Herrera Sotolongo tiene su criterio al respecto:

Yo he visto escritores famosos tomar muchas notas para un libro y luego salir una obra que es una calamidad. Yo conocí a un escritor alemán, Gustav Regler, que estuvo peleando en la guerra de España, peleando activamente como comisario político; todas las noches llenaba varias cuartillas en letra chiquita de los sucesos del día, llevaba un diario que, posiblemente, no hubiese otro diario de guerra como ese. Sin embargo, cuando publicó el libro sobre la guerra de España (La gran cruzada) fue un verdadero desastre...

Sin valor literario alguno, y eso que Ernesto le había hecho el prólogo para facilitar las cosas, porque eran muy amigos.

Ernesto siempre tuvo una actitud sincera y de ayuda a la República Española. Aunque ha habido muchas controversias acerca de esto, yo puedo asegurar que ha sido muy entusiasta y un convencido de la razón del pueblo español... Pero se ha tratado de detractar un poco su persona por las cosas que escribió en el libro Por quién doblan las campanas. Yo estoy seguro de esto: los que han tratado de atacar el libro no han sabido interpretarlo. Es un libro muy fácil y muy difícil. Yo he discutido con él. hemos hablado del libro, profundamente a veces, Ernesto y yo, y llegamos a la conclusión de que efectivamente el libro no ha sido asimilado por todos los que lo han leído. Unos le dan una interpretación de una cosa aventurera, otros lo consideran un libro de una acción de guerra y otros lo consideran como un ataque contra distintos aspectos de la política española. Ninguno tiene razón. El libro tiene un sentido auténtico, y es el impacto profundo que hace la guerra de España en Ernesto. Él lo asume quizás un poco como novelista, rozando el reportaje en algunos momentos, pero vuelca de verdad el sentimiento íntimo que tiene con respecto al pueblo español.

Herrera Sotolongo dice que el compromiso de Hemingway se puede resumir en la expresión inglesa fellow traveller, y recalca en español: «Él era un compañero de viaje.»

Sin embargo, estas opiniones no las compartían los jefes, dirigentes e intelectuales de la Brigada Lincoln: Wolf, Bessie (autor de un libro extraordinario sobre la guerra española: Men in Battle), Keller, Goff, quienes atacaron a Hemingway desde las páginas de New Masses y Daily Worker.

La organización VALB (Veteranos de la Brigada Abraham Lincoln) se pronunció también contra Hemingway, sin considerar que el novelista tenia un «buen récord» de apoyo a la causa española. La resolución de condena de VALB fue unánime. Pero un grupo de veteranos visitó a Hemingway en Nueva York para expresarle su apoyo. Hemingway se vio excluido por la misma razón de una antología. The Heart of Spain, patrocinada por VALB.

La publicación de Por quién doblan las campanas provocó el rompimiento de Hemingway con sus antiguos camaradas de la Lincoln. El viejo romanticismo de la guerra comenzó a agrietarse. Llegó a su punto álgido casi una década después, cuando el macartismo apretó las tuercas. Entonces la antigua camaradería de guerra se convirtió en un asunto tétrico. Sin embargo, al contrario de muchos otros que habían asumido posiciones ideológicas más avanzadas que Hemingway, este jamás se unió al coro de detractores anticomunistas. Como han dicho muchos, fue fiel a España hasta su muerte. Hay un mudo testimonio de este período en Finca Vigía.

En el llamado Cuarto Veneciano, generalmente reservado para los invitados, se encuentra un ejemplar de un documento titulado y acreditado de la manera siguiente: Subversive Activities Control Board/Docket No. 108 − 53/Herbert Bronwell, Jr./Attorney General of the United States/Petitioner/V. /Veterans of the Abraham Lincoln Brigade/Re[s]pondent/Issued May 18, 1955 (Buró de control de actividades subversivas/Sumario No. 108 − 53/Herbert Bronwell hijo/ Fiscal General de Estados Unidos/Acusador/contra/Veteranos de la Brigada Abraham Lincoln/Acusados/fechado mayó 18 de 1955). La ese que faltaba en el Respondent del titulo original, Hemingway se la colocó manuscrita como acostumbraba hacer. Entre las páginas 167 y 168, marcadas por Hemingway, se dice que Alvah Bessie publicó en 1939 un articulo en la revista del Partido Comunista Norteamericano, New Masses, atacando a Hemingway por su. caracterización de André Marty en Por quién doblan las campanas.

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Fidel castro tiene sus opiniones sobre la literatura del huésped de Finca Vigía, y en particular sobre Por quién doblan las campanas. Casi 30 años después de bajar de la Sierra Maestra, donde encabezó una guerrilla que derrotó a un ejército profesional, Fidel sostuvo este diálogo con dos compatriotas de Hemingway:

Jones y Mankiewicz: ¿Lee usted mucho?

Fidel Castro: Todo lo que puedo.

J y M: ¿Qué tipo de libros lee usted?

FC: Literatura política y referente al partido, así como económica e histórica, para la que, desgraciadamente, no dispongo de todo el tiempo que desearía. A veces leo novelas clásicas también...

J y M: ¿Qué autores?

FC: He de decir que prácticamente todos los autores clásicos. En realidad, gran cantidad de obras. Sobre temas económicos, energía, crisis monetaria y desarrollo en general. Ahora se publican muchos libros y siempre hay más de los que podemos leer. Recientemente, el Presidente de México y una editorial mexicana nos regalaron una biblioteca completa, y desearía tener tiempo suficiente para leer todos los libros interesantes que comprende esa colección. De los autores norteamericanos, Hemingway es uno de mis favoritos. Era muy amigo nuestro.

J y M: ¿Lo conoció usted personalmente?

FC: Sí, lo conocí después del triunfo de la revolución cuando adjudicamos el Premio Hemingway en una competencia de pesca. Pero conocía sus obras desde antes de la revolución. Por ejemplo, leí Por quién doblan las campanas cuando era estudiante. Trataba de un grupo de guerrilleros y me pareció muy interesante, porque Hemingway hablaba de la retaguardia que luchaba contra un ejército convencional. Puedo decirle que esa novela de Hemingway fue una de las obras que me ayudó a elaborar tácticas para luchar contra el ejército de Batista.

Hubo otras obras importantes en las que estudiamos la Guerra de Independencia, especialmente la historia de Máximo Gómez... Uno de los temas que siempre me han gustado ha sido la historia de Cuba durante aquella época: los escritos de los hombres que estaban haciendo la historia entonces. He leído prácticamente todo lo que escribieron los hombres que participaron en la lucha por la independencia: Máximo Gómez, Antonio Maceo y otros patriotas. Todos ellos planteaban una cuestión a la que había que dar una solución: la de cómo realizar una revolución contra un ejército moderno. Hubo escritores modernos que, incluso durante la Comuna de París, sacaron la conclusión de que resultaba imposible luchar contra un ejército moderno... Alguien, creo que Mussolini, dijo que la revolución tenía que hacerse con el ejército o sin él, pero nunca contra él.. Nosotros nos encontrábamos en esa situación aquí, en Cuba: luchando contra un ejército relativamente moderno que tenía un control absoluto de las armas. Los métodos que otros hombres usaron para resolver aquel problema nos ayudaron considerablemente a intuir cómo hacerlo. Esos elementos estaban en el libro de Hemingway Por quién doblan las campanas.

J y M: Muy interesante. ¿Supo él que era usted de esa opinión?

FC: Nunca lo dijo. Viajó mucho y murió pocos años después de la revolución. Tenía su casa cerca de La Habana, y hoy la hemos convertido en el Museo Hemingway. Y debe usted saber que es uno de los escritores más admirados del mundo. Lo admiran mucho en la Unión Soviética y los países socialistas. Muchas personas que vienen aquí formando parte de delegaciones, marinos y visitantes, lo primero que desean hacer es visitar la casa de Hemingway. Todo lo que había en su casa se conserva intacto: sus habitaciones, su biblioteca, la mesa en que solía escribir de pie durante varias horas por la mañana. Todo está perfectamente conservado.

J y M: ¿Se conservan manuscritos?

FC: No sé si se conservan manuscritos, pero sé que se conservan muchos efectos personales suyos.

Hemingway y Boise, su mascota favorita, luego inmortalizada en Islas en el Golfo. En el portal de Finca Vigía, hacia 1946.

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Parte de la correspondencia conservada en Finca Vigía pertenece a la experiencia española de Hemingway. Son cartas recibidas después de la publicación de Por quién doblan las campanas. Una de las más interesantes fue enviada por Joris Ivens. Está relacionada con un mensaje anterior del cineasta, que en ese momento se encontraba en Nueva York y quería comunicarse con el escritor. En las próximas páginas se comprobará que hay una diferencia sustancial de lenguaje y ánimo entre las cartas que corresponden al período de la Guerra Civil Española y las que se recibirán en Finca Vigía en los años 50.

Al igual que Karmen, Ivens viajó a Cuba después del triunfo de la revolución. Queda por descontado que su actuación militante al lado de Cuba se ha mantenido durante años largos y difíciles. Pero su posición política derivó hacia una especie de embrollo a inicios de los años 70, cuando se comprometió a realizar una serie documental para el gobierno de la China de Mao Tse-tung. El maestro Ivens, ya octogenario, regresó a España, por primera vez desde la guerra civil, a fines de 1977. En esa oportunidad el filme La tierra española −40 años después de producido —fue estrenado para el público de ese país en el Festival Cinematográfico de Benalmadena, celebrado en Andalucía. Ivens fue objeto allí de homenajes merecidos. Sus relaciones con Pekín se encontraban para entonces en proceso de disolución. De todos modos, el Joris Ivens de siempre es lo importante para los cubanos; el Ivens fogueado y combatiente, el artista comprometido, el soldado internacionalista.

En los viajes de Ivens a Cuba a principios de la revolución, se negó a visitar Finca Vigía. Es fácil comprender que ni él ni Karmen quisieran presentarse en la casa del antiguo amigo en ausencia de este. Aprovecharon el tiempo en algo más productivo que recorridos sentimentales. Ivens fue el primer instructor con que contó el cuerpo de camarógrafos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Como testimonio de la amistad entre Joris Ivens y Ernest Hemingway se incluye la documentación siguiente que se conserva en Finca Vigía.

Feb 27, Nueva York [Matasellos de 1940]

Querido Hem,

Qué bueno recibir tu carta. Recibí una propuesta del Instituto Fílmico Educacional de la Universidad de Nueva York (financiado por la Fundación Sloan) para hacerles una película sobre La frontera de los EE.UU. Les pedí completa libertad «artística»; están considerándolo ahora. Propuse lo siguiente: un rollo de 10 minutos. La frontera moviéndose del este al oeste a través de las mejores escenas de las viejas películas de Hollywood; p.e., los paisajes de Covered Wagon, The Stagecoach, etc.; mapas, dibujos animados, un buen tema musical y comentarios. Luego 4 ó 5 secuencias, cada una de un rollo, de lo que se considera actualmente como la frontera: 1. el mercado mundial; 2. en la ciencia, la fisión del átomo; 3. el mercado del consumidor. Es un tema complicado. Nadie sabe nada y yo tengo que mantenerme en la frontera económica; para el tratamiento de las fronteras sociales no hay dinero de Sloan. Varios amigos me han recomendado que haga una película de $40 000; está bien para un documental si tengo libertad completa en la dirección y en la edición... Gustav Regler vio a Jay Allen y le dijo lo que me habías escrito. Jay me mostró la carta de Gustav en la que escribe: «La visa para Chile ya está conseguida.» Por lo que pienso que Gustav saldrá de Francia en cuanto Charles Sweeney llegue a París. Sweeney, de acuerdo con tu petición, ha hecho mucho por Gustav, ahora con garantías —pero, Von Hemingstein [uno de los apodos que el propio Hemingway se adjudicaba], ni siquiera en este momento encaja en el grupo de Sweeney, según lo que un alienado [Joris y Hemingway se endilgaban recíprocamente este término en son dé burla] puede comprobar.

Quiero jugar contra los tríos en los partidos, o sea, la cancha en la pelota [vasca]. Creo que 198 libras es un buen peso para un portero [zaguero]. De todas formas los extraño. Mi grasa aumenta de nuevo, aunque aún no me llega al cerebro.

Creo que se cometen errores al tratar con nuestros buenos amigos (como en el caso de Jay) en relación con el trabajo que realizan por nuestra causa. Por una parte, nos ayudan con sus conexiones personales y sus amistades; por otro lado, los mantenemos demasiado tiempo en nuestro trabajo público, lo que nos hará daño, a ellos y a nosotros, en un futuro cercano. Muchos aquí pensamos como tú: la guerra se aproxima, y cualquiera que diga algo contra Francia o Inglaterra se toma sospechoso y rojo.

Me alegra saber que tu libro [Por quién doblan las campanas] sigue adelante. Me gustaría saber lo que los fascistas nos hicieron, porque lo que nosotros les hicimos a ellos está claro en mi recuerdo. La fila de gente desde el ruedo hasta el río.

Boise fotografiado por Hemingway desde el interior de su habitación.

¿Cuándo vienes a NY?... No te preocupes mucho por tus problemas. Lo de la estación de gasolina contra el gran pozo de petróleo siempre saldrá bien...

No creo que la Unión Soviética quiera nada de Suecia, mientras Inglaterra no eche a perder las relaciones... Mi trabajo «La electrificación rural» todavía espera. Pat Lorentz, que tiene que escribir los comentarios, ha estado fuera dos semanas. Quiero enseñarte el material cuando vengas a NY.

Si hago la Frontera, es imposible trabajar con Howard Hawks. Pero el trabajo siguiente espero que sea contigo.

Ve a ver cómo marcha la guerra. No sabemos mucho más que tú.

Recuerdos de Helen, también de Johnny (Ferno), [Robert] Capa. Nos vemos pronto,

Joris

En la carta se habla de Gustav Regler, el comisario político de la XII Brigada Internacional. Regler había sido militante comunista y tuvo una valerosa conducta en España, pero no pudo sobreponerse al trágico desenlace de la guerra. Abandonó el partido y vivió largo tiempo en México donde escribió La gran cruzada, publicada en 1940 con el prólogo de Hemingway. Regler había sobrevivido milagrosamente a las graves heridas que recibió durante un ataque de artillería el 16 de junio de 1937, mientras viajaba en un auto con Lucasz durante los preparativos de la ofensiva para la toma de Huesca. En ese mismo ataque pereció Lucasz.

Boise adulto: manto negro, hocico negro y recia personalidad. Fotografía tomada probablemente por Hemingway.

Joris Ivens y Hemingway ayudaron a Regler a salir de España y mantenerse en el exilio. Hacia los años 50 Regler pidió a Hemingway que le enviará una pistola a México porque se sentía «desconfiado». Ernest nunca se la envió. En la carta hay referencias a Jay Allen, a quien Hemingway había conocido en 1931, en Madrid, donde Allen era corresponsal del Chicago Tribune. En el transcurso de la guerra Allen y Hemingway se mantuvieron en contacto.

También se menciona a Charles Sweeney, amigo de Hemingway desde los años 20 en París, y que, según comenta Mary Welsh en una relación de objetos hallada en Finca Vigía, «era uno de los pocos héroes admirados por EH». Una foto suya con marco de plata se conserva en Finca Vigía. Pero el militar no era una buena compañía para el Gustav Regler de aquella época, según se desprende de la carta de Joris Ivens.

Otras líneas se refieren a la pelota vasca, un juego en el que es factible organizar partidos de dos contra tres. El dúo que se enfrenta al trío debe ser sumamente hábil y resistente.

Hay una oración que es una clave secreta entre Ivens y Hemingway. Según el testimonio de Herrera Sotolongo, alude a la acción punitiva lidereada por el comandante Carlos. Ivens dice que le gustaría saber «lo que los fascistas nos hicieron, porque lo que nosotros les hicimos a ellos está claro en mi recuerdo. La fila de gente desde el ruedo hasta el río». Esta última frase aparece casi textualmente en uno de los monólogos de Robert Jordan, en Por quién doblan las campanas, cuando acaba de escuchar el relato de Pilar del linchamiento de los fascistas en un pequeño poblado de la montaña. Jordan recuerda: «Siempre he sabido lo que les pasó a los otros... Lo que les hicimos nosotros al comienzo. Siempre lo he sabido y me ha inspirado horror. He oído hablar de ello con vergüenza y sin vergüenza, enorgulleciéndose de ello y haciendo alarde, explicándolo y hasta negándolo...»

El cable enviado por Ivens unos cuatro meses después de la carta indica sus frustraciones en Estados Unidos y cómo pensaba reorientar sus actividades. Por esta fecha, en efecto, Hemingway va a poner punto final a su novela. Uno de los primeros lectores del original es Joris Ivens.

1940 JUL 17

CDA 29 UD NUEVA YORK 55 17 NLT ERNEST HEMINGWAY

HOTEL AMBOS MUNDOS

ME ENTERE TERMINASTE EXITOSAMENTE TU LIBRO DIME SI VIENES A NUEVA YORK QUIERO HABLARTE SOBRE POSIBILIDAD DE HACER JUNTOS UN FILME EN SUDAMERICA DEJAME CONOCER TUS PLANES MR SLOAN DETUVO MI FILME SOBRE NUEVAS FRONTERAS ASI QUE ESTOY LIBRE ESPERO SABER PRONTO DE TI RECUERDOS TAMBIEN A MARTY [MARTHA GELLHORN]

JORIS 46 WASHINGTON SQUARE

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La correspondencia de Por quién doblan las campanas

Finca vigía guarda numerosos recuerdos de la publicación de esta novela sobre la Guerra Civil Española. Pauline Pfeiffer, la segunda mujer de Hemingway, pese a que en ese momento está concluyendo los trámites para divorciarse de él, le envía desde San Francisco, California, el día 17 de septiembre de 1940, a las 7:43 de la tarde, un cablegrama alentador y entusiasta. Lo remite a «Ernest Hemingway, Sun Valley Lodge, Sun Valle, Ida.» Al referirse al libro le dice que está tan cuidadosamente hecho, es tan sano, tan inteligente, tan limpio y tan conmovedor que le parece imposible que pudiera escribirse mejor. «Toda mi admiración y aprecio por el esfuerzo sobrehumano que implica. Salud, Maestro.»

La exmujer de Hemingway debe haber leído una edición de pruebas porque la venta pública del libro comenzó el 21 de octubre de 1940. Las últimas dos palabras del cablegrama, «Salud, Maestro», están en español en el original.

Maxwell Perkins, el editor de la Casa Scribner's, en una carta fechada el 20 de septiembre de 1940 le dice a Hemingway que considera como algo milagroso que pudiera escribir ese libro en 15 meses: «Se ha hecho todo lo que se podía hacer y se ha hecho magníficamente.» Perkins le asegura que, aunque hubiera invertido cinco años en el libro, nadie hubiese pensado que era demasiado, porque, de todas maneras, «no existe otro ser humano que pudiera haberlo escrito. Casi no hay necesidad de repetirlo.» Pero parece que Hemingway estimaba lo contrario y Perkins insiste en echar a un lado la preocupación del escritor por el tiempo empleado. Trata, finalmente, de interesarlo en otros libros: «Ahora te estoy buscando libros, ya que al fin estás desahogado», añade al final de la misiva. «Te enviaré uno sobre un juez. Se lee rápido; es bueno y habla de cosas interesantes acerca de criminales, etc. Siempre tuyo, Max.»

En otra carta de Maxwell Perkins, con fecha 15 de octubre de 1940, que encabeza con un «Querido E», el editor le habla a Hemingway de la reseña que un crítico apellidado Adams hace de su libro, aparecida en Time, publicación que Perkins tenia en alta estima. También comenta otra reseña publicada en el Herald Tribune. «Pese a la simpleza del comienzo, es bastante buena... especialmente desde el punto de vista de las ventas, incluso con sus simplezas a lo John Chamberlain.» Y añade: «Se las llevaré mañana a (Maurice) Speiser [abogado y agente literario de Hemingway] que las va a fotocopiar con vista a la venta de los derechos de autor para la versión cinematográfica.» También le habla de su deseo de que Gary Cooper actúe en la película «por su aspecto y todo lo demás».

Una tercera reseña fue publicada en Time. Perkins se lamenta de que esté escrita en el estilo mordaz propio de esta revista. No obstante, la considera muy buena y cita la última línea: «Las campanas, en este libro, doblan por toda la humanidad.» A esto siguen algunas noticias sueltas, pero no menos importantes: «Depositamos los 1 500 en Key West y te enviamos todos los libros que pediste... La dirección de Scott [Fitzgerald] es 1 403 N. Laurel Ave., Hollywood, y la de John Bishop es South Chatham, Mass.» La publicación del libro, dice, es un acontecimiento de indudable importancia e interés. «Se ha corrido que este libro es realmente un gran libro... Hasta los que están fuera del ambiente editorial y literario se han enterado. Debes venir [a Nueva York] para que veas las vidrieras cuando el libro se ponga a la venta.» Termina la carta diciéndole que cenará esa noche con Waldo Peirce, al cual ha tenido que enviarle un ejemplar de Por quién doblan las campanas, pues, al irse de Maine, no había podido recibir el libro que le enviaron:«Ya veremos cómo marchan los acontecimientos.» Y finaliza: «Te mantendré informado. Tuyo, Max.»

John O'Hara, autor de Appointment in Samarra. Butterfield 8. The Doctor's Son, admiraba tanto a Hemingway que, hacia 1950, después del lanzamiento de A través del río y entre los árboles, llegó a compararlo con Shakespeare. En un cable fechado el 16 de octubre de 1940, a las 10:07, habla entusiasmado del nuevo libro de Hemingway que acaba de recibir. «Es un clásico. Tu tercer clásico. Estoy orgulloso de ser tu amigo.»

A raíz de la publicación de Por quién doblan las campanas, Jay Allen cursó un cable extenso, fechado en Nueva York el 21 de octubre. Impresionado, al igual que otros, por el libro, al que considera «un tremendo milagro», manifiesta su entusiasmo a lo largo de 14 líneas: «Es lo que tú dijiste que iba a ser y más todavía.» Se congratula doblemente por la victoria alcanzada con la obra: «Tú no lo podías adivinar. La verdad estaba con nosotros pero las mentiras de los fascistas y las mentiras de los farsantes y las de los raqueteros y los amigos ya casi habían matado esa verdad. Estabas solo. Me imagino cuán solo. Pero has obtenido una victoria para los que no sobrevivieron. En un aspecto es la primera victoria, Ernest. La ganaste con un libro auténtico.» Alien se siente emocionado y agradecido. El recuerdo doloroso del pasado se une a un cierto sentimiento de satisfacción al enfrentarse ante el deber cumplido: «A mí me abrió heridas que ya había lavado y limpiado. Me sentí mejor durante el resto del día por primera vez en un año. Día en el cual he estado recordando cosas sin ocultármelas.» El libro le resulta tan definitivo como un tapaboca: «Es maravilloso ver a los críticos obscenos con las lenguas atadas aunque sea una vez.» En el cable le anuncia que realizará una gira en avión por Lisboa, Marruecos y Marsella, con el fin de ver a los viejos amigos. «Dime si quieres algún mensaje. Pacciardi y Scores estarán como tú sabes.» Y termina: «Mándame cualquier sugerencia por correo aéreo. Gracias por el levantón en la víspera.» Y firma: «Jay».

Archibald MacLeish, el poeta, también se sumó a los amigos que extremaron los elogios. Su cable está fechado en Washington el 29 de octubre de 1940, a las 8:25 am. Su único encabezamiento: «Ernest Hemingway.» Y el mensaje: «La palabra grandioso no tenía significado en este idioma hasta tu libro. Le has devuelto todo su contenido. Me siento orgulloso de haber compartido cualquier pedazo de tu cielo.» Hay también un recuerdo familiar: «Ada envía cariños.» Y una fórmula cariñosa para firmar: «Archie.»

MacLeish tiene unos versos dedicados a Hemingway en su libro Years of the Dogs:

El muchacho de la Rue Notre Dame des Champs

En el hatillo del carpintero sobre la margen izquierda yendo hacia abajo.

El muchacho de aspecto dócil como pantera dormida,

¿Qué se hizo de él? Se hizo famoso.

Veterano de las guerras antes de los veinte años,

Famoso a los veinticinco, maestro a los treinta,

Talló un estilo para su época en una vara de nogal

En el hatillo de un carpintero de una cálle de esa ciudad de abril.

En el verano de 1936, según relata Leicester Hemingway, su hermano Ernest y Archie MacLeish salieron de pesca cerca de Key West, y al rato los ánimos se caldearon y sostuvieron una discusión porque no habían capturado un solo pez. Disputaron en el Pilar. Decidieron continuar «la cuestión» en tierra y pusieron proa a un cayo. MacLeish bajó primero y Hemingway lo abandonó allí mismo. Era uno de los islotes entre Boca Grande y Snipe Keys. MacLeish se quedó solo en el cayo. «El muchacho de aspecto dócil como pantera dormida» regresó a su casa de Key West. Allí se quedó hasta que Pauline lo obligó a ir a buscar a MacLeish. Es comprensible que esto deteriorara la relación entre el poeta y el narrador.

Una reminiscencia literaria de la Guerra Civil Española, conservada en Finca Vigía, es una copia de la edición de Esquire de febrero de 1939, que incluye el relato de Hemingway «Night Before Battle». Este hizo correcciones a lápiz en el material publicado. Actuó sobre su prosa con el mismo sentido crítico y meticulosidad con que abordaba los textos impresos de Fitzgerald o Algren. Sustituyó y tachó palabras que parecían inocuas, pero que no dejaría pasar en una segunda oportunidad. Sin embargo, después que terminó de hacer sus correcciones, guardó de forma permanente el ejemplar de Esquire en uno de sus libreros. Más tarde comunicaría a Scribner's su decisión de no volver a publicar ninguno de sus cuatro relatos escritos en el hotel Florida de Madrid.

Una extraordinaria colección de 40 fotografías tomadas por Robert Capa en el transcurso de la guerra y otras 200 fotos realizadas por John Ferno y Joris Ivens en el proceso de filmación de La tierra española acrecentaron la nostalgia, y cierran el dossier hemingwayano de aquella primavera en que creía que la república podía ganar: «el período... más feliz de nuestras vidas».

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Mary welsh dice en How It Was que Hemingway recibió una carta del escritor soviético Ilya Ehrenburg en 1959 en Finca Vigía. Ehrenburg escribía a nombre del Consejo Mundial de la Paz e instaba a Hemingway a que se adhiriera a un movimiento internacional contra las armas atómicas. Mary dice que su esposo, airado, comenzó la redacción de una carta en la que le decía a Ehrenburg «para su información», que no solo estaba en contra de las armas atómicas «sino también en contra de cualquiera cuya potencia excediera là de las escopetas deportivas de calibre 22...» Hemingway enumeraba una lista larga de cosas contra las que se oponía. Terminaba reafirmando —una referencia evidente a la URSS— que si su país «era atacado», él lucharía «contra cualquier agresor». Y esto, sin duda, es algo diferente a la postura antifascista de su época española; una posición reblandecida. Se vislumbra como un fin de fiesta trágico, desconsolador a veces. Hemingway, según Mary, comenzó la carta a Ehrenburg en mayo de 1950, pero luego no la continuó y desistió de enviarla finalmente. Así que no existen otras noticias, hasta ahora, que las aportadas por Mary. El original de la carta hipotética no ha sido localizado en Finca Vigía, como es de suponerse.

Este gato barcino se llamaba Príncipe y era uno de los favoritos en Finca Vigía; probablemente fotografiado por Hemingway.

El Hemingway de esta época que se ofrece en la bibliografía consultada es el anticomunista promedio de los años de la guerra fría. Hotchner y Leicester Hemingway abordan con entusiasmo el asunto. Hotchner declara en su libro Papa Hemingway que este se lamentaba de no haber ido a la guerra de Corea. Era la primera vez que se ausentaba de un enfrentamiento bélico en el que participaba su país. ¿Se lamentaba o lo decía? Decirlo a secas resultaría significativo, porque esa era precisamente la contienda en la que no debía intervenir. ¿Qué actitud hubiese asumido años después con la guerra de Vietnam? ¿Lamentarse de ser el segundo conflicto en el que su país se comprometía y él no?

La exhumación política resulta difícil ahora. Tenemos a varios Hemingway por lo pronto: el de Hotchner y Leicester es el soldadito azul dispuesto a combatir contra el peligro rojo; el de Mary Welsh, a diferencia del anterior, presenta ciertos matices: es un francotirador que, al mismo tiempo que escribe cartas airadas a Ehrenburg, se burla del senador McCarthy con frecuencia; el Hemingway que ataca al senador y su histeria anticomunista en la crónica «El regalo de Navidad», y el de su alter ego, el coronel Richard Cantwell, que hace declaraciones políticas delirantes en algunos pasajes de A través del río y entre los árboles. Pero, ¿es este el Hemingway que veía desmoronarse el mito norteamericano de la democracia y la libertad?

Un documento novedoso, que constituye potencialmente una declaración de principios, se conserva en Finca Vigía. Una cuartilla de papel gaceta, escrita por Hemingway a máquina, cuyo encabezamiento dice: «Finca Vigía, San Francisco de Paula, Cuba, 8/II/50.»

El texto comienza haciendo referencia a un prólogo desconocido: «Desde que se escribió esa introducción hemos ganado una guerra y perdido una paz y ahora tenemos una guerra no declarada mientras que nos preparamos para luchar a escala mundial.» Es probable que esa «introducción» a la que se refiere sea la que él hizo para Treasury for the Free World, una antología editada por Ben Raeburn. Hemingway la escribió y firmó también en San Francisco de Paula, Cuba, pero en septiembre de 1945. Ambos documentos están redactados con un tono y estilo parecidos. Hemingway dijo en el prólogo para el libro de Raeburn: «Hemos combatido y ganado la guerra. No nos mostremos santurrones ni hipócritas; no seamos ni vengativos ni estúpidos. Impidamos que nuestros enemigos puedan volver jamás a hacer la guerra: reduquémoslos «y aprendamos a vivir en paz y a ser justos con los demás países y pueblos del mundo. Para lograrlo, debemos educar y reducar. Pero, ante todo, debemos reducarnos nosotros mismos.»

Foto conservada por Hemingway, la más antigua de todas en los archivos de Finca Vigía. Es una tarjeta postal y fue tomada en Pamplona a principios de los años 20. A la izquierda, Harold Loeb, que sería el Robert Cohn de Fiesta; a la izquierda de Hemingway, Guy Hickok, corresponsal en Paris del Brooklyn Daily Eagle. La mujer guarda un extraordinario parecido con Lady Duff Twysden, la Lady Brett de Fiesta.

En el documento localizado en Finca Vigía, luego de oír que se ha ganado una guerra y perdido una paz y que se tiene una guerra no declarada, Hemingway afirma que personas con la mentalidad de «los que iban a derrotar a Japón en 60 días» se preparan en esos momentos para combatir en toda Asia (un reconocimiento evidente del conflicto coreano e incluso una premonición de lo que ocurriría en Vietnam). A cualquiera que advierta la insensatez de esto, dice, se le considera «un traidor en potencia», y comenta: «Dos traficantes de guerra juntos, de los cuales ninguno va a luchar, constituyen un núcleo de superpatriotismo. En fin, no caben dudas de que tres traficantes de guerra valen lo mismo que una división de infantería bien entrenada y experimentada.» El autor saca una conclusión con amargura y pesimismo:

La gente que ha combatido volverá a combatir. La gente habladora volverá a hablar. Los que estaban satisfechos con el diez por ciento verán qué tontos fueron con ganar tan poco y obtendrán mayor provecho de esta nueva guerra, hasta que llegue el fin inevitable de tanta locura.

En estas páginas y las que siguen: escenas de Pamplona tomadas por Hemingway y Mary Welsh en su viaje turístico de 1953.

Las fotografías han sido ampliadas de las pruebas de contacto que se conservan en Finca Vigía.

Hemingway afirma que «la guerra es el negocio más lucrativo que se ha inventado», y, refiriéndose a los que están «en sus interioridades», dice que su perfección la lograron «en esta última guerra que tuvimos y que todavía mantiene la salud del Estado».

El documento se vuelve irónico: «Seguramente podríamos contar con los recursos suficientes para brindarle a cada habitante de la tierra un refrigerador, un televisor y una selección de obras de Ralph Waldo Emerson, y con esto cubrir los gastos de combatirlos y conquistarlos, sin mencionar resolverles empleo y alimentación y reducarlos.» Seguramente, dice Hemingway, podrían poner dos automóviles en cada uno de sus garajes, y, además, construir el garaje. Hasta podrían poner dos pollos en cada una de sus cacerolas, «y quedarnos nosotros sin una cacerola para cocinar».

«Pero no, caballeros —Hemingway declara—, de nuevo a los caballos; de nuevo a la carga para aumentar el diez por ciento que nos conducirá hacia adelante.»

Y añade con sorna que no era eso lo que debía sentir un verdadero norteamericano hacia la «nueva y admirada gran guerra preventiva» que el Mayor General Anderson explicara con tanta claridad.

No obstante, el escritor afirma que él «ama realmente a su patria» y que luchará por ella, según su declaración al final del texto:

... that is the way the writer of this

Introduction feels and he loves his country and will fight for it

El Hemingway de esta cuartilla es incompatible con el que Hotchner y Leicester ofrecen en sus libros respectivos. Es alguien que piensa con seriedad sobre el mundo en que vive y se preocupa por él.

Quizás resulte un poco poético todavía con aquello de irse de nuevo a los caballos, pero coincide plenamente con uno de los lugares comunes del marxismo: las guerras son un negocio. Claro, él está en Finca Vigía, a salvo de la cacería de brujas del macartismo, preparando este texto que a todas luces nunca sería publicado. Pocos años antes, en el prólogo de Men at War, había descrito las sensaciones que se experimentan en una guerra. Ahora es un autor que analiza el porqué. Pese a sus limitaciones, hay un escritor políticamente sagaz, aunque amargado, detrás de estas líneas clandestinas.

Las palabras en el documento original mecanografiado están distanciadas. Tres o cuatro golpes de máquina entre cada una. Tampoco tiene coma ni punto y coma para terminar la penúltima oración y comenzar la próxima con la conjunción and (entre teels y he loves), sino que deja abierto un espacio largo para comenzar la nueva idea. El texto carece también de punto final. El documento está firmado con lápiz, al pie, como suelen hacer los pintores y grabadores en sus obras.

Ehrenburg nunca recibió la carta mencionada por Mary Welsh; tampoco tuvo noticias del documento de Finca Vigía. De todas formas, cuando se sienta a rememorar a su amigo un par de décadas después, lo hace con toda responsabilidad: «Hemingway no se quedó en el Madrid asediado por accidente; ni tampoco fue un accidente que él, siendo corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, fuera a ver a los guerrilleros franceses en vez de a los oficiales de Estados Unidos; o que saludara a los guerrilleros victoriosos de Castro. Seguía la propia línea de su vida.»

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Granma

2 de agosto de 1977

FALLECIÓ EL PERIODISTA HERBERT L. MATTHEWS

NUEVA YORK, 1ro agosto (PL) —Herbert L. Matthews corresponsal de The New York Times durante 45 años, murió a la edad de 77 años en una ciudad australiana.

Matthews, quien se retiró del periodismo en 1977, ganó fama internacional cuando entrevistó al líder revolucionario cubano Fidel Castro, en la Sierra Maestra, en el año 1957.

Granma

2 de mayo de 1978

FALLECIÓ EL CÉLEBRE CINEASTA SOVIÉTICO ROMAN KARMEN

MOSCÚ (TASS) —El Comité Central del PCUS, el Presidium del Soviet Supremo y el Consejo de Ministros de la URSS informan con profundo pesar que el 28 de abril de 1978, a los 71 años de edad, falleció el director de cine Roman Karmen, destacada personalidad de la cultura soviética. Héroe del Trabajo Socialista, artista del pueblo de la URSS y laureado con los premios Lenin y nacionales. Era egresado del Instituto Moscovita de Cinematografía. Se hizo famoso como reportero cinematográfico en los años de la guerra nacional revolucionaria de España en 1936 − 1939. Sobre la base del material filmado por él en España, aparecieron muchas cintas documentales.

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Un personaje clave declara aquí ahora. Sitúa a Hemingway en la época y esclarece sus relaciones con los comunistas cubanos y los republicanos españoles: Ramón Nicolau, habanero, nacido en 1905, comenzó a trabajar como obrero en la industria del calzado. Fue activista sindical y miembro del Partido Comunista desde 1926, y de su Comité Central desde 1930. Guardó prisión por primera vez en febrero y marzo de 1931, sorprendido en una conspiración contra el dictador Gerardo Machado. En marzo de ese mismo año viajó a la Unión Soviética, uno de los primeros cubanos en hacerlo, para pasar un curso de marxismo-leninismo de la Internacional Comunista. Fue el único latinoamericano seleccionado entonces para estudiar en la Academia Militar «Frunze», donde permaneció seis meses. Entre enero y marzo de 1933 estuvo clandestino en Alemania, a punto de caer en poder del nazifascismo, y fue testigo presencial del incendio del Reichstag. Ese mismo año volvió a Cuba y dirigió una de las más extraordinarias sublevaciones campesinas de la historia del pais, en el Realengo 18. En 1936 era uno de los organizadores del movimiento insurreccional que debía combatir a Batista cuando el Partido Comunista Cubano recibió el llamado de la III Internacional para movilizar voluntarios en defensa de la República Española. Nicolau fue encargado de esta misión. Estuvo responsabilizado con el reclutamiento de los voluntarios cubanos que combatieron en España y de su abastecimiento.

Realizó un trabajo perfecto y realmente asombroso si se toma en cuenta que se llevó a cabo en la clandestinidad. Cerca de 1 000 combatientes cubanos, muchos de ellos con experiencia en armamentos, luchas callejeras y guerrillas, estaban listos para cruzar el Atlántico y entrar en acción en una fecha tan temprana como el verano de 1936. El dispositivo cubano, dirigido por Nicolau, estuvo enviando provisiones al gobierno republicano en el transcurso de la guerra: cargamentos de azúcar, tabaco, café, ropa y dinero en efectivo; se hizo cargo de una escuela para 300 niños victimas de la guerra, en la localidad española de Sitges, a la que enviaron una maestra cubana, y para la que compraron todo el material, incluidos una camioneta y una ambulancia, uniformes, material escolar, alimentos; llevó a cabo grandes campañas de propaganda en Cuba y reunió hasta 80 000 personas en sus mítines políticos. Logró liberar del puerto habanero un barco mexicano que transportaba provisiones para la república y que había sido retenido por las autoridades batistianas. Abrió una fábrica de tabacos cuya producción estaba destinada integramente a España. El dispositivo se puso en marcha nuevamente cuando la contienda española llegaba a su fin. Esta vez para rescatar a los cubanos sobrevivientes, muchos de ellos mutilados o gravemente heridos que se encontraban en los campos de concentración franceses.

Este era el hombre que había sido nombrado financiero del Partido Comunista Cubano en 1940, un veterano conspirador que nunca tuvo tipo de conspirador: más bien grueso, no muy alto, casi siempre vestido con guayabera blanca, desarmado, que se sentaba en una de las poltronas de Finca Vigía, delante de Hemingway y Martha Gellhorn, y comenzaba su «disertación» sobre la necesidad de la guerra entre Finlandia y la URSS.

Doce de octubre de 1974, a las seis de la tarde: Gregorio Fuentes, el Antonio de Islas en el Golfo, desembarca en cayo Confites, 35 años después de clausurada la pequeña base que sirvió de punto de abastecimiento al Pilar, durante la aventura antisubmarina de Hemingway en la Segunda Guerra Mundial. (Enrique de la Uz)

Gregorio Fuentes a sotavento de Confites, octubre de 1974. (Enrique de la Uz)

Desde el taro de cayo Paredón Grande, en donde aún se encuentran los cimientos de una instalación que Hemingway conoció en los años de la Segunda Guerra Mundial; también escenario de Islas en el Golfo. (Enrique de la Uz)

Un barco arenero a la altura de la cayería donde se desarrolla Islas en el Golfo. (Enrique de la Uz)

Había conocido a Hemingway durante la guerra civil en el hotel Majestic de Barcelona. Se lo presentó Nicolás Guillén. Hemingway estaba esa noche con Paul Robeson, el cantante negro norteamericano. Pero en España no floreció una amistad entre ellos; ambos siguieron su propio camino, defendiendo una causa común. Al terminar la guerra, Nicolás Guillén volvió a acompañar a Ramón Nicolau, esta vez para una visita a Finca Vigía. Eterno organizador, Nicolau había reunido a un grupo de intelectuales que colaboraban económicamente con el movimiento revolucionario, y venía a solicitar la ayuda de Hemingway. Este aceptó gustoso y Nicolau lo visitó numerosas veces por ese motivo. Así nos lo cuenta:

¿Cómo se producían estas entrevistas? Sencillo. Yo llamaba por teléfono y decía: «Hemingway, tengo necesidad de verlo.»

Él se percataba de inmediato del asunto y me daba la cita, casi siempre el mismo día. «¿Cuánto es lo que usted quiere?», me preguntaba. «No, lo que usted pueda», le respondía. Nunca le pedí mucho dinero. Pero le podía solicitar 500 ó 600 pesos. Él solía ser generoso y excederse en sus contribuciones. Llegó a darnos en total una cantidad cercana a los 20 000 pesos. Le interesaba saber que estábamos haciendo algo contra el gobierno.

Necesitábamos comprar el papel en Canadá para el periódico Noticias de Hoy. Teníamos una editora, la Editorial Páginas, que no se dirigía con criterio financiero sino político. Hemingway dio 3 ó 4 000 pesos en una ocasión para la editorial. Él temía, se preocupaba, por darme un cheque sin fondo.

Se reía conmigo y me decía que yo le costaba mucho: «Nicolau, yo les pago más a ustedes por sus conferencias que lo que yo obtengo por un libro.»

Sin embargo, estas «conferencias» eran solicitadas por el mismo Hemingway. Continúa Nicolau:

Cuando me llamaba él, era para que habláramos de política. Decía: «Nicolau, quisiera que viniera a tomar una copa.» Cuando lo visitaba por asuntos financieros, el diálogo era diferente. Yo separaba las conversaciones políticas de las peticiones. Hemingway se lamentaba de no entender algunos problemas políticos, y me llamaba. No entendía la guerra ruso-finesa, por ejemplo, y yo debía ir allá a explicar que era una guerra preventiva, que se trataba de la defensa de Leningrado. Claro, quien no entendía esto era Martha, la mujer, y él me mandaba buscar para que se lo explicara. En realidad él estaba de acuerdo, pero no tenía argumentos para convencerla. Hubiera querido, según me decía, que no hubiese guerra, pero él tenía ese problema con esa mujer suya.

Si ella no se convenció, se le acabaron los argumentos. Hemingway veía la autoridad del partido y de la URSS. Mi impresión del diálogo con él fue muy buena. No pasaba a los anarquistas. Mis contactos con él se mantuvieron en los años 1940 y 1941. Cuando el Partido Comunista entró en la legalidad, fui a verlo y le dije que «no iba a molestarlo más». Que si me permitía una orientación, yo creía que podía desviar esa ayuda a los republicanos españoles, que la necesitaban. Él dijo: «Ah, muy bien, Nicolau, muchas gracias.»

Nicolau afirma que llamaba a Hemingway «compañero», y Hemingway a él, «camarada», en español. «No sería un comunista —dice Nicolau—, pero era un humanista y colaboraba con nosotros.»

Afirma además que Hemingway fue el extranjero que aportó más dinero al partido comunista. No solo eso: «Fue el que más dinero dio de todos nuestros colaboradores.»

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Hemingway amaba a España. Pero una España que él había visto ocultarse entre el humo de la pólvora y que, después, le saldría al paso con frecuencia. Tenia con ese país un compromiso entrañable, recóndito, que siempre enfrentó.

Un descubrimiento de carácter social de Ernest Hemingway: «la intensa intolerancia de aquellos que se llaman liberales».

Aconsejando a Nelson Algren: apuntes de Hemingway sobre las últimas páginas de un ejemplar de la novela El hombre del brazo de oro.

Luis Delage, miembro del Buró Político del Partido Comunista Español, estaba exiliado en Cuba. Pero el partido lo envió de regreso a su país a dirigir el trabajo clandestino. Delage estaba un poco cansado, desgastado, y antes de salir lo llevaron a reponerse a una casa de la playa de Guanabo, cerca de La Habana. Hemingway pagó los gastos y financió su viaje a España. Emiliano Loza era el intermediario entre Hemingway y el Partido Comunista Español.

Herrera Sotolongo recibió muchas veces dinero de Hemingway para el partido:

La cifra nunca bajó de los 500 dólares y los daba con toda tranquilidad. Además, tenía apadrinado el comité del partido en la localidad de Guanabacoa, cuando los comunistas cubanos estaban en la legalidad. Pagaba el alquiler, la luz y el teléfono del local de la organización.

Este hecho se puede comprobar con los bonos de ayuda voluntaria que se conservan en el archivo de Finca Vigía.

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Patente de corso

En el museo hay una fotografía amarillenta del Pilar. En la proa se ve un cartel que enmascara sus propósitos. Dice, escuetamente: «American Museum of Natural History.» También existe un papel de corte oficial, que informa:

Favor de dirigir su respuesta a:

Oficina del Agregado Naval y Aéreo

Embajada Americana

Habana, Cuba

18 de mayo de 1943

A quien pueda interesar:

Al mismo tiempo que se dedica a la pesca de especies para el Museo de Historia Natural, el señor Ernest Hemingway, en su yate Pilar, realiza ciertos experimentos con aparatos de radio. Este Agregado Naval se encuentra al corriente de esos experimentos; se hace constar que todo está arreglado y que estos no son subversivos en ninguna forma.

Hayne E. Boyden

Coronel, U.S. Marine Corps

Agregado Naval de los

Estados Unidos

Embajada Americana

El documento, especie de autorización expedida a Hemingway por el agregado naval norteamericano en el que las palabras «arreglado» y «Agregado Naval» están subrayadas y en español, parece dirigido a las autoridades cubanas. El detalle acrecienta el carácter irracional de la historia que vamos a contar ahora. ¿Qué hace un agregado naval diciendo que «el señor Ernest Hemingway» realiza ciertos experimentos con aparatos de radio? Se sustenta la tesis de que la Inteligencia norteamericana estaba en pañales entonces. Es curioso —dada la obsesión de Hemingway por las acciones profesionalmente bien ejecutadas— el matiz de improvisación que tuvo esta aventura.

Ese documento y esa fotografía es todo lo que se conserva en Finca Vigía de una de las más ambiciosas e ingenuas empresas organizadas por Hemingway en el transcurso de su vida.

Gregorio Fuentes, el patrón del Pilar, guarda la tablilla con la inscripción del Museo de Historia Natural y una chaqueta verde olivo con la insignia US Navy. Alguien dijo una vez que en la finca había un mapa de Cuba marcado por Hemingway en aquella época pero nunca fue localizado. Tampoco se halla una patente de corso utilizada por Hemingway en estos menesteres. En 1944, cuando Hemingway se presentó ante su hermano Leicester, en Londres, primera etapa de su aventura como corresponsal de guerra y capitán de guerrilleros en la Segunda Guerra Mundial, le explicó cómo había pensado salvar su vida desde el punto de vista legal, en caso de que fueran hechos prisioneros en el transcurso de su aventura antisubmarina: «Redactamos una patente de corso, como en los viejos tiempos. Ahora la guardo en casa. Hacía constar que la dotación pertenecía a distintas nacionalidades, pero actuaba por un interés nacional y sobre bases autorizadas. De esta manera esperábamos conseguir cierta posición legal y no ser ejecutados si la suerte se nos presentaba en contra. Porque la suerte se balancea entre las dos partes

Para los veteranos de las operaciones antisubmarinas en las costas de Cuba, el nombre de Ernest Hemingway recuerda en forma vaga a un personaje que se codeaba solo con altos oficiales navales norteamericanos y al que las secciones de suministros entregaban raciones extraordinarias de bebidas alcohólicas para llevar a bordo de su yate deportivo.

Quizás esto motivara la opinión tajante de algunos de ellos sobre la gestión de Hemingway. «Un juerguista que le dio por cazar submarinos», dice el alférez de fragata Mario Ramírez Delgado, un hombre de casi 60 años, fuerte, amargo y nostálgico, que es una de las voces autorizadas sobre la lucha antisubmarina en el área del Caribe. Fue el único marino que hundió un submarino alemán a la altura de las costas cubanas: el U-176, abatido el 15 de mayo de 1943 en la posición latitud 23 grados, 21 minutos norte, longitud 80 grados, 18 minutos oeste, aproximadamente a siete millas y media al suroeste del faro en el cayo Bahía de Cádiz.

Apuntes de Hemingway sobre una página del guión cinematográfico de El viejo y el mar. Hemingway le recomienda al guionista una nueva lectura de su libro, especialmente de la página 138, porque, al parecer, «ha perdido el hilo de la historia».

Aquella tarde, la flotilla compuesta por los cazasubmarinos CS11, CS12 y CS13 iba rumbo al puerto de Isabela de Sagua escoltando dos buques mercantes, el Wanks, de bandera hondureña, y el Camagüey, cubano. Ramírez recuerda que en esta ruta recibió una llamada en la que se comunicaba que había sido avistado un submarino alemán, navegando en superficie, a la altura de cayo Seboruco, en la provincia de Matanzas. Según la información, la nave enemiga había pasado por cayo Mégano a una velocidad de ocho nudos, a las 5:15 de la tarde; todavía a la vista del cayo un hidroavión Kingfisher procedente del noroeste vio el submarino parcialmente fuera del agua. El piloto dejó caer una bomba de humo y con las alas hizo señales al convoy que se aproximaba.

El CS13, comandado por Ramírez, salió en su busca. El submarino se sumergió. El capitán cubano ordenó lanzar tres bombas de profundidad a 100, 200 y 300 metros. Bombas de 500 libras. Pero se escuchó una cuarta explosión. Enseguida, para rematarlo, le soltaron el resto de la carga que llevaba la nave, ocho bombas. «Qué gritería debe haberse armado allá abajo», dice Ramírez ahora, sin remordimientos.

Cuando arribó a La Habana, orgulloso por la acción de guerra que acababa de realizar, el jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra de Cuba lo llamó y le dijo: «Ramírez, ¿qué es lo que has hecho? Ven, que el Presidente quiere hablar contigo.» Entonces cogió el teléfono y Batista lo increpó: «Ramírez, ¿qué has hecho? Tú no sabes lo que has hecho.» En fin, que a partir de entonces Ramírez cayó en desgracia. Algunos amigos le informaron luego que Batista estaba vinculado al negocio de vender azúcar y combustible a los alemanes.

Ramírez tuvo bastantes oportunidades de encontrarse con Hemingway y su yate Pilar, pues compartía la misma zona de operaciones. Su opinión sobre Hemingway está parcializada: el profesional evalúa los esfuerzos del amateur.

Atraído por la presencia de los submarinos alemanes, Hemingway viajó por primera vez al archipiélago del norte de Camagüey. Su enemigo, antes de que el alférez de fragata Ramírez se le adelantara y lo hundiera, era el capitán Reiner Dierken, jefe del U-176. Dierken entró por el paso de Crooked Islands a principios de mayo de 1943. Hundió al este de Nuevitas un pequeño buque-tanque y el barco Nikerliner, fue entonces que la Inteligencia Naval norteamericana puso a Hemingway en estado de alerta.

En ese momento el Pilar se hallaba patrullando a la altura del puerto Purgatorio, cerca de cayo Paraíso en la costa norte de Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba. Ocasión en que dos de sus tripulantes, Winston Guest y Gregorio Fuentes, tomaron el bote auxiliar y fueron hasta Bahía Honda a recoger un mensaje.

La antigua tripulación de pescadores y bebedores del Pilar había sido remplazada. Sólo quedaban el capitán y su patrón. Nueve belicosos personajes que recibían atención directa de la Inteligencia Naval yanqui, hacían explotar bidones de explosivos, disparaban ráfagas de ametralladoras y se mantenían en silencio por las noches y evitaban el contacto con otros barcos.

Desde la primavera de 1942 Hemingway se había entregado a la ejecución de este proyecto calificado como Top Secret por el mando naval norteamericano, y al que Hemingway nombró Friendless, en honor a uno de los gatos de Finca Vigía.

Con su patente de corso, este «corsario» se fue a la mar y estuvo rastreando cuanta cosa se moviera a la altura de la costa norte de Cuba entre Pinar del Río y Camagüey durante más de dos años. De acuerdo con sus planes, pretendía localizar un submarino alemán, tomar prisioneros a sus tripulantes y apoderarse de sus claves secretas. Un éxito semejante permitiría emprender una vasta operación contra el resto de la flota alemana que se hallaba en las aguas del Atlántico Norte. Algunos lo consideraron un plan loco, pero el capitán Daniel V. Gallery, comandante del Task Group 21 − 12, estudió un proyecto parecido y lo puso en práctica en aguas africanas y, en mayo de 1944, poco antes del desembarco de Normandía, logró capturar «vivo» un submarino nazi. El grupo de Gallery estaba compuesto por un portaviones de escolta y cinco destroyers.

Sin embargo, el armamento y los equipos que se le facilitaron a Hemingway solo consistían en granadas de mano, explosivos, municiones, un fusil antitanque, cinco ametralladoras Thompson, pistolas, una emisora de radio de onda corta, prismáticos nocturnos, chalecos de salvamento, cartas náuticas y de marear. Los equipos llevaban un sello: Solo para militares USA.

Los submarinos alemanes partían de las bases francesas, en Brest, Loire o St. Nazaire. Se abastecían por medio de submarinos tanques llamados «vacas lecheras». Recibían torpedos, combustibles y provisiones de boca. Respecto a la creencia de que se habían enterrado containers en costas del Caribe para el abastecimiento de combustible de submarinos alemanes, no existen datos históricamente aceptables. Además, la carga de combustible necesaria para un submarino podía oscilar entre 30 y 100 toneladas de petróleo. Los submarinos trabajaban con dos motores, uno diesel para la superficie y uno eléctrico movido por grandes acumuladores para maniobrar bajo el agua. Debían emerger antes de las 40 horas a cargar baterías y oxígeno. A veces, al cruzar el Altántico, navegaban por la superfice a una económica velocidad de crucero. Es más, pasaban la mayor parte del tiempo en la superficie. El tiempo máximo que estaban sumergidos era día y medio, y eso implicaba un uso mínimo de electricidad la mayoría de las veces —es decir, sin luces— para ahorrar energía.

Los grandes enemigos del submarino en esta región eran los aviones Kingfisher y Catalina. Los alemanes atacaban los barcos aliados cargados de petróleo venezolano, azúcar y níquel cubano y suministros en general. Eran barcos que trasegaban entre el Canal de Panamá y el arco del Golfo; los depredadores nazis la pasaron bien por la escasa defensa antisubmarina que hubo al principio. El apogeo de la batalla del Caribe duró unos siete meses, los primeros de 1942. Los alemanes la llamaron «la temporada de caza americana».

En el Caribe los submarinos alemanes operaban individualmente. En el Atlántico lo hacían en las llamadas manadas de lobos. El mando estaba centralizado en el Loire, Francia.

Los submarinos alemanes se mantuvieron operando alrededor de Cuba hasta el final de la guerra. Al principio despreocupados, como delfines en alta mar. Quizás, un buen día, algún oficial de la armada nazi localizó en la cruz de fuego de su periscopio la presencia desconcertante de una embarcación deportiva en afanes «científicos». Nunca se sabrá si valoraron o no la peligrosidad del descubrimiento, pero no mordieron el anzuelo. Posiblemente para suerte de Ernest Hemingway. En esta actividad el escritor era un diletante. Buscaba su propia guerra. Mas trató de cumplir una misión cuando las defensas del Golfo resultaban insuficientes todavía.

Pero uno se pregunta cómo pretendían abordar con granadas de mano y ráfagas de ametralladoras un submarino artillado con un cañón de 88 milímetros y dos o tres cañones de 20. Los modelos IX traían incluso un cañón de 105 milímetros. Resultaba, en verdad, un empeño muy difícil.

A pesar de los escasos logros, Hemingway pudo organizar con cierta eficacia su grupo militar, que incluía hombres adictos a su estilo de vida y que contaba con apoyo oficial, y, sobre todo, del cual él era el capitán. Participaba de una aventura en la que se empleaban con frecuencia los términos «confidencial —, «paramilitar» y «acciones de Inteligencia», que en realidad servían para encubrir un heroico sueño de adolescente, para el cual reclutó no solo a los folclóricos personajes que lo acompañaban regularmente en sus incursiones habaneras, sino a dos oficiales de Inteligencia y el embajador norteamericano.

Hemingway creía haber previsto todas las contingencias. Si los alemanes ofrecían resistencia, estaba convencido de que podría echarlos a pique. Pero, dado el tipo de abordaje que calculaba practicar —su yate apareado junto al submarino, lanzamiento de bombas y disparos barriendo la cubierta para hundirlo—, lo más seguro era que Hemingway y su yate, incluso de tener éxito, fueran junto con su presa al fondo del mar. En este caso no se trataba de agujas.

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EN CAYO PARAÍSO preparamos nuestra base de entrenamiento», relata Gregorio Fuentes. «Hacíamos prácticas de puntería tirándoles a unos bidones de combustible que pintábamos con muñecos. A esos muñecos les llamábamos Hitler. También simulábamos abordajes y lanzábamos granadas. En ese cayo la pasábamos bien, y siempre regresábamos a él. Entonces llegó un mensaje importante por radio y, como es costumbre en las cosas militares, el mensaje decía que había que buscar otro mensaje y no comunicaba nada directamente por radio. Por el mensaje tuvimos que irnos de Paraíso, donde matábamos tiburones con ametralladoras, y donde el radista John Saxon, que nos había enviado la embajada americana, nos enseñó a manejar los explosivos.»

Se trataba de algo importante. Hemingway envío a Bahía Honda a Winston Guest y a Gregorio. Ahora Gregorio relata que durmió en Bahía Honda, en un hotelucho de madera ya desaparecido, con el revólver en la mano. Allí, un enlace norteamericano les entregó un sobre lacrado con las órdenes que debían cumplir. «El caso es que Papa nos había dicho que fuéramos a buscar ese pliego sellado a Bahía Honda. El tiempo estaba muy malo, “óyeme, no creo que vamos a llegar.” “Vivos o muertos, tienen que llegar”, dijo Papa. “Aguántate”, le decía yo a Winston, mientras las olas nos zarandeaban. Llegamos a Bahía Honda a las ocho o nueve de la noche, comimos algo, dormimos y regresamos al yate. Luego levamos ancla rumbo a Camagüey, y ya no salimos de esa zona en un aproximado de tres o cuatro meses.»

El mensaje los ponía en contacto con una zona de Cuba que Hemingway no conocía entonces: la cayería del norte de Camagüey; el Pilar solo había navegado desde cayo Mégano de Casigua hasta Varadero y Key West. Lo que Hemingway vio y vivió en Camagüey, aunque tamizado por su imaginación y con el agregado de hechos ficticios, se encuentra ahora en Islas en el Golfo.

Pero no todo lo ocurrido en la cayería del norte de Camagüey se convirtió en ficción. Algunos incidentes se quedaron en la memoria de Hemingway y de los miembros de su tripulación.

Nuevas amistades surgieron de la aventura hemingwayana, y se tostaron al sol, cazaron iguanas, persiguieron los caballos salvajes de cayo Romano, y Hemingway consumió raciones suplementarias de cangrejos crudos con limón, uno de sus manjares favoritos, que compraban por cubos a los pescadores a un precio módico.

Es fácil comprender que Hemingway pudiera reclutar a ocho hombres para sumarlos a esta aventura, ya que se trataba de un proyecto con algunas posibilidades de acción y muchas de pasar un buen rato. Hemingway, capitán celoso de sus funciones, se había preocupado a la hora de hacer su selección de que fueran personas idóneas para el operativo; por eso eligió una dotación formada por forzudos jugadores de jai alai, uno de los deportes más violentos, del cual era fanático desde su primera época española, y al que siguió favoreciendo en Cuba. Con esta dotación garantizaba los brazos necesarios para los enviones de granadas que calculaba meter en las escotillas de los submarinos cuando estos emergieran.

El tipo de operación, parecida a una guerrilla, se avenía muy bien a la personalidad de Hemingway, indomable por naturaleza. No tenía por qué asimilar la férrea organización de un ejército. La guerrilla era lo rebelde, lo liberal acaso, la ropa como quiera, el uso de cualquier tipo de arma, donde las convenciones ceden ante la capacidad y habilidad personales. Detrás de su predilección por este tipo de acción estaba su odio al ejército expresado en Adiós a las armas y su exaltación de la guerrilla de Pablo en Por quién doblan las campanas, y su misma actuación irreverente e indisciplinada en la Segunda Guerra Mundial, al desplazarse por el frente desligado del ejército, con gente que le era atractiva —guerrilleros franceses— y con las armas de su elección.

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Se han tejido algunas leyendas sobre un submarino que avistaron y que la aviación hundió gracias a sus informes, pero lo cierto es que el Q-Boat Pilar no se adjudicó victoria alguna en sus dos años de esfuerzo bélico.

Hemingway había creado primero una organización para infiltrarse en supuestas organizaciones fascistas o pronazis que había en La Habana de entonces. Según datos de Carlos Baker, había 3 000 falangistas, la mayoría proveniente de sociedades españolas abiertamente pronazis. En esos años el Diario de la Marina apoyaba las operaciones del eje y los submarinos alemanes actuaban impunemente en la región.

Ellis Briggs y Bob Joyce, funcionarios de la embajada norteamericana, habían escuchado el plan. Hemingway le confesó a Joyce que había colaborado en la formación de una agencia privada de Inteligencia en Madrid en 1937; y que él consideraba que una organización similar se hacía necesaria en Cuba. El proyecto fue expuesto a Spruille Braden, el nuevo embajador. Hemingway solo pedía «algunos equipos de menor importancia» y sumas pequeñas (él se ofrecía a pagar el resto y ponía Finca Vigía, su casa, a disposición del proyecto). Braden discutió el caso con el premier cubano y lo aprobaron.

Baker dice que los motivos personales estaban claros: patriotismo, el placer de ejecutar planes secretos y el amor por dirigir operaciones, especialmente si ello envolvía armas de fuego y riesgos; su gente fue reclutada preferentemente entre los veteranos antifascistas en el Club Vasco de La Habana. El cura don Andrés, que había operado una ametralladora republicana, colaboró en la selección.

Hemingway trató de reclutar a su médico. Herrera Sotolongo. Incluso le adjudicó de antemano un número de código. Pero el español se mostró recalcitrante: «Yo no hago de policía.» Hemingway y Winston Guest lo llevaron a la piscina de la finca y le explicaron la misión en detalle para convencerlo. «Al carajo, yo soy soldado pero no policía. Nunca me ha gustado la policía ni el espionaje», insistió Herrera, y cuando Hemingway explicó que todo era secreto e importante, le dio el puntillazo final:»Ah, Ernesto, no comas mierda.» Herrera Sotolongo dice que, aunque parezca increíble, Hemingway tenía el número de código 08. El agente 08.

La historia del Crook Factory (fábrica de maleantes), como se llamó esta operación, derivó en el otro tipo de aventura naval. Hemingway se cansaba de servir de espía en lo alto de su loma y de que le llegara poca información importante.

Gustavo Durán, excrítico de arte y comandante de la 69 División del ejército republicano español, fue llamado desde Estados Unidos a instancias de su amigo Hemingway para ocuparse del Crook Factory. En Cuba se convirtió en el brazo derecho del embajador norteamericano Braden. Se encargó de las cuestiones de Inteligencia en la embajada.

A Durán le llamaban Alejandro Magno por una broma de los personajes que habitaban Finca Vigía. En cierto almuerzo, al cual Hemingway había invitado a unos diplomáticos franquistas que se encontraban de paso en Cuba, estaban Durán y Herrera Sotolongo; este, aunque comprendía que la invitación estaba relacionada con el Crook Factory, no sabía a ciencia cierta qué tramaba Hemingway. En la reunión se habló de batallas en términos militares, y de cómo cada cual había hecho su trabajo en la guerra, al parecer sin ofenderse y con una dosis de diplomacia; en medio de la conversación Durán afirmó categóricamente que Alejandro Magno era su único maestro. Desde entonces Hemingway prefirió llamarlo asi.

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Spruille braden nació en 1894. Era un hombre inteligente, con mucha experiencia en América Latina. Se inició como ingeniero de minas, y fue consejero en la electrificación de los ferrocarriles chilenos antes de sumergirse en el mundo neoyorquino de los años 20. Siguió teniendo fuertes intereses en América del Sur (se casó con una chilena), y después de grandes éxitos en los negocios, a la edad de 40 años, empezó a representar a Estados Unidos en varios congresos. Entre 1939 y 1942 fue embajador en Colombia. En esa época Braden era un diplomático de mentalidad más avanzada que el promedio de sus colegas. Muchos cubanos lo consideraban el mejor embajador enviado por Estados Unidos a La Habana. Sin embargo, casi toda su actividad aquí tuvo que ser necesariamente militar: las primeras instrucciones que recibió de Hull le indicaban que el Departamento de Guerra quería «establecer con el mínimo retraso posible una unidad de bombarderos pesados y de entrenamiento operacional en Cuba», al mando de oficiales de Estados Unidos, para entrenar al personal norteamericano y de la RAF británica. Esto fue rápidamente acordado, y San Antonio, cerca de La Habana, y San Julián, en Pinar del Río, se convirtieron en centros de entrenamiento de los aliados. Braden había recibido instrucciones en julio de pedir permiso para comprar tierras en San Julián a fin de construir una pista de 7 000 pies, y para estacionar allí a 500 hombres bajo el control operacional y administrativo de Estados Unidos. Los cubanos accedieron, y su voluntad de cooperar fue animada por sus pérdidas en el mar, debidas a la acción de los submarinos alemanes, que hundieron algunos cargueros en agosto de 1942.

Gregorio Fuentes regresa a cayo Paraíso (Mégano de Casigua) en el invierno de 1974. Este islote lue destino de innumerables travesías del Pilar.

Pasaron los años y Spruille Braden quiso gratificar a Hemingway con una «condecoración».

En el período macartista acusaron a Braden y a Durán de ser comunistas. «El que es de izquierda realmente es Hemingway», proclamó Durán en su defensa. Y dijo más: «Yo conocí a Braden en casa de Hemingway.» Este fue el testimonio de Alejandro Magno ante la comisión senatorial norteamericana que investigaba el caso. No tuvo reparos en afirmar que Hemingway era comunista. Braden también mencionó a Hemingway.

Gregorio Fuentes en una de sus habituales visitas de inspección al Pilar. Astilleros de Casablanca, en la bahía de La Habana, donde el Pilar estaba reparándose en julio de 1975.

(Enrique de la Uz)

En la plazoleta Ernest Hemingway de Cojímar, con la primera escultura en el mundo dedicada al escritor después de su muerte.

El busto fue tundido con las piezas de bronce de los botes de los pescadores, recolectadas voluntariamente.

Hemingway no se encontraba en Cuba cuando la comisión senatorial sesionó, pero Herrera Sotolongo se ocupó de guardar los periódicos que traían información al respecto. Hemingway dijo que Braden se las iba a pagar caro. Entonces Braden llegó a La Habana y pidió verlo. Hemingway accedió y salieron en el Pilar. «Braden se justificó», contó después Hemingway a Herrera Sotolongo. «Dijo que había dicho todo eso para salvarse y me pedía excusas muy sinceras. Dijo esas mentiras porque estaba ante un comité senatorial de Estados Unidos. Me ha dado toda clase de explicaciones.» Hemingway dejó la cosa así. Durán, por su parte, prefirió quedarse en Estados Unidos. Nunca se supo más de él en la isla. Herrera Sotolongo resume su recuerdo de Durán:

Era un crítico de arte en España y, cuando la guerra, se unió a las milicias y realizó algunas acciones. Al final tuvo una unidad un tanto legendaria: la Columna Durán, que se anotó acciones afortunadas en Guadarrama. Pero era el hombre gris de Braden; se ocupaba de la información y era el jefe de todos los agentes.

Por el contrario, yo no recuerdo una sola vez que Hemingway haya ido en contra de nada progresista. ¿Saben quién fue el único exiliado español que entró en Estados Unidos en aquella época, después de terminada la guerra en España? Gustavo Durán. A mí no me admitieron por haber sido brigadista. Ni siquiera me admitieron en el US Army, porque yo quería combatir en Europa. Ni siquiera recomendado o ayudado por Hemingway, quien hizo lo posible por lograr que se me enrolara.

José Regidor era otro de los agentes que trabajó con Hemingway en el Crook Factory. Había sido cabo de la Legión Española en África, antes de la guerra civil, hacia los años 20, y obtuvo una condecoración, la Laureada, por cierta acción de guerra que nunca se supo con exactitud cuál había sido. «Será laureado pero muy cobarde», decía Hemingway en tono de burla y remataba: «La mayor parte de los héroes lo son por equivocación.» Regidor había sido reclutado para la expedición del Pilar. Duró un solo viaje, hasta que se dio cuenta de que la cosa iba en serio.

Félix Ermúa, al que llamaban El Canguro, jugador de jai alai, es otro de los que participaron en la operación. Todo parece indicar que era el tipo de hombre que agradaba a Martha Gellhorn: alto y fuerte; quizás esto motivara la historia, difundida por él mismo, de que había corrido con ella una aventura amorosa. Luego se fue para México y declaró que se iba a casar con Martha. Un día de cumpleaños de Hemingway, probablemente en 1943, se reunieron unos 40 comensales para celebrarlo en una larga mesa del Club de Cazadores del Cerro. Uno de los amigotes cubanos de Hemingway, Thorwald Sánchez, comenzó a hacer chistes gruesos sobre la infidelidad de la esposa de Hemingway. Antes de que llegara a oídos del escritor, Cucu Kholy le dijo a Herrera Sotolongo que se llevara a Sánchez de allí: «Se va a armar un lío aquí si esto llega a oídos de Ernesto.» Herrera acompañó a Thorwald, un ganadero de Camagüey, hasta su automóvil y se marchó con él; un viaje escalofriante. Thorwald corría por la carretera, muy estrecha entonces, en dirección contraria, y cada vez que aparecía un vehículo de frente tiraba un corte para esquivarlo. Cuenta Herrera Sotolongo:

Cuando llegamos al Floridita, se puso a orinar en la barra.

Yo le dije a Constante, el barman: «Me voy, porque yo no aguanto borrachos.» Apenas me fui, algunos parroquianos y empleados le cayeron encima a Thorwald y lo molieron a golpes. Al otro día Ernesto me llamó para regañarme, porque él, antes de yo irme del Club de Cazadores, sin saber lo que Thorwald estaba hablando, pero viendo que estaba muy borracho, me había dicho: «No lo abandones.» Cuando Ernesto fue a reclamarme, le dije: «Lo abandone porque yo no ando con borrachos», pero nunca le conté que Thorwald estaba hablando porquerías de él y de Martha.

Otro personaje es Adonis Rodríguez, aviador español, que se refugió en República Dominicana cuando, al inicio de su dictadura. Rafael Leónidas Trujillo estuvo dispuesto a recibir republicanos exiliados. Trujillo apenas había comenzado a fomentar su reputación como asesino. Años después restableció relaciones con su homólogo español, Francisco Franco, y se dedicó a perseguir y liquidar a los republicanos refugiados en su país. En la buena época, Adonis Rodríguez llegó a ser uno de los jefes de la aviación trujillista. Viajaba a La Habana regularmente. Muy hablador, simpático a veces. logró convertirse en subdirector de la American Life Insurance Company en La Habana. De este hombre Herrera Sotolongo tiene un recuerdo:

Yo estaba un día en el Centro Andaluz de La Habana tomando manzanilla con algunos amigos y, en esa ocasión, dije «algo». Al otro día, en la finca, Hemingway me llamó: «Cuando termines de almorzar, ven un momento, que tengo que hablar contigo.» Winston Guest estaba con él; este me dijo:

«Tú has tenido una conversación hablando mal de la US Army.» «No es verdad.» «Sí, tú en una conversación hablaste del desembarco en África.» «Dije que era una operación comercial y que los alemanes permitieron la maniobra. Pero ahora sé quién me ha denunciado. He descubierto a uno de vuestros agentes. El único de los que estaban en esa mesa capaz de denunciarme es Adonis Rodríguez.» «Estás equivocado», intervino Ernesto y añadió: «Y en cuanto a lo del desembarco, es verdad, pero no se puede decir.» Un tiempo más tarde, un año o cosa así, Ernesto me confesó que, en efecto, el delator había sido Adonis. Yo nunca le dije nada, y hasta le ofrecí trabajo en un laboratorio de mi propiedad. Pero él no aceptó y se fue a trabajar a esa compañía de seguros, la American Life Insurance Company.

Adonis Rodríguez había sido teniente coronel en la guerra civil y es posible que el triunfo de la Revolución Cubana reavivara en él los ideales de su juventud. Herrera Sotolongo se lo encontró por última vez en su vida en la Escuela de Milicias «Antonio Maceo». Estaba pasando un curso.

78

La colaboracion del Pilar con la inteligencia norteamericana sirvió para remozar el yate.

A Gregorio Fuentes se le entregó una orden para una reparación capital en los astilleros de Casablanca, de la Marina de Guerra cubana, en un recodo del puerto habanero. Allí lo calafatearon, le renovaron sus antiguos motores gasolineros, y los carpinteros (siempre bajo la vigilancia de Gregorio) construyeron los portavasos, que eran, en realidad, unos depósitos camuflados para colocar granadas de mano. Gregorio relata: «Las ametralladoras calibre 50 no pudieron ponerse, por la estructura del barco; pero nos convinieron las adaptaciones, y después de la guerra nos lo arreglaron completo otra vez, y, además, nos quedamos con todas las armas) los fusiles antitanques, varias bazucas, y Papa con su Magnum S & W.»

Gregorio se ocupó de guardar las armas mayores bajo el sollado de proa, en los camarotes y en cualquier resquicio de su barco que no fuera visible desde el exterior. Las dos tablas que terminaron la remodelación del Pilar para sus operaciones secretas tenían la inscripción: «American Museum of Natural History». Como se ha señalado, debían servir para confundir al enemigo y hacerle creer que estaba ante un pacífico yate dedicado a las investigaciones científicas.

En cuanto a la designación científica, se convirtió, por supuesto, en un motivo de broma entre los tripulantes del Pilar. Hasta los sombreros eran «científicos»; unos sombreros de guano tejido, de ala un poco mayor que los usados habitualmente por los campesinos cubanos y que les servían para protegerse del sol, ya que el Pilar tiene poca obra a cubierto. Los chistes sobre los sombreros científicos se reflejaron luego en Islas en el Golfo.

Islas en el Golfo. Roger, uno de los personajes principales, se compadece, ofrece ayuda y elabora un juego de palabras con los nombres de las revistas Time (tiempo).

Life (vida) y Fortune (fortuna).

También surgieron otras bromas, inevitables en estos casos, que se expresan en la jerga propia de un grupo de hombres en combate que se hace a la mar y convive en un mismo período de acción. Por ejemplo, al esqueleto calcificado de una iguana, que cazaron en Turiguanó (cuya piel Gregorio utilizó para hacerse un par de zapatos), lo bautizaron «filarmónica»; este detalle no fue inmortalizado en la novela.

Hemingway, gracias a la literatura, solucionó años después lo que nunca aconteció en la realidad: si sus búsquedas de un submarino nazi fueron infructuosas, en Islas en el Golfo logró su cometido: combatir contra submarinistas alemanes, perseguirlos, utilizar todas sus potencialidades bélicas y medir sus fuerzas exitosamente con el adversario. Las cuadernas del yate Pilar, que en la vida real no soportaron la instalación de dos ametralladoras antiaéreas calibre 50 (las sustituyeron por minas magnéticas, cargas de dinamita y fusiles antitanque), aguantaron en el relato imaginario el emplazamiento de dos poderosas ametralladoras calibre 50, una en la proa y otra en la popa.

Identificación «científica» empleada en el yate Pilar durante sus correrías antisubmarinas; la foto es de la época, 1941.

(Cortesía de Gregorio Fuentes)

La operación Friendless continuó durante un año aproximadamente; el número de sus misiones disminuyó cuando Hemingway se fue al frente europeo. Gregorio quedó encargado de los tripulantes, pero ya el Pilar se estaba despojando de sus atuendos guerreros; solo volvería a desempeñar un activo papel de caza-submarino años después en las páginas de Islas en el Golfo.

Las operaciones del Crook Factory tuvieron una consecuencia inmediata, una historia oculta que solo se ha revelado recientemente. Pese a la colaboración de las autoridades norteamericanas con Hemingway, desde esa época el FBI mantuvo una estrecha vigilancia sobre sus movimientos. Su antifascismo resultaba sospechoso. El mismo FBI intentó torpedear las actividades del Crook Factory, pues deseaba que esta red de información no estuviera en manos del escritor (o agente 08). Edgar Hoover, director del FBI, odiaba a Hemingway y lo acusaba de comunista. El investigador norteamericano Jeffrey Meyers ha desenterrado el dossier Hemingway, que durante muchos años el FBI guardó celosamente en sus archivos. Hemingway, al igual que Thomas Hudson, perseguía a los fascistas en una de las Islas en el Golfo, pero desde el otro lado del Canal de las Bahamas, el perseguido era él. Lo que hubiera sido un excelente material para la novela, no llegó a tiempo a manos del escritor.

El Día

México, 13 de marzo de 1983

EDGAR HOOVER LO CALIFICABA DE COMUNISTA

WASHINGTON, 12 de marzo (EFE) —El escritor Ernest Hemingway dirigió «una red de espías aficionados»...

El diario The Washington Post, apoyado en las revelaciones de un profesor de la Universidad de Massachusetts, afirma hoy que la «red» de Hemingway operaba en Cuba, durante la Segunda Guerra Mundial.

«Los agentes del FBI... acusaban a Hemingway de meterse en su territorio...»

Edgar Hoover acusó a Hemingway de comunista, y el FBI tenía «miedo de él porque ya era un escritor famoso, de prestigio internacional, que podía perjudicar al FBI».

Hemingway se suicidó en 1961, y su dossier en el FBI abarca hasta el año 1974, con toda clase de referencias, incluso privadas, que, según su biógrafo, «el FBI fue acumulando con su particular visión de lo que consideraba negativo o perjudicial».

Granma

14 de marzo de 1983

ESPIÓ EL FBI AL ESCRITOR ERNEST HEMINGWAY DURANTE VARIAS DÉCADAS

WASHINGTON, 13 de marzo (TASS) —El conocido escritor norteamericano Ernest Hemingway fue objeto del atento espionaje del Buró Federal de Investigaciones (FBI).

Durante 32 años, espías del FBI acumularon comprometedores materiales en su expediente, para difamar al escritor, las obras del cual no gustaban a ciertas personas en Washington.

Descubrió la existencia del expediente el profesor Jeffrey Meyers dé la Universidad del estado de Massachusetts, quien prepara una biografía... Una carpeta con las 124 páginas del «expediente Hemingway» fue descubierta en los archivos del Buró Federal de Investigaciones...

Granma

8 de abril de 1983

MUESTRAN EXPEDIENTES DEL FBI QUE ESA AGENCIA TRATO DE DESACREDITAR Y CALUMNIAR A HEMINGWAY

Por Bob Rutka

WASHINGTON, 7 de abril (PL) —Expedientes del FBI, publicados recientemente, muestran que esa agencia policíaca norteamericana trató de desacreditar y calumniar al novelista Ernest Hemingway durante una parte considerable de su vida.

Aunque gran parte de la documentación sobre Hemingway versa sobre sus actividades antifascistas durante la Segunda Guerra Mundial, muestra también numerosos informes relacionados con su apoyo a la Revolución Cubana tras el derrocamiento del dictador Batista en 1959.

La documentación obtenida por el investigador Jeffrey Meyers, comprende desde el 8 de octubre de 1942 hasta el 23 de enero de 1974, 13 años después de la muerte del escritor.

Según Meyers, en un artículo en el New York Review oí Books, de las 124 páginas del expediente, 15 fueron retenidas «en interés de la defensa nacional», 14 fueron suprimidas y otras eran ilegibles...

Un análisis de los expedientes muestra que el FBI no solo intentó desacreditar la información recibida por Hemingway sobre la colaboración entre los fascistas y que fue transmitida al entonces embajador de Estados Unidos, sino también hizo un esfuerzo por demostrar que el escritor era comunista.

En un informe de nueve páginas fechado el 27 de abril de 1943, se intentaba representar los esfuerzos humanitarios de Hemingway por proporcionar ambulancias a los soldados republicanos durante la Guerra Civil Española como «actos inconscientes que demostraban sus simpatías con los comunistas».

El expediente contenía también informes sobre ataques de Hemingway contra el senador McCarthy y transcripciones detalladas de sus declaraciones públicas en apoyo al gobierno revolucionario de Cuba en noviembre de 1959.

79

Julio 9. 1943

12 M.

Seré breve, porque sé que te gustan las conclusiones primero:

1. Debes volver a casa.

2. Saxon no viene a Confites.

3. El aparato debió llegar el 5 ó 6 de julio y no ha llegado aún (julio 9).

Cuando llegue se instalará en La Habana.

4. El Coronel extravió (lo perdió) el Permiso, dice Bob. Ya habrás recibido el cable de la oficina de La Habana, enviado por el Coronel, que dirá «Permiso concedido, proceda de acuerdo con plan. Permiso esperará por usted en cayo Francés.» Lo que traducido significa que vayas a casa y recojas una copia del permiso en cayo Francés.

5. Como se instruyó y se decidió entre nosotros, he enfatizado el hecho de que queremos realizar un trabajo al 100 por ciento y que nos quedaríamos dos semanas más si fuera necesario para hacer algo que pareciera meritorio a Bob y al Cor. Leí tu primera oración subrayada a Bob y al Cor. e insistí en nuestro deseo de hacer lo que ellos estimaran conveniente.

Respuesta:

(1) Vuelve ahora a casa.

(2) Nada del aparato y no sé si estará en La Habana.

6. Bob dijo: «Ven acá, pero no te rompas la cabeza en hacerlo.»

Bob discutió con el Coronel la carta de este de fecha 5 de julio y la leyó. Quiere decir: «Si el aparato no llega hoy o mañana (julio 5 ó 6) vuelve a casa.» Ayer (julio 8) la discutió de nuevo con el Cor. y se preguntaba:

1. ¿Por qué el Margarita no se llevó el día 7 para Confites la carta del día 5? (El Correo la trajo por la tarde y el Margarita salió por la mañana.)

2. ¿Por qué razón el día 8 no sabían que tú vendrías según el plan?

1. He sido más que consciente y me he esforzado en todo lo posible para asegurarme que cumplíamos con los deseos de ambos.

2. Por favor, deja la cosa así. Si hay discusiones sobre si tenemos razón o no, después puedes utilizar cada uno de estos puntos, uno por uno, y discutirlos con los personajes que vayan apareciendo.

He discutido con Don, el Cor. y Miller sobre el extravío del permiso. Estoy seguro de que Miller remitió toda la correspondencia que Don 1e dio. Sé que Miller es muy cuidadoso y me inclino a creer que él no lo extravió. Don no le enseñó lo que contenía la correspondencia que tenía que remitir.

Wolf [Winston Guest]

Este es el lenguaje de Islas en el Golfo, su concepción dialéctica, su ámbito, hasta en los pequeños detalles: el aparato de radio sin arreglar, los problemas administrativos, pero la decisión de resolver las cosas «al ciento por ciento».

En la próxima carta, se mantienen el estilo y el contexto. Los personajes ya se conocen, los asuntos, similares, y en ellos se mezcla lo personal, las operaciones militares y los enigmas que no podemos descubrir: e.g., ¿La cunita para quién? Aparecen Gregorio, Pachi (Paxtchi), Bumby, Martha, pero, al igual que en la carta anterior, hay algunos nombres que se escapan; seguramente son oficiales de enlace norteamericanos y operarios cubanos con los que ellos se tropezaban en los puertos: Miller, Bob y Roy Hawkins. En cuanto al pequeño Winston, se trata del bote auxiliar, que también se llamaba Tin Kid.

(Carta con el timbre del Floridita)

24 de agosto de 1943

Querido Papa:

Me pasé la mañana en el barco e hice la lista completa o. mejor dicho, el inventario completo. No listamos algunas latas viejas que estaban debajo de mi cama.

Dejé el mapa al frente, encima de los pedales. [Línea incomprensible, parece decir: buscaré a los pelotaris por la tarde.]

Dejé cinco latas grandes (6 lb) de vegetales enlatados en el carro para que Martha las utilice en la finca. Gregorio señala con mucha razón que no se deben usar latas de vegetales de 5 ó 6 libras, pues esto causa un gasto considerable.

¿No podríamos comprar ahora lo que necesitemos usando el comisario de Don Saxon? Nos ahorraría el 75 por ciento.

Re [sic] Pache y cuna para Niño. Gregorio lo apuntó y lo va a ver mañana para hablarle del asunto.

Para el soporte del extinguidor, Gregorio va a buscar un carpintero. Nada más sino esperar que me traigas mi smoking esta tarde a las 7. Para ti tengo el otro, blanco. [Hay una nota sobre esta linea: «también zapatos, medias, camisa de mangas largas, la que le dije a Justo que empacara».] Los tintoreros prometieron tenerlo para las 10 am. No he ido a casa pero si no está allá, resolveremos con pantalones de Bumby y mis dos sacos.

La corriente no ha traído nada que valga un centavo. Siete agujas en toda la temporada. Ayer cogieron un castero grande, asi que parece que han comenzado a correr bien de nuevo.

Le di 100 pesos a Gregorio para que pagara algunos trabajos en el pequeño Winston y otros gastos.

Pasé cable a Roy Hawkins para que me diga cuándo podemos esperar la nueva máquina y el aditamento superior.

Gregorio llamará a Juan para arreglar la cocina vieja. La nueva es pequeña pero nos servirá.

Si no hay inconveniente por tu parte no me moveré de aquí. Estoy muy cansado y quisiera descansar en casa —F 57 23— y estar en buena forma esta noche.

Si hay algo que hacer, llámame luego.

Wolfer

Winston Guest, el oficial ejecutivo a bordo del Pilar, se ganó el afecto de Hemingway, quien estimaba en alto grado sus cualidades. Gregorio gustaba de emparentarlo con Winston Churchill, y afirma que era «muy preparado», es decir, muy culto. Wolfie había ganado celebridad en Inglaterra por el virtuosismo con que jugaba al polo y como conquistador entre las sábanas. El deportista y el escritor se conocieron en 1933. Cuando Hemingway llegó a Kenia, se enteró de que un tal Winston Guest tenía entre sus trofeos dos colmillos gigantescos de elefante. Años después enrolaría a este cazador, en otro tipo de presa: submarinos nazis. Un entusiasmo desbordante caracteriza el encuentro de Guest y Hemingway en una tienda de Nueva York, tal como lo describe Lillian Ross en su crónica publicada en The New Yorker. Guest es uno de los personajes principales y motivo de la nostalgia de Hemingway en su poema de guerra «A Mary en Londres», de 1944.

¿Dónde estás ahora, Wolfie?

¿Dónde estás tú, Paxtchi?

...

...extraño a Paxtchi,

que quitó él blindaje de su cabina

para que ella (la nave ) maniobrara mejor en el mar.

...

...a Wolfie en el puente volante,

temblorosos los músculos de las mejillas,

diciendo: Estoy bien. Papa.

No te preocupes por mi. Papa.

Estoy bien.

No te preocupes. Wolfie. Nunca.

Todo está bien.

Te juro que todo siempre está bien.

...

No te preocupes. Wolife, nunca.

Estoy bien y no cambiaría esta

por ninguna otra vida.

Mary Welsh, en la presentación de dos poemas de amor de Hemingway en The Atlantic Monthly, en 1965, dice que su esposo «compartió el financiamiento de esta empresa [la lucha antisubmarina] con Winston Guest». Añade que una vez vieron un submarino Modelo 740 y lograron acercársele a una milla. El submarino tomó un rumbo noroeste para dirigirse al río Misisipi, según se enteró después la tripulación del Pilar. Cerca de Nueva Orleans este submarino desembarcó a varios hombres. Los dispositivos de radioescucha del Pilar detectaron otros dos submarinos, que quizás fueron destruidos por otras fuerzas, pero «el sueño de Ernest de entrar en combate nunca se realizó».

El guerrero de otros tiempos, Winston Guest, terminó sus días como un oscuro magnate dedicado al negocio de la aviación. The Observer's Aircrait Directory, de William Green, decía en 1961 que «Guest Aerovías de México, S. A. es la más pequeña de las tres líneas internacionales mexicanas», y que tomaba el nombre de su fundador, Winston Guest.

Herrera Sotolongo no tiene la menor idea sobre el parentesco de Guest con Churchill, pero sí sabe que era agente inglés... Lo describe «rubio, más bajo que yo, muy atildado y muy pedante...»

Juan Dunabeitia, Sinsky, Simbad el Marino, eran la misma persona. Era capitán de barco y había estado trabajando en la García Line que luego se unió a la Ward Line. La compañía tenía los pocos barcos mercantes que poseía Cuba, y cuando sus propietarios se los llevaron en 1959 para Estados Unidos, a principios de la Revolución Cubana, Simbad no quiso irse con ellos y se quedó en Cuba, aunque sin trabajar, hasta que decidió regresar a España antes de agotar sus reservas, y con sus ahorros puso una tienda de efectos marítimos en Bilbao. Era mayor que Hemingway y un gran amigo suyo. Desde España le escribió a Herrera Sotolongo algunas cartas. Un buen día dejó de hacerlo, y finalmente Herrera Sotolongo supo que había muerto. El médico se quedó con toda la documentación que Simbad le había dado a guardar. «Realmente no sé a quién enviársela. Probablemente la queme», dice ahora.

Cuando la operación de la CIA en Bahía de Cochinos, en abril de 1961, los siguientes barcos fueron utilizados para invadir a Cuba: Caribe. Río Escondido y Atlántico, buques que Simbad había capitaneado. El Río Escondido perteneció en una época a uno de los Somoza de Nicaragua, y tenía unas 2 000 toneladas de desplazamiento. Hemingway se había quedado asombrado por el lujo del camarote del capitán cuando lo vio por vez primera; no se correspondía con el resto de la embarcación. El Atlántico, que era el barco preferido de Sinsky, navegó en último lugar en el convoy de la CIA el día del desembarco de la brigada mercenaria 2506 en territorio cubano. Otro marino que frecuentaba la casa de Hemingway, un tal capitán Zenón, era el comandante del Atlántico aquella mañana. Zenón se hallaba en su puente de mando y traía el buque a media máquina, al enfilarlo hacia la boca de Bahía de Cochinos; de repente se percató del bombardeo. Vio los aviones en picada y se fijó cómo algunas barcazas de desembarco se estaban hundiendo en medio de la bahía; las columnas de humo negro y espeso desaparecían junto con las barcazas. Vio, además, algo que le pareció increíble: el Río Escondido, que transportaba material logístico, incluidos tanques de combustible de aviación, estalló como una bomba atómica. Entonces decidió que había visto bastante. Se negó a entrar en Bahía de Cochinos. Ordenó salir de allí a todo trapo. Fue ese un día sangriento e interminable para muchos cubanos. Fue también el día que las máquinas del Atlántico demostraron que eran capaces de alcanzar una velocidad para la cual no las fabricaron. Esos pistones y esa propela se movieron como nunca antes. El buque se alejó de la zona de guerra, ganó el mar abierto y le dio la vuelta a Cuba por el cabo de San Antonio. Ancló en Miami con su carga de guerra intacta: un centenar de mercenarios que no entraron en combate y que vitoreaban al capitán como un héroe mientras el telegrafista de a bordo recibía repetidas veces un mismo mensaje enviado por la jefatura de la brigada. Un mensaje en clave: «El pez es necesario en casa.» Es decir, que el Atlántico debía regresar a Bahía de Cochinos.

Zenón nunca más volvió a navegar.

Tenía fama de ser tacaño. Ernest Hemingway se burlaba de él sobre esto. «Estoy escaso de plata, capitán», decía el escritor. «¿No pudiéramos conveniar un préstamo hasta que me vuelvan a dar otro Premio Nobel?»

80

Antonio, el de Islas en el Golfo, le dice a Thomas Hudson: «Alguien quemó las chozas. Alguien trató de apagarlas y hay cadáveres entre las cenizas. No se huelen aquí, a causa del viento.» Hudson pregunta: «¿Cuántos cadáveres?» Respuesta: «Contamos nueve.»

Había alternativas, cambios de personas, pero siempre, aunque quizás de modo casual, hubo nueve empleados en Finca Vigía; entraban unos, salían otros. Cuando Lillian Ross visitó Finca Vigía a fines de los años 40, con el fin de entrevistar a Hemingway para su «retrato» en The New Yorker, calculó que la casa estaba a nueve millas de La Habana», y contó en ella: «una esposa, una servidumbre compuesta de nueve empleados, cincuenta y dos gatos, dieciséis perros, doscientas palomas y tres vacas».

En Islas en el Golfo, donde Hemingway compara sus casas con embarcaciones, dice que en la nave de Thomas Hudson, cuando se hace a la mar, la tripulación es de nueve hombres. Nueve son los cadáveres encontrados por la tripulación en el cayo de la masacre y, por supuesto, nueve son los alemanes náufragos del submarino alemán. Esos nueve cadáveres presagian el destino de todos ellos, y se hace necesario para Hemingway, en esta novela de exorcismos y conjuros, equilibrar sus fuerzas combatiendo con una fuerza igual en número. Cuando luchan contra los alemanes no pueden ser ni superiores ni inferiores. La tripulación al mando de Hudson dispone de alguna ventaja en armamentos, pero los alemanes tienen a su favor el tiempo y la serenidad de sus juicios surgidos de una máquina guerrera perfecta.

A su hermano Leicester, cuando se lo encuentra en Londres un poco antes del Día D, le menciona los nueve hombres de su tripulación y el propósito que lo había llevado a redactar una patente de corso «como en los viejos tiempos».

Pero los nueve tripulantes auténticos del Pilar en su época de «cazasubmarinos no pasaron de forma automática a las páginas de la novela. Hubo combinación de personajes y anécdotas. También omisiones. Solo el número se mantuvo invariable».

Trofeos y placas de bronce otorgados en los concursos Hemingway de pesca que se celebran en Cuba anualmente a principios de la primavera. (Instituto Nacional de Deportes. Educación Física y Recreación)

Operación Friendless Islas en el Golfo
ERNEST MILLER HEMINGWAY THOMAS HUDSON
WINSTON GUEST (WOLFIE), segundo de a bordo, oficial ejecutivo, millonario, atleta, dueño de una empresa aérea. HENRY WOOD
JOHN SAXON, telegrafista asignado por la embajada norteamericana. «No muy alto —según Gregorio—, no muy rubio.» Buen bebedor. Su transmisor no se rompía en tantas ocasiones como ocurre en la novela. Conocía su aparato y lo armaba y desarmaba en pocos segundos. Un tipo vivo para la acción. WILLIE, pero solo «una ligera semejanza», según Baker. «No hubo ningún tuerto a bordo», afirma Gregorio. Pero el Willie de la novela sí lo es. «Tampoco era un tipo odioso», añade Gregorio, aunque casi todos los personajes de la novela se
GREGORIO FUENTES ANTONIO, cocinero y piloto a la vez. Hudson rechaza las bromas que le corren a Antonio por su doble condición de marino y pinche.
FRANCISCO IBARLUCIA (PAXTCHI O PACHI), jugador de jai alai y contratista de la cafetería del Frontón. Entrenador de Hemingway en este deporte. Falleció en México en los años 50. ARA, «retrato directo», según Baker.
Juan Dunabeitia (Sinsky o. SIMbad el Marino) DINE, vasco fuerte. Cargaba de un envión toneles de combustible de 100 libras. Gregorio lo recuerda como «un joven que sufrió mucho en la guerra de España». JUAN en la novela; es probable que Hemingway le incorporara características de Diñe.
Sin homólogos en la novela Sin homólogos en la realidad
FERNANDO MESA, exiliado catalán. camarero en Barcelona. «Pobre de físico, trigueño, de unas 120 libras. Yo lo alimentaba», dice Gregorio. PETER, el radista odioso, que evidentemente no es un retrato del radista verdadero.
LUCAS, cubano, «cuyos orígenes permanecen oscuros», según Baker. «Se portó muy bien con nosotros», según Gregorio. Era un práctico del puerto de Caibarién y sirvió de guia en la cayería de Camagüey. GIL
GEORGE

81

El viejo en la derrota

La tercera parte de Islas en el Golfo, «En alta mar», relata la cacería de los submarinistas nazis náufragos. Se ha hundido un submarino y sus sobrevivientes intentarán acercarse a las costas cubanas. Al inicio del relato, Thomas Hudson y Antonio están en el puente del Pilar. Observan una playa que, por suposición, debe corresponder a cayo Guinchos o Jumentos y no ven por ninguna parte a los tortugueros. Una mala señal. Desembarcan en el cayo con el fin de aprovisionarse de agua y buscar algún rastro. Encuentran los cadáveres de los tortugueros y el de un alemán. Además, faltan dos barquitos. Thomas Hudson saca en conclusión: los náufragos se dirigen al sur. Es preciso capturarlos antes de que se internen en la cayería al norte de Camagüey y alcancen las costas de la isla y luego la Carretera Central. Esto significa un probable escape, porque, una vez en La Habana, los alemanes podrían ser introducidos en un barco español con rumbo a Europa.

La acción contra los alemanes comienza en un lugar impreciso, un cayo que no puede ser ubicado con exactitud, y termina con un combate en un canalizo que tampoco puede encontrarse, porque ese sitio no existe. Las otras referencias son reales. Al igual que Conrad, que alteró el curso del río Congo en El corazón de las tinieblas para acomodarlo al ominoso viaje de Philip Marlowe, Hemingway varía la posición del islote de los tortugueros y el canal donde se registra el encuentro final de los nazis y sus perseguidores. No era la primera vez que Hemingway recreaba literariamente un paisaje. Sheridan Baker, en un ensayo acucioso, señala que no encontró en Petoskey el escenario que Hemingway describe en su cuento «El gran río de los dos corazones»; sobre todo, la tierra chamuscada, ya que nunca se había producido un incendio en esa región.

Hemingway describía con detallado realismo, pero su minuciosa descripción obedecía a necesidades internas de su relato y no a un deseo de captar literalmente una geografía determinada. Realidad y ficción se combinan para crear el arte hemingwayano.

Si se examina la carta náutica y si se recorren los canales que llevan a la gran bahía interior de Buena Vista, puede comprobarse que no existe un canalizo semejante al que aparece al final de Islas en el Golfo. Pasa Baliza es el único lugar probable para ubicar el sitio donde cae Thomas Hudson. Es un estrecho abierto entre el mangle, que lleva hasta un poblado costero, Punta Alegre, donde hay un central azucarero inmenso, con dos torres. Sin embargo. Pasa Baliza es un canal demasiado ancho y sin playas; no es un buen punto para tender emboscadas.

El archipiélago de Camagüey es un cayerío duro, de islotes desproporcionados e irregulares, como marcas de viruela en la cara de un mapa. Al norte, los cayos terminan en playas de plata, y. al sur, en el lodazal del mangle; los carboneros armaban las pirámides de sus hornos en el centro mismo del territorio, por lo que de noche un navegante no avisado podía confundir los cayos con un volcán. Thomas Hudson y su dotación de cazasubmarinos buscaban en este escenario a un enemigo invisible. «Vendremos alguna vez al terminar la guerra», dice Hudson en la novela. Casi 40 años después de la gestión bélica de Hemingway, Gregorio Fuentes, un fotógrafo y un escritor recorrieron la zona, tomando Islas en el Golfo como carta náutica. Solo las construcciones de campaña de algunos puestos de guardafronteras y los escasos ranchos de pescadores alteran ahora el paisaje que contempló la tripulación del Pilar. Sin embargo, para quien lo visitó entonces el archipiélago si ha cambiado. «Está —dice Gregorio— aburrido.»

Gregorio regresó como invitado de honor. No tuvo que gobernar el barco ni preocuparse por los quehaceres de la cocina. Llevaba puesto su mejor traje y un sombrero de Panamá, muy a la moda de los años 40. Creyó oportuno cargar con su prótesis dental, por si se presentaba alguna ocasión solemne, pero no tuvo que utilizarla. Había llevado una maleta enorme, pesada, que Dolores, su mujer, le preparó con paciencia infinita: zapatos, calcetines, pañuelos, camisas de vestir, como si fuera a viajar al extranjero. «Pórtate bien y escribe», le había dicho a su esposo al despedirse en el portal de su casa de Cojímar. En cambio, las pertenencias del fotógrafo y el escritor —incluídos cámaras, películas, tabaco y ron— cabían en una pequeña mochila de plástico. Para ellos era un poco decepcionante que el viejo combatiente utilizara una maleta de esas dimensiones y contenido. «Vuelvo pronto», le había dicho Gregorio a su mujer. «No te preocupes demasiado.»

Cayo Romano en la derrota. El buque es una pequeña unidad de caza de guardafronteras, un antiguo yate de lujo convertido en nave de combate por obra y gracia de la guerra. En los primeros años de la revolución eran las únicas embarcaciones que podían competir con las lanchas veloces de la CIA. Se les instalaban ametralladoras calibre 50, se les daba una capa de pintura gris y se les enviaba a combatir. A Gregorio Fuentes esta historia le resultó absolutamente comprensible; él y el Pilar habían emprendido misiones similares durante los días de la guerra.

Para llegar a cayo Romano, el más largo del archipiélago y primera escala del itinerario, se cruzó por la boca de Punta Prácticos hasta alcanzar el faro de Maternillos, en cayo Sabinal. Después quedó atrás cayo de la Guajaba, a unas cinco horas de navegación. A la altura de Romano, lugar donde en el siglo pasado se vendía muy buena carne de caballo a los comerciantes de la capital, se recorrió despacio el Canal Viejo de Bahamas. «Navegue con la puntita de los pies, que es un paso peligroso», recomendó Gregorio al timonel, un muchacho vestido con uniforme verdeolivo. La embarcación enfiló rumbo noreste.

El puerto de Nuevitas se alejaba por la popa. «No me había fijado antes en esas industrias», había dicho Gregorio en la ciudad, camino de la bahía. «Me está fallando la memoria.» Pero la memoria de Gregorio no podía recordar lo que no había existido en su época; esas industrias son de reciente construcción.

Cayo Romano surge ahora por una de las bordas del Pilar en las páginas de Islas en el Golfo:

Habían vivido por temporadas tanto tiempo a la vista de ese largo y extraño cayo lleno de jejenes y conocían tan bien una parte de él y habían penetrado allí, guiados por sus puntos de referencia, tantas veces, en malas o buenas circunstancias, que siempre lo emocionaba (a Hudson) avistarlo o perderlo de vista. Ahora estaba ante él, más pelado que nunca, sobresaliendo como un desierto con matorrales. Había caballos salvajes y ganado cimarrón y puercos jíbaros en ese gran cayo, y se preguntó cuánta gente habría tenido la ilusión de colonizarlo. Tenía colinas ricas en pastos y hermosos valles y excelentes zonas arboladas. Ya una vez había habido una colonia llamada Versalles, donde unos franceses habían hecho el intento de vivir en Romano. Ahora todas las casas de madera estaban abandonadas, excepto la única casa grande, y una vez, cuando Thomas Hudson entró allí a cargar agua, los perros estaban acurrucados junto a los puercos, que se habían enterrado en el barro, y tanto los perros como los cerdos se veían grises a causa del tupido manto de mosquitos que los cubrían. Era un cayo maravilloso cuando el viento del este soplaba noche y día. Entonces se podía caminar dos días seguidos con un fusil y se estaba en buena tierra. Era un territorio tan virgen como cuando Colón llegó a estas costas. Pero en cuanto el viento amainaba, los mosquitos avanzaban en nubes desde los pantanos. Decir que venían en nubes no es metáfora. Venían realmente en nubes y podían desangrar a un hombre hasta matarlo.

La navegación resulta complicada en la zona interna del cayerío, donde las cartas marcan regularmente zonas de apenas dos pies de agua. Si se tiene un accidente hay que arreglárselas como mejor se pueda, sin esperar ayuda, porque por allí ya no vive casi nadie. Al triunfo de la revolución estos cayos se despoblaron. Sus antiguos habitantes fueron a probar fortuna a tierra firme, donde las condiciones de vida eran cada día mejores. Solo en cayo Romano se mantiene habitado el pequeño caserío llamado Versalles. En él viven tres familias. En la punta del cayo hay una casa de madera, con techo de cinc. Ahí viven Alcides Fals Roque y los suyos.

La embarcación fondea a unos 100 metros de la playa, en un sitio nombrado Punta de Mangle. «La familia del viejo Fais debe de estar en la casa», dice el timonel del guardafronteras. «Tienen las redes caladas.» Y recorre el paisaje a través de unos Carl-Zeiss. «En aquella punta hay peje», dice sin despegar los ojos de los binoculares. Media docena de muchachos con uniformes verdeolivo, los tripulantes de lo que ellos llaman «el buque», observan en silencio la incomprensible actividad de Fuentes y sus dos acompañantes.

Aunque viajan en una unidad de guerra, las guerras se acabaron. Pero no importa. Se mantienen a la expectativa como si fueran a desenterrar un tesoro, a encontrar algo olvidado en esos cayos, algo tal vez definitivamente perdido que nadie había buscado antes. La novela de Hemingway era la carta secreta, la única referencia. Y estaban a punto de hallarlo. Pronto se encontrarían con el mundo perdido 40 años atrás, con los escenarios del viejo Papa. Gregorio estaba presente, pero era como un personaje más de la novela, absorto y deslumbrado en el filo de la frontera entre la realidad y la fantasía. «Gregorio, ¿se siente usted mal?», le preguntó el escritor. «No es nada, muchacho, estaba dormido.» Tal vez había querido decir que estaba soñando.

Alcides Fals Roque vive en cayo Romano desde hace más de medio siglo, en la misma casa de maderas renovadas que fue creciendo en igual proporción a las necesidades. Agregó nuevas dependencias, habitaciones, según tenía hijos, y luego la siguió ampliando según sus hijos se fueron casando. Trabajó con las maderas del cayo, unos tablones porosos y astillados. Las hojas de cinc para el techo las compró en Nuevitas. Desde hace 15 años Alcides tiene un nuevo entretenimiento: embellecer las paredes de su casa con carátulas de revistas, en cromo y a todo color. Las primeras imágenes que adornaron la sala fueron las fotografías de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Esta casa es la única que puede divisarse desde el Canal Viejo de Bahamas, incluso a la distancia de una milla náutica. Si se barre el litoral con los Carl-Zeiss del ejército, se pueden ver con nitidez los cocoteros del patio de los Fais y las estacas de madera enterradas en el agua, a modo de balizas. «Esa casa es todo un faro», sentenció Gregorio y volvió la vista al horizonte. Una bandada de gaviotas volaba de regreso a tierra firme.

82

«No importa si un hombre tiene un lugar adonde ir. No importa siquiera si ese lugar existe. En realidad, lo que duele al hombre es el recuerdo.»

William Faulkner: La mansión

Gregorio se conserva mucho mejor que Alcides. Se entienden bien. Son pescadores. Gregorio está fuerte todavía. Tiene arrugas y la piel cuarteada, pero sus músculos siguen compactos: «Es que he pasado 70 años en el mar.» Pero el mar de Gregorio no es exactamente igual al mar de Alcides. Es un mar a bordo del Pilar y con el salario desahogado que recibía de Papa. Alcides es 20 años más joven que Gregorio, «pero estoy gastado, se me ha jorobado el esqueleto». Gregorio está bien vestido, con su gorra de béisbol que ha sustituido el sombrero de Panamá impecable. Aicides tiene una gorra militar a la que le ha puesto un forro rojo en la visera. Gregorio habla con voz limpia, segura, a veces infantil; Alcides tiene la voz ronca, quebrada, como si se le trabara con algo en la garganta. Presenta con nombre completo y dos apellidos a cada uno de los miembros de su familia. Empieza por las mujeres y, luego del cumplido, cada una de ellas se va retirando hacia el fondo de la casa; unas a preparar una colada de café, otras a buscar agua de coco. Solo la esposa de Alcides se queda en la habitación, planchando unos pantalones recosidos.

—Nosotros estábamos por aquí hace muchos años, con un barco prieto que tenía dos varas largas salidas a los costados —dice Gregorio. Alcides entrecierra los ojos, buscando la imagen en su archivo personal de recuerdos. Gregorio repite:— Un barco prieto con dos varas.

—Pero ese barco no era solo de pescadores —dice Alcides—. Cómo no, lo recuerdo bien, un barco prieto que llevaba norteamericanos arriba.

—Ay, por Dios —exclama la mujer—, yo me acuerdo también; era una niñita entonces... —Se llama Zoila Marina. Su madre, nos cuenta, lavaba la ropa de aquella tripulación cuando tocaban Versalles.

Por aquellos años, Alcides, su esposo, era un muchachón que la enamoraba con cierto desenfado, y Gregorio era un hombre mayor. Un guerrero. Alcides y Zoila tienen 10 hijos. «Tres militantes del partido y un guardafronteras», precisa Zoila. Gregorio también recuerda que venía aquí con Winston Guest a traer la ropa. «Un americano grandote y colorado», corrobora Zoila. «Él traía el bulto de ropa.»

—¿Cuánto tiempo hará de eso? —pregunta Alcides con un poco de nostalgia.

Gregorio lo mira cara a cara.

—Un montón de años —dice. Las mujeres ofrecen el café. Gregorio deja su taza sobre la mesa.

—¿Usted no toma? —pregunta Zoila respetuosamente.

—Yo lo prefiero frío —responde Gregorio.

La nave de Thomas Hudson fondea en cayo Confites:

El sol quedaba a sus espaldas y fue fácil encontrar el primer gran paso entre los arrecifes y luego, casi rozando los bajíos y los cabezos de coral, llegar a la ensenada de sotavento. Había una playa arenosa en forma de media luna; la isla estaba cubierta de pasto seco de este lado y era rocosa y chata del lado de barlovento. El agua estaba clara y verde, y Thomas Hudson se acercó al centro de la playa y ancló con la proa casi contra la costa. El sol estaba alto y la bandera cubana ondeaba sobre la choza del radio y las construcciones auxiliares. El mástil de señales se veía desnudo en el viento. No había nadie a la vista y la bandera cubana, nueva y limpia, restallaba al ser batida por el viento.

¿Una novela en dificultades? Correcciones y adiciones de Hemingway sobre las pruebas de galera de A través del río y entre los árboles

Gregorio y sus acompañantes fueron a cayo Confites bajo una espesa turbonada. La tarde se fue oscureciendo con rapidez. Un vigoroso viento del oeste batía sobre la costa norte y fue empujando los cúmulos hacia otra zona. Lástima que logró despejar el cielo cuando ya casi era de noche. Gregorio estaba sobre la cubierta del guardafronteras. Treinta y cinco años atrás había aquí una estación naval, que se recrea en Islas en el Golfo. Allí se abastecía el Pilar, Había puercos, guanajos, pollos. Una embarcación llamada La enviada traía el hielo. «Papa desembarcaba aquí con un ánimo del carajo, como si fuese dueño de todo esto», asegura Gregorio. Pero en 1977, de aquel Confites solo quedaba el trazado de viejos jardines, hoy enyerbados. La playa donde una vez desembacaran Hemingway y sus hombres ha cedido, dejando al desnudo las rocas. Gregorio está molesto, como si alguien fuera responsable de que el cayo perdiera terreno. Dice: «Antes había muchas matas. Ahora está pelado. Antes había palmas y ahora no queda ni una. El cayo está viejo.» Pero el cayo tiene siete pinos. Ni más ni menos. Fueron sembrados por Hemingway en 1943. «Cojones —dice Gregorio—, si el viejo supiera que sus pinos están aquí.»

Cuando Gregorio regresa al barco guardafronteras, añade: «Hubo una vez un mercante que encalló frente a Confites, que se convirtió en una de las marcas que teníamos para acercarnos a la costa.» Se llamaba Colabí. De aquel pecio solo queda una plancha metálica, porosa, difícil de identificar, abandonada en la playa desierta. Luego le dice a sus acompañantes: «Abaniquen, caballeros.» Es su sugerencia paira espantar mosquitos y no llevarlos a bordo. Esa noche Gregorio fue el hombre más feliz del mundo. Le habían cedido un AKM para que disparara y le habían entregado el timón del buque guardafronteras, para que lo guiara. Y así lo hizo. Estaba conversador, en confianza, dueño y señor de la situación. Bebió ron. El teniente Humberto Pascual, jefe de la embarcación, le dijo: «Viejo, usted es un barómetro, un marino de verdad. Se pasa la vida observando el tiempo. Se le puede confiar el barco a ciegas. Usted es desconfiado, y por eso va a durar mucho.» «¿Como los pinos de Papa? —pregunta Gregorio, y se ríe solo y se responde—. Eso es, como los pinos de Papa.»

Pero esa noche se mostró ofendido porque en Islas en el Golfo se toma a broma su doble condición de piloto y cocinero. En un momento de la novela, Willie, el lejano alter ego de John Saxon, se burla de esto. Considera impropio que en un buque de guerra, o en un barco de cierta distinción, el piloto sea también cocinero. Entonces Thomas Hudson le riposta: «Sabe más del manejo de barcos pequeños que todos nosotros juntos, incluyéndote a ti.»

Gregorio conocía la novela de oídas. Hubo que contarle las partes en que se le mencionaba, y explicarle que donde decía Antonio, se debía leer Gregorio. El sentimiento de bienestar era completo para todos a bordo de aquel buque que navegaba a la altura de la costa norte de Camagüey. No siempre es posible llevar a un personaje literario al escenario de su historia.

Gregorio Fuentes desembarcó nuevamente al día siguiente en el faro de Paredón Grande, de color amarillo y negro cuadriculado. En la novela, Antonio va en busca de información. Ahora lo vuelve a hacer: «Esto está igualito, compadre. Si acaso aquella casita al fondo es nueva.»

El faro alumbra una zona de mucha navegación del Canal Viejo de Bahamas. En la época de la aventura de Hemingway tenía instalado un foco de 1 000 watts que alcanzaba 35 millas. Ahora, abarca unas 15 millas más, pues posee un foco de 1 500 watts.

Sobre la puerta de entrada del faro hay un triángulo a modo de inscripción que reza: «Año 18.», pero las últimas dos cifras son ilegibles, y debajo dice: «Diego Velázquez». El faro tiene 120 años. Pero durará 100 años más, según los técnicos. Es de hierro. «El de Matemillos tiene la escalera de bronce, y los pasamanos, y parece de oro», recuerda Gregorio. «A Papa le gustaba el agua de aljibe que tomábamos aquí en Paredón Grande, y le gustaba ir a Maternillos. Pero no todo fue viento en popa y a toda vela. Recuerdo que entre Media Luna y Guillermo nos varamos.»

A esto responde el teniente Pascual, conocedor de estos parajes: «Sí, lo más seguro es que se hayan varado allí.»

Es cierto que encallaron. La experiencia se utilizó en Islas en el Golfo. El episodio se describe con una mezcla de frustración y de alivio:

Desde que vararon se había sentido, en cierto modo, salvado. Cuando vararon, había sentido el pesado y sordo topetazo del barco como si él mismo hubiera sido golpeado. Enseguida supo que el lugar no era rocoso. Pudo percibirlo en las manos y a través de las plantas de los pies. Pero la encalladura había sido para él como una herida personal. Luego vino la sensación de tregua que trae una herida. Seguía teniendo la sensación de esa pesadilla y de que todo había ocurrido antes. Pero no había ocurrido de este modo y ahora, varado, sentía la tregua momentánea. Sabía que era solo una tregua, pero se relajó lo mismo.

Hemingway describe Media Luna como un cayo alegre, que le proporcionaba felicidad. Thomas Hudson toma el cayo como punto de referencia para guiar su nave hacia la Pasa de Contrabando, un estrecho canalizo con profundidad suficiente para llevar su nave y solo conocido por los pescadores. Hudson buscaba con sus binoculares la quilla de un barco semihundido, un pecio, de los tantos que abundan por allí, cuando chocan con la llamada retinga. o el seco. En los mapas, el pecio está marcado. Cuando llegaron, a bordo del buque, Gregorio Fuentes, el fotógrafo y el escritor no lo hallaron, por más que lo buscaron con los Carl-Zeiss. Era la primera inexactitud de la novela. Gregorio y el escritor fueron en un bote de remos a recorrer la zona. Gregorio iba remando. Se alejaron del guardacostas, dieron media vuelta —como se indica en la novela—, pero sin éxito. Gregorio no recordaba. «Ya se lo dije: la memoria me está fallando.» Los remos de Gregorio chocaron con unos hierros y el escritor se lanzó al agua. Na era profunda. La arena blanca y finísima. Vio entonces una viga de acero, una caldera, pedazos de barcos a flor de agua, invisibles a primera vista. Treinta años pueden ser mucho tiempo, incluso para un casco viejo. «Ya yo se lo había dicho: si Papa lo dice en su libro póngale el cuño que es verdad.»

Joe Russell (flecha) brinda con Hemingway a bordo del Anita, la lancha de Harry Morgan en Tener y no tener. El barco está atracado en el antiguo muelle de San Francisco, ahora Sierra Maestra Número Dos. El lugar se conserva igual en la actualidad. El edificio que se ve detrás es la Aduana.

Hemingway con Joe Russell y otras personas no identificadas, en sus primeros viajes de pesca a la costa norte de Cuba, hacia 1932. Unos dicen que el lugar se parece a la costa de Jaimanitas y otros que probablemente sea en Boca de Jaruco.

Humphrey Bogart es Harry Morgan; Lauren Bacall, Marie.

La acción se desarrolla, en La Habana y Key West, pero el filme se realizó en Martinica. La novela es Tener y no tener, pero la melodramática versión filmica de William Faulkner y Howard Hawks solo respetó el título original.

Carlos Gutiérrez y Pauline Hemingway con un casterito a bordo del Pilar durante sus primeras campañas de pesca, hacia 1934.

Con Tom Heeney, campeón británico de los pesos completos, probablemente en Bimini a principios de los años 30. El castero de Heeney ha sido mutilado por los tiburones. Debió haber pesado entre 700 y 800 libras. Hemingway ha capturado un castero mucho más pequeño (blue marlin) y un pejeblanco (aguja blanca: white marlin). De puño y letra de Hemingway: «13 feet, 11 inches/ 500 pounds/ what’s left/ your guess as good as ours what he weighed/; To Tom Heeney/ Good Luck Always/ Ernest Hemingway» (trece pies, 11 pulgadas/ 500 libras/ lo que dejó/ quién sabe o que pesaba completo. A Tom Heeney/ que siempre tengas buena suerte).

83

GREGORIO hizo algunos relatos de sus viajes por la zona. Uno de ellos tenía que ver con un pescador que había encontrado a la deriva, moribundo, en la corriente del Golfo. Gregorio, según recordaba, avistó el bote y se aproximó con el Pilar; el resto de la tripulación en estado de alerta. Hemingway le preguntó al piloto por encima del hombro: «¿Qué será esto, Grigorine? ¿Qué pasará ahí?»; Gregorio le respondió que había que llegar primero y averiguar después. Encontraron a aquel hombre con up pie atravesado por un peje, «una aguja», según creían. Hemingway, de inmediato, proporcionó una botella de whisky porque los dolores del hombre se hacían insoportables. Un pie atravesado y sin recibir atención médica durante horas, bajo el sol, en un bote sin gobierno.

El punto más cercano era Nuevitas, a unas 100 millas de distancia. En el bote tortuguero, no había posibilidad de llegar. En el Pilar, por su volumen y tripulación, tampoco. Hemingway se viró hacia Gregorio y preguntó: «¿Qué tú crees que se pueda hacer?» Gregorio dijo: «Me voy en el auxiliar por el interior de la cayería. Trataré de llegar en unas 10 horas.» «Andando, Grigorine», dijo Hemingway.

Gregorio sube a bordo del auxiliar, un botecito con motor, lo va desamarrando; le montan al herido. Hemingway le entrega otras tres botellas de whisky. La primera el hombre se la ha tomado de un tirón, sin respirar, y lo ha dejado groggy. «Ese hombre necesita beber», aprueba Hemingway. «No tiene alternativa.» Todos son bebedores de aguante, pero observan con admiración cómo ese hombre coge la botella en sus manos, con el rostro contraído por el dolor, y se la bebe de un tirón.

Gregorio toma el rumbo de la cayería con el hombre medio adormecido. Ahora recuerda los ojos vidriosos del herido, su descontrol. La única medicina que tiene a bordo son las botellas. Se va quejando y adormeciéndose más y la pierna cada vez más hinchada. Gregorio le ofrece más whisky. Ahora no se lo toma de un tirón, sino a sorbos, aunque grandes, y Gregorio, que también necesita de un poco de combustible para navegar, lo ayuda un poco. No queda una gota y han lanzado las botellas por la borda cuando se avista el muelle de Nuevitas. Hay una ambulancia del ejército norteamericano esperando. Los del Pilar avisaron «por fonía» unas diez horas antes.

Montan al hombre en la ambulancia. Pero antes el pescador ha tenido tiempo de alargarle la mano a Gregorio como muestra de agradecimiento.

Desde aquel entonces Gregorio no había vuelto a Nuevitas. La conversación se encamina hacia los destinos de los viejos pescadores de la época de la guerra. Un oficial de guardafronteras propone visitar a uno de ellos.

Miguel Montenegro Roque es un hombre de 80 años. Navegó por la zona donde deambulaban los submarinos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, pero puede ofrecer poca información sobre aquellos tiempos porque su senilidad no le permite coordinar los pensamientos. Entonces, desde el fondo de la casa, viene otro pescador, para atender a los imprevistos visitantes. Es un hombre sólido, de baja estatura, que arrastra los pies. Cojea. Dice que lo disculpen pero que no esperaba a nadie. El oficial de guardafronteras dice que estaban dando una vuelta y que se les ocurrió pasar por allí, solo eso. Que acá, señalando para Gregorio, es un viejo pescador y marino que estuvo por esa zona en la Segunda Guerra Mundial y que está dando una vuelta con los periodistas (el fotógrafo y el escritor) para «un documental» sobre aquella época.

José Roque, de 63 años, al que llaman Felo, se sienta con cierta dificultad a causa de su cojera. Se queja: «Ah, esta artrosis en mi rodilla.» Luego dice que él es un viejo nuevitero, pescador por esos años, pero se lamenta de que la pesca no es igual, porque los quelonios —los careyes— están disminuyendo. «Eso es verdad —confirma Gregorio—, la pesca ha bajado mucho.»

—El problema es que se está utilizando un hilo que es una maravilla —dice Felo Roque—. Hilo caprón, español. Peje que lo toca, peje que se jode.

—Es que se pesca mucho —dice Gregorio. Está hablando y, como siempre, parece mucho más joven que los otros pescadores.

—Es que son muchos los pesqueros. Antes había solo dos, tres o cuatro pesqueros. Los pesqueros esos eran Punta de Piedra de Sabinal, Punta de Ganado, Aguada del Inglés, cayo Romano, El Mangle, otro en el cayo Guajaba.

Estos eran los pesqueros a la altura de los cuales navegaba el Pilar en su aventura antisubmarina. Ellos tomando su ron y sus tragos y sirviendo o intentando servir de carnada para capturar alemanes, mientras los humildes pescadores del norte de Camagüey se mantenían en su labor permanente. «Se coge mucho», dice Felo Roque. «El peje se agota. Se cogen hasta los huevos de los quelonios.»

Roque recuerda la época en que pescaba en la Segunda Guerra Mundial: «Vendíamos la libra de concha de carey a 40 centavos. Muy barata. Nada valía nada.»

Se le pregunta sobre las características de un bote tortuguero, de los que navegaban por la zona al principio de la década del 40. Hemingway, en su novela, especifica que el esquife capturado por los alemanes era un bote tortuguero.

—Bueno, el tortuguero era un barquito de vela, pero de una sola vela. No es un barco de máquina. El Canario, de Alcides Fals, era uno de esos. El tortuguero es un barco todo abierto, sin corredores. Más cómodo para trabajar por todas las bandas. Se le hace caminar a vela y remo. Uno puede recobrar. Enredamos la presa en el paño. Con las redes. Calamos la red, desde el canto del veril hasta cerquita del arrecife: 200, 250 brazas de red, y llevamos una cajita de cristal para ver.

Hemingway captura uno de sus primeros dientusos azules (se reconocen por el tamaño pequeño de sus aletas pectorales). Este pesa unas 300 libras. Hemingway anotó con lápiz en el reverso de la loto: «Curved snaggle teeth show pretty well here. Weight of fish has distorted tail.» (Los dientes curvos e irregulares se ven bien aquí. El peso del pez ha torcido la cola.) Carlos Gutiérrez aparece con un bichero en las manos. Puede ser en Key West, Cojímar o Bimini, hacia 1928 ó 1930.

Hemingway captura un caster o de alrededor de 500 libras. Tiene en las manos una vara Tycoon de bambú prensado, muy de moda en su época. Con Carlos Gutiérrez, muelle de Key West, Cojímar o Bimini, hacia 1928 ó 1930.

Hemingway en la popa del Pilar, probablemente atracado en el muelle del Club Internacional de La Habana, en la década del 50.

Ernest y Mary en el puente volante del Pilar. Bordean las costas cubanas, probablemente a la altura de Jijira, entre Jaruco y Santa Cruz, hacia fines de los años 40. (Roberto Herrera Sotolongo)

Gregorio captura un peto de peso extraordinario, 82 libras, y Hemingway hace tomar una fotografía donde anota este récord.

Hemingway y Gregorio a la altura de Cabo Blanco, Perú, en 1956, pescando el castero de la película El viejo y el mar en el Pacífico: un black marlin o castero del Pacífico. Hemingway, ayudado por Gregorio, está ajustando el treno de un carrete Finor para la pesca al curricán de grandes especies.

»Uno trataba de coger vivo el animal. Los más chiquitos pesan entre 40 y 50 libras. Pero los hay de entre 200 y 400 libras. Por lo menos, la tortuga y la caguama. La caguama es de concha oscura y muy fina. La tortuga es pintada, muy fina también. El carey es más nervioso, pero lívido.

»Mi bote tenía 18 pies de eslora y una tercera de ancho. Un solo palo. Una vela de botalón. Le amarraba el palo para trabajar. Sin ancla, por supuesto. Y sin caseta. Y uno bajo el sol. Vivíamos en el pesquero. No llevábamos cocinita a bordo. La red se echa nueve días. Se usaba cáñamo español, y luego un algodón muy malo. Vivíamos en una casita de saco. Cocina de carbón o leña en el cayo. Comíamos arroz, pescado, carne de quelonio y café. Un poco de ron para regular el cuerpo.

Es un buen momento para que Gregorio descorche una botella. La abre, diestro, con una cuchilla. Comienzan a beber.

—Y usted, ¿pescaba también por esta zona? —pregunta Roque.

—Pesca, lo que se dice pesca, no. Yo estaba en una misión.

—¿Qué tipo de misión era esa?

—Estábamos en una misión científica —explica Gregorio—. Teníamos un barco prieto que hacía investigaciones científicas.

—A lo mejor ustedes se toparon alguna vez por ahí —aclara el escritor.

—Yo vine por acá en un barco negro... el Pilar.

—Un barco prieto —dice Roque y mira insistentemente a Gregorio—, un barco prieto y fuerte. Un barco ancho, con dos varas por las bandas, que parecían dos pelos de langosta. Un barco lleno de americanos, con un patrón que era de Islas Canarias. Un tipo fuerte que era millonario. Y otro rojo, barbudo, que le decían El Americano.

—Ese era mi barco —dice Gregorio—, Y yo era el canario.

—Ah, carajo —dice Felo Roque—. Ay, cojones —dice—. La puta vida —dice—. Así que eran ustedes.

—Hace 40 años que nos fuimos. Toda una vida. Y usted se acuerda.

—Ustedes —dice Felo Roque—. Un día aparecieron por ese horizonte, y otro buen día, meses después, desaparecieron.

—Yo iba todos los días a bordo de su bote. ¿No se acuerda de un muchacho medio achaparrado, un poco feo, pero fuerte, al que usted le regalaba la pesca del día? Ese era yo.

—Era usted... —dice Gregorio. Y confiesa con sinceridad—: La verdad que no me acuerdo de su rostro.

—Era yo —dice Roque—, Y tuve un compadre llamado Vicente el Andaluz... ¡Si él estuviera aquí! Él decía que tenía una deuda eterna con ustedes. Porque uno de los suyos le salvó la vida. Lo llevó navegando por todo el interior de la cayería hasta que lo dejó en Nuevitas para que le arreglaran un pie.

—Fui yo —dice Gregorio—. Yo llevé a ese hombre a Nuevitas. ¿Dónde está Vicente el Andaluz?

—Ah, carajo. Cojones —dice Felo Roque—. Déjeme saludarlo, por Dios. —Y los dos se levantan, se estrechan la mano—. Vamos a tomar un ron... Si Vicente lo hubiese visto, caray.

—¿Ya no navega?

—Está con Dios hace algunos años. Era ya un hombre viejo cuando usted le salvó la vida. Murió hace como 20 años.

—¿Qué era lo que le había pasado?

—Una lebisa le atravesó el pie, como un clavo. Yo venía recogiendo cabo, venía solo, cuando vi su botecito, parecido al mío, pero a la deriva, sin nadie que se viera a bordo, hasta que me le acerqué y lo vi en el fondo del bote, con los ojos desorbitados, inyectados en sangre, la boca espumeante del dolor. Logró explicarme que una lebisa, una raya, le había atravesado el pie de un coletazo. Yo le dije, aguanta, Andaluz, espérate a que venga el barco de los americanos, que es un yate muy bueno. Vienen muy bien preparados, con una cantina bajo proa. Yo tengo amistad con ellos. «Ve a buscarlos, carajo», me dijo. Pero cogí un rumbo donde ustedes no estaban. Fue el mismo Andaluz quien se los tropezó.

La referencia a la cantina le hace gracia a Gregorio, y le dice que no era una cantina (bar) exactamente, sino la cocina, aunque, eso sí, muy bien abastecida.

El Andaluz salvó el pie. Le estaba muy agradecido a Gregorio.

—Todas las tardes yo iba a bordo de su barco. Me regalaban los pejes.

—Usted bebía poco —le dice Gregorio.

—Sí, poco. Yo le contaba a Montenegro lo del barquito y lo bien que me trataban. Nunca vi armas a bordo.

—Es que se trabajaba bien —dice Gregorio con orgullo.

—Pero me acuerdo del vino que traían en aquellos pellejos. Me brindaban de ese vino. Recuerdo los pellejos colgando en cualquier parte del barco. Me acuerdo de ese barco. ¡Cómo no voy a acordarme!

84

Hay un pasaje de gran vuelo, o de alta política, en el que todo podría indicar que Hemingway estuvo comprometido. Pero los cabos, todo parece indicarlo también, quedarán sueltos para siempre. El único testigo es Gregorio Fuentes, quien recuerda haber recibido de Hemingway una llamada telefónica desde Estados Unidos a fines de 1958: «Grigorine, prepara el yate para mañana por la mañana. Espérame en el Club Internacional.» Al otro día, en efecto, cinco hombres se bajaron de un automóvil que los había traído desde el aeropuerto de Rancho Boyeros: Hemingway, dos soviéticos y dos norteamericanos. Abordaron el yate, y Hemingway dijo: «Vamos, Grigorine, vamos mar afuera.» Según el relato de Gregorio, uno de los soviéticos era Anastas Mikoyan; el otro era el traductor, y los dos norteamericanos, senadores ambos. Hemingway participó en la conversación, aunque solo parcialmente: iba y venía, y ayudaba a servir los tragos. Gregorio, con su discreción acostumbrada, estuvo todo el tiempo al timón. Regresaron a La Habana por la tarde. Los cinco hombres abordaron nuevamente el automóvil, rumbo a Boyeros. «De esto a nadie», le indicó Hemingway a Gregorio.

Tirando el chinchorro para coger carnada. El lugar no ha sido identificado.

Gregorio Fuentes sustituyó a Spencer Tracy en esta escena de El viejo y el mar. Hemingway se empeñó en que la gente de Cojímar participara en la película para que pudiera ganar algún dinero.

Hemingway y Spencer Tracy (flecha) en Casablanca durante la filmación de El viejo y el mar. (Look Magazine)

En el proceso de filmación de la película, en La Terraza de Cojímar. Detrás, el «viejo» Ramírez, uno de los pescadores veteranos de este pueblo. (Henry Wallace)

En estas páginas y las que siguen: Ernest Hemingway supervisa la pesca de la aguja para El viejo y el mar. Le entregaba una pistola de señales a cada uno de tres pescadores, para que cuando capturaran un pez grande le avisaran y él pudiera acercarse con el Pilar, que traía las cámaras a popa, y asi poder filmar las escenas correspondientes. Hemingway cargaba cada pistola y se pasaba el día en esa actividad; sin comer y sólo tomando vodka con naranja o piña. Septiembre de 1955. (Raúl Corrales)

El yate de Hemingway atraca en Cojímar. La glorieta que se ve cerca del malecón fue donde se erigió el busto de Hemingway un año después de su muerte. (Raúl Corrales)

Debe especificarse ahora que el relato cabe perfectamente dentro del cálculo de las posibilidades de aquel entonces, bajo el gobierno de Batista en los años 50. Que aterrizara un avión y cinco de sus pasajeros fuesen directo al Club Internacional, para irse de pesca y sostener una conversación archisecreta a bordo del buque de Hemingway, anclado solo a 90 millas de las costas de la Florida. Ya había guerra en la Sierra Maestra, en realidad ya estaba casi ganada, y Hemingway se había declarado partidario de los fidelistas, pero esto era otra cosa.

En 1974, cuando el autor de esta obra entró en contacto con Gregorio Fuentes, le hizo una pregunta rutinaria sobre la visita de Anastas Mikoyan a Cuba, la visita pública de 1960, que todo el mundo conoce, y el resto salió a flote. Gregorio dijo: «Sí, Mikoyan estuvo por segunda vez a principios de 1960.» «Por primera vez, usted querrá decir. La segunda vez fue en el transcurso de la Crisis de Octubre de 1962.» «No, esa de la Crisis de Octubre fue su tercera visita a Cuba. La primera visita nos la hizo en 1958.» ¿Una visita secreta con dos senadores norteamericanos en la que Hemingway es un testigo parcial o, por lo menos, un anfitrión de la máxima confianza?

Alexis Eisner y Kashkin hablaban con orgullo de la visita que Mikoyan había hecho a la casa cubana de Hemingway, pero se referían a la que se inició el 4 de febrero de 1960. En How It Was y en otros libros hay bibliografía abundante sobre esta visita. Pero la primera, la que dice Gregorio...

En enero de 1977 el autor cursó dos cuestionarios a Anastas Mikoyan, entonces jubilado, con 82 años de edad; uno de ellos trataba sobre su visita como primer dirigente soviético que viajaba a Cuba, y la historia de las relaciones entre Cuba y la URSS. El segundo cuestionario se concentraba absolutamente en sus relaciones con Hemingway. La pregunta número 5 (de 15 que comprendía este segundo cuestionario) decía: «Gregorio Fuentes, capitán de la embarcación de Hemingway, que actualmente reside en Cojímar, me ha informado que usted visitó a Hemingway y estuvo a bordo de su embarcación antes del triunfo de la Revolución Cubana. ¿Podría ampliarse esta información?» Pero no se pudo ampliar, porque el segundo cuestionario quedó sin respuesta. Mikoyan murió un poco más tarde, el 21 de octubre de 1977.

Que no respondiera a esta pregunta puede exaltar la imaginación y hacer que el silencio se tome como una tácita aceptación. De cualquier modo debemos consolarnos con algunos fragmentos de sus respuestas al primer cuestionario, del que se saca en claro que, en verdad, a fines de 1958 se encontraba en Estados Unidos. Hay como una especie de broma en la respuesta siguiente:

En enero de 1959 tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos cómo entraba en La Habana el Ejército Rebelde encabezado por Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, cómo el pueblo saludaba a su líder, Fidel Castro... No, claro que no, entonces yo no estaba en Cuba. Me encontraba en Estados Unidos, realizando un recorrido por distintas ciudades. Ocurría que después de un fatigoso día, me sentaba frente al televisor para enterarme de las noticias sobre Cuba.

Y sobre Hemingway, un poco más adelante:

Nuestro avión IL-18 tomó rumbo a Cuba a finales de enero de 1960. Este era el primer vuelo, y todavía ignorábamos que daría inicio a un puente aéreo entre nuestros países. Antes del vuelo y durante el mismo estuve leyendo algo sobre Cuba; lo poco que se pudo conseguir en aquella época. Incluso leí algunos libros de Hemingway, entre ellos los que se referían especialmente a Cuba. Pero lo que más quería conocer era sobre la actualidad de este país.

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Los Angeles Times

10 de noviembre de 1974

EL HOGAR DE HEMINGWAY AHORA ES EL REFUGIO DE UNA ESCRITORA

Por William Stimson

La casa donde Ernest Hemingway murió en 1961 y donde su viuda aún vive parte del año es una sencilla vivienda color rojo de dos pisos que se alza solitaria al final de una carretera de campo y una larga y polvorienta vía que conduce a ella.

En su interior todo permanece como en vida del escritor; su aspecto no defraudaría a los lectores de Hemingway.

Pieles de animales con ojos de vidrio yacen en el piso y cubren los muebles. Encima de la gran chimenea de piedra se encuentran las cabezas disecadas del impala —casi estableció un récord— que Hemingway mató y un kudú cazado por su esposa Mary cuando estuvieron en África a principios de los años 50.

A ambos lados de la gran chimenea hay grandes libreros que contienen las últimas ediciones de las obras de Hemingway. En una esquina una pintura al óleo muestra al escritor con una barba canosa y expresión seria, que mira caviloso a través de la habitación, donde, desde un ventanal, se dominan las montañas Sawtooth, de Idaho.

The New York Times

31 de enero de 1975

LOS DOCUMENTOS DE HEMINGWAY AHORA PUEDEN SER CONSULTADOS EN UN AMBIENTE QUE NO REFLEJA SU VITALIDAD

Por Robert Reinhold

En un ambiente antiséptico aparentemente antagónico cor el novelista y aventurero de poderoso físico e intenso vivir, se van a poner a disposición de los investigadores los despojos literarios de esa figura colosal y, a la vez, enigmática, conocida por Ernest Hemingway.

Una vez fumigados, limpios, procesados químicamente, clasificados e introducidos en una hilera de 25 pies de cajas metálicas grises; se han reunido aquí casi todos los documentos que componen el patrimonio literario y fotográfico que dejó el gran escritor, lejos de sus lugares favoritos en los trópicos y en Europa.

Hoy, 13 años después de poner fin a su vida de un perdigonazo, una primera parte de los documentos de Hemingway se ha puesto a disposición de los investigadores en la sede temporal de la biblioteca John F. Kennedy. Fueron entregados por la viuda de Hemingway, Mary, quien vive en Nueva York y es la testamentaria del patrimonio. Mary personalmente recuperó estos materiales de lugares tan diversos como Ketchum, Idaho; La Habana, Cuba; y la trastienda del bar Sloppy Joe's, en Key West, Florida...

Pero no todo se encuentra aquí. Una notable omisión es Garden of Eden (El jardín del Edén), una novela inédita, escrita en 1946, que Carlos Baker, el biógrafo de Hemingway de la Universidad de Princeton, ha descrito como «extraña» y «plagada de ineptitudes». La señora Hemingway, una celosa guardiana de la reputación de su mando, no la entregó. Tampoco serán puestas a disposición de los investigadores sus miles de cartas personales y los manuscritos de sus cuentos y artículos publicados en periódicos y revistas.

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Había un barcito discreto. Estaba en la azotea del hotel Ambos Mundos. Ernest Hemingway veía allí caer la lenta noche sobre La Habana de 1934 frente a un vaso de whisky. Solía detenerse también frente a la ventana del quinto piso del hotel, desde donde podía observar La Habana Vieja, la Plaza de la Catedral y los tejados parejos de una parte de La Habana. Atrás, un pedazo del puerto. Este es el paisaje fragmentado que está descrito en la crónica «La pesca de la aguja a la altura del Morro».

Ahora, frente a la azotea y a la ventana hay un enorme edificio que cegó el paisaje e hirió de muerte la arquitectura colonial.

Marcelino Piñeiro era el camarero que atendía la habitación 525, donde se hospedaba Hemingway. Después de la muerte del escritor, Piñeiro conservó en el cuarto algunos tomos gigantescos y apolillados de una vieja edición de El Quijote que perteneciera a Hemingway. Arreglaba a menudo la antigua cama de caoba y sacudía el polvo de una mesa de trabajo vacia. Abajo, a la entrada, en la calle de Obispo una placa informa que en la década del 30 vivió allí el autor de El viejo y el mar.

Por esa fecha, 1934, el escritor cubano Fernando G. Campoamor conoció a Hemingway. El cubano se carteaba ya con Faulkner y con Dos Passos. Un día se presentó en el Ambos Mundos y le dio un abrazo a Hemingway. Fue su compañero en el barcito y en esos atardeceres. Hicieron una amistad de más de 20 años.

Campoamor recuerda que uno de los amigos más importantes de Hemingway en esa época era el boxeador Kid Tunero. Al autor de Adiós a las armas le impresionaba la conducta caballeresca y gentil del coliflorista cubano. «Es un tipo decente y elegante», comentaba Hemingway por lo bajo. «Nunca dio un golpe de más. Dominaba a sus contrincantes, pero no abusaba.» Campoamor conserva una foto de Kid Tunero en la sala de Finca Vigía. Está oliendo una flor.

Frente al Ambos Mundos había otro punto de referencia muy importante en la vida cubana de Hemingway: la Casa Recalt. De sus almacenes se abastecía de bebidas Finca Vigía y, según recuerda Gregorio Fuentes, fue allí donde Hemingway y Joe Russell adquirieron grandes cantidades de bebidas para llevarlas a Estados Unidos en la época de la prohibición.

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En la habana vieja, junto a la Plaza de la Catedral, los cubanos tienen el santuario del ron. Tres generaciones de artistas han pasado por allí. Es un sitio incómodo, caluroso, pero que en la controvertida Habana de los años 50 podía restarle clientela al lujoso cabaret Tropicana.

Las fotografías y las firmas de miles de parroquianos tapizan las paredes; un golpe de vista es suficiente para descubrir el autógrafo de Salvador Allende junto a un poema de Nicolás Guillén en el que se enaltecen las cualidades del establecimiento cerca de una instantánea del cosmonauta Romanenko próxima al facsímil de un artículo sobre el local publicado en Vogue a la diestra de la firma de Ingmar Ibsen (un turista sueco) colocada encima de un dibujo de Roberto Matta.

Es un lugar donde el espíritu y la materia se dan un abrazo fatal y definitivo. Se llama la Bodeguita del Medio. La fundó Angel Martínez, quien llegó a La Habana a finales de los años 30 con un talento especial para los negocios y dispuesto a convertirse en el hombre «de mayor cultura de oído en el mundo». Uno de sus clientes, Ernest Hemingway, apareció por la Bodeguita en los años 40 acompañado por Paco Garay, un inspector de aduana cubano que estaba casado con una norteamericana y se dedicaba a exportar periquitos a Estados Unidos. Es un lugar común afirmar que en esa época Hemingway dijo la frase que hoy preside la mítica barra del establecimiento: «Mi daiquirí in el Floridita. Mi mojito in la Bodeguita.» No obstante, el inefable Fernando G. Campoamor afirma que el escritor «jamás pisó la Bodeguita».

Campoamor dice que el letrero es solo un reclamo publicitario que él mismo inventó para ayudar a su amigo Martínez cuando era propietario. Pero Margaux Hemingway, nieta del escritor, en su viaje a La Habana en 1978, confesó que Martínez y la Bodeguita eran nombres legendarios para su familia. Después del triunfo de la revolución, Martínez entregó el negocio al gobierno, y ahora es su gerente.

Así que Martínez sigue con su historia. Recuerda que Hemingway «le temía a la compañía de la soledad». Y dice que «debemos atraerlo para nosotros, los cubanos, aunque realmente era un pesao». Martínez tiene lo mejor del refranero popular criollo para definir al escritor norteamericano: «era un saco de mandarrias». Es decir, un tipo difícil.

Angel Martínez dice que él le contó a Hemingway el origen del trago que inmortalizó a la Bodeguita: el mojito. Es un coctel que incluye ron, azúcar, hielo, agua y hierbabuena. Según Martínez, el inventor del trago fue el pirata Francis Drake. Por eso, en sus inicios, esa mezcla se llamaba drake. «Era un enfermo a los aromas», le decía Martínez a Hemingway en sus visitas a Finca Vigía. Hemingway escuchaba en silencio este relato y preguntaba: «¿Drake estaba enfermo? ¿Enfermo por los aromas?»

Hubiera sido una foto formidable para colocar en las vitrinas de la Bodeguita: Francis Drake, Ernest Hemingway y Angel Martínez exaltados por varias rondas de mojitos. No tenemos esa foto. Pero, a falta de ella, la administración del establecimiento exhibe una de Hemingway rodeado de otros amigos menos conocidos. Se supone que sea el único testimonio gráfico de la presencia de Hemingway en la Bodeguita. Aunque en realidad la foto fue tomada en una de las barras del Ile de France al regreso del escritor a La Habana en 1954 después de su segundo safari africano.

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EL HABANERO que en los años 30 frecuentaba la populosa calle de Obispo, podía encontrar en cualquier tramo de las nueve cuadras que separan el hotel Ambos Mundos del Floridita a un personaje singular. Se trataba de un norteamericano de unos 30 años, corpulento y distraído, que caminaba rumbo al bar con la resignación de quien cumple un deber; llevaba unas zapatillas deportivas y una camisa de algodón. Lo que detenía el paso de los habaneros y provocaba más de un comentario jocoso era su empecinamiento en llevar una bermuda desteñida que en otro tiempo fuera de un riguroso caqui militar. En el trayecto Ambos Mundos-Floridita, Hemingway unlversalizó un mito: el daiquirí. Los cubanos tenían otras armas para enfrentar los calores del trópico, pero el escritor prefería el coctel nevado del señor Constante.

Este paisaje de La Habana Vieja, las caminatas del escritor y la existencia del Floridita permanecieron invariables durante una década.

Fue la instalación de un poderoso aparato de aire acondicionado en el vecino bar Pan American lo que pareció marcar el comienzo del fin del Floridita. La inauguración del Pan American data de 1948 ó 1949, fecha imprecisa en el recuerdo de sus antiguos clientes. A todas luces, fue el primer bar de Cuba que contó con un equipo de esta naturaleza. Antonio Meilán, uno de los más antiguos barmen del Floridita, recuerda que su clientela se mudó rápidamente para el refrigerado Pan American: «La gente decía que los tragos que aquí se preparaban eran deliciosos, pero que el calor resultaba insoportable. Teníamos ventiladores de grandes aspas negras en el techo, pero los remolinos despeinaban a las señoras.»

Llegó el momento, pues, en 1948 ó 1949, de que el señor Constante, propietario del Floridita, rompiera con la tradición, con la costumbre arraigada, por lo menos durante un par de siglos, en este tipo de establecimiento cubano. Durante mucho tiempo insistió en mantener el Floridita con sus puertas abiertas. Las bodegas y los bares cubanos habían consistido hasta entonces en largas barras de madera oscura muy cerca de las aceras (el mostrador clásico de las barras criollas) y por detrás un pasillo para que los barmen trabajaran y, detrás de ellos, las bien provistas, alacenas en las que rutilaban dos o tres centenares de botellas de diversas marcas y bebidas. Esto era lo que ocurría en el Floridita: se abría y cerraba por medio de grandes cortinas metálicas que se enrollaban y, cuando estaban arriba, todo el espacio quedaba abierto; era como estar en la calle y, a la vez, bajo techo. La costumbre debe ser española, aunque en Cuba proliferó y adquirió características propias. Era habitual que en casi todas las cuadras hubiese una tienda de víveres llamada bodega y que tuviera una barra. En otros casos, como el del Floridita, solo había la barra. Se bebía de pie, aunque la mayoría tenían altas banquetas de madera, en cuyos travesaños los parroquianos podían acomodar sus pies.

Cuando Constante aceptó la instalación del sistema de aire acondicionado, puso una condición a los técnicos: «Bien, instalen ese aparato maldito, pero me dejan el local abierto.» Hubo que explicarle la imposibilidad técnica de semejante requerimiento. Constante utilizó sus argumentos y tuvo algunas curiosas teorías sobre el hielo y la posibilidad de mantener «una cosa fría». No por gusto él había sido el «creador» del daiquirí, considerado hasta hoy como la bebida más refrescante y propicia para Cuba y para cualquier país con un calor igual. «Lo importante del hielo es el desafío. Es aquí, en esta isla, donde el hielo adquiere personalidad.»

Antonio Meilán, el barman veterano, recuerda con precisión que cuando comenzó a trabajar allí, el 30 de octubre de 1939, ya Hemingway era el cliente más importante. No sabe con exactitud si Hemingway estaba en su banqueta aquel día, o si en ese momento estaba en España, pero si que había en ese lugar dos personas importantes: Constante y Hemingway.

«A Hemingway pareció interesarle poco la instalación del aire acondicionado en el Pan American. Se mantuvo fiel al Floridita.» Mas puede que se haya sentido afectado por el hecho de que hubiese, que cerrar el local con paredes de cemento, porque es evidente que Hemingway gustaba de la expansión y de las posibilidades que esas puertas abiertas significaban. Fueron muchas las ocasiones en que dirimió problemas con sus puños en este local, y el hecho de que no hubiese paredes le daba cierta libertad de acción y la posibilidad de lanzar a la calle a sus contrincantes. Las paredes cerradas le impidieron seguir actuando así. Volvió a tirar algunos otros piñazos. Pero nunca fue igual. Porque había que salir afuera y ya eso enfriaba la sangre.

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Lisandro otero, el escritor, recuerda que cuando era un joven estudiante reconoció a Hemingway una tarde en su banqueta. Hemingway concentrado en una lectura. Fue a presentarse y la respuesta que recibió fue un jab que logró esquivar y que lo hizo sentarse nuevamente en un lugar distante. Hemingway, después del jab, había dicho algo asi como que no se debía interrumpir a un escritor cuando estaba concentrado. Pero más tarde se hizo cargo de la cuenta de Otero y lo invitó a Finca Vigía. Eran típicas esas declaraciones admonitorias de Hemingway: «un escritor no debe ser interrumpido». (Había algunas variantes. Utilizaba frases que parecían artículos constitucionales: «Cuando un hombre bebe, nadie tiene derecho a molestarlo.»)

Correcciones de Hemingway sobre un relato suyoNight Before Battle» («La noche antes de la batalla»), publicado en Esquire, febrero de 1939.

Poema manuscrito de Hemingway sobre las guardas de un ejemplo de la novela El hombre del brazo de oro, de Nelson Algren.

En el caso de Lisandro Otero, la experiencia no le reservó más que una frustración. Hemingway fue el paradigma de su época estudiantil y lo había encontrado a dos metros de distancia, en una barra, solo, escribiendo una nota. «Fue como si me encontrara con Dios», dice ahora con ironía. «Y fui a decirle que yo era estudiante y que me parecía muy bien todo lo que había escrito. Porque entonces me parecía muy bien, que todo estaba bien. Y cuando me acerco para darle las buenas tardes, él me responde con ese gesto.» Otero no estaba solo, y tampoco era un hombre delgado y desvalido, sino todo lo contrario. Lo acompañaba un amigo, un atleta, que dijo: «¿Pero qué carajo le pasa al viejo borracho este?» Otero hizo un acopio de paciencia, y él y su amigo se fueron a comer a otro salón del Floridita. Luego supieron que Hemingway había convidado. Cuando se marchaban, el viejo hizo un ademán y los saludó, incluso intentó una explicación: «Es que la gente viene y lo interrumpe a uno, y uno que está concentrado...» Luego le dijo a Otero: «¿Usted no sabe dónde yo vivo, en San Francisco? Lléguese allí una tarde.»

Ese mismo domingo, Lisandro Otero llegó al portón de Finca Vigía. Al portero le explicó que era un estudiante que había conocido a Hemingway días atrás en el Floridita. «Bueno, no iba a decir que era el tipo que él había querido aporrear.» Ahora no recuerda cómo se estableció la comunicación desde la entrada de la finca con la casa, separadas por unos 300 metros de camino. Si era mediante un magneto, un teléfono o un intercomunicador. No recuerda que mandaran a nadie a pie para dar el recado. Pero sí que Hemingway le ordenó subir enseguida. Hizo los 300 metros a pie y llegó al lado del aljibe, cuando Hemingway, que estaba dentro de la casa, lo vio llegar y cruzó la sala hasta el portal para saludarlo. Había una fiesta, o algo semejante en Finca Vigía. La sala estaba llena de gente «casi todos norteamericanos», y había un trío español cantando flamenco. Hemingway utilizó algunas frases de cortesía y le dijo a Otero que esa era su casa y que podía sentirse a gusto y que, con su permiso, iba a atender a otros invitados. Pasó René Villarreal vestido con una filipina y con una bandeja en la mano. Le sirvió un whisky en la roca. Transcurrió media hora y Otero decidió que aquel no era su lugar y, sin despedirse, se alejó de Finca Vigía. Casi 20 años después, Otero era uno de los más prestigiosos escritores revolucionarios y escribía un ensayo sobre Hemingway en el que enaltecía los valores literarios y políticos del «americano» y contaba la anécdota del Floridita. Seguía considerando a Hemingway como un paradigma de escritor y a Lady Brett, de Fiesta, como uno de los grandes personajes femeninos de toda la literatura.

Juan David tiene una anécdota similar, reveladora de esta faceta de arrepentimiento «por malas acciones» del carácter de Hemingway. Y, en la anécdota, Hemingway aparece tomando tragos otra vez, aunque no en el Floridita, sino en un cafetín de La Habana Vieja, cercano al Floridita. David se encontraba hablando con unos amigos y en una mesa cercana estaban sentados Hemingway y «una dama». El restaurante era El Templete —en la actualidad sirven pollo en lugar de mariscos— y el día, David lo recuerda con exactitud, era el de la capitulación de Alemania, o sea, el 9 de mayo de 1945. La dama era Mary Welsh. Un retratista ambulante apareció en escena. Comenzó un dibujo de Hemingway sin que este se percatara, lo terminó en unos minutos, y se acercó a la mesa para ver si podía ganarse algún dinero; habitualmente estos artistas callejeros se buscaban unos dos pesos por esta clase de trabajo en La Habana de entonces. Interrumpió la conversación de Hemingway con Mary y dijo: «Coopere con el artista cubano.» Hemingway miró aquello —unos trazos rápidos e inseguros a lápiz, y unos borrones, sobre un pedazo de papel— y el estupor se reflejó en sus ojos, pero solo unos instantes. Entonces cerró el puño sobre el papel y lo aplastó contra la mesa; lo estrujó entre las dos manos, lo tiró al piso y le espetó al hombre: «Mi hijo los hace mejores.» Pero el vituperado artista, que miraba con tristeza el destino de su obra, se le fue «por abajo» en su respuesta: «Pero su hijo tiene dinero para pagarse los estudios. Si yo hubiese tenido dinero, sería otra clase de artista. Lo poco que sé lo aprendí solo.» Salió de El Templete, y con él se fue el apetito del Señor de las Letras Norteamericanas. Roto el interludio con Mary Welsh y el festejo del día de la capitulación. Hemingway, recuerda David, le preguntó si conocía a aquel hombre. David respondió que «vagamente». Hemingway fue a buscarlo. No lo encontró. Más tarde sacó un billete de 20 pesos y le dijo al capitán de El Templete que se los diera al pobre artista apenas regresara otra vez por allí. También le pidió disculpas a través del capitán.

David piensa que la reacción de Hemingway fue motivada por el hecho de que no le gustaban los dibujos. David hizo media docena de caricaturas de Hemingway que aparecieron en las más importantes publicaciones cubanas: «Nos encontramos a menudo pero nunca me dijo una palabra, un solo comentario. No le gustaban las caricaturas. Bueno, no por gusto tuvo aquella pelea con Massaguer.»

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De La Piña de Plata al Floridita

La tienda de bebidas se llamó La Piña de Plata en sus orígenes. Casi un siglo después le cambiaron ese nombre fastuoso. Se fundó en una ciudad que recordaba la figura de una rueda dentada, según los entrantes y salientes de la muralla que la cercaba y defendía, al estilo de los burgos en Europa; Avila de España, Nancy de Francia y Turin de Italia.

La población (85 000 habitantes) no cabía en el perímetro amurallado de la ciudad y el resto creció como una villa marginal. Por las puertas de la muralla de piedra entraba y salía a diario un doble tránsito de muchedumbre en carretillas, carretas y carretones, en coches o a pie. La población de intramuros se alimentaba con los productos agropecuarios acarreados desde las estancias y huertos de extramuros, y ninguna entrada y salida fue más importante que las puertas de Montserrate, donde entroncaban las calles O'Reilly y Obispo.

Frente a sus puertas se aglomeraban los peatones y, según los cronistas, «en la esquina de Obispo y Montserrate se sabía todo lo que pasaba y todos los que pasaban junto a la fachada de una bodega llamada La Piña de Plata». Era una taberna estratégica, donde «el viajante caía en una celada cordial para pasarse por la garganta vinos y aguardientes». En sus rústicas mesas y mostradores alzaban copas ciudadanos de todos los pelajes. Se trataba de un típico bodegón colonial donde los caballeros de bombín y casaca apuraban la ginebra compuesta, el aguardiente de guindas o el vermut «voluntario», mientras que las damas, bajo la seda de sus sombrillas, aguardaban en el quitrín o la calesa por los vasos rebosantes de agua de panales, sorbetes o jugos de frutas.

Hacia 1820 se consigna la inauguración de La Piña de Plata; en esa fecha hace ya 10 años que en Cuba se ha iniciado «la era de hielo» (el primer cargamento de hielo entró en La Habana en 1810, en sorbeteras, desde Boston). Al introducirse este importante elemento, las frutas licuadas y congeladas en refrescos y sorbetes se implantaron como una costumbre en el clima sofocante del país. La fusión de mangos, chirimoyas, nísperos, guayabas, marañones, canisteles, plátanos, anones, tamarindos, caimitos, melones y piñas, con su repertorio de batidos, horchatas, cremas y helados, «abrió una brecha en los prejuicios que cercaban los derechos de la mujer». Claro, hubo que hacer algunos cambios en la arquitectura de lugares como La Piña de Plata y alterar bastante la fachada de los toscos bodegones. Desde entonces, en La Piña de Plata y en otros salones de confituras, «tomaron asiento las criollas para degustar libremente, tras discretas persianas o mamparas que permitían pasar la luz de la galle».

Es en el período de la primera intervención militar norteamericana (1898 − 1902) que La Piña de Plata cambia su nombre por El Florida, de acuerdo con el gusto de los nuevos regentes de la política y la economía cubana. También son otras las costumbres que se introducen. Comienzan a imponerse los cocteles. El establecimiento rebautizado por los usuarios quedó como «el» Floridita. En mucha de la bibliografía hemingwayana aparece con el artículo femenino, «la» Floridita.

Un cantinero —luego se les llamaría barman— ingresó en el Floridita en 1914. Constantino Ribalaigua, un catalán rebautizado por los clientes (Constantino se convirtió en Constante), pasó a ser propietario gracias a ciertos ahorros. Se supone que haya llegado a Cuba antes de 1902, cuando se proclamó la independencia del país, porque se había acogido a una ley promulgada en aquel entonces mediante la cual todos los extranjeros que asi lo solicitasen serían considerados ciudadanos nativos del país. Tuvo su casa en Bernaza No. 1 y todavía hoy sus antiguos empleados lo recuerdan como un gentleman.

Pero el edificio continuó siendo el mismo; los arreglos se hicieron sobre la antigua estructura. Surgió así el estilo del Floriridita: una especie de neoclásico criollo, con columnas y armazón de madera, una estructura fornida y grandes espejos detrás de la barra. Fue el ambiente en que se reunían en los años 40, invariablemente a las 12 del día, las personalidades más importantes de la sociedad cubana y algunos políticos. Era el lugar idóneo para citarse y hablar de negocios.

(La arquitectura del Floridita de aquel tiempo concluía con una especie de mostrador independiente —llamado «vidriera» en Cuba— que se encontraba en la parte de afuera de los bares; estos mostradores de forma más o menos cuadrangular se cerraban dejando un mínimo espacio en su interior donde se sentaba un hombre, generalmente el dueño de la vidriera, con un inmenso tabaco en la mano y las manos cargadas de joyas. Vendía tabacos, cigarros y billetes de la lotería, y tomaba apuestas para las charadas. Era un departamento importante del Floridita y de todos los bares cubemos, pero poco apreciado por Hemingway que no fumaba ni jugaba a la lotería.)

Constante ganó fama rápidamente como un maestro en su oficio y Hemingway lo consideraba el número uno. «Su trabajo es una ceremonia de pulcritud», dijo. Constante llegó a inventar 150 recetas, acentuadas con ron, azúcar y frutas cubanas. Pero su creación magistral, sin lugar a dudas, es el daiquirí, el cual, según Fernando G. Campoamor, el antiguo amigo de Hemingway y ahora titulado «historiador del ron cubano», a partir de Constante obtuvo un puesto fijo en los manuales del oficio. Hemingway tuvo algunas palabras elogiosas para esa bebida y para esa limpia barra de caoba, donde se desarrolló una de las más largas escenas de toda su obra literaria. «La bebida no podía ser mejor, ni siquiera parecida, en ninguna parte del mundo», dice del daiquirí en Islas en el Golfo. En otra oportunidad dice de Thomas Hudson: «Bebía daiquirí doble helado, el grandioso daiquirí que prepara Constante, que no sabía a alcohol.»

En la edición de diciembre de 1953, Esquire, reseñando los siete bares más famosos de la época, comentaba:

El bar Floridita, en La Habana, Cuba, es una institución de integridad en una ciudad que por obtener turistas ha corrompido la idea de lo que debe ser un bar honesto... Es una institución donde el espíritu del hombre puede ser elevado por la conversación y la compañía. Es una encrucijada internacional. El ron, necesariamente, domina, y como en el caso de muchos grandes bares, el estimulo de la presencia de un hombre famoso presta una atmósfera especial, una sensación de amistosa filosofía por la bebida: al residente cubano Ernest Hemingway... se le puede encontrar fácilmente, rodeado de toda una corte, y cuando no se encuentra en persona existe un recuerdo seguro de él en una esquina, en forma de un busto.

Esquire lo comparaba entonces con el Rafles Bar, de Singapur; el hotel Shelbourne, de Dublin; el 21 Club, de Nueva York; el Ritz Bar, de Londres; el Ritz, de París, y el Pied Piper Bar, en el Palace Hotel de San Francisco.

En la década del 30, sin que sea posible precisar la fecha, pero en alguna de sus andanzas o deambulares por Obispo («Esta era la calle por la que había caminado mil veces, de día y de noche. No le gustaba recorrerla en auto porque así terminaba muy pronto», se comenta de Thomas Hudson), o por la paralela, O'Reilly («una de las calles que amaba»), Hemingway se establece como cliente del Floridita. En una esquina del bar hizo su rincón amistoso, actuando como una especie de anfitrión para personalidades de los más diversos matices y profesiones, cubanos y extranjeros. Y también a veces como púgil.

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Floridita

La historia del Floridita recoge el tránsito por La Habana de la mayoría de las celebridades que conoció el país hasta fines de los años 50; un centro de atracción que, a mediados de los años 60, se desplazaría a la Bodeguita del Medio. Hemingway, sin duda, contribuyó al prestigio del Floridita. Un poco después de recibir el Premio Nobel, sus amigos adornaron con un busto suyo la esquina donde Hemingway mantuvo su tertulia. Después que el Floridita fue estatalizado, los camareros y personal de la administración del restaurante prohibieron durante años que el público se sentara en la banqueta de Hemingway, justo debajo de su escultura.

Fernando G. Campoamor dice que «da tristeza ir al Floridita». Se muestra burlón cuando comenta que hasta hace muy poco estaba prohibido sentarse en la silla de Papa. Afirma que él dijo a los nuevos administradores que ya era hora de desmitificar este lugar. Y darle una verdadera utilidad. «No es que hubiese una cuerda o una cadena, como en los museos, que impidiera el paso, sino que prohibían sentarse allí.»

Era la primera esquina de la izquierda —casi parece que nos referimos a un cuadrilátero— donde Hemingway se sentaba. A veces ocupaba una de las mesas o iba al restaurante, aunque no lo hacia con frecuencia.

Fue allí, en esa esquina, según el relato de Campoamor, donde Papa inventó el daiquirí Special, o Papa Doble, o Hemingway Special, o con un nombre que no se menciona casi nunca pero que cautiva mucho más y que parece haber sido el nombre original utilizado con agrado por Hemingway: «Daiquiri a lo salvaje».

La diferencia es el azúcar. El daiquirí y cualquiera de los tragos que Hemingway tomara tenían el azúcar prohibida. Existe la especie de que él nunca le ponía azúcar a sus tragos para mantener un control de su diabetes, padecimiento que se le ha endilgado, aunque su médico Herrera Sotolongo asegura que Hemingway no tenía esta enfermedad. Según la teoría sustentada por el escritor, si el gas de un refresco o agua de Seltz sube el alcohol al cerebro, el azúcar activa el alcohol, y lo enrarece. En una frase simpática de Islas en el Golfo, mientras Thomas Hudson se afeita, dice: «Por Dios, yo no tomo azúcar ni fumo, pero obtengo placer de lo que este país produce.» Se refiere al excelente alcohol cubano de 90 grados, alcohol de caña, con el que se limpia la barba recién afeitada. Era (y sigue siéndolo) tan barato en Cuba como infernal el alcohol para friegas en Estados Unidos, según Hudson. Pero Hemingway no solo utilizaba los alcoholes cubanos para afeitarse; con un poco de mayor refinamiento se obtenían de ellos los rones criollos, que en su época resultaban también muy baratos.

El daiquirí clásico es un compuesto de ron, limón, azúcar sobre hielo frappé y, en algunos casos, con un toque de marrasquino. Hemingway, en compañía de Constante, creó el Special, o sea, eliminó el azúcar y añadió el doble de ron y frappé. En principio la única variante era pedir el trago sin azúcar, a título de su amistad con Constante: «dámelo, pero sin azúcar»; luego «levantó la parada» y comenzó a pedirlo con raciones dobles de ron. Surgió el «daiquirí a lo salvaje» y, por uso de la costumbre, el «daiquirí como Papa». ¿Y por qué no? Según Fernando G. Campoamor, Papa «sabía de química y de geografía, de numismática y de economía, de historia militar y de violines», asi que cómo no iba a poder crear un trago espléndido como ese. «Inventó el daiquirí Special igual que inventó el monte Kilimanjaro, el idioma inglés y los casteros.» Aquí lo tienen: dos lineas de ron y un golpe de limón en una batidora que contiene dos raciones de hielo frappé. Se bate y se sirve en una copa que se ha mantenido en frío y ya tiene el cristal empañado.

Aunque, según la norma de Antonio Meilán, que en los años 70 era el más autorizado de todos los cantineros cubanos en lo que respecta a esta bebida, el Papa Special se elabora con limón, marrasquino, jugo de toronja, ron y hielo doble sin azúcar.

El Floridita tenía sus misterios y, según Meilán, el auténtico y superior secreto del daiquirí preparado en esta casa es el tratamiento del hielo. Primero, una vieja y eficiente máquina norteamericana de marca Flak Mak que Constante importó en los años 30, que fabrica un hielo fino y ligero, equipo que se utiliza todavía hoy; y, segundo, el hecho de que este hielo se conserva detrás de la barra en cajas con huecos en el fondo y separadas a una distancia del piso de manera que el agua escurra con rapidez y el frappé no se licue en la copa.

El difunto Anselmo Hernández, en quien Hemingway se basó parcialmente para crear el Santiago de El viejo y el mar.

El Pilar fondeado frente al Castillo de Cojímar. a la entrada de este puerto, en septiembre de 1955. (Raúl Corrales)

El Negro Arsenio, uno de los mejores atarrayadores que había en Cojímar en la época de Hemingway, colabora en la filmación de El viejo y el mar. Como habitualmente iban dos pescadores —la forma de trabajar la atarraya en Cojímar—, uno de ellos está acostado en el piso del bote para poder filmar la historia del solitario Santiago. (Raúl Corrales)

En el portal de un cafetín de Cojímar, Quiosco del Curro, Hemingway con Anselmo Hernández y Gregorio Fuentes.

En La Terraza de Cojímar, con el Sordo, otro de los grandes pescadores, y un dependiente.

Con Errol Flynn. Floridita, 1960.

La guerra contra el azúcar en los tragos aparece explícita y como una broma en Islas en el Golfo. En su extensa conversación con Liliana la Honesta, los camareros, el Alcalde Peor e Ignacio Natera Revello, cada vez que Hudson pide un daiquirí, especifica sin azúcar. «Otro daiquirí doble helado sin azúcar...»

Y en un momento de su conversación con Liliana la Honesta:

—Me encanta —afirmó [Thomas Hudson] en voz alta.

—¿Qué?

—Beber. No simplemente beber. Beber estos daiquiríes dobles sin azúcar. Si bebieras la misma cantidad con azúcar te enfermarías.

—Ya lo creo (en español en el original). Y si cualquiera otro tomara esa misma cantidad sin azúcar, estaría muerto.

—Quizá yo me muera.

Al final, cuando aparece la exesposa en el Floridita, y le pregunta cuántos ha tomado, Hudson responde: «Como una docena.»

Hay otro momento en que un barman, Serafín, le pregunta si piensa batir su propio récord. «No. Solo estoy bebiendo con calma.» Pero no aclara cuál es el récord. La docena de daiquiríes parece haber sido la cantidad razonable en una sentada promedio. Y una docena de daiquiríes equivale a una botella de más de 26 onzas.

Meilán dice que Hemingway podía tomarse en una tarde mucho más de una docena. Sin contar los que a veces se llevaba en un termo para tomar en el camino. Y si no había traído el termo, cargaba con su Special en un vaso grande cubierto por una servilleta. Le habían congelado el vaso y metido hielo muy espeso. Hemingway le llamaba «el trago del camino».

Una leyenda dice que el nombre de este coctel procede de una mina de hierro llamada Daiquirí, cercana a Santiago de Cuba. Se convirtió en un hábito de los mineros y, sobre todo, de los ingenieros cubanos y norteamericanos que trabajaban en aquella mina, refrescar con un trago hecho con limón, ron y hielo, al cual se le había añadido azúcar y a veces un poco de agua para balancear la acidez del cítrico. El pequeño grupo de ingenieros acostumbraba reunirse los sábados por la tarde en la barra del hotel Venus en Santiago de Cuba y tomaban este trago. (El hotel todavía existe aunque la barra ha desaparecido.) Fue a principios de 1900 cuando el ingeniero jefe norteamericano, Jennings S. Cox, dijo que era necesario que un trago tan fino y exquisito como aquel tuviera un nombre y propuso el de daiquirí. De ser así, el mérito de Constante, unos 15 años más tarde, sería haberle añadido hielo frappé en vez de trozos de hielo. Pero hay una historia de mayor bizarría y que era del agrado de Hemingway; según esta versión, el daiquirí actual es un aporte del general Shafter, jefe de las tropas norteamericanas que desembarcaron en Cuba en 1898, al intervenir Estados Unidos en la Guerra de Independencia.

El daiquirí se llamaba originalmente canchánchara y su procedencia es mambisa. Se trata de una de las voces nativas cubanas que Hemingway sabía pronunciar. Mambí era la manera en principio despectiva con que los españoles designaban a los insurrectos cubanos en las guerras de liberación del siglo pasado. El fuego de los combates dignificó la palabra y el compuesto que luego se llamaría daiquirí era una bebida mambisa.

Ocurría con frecuencia que los insurrectos llevaran una botella atada por el gollete a la montura, tapada con un corcho; contenía una mezcla muy sencilla: dos tercios de ron o de aguardiente, y un tercio de limón o naranja agria. Era la bebida generalizada que los insurrectos cubanos utilizaban contra la sed. Y un excelente remedio para tranquilizarse después de recibir heridas o para disponerse al combate. Si se endulzaba o no, dependía del gusto de cada cual y de las posibilidades o existencias de azúcar o miel en los vivaques mambises. Cuando el general Shafter desembarcó en la playa de Daiquiri, cercana a Santiago, hubo intercambio de tragos con los oficiales independentistas. Shafter puso whisky. Los cubanos, su bebida insurrecta. El obeso general Shafter, que no había caballo que lo resistiera y que debía ser transportado en una carreta con un buen tiro de bestias, cometió un sinnúmero de errores en su campaña cubana, pero, buen gourmet, se percató de las posibilidades de aquella bebida y junto con los primeros tragos dijo que lo único que le faltaba a «aquello» era un poco de hielo. Y este fue encargado rápidamente a uno de los buques participantes en el desembarco que traían sorbeteras a bordo.

Si la historia es cierta —y es la más confiable de todas—, ratifica el hecho de que, en verdad. Constante no puede considerarse el inventor de esta bebida y el Floridita no es, como se anuncia con orgullo y con letras de bronce en su barra, la «cuna del daiquirí».

Sin embargo, en otro sentido si lo es: el daiquirí adquirió su nivel de sofisticación y profesionalismo en el Floridita de Constante; allí las medidas fueron exactas, exacto el tiempo en la licuadora y suntuosa la copa nevada, como admirable era su coloración que Hemingway comparaba con la del mar, cuando miraba la parte baja del hielo frappé. El penacho de frappé era como la estela del barco y la parte clara la veía como el agua cortada por la proa, al navegar en aguas poco profundas sobre fondo de greda. «Era casi el color exacto.»

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Constantino ribailagua y vert falleció el 2 de diciembre de 1952. Hemingway fue al entierro y comentó: «Ha muerto el maestro de los cantineros. Inventó el Floridita. Y era un hombre muy limpio. Tenía esto como un arte.»

Ernesto Che Guevara, Manuel Bell (instructor de pesca) y Fidel Castro a la altura de Barlovento, en La Habana, el 15 de mayo de 1960, último día del concurso Hemingway de aquel año. (Cala)

Fidel Castro, Baudilio Castellanos y Ernest Hemingway en el concurso de pesca Hemingway. Fidel Castro conquistó dos segundos lugares y el campeonato individual. Fue la única vez que se encontró con Hemingway.

A la muerte de Constante su viuda tomó el negocio en las manos; su primera medida como heredera del negocio fue perpetuar la memoria del más grande de los cantineros. Inició un proyecto que contó con la aprobación de Hemingway y de algunos otros amigos. En la primera columna, a la derecha, según se entra por la puerta, colocó un retrato del barman y ordenó hacerle una corona de laureles que bordeara el retrato. Un diseñador habanero llamado Mario Arellano, que en esos momentos estaba decorando nuevamente el Floridita, encargó una corona de metal amarillo cuyo costo ascendió a 500 pesos. Le pasó la cuenta a la viuda y esta preguntó por qué tan barata; cuando se le explicó que estaba hecha con un metal corriente, exigió que se hiciera de oro. Hemingway aprobó la moción: «Constante se merece una corona de oro.» Costó 5 000 y, desde luego, no era de oro. Era la misma corona de metal a la que le habían dado un baño dorado. Así quedaron finalmente en las paredes del Floridita la estatuilla del dios Baco, el busto de Hemingway, el marco con las páginas de Esquire sobre los siete bares más famosos del mundo y el retrato orlado en oro de Constantino Ribailagua y Vert. Pero había poco parecido entre el hombre serio y ceñudo que miraba desde la fotografía y aquel otro personaje pálido, de cabello entrecano, siempre con filipina blanca y pantalón negro, y con una coctelera en la mano, que preparaba sus daiquiríes desde mucho antes que existieran las batidoras o licuadoras eléctricas. En su última restauración, en 1975, fue eliminado el retrato de Constante y la corona. Pero el Floridita le ha sobrevivido. Hemingway se mantuvo como un fiel cliente, y dedicó un homenaje a Constante en Islas en el Golfo. La tropa de camareros se mantiene haciendo su trabajo, y 30 años después se puede encontrar allí a Antonio Meilán, con el uniforme blanco y morado que ahora usan los barmen y camareros del Floridita. Todavía las neveras anuncian con sus letras de bronce que nos encontramos en «la cuna del daiquirí». Pero, desde luego, no es el mismo bar. Falta Constante y falta Hemingway. Cuando Mary Welsh estuvo en Cuba en 1977, después de 16 años de ausencia, se negó a ir al Floridita. Dijo que allí no había putas ni maricones [sic] y que le parecía forzado un regreso a este lugar; Algunos; miembros de la comitiva oficial cubana se sintieron ofendidos por la expresión, pero de cierta manera, podemos comprender su actitud. No quería visitar un lugar que solo podía tener para ella un aspecto de museo. Lamentablemente era imposible ambientar el bar para complacerla, pues ya no existían esas prostitutas que le daban colorido al Floridita en los años 50, pero, por otra parte, el restaurante, y el bar habían sido urgentemente reparados para que Mary pudiera visitar un flamante Floridita, que vestía sus mejores galas para ella. Sigue siendo uno de los restaurantes donde mejor se cocinan mariscos en La Habana.

Al entrar en el Floridita uno se encuentra con el bar. En el marco superior del refrigerador, en la parte izquierda, dice la orgullosa inscripción en bronce: «La cuna del daiquirí» y, a la derecha: «The Cradle of the Daiquirí». Hay cuatro grandes gavetas a la izquierda y otras cuatro a la derecha y dos pequeñas en el centro. Es un inmenso refrigerador de color caoba. Encima hay un mural que representa La Habana en 1700; más bien parece una ciudad mediterránea de la época del Renacimiento. Está la estatuilla del dios Baco, y un centenar de botellas se alinean sobre el refrigerador. Hay 21 banquetas en la barra y 10 mesas en otra parte del salón. Más allá, separado por una pared, está el restaurante. La decoración es inglesa, según la descripción de los camareros, y la cristalería, de bacará. En la primera butaca de la izquierda tenía su asiento Ernest Hemingway. Según Fernando G. Campoamor, el «aura» de Hemingway aún se puede percibir en este lugar, ahí, en su esquina, donde «se sentaba temprano en la mañana y enviaba al chofer Juan a buscar los periódicos al hotel Plaza, a una cuadra de distancia, y si lo interrumpían bien podía uno buscarse un golpe». En 1954, cuando obtuvo el Premio Nobel, develaron el busto del escritor, con una placa de bronce que reza:

A nuestro amigo Ernest Hemingway

Premio Nobel de Literatura

Floridita

«Yo no me merezco tanto», dijo el artista a los camareros. «Es demasiado honor.»

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En Islas en el Golfo hay una devoción permanente hacia el Floridita; incluso en los detalles más pequeños, desde el lugar donde se sentaba («Se instaló en un taburete alto, en el extremo izquierdo del mostrador. Apoyó la espalda en la pared de la calle y su lado izquierdo quedó contra la pared que pasaba detrás del bar.») hasta los periódicos que compraba para leer sentado en su esquina.

La narración posee la habitual exactitud hemingwayana. La descripción del ambiente en el Floridita es inmejorable. Sobre todo, se destaca la captación de los rasgos específicos de los personajes que allí se reunían. Por ejemplo, el retrato del barman Serafín, que en la vida real era Serafín García Lago, sobrino de Cayetano García Lago, presidente por un tiempo del Centro Gallego de La Habana. Es cierto que Serafín se molestaba con la presencia de gente como Liliana la honesta. Otro personaje de la novela, Pedrico, conocido en realidad como Pedrito, era Manuel López Laza. Ignacio Natera Revello tiene su prototipo en Alvaro González Gordon, hijo menor del viejo Marqués de Torre Soto, patriarca de la familia González de Jerez de la Frontera, propietarios de la empresa productora de vinos González Byass. González Gordon era dueño, además, de un fastuoso palacio frente a la Avenida de las Misiones en La Habana (el consulado español se encuentra allí en la actualidad). Por cierto, la identificación de Natera Revello fue hecha a Carlos Baker por uno de los amigos cubanos de Hemingway, Mario Menocal, Mayito, quien no dijo que el retrato del Político Peor estaba basado en Raúl García Menocal, su hermano, alcalde de La Habana en los años 40. Otro personaje, tocado al vuelo cuando Thomas Hudson y el Alcalde Peor van al baño, es Emmanuel Seale, oriundo de Barbados, quien es recordado en el Floridita como un individuo muy pulcro que se ganaba la vida manteniendo limpio el baño del local. Vivía de las propinas y consideraba que lo que más agradecía un cliente era «un baño limpio». Seale procuraba mantener oculta su filiación con los Rosacruces. Pero Hemingway conocía el secreto: el personaje de Islas en el Golfo aparece leyendo un manual de esta organización. Hemingway le incorpora los rasgos de otro de los empleados del Floridita: Juan Eleuterio García, conocido como «Juanito, el Testigo de Jehová», que parece haber sido un hombre necesitado de fe o de una mística. Hemingway disfrutaba con esta condición de Juanito y con la carga que representaba su trabajo de «guardajurado». La misión de Juanito era conservar el orden en el lugar. A cada rato debía quebrar su amor por el prójimo y repartir algunos golpes de cachiporra sobre la cabeza de parroquianos insolentes o poco amigos de abonar sus cuentas.

Hemingway y una de sus primeras piezas de caza mayor, un búfalo cazado en Serengeti, África, en enero de 1934. Es uno de los trofeos que se encuentra en las paredes de Finca Vigía.

Su primer león, también un trofeo en Finca Vigía. «Se parece demasiado a Clark Cable para ser un buen escritor», comentó Edmund Wilson.

Hemingway en Pahsimeroi Valley, Idaho, 1941.

Había siete u ocho prostituías regularmente en el bar, pero Leopoldina la Honesta era la más célebre (aparece como Liliana la Honesta en Islas en el Golfo). En una banqueta o en las mesas, como parte indispensable del local, se encontraban los amigos de Hemingway, o los que no eran tan amigos, pero lo buscaban: Spencer Tracy, Errol Flynn, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Barbara Stanwick, Robert Taylor; o los latinos cuya relación con Hemingway era más bien tenue o nula: Hugo del Carril, Libertad Lamarque, Pedro Armendáriz y Arturo de Córdoba, quien había realizado un papel como guerrillero en la versión de Por quién doblan las campanas de la Paramount.

Con zapatillas vascas, a veces con tenis blancos, casi siempre sin medias, en bermuda y camisa ligera, Hemingway reinaba en el Floridita. En pocas ocasiones estuvo allí con un traje.

No era hablador, como es la costumbre de los cubanos que beben en una barra. Conversaba con voz gruesa y modulada. Los cantineros lo recuerdan como un hombre fuerte: «era como un roble, a quien le daba un golpe lo tiraba». Él mismo decía que había que aconsejar a los que armaban bulla y lío. En este sentido, ayudaba a Juanito, el Testigo de Jehová.

Podía estar desde temprano en el Floridita o aparecerse a las 11 de la mañana, tomar un par de daiquiríes y retirarse al mediodía. Pero a veces regresaba a las 5 de la tarde y se tomaba una docena.

Su norma fue mermando entre el invierno de 1959 y el verano de 1960. Había bajado mucho de peso. «Se había estropeado de buenas a primeras», recuerda Antonio Meilán. «Se puso mal. Dijo que iba a operarse a España o a Estados Unidos, pero se mató.» También, en el verano de 1960, La Habana era una ciudad en guerra. El bienestar que Thomas Hudson disfruta cuando visita el Floridita en plena Segunda Guerra Mundial, debido a la especial situación del país que le permitía mantener un estado de tranquilidad y sufrir poca afectación en los suministros, había cambiado radicalmente cuando la revolución afrontó los primeros problemas con la administración de Washington y esta decretó el bloqueo económico más largo que ha padecido jamás algún país en lo que va de siglo.

Con su guía de caza, Taylor Williams, en Sun Valley, 1941. Hemingway que uno de los que cargó el ataúd en los funerales de Williams años después. (Wide World)

Meilán recuerda que la única forma en que otros clientes del Floridita podían obtener autógrafos de Hemingway era a través de él. Muchas veces Hemingway tenía la deferencia de traerle una considerable cantidad de filetes de aguja para que llevara a su casa. Recuerda también que Errol Flynn era «muy mala paga», aunque siempre tuvo crédito abierto. Hemingway repitió varias veces el comentario de que los pantalones del capitán Blood —uno de los papeles cinematográficos más famosos de Flynn— tenían cosido el bolsillo del dinero. Por el contrario, Hemingway no era tacaño. Cada vez que se iba de viaje saldaba sus cuentas en el Floridita y dejaba un fuerte propina a los empleados, el 20 por ciento, «por si me pasa algo, que se acuerden de mi».En «Un informe de la situación», su último trabajo periodístico sobre Cuba, Hemingway rebate la acusación de expatriota que le hicieran algunos norteamericanos por no vivir en su país y residir en Cuba. Esto ocurre en pleno macartismo, y Hemingway dice que para ver a sus compatriotas no hay más que coger el automóvil y dirigirse al bar del Floridita; allí se reúne gente de todos los estados de la Unión y de muchos lugares donde él ha residido: marineros de la Armada; navegantes, funcionarios de la Aduana y del Departamento de Emigración, «a los cuales uno conoce hace muchos años»; tahúres; diplomáticos; aspirantes a literatos: escritores mejor o peor situados; senadores; médicos y cirujanos que han acudido a la capital para asistir a diversos congresos científicos; miembros de la Legión Americana; deportistas; individuos que están mal de dinero; sujetos que serán asesinados dentro de una semana o un año; agentes del FBI; en ocasiones, el director del banco en que uno tiene depositado su dinero; algunos tipos estrafalarios y muchos amigos cubanos.

Retrato del cazador en Sun Valley. (Life Photo-Robert Capa)

El halcón ataca. En el camino hacia el monte Kilimanjaro 1953 (Look Photo-Earl Theisen)

Fotografía del safari de 1953, probablemente tomada por Hemingway. Esta copia fue regalada por Hemingway a Pichilo, su jardinero en Finca Vigía.

En Uganda, enero de 1954, examinando arcos y flechas.

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Honest lil, Liliana la Honesta, es el personaje más importante de todos los habitués del Floridita que aparecen en Islas en el Golfo. Su modelo, Leopoldina Rodríguez, también llamada Leopoldina la Honesta, se le parece mucho en apariencia, hipersensibilidad y repugnancia por las acciones feas y palabras obscenas. Hemingway la describe sentada en la esquina opuesta a donde él acostumbraba situarse. Era el lugar donde se concentraban las cinco o seis prostitutas que merodeaban el Floridita: «Liliana avanzó entonces majestuosamente hacia el extremo opuesto del bar, hablando con muchos de los hombres al pasar y sonriéndoles a otros. Todos la trataban con respeto. Casi todos los que saludó, la habían amado en algún momento durante, los últimos 25 años. Thomas Hudson se le reunió en el extremo del bar.» Según el recuerdo de algunos, Leopoldina era una mulata muy elegante, muy fina y muy preparada» que frecuentaba el Floridita «cuando las paredes de este lugar eran de mármol». Fernando G. Campoamor y Antonio Meilán recuerdan a Leopoldina y dicen que no saben lo que ella hacia «en su vida particular», solo que estaba allí casi siempre. El cura don Andrés decía que era buena. Hemingway la llevaba a Finca Vigía, la ayudaba, le hacía regalos, «todo por una cosa sentimental». Leopoldina era una pobre mujer, «prostituta por necesidad». Se ha afirmado que se vio obligada a este tipo de vida para poder criar un hijo y sufragar sus estudios de medicina. Pero debe ser un mito. No hubo ningún hijo de Leopoldina Rodríguez en el cementerio el día que fue enterrada a fines de la década del 50. Había muerto de cáncer y un solo hombre corrió con los gastos de su entierro. El mismo hombre solitario que acompañó los restos hasta el cementerio: un norteamericano viejo, con guayabera de mangas cortas, barbudo y canoso, con grandes mocasines y un pantalón ancho como una bandera.

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El paisaje en torno al Floridita ha cambiado un poco. O'Reilly sigue siendo la calle estrecha en la que los transeúntes se ven forzados a «torear» el tráfico. Y la calle Obispo, «del Obispo», que puede ser considerada como la vía más importante de la estancia de Hemingway en Cuba, ha sufrido pocas modificaciones. Termina en el Floridita; unas nueve cuadras hacia abajo cruza frente al Ambos Mundos, y dos cuadras después pasa frente al edificio en el que radicaba la antigua embajaba norteamericana —que ha corrido una suerte similar a la de la casa de los Steinhart—, convertida hoy en la escuela secundaria Forjadores del Futuro, en la que estudian los que parecen ser los muchachos más escandalosos del mundo.

La Zaragozana, uno de los grandes restaurantes cubanos de los años 40, y uno de los favoritos del escritor, junto con el Floridita, sobrevivió hasta principios de los 60, pero hoy está en ruinas y quizás nunca más vuelva a ser lo que fue. Los lugares de moda en la época de Hemingway se van extinguiendo. Pero los olores característicos de estas calles, descritos en Islas en el Golfo, se mantienen: «el olor de la harina almacenada en sacos y del polvo de harina, el olor de las cajas de embalaje recién abiertas, el olor del café tostado, que era una sensación más fuerte que la de un trago por la mañana, y el delicioso olor a tabaco...»

A Thomas Hudson no le gustaba caminar de noche por esas calles, que era cuando se podía hacer con mayor comodidad porque no había tránsito; pero entonces no tostaban café y las ventanas de los almacenes estaban cerradas.

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William Faulkner creyó que Hemingway había encontrado a Dios. Era el otoño de 1952, cuando se publicó El viejo y el mar; todos los que habían cargado contra Hemingway y le habían pedido cuentas por el fracaso de A través del rio y entre los árboles, una novela romántica y fácil a los ojos de muchos críticos, se vieron obligados a retroceder ante la pericia del viejo maestro.

Hemingway se enfrenta a un rinoceronte africano, un tanque con cuernos, agresivo, irascible. (Look Photo-Earl Theisen)

En estas páginas y las que siguen: Hemingway cuida su imagen pública. Selecciona meticulosamente las fotos. En la que aparece con una sonrisa sarcástica frente al animal que acaba de matar, escribirá «No». Pero aprueba que se publiquen otras en las que aparece apuesto, meditativo, y escribe «OK.EH.» Las fotos fueron tomadas de las pruebas de contacto del reportaje que Look publicó el 26 de enero de 1954. (Look Magazine. Copyright 1954, Cowles Communication)

El pequeño libro narraba la historia sencilla de un pescador anciano que luchaba contra un gran pez. Faulkner estaba conmovido por estas páginas. Otros escritores norteamericanos se replegaron y salieron del combate. Y hubo europeos que también lo hicieron. Vladimir Nabokov, quien en otro momento había dicho que Hemingway «es un escritor para muchachos» (comparándolo con Conrad), aceptó que «la descripción del pez tornasolado y el ritmo de su famoso relato sobre el pez es soberbio».

La novela se convirtió en una de las obras capitales de la literatura contemporánea norteamericana, no obstante algunas escenas que el tiempo ha opacado y otras cuya carga melodramática se ha hecho más evidente, como la de Santiago inspirándose en el bateador Di Maggio. Se le considera, además, como la gran novela cubana de Hemingway. Él lo estimó así al recibir el Premio Nobel: «Este es un premio que le pertenece a Cuba, porque mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva, donde tengo mis libros y mi casa.» Pero el mar insondable y extenso no es necesariamente cubano. Salvo algunas pinceladas de color local, la novela pudo desarrollarse en el mar de Java o en el Mediterráneo. Otro pescador tan experimentado, valeroso y estoico como el de Cojímar podría haber tripulado la pequeña barca de Santiago en cualquier parte del mundo y hubiese actuado de modo parecido. Solo una diferencia: cuando Santiago teme haberse perdido, observa el horizonte y piensa que todavía puede orientarse por las costas de la isla, pero enseguida su confianza en el mar retorna a él y reafirma su convicción de que nadie tiene por qué perderse si lo conoce.

Según Carlos Baker, el primer borrador estuvo listo el 1ro de abril de 1951. El original llegó a las manos de Scribner's el 10 de marzo de 1952, apareció en Lite el 1ro de septiembre de 1952 y una semana más tarde, el 8 de septiembre, fue publicado en forma de libro por Scribner's. Como se sabe, la novela tenía dos antecedentes en la actividad creadora de Hemingway. Por un lado, existía su crónica «En las aguas azules» (Esquire, abril de 1936), publicada 16 años antes, y, por otro, había elucubrado un proyecto de escribir una obra extensa sobre «la tierra, el mar y el aire», ambición proustiana de la que habló con Malcolm Cowley. Estos dos antecedentes se combinaron y surgió El viejo y el mar, la coda de la parte correspondiente al mar. Al parecer, las otras, dedicadas a la tierra y el aire, y vinculadas con sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, se quedaron en la intención, o «en las paredes de su imaginación», como dice Baker. Según sus biógrafos informan, Leland Hayward, quien luego se convertiría en productor del filme, en una visita a Finca Vigía convenció a Hemingway de que publicara El viejo y el mar como una obra independiente. Su autor no estaba totalmente de acuerdo. Leland insistió en que luego, si terminaba a su satisfacción toda la parte del mar, esta podía ser agregada, pero, en su opinión, la historia tenía en lo esencial un valor independiente, lo cual era rigurosamente cierto. Quizás, cuando Hemingway dijo, al recibir el Premio Nobel, que «habría podido escribir una historia de 500 páginas sobre Cojímar y todos sus habitantes, pero que había preferido concentrarse en el relato de Santiago, y crear un viejo y un pez auténticos —, estaba haciendo referencia a un material que, al igual que las otras secciones de Islas en el Golfo, había desechado en aras de un objetivo superior. En realidad, esto era la consecuencia lógica de un método, que él comparaba con la estructura del iceberg».

Dos escenas capitales en Islas en el Golfo y, por supuesto, en El viejo y el mar, se centran en la captura de un gran pez; pero no es posible que Hemingway se limitara a repetir una misma escena sin establecer matices en su sentido moral. Hay diferencias dentro de una misma visión hemingwayana: el hijo de Hudson es una reafirmación de la virilidad; Santiago, de la tenacidad y la necesidad de luchar. Pero diálogos idénticos hermanan a los dos personajes más allá de su gesta: unidos al pez invisible por el sedal, exclama cada uno, joven y viejo: «¡Oh, Dios, cómo te amo!» Desde su punto de vista, Faulkner se percató de esta identidad en su tiempo, aunque no pudiera leer Islas en el Golfo:

Él aprendió temprano en su vida un método con el cual podía realizar su trabajo; él ha seguido este método, lo ha manejado bien. Si su obra continúa, entonces va a obtener lo mejor. Creo que su último libro. El viejo y el mar, es el mejor porque ha encontrado algo que no había encontrado antes, que es Dios. Hasta ese momento sus personajes se desenvolvían en un vacío, carecían de pasado, pero de repente, en El viejo y el mar, él encontró a Dios. Ahí está el gran pez: Dios hizo el gran pez que tiene que ser capturado, Dios hizo al viejo que tiene que capturar al gran pez.

Dios hizo a los tiburones que tienen que comerse el pez, y Dios los ama a todos ellos; y si su obra sigue avanzando a partir de ahí, será aún mejor, lo cual es algo que no todos los escritores pueden proponerse. Muchos se agotan trágicamente, cuando jóvenes, y entonces se vuelven infelices.

Eso le pasó a Fitzgerald, le pasó a Sherwood Anderson. Se desmoronaron.

Lo que sigue es una selección de los recortes de periódicos sobre El viejo y el mar, que Hemingway conservaba en su casa. Faulkner vuelve a la carga en uno de ellos.

New Republic

5 de octubre de 1952

CON GRACIA BAJO PRESIÓN

Mark Schorer

Es un viejo que pesca una aguja, cierto; pero es también un gran artista en el acto de dominar su tema, aún más, en el acto de escribir sobre esa lucha. Nada es más importante que su arte; le es querido, sin embargo, porque hay que batallar con él y vencerlo. Es también un enemigo de toda autoindulgencia, de todo relajamiento en el sentir, de toda lasitud del estilo, de toda pomposidad fofa. Juntos vencen, el gran personaje y el gran escritor.

Shenandoah Magazine

Otoño de 1952

[El recorte no conserva el título]

William Faulkner

El tiempo demostrará que El viejo y el mar es la mejor creación aislada de cualquiera de nosotros... Quiero decir, de sus contemporáneos y los míos. Esta vez descubrió a Dios, el Creador. Hasta ahora, sus hombres y mujeres se habían hecho a sí mismos de su propio barro; sus victorias y derrotas se hallaban en manos de unos y otros, solo para probar lo duros que podían ser.

Free Press

31 de agosto de 1952

MUERTE Y AFIRMACION

E. J. Sprague

Para el estudioso de la economía ha de ser interesante saber que el precio del genio se compara ventajosamente con el ritmo del precio de los huevos. Por quién doblan las campanas se vendió en 1940 a $3,50 por 140 000 palabras. El viejo y el mar se vende hoy (1952) a $3,00 por unas 28 000.

New York Post

31 de agosto de 1952 [Sin título]

Jimmy Cannon

Está escrita en muchos niveles, pero yo dejo los significados difíciles a los expertos. La acepto como el relato de un viejo y un gran pez. Creo entender lo que significa. No necesita interpretación; una obra dura y, a la vez, bella y gloriosa, como la majestad del hombre.

Inostranaia Literatura

1956

RELEYENDO A HEMINGWAY

Ivan Kashkin

[Hemingway] antes escribía de las debilidades de los fuertes; ahora, de la fuerza moral de un viejo que ya tiene a quien transmitir su maestría.

Vaprosy Literatura

1964

CONTENIDO-FORMA-CONTENIDO

Ivan Kashkin

Santiago está descrito por dentro. Muchos han visto en la noveleta una simbología cristiana. Pero Hemingway permanece siempre dentro de los marcos del personaje sencillo, real, y todas esas interpretaciones podemos dejarlas a la conciencia de quienes las sugieren.

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LO BUSCARON con guardacostas y con aviones. Pero un hombre solo, a bordo de un pequeño bote a la deriva en la corriente del Golfo, no es fácil de localizar. Y no lo hallaron. Sus camaradas de pesca en Cojímar lo daban por desaparecido. Pero un muchacho, un aprendiz de pescador, Manolín, confiaba en el viejo; aguardaba, con la vista fija en el horizonte, a aquel hombre solitario que se enfrentaba a las marejadas y los elementos. La cabaña del viejo, en una colina cercana, estaba vacía ahora.

Su morador permanecía en la comente, y luchaba. No cabía esperar ayuda de los aviones, porque es imposible a esa altura, cuando las masas de agua son como un metal sólido e inmóvil.

Hacía 84 días que no cogía un pez y perdió el permiso de los padres de Manolín para que lo acompañara, porque el viejo estaba salao. Entonces se había alejado de la costa para buscar su presa. La halló después de un día de navegación y enseguida supo que era un gran pez.

La anécdota cambió poco desde que Hemingway la relató en su crónica «En las aguas azules».

En cierta ocasión, un anciano pescador, estando dedicado a la pesca en un pequeño bote a la altura de Cabañas, capturó un enorme emperador, que, cogido al volantín, arrastró el bote mar adentro. Transcurrido un par de días, unos pescadores recogieron al anciano a imas sesenta millas, a levante de dicha población; la cabeza y parte delantera del animal estaban sujetas al costado de la embarcación; lo que quedaba de él, menos de la mitad, dio un peso de ochocientas libras. El hombre estuvo ocupado en su captura dos días con sus noches correspondientes debido a que el pez nadaba a bastante profundidad y arrastraba el bote. Cuando salió a la superficie, el anciano logró detener la embarcación y acercar el pez, lo arponeó y lo sujetó al costado del esquife; después los tiburones comenzaron a devorar su presa, y el anciano cogió un remo y la emprendió a golpes con ellos, hasta que se quedó sin fuerzas y aquellos animales se comieron todo lo que estuvo a su alcance.

Los pescadores lo hallaron gimiendo, tendido en el piso del esquife, medio quebrantado por la pérdida de tan preciada captura, y los selacios nadaban sin cesar en torno del bote.

El retrato del viejo Santiago está referido a otro personaje, a un hombre que Hemingway conoció en la época de la ley seca, cuando iniciaba sus aventuras en la corriente del Golfo. Carlos Gutiérrez puede verse en muchas de las fotografías de Hemingway joven, en short, posando con sus primeras agujas. Hemingway también lo menciona en su crónica «En las aguas azules»; sentía un aprecio real por él.

Carlos Gutiérrez fue amigo de Hemingway, tan amigo como Gregorio. Pero Gregorio tiene su propia versión de la génesis del relato. No es la versión exacta: él dice que a finales de los años 40, a la altura del puerto de Cabañas, vieron a un pescador que se lo llevaban las olas, arrastrado por una fuerza descomunal, como si lo impulsara un motor. Pero era un bote muy pobre y desvencijado, y creyeron necesario acercarse. Había un hombre acompañado de un muchacho, y el hombre estaba atrincado contra la tabla del asiento y sujetaba firmemente el sedal y la fuerza se producía por el empuje sobre este hilo. El bote iba abriendo el agua como un cuchillo, y el Pilar logró apareársele navegando a todo motor. El pescador era un mallorquín; un hombre delgado y fuerte, sin camisa, que los recibió con un grito:

—¡Váyanse de aquí, hijos de puta! ¡Déjenme solo!

Hemingway ordenó a Gregorio que mantuviera el Pilar a una distancia de media milla, mientras observaba el combate. Hemingway entendía que debía respetar la decisión de aquel hombre y su empeño solitario. El combate se prolongó durante medio día. Por fin, Hemingway ordenó a Gregorio que se acercara con el chapín, y le llevara algunas provisiones. «Hijos de puta —repitió el hombre—. Váyanse.» Gregorio se acercó a todo motor y dejó un cartucho en la popa del pequeño bote; contenía golosinas, cervezas, una botella de ron y emparedados de carne.

«Fue aquí a esta altura», dice y señala un sitio entre las aguas. Navegamos a la altura de Cabañas a bordo del pequeño Hill-Noe, y Gregorio señala el lugar desde donde presenció aquella lucha magnífica. «Era un pescador de ese puerto, un mallorquín que ya murió.»

Uno trata de comprender cómo Gregorio sabe marcar este lugar, cómo puede especificar que en este sitio sobre las aguas, sobre la corriente, y hace tantos años, él presenció aquella batalla junto con Hemingway.

Acaso es cierto, y el escritor obtuvo elementos de la experiencia para su libro. O acaso es un recuerdo que la memoria del viejo Gregorio ha coloreado. Lo mejor es pensar la verdad: se trata de una lucha constante y usual en la costa norte de Cuba.

Páginas manuscritas de Hemingway. Se trata presumiblemente de los primeros apuntes para el prólogo de Men at War.

Tener y no tener es el vestigio lejano del epos de Hemingway sobre la corriente del Golfo. Guarda más de una similitud estructural con Islas en el Golfo: tres historias independientes en su origen que luego constituyen un relato unificado; una galería de tipos memorables, de los que el narrador se va sacudiendo sin que vuelva a colocarlos en la trama; historias ambientadas mayormente sobre las tablas de una embarcación, donde sus protagonistas caen ametrallados, aunque no mueran de inmediato.

Hombres y escenarios de esta zona geográfica vuelven a estar presentes en el buró de Hemingway cuando regresa de la Segunda Guerra Mundial. Mas se trata ahora de un artista competente, maduro, menos nervioso, menos áspero. Una personalidad desajustada como la de Morgan está fuera de lugar en la posguerra hemingwayana.

Es indudable que está envejeciendo y que las angustias de hace unos pocos años ceden terreno velozmente ante las añoranzas de un hombre que puede tener contados sus días. Los conflictos que demandaban solución inmediata, guerras justas o injustas, luchas sociales y políticas, procesiones de refugiados en los Balcanes, veteranos de un ejército abandonados a su suerte en un cayo de la Florida, pierden vigencia entre sus objetivos. Las llamas se extinguen y el lugar queda limpio para los cuestionamientos permanentes del hombre: la vida y la muerte, la incomprensión y el amor. El desertor Frederick Henry, el bandido Harry Morgan y el combatiente Robert Jordan se transforman en ancianos filosóficos o en hombres que se proyectan hacia su pasado: el coronel Richard Cantwell, el artista Thomas Hudson y el pescador Santiago.

La guerra ha terminado y Hemingway, el remoto hombre duro, pretende escribir un libro proustiano, un recuento trascendente y extenso. Confía a sus amigos que se propone relatar todo lo que sabe sobre la tierra, el mar y el aire, y sus recuerdos de juventud en París, las impresiones de una carrera de bicicletas de seis días, su experiencia de un bombardeo a baja altura como tripulante de un Mitchell. Hacia esa meta dirige su industria, pero una sucesión de incidentes imprevistos (enfermedades suyas y de sus hijos, accidentes de tránsito y de aviación, problemas familiares) estropean el proyecto. La obra proustiana nunca se realiza y el proyecto hemingwayano queda fragmentado. Esa es la producción de Finca Vigía: París era una fiesta (el regreso a los escenarios de Fiesta), A través del río y entre los árboles (regreso a los escenarios de Adiós a las armas). «El verano sangriento» (otra vuelta a Fiesta y a los escenarios de Muerte en la tarde) y los reportajes de África para Look (el regreso final a los escenarios de Las verdes colinas de África y de las historias de Harry Street y Francis Macomber).

El único resultado del empeño, aunque terminado a medias, es Islas en el Golfo y el relato de Santiago. De cualquier forma, las etapas vitales del hombre —y de Hemingway— son registradas en esta novela, singular por su carácter autobiográfico. Primero, la infancia (los hijos de Hudson y el niño pescador, Manolín, que acompañaba a Santiago), después Rogers, que es un reflejo de la juventud perdida de Thomas Hudson, y el mismo Hudson, angustiado por sus experiencias, que no cesa de revalorar, y, por último, Santiago, el viejo, que resume en este breve relato la filosofía de la vida que los golpes del destino le han inculcado. La escala cronológica y la descomposición en planos temporales atañe a la aplicación de las técnicas cubistas que Hemingway aprendió de manos de Gertrude Stein en sus inicios como artista y que emplea en este período último de creación. No solo personajes diversos que convergen en una sola identidad. Hay una escena de El viejo y el mar en que Santiago comienza a separar las partes de su cuerpo y habla con su mano, con su cabeza y con sus nervios.

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«SERA MEJOR dejar tranquilo al pez por ahora y no perturbarlo demasiado a la puesta del sol. La puesta del sol es un momento difícil para todos los peces.» Esta línea emocionada y poética que Hemingway pone en boca de Santiago, causa asombro a los ictiólogos; en realidad, gracias a su poder de observación, experiencia como pescador y extensas lecturas, Hemingway sabía sobre lo que estaba escribiendo. Lo cierto es que los peces van hacia la luz o huyen de ella, según su naturaleza. El emperador, por ejemplo, se captura de noche, y los casteros probablemente descienden de noche porque se les captura de día. Lo que teme Santiago es que el pez profundice y le reviente el cordel. Puede haber error o licencia poética en el hecho de que el pez no salga hasta el otro día. El castero siempre presenta batalla y sale inmediatamente a ver qué ocurre.

En cuanto a los sedales, se tiraban tres en épocas anteriores al uso del palangre. Había un cuarto que era opcional. La profundidad dependía de la luna. Si había luna nueva se tiraba el corto; si había luna llena, el largo.

Santiago tiene su propio método. Va solo en un bote en que siempre iban dos, y las profundidades de las líneas varían un tanto, aunque tira los tres sedales clásicos para capturar las agujas.

En el libro se describe la preparación de las carnadas de una manera exacta. Es admirable el profesionalismo de los pescadores en esta tarea.

Las agujas pueden pescarse con palangre. Su carne es apreciada y tiene valor comercial. Santiago sabe que ha capturado una aguja por los golpes que siente en el sedal. La aguja golpea primero con el pico dos o tres veces y después comienza a comer. El tiburón no. El tiburón da una mordida y sigue con el sedal.

En estas páginas y las que siguen: cartas a los amigos y practicas de tiro en posiciones difíciles, para defenderse en caso de que quede inutilizado uno de sus brazos. Las fotografías provienen de pruebas de contacto. (Look Magazine. Copyright 1954. Cowles Communication)

Cuando la aguja se pesca con outriggers, la presilla comienza a cimbrar con los golpes y luego se zafa cuando el pez coge la carnada.

Las agujas en época de desove van regularmente en parejas y hasta en tríos: una hembra y dos machos. Entonces se les captura con mucha facilidad, porque adondequiera que vaya una, siguen las otras. El problema es mantener al pez con la boca hacia el pescador. La aguja de Santiago no estaba en esta posición porque no estaba bien anzuelada, sino cogida por la boca.

Hemingway señala el hecho de que Santiago, en el momento de coger el pez, esté de rodillas. Se levantará en el momento preciso. El pescador siempre se incorpora en el momento de la captura. Parece ser un problema de sensibilidad: no es lo mismo capturar sentado que de pie.

El hecho de que Santiago, al entrar en la zona que la novela denomina the great well —llamado «el hondón» por los pescadores de Cojímar—, esté pescando hacia el este, siguiendo el rumbo de la corriente, también parece ser una licencia literaria. Esto es tan extraño como que el pez se demore casi 24 horas en salir.

La corrida se realiza de oeste a este, que es el rumbo que lleva la corriente. A veces se detiene. A veces corre hacia el lado contrario. Los pescadores dicen que la aguja se pesca de este a oeste, o sea, «hacia abajo», contra corriente, pero los científicos consideran que las agujas corren junto a la corriente.

Santiago le dice a Manolín que septiembre es el mes en que vienen los grandes peces, pero, en verdad, este es el mes en que arriba el codiciado castero guarabeado.

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El director Fred Zinnemann envió a Hemingway el guión de El viejo y el mar. Las anotaciones hechas por el escritor en las páginas de este texto constituyen acaso uno de los documentos más reveladores de los conocimientos profundos de Hemingway sobre el arte de pescar y de su manera cubana de acercarse a los personajes que su obra inmortalizó.

Hemingway, corrector de guiones cinematográficos, trabajó con su letra redonda y con el tradicional lápiz del número 2. En sus indicaciones se vislumbra la preocupación por los detalles de índole técnica y no literarios. (La otra aventura de Hemingway en el cine se destaca por su sobriedad: La tierra española, cuyo guión escrito íntegramente por Hemingway, expresa un mensaje de solidaridad.) Las observaciones en el guión de El viejo y el mar son un esfuerzo por lograr una mayor precisión en el trabajo negligente hecho por Hollywood.

En septiembre de 1956, cuando publicó una de sus últimas crónicas, en Look, confesó: «Ya se ha terminado la confección de un guión cinematográfico, y no se repetirá esta clase de trabajo.» Se refería a esa experiencia.

El primer apunte en el guión se halla en la escena 25. Su función es mantener el equilibrio. El narrador dice: It made the boy sad. to see the old man come in each day with his skiff empty, and he always went down to help him carry the harpoon or the sail. (Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar el arpón o la vela.) Hemingway tacha el arpón y pone en su lugar heavy coiled line (rollo de sedal grueso) y agrega lo siguiente: mast and (mástil y), de manera que el peso quede repartido a la hora de cargar... and he always went down to help him carry the heavy coiled line or the mast and sail (y siempre bajaba a ayudarle a cargar el rollo de sedal grueso o el mástil y la vela).

El resto de las escenas anotadas por Hemingway siguen esta lógica de objetividad narrativa. En la escena 45 añade otra palabra a la voz del Narrador: either (tampoco). There was no cast net and the boy remembered when they had sold it. But they went through this fiction every day. There was no pot of yellow rice and fish either and the boy knew this too. (No tenía atarraya y el muchacho recordaba cuando la habían vendido. Pero hacían esta comedia todos los días. No había un plato de arroz amarillo ni tampoco pescado y el muchacho también lo sabía.) En la escena 50, en una descripción para consumo del guionista y el director, Hemingway coloca un signo de interrogación donde no entiende la inclusión de in Spanish; se trata de una descripción de juego de pelota y dice: The catcher is jabbering away in Spanish (?), signals for the pitch... (el catcher está parloteando en español (?) y hace una señal para que se lance la pelota).

La observación en la escena 54 refleja una experiencia casi cotidiana de Hemingway. Martín, el dueño de La Terraza, termina de servir una cerveza por espita, se da un trago y se mueve despacio hacia el muchacho. Hemingway añade la siguiente advertencia: No draft beer in such a place (no hay cerveza por espita en un lugar como este), lo cual es cierto. En Cuba, la cerveza se servía siempre en botellas. De inmediato, Hemingway modifica una descripción: Martin thinks of himself as a wit, and enjoys ribbing the boy. (Martín se considera un tipo ingenioso y le gusta mortificar al muchacho.) Ernest tacha ribbing (mortificar) y pone teasing (fastidiar). En el diálogo, Martín dice: Well you can have some black beans and rice for that. (Bueno, por eso puedes comprar frijoles negros y arroz.) Hemingway tacha el some. Martín comienza a llenar el contenedor de metal (la cantina) con la comida que saca de dos enormes cazuelas. Hemingway: Martin also adds two servings of tried bananas and some stew. (Martín también añade dos raciones de plátanos fritos y un poco de guiso.) Acto seguido Martín le dice: All right, y el muchacho saca el dinero para pagar sesenta centavos, y dice: Here. (Aquí tiene.) Hemingway tacha here, y añade una broma en boca del muchacho:

Martin: All right. Do you want an egg too?

THE BOY: No, keep the egg and cackle when you lay it.

(Martin: Bien. ¿Quieres un huevo también?

EL Muchacho: NO, quédese con el huevo y cacaree cuando lo ponga.)

Debe recordarse la observación de Hemingway de que los chistes de procedencia española casi siempre tienen un carácter sexual, y que en Islas en el Golfo hay un trasunto de este momento en La Terraza en el encuentro con los pescadores; huevos significan testículos en casi todos los países latinoamericanos.

En la escena 58:

The boy: The great Dick Sisler's father was never poor and he played in the big leagues when he was sixteen.

(EL Muchacho: El padre del gran Dick Sisler nunca fue pobre y jugaba en las grandes ligas cuando tenía dieciséis años.)

Santiago le responde entonces:

OLD MAN: When I was sixteen I was before the mast on a square rigged ship that ran to África and I have seen the lions on the beaches in the evening.

(EL VIEJO: Cuando yo tenía dieciséis años ya navegaba en un velero que iba a África y contemplaba los leones mientras yacían en la playa al atardecer.)

Pero Hemingway, extrañamente, añade en off un parlamento en la voz del narrador y lo interpone entre estos dos diálogos:

Narrator: The boy was not accurate here.

(NARRADOR: El muchacho no fue muy exacto aquí.)

En la escena 72, Manolín le pregunta a Santiago: Why is it no one ever takes food in the boats? Why is it they only take water? (¿Por qué la gente no lleva comida a bordo? ¿Por qué es que solo llevan agua?) A lo que el viejo responde (con el añadido de Hemingway en lápiz; en español en cursiva):