Parte del programa especial, «La casa de Hemingway», se filmará en el hogar cubano del escritor y en algunos de sus lugares favoritos de la isla.

A Bob Banner y Compañía se le concedió el permiso de filmar en el país comunista después de una conversación telefónica personal sostenida por Dick Foster, productor del filme, y el Primer Ministro cubano Fidel Castro, y una visita de dos semanas del señor Foster a Cuba.

«En realidad las cosas ocurrieron de un modo muy simple», dice el señor Foster. «Pedí una llamada de larga distancia para hablar con Castro, y, tras una breve explicación a uno o dos de sus ayudantes, pude comunicarme con él.»

Bob Banner, productor ejecutivo del programa, señaló que «los cubanos le tienen una gran estimación a Hemingway». Además, dijo que el Primer Ministro Castro estaría dispuesto a aparecer en el programa especial...

El programa, de 90 minutos de duración, se describe como «un documental de entretenimiento» e incluirá pasajes sobre las actividades preferidas de Hemingway...

Foster expresó que la casa y la biblioteca de Hemingway se encuentran en excelentes condiciones. «La casa está inmaculada y todos los objetos del escritor se exhiben tal y como él los dejó», dijo.

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La terraza de Cojímar está descrita en El viejo y el mar y en Islas en el Golfo. Es uno de los escenarios terrestres más importantes de El viejo y el mar; en Islas en el Golfo, Thomas Hudson elogia este restaurante instalado en una vieja casona al lado de la playa, al decir que es «muy agradable estar allí».

Hemingway, héroe convaleciente, corteja a Agnes H. Von Kurowsky (flecha), la enfermera germano-norteamericana que se convertiría en la Catherine de Adiós a las armas y en la Luz de «Un cuento muy corto». Además, en las fotos, Ruth Fisher, Elsie McDonald, George L. Pay y George Lewis. Hipódromo de San Siro, Milán, Italia, septiembre de 1918.

Almuerzo en el Estado Mayor de la XI Brigada Internacional, en el ir ente de Madrid. En primer plano, Ludwig Renn; al centro, Hans Kahle. La foto fue tomada en 1937 en la finca de Chavarry, carretera de Arganda a Carabaña.

Hemingway y Ludwig Renn inspeccionan un Cri-Cri, remolque italiano de artillería al que se le podían adaptar orugas, capturado a las tropas franquistas.

Con el cineasta holandés Joris Ivens, comunista y director de La tierra española, Jarama, 1937.

Alexis Eisner, entonces teniente, ayudante del general Lucasz, en Fuentes de Alcarria, marzo de 1937. Cuando se le mostró a Eisner esta fotografía 40 años después no recordó qué estaba hablando con Hemingway, pero sí que sostenía en sus manos un ejemplar de la revista moscovita Novi Mir y que ese número estaba dedicado al centenario de la muerte de Pushkin.

Con el torero norteamericano Sidney Franklin, que formó parte del equipo de Hemingway en la Guerra Civil Española. Al fondo, el castillo de Manzanares.

Búsqueda de «un lugar limpio y bien iluminado». Con John Ferno, camarógrafo del documental La tierra española, probablemente en Moratas de Tajuña,a principios de marzo de 1937.

Primer encuentro con Herbert Matthews en un frente de combate. Madrid, 1937. En el reverso de la segunda foto hay una nota de Hemingway escrita a lápiz: «Send to H. M

La Terraza se ha conservado casi igual que en época de Hemingway, cuando el antiguo propietario supo dirigir su propaganda teniendo en cuenta la presencia del escritor. Una Terraza de utilería aparece en la versión fílmica de El viejo y el mar. La original es de manipostería, y la del filme, un bohío. El antiguo dueño hizo pocos cambios y la diferencia con el restaurante actual es que a las paredes se le han añadido medio centenar de fotografías de Hemingway, casi todas de la filmación de la película, aunque las fotos seleccionadas, seguro que por desconocimiento de los decoradores, corresponden a la captura del gigantesco castero en Cabo Blanco, Perú, en vez de cualquiera de las múltiples fotos auténticas de Hemingway en Cojímar. En Islas en el Golfo. Hemingway recuerda La Terraza como el «bar de Cojímar, construido al borde de las rocas que dominaban el puerto». Describe su primera visita: «Había llegado al bar una luminosa mañana de primavera.. El viento fresco soplaba desde el este a través del restaurante abierto y el bar, y la luz era tan brillante y el aire se sentía tan nuevo y refrescante que no era mañana para borrachos... A través de la terraza abierta miró el mar, de un azul profundo y con crestas blancas, entrecruzado por las barcas pesqueras que curricaneaban en busca de dorados.»

(Una anécdota de alguna manera ilustrativa es lo que ocurrió hacia 1970 cuando Fidel Castro, haciendo un recorrido por la zona, preguntó por la situación de La Terraza. Allí se había instalado una cervecera «piloto», que era en esa época uno de los establecimientos de más bajo nivel en el país porque en ellos se expendía cerveza a granel servida en vasos de cartón. Fidel ordenó que «como mínimo» se restaurara La Terraza y se dejara tal como era en época de Hemingway y se sirviera «el mismo menú». En la actualidad, y parece ser que para siempre, los mejores cangrejos y camarones enchilados de Cuba se preparan en La Terraza de Cojímar. Sigue siendo un buen lugar para encontrarse con Gregorio Fuentes y con una tropa de hombres de mar, aguerridos bebedores de ron y cerveza.)

Nuevas construcciones han surgido en el horizonte de Cojímar. Sobre todo edificios de apartamentos y una remodelada base de pesca deportiva llamada ahora «Ernest Hemingway». Los pescadores —que antaño libraban su sustento precariamente como el viejo Santiago— están organizados en cooperativas. Se ha inaugurado un astillero que se llama el Cachón. Los botes de pesca poseen motores soviéticos de 25 caballos de fuerza, más resistentes que elegantes. Es decir, se notan cambios. Falta el árbol donde Hemingway hablaba con los pescadores, al lado de La Terraza. Y faltan muchos de los pescadores, porque ellos también han muerto. Mas algo permanece: los miembros de la cooperativa zarpan cada noche rumbo a la corriente del Golfo (no es una flota de altura; es la flota de los pequeños botes de los viejos y tozudos pescadores de Cojímar).

Con John Ferno, en la filmación de un bombardeo, Madrid, 1937. En el reverso de la última foto, escrito a lápiz, pero no con la caligrafía de Hemingway, aparece la nota siguiente: «John Ferno. Madrid. Bomb hit next house

Se mantiene Gregorio, aferrado a su ron sazonado de salitre, con «ojos chispeantes» como los del Viejo Marinero de Coleridge, que cautiva a amigos y periodistas con sus relatos; una especie de monumento viviente que aún sale a pescar y come y bebe en La Terraza. Si a veces confunde las fechas y los personajes e incluso alguna que otra vez toda una anécdota al recordar su vida junto a Hemingway, eso carece de importancia. Los datos siempre pueden verificarse y corregirse, no así la visión fresca e ingenua del modo de contar de este octogenario. Llega a decir que fue sugerencia suya el título de Tener y no tener y que el material para El viejo y el mar lo proporcionó él. Los incidentes en un mismo relato pueden variar de un día a otro (lo que no varía es su criterio sobre Carlos Gutiérrez, matizado, desde luego, por celos profesionales comprensibles), aunque nada de esto debe tomarse como un asunto de mucha gravedad. Al pez capturado, el pescador siempre le añade algunas pulgadas, pero ahí está, coleteando y salpicando, desafiando nuestra cinta de medir de investigadores.

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A VECES Hemingway levaba anclas y se refugiaba algunas semanas en Cayo Paraíso, cuyo nombre, según las cartas náuticas, es Mégano de Casigua, a la altura de la Mulata, en Pinar del Río. El escritor iba solo con su mujer y con Gregorio. Para estas excursiones cargaba con su Royal portátil, una buena provisión de papel gaceta y su media docena de lápices del número dos. En el refugio de los arrecifes de Paraíso encontró otro lugar para trabajar, aunque nunca lo dijo a los periodistas.

Las excursiones al cayo fueron frecuentes a finales de la década del 40 y en los años 50. A Ernest le agradaba supervisar con Gregorio el avituallamiento de comida y, claro, el de las bebidas. Solía hacer planes ambiciosos de lo que iba a ocurrir y lo que pensaba escribir, manteniendo el régimen disciplinario de la finca. Luego, a eso de las 11, vendría la «liberación»: saltar al agua, o correr con Mary por el cayo, en plan de ejercicios —siempre desnudos, parece haber sido el ideal, según se deja ver en una carta de Hemingway, aunque no se aclara qué hacía Gregorio mientras tanto (seguramente permanecería vestido a bordo del Pilar, mientras el matrimonio se solazaba en la playa del cayo). Luego del almuerzo, preparado por Gregorio, una siesta al vaivén de la lancha, en aguas de la ensenada del cayo, y, por la tarde, a seguir escribiendo porque no hay otra cosa que hacer, a menos que algo despierte el entusiasmo, y entonces a curricanear en las aguas del Golfo en busca de un poco de pescado fresco para la comida del otro día. Esta es una actividad prevista en el programa, pues la capacidad de refrigeración de alimentos del Pilar es pobre y solo hay una nevera doméstica a bordo. El hielo es una preocupación y muchas veces se organiza «desde La Habana» una especie de operación militar en la cual intervienen Herrera Sotolongo, el cura don Andrés y Sinsky: aprovechan los domingos y llenan el maletero del auto de Herrera con hielo de una fábrica del Mariel; de ahí, bordeando las montañas del extremo de la isla llegan por fin al puerto de la Mulata, donde han acordado reunirse con Hemingway. El yate está esperando con Gregorio en la proa, y con Mary y Ernest, tostados por el sol. Ernest barbudo y sonriente, bajo un toldo en la popa. Saludos y comienzo de una jornada de tragos y bromas. Pero después del mediodía, los amigos se despiden, y Hemingway y su reducida tripulación regresan al refugio del cayo. Solo hace falta la tarde para que se vea desde la orilla al Pilar navegando contra el sol, con sus dos largos outriggers balanceándose por las bordas— y aquel barco oscuro, ancho, sacando la proa rumbo al Mégano de Casigua.

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Las agujas van a comer a las dos aguas. Y Gregorio fue a buscarlas allí, «al hilero», muchas veces. «Uno busca el agua azul —dice el pescador veterano—, porque ahí es donde está la corriente.» El hilero es la frontera entre las dos aguas.

Cuando uno le abre el buche a las agujas encuentra civilitos, gallegos, camarones, peces voladores, que son los animales que viven en los hileros. «Por eso hay que buscar la aguja allí. Eso hacíamos Papa y yo enseguida que dejábamos el Morro atrás.» También estaban los puntos de referencia de los pescadores. «Nosotros nos guiábamos por una casa vieja y rosada que se veía en la linea de la costa, cerca de Cojímar, le decíamos la Casa del Cura, o la Casa Rosada, que nos señalaba el sitio exacto del Hondón de Cojímar, un abismo marino bueno para la pesca. Ahora se guían por un punto que llaman las Antenas, porque quienes van allí se orientan por unas torres enormes de comunicaciones internacionales, que están donde antes se veía la Casa del Cura.»

La milla de Hemingway, aunque es algo mayor que una milla ortodoxa, comprende desde el campo de tiro de La Cabaña hasta la Casa del Cura. Todavía es un gran pesquero de agujas. Cuando la corriente es fuerte, esta atrae allí muchos animales.

Los pescadores dicen que las agujas corren de este a oeste porque esa es la forma en que siempre las ven desplazarse. Pero los científicos han determinado que corren justamente en dirección contraria. Lo que ocurre es que salen de «su carretera» para acercarse al hilero a comer. Entonces se mueven con rumbo oeste, pero su curso migratorio es de oeste a este.

Hemingway desarrolla este tema en sus crónicas «El Gran Río Azul», «La pesca de la aguja a la altura del Morro», «En la corriente del Golfo» y otras, escritas entre 1930 y 1950.

Hemingway aprendió a batallar con las agujas y a capturarlas gracias a las enseñanzas de Carlos Gutiérrez en la década del 30. pero fue Gregorio Fuentes quien le enseñó a distinguir con exactitud profesional las especies y los hábitos de cada una.

La arribazón de los casteros era de abril a mayo, pero septiembre era el mes de los más grandes, a los que Hemingway llamaba «los pesos completos». La famosa anécdota que aparece en su crónica —En las aguas azules» seria el germen de El viejo y el mar, pero fue la lucha con uno de estos «pesos completos» la que le inspiró la batalla central de su célebre relato. No hubo mucha ficción en el gran pez de Santiago. La imaginación se puso aquí al servicio de la realidad. Los pescadores de Cojímar le contaron con lujo de detalle la historia de un castero que luchó durante 15 horas antes de ser embarcado. Es lógico que Hemingway escuchara el relato con atención y expresara su admiración por la dignidad de semejante espécimen.

El castero es uno de los peces más grandes del mundo y tiene la ligereza del más pequeño.

La tripulación del Pilar buscaba en estas aguas la más grande y pesada de las agujas, pero también a uno de los más bellos y rápidos peces que habitan en los mares profundos y abiertos: el dorado. Para Hemingway la coloración de este pez respondía a una condición especial. Variaba según sus estados anímicos; lo dominaba el hambre, el enojo, la excitación sexual o el temor.

El sonido de alarma de los outriggers también podía anunciar la captura de un aguja blanca, la voladora, de un azul intenso en el lomo, con los costados y el vientre plateados. Su pico es fino y agudo, los ojos grandes. Es veloz y ofrece una tenaz resistencia al ser anzuelada.

Otras veces era la aguja de abanico, también de aguas profundas. Cuando se le sube a la embarcación aparecen en sus costados hileras de puntos de un azul claro. Le gusta, como a las otras agujas, antes de comer la carnada, golpearlas con su pico áspero.

Hemingway acostumbraba a sentarse junto a Gregorio para mirar mientras este preparaba las carnadas. Su atención era tan concentrada como cuando observaba los preparativos de los masai para tirar sus lanzas. Gregorio, diestro, trasegaba escribanos y agujones, las especies indicadas como carnadas para la captura de agujas. Gregorio enganchaba enteros los escribanos, y los agujones en rabadas o destollos que sacaba de los flancos. «Papa, esto hay que hacerlo bonito», le explicaba. «No hay que escatimar tiempo. Estas carnadas tienen que deslizarse sobre el agua y mantenerse frescas y apetecibles.»

Los escribanos, peces plateados, se enganchan «por derecho», según el lenguaje del hombre de mar; es decir, la pata del anzuelo sale por la boca del pez. Se entizan el anzuelo y el pico para darle más seguridad en el agarre ya que la carnada está destinada a sufrir la presión del agua en el curricaneo. El pozo del anzuelo le sale por un costado o por el vientre, cerca de la cola para poder clavar mejor la aguja cuando esta ataque.

El agujón se corta en forma romboidal de acuerdo con el tamaño del anzuelo. Los destollos se fijan a fe pata del anzuelo con una pita fina y queda la parte posterior a manera de cola para que al ser curricaneado imite el movimiento natatorio de los peces.

Cuando no había escribanos ni agujones, Gregorio buscaba chicharros, carajuelos, carajuelos blancos y guaguanchos. Si el Pilar perseguía los grandes casteros de septiembre, acudían a otras carnadas: bonitos enteros, macabíes, dorados y pintadas. En la popa del barco, entretanto, se realizaba una corrida íntima, la del whisky y el Tom Collins.

En su lucha frontal contra las agujas, Hemingway buscaba la igualdad. Le gustaba equiparar las fuerzas entre el pez y el hombre y dejar el triunfo al más hábil. Solía también recordar, irónico y amargo, que no era el hombre el que tenia un anzuelo en la boca.

Su contribución a la ictiología, en calidad de aficionado, no puede menospreciarse. El director del Museo de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, Charles Cadwalader, lo acompañó en agosto de 1934 en pesquisas científicas, y Henry W. Fowler, ictiólogo, que acompañó a Cadwalader en esta oportunidad, consiguió suficiente información con Hemingway para revisar la clasificación de las agujas en todo el Atlántico Norte.

Hemingway era buen pescador. Tenia habilidad y en la pesca deportiva era un maestro. «Era un toro», dicen los viejos pescadores de Cojímar. Defendiendo su dignidad de hombre de mar tuvo una bronca con Alfred Knapp, en Bimini, en 1935. El millonario norteamericano puso en duda que Hemingway hubiera capturado los peces y vivido las aventuras marinas que relataba en sus crónicas. Borracho, sentado en un muelle de Bimini, Knapp fue subiendo el tono de sus insultos. «Babosa, hijo de puta», fue lo último que escuchó en silencio el escritor. Enseguida descargó un puñetazo en el rostro de Knapp. Esta bronca quedó inmortalizada en Islas en el Golfo; como en la novela, también una canción popular de Bimini recreaba la fulminante hazaña pugilística.

Lo cierto es que el dueño del Pilar había capturado para esa época la aguja voladora más grande que se pescó en el Atlántico, 119 libras. En la misma zona de Bimini, tras una batalla de media hora, se había hecho de un dientuso de 786 libras. En aquel verano de 1935 ganó todas las competencias y dejó atrás a deportistas tan hábiles y famosos como Lerner, Farrington y Shelvin.

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Retorno a Paraíso

Muchos años después de la muerte de Hemingway, en 1975, el Hill-Noe de Gregorio Fuentes emprendió un viaje sentimental a cayo Paraíso. A bordo iban su patrón, Santiago el Soltero, el fotógrafo Enrique de la Uz y el escritor Norberto Fuentes. Gregorio llevaba su embarcación «de la mano», a muy baja velocidad; sabía que navegaba sobre un fondo de corales capaz de abrir de un tajo el casco de un trasatlántico. El cayo, único refugio en varias millas a la redonda, ha dejado de ser un paraíso. Está en bancarrota. Las cabañas de recreo y las chozas de ios pescadores se han igualado con el tiempo: son puros huesos. El mar ha borrado la larga punta de arenas blancas de la que Gregorio hablara tanto durante la travesía. El cayo se está hundiendo; las palmas y los cocoteros del litoral van cediendo junto con el terreno. Sin embargo, los pinos que sembró Hemingway han resistido un poco más, e incluso se han reproducido, aventadas sus semillas a lo largo y ancho del islote. Ahora el suelo de este lugar perdido en la corriente del Golfo no debe diferir mucho del suelo contra el que Robert Jordan se había echado en las escenas primera y última de Por quién doblan las campanas.

Las excursiones de Hemingway al cayo se iniciaron hacia 1935. pero el proyecto de sembrarlo de pinos se materializó en época de la Segunda Guerra Mundial, cuando armó el Pilar y se puso a pescar submarinos alemanes. Necesitaba algún punto de referencia, una señal bien visible sobre el islote, para poder ubicarlo con rapidez.

«Aunque no me crean, estoy emocionado», confiesa Gregorio Fuentes, al fondear el Hill-Noe en la ensenada del cayo. «Recuerdo a Papa retozando en esta playa.» Sobre las uvas caletas, los hicacos, los cocoteros y los mangles, se ve volar un pelicano. Hay tres casuchas abandonadas en el cayo que los pescadores utilizan eventualmente en el verano. En una de ellas se encuentra una nevera de madera, que aún sirve como caja para guardar pescado. Gregorio hace sus cuentos de África, de los ancianos armados con «fusiles viejos y puñales de plata». Habla de su padre como «Papá». Inventa una nueva geografía, menciona un legendario Dakar y avizora leones en las costas africanas. Gregorio tiene puesta la misma chaqueta verde olivo de campaña, con las insignias US NAVY, que Hemingway le regaló para sus operaciones en la lucha antisubmarina. Saborea un ron barato y dice que el terral es el viento dominante por las noches. «Donde veas caer una estrella, por ahí te reinará el viento.» Esta fue la última noche del patrón del Pilar en cayo Paraíso. O en lo que queda de él. Partió al día siguiente, y no volvió ni una vez la vista atrás.

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A sus amigos Joe Russell y Charles Thompson, Hemingway los unió de un plumazo en su personaje Harry Morgan, el hombre duro de Tener y no tener. La herencia del dueño de Sloppy Joe's es más visible. Los múltiples viajes de Hemingway y Russell de Key West a La Habana, y sus experiencias como observador de la lucha revolucionaria contra el dictador Gerardo Machado, le proporcionaron material para las dos primeras partes de la novela, que se publicó primero en forma de relatos independientes: «One Trip Across», en Cosmopolitan, abril de 1934, y «The Tradesman's Return», en Esquire, febrero de 1936. (El protagonista de las dos narraciones aparece sin su apellido aristocrático: Morgan. El héroe hemingwayano se llamó Harry a secas para los lectores de Cosmopolitan y Esquire.)

Pero el destino de Harry, con o sin apellido, herido de muerte en la corriente del Golfo, es bien distinto al del hombre que lo inspiró. Pero eso se explica, porque Joe Russell era un hombre y Morgan un personaje hemingwayano. Gregorio Fuentes suele decir —a modo de crítica— que el Morgan de la novela es un contrabandista «un poco blando». Quiere decir, un hombre con ciertas preocupaciones por sus semejantes, con un sentido de la solidaridad humana que no siempre ha estado presente en el corazón de los contrabandistas auténticos. Russell pudo esperar la muerte con algún desahogo económico, plácidamente envejecido por el whisky y los avatares de una vida intensa. Por otra parte, el verdadero Henry Morgan, el corsario del siglo xvii, aventurero representante de la naciente burguesía británica, tampoco era tan solidario como el atribulado personaje de Tener y no tener.

El día que Hemingway se propuso hacer literatura social escogió como principal personaje a un contrabandista: un tipo hosco y solitario. Nunca un verdadero proletario podría ser un personaje hemingwayano. No obstante su inspiración en el legendario corsario inglés, hay en esta novela una fuerte tendencia a explorar temas sociales. Nada lo realza más que comparar la novela original con su versión fílmica. William Faulkner leyó la novela y se comprometió a escribir el guión para la película. Lo hizo en colaboración con Jules Furthman. Fue un fracaso. Un verdadero engendro. Todo era demasiado tosco, demasiado descarnado y brutal. ¿Cómo insertar un héroe hollywoodense en esta tragedia, en este territorio sembrado de conflictos sociales?

Gregorio Fuentes nos ofrece su visión de Joe Russell: «Era un viejito de baja estatura y consumido; no pesaba más de 120 libras; al final de su vida no bebía mucho. Le oí decir que Ernesto era un muchacho listo y que por eso lo apreciaba: un muchacho con mucho porvenir.» Dice Fuentes que en la época de la ley seca, Hemingway se acercó a Russell y le dijo: «Estoy sin un centavo, préstame el barco.» Russell y Hemingway se pusieron de acuerdo, y el escritor consiguió en la casa Recalt de La Habana unas 600 ó 700 cajas de cognac de 24 botellas cada una. La botella de cognac le salía a unos 40 centavos y luego la vendían en Estados Unidos a 3,50 dólares.

Según Fuentes, sacaban la mercancía por la playa de Jaimanitas. «Tal día te espero en las aguas jurisdiccionales...» Y convinieron una señal con luces. Una señal azul y otra roja, con un intermedio blanco. De ahí, asegura Fuentes, Hemingway sacó algún dinero para ir a Europa y África; unos 3 ó 4 000 dólares.

El contrabando se realizó a bordo del Anita, el primer yate que trajo Hemingway a Cuba. Resultó ser una lancha «muy marinera» hecha para navegar duro, con marejadas y todo. Tenía unos 10 pies menos que el Pilar. Es el barco que aparece descrito en Tener y no tener.

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Cuando a hemingway le adjudicaron la medalla de San Cristóbal de La Habana en 1956 en el antiguo Palacio de los Deportes, llevaba escritas unas palabras que pensaba pronunciar en el acto de imposición. Revelan su sentido irónico, su información sobre los deportes cubanos y la alta estima que les tenía a los pescadores de Cojímar y, en primerísimo lugar, a Gregorio Fuentes. Si no pudo dar lectura a esta cuartilla y se vio obligado a retirarse con ella doblada en un bolsillo de su guayabera fue porque había otros 1 000 condecorados en el mismo lugar, casi todos choferes que no habían cometido accidentes, «y todos con el mismo derecho a la palabra», según el comentario democrático del escritor. Su discurso inédito:

Ilustres políticos, militares, señoras, señores y amigos.

Hablo muy mal en castellano porque lo aprendí en lugares tales como Madrid, Pamplona, Andalucía, Regla y el Muelle de Caballería, cada uno con su acento distinto.

Muchas gracias por la medalla y por la coba. Pero acepto esta medalla en nombre de todos los pescadores de aguja (Marlin) de la costa norte de Cuba desde Puerto Escondido hasta Bahía Honda. Quiero brindar este libro [El viejo y el mar] por lo que vale a mi viejo compañero de armas, Gregorio Fuentes, a mi más viejo compañero de pesca, Carlos Gutiérrez, y a todos mis viejos amigos de pesca de agujas de Cojímar, Anselmo, Figurín, El Sordo, y el difunto Marcos Puig, y a todos los otros vivos o muertos. Cojímar es mi patria chica y asi no puedo olvidarme de brindar por Jorge Martínez que cuando era delegado naval, era el mejor amigo de los pescadores de Cojímar.

Mate Zalka, el legendario General Lucasz, jete de la XII Brigada Internacional (flecha); a su izquierda, el general búlgaro Petrov; a su derecha, con uniforme de oficial del ejército español, un comandante identificado por Alexis Eisner como «Herassi, un judío español»; con boina, un oficial con el uniforme de los brigadistas italianos.

También quiero brindar por el equipo cubano que acaba de ganar el concurso internacional en Nueva Escocia y por todos los pescadores de aguja de vara y carrete qué pescan de una manera leal.

Terminado el discurso.

E. Hemingway

Los pescadores citados en su discurso contribuyeron todos, de una manera u otra, a su aprendizaje de la pesca mayor y a su conocimiento de la pesca comercial que se evidencian en El viejo y el mar. Los bravos, los buenos pescadores, eran muchos; se afirma que los mejores pescadores cubanos proceden de Cojímar, pescadores de lo hondo, que se arriesgan, como el Negro Arsenio, o El Sordo, o Anselmo (que fue un modelo parcial del Santiago del relato), y los santiagos auténticos: Santiago Puig, y el otro, Santiago el Soltero, y el resto de los grandes pescadores de esta villa: el Bello, Cachimba, Cheo López, Ova Carnero, Tato y Quintín. Todos ellos acostumbraban a sentarse «a descargar con Papa» a la sombra de un árbol frondoso al lado de La Terraza, o en el Quiosco del Curro. Tuvieron su gratificación cuando se filmó El viejo y el mar en este pueblo. Cobraron sumas considerables como extras de la película, o por su colaboración en la búsqueda de un castero gigante. Había sido una fiesta y una agradable interrupción para la gente de Cojímar el proceso de filmación y la persecución del castero descomunal que finalmente hubo que ir a buscar a Cabo Blanco, Perú. Aunque claro, a este viaje fueron solo Hemingway y Gregorio.

En Cojímar hay un parque junto a la costa. Un busto de Hemingway se erigió en este lugar. Hermosa historia: los pescadores se reunieron espontáneamente pocos días después de conocerse la muerte «del americano». Ellos, solos, con sus rostros duros, sus manos cortadas por el sedal, la piel curtida por el salitre. Fue una reunión en la que acordaron levantar «una estatua del viejo», para que fuera colocada en un parque de su pueblo. Reunión silenciosa al principio, porque no tomaron una copa, pensando que era la mejor forma de guardar respeto por Hemingway. Pero luego cambiaron la decisión y cada uno se tomó «un largo buche a la memoria del compañero».

Buscaron al escultor. «No hay bronce para su encargo», dijo. «Él país vive bajo una situación de bloqueo económico y el bronce escasea.» «Nosotros lo tenemos», dijeron los pescadores. «El bronce de las propelas de nuestros barcos.» Lo pusieron todo. Entonces el escultor se negó a cobrar por su trabajo. Bastaba con el bronce. «Su estatua quedó muy buena», opinaron los pescadores. En efecto, estará mucho tiempo ahí. La hicieron con un material resistente, un material que aguanta los embates del mar y de los años.

La Plaza Hemingway, la primera del mundo con ese nombre, fue inaugurada un año después de la muerte del escritor, el 2 de julio de 1962. La plazoleta había sido uno de los atributos urbanos de Cojímar, aunque nadie conoce con exactitud cuándo y para qué fue construida. Está frente a uno de los muelles donde el Pilar solía atracar. Muchas veces Hemingway pasó por esta plazoleta sin nombre. Hemingway descendía del muelle con sus largos bermudas, su gorra de visera y con la experiencia de una batalla más en el mar, y atravesaba la plaza, feliz y silencioso, en busca de su Chrysler.

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La.corriente del Golfo describe un movimiento circular. Surge al suroeste del cabo de San Antonio y bordea la costa norte de Cuba. Pasa frente a Key West, Miami y cabo Hatteras y toma una dirección estenordeste. Se dirige hacia Europa y baja por Islas Canarias. Retorna a través del Atlántico Norte y se dirige otra vez hacia las Antillas. Avanza hacia Yucatán y vuelve a iniciar el mismo recorrido. Cuando cruza frente a La Habana, lo hace en dirección este, y a la altura de Varadero asume la dirección este-nordeste. Frente a La Habana tiene aproximadamente 60 millas de ancho y presenta velocidades zonales de entre 1,2 y 2,4 nudos. La corriente adquiere mayor velocidad mientras más profundo es el suelo marino. Su agua es de un color azul más intenso que el del agua circundante. En su movimiento arrastra hierbas y sargazos que flotan laxamente sobre su superficie.

Mr. Papa, el protagonista de Las verdes colinas de África, declara en uno de los pasajes capitales de la obra de Hemingway:

Si uno sirve a la causa de la sociedad, la democracia y las demás cosas en su primera juventud y, rechazando cualquier otro enlistamiento, se hace responsable solo ante sí mismo, uno intercambia el hedor agradable y confortante de los camaradas por algo que no se puede sentir de otra forma más que a través de uno mismo. Ese algo yo no lo puedo definir cabalmente, pero el sentimiento surge cuando uno escribe bien y con sinceridad de algo y sabe imparcialmente que ha escrito así y aquellos a quienes se paga para leerlo e informar después sobre ello dicen que es una falsedad y, sin embargo, uno sabe su valor absoluto; o cuando uno hace algo que la gente no considera una ocupación seria y, sin embargo, uno sabe ciertamente que es tan importante y ha sido siempre tan importante como todas las cosas que están de moda, y cuando uno está a solas con el mar y sabe que esta corriente del Golfo con la que está uno viviendo, a la cual está conociendo, sobre la cual está aprendiendo, que está amando, se ha movido, como se mueve, desde antes del hombre y que ha marchado a lo largo de esa isla larga, hermosa y desdichada desde antes que Colón la divisara y que las cosas que uno descubre sobre ella, y aquellas que han vivido siempre en ella son permanentes y valiosas porque esa corriente fluirá como ha fluido, después que los indios, después que los españoles, después que los ingleses, después que los americanos y después que todos los cubanos y todos los sistemas de gobierno, la riqueza, la pobreza, el martirologio, el sacrificio y la venalidad y la crueldad hayan desaparecido como el lanchón lleno hasta los topes de la basura de color brillante, moteada de blanco, maloliente, ahora inclinado hacia un costado, que esparce su carga en el agua azul, tiñéndola de un verde pálido hasta una profundidad de cuatro o cinco brazas, mientras la basura se desparrama por la superficie, la parte sumergible descendiendo y lo insumergible de las palmas, corchos, botellas, y los bombillos usados de las lámparas eléctricas, sazonadas con un condón ocasional o un corset flotante, las hojas arrancadas de la libreta de tareas de un estudiante, un perro bien inflado, la rata ocasional, el gato ya sin dignidad; todo esto bien pastoreado por los botes de los recogedores de basura que arrebatan con largas varas sus presas, tan interesados, tan inteligentes y tan acuciosos como historiadores; ellos tienen la perspectiva; la corriente, sin ondas visibles, soporta cinco cargas de esto al día cuando las cosas marchan bien en La Habana y en 10 millas a lo largo de las costas todo permanece tan nítido y azul como siempre estuvo antes de que el remolcador arrastrara al lanchón; y las palmas de nuestras victorias; los bombillos usados de nuestro descubrimiento y los condones vacíos de nuestros grandes amores flotan insignificantemente contra una cosa sencilla y eterna... la corriente.

Manuel Sáenz tiene 70 años y no ha leído una sola página de las que Hemingway escribió sobre los pescadores. Piensa que ya no va a poder hacerlo. Pero se sabe de memoria lo que pasa en esos libros. Pescó con Papa y con Gregorio y fue amigo personal de Carlos Gutiérrez. Conoce las artes descritas por Hemingway, las zonas de pesca en las que se movieron sus personajes.

Sáenz recuerda la historia de las lanchas de basura de La Habana. Contenían todo el desperdicio de la ciudad, y en las tardes se lanzaban a la corriente del Golfo. Detrás de la basura iban grupos de pescadores, porque peces de varias especies iban a buscar alimentos entre los desperdicios.

Sáenz prefería los tiburones. Pagaban 90 centavos por aleta. «Los pescábamos con arpón, pero en la época de la aguja, agujeábamos.» Recuerda cuando Hemingway y Carlos Gutiérrez se distanciaron. Dice que, en cierta ocasión, cuando trataban de filmar la captura de un castero, en el momento de bicherear, el equivalente al momento de la verdad en la lidia de toros, Gutiérrez se puso nervioso, enredó la cosa y echó a perder la toma.

Después que dejó a Hemingway, Carlos se fue a trabajar con Julio Hidalgo, el Francés, que era práctico del puerto.

Carlos tenía ocho hijos, cuatro hembras y cuatro varones. Le decían abuelo. «Pero Carlos no era tan hachero [diestro] como Gregorio.» Después se quedó ciego y murió en una casa que había comprado en Cojímar. Era un hombre de poco carácter, afirma Sáenz, y para trabajar con Papa «había que tenerlo y bien fuerte».

Sáenz admite la posibilidad de que Carlos Gutiérrez fuera el protagonista de la anécdota de El viejo y el mar. «Puede haber sido él, porque a los pescadores les pasan muchas cosas raras», comenta.

Pero otro pescador, Gregorio Fuentes, aborda con desgano el tema Gutiérrez. Como se ha dicho, cuestión de celos profesionales. La realidad es que Carlos Gutiérrez fue amigo de Hemingway, tan amigo como Gregorio. Claro, parece ser cierto que la relación con Gutiérrez era un tanto abusiva, de patrón a empleado, y que Hemingway, como se dice en el argot habanero, «le tenía cogida la baja» a Carlos Gutiérrez. Esta no fue, de ninguna manera, la relación con Gregorio, un hombre orgulloso, digno, fuerte, que reacciona con violencia frente a cualquier atropello. En el caso de Carlos había debilidades de carácter que estimularon los rasgos más negativos de la personalidad de Hemingway. A veces Carlos fallaba, se le escapaba el sedal y echaba a perder una buena pesca. Era un sabio en la corriente del Golfo, pero tenía estos problemas.

A última hora Sáenz echa mano a su solidaridad de pescador para juzgar a Carlos. «Es verdad —dijo casi con tristeza—, a nosotros, los pescadores pobres, siempre se nos iba el pez grande porque solo teníamos el avío chiquito.»

El legendario periodista soviético Mijail Koltzov se dirige a los participantes del Congreso de Escritores celebrado en Valencia. Koltzov fue el modelo de Karkov, personaje de Por quién doblan las campanas. (Cortesía de Alexis Eisner)

Hemingway con el poeta norteamericano Langston Hughes, el soviético Koltzov y el cubano Nicolás Guillén, quien identificó a Koltzov, extrañamente juvenil en esta foto.

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El reglamento de competencia, redactado parcialmente por Hemingway, establecía reglas muy estrictas:

• El torneo se realizará pescando exclusivamente con vara y carrete por el procedimiento denominado TRO LEO o curricaneo.

• La resistencia máxima permitida de la línea o sedal será de 50 libras.

• La alambrada no podrá exceder de 15 pies de largo ni se permitirá el doble del sedal o línea.

• Solo podrá usarse un anzuelo en cada avío, quedando prohibidos también los grampines en todas sus formas.

• Los competidores podrán usar avíos propios, siempre que estos se ajusten a las normas establecidas.

• Se permite amarrar los bicheros fijos o voladores con un cabo de soga que no tenga un largo mayor de 30 pies y sus mangos no podrán exceder de ocho pies de largo.

• No es permitido el uso de arpones o flechas en ninguna circunstancia.

• Los peces deberán ser anzuelados, trabajados y llevados al costado de la embarcación exclusivamente por el competidor, sin ayuda o cooperación, exceptuándose el momento de bicherear, en que el designado para ello podrá agarrar el alambre solamente, nunca el sedal o la vara.

• Se permite el ajuste del «yoyo», arnés o arreos por otro participante, cuando se tiene un pez anzuelado.

El doctor Jose Luis Herrera Sotolongo, comandante médico del Ejército Republicano Español, hacia 1937.

Rafael Alberti, John Dos Passos. Hemingway y María Teresa León, en Madrid, probablemente en 1937.

• Cuando un pescador anzuela un pez, los demás están en la obligación de retirar sus sedales del agua para no interferir en la captura; de no cumplirse esto, el infractor será descalificado.

• La vara no puede apoyarse en ninguna parte cuando se está trabajando un pez; solo puede apoyarse en el tirador de la silla de pesca o en el «yoyo» que el competidor lleve puesto. Si por cualquier motivo la vara sufre rotura o el carrete se descompone en el momento de la lucha, el pez quedará descalificado.

El concurso Hemingway comenzó a celebrarse en 1950. El equipo del Miramar Yatch Club ganó en aquella oportunidad. El Habana Biltmore ganó al año siguiente, y así sucesivamente, de manera continua, se celebró el torneo hasta 1958. No hubo competencia en 1959. Fidel Castro ganó como «el mayor acumulador individual» en 1960. Fue la tarde que él y Hemingway se conocieron.

El domingo 15 de mayo de 1960 se celebraba el último día del evento. Fidel compitió en el yate Cristal, propiedad de Julito Blanco Herrera, dueño de la cervecería La Tropical. Había unas 15 personas a bordo del yate; entre otras, tres fotógrafos cubanos (Cala, Alberto Korda y Osvaldo Salas) y los escoltas.

Según Cala, el concurso estaba auspiciado por Hy Peskins, uno de los más prestigiosos fotógrafos norteamericanos, con una considerable cantidad de fotos en colores publicadas como portadas en Life. También se encontraban Baudilio Castellanos, Bilito, y Jesús Montané. Uno de los primeros en llegar fue Ernesto Che Guevara, con El rojo y el negro en la mano y una cámara Contax al cuello. Cala relata que el Che Guevara lo saludó y él le elogió la cámara. «Bueno, esta es más revolucionaria que yo.» Con ella había hecho fotos para ganarse la vida y para comprar balas en México, según explicó. Fidel llegó a bordo hacia las ocho de la mañana. Zarparon. La pesquería duró hasta las cuatro de la tarde. Che Guevara probó su suerte un par de veces con las cañas de pescar después que zarparon, pero, evidentemente, había escogido aquel día para leer la novela de Stendhal. Se quitó la camisa de campaña y Peskins comenzó a tirar fotos. Cala recriminó al norteamericano y le dijo que «el Che estaba sin camisa y que iba a ser una foto exótica». Che Guevara se alejó de la popa del barco y se refugió en un camarote Cuando atracaron, a las cuatro, había liquidado el libro y le dijo a Cala que Stendhal lo había impresionado. Nadie habló de Hemingway, que navegaba en su yate cerca de ellos. Che Guevara se sentía mal y no se quedó para la premiación. Tenía asma y se retiró. No conoció a Hemingway.

Hollywood fabrica un idilio con la Guerra Civil Española. Escena de Por quién doblan las campanas con Ingrid Bergman y Gary Cooper, filmada en 1941 en Sierra Nevada, California.

(Paramount Pictures)

Pocos días antes, el 13 de mayo de 1960, Fidel Castro se había presentado en un programa de televisión para responder preguntas de los periodistas. Uno de ellos, refiriéndose a su participación en el concurso Hemingway, quiso saber si iba a seguir pescando. El líder cubano respondió:

¡Ah, caramba! Yo sí, chico. Mañana voy a perder una hora, porque tengo obligaciones oficiales que cumplir, pero me quedan dos días, y mañana tengo cinco horas, porque son seis (las horas del concurso], y pasado mañana, el domingo pescaré las seis horas, y entonces no sé si tú habrás leído los periódicos por ahí, me andan preguntando quién me puso las agujas ahí. La verdad es que estoy en segundo lugar, y yo voy a seguir; ya tengo pescado para dos meses. Voy a pescar para medio año. Esa competencia la organizó el INIT [Instituto Nacional de la Industria Turística], está muy bonita, bien organizada y han venido muchos pescadores extranjeros y hay una competencia internacional. Yo no presumo de pescador, pero me invitaron y también me dijeron que viene Hemingway, creo que va mañana, y como ustedes saben, siempre ha defendido mucho a Cuba y a la revolución. Es un escritor cuya presencia aquí, para nosotros, es motivo de satisfacción; es la Competencia Internacional de la Pesca de la Aguja, «Premio Hemingway», y entonces yo asistí, no porque me creyera pescador ni nada de eso, sino porque me invitaron, y quería contribuir al éxito: por lo menos quería alentar a los compañeros que están trabajando en el turismo, en su competencia, que han hecho mucha propaganda y mucho esfuerzo, muy buenos programas, pero con la campaña que le hacen en Estados Unidos les cuesta más trabajo traer a los turistas. Ellos son la gente más paciente y más optimista, hacen un gran esfuerzo, y entonces por esa razón fui.

Hasta ahora he tenido suerte, porque las agujas vinieron, vinieron solas.

Ahora, la seguridad que puede tener todo el mundo es que si gano, es limpio. Y si pierdo, pierdo limpio.

El abogado Baudilio Castellanos y Jesús Montané habían organizado la competencia. Eran los jefes del INIT. Castellanos había sido abogado defensor de algunos compañeros de Fidel Castro en el juicio por los sucesos del cuartel Moncada, y Montané, uno de los asaltantes. Recuerdan que Hemingway se mostraba perplejo por el bullicio y la actividad que se desarrolló alrededor de este concurso, sin duda el que más publicidad recibió de cuantos se habían celebrado hasta la fecha. Pero se mostró dispuesto y colaboró de buena gana.

Es habitual que las biografías de Hemingway afirmen que el escritor no salió complacido de su encuentro con el líder revolucionario. Mary Welsh, en How It Was, se muestra reticente ante la personalidad de Fidel, pero unas fotografías de aquel momento muestran a Mary y a Ernest Hemingway sonrientes ante la presencia del líder cubano.

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Cuba Internacional

Octubre de 1978

EN LAS AGUAS DEL HEMINGWAY

Diecisiete años después de la desaparición del autor de El vieja y el mar en Cuba se recuerda a Ernest Hemingway, entre otras ocasiones, durante la celebración del Torneo anual que lleva su nombre.

Por Urbano Fernández

En esta ocasión, por primera vez desde 1960, el evento volvió a tener carácter internacional y las azules aguas del litoral habanero fueron recorridas por los equipos de siete naciones inscriptos en este primer Torneo Turístico Internacional de Pesca «Ernest Hemingway»

Por qué de un nombre

Aún se denomina por algunos viejos pescadores del poblado como «la milla de Hemingway» al tramo de costa comprendido entre Cojímar y la nueva zona residencial de La Habana del Este, lugar donde es proverbial la abundante captura de agujas en cualquier tiempo...

La pesca de la aguja, la más emocionante y colorida de cuantas se realizan en el mar, se conoció siempre en Cuba. La corriente del Golfo, el célebre Gulf Stream, que cruza frente al litoral, ve desfilar cada año innumerables agujas en su emigración anual.

Iniciado por Hemingway en 1950, el Torneo Internacional de la Aguja continuó celebrándose hasta su suspensión en 1961, año en que Cuba, bloqueada, era objeto de múltiples agresiones y sabotajes de todo tipo que tuvieron su culminación en la agresión militar directa en Bahía de Cochinos.

Sin embargo, dos años después de la muerte del célebre escritor amigo de Cuba, pese a las dificultades confrontadas para obtener avíos y repuestos para los motores de las embarcaciones, se celebró de forma modesta el primer torneo de pesca de la aguja en recuerdo de Hemingway. Era la primera vez también que fueron trabajadores los participantes en este tipo de evento, antes reservado a la burguesía criolla.

Desde entonces, representantes de los diferentes sindicatos nacionales, de las provincias del pais, de los ministerios y organismos centrales y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se reúnen cada año en el litoral habanero para buscar el triunfo en el torneo...

A través de un proceso eliminatorio se van celebrando cada año las competencias selectivas que culminan con eliminatorias provinciales de las que salen los equipos participantes en el «Hemingway». En ellas compiten miles de aficionados de pesca con vara, de todo el país, que tienen así la dorada posibilidad de intervenir totalmente gratis en un costosísimo evento de pesca de altura, reservado en otras latitudes solo para una adinerada minoría.

Granma

23 de mayo de 1980

PESCA DE LA AGUJA:

INAUGURAN HOY

TRADICIONAL

TORNEO

«ERNEST HEMINGWAY»

El tradicional Torneo Internacional de la Pesca de la Aguja «Ernest Hemingway» quedará inaugurado hoy, a las nueve de la mañana, en la Marina Barlovento, al noroeste de la capital.

El clásico disparo de cañón servirá para que las embarcaciones se hagan a la mar en busca de las preciadas piezas. No es fácil esta actividad de pesca, ya que es necesaria una gran habilidad para poder cobrar estos ejemplares.

El evento cumple treinta años de instaurado por el propio Ernest Hemingway, y año tras año se ha ido celebrando. Al triunfo de la revolución este deporte, y el torneo tomó mayor masividad ya que se incorporaron los trabajadores de todos los sindicatos. Después se comenzó a competir por provincias y hace unos pocos años se tomó en internacional.

Esta competencia se realizará pescando exclusivamente con vara y carrete por el procedimiento de troleo o curricaneo. La resistencia máxima de la línea o sedal permitida será de 22 kilos. Los ejemplares pescados con líneas inferiores a 13,4 kilos serán bonificados. Además, solo podrá usarse un anzuelo en cada avío, quedando prohibidos los anzuelos dobles o triples (grampines).

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Leicester Hemingway —en Mi hermano Ernest Hemingway— relata que una noche de los años 30 estando de juerga en Jaimanitas con su hermano mayor Ernest y algunos amigos, lograron emborrachar a unos 30 incautos y sumisos pescadores. Para entretenerse, y con la colaboración de estos, prendieron fuego a algunas chozas y cabañas del pueblo. Eran casas de madera y guano, y el fuego se propagó con rapidez. Los juerguistas la pasaron bien. Se divirtieron.

La guerrilla de Pablo según la versión de Hollywood. Desde la izquierda Akim Tamiroff como Pablo, Alexander Granach como Paco, Gary Cooper como Robert Jordan, Katina Paxinou como Pilar, Vladimir Sokoloff como Anselmo, Ingrid Bergman como María y Arturo de Córdova como Agustín. (Paramount Pictures)

El relato, sin embargo, parece que contiene ciertas inexactitudes. Esteban Arias y Fidelino Pérez lo confirman así. Los dos tenían 75 años en 1977 y eran los residentes más viejos de Jaimanitas.

Y no recuerdan el incendio. Desconocen a qué siniestro se refiere «el señor Leicester Hemingway». Fidelino Pérez se incomoda incluso. «¿Cómo carajo nos iban a quemar las casas?», dice, y emplea las palabras más fuertes a propósito. «¿Acaso éramos mutilados o maricones para permitirlo?» La respuesta de Esteban es contenida y sobria: «Nunca se produjo tal incendio en esta localidad.»

La playa de Jaimanitas fue hacia los años 30 una de las zonas favoritas de Hemingway en La Habana, aunque él varió el rumbo después en dirección opuesta: hacia las playas y los puertos del este.

Jaimanitas es evocada intensamente por Philip Rawlings en La quinta columna y también constituye el escenario del único cuento cubano de Hemingway, «Nobody Ever Dies». Pero Jaimanitas es un lugar modesto; tiene una playa, y un río donde guarecer los barcos, aunque nunca se iguala con las condiciones y el abrigo que Cojímar ofrece.

Historia natural de los muertos: bajas italianas en Brihuega, marzo de 1937. La trinchera de piedras debe haber contribuido a la mutilación de estos soldados. La misma fotografía, que es un fotograma del filme La tierra española, apareció en el reportaje de Hemingway publicado en Life el 12 de julio de 1937 con el siguiente pie redactado por el mismo Hemingway: «The counterattack has been successful.» (El contrataque ha sido un éxito.) Hemingway conservaba una copia de la foto en Finca Vigía.

Esta imagen no tue publicada entonces. Hemingway estaba al lado de John Ferno cuando este tomó la foto de los italianos muertos.

Mapa utilizado y marcado por Hemingway en el transcurso de la Guerra Civil Española. Se ha conservado así en Finca Vigía hasta nuestros días. La marca alrededor de Madrid sitúa con bastante precisión el cerco sobre esta ciudad. En Salamanca se encontraba la Junta Nacional de Franco; Talavera de la Reina fue el punto de donde partieron algunas de las fuerzas franquistas que atacaban a Madrid; Toledo, al principio en poder de los republicanos, cayó en manos de las fuerzas franquistas procedentes de Talavera.

La Guardia de Asalto, que al principio de la guerra luchó junto a la república. Esta foto y las nueve que siguen pertenecían a la colección privada de Ernest Hemingway. Todas fueron tomadas por su amigo, el legendario fotógrafo húngaro Robert Capa.

Durante un bombardeo, probablemente en Extremadura

Milicianos. Su procedencia se puede establecer por las alpargatas, típicas de Aragón o Cataluña

Avanzada de las Brigadas Internacionales en Teruel. El frío intenso ocasionó muchas pérdidas de manos y pies por gangrena.

«El porrón es aragonés», según José Luis Herrera Sotolongo.

Un libro es más efectivo como trinchera que un saco de arena.

Con Martha Gellhorn y oficiales del Kuomintang, probablemente en Hong-Kong. Guerra sino-japonesa de 1941.

En Jaimanitas vivía el matrimonio Mason, compañeros de Hemingway en sus primeras pesquerías en Cuba. George Grant Mason era representante de la Pan American en la época que los grandes clípers acuatizaban en el puerto de La Habana. La mansión de los Mason existe aún; se encuentra en una zona apartada y exclusiva de Jaimanitas. En 1977 era la residencia de un diplomático canadiense.

El único cuento cubano que escribió Hemingway parece tener por escenario la casa de los Mason. El asunto es el siguiente: un joven cubano, combatiente en la guerra de España, es asesinado pocas horas después de su regreso por los esbirros del gobierno reaccionario del país. Antes de morir, ha logrado convencer a su novia y compañera de ideales de que nadie muere realmente si lo hace por una causa justa.

Numerosos elementos cubanos. ambientan la narración. Desde las voces de un grupo de muchachos que juega en las afueras de la casa, hasta los estridentes anuncios de la radio que incluyen dentífricos y gasolina.

Hemingway estuvo en Cuba en abril y mayo de 1936, cuando ocurrieron varias acciones revolucionarias que fueron descritas en las primeras planas de los diarios. En esos acontecimientos está el origen de «Nadie muere jamás».

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La Gaceta

Septiembre/octubre 1979

HEMINGWAY

Y LA NEGACIÓN

DE LA NEGACIÓN

Mary Cruz

De haber vivido veinte años más, el 21 de julio de 1979 habría cumplido Ernest Hemingway su octavo decenio. Pero el día primero de otro mes de julio (el de 1961), introdujo voluntariamente en su vida —ya perdida de modo irremediable para la actividad creadora por su dañada salud—, eso que llamara Engels último «elemento esencial» de toda existencia: la muerte, la negación dialéctica de la vida...

Habiéndola estudiado [su obra] con detenimiento, me atrevo a dividirla en dos etapas, separadas por el encuentro del escritor por el ámbito de la corriente del Golfo de México y su asimilación de lecciones que. particularmente en Cuba, permitieron el ahondamiento de su mirada intelectual. Y no quiero decir que desde entonces Cuba y la corriente del Golfo conformaran el único marco espacio-temporal de sus narraciones. Quiero decir que, desde entonces...

Y compró un yate para practicar a gusto su deporte preferido, la pesca; y se fue al Africa de cacería, otro deporte en el que se ejercitaba físicamente y podía analizar los resortes de todas sus acciones. La pesca, piensan algunos, es un deporte aburrido, pero el que pesca tiene mucho tiempo para pensar. Una cacería deportiva es ocupación perfectamente inútil: pero en el safari de 1934, Hemingway se proponía...

Se proponía también comprobar si un recuento de hechos reales podía ser trabajado como novela y lograr los efectos de una novela. Más aún, en la práctica de lo que había sido trabajo para el hombre de otras épocas —y lo era todavía, como lo es hoy para algunos—, quería estudiar la relación del hombre con su ocupación en una circunstancia simplificada.

¿Cómo vivir? ¿Realizándose plenamente como ser humano en un instante —aunque fuese el último— que valiera por toda la existencia? Y escribió —La breve vida feliz de Francis Macomber» («The Short Happy Life of Francis Macomber», 1936). Aquí, dicho sea de paso, hay un león que debe mucho a Tolstoi...

Con su instinto certero, el pueblo de Cuba siempre ha sabido apreciar a este escritor norteamericano que, bajo la coraza de una aparente despreocupación, observaba con profundo interés y cariño las cosas de Cuba. Mal que pese a los que no han sabido o no han querido leer correctamente sus producciones y juzgar por ellas al hombre, ahí está el busto que costearon centavo a centavo los pescadores de Cojímar, y ahí está su museo de San Francisco de Paula, constantemente visitado. Hemingway no ha muerto. A los ochenta años de su nacimiento —y a veinte de su muerte...

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Un huracan azota el estrecho de la Florida, hunde el buque español Valbanera y proporciona material literario a Hemingway.

La nave de pasajeros, perteneciente a la linea Pinillos, Izquierdo y Cía., había salido de Santiago de Cuba, en la provincia más oriental de la isla. Había llegado allí procedente de España y, tras una escala, se dirigía a la bahía de La Habana. En la noche del 8 de septiembre de 1919. el ciclón sorprendió al buque a pocas millas del litoral habanero. Le impidió alcanzar un puerto. Lo empujó a los islotes de la Florida y lo hundió. El buque quedó sepultado a unos 12 metros de la superficie.

Tras este desastre Hemingway escribe «Después de la tormenta». el relato donde Eddy Saunders narra en primera persona sus recuerdos de cómo buceaba entre los restos de la nave y cómo flotaban los cadáveres dentro de los camarotes y la manera en que los griegos se 1c adelantaron y cargaron con la mayor parte del botín.

Pero fue otro el huracán que le proporcionó a Hemingway una experiencia traumática. Un meteoro lento y devastador que cruzó por el sur de la Florida y dejó centenares de víctimas entre los veteranos de la Primera Guerra Mundial que trabajaban a cuenta del gobierno federal en la construcción de The Overseas Highway. Son los excombatientes que aparecen retratados como gente bulliciosa y simpática en Tener y no tener.

La catástrofe ocasionó más de 1 000 muertos en la cayería de la Florida el 2 de septiembre de 1935, sobre todo en Alto y Bajo Matecumbe. Hemingway colaboró con el Pilar en las labores de rescate. Sólo encontró cadáveres. Semanas más tarde aparecían aún las viejas botas de infantería regadas por las playas, y los pájaros flotaban sobre los islotes, y arreciaba el hedor de los cuerpos descompuestos. Era el escenario de una batalla perdida y Hemingway —en su indignada denuncia publicada en New Masses— acusaba a las autoridades de desidia y falta de prevención por haber permitido la muerte de los que él consideraba sus camaradas de la Primera Guerra Mundial.

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EN SU ensayo «El último verano», el crítico cubano Edmundo Desnoes vio una relación entre la estancia de Hemingway en Cuba y su confesada devoción por España. Según él, Hemingway se desplaza hacia la antigua colonia española, Cuba, en la cual se conserva el idioma y parte de la cultura de la metrópoli. El sitio ideal para un norteamericano que ama a España. Sin embargo, es la misma literatura hemingwayana la que se encarga de desmentir esta hipótesis. Cuando Philip Rawlings, en La quinta columna, recuerda sus inicios como revolucionario, confiesa que antes de estar 12 meses prestando servicios en España, estuvo en la isla:

¿Has estado alguna vez en Cuba? [le pregunta a Antonio y añade:] Allí fue donde me metieron en todo esto... gente que debió haberlo pensado mejor, empezaron a darme tareas.

Tú sabes, creyeron que podían confiar en mí; no una confianza plena, pero sí la suficiente como para utilizarme en algunas cosas. Después me dieron tareas más importantes y las cumplí. Y ya sabes cómo es eso, uno acaba por convencerse de lo que hace y creo que le coge el gusto al trabajo. Tengo la sensación de que no estoy explicando las cosas con mucha lucidez.

La educación cubana de Hemingway resultó provechosa. Conoció el funcionamiento de organizaciones clandestinas. Sus visitas a Cuba, como pescador de agujas y observador inteligente a principios de los años 30, le proporcionaron materiales sobre las actividades antimachadistas. En La quinta columna, en un párrafo sustancioso, se definen las proyecciones de la fascistoide ABC. También, con otro tono, en el Madrid sitiado, Rawlings evoca la isla y sus placeres:

¿Alguna vez has ido un sábado por la noche a Sans Souci en La Habana para bailar en la pista bajo las palmeras reales? Son grises y erectas como si fueran columnas. Allí amaneces jugando a los dados o a la ruleta; después, cuando aclara el día, te vas a Jaimanitas a desayunar. Todo el mundo se conoce y la pasas divinamente; es de lo más divertido.

Un destilado de lo que cree haber aprendido en Cuba aparece en boca de P.O.M. en Las verdes colinas de África:

—¿Vio usted lo de Cuba?

—Desde el principio.

—¿Cómo fue?

—Hermosa. Luego, terrible. No puede imaginarse lo terrible que fue.

—Cállate —dijo P.O.M.—. Yo conozco un poco esas cosas. Estuve arrodillada tras una mesa de mármol mientras se disparaba en La Habana. Llegaron montados en camiones disparando contra todos los que veían. Cogí la copa que estaba bebiendo y me sentí muy orgullosa de no haberla derramado o haberla olvidado. Los niños me preguntaron: «Madre, ¿podemos salir esta tarde para ver los tiroteos?» Estaban tan inquietos por la revolución que tuvimos que dejar de hablar de ella.

A pesar de la superficial vision de un proceso revolucionario que reflejan estas palabras, lo que llama la atención es que Hemingway, en el período en que escribe Las verdes colinas de África, reconoce que hay estallidos revolucionarios en muchas partes: en Turquía, en España, en los países balcánicos. Pero los considera como maquinaciones humanas de las cuales el artista debe mantenerse alejado. Su experiencia española lo haría cambiar de idea. Comprendería, de una vez y por todas, que una revolución nunca es fortuita.

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Algunas veces se permite el lujo de una pesquería en su yate. Puede regresar tarde de alta mar. Recuerda la inminencia de la costa en uno de los monólogos de Robert Jordan: el olor del viento que sopla de tierra al acercarse a Cuba en medio de la noche.

La primera obra realizada por Hemingway en Finca Vigía es Por quién doblan las campanas. Lo que se conserva de aquella empresa de 18 meses son algunas cuartillas en las que redactó con su espaciosa letra escolar los párrafos de su novela. Son fragmentos que sirven para revelar el método. Un trabajo de acumulación con que el artista levanta su obra. Son sus 500 palabras diarias, equivalentes a cuartilla y media escrita a máquina, a dos espacios. Uno de los fragmentos del borrador:

41 − 43

... sin traición y si todos trabajan juntos para lograrlo. «No», dijo. »Rien à faire. Rien Faut accepter. Comme toujours

El martilleante rugir de los aviones se volvía ensordecedor ahora. Golz los observó con sus duros y orgullosos ojos.

«Nous ferons notre petit possible», dijo Golz en el receptor y colgó. Pero Kotz no lo escuchó. Todo lo que oyó fue el rugir de los aviones.

El nombre de Kotz, de evidente etimología rusa (quizás una mezcla de Karkov y Golz), fue sustituido en la versión definitiva por el de un personaje francés, Duval, miembro de las Brigadas Internacionales y oficial en el Estado Mayor del general Golz. Duval recibe el mensaje de Robert Jordan de detener la ofensiva, ya que el enemigo se ha enterado de sus preparativos y ha tomado las precauciones. Pero Duval mantiene una actitud vacilante y no se decide a cargar con la responsabilidad. Lo único que hace es establecer comunicación telefónica con Golz, quien ya se encuentra en la base aérea viendo despegar los aparatos rumbo a una operación que, a priori, es un fracaso. Como se sabe, Golz es un retrato del general ruso-polaco Karol Swierczewski quien tuvo a su cargo la ofensiva de Segovia. Su nombre de guerra era Walter.

Esta es la escena del despegue de los aviones, tal y como aparece en la novela:

Pero los aviones, avanzando ensordecedores, eran una prueba de cómo podía haber sido, y mientras los observaba, Golz respondió al teléfono: «Non. Rien à faire. Rien. Faut pas penser. Faut accepter

Golz seguía mirando los aviones con ojos duros y orgullosos sabiendo cómo podrían haber ocurrido las cosas y cómo iban a suceder en cambio. Y, orgulloso por lo que pudiera haberse hecho, convencido de que hubiera podido hacerse bien, aunque nunca llegara a realizarse, dijo: «Bon, nous ferons notre petit possible.» Y colgó el teléfono.

Pero Duval no lo oía. Sentado a la mesa, con el auricular en la mano, lo único que oía era el ruido de los aviones...

Lo que sigue es la versión primera del relato que Pilar hace de la masacre en su aldea. Aparecen entre corchetes las partes tachadas en el original, y, en cursiva, las partes o palabras añadidas.

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y a través de la plaza los árboles brillando a la luz de la luna y la oscuridad de sus sombras y los bancos también iluminados por la luz de la luna y las botellas diseminadas también brillando y más allá del borde de la roca a donde han sido lanzadas y no se escuchaba otro sonido que el caer del agua en la fuente y me senté allí y pensé que nosotros habíamos comenzado mal. La ventana estaba abierta y (tres casas] hacia arriba de la plaza y desde la Fonda podía escuchar a una mujer que gritaba. Yo [miré] salí afuera en el balcón parándome sobre el hierro con mis pies descalzos y la luna brillaba en la fachada de todos los edificios de la plaza y el grito venía del balcón de la casa de don Guillermo. Era su mujer que estaba en el balcón, clamando y llorando.

Entonces regresé a la habitación y me senté allí y no quería pensar, pues este era el peor día de mi vida hasta que no llegara otro peor.

En el capitulo X de la novela, aparece así:

Miré por la ventana y vi la plaza, iluminada por la luna, donde habían estado las filas; y al otro lado de la plaza vi los árboles brillando a la luz de la luna y la oscuridad de sus sombras. Los bancos, iluminados también por la luna; los cascos de botellas que brillaban y el borde del barranco por donde los habían arrojado. No había ruido, solamente se oía el rumor de la fuente y permanecí allí sentada, pensando que habíamos empezado muy mal.

La ventana estaba abierta y al otro lado de la plaza, frente la fonda, oí una mujer que lloraba. Salí con los pies descalzos al balcón. La luna iluminaba todas las fachadas de la plaza y el llanto provenía del balcón de la casa de don Guillermo. Era su mujer. Estaba en el balcón arrodillada, y lloraba.

Entonces volví a meterme en la habitación, volví a sentarme y no tuve ganas de pensar siquiera, porque aquel fue el día más malo de mi vida hasta que vino otro peor.

El texto siguiente es una parte del monólogo sostenido por Robert Jordan la última noche de su vida. El momento está consignado por Hemingway en el encabezamiento. En ninguna parte del libro se encuentra una escena que se corresponda con exactitud a este fragmento. Aunque las ideas se distribuyen aproximadamente entre los pensamientos de Jordan en el capítulo XXXI.

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Ene 24

/Rescribir en la conversación

de la última noche /

Estaba despierto en la noche pensando ahora y pensaba, ahora que esto me ha ocurrido es una gran complicación. Antes solo era el trabajo. Ahora es el trabajo y esta muchacha que yo amo. No debo pensar en esto ni tampoco preocuparme pero mi vida ha cambiado ahora.

[Es muy complicado tener a la María.] Debo tener [un] buen cuidado con ella. Ahora pensaba llevarla al Gaylords y dejarla allí en el hotel donde no conoce a nadie y donde podría tener lugar un bombardeo y no tiene documentos siquiera. Podría regresar y encontrarme con que la Policía se la ha llevado. No, primero debo conseguirle buenos documentos. Karkov me puede ayudar en eso. Después debo conseguirle ropa. La novia de Karkov puede ayudarme y enviaré a Petra para que vaya con ella a comprar lo que necesite. Petra la cuidará bien. Tal vez pueda vivir con Petra cuando yo esté lejos. No, eso no es práctico pero no quiero que ella esté en el Gaylords con esa gente. Tal vez podamos conseguir un apartamento. Seguro que podemos. Averiguaré todo acerca de eso. Algún lugar cerca del parque por donde está la feria del libro y ahora en la primavera podemos caminar por el parque con los castaños en flor. Puedo mostrarle todo Madrid. Asunto resuelto, pensó. La novia de Karkov me ayudará a vestirla a pesar de que se pondrá celosa. Pero lo haré. Todavía me quedan bastantes pesetas y vendrán más. Y la novia de Karkov tiene ropa bastante buena. Le conseguiremos buena ropa. Yo nunca reparé en la ropa de las mujeres excepto si les queda bien o no. Pero podemos conseguirle un traje y algunos buenos suéters. Aunque el traje hay que hacerlo a la medida. Hay excelentes suéters [aunque] todavía en Samarands en la Gran Vía. Chequear. Estará preciosa. ¿Con qué? pensó. Con cualquier cosa que le compre. No sé qué será. Cualquier cosa que ella quiera. También necesita zapatos. Tendrá que usar ropa interior. Medias. No te preocupes por eso. Ella lo solucionará todo con Petra mientras tú estás en el Gaylords. Podemos ir juntos al barbero. Por una vez pueden cortarle el pelo igual que el mío de manera que le quede parejo y después dejarlo crecer. Me pregunto cuánto tiempo demora en crecer el pelo de una muchacha. Ella tiene un hermoso, hermoso pelo. Será como la peluza del maíz tostado por el sol. Me gustaría que lo llevara por los hombros. Me pregunto cuánto demorará eso. Aunque ahora está hermosíma. Creo que yo no resistiría que ella fuera más hermosa. Pero lo va a ser. Todo el tiempo. Lo mejor que podemos hacer es también casarnos. Porque uno nunca sabe y la llevarás también a Missoula. Resultará simpático pero también bueno. Podrá botar la cuchilla de afeitar una vez que crucemos la frontera. Y debes conseguirle un camisón de dormir, y payamas y una bata de casa y zapatillas y un buen peine y cepillo y una maleta. No sigas, se dijo. Mejor que lo dejes ¿no crees? Tú y tu bella y joven esposa. Tú y todos tus problemas domésticos. Tú amando a alguien y entregándote a eso de manera que ahora conoces qué es estar enamorado y lo que María significa para ti. Bueno has pasado un rato agradable ¿verdad? Fue realmente agradable en Madrid ¿verdad? Tú y María y las otras pequeñas cosas que has olvidado. Eres fantástico, se dijo él mismo. De veras lo eres. ¿Cuál era tu gran problema? ¿Qué tiempo demoraría en crecerle el pelo? ¿No era eso mismo? Eso era lo que tenías en la cabeza. Eso era todo lo que te preocupaba. Eres bastante bueno, se dijo. De veras lo eres. Y si eso es todo lo que te preocupa me parece que mejor te hubieras ido a dormir. Tu bella y joven esposa ya está dormida. Porque muy pronto amanecerá. Y mira a ver si mañana por la mañana puedes recordar cuáles eran tus problemas de anoche.

El otro manuscrito conservado en Finca Vigía:

Epílogo

Era de noche (en la carretera) cuando Golz (regresó) en un carro militar [desde el desfiladero] bajó por la carretera [hacia] desde el desfiladero hacia El Escorial.

Alrededor del 14 de julio de 1940 Hemingway se debatía con la idea de agregar un epílogo a la novela en el que el general Golz y Karkov enjuiciaban el fracaso de la ofensiva de Segovia y comentaban la muerte de Jordan. Otro capítulo en esta suerte de epilogo o secciones finales sería el regreso de Andrés al campamento abandonado de la guerrilla de Pablo, una especie de anticlimax. Por consejos de Max Perkins, Hemingway no siguió adelante con el proyecto y dejó la novela en el momento en que Robert Jordan, con el pecho contra la hierba, espera que el teniente Berrendo, enmarcado en la mirilla de su fusil, se acerque a su campo de fuego.

El material primario de Por quién doblan las campanas conservado en Finca Vigía es reducido y disperso (Hemingway obsequió el borrador final a Gustavus Pfeiffer.) Fue escrito a mano en cuartillas de papel gaceta común. La caligrafía es lenta y tiende a inclinarse hacia el margen derecho.

Escribir a mano era su método favorito. Lo expresó así en la crónica «Diálogo con el Maestro»:

Es necesario elaborar minuciosamente lo que se escribe; eso se consigue con el uso del lápiz por ofrecer tres posibilidades de que el lector entienda lo que se quiere decir: primero, se puede ir corrigiendo cuando se da al escrito una lectura de principio a fin; segundo, al pasarlo a máquina se vuelve a corregir y, por último, se hacen las correspondientes correcciones en las pruebas. El escribir primeramente con lápiz mejora un 0,333 por ciento más que si no se emplea ese objeto; magnitud considerable que facilita la fluidez, claridad y sencillez.

Faltó que añadiera algunos componentes indispensables de su receta: el porcentaje de vivencias y el de disciplina a la hora de enfrentarse a la página en blanco, y la garrafa de vino o whisky para que la jornada concluya en forma.

60

«Solo dos linajes hay en el mundo, que

son el tener y el no tener.»

Una mujer de pueblo en El Quijote

Cuando hemincway decidió integrarse a la causa española, lo hizo de manera decisiva y con el objetivo preciso de que aquella guerra debía ser ganada. Fue un rompimiento: no era el mismo Hemingway de los años 20, solitario y decepcionado, que escribiera «El regreso del soldado» o el que posteriormente escribiera los capítulos finales de Adiós a las armas; Hemingway dejaba atrás las opiniones bastante manidas sobre la función del arte y del artista, vertidas en Las verdes colinas de África y Muerte en la tarde. Dejaba, además, la comodidad de su matrimonio con la adinerada Pauline Pfeiffer y de su casona en Key West y las poses de escritor consumado. A su hermano Leicester le diría que antes de la experiencia española no se había preocupado «por la manera cómo la vida discurría mientras él pudiese crear y producir». Si en alguna ocasión John Dos Passos, por sus actitudes izquierdistas, había sido objeto de las críticas hemingwayanas, la Guerra Civil Española cambiaría la situación radicalmente: Hemingway iría hacia las posiciones que abandonaba John Dos Passos. Si el fusilamiento de un profesor valenciano, José Robles, acusado de pasar información a los franquistas, sirvió de argumento para que Dos Passos desertara, Hemingway se sentiría irritado al considerar exagerado que «Dos colocara la vida de un hombre por encima de los intereses generales».

Al fin Hemingway contaba con algo semejante a una ideología y una bandera que defender. Aunque la ideología no estaba clara, matizada por sentimientos liberaloides o individualistas, la bandera representaba una causa: la España Republicana.

Desde luego, Hemingway va a variar su forma de pensar a lo largo de la guerra. Tendrá dudas y contradicciones, pero siempre, incluso en los momentos difíciles, se va a mantener firme en sus posiciones, aunque haya elementos de machismo y terquedad enraizados en su nueva conciencia política. Robert Jordan, el protagonista de Por quién doblan las campanas, es el exponente máximo de su estrategia ideológica: «Si vencemos aquí, venceremos en todas partes.»

En el otoño de 1937, Ernest Miller Hemingway, corresponsal de guerra acreditado por la agencia norteamericana NANA (North American Newspaper Alliance) se encontraba destacado en el sector este de Madrid, con su credencial de periodista, su pasaporte norteamericano, un revolver Magnum de cañón blindado (que no había declarado a las autoridades de aduana), una cuchilla de explorador, los bolsillos de su chaqueta llenos de cebollas crudas y la vieja cantimplora llena de cognac. La cuchilla era magnífica y se sentía tan orgulloso de ella que se la mostraba a todo el mundo; construida de acero solingen, tenia cachas de nácar. Se abría como las patas de una araña y contenía una tijera, un sacacorchos, un abrelatas y tres tipos de navaja. De su cantimplora que llevaba ajustada al cinto, bebían personas tan ilustres como Joris Ivens, Ilya Ehrenburg, André Malraux y Robert Capa. Las cebollas crudas las metía en cualquier bolsillo de su chaqueta de gamuza. En esto consistía su recurso contra el hambre: un trago largo de cognac y una mordida a una cebolla. Acostumbraba tener otras pertenencias en su chaqueta: el pasaporte, las credenciales, el dinero, la libreta de notas, la pluma de fuente y un par de lápices del número dos.

De estos objetos, el único que se conserva en Finca Vigía es su pasaporte, documento dramático, por medio del cual se puede seguir no solo la vida de Hemingway en España sino los vaivenes de la República Española. El pasaporte, de cubierta roja, tiene deshilachadas las tapas de tela. Es una experiencia singular seguir el curso de las actividades de Hemingway en las acuñaciones de entrada y de salida de las aduanas francesas y españolas. Se recuerdan sus descripciones de la crónica «Primeras imágenes de la guerra», cuando un avión militar lo llevó de Toulouse a Barcelona.

El avión aterrizó suavemente en la pista de hormigón y rodó hasta detenerse ante un pequeño edificio, donde, pasmados de frío tras haber cruzado los abruptos Pirineos cubiertos de nieve, nos calentamos las manos alrededor de un tazón de café con leche mientras tres guardias con chaquetillas de cuero y pistola estaban bromeando en el exterior del edificio. Allí supimos por qué Barcelona ofrecía aquel momentáneo aspecto desolado: un trimotor de bombardeo escoltado por dos cazas había bombardeado la ciudad hacía unos momentos...

Uno de las rasgos reveladores del pasaporte es que, a medida que se pasan sus páginas, el aspecto de las acuñaciones va degradándose. Si en los primeros visados había gomígrafos orlados, banderas desplegadas, escudos del país y una orgullosa inscripción de la república, sus últimas autorizaciones están escritas a lápiz, con letra rápida y poco oficiosa.

Los combatientes republicanos aprendieron pronto a reconocer a Hemingway por su estatura, por su vestimenta, por su complexión. Acostumbraba visitar las unidades con su chaqueta de gamuza, grandes botas de cazador, una boina vasca y espejuelos de montura metálica. Un tipo de mucha suerte, caminando tranquilamente bajo los bombardeos y brindando su cantimplora a los combatientes.

En Inglaterra, en junio de 1944, antes de partir en una misión de bombardeo.

Con Michel Pasteau y un explorador de la guerrilla francesa en Rambouillet, en agosto de 1944. El mapa de la casa Micheline que Hemingway sostiene en sus manos se ha conservado en Finca Vigía hasta nuestros días.

Sin duda, valiente, pero también un hombre experimentado. Hemingway conocía el silbido de los proyectiles de la casa Krupp. Sabía cuándo protegerse tirándose de cabeza en una trinchera. Años antes, su organismo había asimilado la fragmentación de una granada de artillería alemana. Junto con la cantimplora, dos medallas al valor y un pantalón desgarrado y manchado de sangre, Hemingway se llevó un centenar de esquirlas de metralla como souvenir de la guerra de 1914. Aún las tenia en sus piernas, y una rótula artificial, cuando llegó a Madrid.

Este corresponsal famoso que cobraba 500 dólares por cable y 1 000 por artículo, perseguía un objetivo nuevo, trascendental, algo superior a la cacería de fieras en África, a la captura de truchas y la caza de pájaros en el norte de Michigan, a la pesca de altura en la corriente del Golfo y a la afición por los toros. Se integraba a un grupo optimista, ilustrado y valiente: Ehrenburg, Malraux el legendario fotógrafo húngaro Robert Capa, los alemanes Gustav Regler, Hans Khale, Werner Heilbrun y Ludwig Renn, los soviéticos Roman Karmen y Misha Koltzov, y los generales Petrov, Walter y Lucasz, además de escritores cubanos como Carpentier, Guillén, Marinello, y otros latinoamericanos como el chileno Neruda, los españoles Alberti y María Teresa León, y compatriotas suyos como Langston Hughes y Paul Robeson. La guerra va a afirmar viejas amistades y a proporcionarle nuevas; amigos que afluyeron a Finca Vigía en el largo período posterior a esa guerra y a los que ayudará en la medida de sus posibilidades. (A la viuda pie Werner le cedió los derechos del guión de La tierra española; a Gustav Regler lo ayudó a salir de un campo de concentración francés y su novela, La gran cruzada, basada en la Guerra Civil Española, se publicó con un prólogo de Hemingway.)

El mapa Micheline con las anotaciones de Hemingway.

Es probable que, a ratos, la estancia de Hemingway en la asediada España tomara la apariencia de una excursión. Había enrolado en la aventura al torero Sidney Franklin, al poeta Evan Shipman y a sus antiguos amigos españoles, pero el escenario disipado y divertido de Fiesta se convirtió entonces en lugar de destrucción y muerte. Su primer viaje a España comenzó el 27 de febrero de 1937. Navegó en el París hasta Francia. Desde Toulouse voló a Barcelona, de allí a la costa este, a Valencia, Alicante, donde los leales estaban muy contentos por su victoria en Brihuega. Hemingway examinó el campo de batalla donde los italianos insepultos estaban despedazados por la artillería y las rocas. Este es el período en que Hemingway colabora en la producción del filme La tierra española, con el cineasta comunista holandés Joris Ivens y el camarógrafo John Ferno. Había participado anteriormente con Prudencio de Pereda, joven escritor español, en la preparación del documental Spain in Flames (España en llamas).

Hemingway estaba enrolado en la organización llamada Contemporary Historians, que incluía a Dos Passos, Lillian Heilman y Archibald MacLeish originalmente. Su objetivo era promover la causa del pueblo español y recolectar dinero para la república. Lillian Heilman, en su libro de memorias An Unfinished Woman, relata que MacLeish le pidió en 1937 que participara con Ivens y Hemingway en la realización de un documentai sobre la guerra. Quería contar con su experiencia como dramaturga en la confección del guión. Pero una neumonía la obligó a permanecer en París y no pudo trabajar en la filmación. Dice también que Hemingway se mostró satisfecho con la película. Hellman volvió a ver La tierra española a fines de los años 60, y siguió gustándole; en su opinión, Ernest y Joris lo hicieron bien: «Hemingway estaba mucho más calificado que yo para hacer ese filme.»

La realización de La tierra española y su trabajo como corresponsal de la NANA llevó a Hemingway a muchos lugares del frente. Pero regresaba siempre a Madrid, por lo que la habitación del Hotel Florida adquirió el carácter de santuario: suyo y de sus compañeros. Allí se reunía con la pandilla, trabajaba y se divertía. Landis describe así el servicio del Florida: «A los cubiertos del hotel Florida —el cuartel general de Hemingway, Herbert Matthews y Martha Gellhorn— todavía le sacaban brillo con esmero. La mantelería era magnífica, pero el menú, aunque se servía con verdadera elegancia, era inalterable. Una rebanada de pan, garbanzos cocinados en aceite de oliva y cebolla, a veces había lentejas o judías. Esto era lo que había en la carta. De haber postre, este consistía en una solitaria naranja. Ya no se servían licores en las mesas de mármol de los pequeños cafés al aire libre, ni tampoco en los cabarets, pero sabemos que Hemingway se las agenciaba para proveer una generosa despensa a sus visitantes.»

Hemingway gustaba de mostrar los proyectiles aún calientes (cuando no explotaban) que caían cerca; la habitación salía barata porque estaba sometida al fuego de las baterías fascistas emplazadas en la Sierra Garabitas.

Pero Ivens y Ferno no se quedaban atrás a la hora de correr riesgos. Incluso Hemingway le escribió a MacLeish que era probable que sus amigos perdieran el pellejo. Ivens, además de cineasta, actuaba todos los días como «un oficial de infantería regular»; se enfrentaron a los mayores riesgos y peligros cuando filmaron el ataque de los tanques y la infantería en Moratas de Ta juña y los bombardeos en Madrid. Juntos arrostraron ametrallamientos y desplomes, aunque también se divirtieron buscando bares y tabernas en medio de la guerra, «lugares limpios y bien iluminados», según decía Hemingway, en clara referencia al titulo de su cuento homónimo. En medio de estas conmociones, Hemingway preparó el texto completo de La tierra española.

En 1940, pensando retrospectivamente sobre aquella primavera, Ernest dijo: «El período de lucha, cuando creíamos que la república podía ganar, fue el más feliz de nuestras vidas.»

La tierra española fue exhibida a la familia Roosevelt el 8 de julio de 1937 en la Casa Blanca, gracias, se supone, a los buenos oficios de Martha Gellhorn. El estreno público fue en agosto de ese mismo año en Nueva York. El filme provocó una de las broncas que Hemingway tuvo con intelectuales a lo largo de su vida. En una proyección privada, Orson Welles y Hemingway se sentaron juntos. Orson Welles, que estaba destinado a ser el narrador del filme y por alguna razón no lo hizo, le dijo a Hemingway, injustamente, que el filme era una mierda. Se entraron a piñazos.

Hemingway había regresado a Estados Unidos en mayo de 1937. El 4 de junio pronunció en el Segundo Congreso de Escritores Norteamericanos, celebrado en el Carnegie Hall de Nueva York, el primer discurso formal de su vida, en el que habló sobre sus experiencias en España y «la misión del escritor en la época actual». Junto a él, en la tribuna, estaban Donald Ogden Stewart, presidente de la Liga de Escritores Norteamericanos, Earl Browder, secretario del Partido Comunista de Estados Unidos, y Joris Ivens; Archibald MacLeish era el maestro de ceremonias. El discurso de Hemingway, de siete minutos, fue ovacionado por los 3 500 asistentes y otros centenares de personas agolpadas en las puertas. El hecho de haber vencido su timidez para hablar en público y defender la teoría de que los escritores deben tomar parte activa en la defensa de la libertad y la democracia, muestra que ese momento marcó el punto culminante de su evolución política.

En medio de esta barabúnda, yendo y viniendo por los frentes de España y viajando a Estados Unidos, Hemingway estaba enredado en el experimento, que podemos calificar de literario-social, de Tener y no tener. De Nueva York se traslada a Key West, y de allí a Bimini. Corrige las pruebas de galera de Tener y no tener, que consideraba «en muchos aspectos la obra más importante que había escrito jamás», según le contó a Leicester. En el momento de su primer viaje a España, la novela estaba terminada. Era un texto mucho más largo que el publicado finalmente. Pero el autor regresó convertido en un ardiente defensor de la república; entonces eliminó una parte de la novela y cambió el final. En estas circunstancias escribió el parlamento de Harry Morgan, que devino el manifiesto de Hemingway: «Un hombre solo no puede... Un hombre solo, haga lo que haga, no puede conseguir nada.»

El libro se puso a la venta en el otoño de 1937 y la critica norteamericana vaciló ante esta obra y el contenido de sus 262 páginas (según la edición príncipe que se conserva en Finca Vigía). Los comentaristas dijeron que el estilo de Hemingway se había destruido al intentar incursionar en el campo social. Se dijo también que el título de la obra parodiaba el famoso monólogo shakesperiano. (Cervantes, algunos siglos antes que Hemingway, había dado ya con esta ecuación simple.) Pero el mundillo de los escritores le preocupaba poco a Hemingway en esos meses. Sólo, de modo casual, intercambió unos golpes con el crítico Max Eastman para saldar una vieja deuda literaria.

En el desempeño de su nueva actividad como agitador político, Hemingway, en compañía de Ivens, se traslada a Hollywood y participa en la campaña de recolección de fondos para la República Española que Frederick y Florence March auspician. Ivens lleva los rollos de La tierra española, bajo el brazo, y, Hemingway, las 15 hojas manuscritas de un segundo discurso.

Lillian Heilman recuerda aquellas colectas que se hicieron en Estados Unidos. Una vez, en casa de los esposos March, se recaudaron 13 000 dólares «para comprar ambulancias». Errol Flynn, el actor, se perdió a la hora de la colecta; dijo que iba al baño y nadie lo volvió a ver aquella noche. (Según Landis, el actor norteamericano Errol Flynn, que había viajado a España como simpatizante de la república, fue agraciado con una herida de bala mientras viajaba «en una especie de recorrido turístico» que estaba realizando allí. Se trataba de una visita a las trincheras que costaba 10 céntimos, pero que, al parecer, acarreaba ciertos riesgos. La noticia apareció en una edición de The New York Times de mayo de 1937.) Faltaban entonces unos 30 años para que se hiciese pública la noticia en Estados Unidos de que el liberalismo de Flynn era una pantalla para cubrir sus actividades como colaborador del nazifascismo.

Hemingway, mientras tanto, con su romanticismo habitual, trataba de convencer a sus amigos ricos para que financiaran el envío de material médico con destino a la República Española, pero muchos de ellos se resistían alegando que eso equivalía a colaborar con los comunistas.

Fue a mediados de 1937 cuando reunió los fondos para la compra de ambulancias, medicinas e instrumental, como presidente de la comisión de ambulancias de la asociación norteamericana Amigos de la Democracia Española. Una parte apreciable de los fondos los proporcionó él mismo. Logró conseguir 12 ambulancias completamente equipadas, pero fueron bloqueadas en el puerto de Nueva York por la American Neutrality Act que prohibía enviar cualquier clase de mercancías a España.

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La actividad de Hemingway en España se concentró en la XII Brigada, su grupo internacionalista preferido. Casi todos los autores reconocen este hecho, aunque Hemingway visitó otras unidades y se detuvo, por razones lógicas, en las posiciones que ocupaban los norteamericanos de la Brigada Abraham Lincoln.

La XII Brigada, donde pasaba la mayor parte del tiempo, estaba al mando de Paul Lucasz, que era el nombre de guerra de Mate Zalka, uno de los enviados de Stalin a participar en la guerra española. Baker afirma que esta brigada estaba formada «por un grupo políticamente muy heterogéneo, pero que resultaba un memorable conjunto de alegres camaradas». Entre ellos, el médico del Estado Mayor Werner Heilbrun, el escritor alemán Gustav Regler, que salió mal herido de la contienda, y, especialmente, «el general Lucasz, uno de los buenos amigos de Hemingway, y un hombre bueno y divertido en la fiesta del Primero de Mayo, donde tocó una melodía con un lápiz sostenido entre sus dientes». Un homenaje de Hemingway al general Lucasz puede encontrarse en su prefacio al libro de Regler The Great Crusade. Hugh Thomas, citando otro libro de Regler, Owl of Minerva, rememora el banquete que le ofreció Lucasz a Hemingway en la XII Brigada y dice que •constituyó un acontecimiento inolvidable, en el que el general húngaro Lucasz envió una invitación a todas las muchachas del pueblo inmediato para que acudieran al banquete que ofreció en aquella ocasión».

En el grupo se encontraba el médico José Luis Herrera Sotolongo, quien años más tarde deviniera médico personal de Hemingway. Él rememora su encuentro con Hemingway, y el primer contacto del escritor con la XII Brigada:

Yo lo conocí por lo siguiente: después de haber terminado las operaciones del frente de Madrid, en el 37, nos concentramos en un área al oeste de la capital con vista a reponernos; como habíamos estado en combates sucesivos desde noviembre del 36 en la Casa de Campo, el Pardo, Las Rozas y Villanueva del Pardillo, habíamos sufrido muchas bajas.

La XII Brigada Internacional había llevado el peso de estos combates. En los últimos días de diciembre habíamos realizado con éxito una ofensiva corta sobre Brihuega. En Brihuega dejamos las fuerzas del IV Cuerpo y volvimos a Madrid. Pero en los últimos combates que tuvimos, en Madrid y Las Rozas, la brigada quedó en unas condiciones bastante deplorables en lo que se refería a personal y equipo. Entonces nos dan un refuerzo en el este de Madrid, en un pueble que se llamaba Moratas de Tajuña; allí teníamos uno de los batallones, el otro estaba en Perales. En fin, estábamos dispersos, pues nunca una brigada se concentra en un solo sitio para descansar. Estando allá una tarde llega el jefe de sanidad de la brigada, que era el alemán Werner Heilbrun y me dice: «Usted que es el oficial mejor vestido, vaya a Madrid para recoger a una periodista americana que quiere venir a estar unos días con nosotros para hacer un reportaje. En el Hotel Florida de Madrid te va a esperar mi esposa, Matilde.» Efectivamente, cuando llegué allí estaba la esposa de Werner con una americana que resultó ser Martha Gellhorn, que luego fue esposa de Ernesto. Montamos en la máquina y partimos de regreso. En Moratas nos alojamos en el hospital. El hospital de la XII Brigada era una especie de hotel para turistas.

Con el coronel Buck Lanham en la línea Sigfrido, en septiembre de 1944.

Ernesto, en aquella época, estaba enamorado de Martha. Él había ido al frente del sur de Madrid, por la parte de Getafa y esa zona, y cuando regresa al hotel no está Martha allí y pregunta: «¿Dónde está Martha?» «Vinieron a buscarla y está en la XII Brigada», le respondieron, y al día siguiente él se presentó en la XII Brigada. Martha se quedó unos días allá y Hemingway la acompañó, y parece que le gustó la XII Brigada, pues siguió siendo su punto de reunión. La mayor parte del tiempo se la pasaba viviendo con nosotros y de ahí salía a hacer sus trabajos. Fue nuestro huésped durante un tiempo largo. Así pues, la primera visita que él nos hizo fue en las primeras semanas del año 37, cuando nosotros estábamos en Moratas de Tajuña. Después Hemingway pasa con nosotros todo el tiempo que dura la ofensiva del Jarama, casi un mes. Entonces hay un lapso de tiempo cuando él se marcha a otros frentes y nosotros hacemos la operación de Guadalajara, contra los italianos. No estaba allí. Llega a última hora. Cuando él ve que es una ofensiva de una trascendencia grande, de inmediato nos alcanza y llega precisamente cuando nosotros habíamos desmontado un hospital en un palacio... Cuando él llega ya nos habíamos marchado de allí y él hace unas fotografías del palacio, que las tiene en la finca.

En la línea Sigirido o «muralla del oeste», inspeccionando un cañón antitanque alemán, de 88 milímetros, destruido y abandonado. Septiembre de 1944.

Así que nos siguió a donde nosotros fuimos a descansar en Moraleja. Casi todo el tiempo estuvimos alojados en una finca. Hacíamos partidos de fútbol allí. Después Ernesto se volvió a marchar. Y nosotros volvimos de Aragón e hicimos la operación sobre Huesca, que fue cuando mataron al general Lucasz. Cuando regresamos de Madrid, otra vez establecimos el contacto. En aquella época Ernesto de nuevo convivió con la XII Brigada; después ya nos separamos casi definitivamente porque la XII Brigada se había transformado en división y nos fuimos para el frente... Estuvimos separados mucho tiempo pero coincidimos cuando la ofensiva y la toma de Teruel. Él se aparecía siempre en las operaciones más importantes y otra vez volvimos a estar juntos, pero por pocos días, pues él se trasladó para otro frente y entonces ya perdimos el contacto hasta que lo establecimos otra vez cuando yo vine a Cuba.

Herrera se ríe cuando recuerda «las cosas de Ernesto». Por ejemplo, había un oficial de procedencia eslava; no recuerda el país, pero sí su nombre: Makakos. Hemingway utilizaba este nombre con frecuencia para lanzar una de las variantes de su blasfemia favorita: «¡Makako en Dios!» En el frente todo era susceptive de convertirse en una broma y aliviar, aunque fuera fugazmente, la tensión reinante. Makakos era uno de los oficiales de la Brigada Dombrowski que murió en el Puente de Arganda.

Herrera Sotolongo recuerda muy bien otra de las anécdotas, porque él fue «ejecutor» y Ernest, «el ejecutado». Ocurrió durante el descanso que tuvo la XII Brigada después de la batalla de Guadalajara. El Estado Mayor y parte de la oficialidad «reposaba» en La Moraleja, en el palacio de una duquesa, la viuda de Aldama, en las afueras de Madrid. El lugar había adquirido cierta reputación tétrica debido a que allí se habían realizado muchos fusilamientos de fascistas. Pero en determinado momento comenzó a ser utilizado para recepciones oficiales, ya que su vajilla y muebles se conservaban en buen estado. La ofensiva de Guadalajara había terminado y había ascenso de oficiales —el médico Herrera Sotolongo entre ellos, ascendido a capitán—. Era una noche de recepción con la asistencia de Paul Robeson, el cantante. Pero Hemingway bebe más de la cuenta, se emborracha y se duerme. A alguien se le ocurre llevarlo al quirófano de campaña. En efecto, lo acuestan y amarran en la camilla. Todos se ponen las batas blancas y las mascarillas. Hemingway se despierta. Al verse amarrado, comienza a dar los mayores alaridos que se recuerden... tanto, que los bromistas deciden liberarlo de las amarras. El juego queda al descubierto. Hemingway se disculpa: «Creía que había caído en manos de los fascistas y que me iban a torturar.» Lo que más ha gritado, desde luego, es: «Me cago en Dios», e «Hijos de puta, mátenme.» En perfecto español.

La experiencia ha tenido un final risueño. En los días restantes la gente se dedica a vagabundear. Hemingway los acompaña. En cierta ocasión deciden fusilar un disco: lo sacan del gramófono y parece que tiene los minutos contados. Es uno de los pocos discos pertenecientes a la viuda de Aldama que les ha gustado, pero como lo han puesto tantas veces ya aburre y esto provoca su condena a muerte. Es El bolero de Ravel. Lanzan la placa al aire y le entran a pedradas. Ninguno hace blanco aunque se acepta que Hemingway lanzó la piedra más cercana. Pero él hace gala de modestia y dice que tiene la práctica del tiro de pichones. Sin embargo, un alma generosa propone que se le conmute la pena al disco porque ha sobrevivido el fusilamiento. Todos aprueban. El bolero de Ravel vuelve a la colección de la duquesa.

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Hemingway en Moscú

En finca vicia, aparte del pasaporte rojo que Hemingway utilizó en la guerra de España, se conservan unas 200 fotografías tamaño postal, tomadas durante la filmación de La tierra española; también hay una colección de fotos debidas a la cámara de Robert Capa. Hay otras, de Lucasz y su. Estado Mayor, y otras de Hemingway con Ludwig Renn; rostros y gente que ya han desaparecido. En cierta ocasión, estas fotografías fueron revisadas por Herrera Sotolongo, «Ummmm... el Estado Mayor de Lucasz...» Se detuvo en una foto en que aparecía un personaje pequeño al lado de Hemingway, en un camino. Herrera dijo: «Este era Aliosha, el ayudante de Lucasz.»

Cuarenta años después de tomada aquella fotografía, el 15 de diciembre de 1976, con 12 grados bajo cero, un hombre pequeño, de carnes duras, enérgico, de 71 años de edad, abrió la puerta de su apartamento moscovita a Norberto Fuentes. La cita se había concertado a través de un tercer amigo, Yuri Greding.

De inicio hubo dos cosas agradables en ese encuentro con el personaje pequeño de la fotografía: Alexis Eisner recibió la carta y el saludo que le enviaba Herrera Sotolongo, su antiguo camarada. Eisner se mostró visiblemente conmovido al enseñársele la fotografía en la cual aparece junto a Hemingway, una reproducción de la que se conserva en el Museo Hemingway.

Diario de la Marina, La Habana, 25 de marzo de 1945: «El famoso novelista Ernest Hemingway, corresponsal en los campos de batalla de Francia durante algún tiempo, acaba de llegar a La Habana en el clíper de la Pan American World Airways. El novelista permanecerá una temporada entre nosotros.» (PAA)

«De Ernest Hemingway solo había leído Fiesta», dice Alexis Eisner. «Me percaté de que era un hombre de genio, pero solo de genio literario.» Cuando Mijail Koltzov, o quizás Herrera Sotolongo. no recuerda bien, lo llevó al Estado Mayor de la XII Brigada, a principios de enero o febrero de 1937, Alexis era ayudante de Lucasz. Cuando los presentaron, «Lucasz se volvió como loco porque él había leído Adiós a las armas.» Ya Hemingway tenía una posición especial como visitante dentro de la brigada. «Pero para mí fue solo uno de los camaradas. Parecía un deportista viejo. Una cara redonda, ojos pequeños. Lentes sencillos. Aunque traía buena ropa americana, se le veía manchado todo el tiempo. Allá había la costumbre de ensuciar las gabardinas. Toda la ropa parecía vieja y usada. En el bolsillo del pecho siempre tenía whisky. Tomaba mucho y bien, y esto era algo que me agradaba. El Estado Mayor de la brigada era muy hospitalario. Alimentaba a todos los que iban allí. A Hemingway le daban gasolina para su carro. Lucasz hablaba húngaro, ruso y alemán. Ernest Hemingway hablaba inglés, francés, italiano y español. Yo traducía del francés al ruso. Lucasz se molestaba mucho porque solo había leído Adiós a las armas

A Alexis lo asombraba que «Ernest Hemingway no se comportara como un escritor». Jamás hablaba de literatura ni de arte. Y se sentía incómodo cuando le hablaban de literatura. «Ese grandote se ponía rojo en la cara cuando alguien le decía que había leído su libro. Se enojaba. No era tema para hablar en el frente. Su reacción en estos casos era extraña, aunque dentro de su alma sabía que era una ocupación muy seria.» Alexis lo entendió después. En aquel momento se dio cuenta de que había visto a una persona que conocía la guerra y se comportaba entre ellos como un soldado más.

Según Alexis, Hemingway no tenía permiso para ir al frente. Fue su colaboración con Ivens y Ferno en el filme La tierra española lo que le permitió ir a las trincheras. Cargaba las cámaras y trabajaba como un mozo. Podía ir adondequiera que fueran ellos. «No escribió sobre eso», dice Alexis. «Se sentía muy bien en nuestro Estado Mayor. Se puede explicar su amistad con Regler y Heilbrun, y su interés hacia Lucasz: le interesaba el escritor que actúa.»

Pero Lucasz no llegó a ser un buen escritor, afirma Alexis. «La vida no se lo permitió.» Olvidaba el húngaro. Y escribía en húngaro. Él mismo traducía al ruso. «Mal ruso.», dice Alexis. Hemingway mirajba a Lucasz con interés, y todos en nuestro Estado Mayor querían a Hemingway. Menos Randolfo Pacciardi. Era un italiano republicano, capitán, casi un anarquista y bastante nacionalista. No le perdonaba a Hemingway sus pasajes sobre Caporetto». Después de la navidad de 1936 − 1937 organizaron un banquete por la primera victoria del ejército republicano. Había ocupado tres aldeas franquistas: Almadrones, Alcora y Mirabuena. El héroe de la jornada había sido Pacciardi, que capturó la casa donde estaba el comandante del batallón franquista. Y su caballo y su mujer. «Mujer joven, y como Pacciardi era un caballero la llevó a Madrid en su coche.» Pero un obús alcanzó el coche y solo Pacciardi quedó vivo.

«Ernest Hemingway fue con Martha Gellhorn al banquete. Cuando Pacciardi vio a Martha, le dijo a Albino Marbin, otro combatiente italiano: “Siéntate al lado del americano y entretenlo.” Pacciardi era muy guapo. Enamoró a Martha. Y Martha quiso retirarse. Ernest Hemingway quería quedarse. Pacciardi dijo: “Le ofrezco mi coche.” Él mismo la llevó hasta Madrid, distante a unos 50 km. Regresó dos horas después. Ernest Hemingway seguía en su borrachera. Pacciardi nos confesó luego: “No conseguí nada.” Claro, en A través del río y entre los árboles, Hemingway golpea a Pacciardi con su sarcasmo. No olvidó el Caporetto de su mujer A lo mejor pensó que sí había sucedido algo con Martha.» Alexis se cuestiona ahora: «¿Las mujeres dejaban a Hemingway como a Pushkin? ¡Quién sabe!»

El párrafo sobre Pacciardi en A través del río y entre los árboles:

Siempre se gastaban bromas sobre esto, porque el honorable Pacciardi era ministro de defensa en la república italiana. Pacciardi tenía la misma edad del coronel y había combatido muy bien en la Primera Guerra Mundial, así como durante la Guerra Civil Española como comandante de batallón; allí conoció al coronel, que estaba en calidad de observador. La seriedad con que el honorable Pacciardi se hizo cargo del puesto de ministro de defensa de un país indefendible, era un vínculo entre el barman y el coronel. Ambos eran hombres muy prácticos y la visión del honorable Pacciardi defendiendo a la república italiana estimulaba sus mentes.

«La última vez que Hemingway y yo nos vimos —cuenta Alexis—, ya habíamos enterrado a Lucasz. Yo tenía 10 días de vacaciones. Iba caminando por una calle de Valencia. Hemingway venía en dirección contraria. Nos abrazamos. Los españoles no se besan. “La muerte de Lucasz fue una desgracia”, dijo Ernest. Lo describió como un héroe y dijo una frase que nunca he olvidado: “La muerte está mal organizada en la guerra.” Le pregunté sobre sus proyectos y me contestó: “Regreso a América, pero no sé si vuelva a España.” Después regresó, sin embargo.»

«Es muy triste cuando dos combatientes se despiden. Tenía sus dos manos en los bolsillos de la chaqueta y movía un pie. “Ven a verme. Estoy casado con una millonaria; tengo una casa en la Florida”, me dijo. Sacó la libreta de cheques de su bolsillo y me extendió uno. Estaba dirigido al Banco Francés de París. Estampó la fecha y su firma pero no puso cantidad para que fuera yo el que lo hiciera. En el reverso puso su dirección en la Florida. Guardó la chequera en el bolsillo. Nos abrazamos otra vez, y “Adiós, amigo. Buena suerte.” Todo eso fue muy triste.»

Fue el último encuentro con Hemingway, y más vale que no lo hubiese tenido. Hemingway le había firmado un cheque en blanco por si Alexis lo necesitaba. Eso quería decir, entre otras cosas, que los dos reconocían que estaban en el bando que había perdido la guerra. Hemingway lo invitó a que lo visitara en Nueva York o Key West. Para fortuna de Eisner, los agentes de Beria no supieron esto último.

Alexis regresó a la URSS en enero de 1940, unos meses después de que comenzara la guerra mundial. Un poco más tarde, en abril, le practicaron un registro y le encontraron el cheque en blanco firmado por Ernest Hemingway, UN CHEQUE EN BLANCO, FIRMADO POR UN EXTRANJERO, y lo mandaron para Siberia, donde pasó 25 años. Fue rehabilitado en agosto de 1956. Cuando regresó a Moscú era un hombre mayor aunque no un anciano. A los 57 años se buscó una mujer, Inés, de nombre español, 26 años más joven que él, se casó y tuvo un hijo, Dimitri. Después se puso a escribir. Tiene ahora un libro de memorias de guerra, publicado en Moscú en 1968.

Alexis Eisner narra su primer encuentro con Lucasz. Su lenguaje es duro, militar; en su relato aparece, entre otros, uno de los personajes más atacados por Hemingway: el francés André Marty. Fue la época en que se constituyeron las Brigadas XI y XII (en realidad la primera y la segunda). Se organizaron con una diferencia de tiempo corta: la XI el 5 de noviembre de 1936 («la mayoría de ellos —según la descripción de Hemingway— eran comunistas» y «algo serios como para pasar mucho tiempo en su compañía») y la XII el 10 de noviembre. La XII estaba integrada en su mayoría por italianos antifascistas que propusieron que su brigada se llamara Garibaldi. El 13 de noviembre fue su primera batalla. Alexis había sido nombrado jefe de una sección de 13 fusileros armados con máusers españoles, sistema alemán. Cuenta Eisner:

Nadie se movió de su sitio, en el patio del cuartel de Albacete, cuando André Marty dijo que iban inmediatamente al combate, sin pasar siquiera instrucción. «¡Es lo que esperaba de vosotros!», exclamó Marty. Se irguió llevándose el puño a la boina. «Desde este momento, cada uno de vosotros se ha investido voluntariamente la pesada armadura de la disciplina militar. Encargado de mantenerla —y con la mano firme— es el jefe de vuestra brigada. Como tal ha sido nombrado el revolucionario húngaro, general Paul Lucasz.»

Del grupo que había a su espalda se destacó un hombre robusto, de estatura mediana, muy bien vestido, incluso con elegancia. Llevaba traje de cazador, cuidadosamente planchado, botas de tipo deportivo y no le faltaba más que el sombrero tirolés con plumilla para tener completo parecido con un terrateniente austriaco en plan de ir a cazar faisanes. A pesar de su dandismo, el revolucionario húngaro suscitaba respeto: no era frecuente ver a un revolucionario entre los generales ni a un general entre los revolucionarios.

Consideraba un gran honor el haber sido nombrado jefe de la II Brigada Internacional, que en el ejército español sería la XII Brigada. La formaban por el momento: el primer batallón Thäelmann, creado sobre la base de la sólida centuria, que ya se había hecho famosa con este querido nombre —además de tres compañías alemanas, integraban este batallón una balcánica y otra polaca— ; el segundo batallón, italiano, había tomado el nombre de Giuseppe Garibaldi; el tercero, franco-belga, había pedido ser llamado con el nombre de la eminente personalidad del movimiento obrero francés e internacional: André Marty. En los próximos días se nos uniría una batería artillera y un escuadrón de caballería que se estaba formando...

«Ha sido nombrado comisario de vuestra brigada, Luigi Longo [este combatiente, apodado el Gallo, sería años después presidente del Partido Comunista Italiano], miembro del Comité Central de la Unión de Juventudes Comunistas de Italia», anunció André Marty.

Por detrás de su hombro se destacó un joven moreno, muy delgado, incluso no delgado, sino estrecho, con rostro de mártir, sin afeitar, pálido y de aspecto enfermizo; sobre su ancha frente surgía un pelo rebelde peinado hacia atrás; tenía los ojos tan hundidos que no se veían más que las cuencas negras. A pesar del uniforme azul oscuro —como el de Marty— y del correaje, la combinación de la delgadez ascética con una cara concentradamente seria hacía al comisario de la brigada muy parecido a un abad que hubiera colgado los hábitos.

Cuando Mate Zalka murió, preparaba una ofensiva sobre Huesca. La XII Brigada, bajo su mando, había combatido en Majadahonda en enero de 1937, y en el Jarama, en febrero, había defendido el puente de Arganda y el de Pindoque: en marzo había participado en la batalla de Guadalajara.

La muerte de Lucasz y de Werner Heilbrun en la ofensiva de Huesca cerró una etapa de las actividades de Hemingway en España, aunque él se encontrara lejos en ese momento. Lucasz murió cerca de Aragón, sorprendido por un bombardeo. La carretera estaba tapiada en algunos tramos para enmascarar los movimientos, pero los fascistas disparaban sobre ella y acertaron de casualidad en el automóvil de Lucasz, un Ford del 36. El destacado militar murió el 11 de junio de 1937. Herrera Sotolongo firmó el certificado de defunción y embalsamó el cadáver. Fue enterrado en Valencia tres días después. Un telegrama de condolencia de Stalin fue la nota de esplendor máximo en las pompas fúnebres una muestra de la estima en que se le tenía. Alguien dijo en e cementerio que había sido el segundo de Budionni en la Caballería Roja.

Martha Gellhorn es retratada en Londres por Lee Miller. (Vogue)

Aquella carretera «estaba maldita». Unos días antes, el chofer de Werner Heilbrun había encontrado la muerte en circunstancias semejantes, esta vez debido a un ataque de la aviación. La anécdota llamó la atención de Hemingway cuando Alexis se la contó La bala de grueso calibre del avión alemán le había abierto la garganta al chofer y casi cercenado la cabeza; la muerte había sido instantánea, pero, en lo que sería un movimiento reflejo, quitó la velocidad, embragó y frenó el carro.

Otro episodio está relacionado con la muerte de Buenaventura Durruti, el líder anarquista, en el Puente de los Franceses. Fue Alexis quien le llevó la noticia a Lucasz, que estaba reunido con Kleber y unos asesores soviéticos en esos momentos. Dice Alexis que Lucasz palideció, que nunca le había visto una expresión semejante, entre extrañeza, estupor e indignación. Había ocurrido algo que estaba fuera de sus cálculos. El comentario hecho por Hemingway, en su último encuentro con Alexis, fue semejante al que apareció luego en la novela: «Durruti era un buen hombre y lo asesinaron. Eso ocurre con frecuencia. Era quizás demasiado impetuoso y sentía la necesidad de atacar, y no permanecer a la defensiva.»

Tras la muerte de Lucasz, la XII Brigada combatió en Brunete y Belchite; en 1938, en el frente de Aragón, hizo un intento desesperado por defender a Caspe; sus hombres cruzaron el Ebro más tarde. Allí, en la Sierra de Caballas, llegó la noticia de que el gobierno de la República Española había acordado el relevo y la repatriación de las brigadas internacionales.

Desavenencias matrimoniales con Martha a bordo del Tin Kid, el bote auxiliar del Pilar.

La novela El general Lucasz, del soviético Mijail Tijomirov, presenta a Hemingway como personaje en el capítulo introductorio, un recurso que, sin duda, le garantiza popularidad a la obra. Mijail Koltzov y Hemingway se dirigen al Estado Mayor de Lucasz, y tienen diálogos increíbles. «¡Es sorprendente!», exclama Koltzov en este relato. «En la Brigada Internacional de Lucasz hay hombres de 12 lenguas ¡y todos se entienden!» Hemingway replica: «¡Después de la guerra, el general Lucasz podrá terminar de construir la torre de Babel!» Llegan donde se encuentra Lucasz, que los invita a comer shashlik, pequeños trozos de carne asada ensartados en varillas de metal. Lucasz le dice a Hemingway: «Creo que hemos peleado en el mismo frente durante la guerra mundial, ¿no? Usted, al lado de Italia, y yo, en el ejército austro-húngaro. Pero hemos madurado y ahora comprendemos mejor qué es la guerra.» Hablan del hotel Florida, y Lucasz invita a su ayudante a que coma un poco de carne. El autor lo describe como un militar «joven» y lo llama Sasha, un diminutivo de Alexis. Otro personaje de esta novela es un oficial de enlace llamado Vajmetiev, un antiguo ruso blanco, que puede ser un trasunto de la historia del mismo Eisner, quien era hijo de rusos blancos emigrados.

Eisner surge, aunque como personaje secundario, en las páginas de otro libro soviético. Roman Karmen, el cineasta, habla de él en uno de los episodios sobre España de su libro de memorias ¡No pasarán! La circunstancia es auténtica y no novelesca, y Karmen lo menciona como Liosha o Aliosha, otro diminutivo de Alexis. Hemingway e Ivens aparecen en el mismo episodio.

Una de las fotos de Martha conservadas por Hemingway en Finca Vigía.

Alexis Eisner recuerda ahora que Lucasz lo nombró su ayudante porque tenía el mismo nombre del protagonista de Doberdo, la novela de Mate Zalka: Aliosha. Lucasz espaciaba la pronunciación: A-lio-sha. Alexis Eisner recuerda que en una noche muy oscura Lucasz y varios de sus oficiales se tiraron a dormir en un lugar próximo al frente; el único desvelado era Alexis y le vino a la memoria cierto episodio de la novela Chapaev y se dijo: «No voy a dormir. Estos oficiales soviéticos no podrán ser sorprendidos por el enemigo.»

Lucasz, según otro recuerdo de Alexis, se enfureció en cierta ocasión con Mijail Koltzov, el corresponsal de Pravda. Había estado buscándolo para charlar un rato y el periodista andaba metido en un tanque que iba al combate. Alexis, de improviso, recuerda también que Lucasz le dijo a Hemingway en una noche de preparación artillera: «Agáchese cuando oiga un balazo. Eso no le resta dignidad.»

«Durruti era un tipo decente, pero su gente lo mató en el Puente de los Franceses. Lo mataron porque quería obligarlos a atacar», se indigna el protagonista de Por quién doblan las campanas. En la anotación correspondiente al 21 de noviembre del Diario Español, de Mijail Koltzov, este es menos categórico que Hemingway. Koltzov conjetura: «.. una bala perdida, o, tal vez, una bala dirigida por alguien, lo había herido de muerte al bajar del coche delante de su puesto de mando. Apena hondamente lo ocurrido a Durruti». El Diario Español apareció dos años después de la guerra, mientras que la noticia en Pravda, firmada por el mismo Koltzov bajo el título «Asesinato de Durruti», dice: «Al bajar del coche delante de su puesto en un arrabal de Madrid, Buenaventura Durruti, relevante figura del movimiento anarcosindicalista, fue alcanzado en el pecho por la bala de un asesino desconocido. La herida ha causado su muerte.»

Mijail Koltzov, el corresponsal de Pravda que Hemingway convirtió en el Karkov de Por quién doblan las campanas era, según Alexei, «un hombre muy difícil». Lo describe como «un tipo muy listo; realista y sarcástico hasta el punto de parecer cínico. Un sincero stalinista, pero no dogmático». Y añade: «Yo no era el tipo para estar con él. Me parecía tan inteligente y valeroso. Cuando yo residía en París, lo admiraba y le tenía un afecto enorme. Pero, ¿acaso Koltzov podía sentir lo mismo por mí?... Pronunciaba el español con mucha dificultad. Él y Hemingway intimaron bastante.»

Koltzov había alcanzado la fama a través de Pravda, donde comenzó a publicar sus trabajos a finales de 1919. Se convirtió en colaborador permanente de este periódico en 1922 y llegó a formar parte de su consejo de redacción. Escribía crónicas, reseñas, artículos y folletines satíricos. Lo hacia invariablemente en primera persona, y acostumbraba remitirse cartas a sí mismo para hacer críticas. Es probable, y hasta cierto punto comprensible, que no surgiera una gran amistad con Alexis Eisner, dadas las grandes diferencias de carácter entre ellos. Alexis recuerda que Koltzov lo pinchaba de modo especial cuando lo iba a buscar al Estado Mayor y le decía: «¡Aliosha, vamos a ver una película marxista!» Alexis afirma con amargura que no comprende cómo Koltzov no se dio cuenta de lo que significaba el stalinismo.

Hemingway y Adriana Ivancich, el modelo en que se basó el escritor para crear la Renata de A través del río y entre los árboles. Probablemente Cortina d’Ampezzo, en 1950.

Pero era un tipo dinámico y es natural que hiciera buenas migas con Hemingway. Una vez le explicó al norteamericano que él dictaba sus trabajos a las mecanógrafas y luego los corregía. Les decía: «Ustedes no siguen trabajando después.»

En 1917, al ser derrocado el zar, Koltzov se entregó al movimiento revolucionario. En su relato «Febrero-marzo», publicado en 1920, cuenta cómo participó en la detención de un ministro zarista. Trabajó en el Comisariado de Instrucción Pública dirigido por Lunacharski. Se ocupó de la crónica cinematográfica y, al frente de un grupo de operadores de cine, «aparecía en todas partes». En 1918 se trasladó a Moscú con el gobierno. Hizo un viaje a Kiev en representación del Comité de Cinematografía. Allí lo sorprendieron las fuerzas nacionalistas de Petliura y pasó a la clandestinidad. Se incorporó como voluntario al Ejército Rojo y fue miembro de la dirección política. Trabajó en el Comisariado de Relaciones Exteriores. Participó en el asalto a Kronstadt en febrero de 1921. Fue el primer periodista soviético que recorrió Europa y Asia. Voló en los primeros aviones soviéticos. Viajó por toda la URSS visitando fábricas, escuelas, koljoses y sovjoses. Por iniciativa suya se fundó en 1923 la primera revista ilustrada soviética para el gran público, Ogoniok (la llamita) y la revista satírica Chudak (El extravagante), fusionada más tarde con Krokodil, que sigue publicándose. Organizó y dirigió el primer periódico vespertino de la capital soviética, Trudavaia Kopeika (El kopek del trabajador).

Mijail Koltzov nació en una familia de artesanos en Kiev el 12 de junio de 1898. En 1936 llegó a España como corresponsal de Pravda. En 1938 regresó a Moscú. Fue detenido en diciembre de 1938. Murió en marzo de 1942. Su nombre fue rehabilitado en 1954. Su hermano, Boris Efimov, famoso caricaturista soviético, dijo sobre la detención de Koltzov:»En aquel momento lo alcanzó la vil mano de los enmascarados enemigos del pueblo.» Koltzov era uno de los editores de Pravda cuando los oficiales de la policía política de Beria fueron a detenerlo. Koltzov, airado, tomó un teléfono de arriba de su despacho y dijo: «Voy a llamar a Stalin.» Uno de los oficiales se encogió de hombros y respondió: «Puede hacerlo si quiere. Pero él está al corriente de esto.» Koltzov escuchó resignado, dejó el teléfono en su lugar y salió con los policías.

La guerra española había significado para Hemingway la más prolongada e intensa relación con militares y periodistas soviéticos y con comunistas europeos. Fue amigo de Lister, Lucasz, Swierczewski y especialmente del enigmático Mijail Koltzov. Hemingway describe al Karkov de Por quién doblan las campanas como el tercer hombre en importancia situado por Stalin en España. Hemingway le confiere tanta significación que uno de los últimos pensamientos de Robert Jordan, su protagonista y alter ego en este libro, está dedicado a Karkov. Le hubiese gustado que Karkov observara cómo él iba a morir. Acepta con franqueza que Karkov ha sido su maestro. En todos los grandes momentos políticos de Por quién doblan las campanas se puede descubrir la presencia de Mijail Koltzov y su influencia sobre Hemingway. Aparece cada vez que a Robert Jordán se le presenta un momento de duda o cuando su conciencia enjuicia moralmente alguna situación. Pese a sus vacilaciones y recelos, las conclusiones de Robert Jordan son positivas. Forman parte de la educación que recibe de este duro y capaz cuadro profesional.

Robert Jordan piensa:

El mundo es hermoso y vale la pena luchar por él, y siento mucho tener que dejarlo. Has tenido mucha suerte —se dijo a sí mismo— por haber llevado una vida tan buena. Has llevado una vida tan buena como la del abuelo [un soldado de la Guerra de Secesión], aunque no haya sido tan larga.

Has llevado una vida tan buena como pueda ser la vida, gracias a estos últimos días. No vas a quejarte ahora, cuando has tenido semejante suerte. Pero me gustaría que hubiese un modo de transmitir lo que he aprendido. Cristo, cómo estaba aprendiendo estos últimos días. Me gustaría hablar con Karkov. Eso sería en Madrid. Ahí, detrás de esas colinas y atravesando el llano...

En Por quién doblan las campanas surge de nuevo el tema de la pérdida de la inocencia, como en los cuentos de la serie de Nick Adams, pero ahora su alter ego es un adulto y las enseñanzas que adquiere son políticas. A veces estas resultan muy duras de asimilar, como el episodio en que Karkov convence a Robert Jordan de la necesidad, llegado el caso, de sacrificar a sus propios compatriotas heridos para evitar que caigan vivos en manos del enemigo y puedan ser utilizados para justificar una mayor intervención por parte de las potencias fascistas (finalmente, el propio Jordan tiene que dar muerte a un compañero suyo). El aprendizaje y la transmisión de la experiencia se había convertido en un punto cardinal de la novela, pero es natural que este sea el objetivo de un escritor moralista.

En Finca Vigía, después de la guerra, Koltzov va a ser como un fantasma omnipresente. Va a estar en las conversaciones con Herrera Sotolongo y con los veteranos de la guerra que visitan a Hemingway en su casa. Cuando Herbert Matthews, de The New York Times, viene a Cuba para entrevistar a Fidel Castro, que está alzado en la Sierra Maestra, el periodista pasa algunas noches con Hemingway en Finca Vigía; cenan, hablan, Matthews cuenta sus planes antes de partir para la sierra o narra al regreso lo que ha visto. Es inevitable la evocación de la campaña española. Son dos grandes del periodismo de este siglo, y recuerdan al antiguo amigo Koltzov y brindan por él. Hemingway nunca supo cuál fue el destino del soviético. Así lo describe en Por quién doblan las campanas:

Karkov era el hombre más inteligente que había conocido. Calzaba botas negras de montar, pantalón gris y chaqueta gris también. Tenía las manos y los pies pequeños y un rostro y un cuerpo delicados, y una manera de hablar que rociaba de saliva a uno, porque tenia la mitad de los dientes estropeados. A Robert Jordan se le antojó un tipo cómico cuando lo vio por vez primera. Pero descubrió enseguida que tenía más talento y más dignidad interior, más insolencia y más humor que cualquier otro hombre que hubiera conocido.

63

Alexis eisner dibuja un croquis de las posiciones que ocupaba la XII Brigada en las cercanías de Madrid. Es admirable la precisión de su memoria. Muestra un gusto evidente en escribir las palabras españolas, apenas sin errores ortográficos y amoldando el alfabeto cirílico al latino. Alexis dibuja las posiciones. Empieza por Madrid; en las afueras, la Ciudad Universitaria; más allá, el Hospital de la Facultad de Medicina; luego, el Puente de los Franceses. Hada el otro lado, frente a Madrid, sitúa Fuencarral. Entre Madrid y la Ciudad Universitaria coloca el Estado Mayor de Durruti y un poco más atrás, el Estado Mayor de Lucasz, «aunque luego a este lo mudaron hacia otra localidad».

Trata de ubicar el sitio donde aparece en la foto con Hemingway y dice: «Esto es en Fuentes del Carril o Fuen carral, en un lugar cercano a la carretera de Guadalajara. Enfrente está el Palacio de Don Luis; más allá, la carretera sigue, en dirección contraria a Guadalajara, a Brihuega, y después a Zaragoza, y después a Francia.»

En cierta ocasión, en Cuba, Hemingway intentó definirle al patrón de su barco, Gregorio, qué era una amistad, empleando como símil una cadena de acontecimientos que se entrelazan entre sí: «Dos amigos equivalen a dos historias que se unen.» Esto puede aplicarse ahora al pequeño Alexis Eisner, allá en Moscú, vivo aún, manteniendo el calor de la amistad ganada con Hemingway en unos cuantos días en un frente de combate en España, una tierra que no pertenecía a ninguno de los dos.

Alexis conserva pocas cosas en su apartamento. Muestra una foto vieja, amarillenta: una joven que sostiene un perrito. «Es Nadieshna, mi madre», dice. En 1920 el padrastro lo sacó de Rusia, por la frontera cercana a San Petersburgo. Estuvo en Alejandría, Estambul y finalmente en Sarajevo, Yugoslavia, donde Alexis se hizo cadete y donde comenzó a escribir poesía entre 1925 y 1930. Más tarde, en Checoslovaquia, comenzó a estudiar filosofía, pero su interés en documentarse sobre lo que ocurría en la Rusia soviética le costó las primeras persecuciones. Dejó los estudios y «en París limpiaba cristales y por las noches iba al cine y al teatro». En 1934 ingresó en la Unión para el Regreso a la Patria, previo permiso del consulado soviético. Llenó una planilla con su biografía. Pero en 1936 viajó en dirección opuesta a la URSS, hacia España. «En París había visto algunos noticieros sobre la guerra en España.»

Dejó la poesía en 1932. Durante su emigración, dice, fue «un poeta bastante conocido». En Nueva York, explica, publicaron recientemente un tomo de poesía de los emigrados rusos en el que hay varios poemas ' suyos. Dejó de leer literatura también. Solo leía periódicos. Diez o doce periódicos al día. En París iba a los mítines del partido y también iba a. la iglesia. «Iglesia y política me decían que la literatura era innecesaria.»

«Al igual que Hemingway tuve amigos allá: Heilbrun, Lucasz, Herrera...» En cuanto al cheque en blanco que le dio Hemingway, •jamás utilicé ese cheque aunque tuve necesidad de dinero. Con el cheque vine a Moscú y con él la policía de Beria testimonió que yo recibía dinero de un capitalista».

Un día de julio de 1961, Ivan Kashkin, el critico soviético de Hemingway, llamó a Alexis Eisner y le dijo: «El radio ha informado que Hemingway ha muerto. Por lo visto es suicidio.» Eisner, pensando en el respeto que se le tiene al escritor en su país, respondió: «¡Qué noticia.! Si es suicidio no lo dirán aquí.» Se equivocaba. Por lo menos dos escritores soviéticos se manifestaron en aquella oportunidad sobre el suicidio del norteamericano: Leonid Leonov, el 4 de julio en Pravda, y Genrik Brovik, el mismo día en Literaturnaia Gazieta.

Alexis dice que «cuando aquello Kashkin y yo ya sabíamos que Anastas Mikoyan había estado en su casa de Cuba». (Kashkin murió el 26 de noviembre de 1963 a los 64 años de edad; fue uno de los más célebres críticos y traductores soviéticos que abordaron la literatura inglesa y norteamericana.)

El día de esta entrevista, Alexis Eisner vestía una camisa de rayas de colores, pantalón de lana y botines, y sus uñas estaban recortadas en forma puntiaguda. Tenia el pelo blanco en canas y estaba un poco encorvado y humedecía las hojas de los libros para pasar las páginas. Sus cejas eran espesas y sus ademanes declamatorios. Había un espejo redondo en su habitación, un icono de madera, una fotografía de Hemingway y otra, descolorida, de alguien parecido a Dostoievski, una navaja española en la pared, un viejo televisor de pantalla pequeña, unas poltronas de cuero. Estuvo largo rato mirando la copia de la foto de él con Hemingway que se conserva en Finca Vigía. Finalmente preguntó si Herrera Sotolongo como oficial actual del ejército cubano ganaba más dinero que en España. (Herrera Sotolongo como capitán del ejército republicano ganaba 450 pesetas al mes; el general Lucasz, 800.)

El encuentro con Alexei fue posible gracias a Herrera Sotolongo, quien lo reconoció en la foto y creyó recordar «que el ayudante de Lucasz vivía aún en la URSS». Luego Yuri Greding ayudó a localizarlo en Moscú. Al principio la memoria de Alexis vaciló, pero una breve explicación bastó para que recordara. De regreso a La Habana, el autor trajo esta nota firmada por Alexis, que provocó una alegría inmensa en Herrera Sotolongo:

Querido Herrera:

Cuando conversé por primera vez con Fuentes, el cual me dijo todos tus nombres, José Luis, etc., no supe quién eras, pero ya recuerdo perfectamente. Me alegra saber que estás bien y no tienes necesidades. También me alegra saber que allí hiciste amistad con Hemingway y te envidio por esto.

Han pasado cuarenta años desde que nos hicimos amigos y compañeros, pero esto no ha pasado ni pasará nunca. Te abrazo de todo corazón, te deseo mucha salud y felicidad.

¡Salud!

Antiguo Aliosha,

11 de diciembre de 1976, Moscú.

Hugh Thomas, en La guerra civil española, dice que Hemingway tuvo una participación activa en el bando republicano, excediéndose en «los deberes de un simple corresponsal» y entrenando a los jóvenes españoles en el manejo del fusil. Además, según Herrera Sotolongo, Hemingway combatió en España con las armas en la mano. Luchó con ametralladoras inglesas Vickers de trípode, al igual que con Maxims y con ametralladoras soviéticas: «Le gustaba meterse en una trinchera y combatir. Lo hizo en Guadalajara, en el Jarama. Regresaba satisfecho de esta faena.» Actuaba como combatiente y esto lo recuerdan sus antiguos camaradas. «Incluso —comenta Herrera Sotolongo—, presumía de táctico..., y a veces de estratega. Discutía las operaciones y se inmiscuía en los asuntos de los oficiales.»

Tal interés se evidencia en sus despachos distribuidos por NANA y en la crónica sobre «la mal llamada batalla de Guadalajara», en la que dice: «He estado estudiando la batalla durante cuatro días, recorriendo los lugares en que se desarrolló con los jefes que la dirigieron.»

Mary Welsh y Pauline Pfeiffer en 1947 en Finca Vigía.

«Te extrañamos mucho, querido Sinski», dice Mary en el autógrafo.

«Con gran admiración por mi héroe favorito», dice Pauline.

Sinski o Simbad el Marino era el apodo de Juan Dunabeitía.

«Y puedo afirmar claramente que Brihuega ocupará un lugar en la historia militar entre las batallas más decisivas del mundo.» La crónica apareció en Fact, en junio de 1937. Hugh Thomas la comenta en su libro.

Carlos Baker presupone unos sentimientos extraños en Hemingway al analizar el parecer del novelista sobre esta acción de la guerra en España:

Cuando Hemingway, en pie desde el amanecer, una mañana a fines de marzo [de 1937], partió de Madrid y llegó al campo de batalla, los muertos italianos aún yacían donde habían caído. Como reportero objetivo, se vio obligado a llegar a la conclusión de que, fuera cual fuese su propia opinión negativa sobre Mussolini o lo que la propaganda republicana dijera en sentido contrario, los hijos de los pobres italianos habían muerto valientemente, víctimas de armas superiores, de fuertes ataques aéreos y de la inadecuada protección que ofrecía el terreno rocoso. Visto por un observador objetivo, estos muertos no parecían demonios fascistas que se refugiaban en la muerte ante los ángeles marxistas de la destrucción. Se trataba de hombres que habían perecido. Constituían otro ejemplo de Los desastres de la guerra. Había terminado uno de los períodos de armisticio intermitentes de Europa, y ellos se contaban entre las víctimas.

Con Mary Welsh en Ketchum, Idaho, en marzo de 1959.

Con Mary Welsh en Venecia, en 1949.

Es evidente que Hemingway no dejaba que tal humanismo lo paralizara a la hora de defender una causa justa; no vaciló en instruir milicianos o cercenar algunas cabezas fascistas con el fuego de ametralladoras manejadas por él mismo. Cuando un número considerable de presuntos fascistas fue ametrallado a mansalva al final de la guerra, Hemingway se adhirió a la medida, por monstruoso que esto pueda parecer, y en Cuba, muchos años después, se mofaba aún de este hecho de la guerra civil.

La historia, que compromete moralmente a Hemingway, tuvo lugar en un vertedero cerca de Tielmes y Alcalá de Henares. Casi todo el mundo reconoce, restrospectivamente, que es una página sucia de la guerra civil, pero cuya significación hay que valorar en su contexto, en un momento de desencadenamiento feroz de pasiones políticas y de grave peligro para las fuerzas leales que, a su vez, habían sufrido la peor barbarie conocida por la humanidad, solo superada posteriormente por el nazifascismo alemán. Se trata del fusilamiento de un número indeterminado de presos de la Cárcel Modelo de Madrid y de señoritos sospechosos de ser fascistas capturados al vuelo en las calles de la capital española. Las tropas de Franco se acercaban a la ciudad, y el comandante Carlos Contrera, italiano, cuyo nombre verdadero es Vittorio Vivaldi, dirigió la operación. De él se decía: «Con el comandante Carlos no hay/miliciano con miedo.» Vivaldi pasó por Cuba al principio de la revolución y le pidió a Herrera Sotolongo: «Dile a Ernesto que me envíe su libro, dedicado, y una foto...» Pero el novelista se encontraba entonces en España, y se suicidó a los pocos meses. Hay una referencia en una carta de Hemingway a Joris Ivens sobre el vertedero en que Vivaldi realizó la acción; Hemingway acostumbraba llamarlo San José de las Latas, en una alusión truculenta al hecho, parodiando el nombre del pueblo cubano de San José de las Lajas. En la Segunda Guerra Mundial, según el escritor contaba a sus amigos íntimos, dio cuenta a punta de cuchillo, por su propia mano, de algunos soldados alemanes, y, hasta donde alcanza el recuerdo exacto de sus interlocutores, Hemingway nunca pensó, al menos en aquellos momentos, que eran hijos de pobres alemanes. No se gana una guerra con pensamientos de ese género, aunque tampoco hay que exaltar la crueldad. Hemingway, no obstante, estaba empeñado en su tesis de que aquella guerra había que ganarla. Y cualquier otra cosa que se dijera era mentira. Su humanismo estuvo ligado a la causa que defendía entonces. Es imposible desgajar los sentimientos que inspiraron «El anciano del puente» —un pobre refugiado ante la barbarie fascista— para abarcar un humanismo sin riberas que pueda equiparar a soldados italianos fascistas muertos con el pobre refugiado.

Hemingway y Mary Welsh, probablemente en Sun Valley, hacia 1946. (Pix Incorporated)

Desde luego, la actitud de Hemingway, el novelista, no fue la del militante. Su partidismo se quedó en las crónicas y en su propia actividad personal durante la contienda. Dejó bien establecido que Por quién doblan las campanas era. su trabajo de escritor sobre una causa que él había visto y observado y por la cual se sentía libre de expresar sus ideas.

Objeto de las acometidas de Hemingway en Por quién doblan las campanas, como resultado de su experiencia luego de terminadas las hostilidades, fueron algunos altos oficiales y, en particular, los habitués del hotel Gaylord's. Entre ellos, Marty y Lister cargaron con el mayor volumen de críticas hemingwayanas. Pero André Marty es el blanco principal, y Hemingway, pese a que está escribiendo una novela, no deja de señalarlo por su nombre completo y enjuiciarlo. Son muchas y muy contradictorias las opiniones sobre el francés Marty. Ilya Ehrenburg lo describió como un individuo autoritario, «siempre sospechando que todo él mundo podía ser un traidor».

Es cierto que el antiguo miembro del Comintern, secretario del Partido Comunista Francés y fundador de las brigadas internacionales y su jefe político máximo, tuvo en España «una conducta no muy adecuada». Era sectario, actuaba con una superlativa rigidez militar y «fusilaba por cualquier cosa». Dentro de las propias izquierdas se le llamaba «El carnicero de Albacete», debido a algunas de sus nefastas acciones.

Hemingway había interpretado a André Marty de acuerdo con su óptica, y esto había provocado una reacción desfavorable, pero él se había sentado a escribir sobre la tragedia española con auténtica libertad y honradez, con todas sus virtudes y limitaciones. Era la única manera en que podía hacerlo. Mientras estuvo en la guerra, y estuvo hasta el final, fue el soldado fiel y en extremo confiable, y su actividad se encaminó siempre en una sola dirección. Pero en la novela, además del retrato de Marty, había otros elementos que podían ser mal asimilados por las mentes ortodoxas. Mas lo importante no son las querellas literarias y personales, sino lo que hizo y su norma de comportamiento en el transcurso de la guerra. El conjunto de actividades de Hemingway en la campaña española no puede juzgarse, por ejemplo, con el criterio de Spender en The God That Failed: «Los mejores libros sobre la guerra —los de Malraux, Hemingway, Koestler y Orwell— describen la tragedia es —ñola desde el punto de vista liberal y testimonian contra los comunistas.» En la novela de Hemingway se expresan otros sentimientos. Robert Jordan, aunque no tiene opiniones políticas bien definidas, se puede considerar como un combatiente de izquierda que estima su deber luchar en defensa de la república, «para lo cual se había puesto bajo el mando comunista mientras durase la guerra.»

«Porque creía que en España los comunistas eran los más disciplinados, los más serios y los más aptos para llevar la guerra. Mientras esta durase aceptaba su disciplina, porque en la dirección de la guerra era el único partido cuyo programa y cuya disciplina podía respetar».

Una anécdota sobre la relación entre Hemingway y Marty fue relatada a Landis por el doctor Edward Barsky, veterano de la Brigada Abraham Lincoln, en 1966. En medio de penurias y desgracias, al final de la guerra, cuando muchos en la España republicana mostraban ya su desaliento y pesimismo sobre el destino que se les avecinaba, Ernest Hemingway propuso una interesante solución para ayudar a los miembros de la brigada. Hemingway estaba hablando con Barsky, Matthews, Joseph North y algunos otros en el hotel Majestic, de Barcelona, sobre el alto número de bajas y de pérdidas en prisioneros y la posibilidad de que Cataluña cayera pronto en poder del enemigo. Allí había algunos que, en efecto, estaban apretando el botón del pánico. Fue en el momento que Hemingway dijo: «Miren, ¿por qué diablos vamos a permitir que nuestros muchachos caigan en manos del enemigo? Debemos hacer algo, y yo voy a conseguirme un barco de guerra norteamericano y evacuaremos en él hasta el último de ellos.» Barsky subraya que él se sintió algo choqueado con la sugerencia de Hemingway. «André Marty —relata Barsky— participó en la conversación o le llegaron comentarios sobre esta. Así, cuando crecieron las dificultades para obtener permisos de salida [para los voluntarios norteamericanos] y antes de que otra solución fuera propuesta, Marty respondió con brusquedad: “Y por Dios, si esto no funciona, vamos a pedirle a Hemingway que consiga ese barco de guerra”.»

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En una casta fechada el 23 de marzo de 1939 en Key West, escrita a mano —bastante poco conocida aunque ha sido publicada en la URSS—, Hemingway le dice a Ivan Kashkin (a quien también le rinde homenaje en Por quién doblan las campanas; Kashkin es el nombre de uno de los amigos íntimos de Robert Jordan):

Sabemos que la guerra es un mal. Sin embargo, a veces, es imprescindible pelear. De todas formas, la guerra es un mal, y el que lo niegue, un mentiroso. Pero es muy complicado y difícil escribir verazmente sobre ella... Ahora comprendo mejor todo esto. Una vez que la guerra ha comenzado, lo único importante es vencer, y eso es lo que no logramos.

Por ahora que se vaya al diablo la guerra. Quiero escribir.

La página sobre nuestros muertos en España, que usted ha traducido [una versión de la crónica «On the American Dead in Spain»], me ha costado mucho escribirla, porque había que encontrar algo que se pudiera decir honradamente de los muertos. De los muertos se puede decir muy poco a excepción de que están muertos. Desearía saber escribir con pleno conocimiento de causa sobre los desertores y los héroes, sobre los cobardes y los valientes, sobre los traidores y los que son incapaces de traicionar...

Todo esto ha pasado ya, pero la gente que no ha movido un dedo en la defensa de la España republicana, siente una necesidad especial de atacar a los que hacíamos algo, para ponernos en ridiculo y justificar su amor propio y cobardía. Refiriéndose a los que luchamos sin regatear nada y perdimos, dicen ahora que fue una idiotez combatir.

Era muy divertido: los españoles, no sabiendo quiénes éramos, nos tomaban siempre por rusos. En el asalto a Teruel estuve el día entero con las fuerzas atacantes y entré en la ciudad por la noche con una compañía de zapadores. Cuando los turolenses salían a preguntar qué debían hacer, les contestaba que se quedaran en casa y que aquella noche no salieran a la calle, les explicaba que los rojos éramos unos buenos muchachos, y eso era muy divertido. Todos pensaban que yo era ruso, y cuando decía que era norteamericano no lo creían. Durante la retirada sucedía lo mismo. Los catalanes no perdían ocasión para alejarse metódicamente del frente, pero estaban contentos cuando nosotros, «los rusos», nos abríamos paso entre ellos, para ir en dirección equivocada, o sea, hacia el frente...

Otro destinatario soviético de una carta de Hemingway es Konstantin Simonov, autor de novelas importantes sobre la Segunda Guerra Mundial: Días y noches y Nadie es soldado al nacer. Simonov, en la presentación de la carta a los lectores (publicada en Literatura soviética e incluida por Carlos Baker en Ernest Hemingway: Selected Letters, 1917 − 1961). dice que recibió una carta de Hemingway en el transcurso de un viaje por Estados Unidos. «Fue... en la primavera y el verano de 1946... Ilya Ehrenburg y yo fuimos invitados por Hemingway a visitarlo en Cuba... Con gran pesar por nuestra parte, no pudimos ir. Al enterarse de ello, Hemingway me escribió una extensa carta a Nueva York.»

La carta está fechada el 20 de junio de 1946, en Finca Vigía, San Francisco de Paula, Cuba.

Querido Simonov:

Su libro llegó a mis manos ayer por la tarde... Hubiera debido leerlo inmediatamente después de haber sido traducido, pero acababa de volver del frente y no estaba en condiciones de leer libros sobre la guerra... Estoy seguro de que usted comprenderá lo que quiero decir. Después de la primera guerra, en la que tomé parte, no pude escribir sobre ella durante casi nueve años. Después de la guerra de España tenía el deber de escribir enseguida, porque sabía que la guerra siguiente se avecinaba con rapidez y quedaba poco tiempo...

Durante toda la conflagración [Segunda Guerra Mundial] abrigué la esperanza de combatir junto con las tropas de la Unión Soviética y de ver lo bien que ustedes peleaban, pero pensaba que no tenia derecho a ser corresponsal de guerra en sus filas, primero, porque no hablo ruso... Recuerdo que [más tarde] cuando entramos en París, adelantándonos al ejército, que más tarde ocupó la ciudad, André Malraux fue a verme y me preguntó cuántos hombres había tenido bajo mi mando. Al contestarle que no habían pasado de doscientos y que habitualmente eran de catorce a sesenta, se tranquilizó y se puso muy contento, porque él, como me dijo, había tenido bajo su mando a dos mil. No tocamos el problema del prestigio literario...

Es muy lamentable que no haya podido venir aquí [a visitarlo a la finca]. Comprendo muy bien las cosas de que usted me habla. Igual que usted comprende muy bien, como dice, las cosas de que hablo yo. El mundo es ya lo suficiente viejo para que los escritores empiecen a comprenderse mutuamente. Hay mucha podredumbre en todas partes, pero, hablando en general, el pueblo es en todos sitios bueno, comprensivo y bienintencionado y, naturalmente, todos se comprenderían perfectamente unos a otros, si existiera un verdadero entendimiento mutuo en vez de las reiteradas maquinaciones de Churchill, que hace ahora lo mismo que hizo en 1918 − 1919 para conservar todo lo que ahora solo puede ser conservado mediante la guerra. Perdone que haya hablado de política. Sé que corre el rumor de que en este terreno solo soy capaz de decir tonterías. Pero sé que nada impedirá la amistad de nuestros países...

Hay en la Unión Soviética un joven (ahora debe ser ya viejo) que se llama Kashkin. Dicen que tiene el pelo rojizo, ahora lo tendrá ya gris. Es el mejor crítico y traductor de los que se han ocupado de mí. Si lo ve, haga el favor de transmitirle mis mejores deseos. ¿Ha sido publicada en Rusia la novela Por quién doblan las campanas? [Hemingway seguramente se refiere a una tirada masiva, dirigida al público en general, puesto que, como se explica más adelante, en la URSS se imprimió una edición limitada de esta novela con destino al Ejército Rojo.] He leído un artículo de Ehrenburg sobre ella, pero no sé si la han publicado. Se podría editar con algunos pequeños cambios o suprimiendo ciertos nombres. Desearía que la leyera. No trata de la guerra que hemos sufrido en los últimos años. Pero no está mal como relato de una pequeña guerra de guerrillas; hay un pasaje en el que se cuenta cómo matábamos a los fascistas que seguramente le gustaría...

Es imprescindible mencionar otro testimonio.

Ilya Ehrenburg conoció a Hemingway en mayo de 1937 en el famoso Gaylord's. Ehrenburg departió con Hemingway —«alto, taciturno y bebiendo whisky»—, y el norteamericano tuvo momentos de sinceridad con el soviético. «No entiendo mucho de política, ni siquiera me gusta», decía Hemingway. «Pero sé lo que es el fascismo. La gente aquí lucha por una causa justa.» Luego, ampliando sus criterios, Hemingway expresaría: «Leí en alguna parte que mis héroes eran neuróticos. Pero olvidan que la vida en este mundo es sucia. Y, generalmente, llaman a un hombre neurótico cuando las cosas son difíciles. El toro es tipo neurótico en el ruedo, aunque sea un tipo sano en la pradera; de eso es de lo que se trata.»

Ehrenburg consideró provechoso su contacto con Hemingway en Madrid. El soviético, un escritor ácido y descamado habitualmente, redacta este párrafo en unas memorias publicadas casi 30 años después de concluida la Guerra Civil Española:

Y ahora yo, recapitulando sobre mi propia vida, veo que dos escritores a quienes tuve la suerte de conocer no solo me ayudaron a liberarme de la sentimentalidad, de los largos discursos y de las perspectivas estrechas, sino que simplemente me enseñaron a respirar, a escribir y a aguantar: Babel y Hemingway. A mi edad, un hombre puede confesarlo así.

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Compañero de viaje

Milton wolf esboza una figura leal y atractiva de Hemingway en un artículo aparecido en American Dialogue en. noviembre de 1964: «Yo tenia la vaga impresión por aquel tiempo de que las habitaciones de Hemingway en el Florida eran el cuartel de Phil Detro, comandante de batallón, y Freddie Keller, comisario...» Pero Wolf había endilgado el calificativo de rooter a Hemingway a fines de 1940. (Este término se aplica a los que vitorean a los jugadores; es decir, en este contexto, uno que se limita a aplaudir sin participar activamente.) La respuesta de Hemingway, decidida y violenta, no se hizo esperar: «Es imposible seguir siendo amigos después de haber leído tu carta.» Hemingway, según Carlos Baker, se arrepintió semanas más tarde de una respuesta tan dura. Al cabo de siete meses le prestó 425 dólares a Wolf para que adquiriera una granja avícola.

Del borrador de Por quién doblan las campanas. A mediados de julio de 1940 Hemingway desechó su proyecto de añadir un epílogo a la novela, el cual hubiese servido hipotéticamente para crear un anticlimax al final de la narración.

Una descripción candorosa se encuentra en la obra de Erwin Rolfe, The Lincoln Battalion:

Entre los visitantes norteamericanos, el más sobresaliente y al que más querían los muchachos de la Lincoln era, junto con Matthews, Ernest Hemingway. La presencia de este inmenso hombre con hombros de toro, ojos interrogantes y un interés genuino en la causa por la que España estaba luchando, les comunicó a los cansados norteamericanos algo de su propia fortaleza y de su modesto coraje. Sabían que era un veterano de una guerra, que todavía llevaba en su cuerpo los fragmentos de acero de una vieja herida; y el hecho de que este hombre, con una posición tan prominente en el mundo, estuviese dedicando todo su tiempo y esfuerzo a la causa republicana, fue algo tan importante que inspiró a aquellos otros norteamericanos en las trincheras de la línea del frente que defendían.

En este facsímil y los que siguen: anotaciones de Hemingway al margen de las páginas de un artículo de Delmore Schwartz publicado en Perspectives USA. Hemingway se defiende de los ataques de Schwartz; sin embargo, confiesa que alguna vez fue un hombre sin coraje. Además, de su puño y letra, un reconocimiento importante: Nick Adams es un personaje autobiográfico.

Una visión parecida ofrecen con frecuencia los autores soviéticos. Gracias a las observaciones de Roman Karmen tenemos estas descripciones del escritor en la guerra:

Durante estos días, en las primeras líneas de la lucha por la carretera de Valencia, he encontrado varias veces a un hombre que anda torpemente por las trincheras. Logra llegar a la posición más avanzada, se sienta junto a los combatientes de las brigadas internacionales y conversa con ellos. Es el conocido escritor norteamericano Ernest Hemingway. Colabora con el camarógrafo Joris Ivens en el rodaje de un filme sobre la lucha del pueblo español...

Hemingway vestía un impermeable liviano de color claro, embarrado por la arcilla de la trinchera, un suéter y una chaqueta suelta, zapatones con gruesas suelas; en la cabeza, la boina negra de los vascos, anteojos con monturas metálicas redondas. Puse en las manos de Aliosha Eisner, el asistente de Lucasz, una Leica y él nos fotografió, con Ivens.

Un regalo a Mary Welsh por su cumpleaños. El dibujo es de Hemingway. Se trata presumiblemente de un croquis de cayo Paraíso, con el que guarda bastante parecido, y que fue rebautizado para esta ocasión como Isla del Tesoro. Los números en la parte superior deben referirse a la cota batimétrica.

Hemingway vivía en el hotel Florida. Anteriormente nos alojábamos allí también Koltzov y yo... Pasé algunas noches con Hemingway. Por lo común su habitación estaba repleta de gente; la mayoría vestía el uniforme de las brigadas internacionales... Siempre había junto a la puerta dos o tres fusiles apoyados en la pared. El anfitrión recibía a los que entraban con un helio, indicaba con un gesto la mesa en la que había botellas, latas abiertas de conservas, naranjas arrancadas con ramas y hojas. Se oía hablar en inglés, en español, alguien charlaba en francés o en alemán. La ventana estaba cubierta por un cortinado y la habitación inundada por la niebla gris-azulada del humo de tabaco. Recuerdo que una de esas noches vi reclinada sobre la cama a una mujer joven y muy bella, que vestía uniforme militar; sobre la almohada se esparcía la mata dorada de sus vaporosos cabellos. Sus botas estaban embarradas. Hablaba en alemán, salpicando su conversación con palabras españolas. Bebía whisky puro. Alguien dijo que era una alemana, médica de una de las brigadas internacionales. El dueño de la casa se sentó junto a ella y estuvieron conversando largo rato.

Karmen se lamenta de no haber registrado en una libreta de notas las palabras de Hemingway, una broma suya, una réplica airada. «¿Por qué no recuerdo quiénes eran sus invitados? ¿Por qué no tuve entonces la sensación de que los contactos con este hombre, con este sencillo interlocutor, con el cordial anfitrión en la habitación del Florida serían recuerdos de incalculable valor?»

La carta siguiente es una de las últimas recibidas por Hemingway en Finca Vigía. Roman Karmen la escribió 20 años después de terminada la guerra española.

Moscú, 10 de julio de 1959

Querido Hemingway:

He esperado mucho para escribirte. La última vez que tuve noticias tuyas fue durante la guerra. Qué feliz me sentí al recibir tu carta entonces. Me la remitieron al frente y releí tus calurosas líneas con emoción profunda. Una carta de Hemingway desde la distante Cuba. Era casi un milagro.

Desconozco si recibiste mi respuesta. Más tarde supe de ti, tu desembarco en Normandía, del accidente y que habías resultado herido. En una foto de Life te vi por primera vez con barba. Creo que la foto era de Capa, nuestro amigo mutuo en España.

Los recuerdos de nuestros encuentros en España me son muy queridos. ¿Recuerdas el Jarma (Jarama)? Tú y yo nos retratamos con Joris Ivens en la comandancia de la XII Brigada de Lucasz. Te la envío, quizás no tengas una copia. Sí, muchos años tristes y duros han pasado sobre nuestras cabezas grises, pero España, la querida España y los queridos españoles han quedado como un recuerdo brillante y cálido en mi mente.

Recuerdo nuestro último encuentro. Tu habitación del hotel (creo que te habías mudado del Florida al Gran Vía) casi oculta tras nubes de tabaco. Un montón de hombres llevando el uniforme de la Brigada Internacional, las botas manchadas de barro amarillo. Alguien acostado en la cama. Botellas, un montón de botellas en la mesa. Las noches de Madrid eran tristes y oscuras en esos años. Hablábamos español e inglés y nos entendíamos perfectamente. Recuerdo que te prometí ir juntos a pescar truchas en Armenia y salmón en la península de Kola. Me prometiste venir a la URSS.

Después de dejar España en el otoño del 37 he dado muchísimas vueltas con mi cámara. Pasé dos duros inviernos en el Artico. Los años 38 − 39 los pasé en China, a través de las montañas para llegar al 8vo. Ejército y a la cueva de Mao Tse-tung en las montañas de Shenshi [Shansi] del Norte. Cuatro años en los caminos de la guerra contra Hitler, desde el primer día hasta la toma de Berlín. Luego, diez meses filmando el juicio de Nuremberg. El filme se llamó La corte de los pueblos. No fue una película del juicio sino de los crímenes del fascismo. En las selvas de Vietnam filmé la lucha del pueblo vietnamita por su libertad. Esa fue la cuarta (espero y creo que la última) guerra en mi vida. He realizado muchas películas sobre mi país, del pueblo soviético y de su trabajo, y filmes sobre la India y Birmania. He tenido dos hijos y he cultivado un viñedo. En pocas palabras, ese es mi reporte de mi vida en los últimos veinte años. Me gustaría mostrarte mi último filme. Es un poema cinematográfico sobre el valor de los obreros de los pozos petrolíferos en el mar que rodea una isla de acero en el Caspio.

El filme, Los conquistadores del mar, salió hace poco y ha recibido comentarios elogiosos.

Tu 60 cumpleaños fue celebrado con gran entusiasmo y calor en nuestro país. Te deseo muy buenas cosas, de todo corazón. Te envío algunos recortes que de otra forma no te llegarían. Quisiera hacerte sentir el amor grande y sincero que millones de lectores de mi país sienten por Ernest Hemingway. Tu maravilloso El viejo y el mar ha sido leído por incontables personas, jóvenes y viejos, estudiantes, obreros, trabajadores de granjas colectivas, que aman y admiran al autor de Fiesta. Farewell y La quinta [columna]. Probablemente no sepas cómo la gente ama a Ernest Hemingway en la URSS. Pero, ¿por qué, dime, por qué no has visitado nuestro país? Después de todo Carl Sandburg vino con Nixon, a pesar de su avanzada edad. Corría el rumor de que tú también vendrías con Nixon y yo esperaba con ansia el placer de verte de nuevo.

¿Has hecho de Cuba tu hogar para siempre? Comprendo por qué lo haces, al igual que comprendo tu amor por los cubanos. En reportajes sobre Cuba, en nuestras publicaciones, no puedo separar mis ojos de las fotos de los cubanos. ¡Qué pueblo noble! Sus ojos tristes brillan con honestidad, una pureza y un coraje casi fanáticos. Al parecer has aprendido a amarlos de corazón. ¿Igual que a los españoles? A veces siento que debo salir hacia Cuba y hacer un filme sobre ese país y sus gentes. Las imágenes de la gente con sus delicadas caras ovaladas, con largo cabello que cae sobre los hombros, imágenes de valor y sinceridad que no me dejan en paz. A veces creo que debo poner una energía nuclear, titánica, en la realización de este filme.

Quiero que esta carta te llegue. Quiero recibir tu respuesta desde allá. Quiero creer que nos volveremos a encontrar muy pronto. Mi esposa Nina y mis hijos Roman y Alexandr te envían calurosos saludos.

Te abrazo con fervor, querido Hemingway.

Sinceramente tuyo,

Roman Karmen

Roman Karmen intentaba restablecer los contactos con el amigo de la guerra española, aunque ya sabemos que Hemingway no iba a responder a las señales. El Hemingway que recibió esta carta era un hombre de 60 años, que comenzaba a manifestarse de una manera desacostumbrada y peligrosa. Depresiones, pérdida de la memoria y delirio de persecución, lo fueron gastando con rapidez creciente. Su correspondencia se fue amontonando sobre la cama y las excursiones a bordo del Pilar se espaciaron cada vez más.

Karmen cumplió sus deseos de viajar a Cuba, la primera vez a finales de 1960. Filmó 35 000 pies de película, pero no pudo localizar a su amigo de Finca Vigía. Hemingway acababa de iniciar su último viaje a España, donde proyectaba buscar datos nuevos para su reportaje sobre las corridas de toros: viaje infructuoso y nostálgico en que se paseó con una triste sonrisa por los escenarios de su juventud.

Karmen iba a sostenerse 20 años más. Aprovechó el tiempo para escribir sus memorias y revisar el material que había filmado en su carrera. En 1977, en ocasión de su 70 cumpleaños, alquiló por una noche uno de los teatros más grandes de Moscú. Fue una especie de mitin al que asistieron los veteranos soviéticos de la Guerra Civil Española. En diciembre de ese mismo año, el escritor cubano Norberto Fuentes le dijo a Karmen que había leído una carta suya conservada en el Museo Hemingway de La Habana. Se mostró sorprendido: «¿Mía a Hemingway?... ¿Cómo es posible? Hace tanto tiempo de esa carta...»

Cuando Karmen realizó su segundo viaje a Cuba, en 1962, Hemingway había muerto. Algunos cubanos vieron a Karmen en su trabajo en plena Crisis de Octubre. Vestía un uniforme verde olivo del ejército revolucionario cubano, y andaba escoltado por dos ayudantes, también soviéticos y uniformados, que cargaban las cámaras y los equipos de sonido; se dirigía hacia una rampa de la base aérea de San Antonio de los Baños, construida por los norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, y que en ese momento se había convertido en uno de sus principales objetivos a bombardear. Karmen tenía el cabello blanco, la piel era rojiza y se movía entre los combatientes con facilidad extrema. No visitó Finca Vigía.

En aquel entonces, aunque se había decretado oficialmente que se instauraría un museo, aún no lo era, y hacía un año que Hemingway había muerto. Lo que hubiese encontrado en Finca Vigía era una tropa de adolescentes armados hasta los dientes y vestidos con uniformes de mezclilla azul, pertenecientes a una tropa llamada Jóvenes Rebeldes, en permanente algarabía.

John Hemingway, Bumby, primogénito de Hemingway, probablemente a la altura de las islas Bimini. La ametralladora Thompson fue un regalo de William Leeds al escritor. Aparece descrita en escenas de violencia de Tener y no tener e Islas en el Golfo.

El último testimonio de Roman Karmen sobre Hemingway fue también un homenaje: lo incluyó en su obra postuma, junto con Paul Robeson, entre las personalidades que fueron a España a defender la causa de la democracia. Hemingway aparece en los primeros fotogramas del filme The Unknown War (La guerra desconocida), exhibido en Cuba con el titulo de La Gran Guerra Patria.

La Gaceta de Cuba recogió una crónica sobre la muerte de Karmen en la primavera de 1978. Un título hemingwayano: «Nadie muere nunca.» Y este bajante: «El 28 de mayo... desde Moscú, las campanas doblaron por el último de los grandes reporteros.»

En uno de los capítulos de No pasarán. Karmen relata lo que a él le parece «una de las asombrosas casualidades que le ocurrió a la gente» en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.

Sucedió algo que hasta hoy me parece inverosímil. Fue a comienzos del año cuarenta y tres. Al viajar de un frente a otro me tocó estar dos días en Moscú. Me alojaba en los Estudios y fui sólo por algunos minutos a mi apartamento de Polianka, solitario y frío, porque necesitaba retirar algunas de mis cosas. No había hecho más que cruzar el umbral, cuando sonó el teléfono. Levanté el auricular. Llamaban de la Sociedad Soviética de Relaciones Culturales con el Extranjero. «Ha llegado una carta para usted. A juzgar por el sobre y los timbres es una carta de Cuba ¿Cómo hacemos para entregársela?» Sin atinar a comprender qué clase de carta podía ser esa, dije que pasaría a buscarla.

Me quedé estupefacto cuando vi la firma de Hemingway. La carta había andado mucho, por misteriosos caminos, y quién sabe si hubiese llegado a mis manos si no se hubiera dado la extraña coincidencia de que yo estuviese precisamente cerca del teléfono...

Era una carta de una paginita. La llevé durante mucho tiempo en el bolsillo superior de la guerrera, la releí una y otra vez. Mucho es lo que se perdió en tiempos de guerra, pero cuál no sería mi amargura cuando descubrí, dos años después, que había perdido esta carta del amigo lejano, que me era tan cara. Me había escrito aproximadamente lo siguiente, lo recuerdo casi palabra por palabra:

«Querido Karmen: No me imagino dónde ni cuándo le llegará esta carta. Conociéndolo, estoy convencido de que está usted en el fragor de los combates, en medio de las batallas que su pueblo está librando contra el fascismo. Yo, en cambio, escribo desde la lejana Cuba, que está al margen de esas lides. Pero no piense que me refugio en la calma. Imagínese que, estando aquí, en Cuba, yo también peleo contra los fascistas. En este momento no tengo derecho a contarle cómo se expresa esa lucha mía. Llegará la hora en que le hablaré de esto, porque estoy seguro de que nos encontraremos. Quizás nos encontremos en los campos de batalla en Europa, cuando se abra el Segundo Frente. ¡Un cordial saludo! ¡Salud! Suyo, Hemingway

Posteriormente llegamos a conocer la heroica lucha de Hemingway contra los submarinos nazis que navegaban junto a las costas septentrionales de Cuba, atacando a los transportes de los aliados. Se refería precisamente a esto en las líneas de su carta...

Así es como se separaron nuestros caminos. Cuando viajé a Cuba resultó que no hacía mucho que Hemingway había partido para España. Antes de eso Anastas Mikoyan, que visitó a Hemingway en su villa cercana a La Habana, contaba que el dueño de la casa, al mostrarle su biblioteca, tomó de la estantería mi libro Un año en China con dedicatoria del autor. Yo le había enviado ese libro poco antes de la guerra.

Con su segundo hijo, Patrick, en 1946, Sun Valley, Idaho. La foto está dedicada en español a Gregorio Fuentes: «Para mi compañero de guerra con mucho cariño. Papa.» (Lloyd Arnold)

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Hemingway había escrito su novela sobre España y había ejercido su libertad artística, y entonces en algunos sectores —los dirigentes del Partido Comunista Español en especial— se sintieron agraviados por los juicios emitidos en el libro. Comenzó un vendabal de criticas que Hemingway recibió con desagrado, aunque procuró no expresarlo fuera de los límites de su círculo intimo.

Sam Putnam, en el periódico del Partido Comunista Norteamericano. criticó acerbamente la novela, casi tildándola de fascista. A Hemingway le molestaba que el artículo hubiera sido publicado en este órgano, ya que el señor Putnam, años atrás, había criticado Adiós a las armas, pero desde posiciones fascistas. Según Hemingway, en aquella época el señor Putnam había sido un simpatizante del fascismo y lo había acusado de haber escrito una novela «socialista».

Hubo otro articulo, escrito por el argentino García Tuñón, cuyo título era «El traidor Hemingway», que fue reproducido por el periódico comunista cubano Noticias de Hoy, en un suplemento dominical dirigido por un republicano español llamado Ángel Custodio, un comediógrafo. Tras recibir una respuesta evasiva de Angel Custodio sobre el porqué de este ataque, el amigo de Hemingway, José Luis Herrera Sotolongo, fue a ver a Juan Marinello, entonces presidente del Partido Comunista Cubano, para aclarar la situación. Herrera Sotolongo le destacó a Marinello la actitud positiva que Hemingway había tenido en relación con los comunistas; incluso le habló sobre la considerable ayuda económica que les había brindado. Para apoyar sus argumentos, mostró ciertos documentos. Convencido, Marinello expresó: «Bueno, esta campaña debe terminar, pero nos reservamos el derecho a criticar la película.» Cuando Herrera Sotolongo se lo contó a Hemingway, este dijo textualmente: «Dile a Juan que si quiere yo le escribo esa crítica, que la puedo hacer más destructiva que cualquiera.» Ya se sabe la pésima opinión de Hemingway sobre la maquinaria hollywoodense.

Un dato poco conocido es que esta novela fue publicada en la Unión Soviética en una edición limitada para el Ejército Rojo; se trataba de un volumen en rústica, parecido a un bolsilibro. Desde Washington, el embajador soviético en Estados Unidos, Maxim Litvinov, envió a Hemingway dos ejemplares del libro y tres o cuatro ejemplares de Pravda, donde, en primera plana, aparecía un artículo de Ilya Ehrenburg en el cual se elogiaba la novela. El artículo terminaba diciendo que los combatientes soviéticos se sentían alentados con el ejemplo de Robert Jordan. En la carta de Litvinov se le explicaba a Hemingway que el importe de sus derechos de autor se encontraba depositado en rublos en la Unión Soviética. Estos fueron los documentos mostrados por Herrera Sotolongo a Marinello.

El mayor peso de las críticas de índole política —también hubo críticas literarias, desde luego— provino de la izquierda o de excombatientes en España. Surgió, por ejemplo, el diferendo con Milton Wolf, último comandante de la Brigada Abraham Lincoln, el corajudo internacionalista que había cruzado a nado el Ebro con los restos de su batallón y, después de reorganizarlo, lo había conducido de vuelta contra el enemigo. Wolf se sintió ultrajado por el contenido de la novela. Se lo expresó a Hemingway en la carta a la cual ya nos hemos referido. El escritor, además de romper las relaciones momentáneamente, respondió: «OK. ¿No se te ocurre que había alrededor de 595 000 soldados en el ejército español, junto a la XV Brigada, y que la acción de mi libro, en su totalidad, tuvo lugar y terminó antes de que tú personalmente hubieras estado en la linea de fuego...?» Pero se negó a dejar la cuestión ahí y quiso saber «dadas la experiencia y habilidades qué yo puedo tener, ¿qué les hubiera gustado que yo hiciera para ayudar a la causa de la República Española, que no hice?»

Con Patrick y una persona no identificada en Idaho, hacia fines de los años 40.

Pudiera parecer, 40 años después de publicada, que las polémicas en torno a Por quién doblan las campanas fueron excesivas, sobre todo teniendo en cuenta que la novela no se aparta de los cánones habituales de la ficción de Hemingway, y que es, en primer lugar, el relato de uno de sus personajes típicos —un alter ego— en una de sus situaciones típicas (en otras novelas suyas estos elementos causaron simpatía y aprobación). Fue el contexto histórico de la guerra civil, y el geográfico, los que inflamaron la discusión. También influyó el hecho de que en esa guerra participaron numerosos intelectuales de diferentes países.

Una opinión representativa de los comunistas españoles de la época es la de Enrique Lister, general de división del ejército republicano. Hemingway emitió un criterio irónicamente peyorativo sobre él en Por quién doblan las campanas: «En el Gaylord's se encontraba uno también con el albañil Enrique Lister, de Galicia, que mandaba una división y hablaba ruso... Modesto era mucho más inteligente que Lister... Los gallegos son muy inteligentes o muy torpes y brutos. He conocido de las dos clases; Lister es de Galicia, de la misma ciudad que Franco.»

Enrique Lister, a su vez. opinaba sobre Hemingway:

Cuando varios años después del fin de nuestra guerra leí su libro Por quién doblan las campanas, me indigné, pero no me extrañé demasiado. Yo no tengo la menor duda sobre la identificación de Hemingway con nuestra causa durante su vida y hasta su muerte. ¿Cómo explicar, entonces, que haya escrito ese libro que es una burda caricatura de nuestra guerra y de la lucha heroica de nuestro pueblo español y de los Voluntarios de la Libertad? Yo creo que escribió eso porque en ese momento no fue capaz de escribir otra cosa. La lucha del pueblo español era demasiado grande para que Hemingway —a pesar de su talento— pudiese comprenderla en toda su profundidad. Hemingway, como muchos otros, se dejó llevar muchas veces por lo exterior, lo anecdótico, lo superficial de nuestra lucha, sin entrar verdaderamente en su entraña...

Cuando leí su libro y vi algunas cosas que sobre mí dice, no me extrañó en absoluto; era su pequeña revancha, pues yo sabía, y así me lo había dicho más de una vez, que no me perdonaba el que no le hubiera permitido ver todo lo que quería... porque si bien el libro, en su conjunto, es un insulto a la lucha del pueblo español... al mismo tiempo es una traición a las opiniones que el propio Hemingway tenía sobre esa lucha, que expresó no solo durante la guerra sino después de esta en muchos de sus trabajos y por diversos medios, entre ellos una excelente película que hizo con el cineasta Joris Ivens en 1937. Por ello, a pesar de ese libro, siempre he guardado por Hemingway el afecto que nació en la guerra de España y sé que, hasta su muerte, él me conservó el suyo.

Gregory Hemingway, Gigi (Life foto. Robert Capa)

La reacción llegó a ser tan fuerte, que incluso el Partido Comunista Español pidió al Partido Comunista Soviético que esta obra de Hemingway no se publicase en la Unión Soviética. Sin embargo, el libro no era anticomunista ni antisoviético en absoluto; sus posibles defectos no impidieron que se editara en ese país.