37
Los locos y los niños dicen siempre la verdad,
por eso se han creado los manicomios y los colegios.
PERICH
—¿Qué parte no entendiste? Porque yo creo que estaba muy claro. Oír, ver y callar; no era tan difícil. Pero no, claro. Mi impredecible, visceral y sumamente inteligente amigo, no es capaz de seguir un guion aunque le cueste la vida. Joder, Marcos, lo único que te ha faltado por hacer ha sido secuestrarlas.
—Vete a la mierda.
Marcos observaba hipnotizado cómo las llamas rojizas se elevaban en la chimenea. Había ido a pasar el fin de semana con Carlos, más que nada para no sucumbir a la tentación de aparecer en casa de Ruth y llevársela a ella y a la niña a… a donde fuera. Y eso no sería secuestro. Sería convencerlas de dar un paseo para… Mierda, sí que sería secuestro, porque si de una cosa estaba seguro era de que había metido la pata hasta el fondo y que Ruth hablaba muy en serio con eso de la vía administrativa. ¡Joder! Hasta amenazando sonaba inteligente.
—Es que no me entra en la cabeza, tío. ¿Por qué has tenido que soltarle a la pobre tantas burradas? ¿Realmente crees lo que dices? Porque, cuantas más vueltas le doy al tema, más convencido estoy de que te estás dejando llevar por los celos sin tener ninguna base para ello. Joder, que hablamos de Ruth, leches, no de Enar. De Ruth. Se te ha metido en la cabeza que va a Gredos con ese tal Jorge a fo… ejem —carraspeó Carlos antes de acabar la palabra. Luisa estaba sentada muy tiesa en el sillón y no se perdía palabra de la conversación—, a eso, y a lo mejor a lo que se dedica es a pasear por el campo.
—Pasear… sí claro… a cabalgar es a lo que va —respondió Marcos malhumorado.
—A ver, ¡eo! ¿Hay alguien ahí? —preguntó Carlos llamando a la cabeza de su amigo con los nudillos.
—¡Ay! —se quejó Marcos.
—Mira, tío, hablamos de Ruth. R-U-T-H. La misma persona que cuida de su padre y de su hija ella solita, la que se ocupa de un centro lleno de abuelos medio sonados.
—Ejem —carraspeó Luisa. Su futura nuera dirigía una hacienda de categoría que daba asilo a ancianos aristócratas, o eso había decidido ella.
—De ancianos con problemas de memoria —corrigió Carlos en el acto—. La niña que cuidaba de su casa con diez años, la mujer responsable y cabal que pone a todo el mundo por delante de ella, que se ocupa de todos, que no se sale jamás de la línea. Tío, es que no pega ni con cola con la femme fatal que describes.
—Efectivamente, mi nuera jamás sería capaz de engañarte con otro hombre —aseveró Luisa.
—No es tu nuera y, además, qué narices haces aquí, ¿por qué no te vas al ordenador a ver Lujuria?
—Pasión —le corrigió Carlos—, la telenovela se llama Pasión.
—Eso mismo —se desentendió Marcos.
—Porque tu historia es mucho más interesante que la novela, hijo. Pasan más cosas y las discusiones están más trabajadas. Es más auténtica.
—Joder. ¡Es que es real, mamá! ¡Es mi vida!
—En efecto, ahí quería llegar yo. Tienes que hacer algo para encauzar tu vida. Esconderte en la Sierra en una granja de pájaros…
—Aves rapaces —corrigió Carlos a la anciana.
—Jovencito, no me interrumpas. —Le fulminó Luisa con la mirada—. Esconderte en una granja de pájaros, no va a hacer que se solucionen las cosas. Tienes que enfrentarte a la vida, hijo. Hacer de tripas corazón y arrodillarte ante Ruth hasta que ella te disculpe.
—¿Estás chiflada? Vamos, manda huevos. Pues no faltaba más que eso. Si ella quiere algo que me llame, no te jode.
—Pero es que ella no quiere nada contigo, hijo. La has insultado, la has amenazado…
—¡Yo ni la he insultado ni la he amenazado!
—Decir que se acuesta con todo quisqui, no es llamarla bonita precisamente —argumentó Carlos.
—Y amenazarla con poner el asunto en manos de abogados tampoco es plato de buen gusto. Recuerdo que en una telenovela…
—Sí, sí. Ya lo he cogido. Vale, reconozco que se me fue un poco la mano.
—¿Un poco? Metiste la pata hasta el fondo y más allá.
—¡Vale!
—Ahora lo que tienes que hacer es pedir disculpas.
—Muy bien, mamá. ¿Y cómo lo hago? ¿Me cuelo una noche por la ventana y suplico de rodillas en el suelo?
—Bueno, vive en un séptimo piso. Lo mismo te matas escalando. Aunque quizá puedas bajar desde el tejado con una cuerda —comentó Luisa imaginando la manera.
—¡Madre! ¡Estaba ironizando! —exclamó espantado.
—Lo mejor sería —continuó Luisa— que te presentaras el seis de enero, día de Reyes, con un regalo para la niña. Eso ablandaría su corazón y seguro que te deja entrar. Luego solo es cuestión de humillarte y suplicar con convicción.
—¡Se acabó! Ni loco voy a hacer eso. Vamos, ni por todo el oro del mundo.
—¿Tampoco por el amor de tu vida? —preguntó Luisa—. La madre de tu hija, tu futura esposa, la mujer que te hace querer vivir un día más, la…
—Vale. Te he entendido. Mira, tengo que ordenar las fotos del reportaje, así que me voy a darle un rato al portátil. Vosotros podéis seguir haciendo planes y todo eso —dijo Marcos abandonando el salón.
—Tenemos que hacer algo, Carlos.
—Ah, no. Ni de coña. Déjale que se lo piense un poco y después ya veremos, que tu hijo es más terco que una mula. Ahora no serviría de nada trazar estrategias. Ya has visto lo que ha pasado con la última. No, señora. No. Que sufra un poco a ver si así espabila.
Y sufrió, vaya si sufrió. Durante todo el fin de semana le estuvo dando vueltas a la cabeza. ¿Y si estaba equivocado? ¿Y si veía lo que quería ver en vez de la realidad? ¿Y si Ruth en realidad iba con su amigo a pasar el día? La conocía de sobra e intuía que en esas salidas Iris iría con ellos. Ruth no haría nada delante de la niña, de eso estaba seguro. Ella era demasiado responsable para hacer tal cosa. Aunque una vez que la niña estuviera dormida… Joder, era el puto peluquero de su coño. ¿Qué hombre con sangre en las venas no se aprovecharía de eso? Pero por otro lado, si Ruth tuviera sexo con ese tipo, fijo que no lo iría diciendo por ahí; sería estúpido, y ella no era nada estúpida. Lo mismo todo sucedía de manera inocente, le quitaba unos cuantos pelitos y a dormir cada uno en su cama y con el pijama puesto. ¡Ja! Lo más normal hubiera sido ocultarle la existencia del tipejo, pero ella no solo no lo ocultaba, sino que parecía orgullosa de que le peinase el pubis. Y bueno, si tal y como ella le había dicho solo hacían eso, entonces no hacían nada malo —al menos no demasiado malo; por eso, él machacaría al tipejo en lugar de matarlo—. Además, una cosa estaba clara: Ruth no mentía. Tenía buena prueba de ello. Cuando le preguntó por Iris, no intentó escaquearse, le respondió clara y serena con la verdad. Joder, no sabía qué demonios pensar.
El domingo por la noche, de regreso a su casa, y sin poder dormir, llegó a una conclusión. Compraría un regalo para Iris, no porque lo dijera su madre, sino porque era el día de Reyes y él era el padre de la niña, y por tanto tenía derecho a hacer de rey mago. De paso, intentaría hablar con Ruth, dialogar como personas civilizadas y, sobre todo, haría todo lo posible por confiar en ella y creerla en todo lo que dijera. Y luego… luego la conquistaría poco a poco —lo más rápido posible, sin prisa pero sin pausa— y se aseguraría de que jamás hubiera un hombre que no fuera él en su vida ni en su cama.