Rivka

Esperas desde hace horas a que tu madre te dé algo de beber. Le has dicho que tienes sed por lo menos… mil veces. Y no te da agua. Estás enfadada porque te ha traído aquí, a este sitio feo y lleno de gente y ni siquiera has podido traer a Elsa, tu muñeca. Muy enfadada, además de sedienta. Llevas sentada encima de la maleta toda la mañana, y ya te cansas de estar aquí. También empiezas a tener hambre pero, de momento, has decidido no pedirle comida porque ya te sabes la cantinela de memoria, Tenemos que ahorrar comida, Rivka, porque ahora hay poca. Tateh y tus hermanos hacen lo que pueden, pero es difícil conseguir algunas cosas. ¿Lo entiendes, verdad, meydele?

Pues no, mucho no lo entiendes, y además no te gusta que te llame meydele, tú ya no eres pequeña y mameh no parece haberse dado cuenta.

Pero tienes sed, empiezas a hacerte pis y además, lo que más querrías es tener a Elsa contigo. Lo del hambre te da igual, por algo eres mayor, ya tienes casi ocho años, ya no eres una meydele.

Hay otros niños allí, en ese lugar al que te ha traído mameh, que sí son pequeños y dan mucha más guerra que tú. Muchos lloran y tú no. Otros ya se han hecho encima, puedes ver sus pantaloncitos o sus vestidos de verano con un cerco oscuro. Tú cruzas las piernas, porque te da en la nariz que por aquí no hay ningún retrete. Mameh te ha dicho que tenéis que esperar, que tienes que portarte bien y no pedir nada, que vais a hacer un viaje muy emocionante, a un lugar precioso. Se llama Eleste. Pero que, mientras esperáis, no hay ni comida, ni agua, ni pis. ¡Pues si vamos de viaje, tenía que haber cogido a Elsa!, protestaste cuando a mitad de camino te lo dijo. Pero mameh contestó que ya vendríais a buscarla después, cuando estuvierais en vuestra nueva casa en Eleste. ¿Y tateh? ¿Y los chicos? ¿Por qué no vienen con nosotras? Te pareció raro que, si ibais a una casa nueva en Eleste, tateh y los chicos no vinieran también. No sabías donde estaba Eleste, pero siempre que habíais ido de viaje, a visitar a los abuelos en Wroclaw o a los primos en Lublin, tateh había conducido el automóvil y tus hermanos se habían sentado detrás, contigo. Ahora estáis mameh y tú, solas. Ellos vendrán más tarde, te dijo tu madre, dentro de una semana o así, más o menos. Te pareció que no decía la verdad, como cuando lo de Elsa, lo de que iríais a buscarla más tarde. Pero claro, mameh pensaba que eras meydele y a veces, te parecía que sí, que a lo mejor lo eras, porque no te apetecía mucho preguntar más cosas. A ratos, casi preferías serlo y dejarte llevar. Que fueran mameh o tateh los que lo supieran todo, no tú. O incluso tus hermanos.

El caso es que esta vez, vais a viajar solas. Bueno, solas no. Estáis con un montón de gente. Mameleh… ¿todos estos también van a Eleste? No vamos a caber, dices, a pesar de que todo empieza a parecerte muy raro, porque allí nadie parece contento como se supone que había que estar según mameh, y se te van acabando las ganas de preguntar. Sí, lib, cariño, todos. No te preocupes, el este es muy grande. Ahora tu madre parece decir la verdad. ¿Más que Varsovia?, vuelves a preguntar, ya un poco más animada. Mucho más, dice ella. Te estabas empezando a agobiar, pero ahora estás más tranquila; mameh no te mentiría. ¿Verdad?

Lo mejor de la mañana ocurre cuando ya las ganas de hacer pis son tan horrorosas que piensas que te va a pasar como a esos pequeñajos que no se han aguantado. Unos hombres empiezan a repartir panes y agua. La gente se vuelve como loca y todos quieren ser los primeros en cogerlos. ¡Mameh, corre, coge agua, quiero agua!, gritas, y aprovechas el revuelo para esconderte al lado de la valla, agacharte sin que nadie te vea y, por fin, hacer pis en el suelo. Ya sabes que eso no se hace y que si tu madre se entera te va a reñir, pero aquí no hay retretes, eso ya lo tienes claro. Hasta algunos mayores han hecho lo mismo que tú, porque el suelo esta mojado y huele fatal. Y porque ves a algunos hombres y niños de pie, vueltos de espaldas. Y tú, que no eres ninguna meydele, sabes que están meando. Ellos lo tienen más fácil que las niñas, mucho más. Eso casi te hace enfadar de nuevo, pero entonces ves a mameh volver con un pan y unos cacillos de agua. ¡Agua!

Bebes con ansia y comes hasta que mameh te quita el pan y se lo guarda en el bolsillo del vestido con un ya vale, Rivka, vamos a reservarlo para más tarde, que a lo mejor el viaje al este es largo y luego te entra el hambre otra vez.

Entonces, te vuelves a enfadar. Ya no tienes hambre, ni sed, ni ganas de hacer pis. Pero tienes calor, estas muy cansada y aburrida, y quieres a Elsa. Y toda esa gente te asusta. ¿Qué les pasa, mameleh? No lo entiendes. Muchos lloran o discuten, y algunos hasta gritan. ¡Si os vais a Eleste! Mameh y tú estáis contentas, o eso te parece. Si a ellos no les apetece, ¿para qué han venido? Ni lo entiendes ni te gusta. Te dan miedo. Los que lloran y los que han repartido el pan porque, a ratos, esos también gritan. Y una o dos veces has visto que pegaban a alguien. Tú no quieres que te peguen, así que será mejor no dar guerra. Te están entrando ganas de decirle a mameh que olvide el viaje a Eleste, que ya iréis con tateh y los chicos, mejor que con esas personas. Y se lo dices. Es que vamos en tren, lib, te explica. Tateh y los chicos vendrán otro día en coche, ya te lo he dicho.

Así que te aguantas. Sin Elsa, rodeada de personas que no te suenan de nada y otra vez con ganas de hacer pis, por el agua. Menos mal que está mameh.

Te has debido quedar dormida porque, de pronto, tu madre te sacude por los hombros. Lib…, meydele… Rivka, nos vamos ya. Te revuelves soñolienta y notas que te duele la pierna. Abres los ojos y, después de pasar un rato con la cabeza muy borrosa, te acuerdas de todo. Eleste, el tren, las ganas de hacer pis, Elsa que se ha quedado en casa… Una piedra está casi clavada en tu muslo, es pequeñita pero puntiaguda y al moverte se queda pegada; eso es lo que te hacía daño. La sacudes con la mano y te entran ganas de llorar. Mameleh… ya no quiero ir a Eleste, quiero volver a casa. Pero ella te pone de pie y entonces ves que muchos se habían dormido también, que los charcos de la valla son ya enormes y que debe ser por la tarde. Eso te lo ha enseñado Hali, tu hermano, mira Rivka, cuando el sol se esconde detrás de las casas, es por la tarde. Añoras muchísimo a tateh y a los chicos, no quieres ir a Eleste sin ellos y sin Elsa, y ya no te hace ninguna gracia el viaje ni nada de aquello.

Además, están los hombres del pan. Van sacudiendo con una especie de palos negros a la gente que aún duerme o sigue sentada y gritan muy, muy fuerte. Los!! Los!! Sich Reihen!![75] Te parece que no es porque la gente se haya portado mal o algo así, sino porque son unos pegones como tu vecino Enkel, que siempre que se cruza con tu hermano o con niños más pequeños les provoca con los puños para empezar una pelea. Solo que aquí nadie pelea, únicamente son los del pan los que pegan a los demás. Ahora sí que vas a llorar, porque te está entrando mucho miedo. Son malos, peores que tu vecino Enkel, eso ya lo tienes claro también, como lo del retrete.

Vamos, Rivka, hay que ponerse en fila para subir al tren, dice mameh sacudiendo tu vestido blanco, sucio de tierra. No quiero ir con esos señores, mameh, son malos. Te escondes entre sus faldas y estás casi, casi a punto de llorar, sólo quieres volver a casa con Elsa, tateh y los chicos. Cada vez quieres más eso y menos subir al tren. Esos hombres no vienen, meydele, sólo nos están ayudando a organizarnos. No te lo parece; en la escuela infantil la maestra os organizaba perfectamente y nunca pegaba a nadie, ni gritaba. ¿Y por qué pegan?, dices, ya con la barbilla temblando y dos o tres lágrimas cayendo. Porque hay gente que va muy despacio, y los trenes tienen que salir ya. Mameh te besa pero como agobiada, no como cuando está contenta. Te parece que no está nada contenta. Vamos, lib, no te portes mal ahora, te dice.

Poco a poco, la gente se va poniendo en algo parecido a varias filas, aunque muy desorganizadas y embrolladas. Casi todos son madres, viejos y niños, aunque también hay padres. Te fastidia que no haya venido el tuyo. La gente arrastra maletas, pañuelos enormes con los picos atados y llenos de cosas, bolsos inmensos. Se empujan los unos a los otros como si fueran a perder el tren, o algo así. Llaman a voces a alguien que se ha despistado. Una niña a tu lado lleva a su muñeca abrazada y te da mucha rabia porque tú no tienes a Elsa. Un señor muy viejo te pisa. Es tut mir bahng, kinderleck![76] se disculpa. Tú le miras rabiosa, ¡lo que te faltaba! Te ha dejado el zapatito negro con una marca de barro. Mameh te da un tirón de la oreja, ¡Rivka! El señor te ha pedido perdón. ¿Qué se dice? A punto de llorar otra vez, le miras. Gornisht[77], murmuras, más para el cuello de tu camisa que para el hombre, y te limpias el zapato en el calcetín de la otra pierna. Él te da una palmadita en el hombro y sonríe. Vuelves a mirarle, es muy muy viejo, ¿para qué querrá él ir a Eleste? A lo mejor tiene allí nietos como tú, o algo. Pero tus abuelos no van a Eleste porque son viejos, o algo así… te lo ha dicho mameh. Bueno, en el fondo te da igual.

Las enmarañadas filas poco a poco van avanzando. Tu madre te coge de la mano y te aprieta muy fuerte, en la otra lleva la maleta. Es la maleta pequeña, la otra, la grande, se ha quedado en casa para cuando viajen tateh y los chicos. Ahora te acuerdas de que Hali te dijo ayer que te iba a dar su álbum de cromos de bichos porque ya eres mayor. Y es que tu cumpleaños es la semana que viene, nada menos que ocho años vas a cumplir. Mameh, tengo sed, dices. Se te está metiendo todo el polvo del suelo en la boca y aunque hace menos calor, te apetece beber. Luego, te dice ella, cuando estemos en el tren nos darán agua otra vez, ya verás. Pues eso, Hali te iba a regalar su álbum, te lo dijo ayer pero luego se le olvidó ir a buscarlo a su habitación. Además, ahora viven otras personas con vosotros y a ti te parece que a lo mejor el niño que comparte su cuarto también lo quiere; a lo mejor por eso Hali te lo quería dar ya ayer, por si acaso al niño se le ocurre robárselo antes de tu cumple, o algo así… y te da mucha rabia, porque si te lo hubiera dado podías haberlo metido en la maleta y cuando ellos llegaran a Eleste tú ya lo habrías podido mirar muchas veces. Todo es un fastidio.

Tu hermano mayor, Henryk, también te va a hacer un regalo, pero no sabes el qué. Es una sorpresa, te dice cada vez que te cuelgas de su cuello y le preguntas mil veces qué es. Biteh, biteh, biteh…!,[78] le pides una y otra vez. Pero nada, él se ríe, te hace cosquillas y te dice que te aguantes, que eres una pesada y das mucho la lata. Así que te vas a quedar sin saber cuál es la sorpresa, porque no te parece a ti que los chicos vayan a llegar a Eleste antes de una semana. Debe de estar lejos o la gente no llevaría tantas maletas y mameh no habría metido tantas enaguas y camisones, porque si estuviera cerca, con volver a buscarlos, arreglado.

Ya puedes ver el tren. Es bastante feo, de un color como roñoso, tiene unas puertas que se corren hacia un lado y no tiene ventanas. Bueno, a lo mejor por dentro es bonito. A lo mejor dentro os dan otro pan, y más agua. Y hasta puedes sacar tu cuaderno de colorear, que de eso sí te has acordado, y pintar un rato. De pronto, te animas mucho. Tienes a medio pintar una foca con una pelota a rayas en la punta de la nariz. Está subida en una especie de mesita también de rayas, y lleva un gorro en la cabeza. Henryk te dijo que las focas son negras y se rió mucho cuando vio que tú la estabas pintando de rosa, pero a ti te gusta mucho más rosa y te da igual lo que diga Henryk. El gorrito lo vas a pintar rojo y la pelota de colores la dejas para el final porque es lo que más te apetece, y eso te lo ha enseñado tateh, que las cosas que más gustan hay que dejarlas para el final y hacer primero lo aburrido, o algo así. La foca es un rollo porque es tan grande que se te cansa la mano y el lápiz rosa se te queda enseguida sin punta y tienes que afilarlo; pero ya llevas la mitad, y cuando la acabes, empezarás con el gorro y la pelota. Cada raya de un color diferente. Sí… eso vas a hacer en el tren y así el viaje se te pasará enseguida. Luego, a lo mejor duermes un poco, y seguro que cuando despiertes ya estaréis en Eleste.

Mameh…!!

De pronto, casi te mueres aplastada y te has asustado mucho, más que ningún rato de todos los que lleváis en la plaza. Todo el mundo empuja, pero no sólo hacia el tren, ahora empujan en todas direcciones. Te están espachurrando y mameh tira de tu mano muy fuerte, tanto que te hace daño. La gente es como una bola apretada que se mueve para todos los lados, como cuando la maestra tiraba dulces al aire y todos corríais a cogerlos, dándoos empujones y codazos y cayendo unos encima de otros. Ahora, parece que algunos no quieren subir al tren y otros les gritan que suban ya. Los del pan y los palos negros, a los que ahora tienes muy cerca y puedes ver que llevan botas muy altas y muchas medallas, gritan más que en todo el día y parece que están muy enfadados con los que no quieren subir porque, a porrazos, les van haciendo entrar por la puerta. Tú tampoco quieres subir ya. Y te pones a llorar, ahora ya con berridos y todo, no como antes, como las princesas, que dice Hali. Es que tienes miedo y muchísimas ganas de hacer pis, seguro que del susto tan grande que tienes. Pero te parece que mejor va a ser subir, no sea que te pierdas de mameh y encima tengas que viajar sola. Eso sí que te daría muchísimo más miedo. Y seguro que llorarías mucho más. Así que te callas y te agarras muy fuerte a mameh.

Al final llegáis a la puerta, dentro hay mucha gente de pie, la puedes ver desde el andén. Sabes que eso se llama andén porque te lo explicó Hali un día, mientras jugaba con su locomotora, de donde sale el tren se llama andén, Rivka, es donde están los pasajeros que suben y bajan. Pues eso, dentro se ve mucha gente. Mameleh… ¿vamos a caber ahí?, dices. Además no hay luz, ¿cómo vas a pintar sin luz? Mameh no contesta; te seca los churretes de las lágrimas, da un tirón a tu mano, otro a la maleta, y subís las dos.

Ahora estás mucho más asustada otra vez, porque no es que no haya luz, es que tampoco hay asientos, ni sitio. Todo está igual que abajo, en el andén. Un montonazo de gente estrujada y de pie, y todavía siguen subiendo más. ¡Pero si tú has visto que había muchísimos vagones…! Te ha parecido que mameh está llorando también pero, como los mayores no lloran, por lo menos no tu mameh, seguro que será que le ha entrado una carbonilla en el ojo. Tirando de ti, que te va a dejar sin mano, y a codazos, te lleva a un rincón, deja la maleta y se sienta encima. Luego, te coge y te aprieta muy, muy fuerte. Casi te hace daño, pero no te quejas, prefieres estar pegada a ella como una meydele que suelta por el vagón, a ver si alguien se equivoca de niña y se cree que eres suya, y vas y te pierdes. También te parece que no vas a poder pintar, de apretujadas como estáis. Se lo preguntas a mameh y ella te dice que mejor te duermas, que ya pintarás en Eleste, pero a ti te da rabia. La gente debería apartarse un poco, hacer sitio, y mameh tendría que ir a buscar el vagón de los asientos, porque éste es horroroso y no te gusta. Hace calor, todos estáis como lentejas en una olla, que diría bubbeleh[79], y todos hablan a la vez. Algunos niños lloran. Tú ahora ya no. Tú eres mayor.

Vale, querías pintar y no se puede porque no hay asientos, o mirar por la ventanilla y resulta que tampoco hay. Este viaje es un rollo. Lo mejor es que la gente ha dejado de parlotear toda a la vez; ahora están por fin callados, sentados en el suelo o en las maletas, como vosotras, pero también lo peor es que mameh te estruja todo el rato. Y que te aburres. Se te ocurre que lo que podrías hacer es jugar al Veo-veo con mameh, así ella dejaría de espachurrarte y tú de aburrirte, y se lo dices. Ella te dice que allí qué quieres ver, que ya jugareis cuando lleguéis y que hagas el favor de dormirte un rato. Pero a ti no te apetece nada dormir, no tienes ni pizca de sueño, así que te enfadas un poco, te cruzas de brazos y empiezas: Veo, veo

Al final te has debido dormir otra vez, como en la plaza, porque no te suena que hayáis jugado al Veo-veo. En vez de eso estás toda retorcida encima de mameh y con los ojos cerrados, y el tren parado. Los abres y te estiras, y le preguntas a mameh que si habéis llegado. Ella te dice que sí. ¡Que pronto!, dices, creía que Eleste estaba más lejos. La gente empieza a bajar y mameh te vuelve a coger de la mano. Es que has dormido mucho, meydele, vamos. Debe haber algunas personas que no se han despertado, casi todos viejos y niños, porque pasáis por encima de ellos, casi pisándoles. Son tan dormilones como tú.

Eleste no es ni feo ni bonito, así de noche. De momento sólo puedes ver dos casitas para recibir a los viajeros, debe ser donde os dirán dónde está la vuestra o algo así. Estás deseando ir y acostarte en tu cama nueva, que seguro olerá a limpio, porque estás cansadísima. Ya lo de pintar lo dejas para mañana, mejor. El tropel de gente va a esas casitas y ahora se van los chicos, los viejos y los papás por un lado y las niñas, las mamás y las viejas por otro. Al subir al tren había muchas viejas pero ahora hay muy pocas, te ha parecido que la mayoría se han quedado dormidas en el vagón, como los viejos y algunos niños. Lo mejor es que dentro de nada podrás hacer pis, porque otra vez ya no te aguantas más.

De pronto, pasa algo muy raro.

Uno de los hombres del pan, que por cierto no os han vuelto a dar, grita algo. Te parece que no deben saber hablar sin gritar, o a lo mejor es que con el barullo tienen que hacerlo para que se les oiga. Da igual, el caso es que grita algo que, como siempre, tú no entiendes, y de pronto todas las mujeres se ponen en fila y van dejando todo lo que tienen en una mesita. Otro hombre lo anota en un papel y dice en yiddish que dentro de un rato os lo darán otra vez. Cuando le toca a mameh, ella no se fía pero el hombre le dice que sí, que está todo controlado y mameh le da la pulsera, el reloj y los pendientes, como todas las señoras. Entonces te toca a ti. Tú sólo llevas unos pendientitos pequeños de oro, de cuando tu abuela te los regaló al cumplir cinco años y no se los quieres dar al hombre. Mameh te los quita, muy enfadada y se los da. Tú te vuelves a acalorar y te da otro rato tonto. ¡¡¡No quiero, no quiero, no quiero!!! Entonces mameh te da una torta, y te grita, Zol zein shah![80] Y tú, ya tremendísimamente enfadada, la obedeces, y como te ha dicho, te estás quieta y callada. Está bien, piensas, no la vas a ayudar nunca más a preparar los latkes, ni los varnishkes[81], que se fastidie. Nunca te había pegado y ahora, además de darle los pendientes de la abuela a ese señor, te da una torta. Se lo diré a bubbeleh… murmuras sin que te oiga. A lo mejor, tu abuela igual le pega una torta a ella, o algo así

Pero lo más raro, lo más de todo, es que os dicen que tenéis que daros una ducha. ¡Yo ya me he bañado!, vuelves a protestar. Te bañaste ayer, en realidad, pero da igual. No tienes ni pizca de ganas de bañarte, sólo quieres ir a tu casa nueva y dormir, y seguir enfadada con mameh, y esperar a que lleguen tateh y los chicos y se acuerden de traer a Elsa con ellos. Todo esto ya no te está gustando otra vez. Te está entrando el miedo, como antes. Sólo que mucho más enorme.

Mameh… no quiero

Lo que pasa es que, como eres pequeña, nadie te hace caso. Todas empiezan a desnudarse y mameh te dice que hagas lo mismo y se pone a desabrocharte los botones de la espalda, que son un rollo y tú sola no puedes, porque son muchos y muy pequeños.

Mameleh… que no quiero

De pronto, notas algo caliente bajando por tus piernas. Y te pones a llorar muy seguido, con muchos hipidos. A berrear como antes, como una niña pequeña que diría Henryk, y no como las princesas, que diría Hali; porque lo que notas es que te has hecho pis encima. Eso te da más miedo que nada de todo lo que ha pasado. Lo que más del viaje.

Y entonces, pasa lo más raro de todo.

De pronto, mameh te abraza muy fuerte, pero mucho mucho. Y ahora sí seguro que está llorando. Tu creías que te iba a reñir por mojarte, pero no. Aún lleva puesta la enagua y tú también y antes de quitaros toda la ropa, como están haciendo las demás, ha debido querer que la perdones por el bofetón. Debe de ser eso.

Zol Got ophiten! Mayn ziskeyt. Ikh hob dikh lib!

Pero lo que te está diciendo no es que la perdones, no. Te está diciendo que Dios os proteja, que te quiere y que eres su dulzura, su amor querido. Eso es muy raro. Pero como estás muy asustada y encima has hecho lo que has hecho, y aunque no entiendes nada, la abrazas también en vez de preguntarle por qué dice cosas tan estrafalarias; esa palabra, también te la ha enseñado Hali.

Hali te ha enseñado muchas palabras divertidas, tienes que repasarlas todas para que no se te olviden, pero mejor lo harás luego, en la cama, porque ya os llaman para las duchas. En el fondo te parece que sí te apetece una ducha porque, como dice bubbeh, el agua se lleva todas las cosas malas, y ese día te han pasado algunas. Y además, ahora sí que estás sucia, y hueles un poco mal.

De la mano, y rodeadas de señoras y niñas, vais hacia la ducha. Ya has decidido portarte bien, después de la que has liado. Cierras los ojos, porque las caras que ponen algunas señoras te asustan un poco, y te dejas llevar por mameh.

Seguro que Eleste te gusta. Y a tateh y a los chicos también.

Como tienes los ojos cerrados no la ves, pero oyes a una mujer a tu lado. Llora mucho y dice que ojalá todo acabe pronto, que es una desgracia, que este lugar es horrible.

Los abres un momento y la miras, porque tienes algo importante que decirle luego, cuando acabéis de ducharos, y para eso tienes que recordar su cara. O mejor que se lo diga mameh, que a ti te da corte porque un poco meydele sí que eres. Y es que está equivocada, muy equivocada; la pobre se ha debido confundir de tren.

Esto es E-les-te, señora, tienes que decirle a mameh que le diga a la señora. Eleste, no Treblinka, como dice usted. Se ha debido equivocar usted de tren; menos mal que aquí mi hija, Rivka, que ya no es meydele, se ha dado cuenta.

Pero eso será luego, porque ya la puerta se ha cerrado y ahora hay que ducharse para quedar limpia y fresquita. Y que el agua caliente se lleve todas las cosas malas del día. Como diría bubbeleh

Ghetto de Varsovia, 1942

Y.B.