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El verdadero amor solo se presenta una vez en la vida…

y luego ya no hay quien se lo quite de encima.

GROUCHO MARX

Caía una ligera nevada cuando Marcos y Luisa salieron de la estación de Renfe de El Escorial. El sonido enronquecido de un claxon llamó su atención. Carlos los esperaba aparcado en doble fila dentro de su obsoleto todoterreno. Metieron con premura en el maletero la nevera portátil, las botellas de vino y champán y una mochila con ropa.

Recorrieron lentamente los casi treinta kilómetros que los separaban de Hoyo de la Guija, hablando del peligro de las carreteras cubiertas de nieve, del mal estado del firme y de la belleza del paisaje. Al llegar a la finca, Luisa no pudo evitar decir:

—Tienes el terreno de una gran hacienda y vives en la casa del perro.

Carlos se rio con ganas, porque no le faltaba razón a la buena mujer. Casi tres mil metros de terreno inundado de árboles, arbustos y piedras conformaban su finca y una casita pegada a la carretera de apenas setenta metros cuadrados era su hogar. Cerca de la casita, una choza para aperos cumplía la función de hogar para las aves.

Se bajaron con celeridad del coche y trasladaron las cosas, aunque no tan rápido como para que el pelo no se les blanqueara por la nieve. Carlos los guio a un pequeño comedor dominado por una acogedora chimenea y, mientras la encendía, Luisa encontró el aparato de vídeo e introdujo una cinta en él. Llevaban dos horas lejos de casa y tenía mono de telenovela.

—¿Qué serie vas a ver? —preguntó Carlos, curioso.

Corazón salvaje —comentó ella atenta a la canción que comenzaba a sonar.

Carlos fijó la vista en la pantalla del televisor. La imagen era francamente mala, con mucha nieve y rayas.

—Qué raro, el vídeo suele verse bien. —Se dirigió al aparato para ver por qué reproducía con tan mala calidad.

—No es tu vídeo —rechazó Luisa, afligida—. Son mis cintas, las he visto tantas veces que se han ido estropeando. Voy grabando las series nuevas de la tele, pero las antiguas las tengo muy deterioradas.

—Ya veo…

Carlos observó a Luisa. Era una mujer mayor, y en esos momentos parecía normal y corriente, aunque sabía por Marcos que gran parte del día lo pasaba inmersa en fantasías telenovelescas. Se mordió los labios y tomó una decisión.

—¿Has visto Pasión?

—¿Pasión? No la conozco.

—Es sobre un pirata, del protagonista de Pasión de gavilanes.

—¿La han echado por la tele?

—No, pero sé dónde puedes verla.

—¿Dónde?

—Acompáñame.

Se dirigió al cuarto de los trastos, es decir, a la habitación que en un principio iba a ser su despacho y que ahora contenía los cachivaches más variopintos. La instó a sentarse en un desvencijado pero comodísimo sillón relax frente al monitor de veintiuna pulgadas. Encendió el ordenador, abrió una página de Internet e hizo clic en «play». La página tardó unos segundos en cargarse y luego aparecieron las letras y la música de inicio de la telenovela Pasión.

Carlos miró a la mujer y le guiñó un ojo. Ella ni se percató. Estaba atenta a la pantalla.

—¿De dónde demonios has sacado eso? —preguntó Marcos desde la puerta.

—Lo encontré cotilleando por Internet.

—¿Qué cotilleabas para encontrarte con una telenovela? —A Marcos jamás se le habría ocurrido pensar que hubiera novelas circulando por la Red.

—Bueno, en realidad… estaba buscando culebrones —confesó Carlos, molesto.

—¡No fastidies! ¿Para qué?

—Para verlos. ¿Qué pasa, tío? Cada cual ve lo que le apetece, ¿no? —respondió Carlos a la defensiva ante la cara de estupefacción de Marcos.

—Sí, sí claro. Es solo que me ha extrañado.

—Pues que no te extrañe. Estoy todo el día solo, alejado de la gente. Con algo me tengo que entretener, ¿no?

—Sí, sí. No te digo nada.

—Vale. Vamos a ver qué contiene esa nevera que has traído —comentó yendo hacia la cocina.

—Carabineros.

—¡Carabineros! ¡Has tirado la casa por la ventana! —Carlos abrió la nevera para comprobarlo con sus propios ojos.

—Los vi y me dije: «¡qué narices!, es fin de año».

—Uf, aun así, como sigas con ese ritmo no vas a ahorrar en la vida —protestó Carlos. No conocía a nadie menos previsor que Marcos.

—Bueno, bueno, no hay problema. Pasado mañana tendré el sueldo en el banco, y esta noche no creo que vayamos a salir a ningún lado, ¿no?

—Como no sea a pasear entre la nieve, lo veo difícil.

—Pues ya está. Todo solucionado. Al fin y al cabo estoy libre de responsabilidades —comentó Marcos con amargura.

—Ajá. Y hablando de responsabilidades, ¿cómo lo llevas con Ruth?

—Pues… —Marcos salió al pasillo y comprobó que su madre seguía en el cuarto enganchada a la telenovela. Luego cerró la puerta de la cocina—. ¿Te he comentado alguna vez que vi a Ruth hace años, durante unos días que estuve en Detroit?

—No. ¿Coincidisteis allí? Leches, el mundo es un pañuelo.

—Y está lleno de mocos —murmuró Marcos.

—¿Perdona?

—Nada. Como te decía, coincidimos allí. Ella estaba tomándose un año sabático y yo estaba en casa de unos amigos. —Poco a poco fue desgranando los sucesos de aquel día, y de aquella noche. Por primera vez en siete años sentía la necesidad de hablar con alguien y revelar sus pensamientos, y Carlos había resultado elegido para escucharlo.

Luisa miró extasiada el minuto final del primer capítulo de Pasión. Ricardo de Salamanca y Almonte se acababa de convertir en su galán preferido de telenovela. Esperó sentada en el sillón a que saltara el siguiente capítulo, pero eso no ocurrió. La pantalla se quedó fija en la última imagen, un minuto, dos, cinco… A los diez minutos se cansó de esperar; el extraño vídeo del amigo de Marcos se había quedado parado y no iba a poner más. Se levantó y miró el teclado del ordenador. Pulsó algunas teclas pero no pasó nada. Irritada, decidió ir en busca del dueño de la casa y exigirle más capítulos. No podía dejarla así.

Salió del cuarto apresurada y caminó por el pasillo. No estaban en el salón ni en ninguna de las dos habitaciones. Se acercó a la cocina, pero la puerta estaba cerrada. Se quedó pensando si llamar o entrar directamente. Por un lado no se debía entrar en los sitios cerrados sin llamar, pero, por otro lado, si las puertas estaban cerradas era porque alguien escondía algo tras ellas… O al menos eso solía pasar en las telenovelas. Pegó la oreja a la madera por si acaso.

—¡Joder! Vaya movida que montasteis en un momento —comentó Carlos al oír cómo terminó la discusión.

—Se nos fue un poco de las manos.

—Pero no pasó nada. Es decir, la has vuelto a ver y todo va bien, ¿no? —preguntó.

—Más o menos. Volvimos a discutir el día de Nochebuena.

—Mierda. ¿Esta vez cuál fue el motivo?

—Bueno, lo cierto es que fue culpa mía… y de ella. Yo esperaba una cosa y resultó ser otra.

—Marcos —interrumpió su amigo—, no me entero de nada.

—La cuestión es que Ruth va los sábados a Gredos —comentó pasándose los dedos por el cabello.

—Ya me lo dijiste.

—Pero no va sola —contestó mirándose los pies.

—Lógico. Irá con amigos, como todo el mundo.

—Va a casa de un amigo. Un solo amigo —remarcó mirándolo a los ojos.

—Ah.

—Y a mí me sienta mal. —Volvió a agachar la cabeza.

—Imagino.

—Verás… —Y procedió a contar la etapa final de lo ocurrido en Nochebuena, aderezándolo con sus dudas, sus recelos, su enfado…

—¡Qué mogollón!

—Sí.

—Pero hay algo que no me queda claro. ¿Tenéis o no tenéis una relación? Porque si la tenéis es para matar a Ruth, pero si solo sois amigos con derecho a roce entonces es para matarte a ti.

—No lo sé. Al principio pensaba que cada cual debía ir a su aire, pero luego pensé que había algo, y ahora… ya no importa —contestó Marcos mirando a Carlos a los ojos.

—¿No has vuelto a verla?

—No. Se pasa el día encerrada en su despacho, así que no ha habido oportunidad de un encuentro casual en los pasillos —comentó Marcos orgulloso. A buen entendedor…

—Ya entiendo.

Marcos apoyó la espalda en la pared y se dejó resbalar hasta quedar sentado en el suelo, con las piernas dobladas y los brazos apoyados en las rodillas. Era la viva imagen del abatimiento.

—Ayer estuve en el centro.

—Como todos los días, ¿no?

—Presencié cómo Elena se divertía a costa de Ricardo, el padre de Ruth.

—Elena es su jefa, ¿no?, la arpía esa de la que me has hablado.

—Sí. Le decía a Ricardo que no tenía memoria, y él le contestaba que sí. Ella le acosaba diciéndole que estaban en el año dos mil ocho y Ricardo le respondía que sabía perfectamente que estaba en julio de dos mil uno y que su hija había vuelto para ir a verlo al hospital.

—Joder. —A Carlos no se le escapó la fecha.

—Sí —corroboró Marcos el taco—. Le paré los pies y le advertí que dejara en paz a Ricardo.

—Bien hecho.

—Ella me dijo que Ruth no era trigo limpio, que andaba a la busca y captura de marido.

—Menuda chorrada.

—Porque tiene una hija de cinco o seis años.

Carlos abrió los ojos como platos, cerró la boca, no fuera a ser que le entraran moscas, y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo. Marcos tenía la cabeza hundida entre los brazos y solo el silencio rondaba por la cocina.

—Bueno, lo primero de todo —comentó Carlos al ver que su amigo seguía callado—, lo de la busca y captura de marido es la mentira del siglo.

—Lo sé —respondió Marcos sin levantar la cabeza.

—Lo de la cría de cinco o seis años… pues depende. Un año es importante. Si tiene cinco años —contó con los dedos—, no puede ser tuya; por tanto no tiene por qué contártelo si no se da la ocasión.

—¿Y si tiene seis? —preguntó Marcos mirándolo con fijeza.

—Pues… depende del mes. —Carlos volvió a contar con los dedos—. Si cumple años a partir de mayo, tampoco puede ser tuya; por tanto seguimos en las mismas.

—¿Y si los cumple antes? —Marcos tenía la mirada desolada.

—En fin, si los cumple antes puede que sea tuya o que no lo sea…

—¿Qué quieres decir?

—Que solo estuvisteis juntos una noche. No sabes lo que hizo antes ni lo que hizo después de esa noche —le explicó, intentando hacer ver a su amigo lo que él veía claramente.

—Antes no hizo nada —contestó Marcos con los dientes apretados.

—¿Y después?

—Tampoco. —Marcos se irguió de golpe, imponente, amenazador.

—No te sulfures, colega. Solo estoy intentando decirte que no sabes lo que ocurrió —indicó Carlos levantándose. Se negaba a permanecer en el suelo mientras su amigo mantuviera esa postura—. No quiero que pienses mal. No me estoy metiendo con lo que hizo o dejó de hacer Ruth. Solo estoy diciendo que, si no te ha contado nada, a lo mejor es porque no tenía nada que contarte. También hay que tener en cuenta que le dejaste bien clarito que no querías saber nada si pasaba algo. Lo mismo ella solo sigue tu consejo.

—Joder. —Marcos se volvió a dejar caer hasta sentarse en el suelo—. Pero y si… no sé… Y si… ya sabes. —Agitó la mano en el aire y luego dejo caer la cabeza entre las rodillas.

—Mira, tío, es tontería que te comas el coco sin saber nada con certeza. Hay muchos peros. Elena puede haberte soltado una trola. Puede que, si existe, la cría sea demasiado pequeña para ser tuya. O si tiene la edad, puede ser de otra persona. No marees la perdiz. El viernes, cuando vuelvas a Alcorcón, pregúntaselo a Ruth y listo.

—¿Me acerco y le digo que me ha contado un pajarito que tiene una hija y que sospecho que es mía? O directamente le suelto a bocajarro: ¿Quién es el padre de tu hija? Después de la bronca que tuvimos en Nochebuena, o me toma por un crédulo idiota, o por un celoso obsesivo, o directamente me suelta un bofetón y me dice que me meta en mis asuntos.

—Hombre, no tiene por qué tomárselo mal.

—¿No? Quién sabe, lo mismo se lo toma bien y me suelta uno de sus monólogos repletos de palabras rebuscadas que no entiendo y que me hacen sentir imbécil. Además, no quiero preguntar sin tener ninguna base para ello. Imagínatelo: «¿Tienes una hija? Es que si la tienes tenemos que hablar seriamente, pero si no la tienes, no he dicho nada». ¡Pareceré idiota! La información es poder y, en este caso, me hace falta todo el poder que pueda conseguir.

—Si tú lo dices. Pero, de todas maneras, ¿estás seguro de que quieres tener esa información?

—Absolutamente.

—¿Te has parado a reflexionar en dónde te vas a meter? Joder, hablamos de cosas serias.

—¿A qué te refieres?

—A que, si quieres seguir con tu vida como hasta ahora, Ruth te lo ha puesto a huevo. No sabes nada de nadie, luego no tienes ninguna responsabilidad ni ningún cargo de conciencia. Si investigas y resulta que eres padre, tu forma de vida va a cambiar de forma radical.

—Tendré una hija.

—Tendrás responsabilidades. Plantéatelo antes de hacer nada. Ahora haces lo que te da la gana, y si no llegas a fin de mes comes bocadillos de mortadela en vez de filetes de ternera. Cuando tienes familia no llegar a fin de mes no es una opción.

—Lo sé, ¿crees que no le he dado vueltas a la cabeza? Llevo desde ayer sin poder pensar en otra cosa. Me he planteado la posibilidad de que la niña sea mía y de que no lo sea. He imaginado una y otra vez cómo cambiará todo si lo es, y si no lo es. ¿Y sabes qué? Me da igual. El resultado es siempre el mismo. Solo cambia el desarrollo.

—¿El desarrollo?

—Es como un reportaje. Tienes un principio, un desarrollo y un final.

—Ajá.

—En el principio está Ruth, con sus coletas caídas y su ropa grande, persiguiéndome por el barrio. Ella me mandaba cartas con mierda dentro y yo le llenaba las coletas de barro. Estábamos siempre juntos, nos pertenecíamos uno al otro —comentó—. En el final está Ruth, me despierto todas las mañanas y lo primero que veo es su cara sobre la almohada, a mi lado. Nos veo jugando con nuestra hija, y sé que eso es lo que quiero. Y me da igual si la niña es mía o no, porque lo cierto es que Ruth es mía. Me pertenece. Y su hija también. Y yo les pertenezco a ellas.

—¿Y el desarrollo?

—Fácil. Si la niña es mía, no daré opción. Vendrán conmigo a vivir de inmediato y nos casaremos en cuanto sea posible.

—¿Fácil? Creo que tu concepto de fácil difiere un poco del mío —comentó Carlos divertido. O Marcos era muy obtuso o se estaba imaginando cosas que no eran. En definitiva, el final iba a ser el mismo: ¡batacazo!

—De acuerdo. Quizá me cueste un poco, pero conseguiré que no conciban la vida sin mí, que me necesiten para reír, para ser felices. Y de paso mataré a cualquier hombre que se acerque a Ruth.

—Vaya. —Carlos no esperaba esa vehemencia posesiva en su amigo, o al menos no tanta—. ¿Y si no es hija tuya?

—Entonces, no tendré excusas para convencerlas con rapidez y me tendré que tomar mi tiempo para conquistar a la niña y a la madre. Persuadirlas de que soy bueno para ellas. De que me necesitan. No creo que tarde más de un par de semanas. Luego nos casaremos, adoptaré a la niña y mataré a cualquier hombre que se acerque a Ruth.

—¡Un par de semanas! Qué prisas. Tío, estás colgado por ella. Total e irremisiblemente enamorado —comentó Carlos riendo. Lo cierto es que se veía venir desde que eran niños.

—¿Es amor? No lo sé. No creo en el amor. Creo en la necesidad. Necesito comer para alimentarme y, si ella no está conmigo, si está enfadada, si no la veo, no puedo comer. Necesito respirar para vivir, y cuando pienso que ella no está conmigo, que está lejos, con otra persona, no puedo respirar. Necesito dormir y, si ella no está a mi lado, no puedo cerrar los ojos. En definitiva, necesito que esté a mi lado, que sea feliz, que me necesite como yo la necesito a ella para poder vivir.

—Te entiendo. —¡Dios! Ahora se ponía poético. Carlos esperaba no decir esas idioteces en caso de enamorarse alguna vez.

—Por eso necesito averiguar si la niña es mía o no, por el desarrollo. Y si te soy sincero, ojalá fuera mía, porque entonces no habrá excusa que valga. Ni esperas ni planes de conquista. Si es mía, se acabó, no habrá opción, se vienen conmigo. Es lo lógico, la familia debe estar junta.

—No sé yo si Ruth lo verá de esa manera. —De hecho lo dudaba mucho.

—Lo verá.

—Ya, pues entonces ve al barrio —ordenó Carlos.

—¿Qué?

—Que vayas al barrio. Los niños tienen vacaciones por Navidad. Lo mismo tienes suerte y la cría baja a la calle a jugar y todo eso que hacen los críos. Estate pendiente de la zapatería del hermano de Ruth y, en cuanto veas entrar a alguna niña, presta atención y mira a ver si se parece a ti.

—¿No crees que eso es dejarlo todo al azar?

—No tiene por qué. Si Ruth está trabajando, sus hermanos se harán cargo de la niña y, si Darío trabaja en la zapatería, lo lógico es que lleve a la niña con él para que no se quede en casa sola. Así que, si ves salir a Darío con una niña, pues ya está. Te fijas y, si se parece a ti, ya tienes la respuesta.

—¡Ves demasiados culebrones! En la vida real los niños no necesariamente se parecen a sus padres —gruñó Marcos.

—¡Vale! Mira, tío, haz lo que te dé la gana. Consigue un poco de ADN de la niña y hazte la prueba de paternidad. Lo mismo Grissom del CSI te ayuda.

—Vete a la mierda —exclamó Marcos furioso a la vez que abría la puerta de la cocina para irse a dar una vuelta y refrescarse las ideas—. ¡Mamá! ¿Qué coño estás haciendo?

—A mí me parece que tu amigo tiene toda la razón. Es un plan muy astuto e inteligente —comentó Luisa poniendo la espalda muy recta y alzando la barbilla.

—Piénsatelo, Marcos. Es un buen plan —continuó Carlos cogiendo al vuelo el apoyo de Luisa—. Consigues la información y a partir de ahí planeas cómo conseguir lo que quieres.

—¿Planear?

—Claro. Si resulta que es tuya, ¿qué pretendes hacer? ¿Agarrar a Ruth y decirle: «Yo Tarzán, tú Jean». Y llevártela a rastras a…? —Carlos se paró a pensar—. ¿En dónde narices has pensado vivir con ella?

—Eh, esto… no lo he pensado —respondió Marcos frunciendo el ceño. Mierda, no se le había pasado por la cabeza dónde ir… Solo que tenía que llevárselas consigo.

—Exactamente, hijo. No piensas. Hay que planearlo todo con mucho cuidado —argumentó Luisa cogiendo a ambos hombres de la mano y llevándolos al salón—. Lo que tienes que hacer es enamorarla, hacer que viva por ti, que respire el mismo aire que tú respiras. Y, sobre todo, conquistar a la niña.

—Eso es imprescindible —coincidió Carlos.

—Tanto si es tuya como si no lo es, aunque yo estoy segura de que es tuya. —Luisa tenía muy presente sus telenovelas, y esas no fallaban—. Lo primero que tienes que conseguir es que te vea como un padre. Y para eso, necesitas tiempo y paciencia. Conquistando a la hija tendrás a la madre. Y si además de amor, le ofreces estabilidad, seguridad y tranquilidad, tendrás medio camino recorrido. Tiene que verte como el mejor hombre del mundo, como el mejor marido, como el mejor padre y como el mejor amante. Y todo eso hay que planificarlo y trabajarlo.

—Efectivamente —confirmó Carlos—. Si quieres que se case contigo, lo primero de todo es tener un lugar donde podáis vivir juntos.

—Y mi casa es perfecta —terció Luisa, que ahora que tenía a su hijo en casa veía la culminación de su papel de madre abnegada y estaba dispuesta a tener también a su nuera y a su nieta—. Es grande, tiene cuatro habitaciones y dos cuartos de baño. A mí me sobra espacio. Prepararemos un cuarto para los niños. Convertiremos tu habitación en el sueño de una recién casada y adaptaremos cada rincón de la casa para que cuando entren no quieran salir nunca.

—Bueno, mamá, la verdad, yo prefiero tener casa propia. —¿En qué momento se le había ido todo de las manos?

—Sí, hijo, claro que sí, pero comprar una casa lleva tiempo y tú tienes prisa. —Se calló al ver la mirada de Marcos—. Aunque, si te das prisa, quizá lo consigas en un par de meses —ironizó.

—De todas maneras, no olvidemos que estamos trazando planes a largo plazo. No vas a convencer a Ruth de que se vaya a vivir contigo en una semana. Puedes tardar meses, años… La seducción es un tema lento.

—¡Ya la he seducido! —exclamó Marcos—. ¿Cómo pensáis si no que ha tenido a mi hija?

Carlos y Luisa lo miraron estupefactos.

—Hijo, no entiendes nada. Te has acostado con ella. Pero no la has seducido.

—Exactamente —convino Carlos—, una cosa es tener sexo casual, y otra muy distinta que la persona con la que tienes sexo quiera irse a vivir contigo.

—Tonterías —gruñó Marcos—. Y no hemos tenido sexo casual.

—¿No? —preguntó Carlos divertido. Su amigo estaba perdiendo la paciencia.

—¡No! Ha sido mágico, inesperado, sublime… Joder, no me puedo creer que esté hablando de esto con mi madre.

—Hijo, ¿quién mejor que yo para aconsejarte?

—Me reservo la respuesta a esa pregunta.

—Pero aun así, ha sido casual —insistió Carlos siguiendo con el tema.

—¡No lo ha sido! Ha sido algo inevitable. ¡Estamos hechos el uno para el otro! Y eso no es casual.

—Pero no es contigo con quien duerme los sábados —acotó Luisa, que a veces tenía una mala uva increíble—. Por tanto, tienes que conquistarla.

—Joder. —Marcos no dijo nada más. Miró airado a sus acompañantes y, a continuación, salió del salón enfadado, recorrió el pasillo con pasos furiosos y abandonó la casa dando un portazo tremendo.

—Eso ha sido un golpe bajo, Luisa.

—No. Eso ha sido una dosis de realidad. Y ahora sigamos planeando nuestra estrategia.