CAPÍTULO XI
«Ojos llenos de lágrimas + extraño peso en el centro del pecho + espera interminable de carta +…», en vez de continuar con las tristes premisas decidió oprimir el botón rojo que cancelaba la consulta. Iban en aumento sus sospechas respecto a la discreción del centro de Asistencia Electrónica. Iba en aumento su necesidad, ya desesperante, del compatriota. La tarde era normalmente gris y fría, allí dentro del departamento todos los cristales estaban empañados por la calefacción y del marco superior de las ventanas brotaba una que otra gota que iba a rodar por la superficie lisa del vidrio, como sobre una mejilla. Faltaba una hora para salir rumbo al trabajo, había pasado la mañana esperando al cartero que finalmente no trajo nada para ella, y desde entonces había empezado su espera del correo del día siguiente.
Encendió un cigarrillo, prohibido durante los dos años de conscripción, y contó los días que habían pasado desde la súbita partida de LKJS. Había sido llamado por su gobierno debido a causas ignotas, interrumpiendo así su visita de investigación. Pocos días antes del hecho la muchacha había presentado al Ministerio de Bienestar Público, del cual dependía, una solicitud de permiso para ausentarse del país un fin de semana, en rápido viaje a la nación vecina, donde había nacido. ¿Era posible que su pedido hubiese originado sospechas? Porque su plan, y el de su enamorado, era el de no retornar. La sospecha de una deserción podría costarle un proceso, y hasta años de cárcel. No, se dijo a sí misma, estaba cargando las tintas inútilmente, a nadie se podía condenar por una simple mala intención no llevada a la práctica. ¿O sí? Había reformas en el código penal que ella desconocía, muy atacadas por el sector disidente.
Para colmo de males le había dicho el sorpresivo adiós por teléfono, desde el aeropuerto, y debido al tono evasivo de LKJS la muchacha había colegido que él no podía hablar libremente. El único punto positivo de la conversación había sido la promesa de un regreso, costase lo que costase, para completar su investigación, y para verla. W218 pareció aliviarse, podía respirar mejor, sin esa congoja en el pecho. Tal vez el cigarrillo mentolado le había abierto las vías respiratorias, pero ya era el último que le quedaba, se los había olvidado allí su amado. No, volvió a corregirse, era pensar en él que la reconfortaba. Sí, esa luz que se hacía en su cerebro se la producía el recuerdo de él, y nada más, arguyó. La muchacha no sospechaba que ese tabaco contenía buena dosis de la insidia enemiga. De pronto pudo recordar hasta el último detalle cualquier momento compartido con él. Momentos mágicos todos ellos. Y la explicación según ella era tan simple: a la innegable atracción de ese cuerpo de hombre apolíneo se sumaba la calma, la distensión, la satisfacción de saber que todo lo que a ella le gustaba le iba a gustar también a él. No habría diferencias de opinión, ni discusiones, ni renuncias, ni sacrificios por parte de uno de los dos. Todo lo que proponía el uno era fuente de deleite para el otro, el capricho del uno era descubrimiento de nuevas formas de placer para el otro. A partir del segundo día de romance ya habían desistido de consultarse antes de tomar decisiones porque toda conjetura sobraba.
«Es increíble, pero cierto. Yo hombre, tú mujer, o sea dos concepciones diferentes de la vida, yo pensamiento y acción, tú sensibilidad y… y más sensibilidad, y a pesar de todas las diferencias… en todo coincidimos. ¿Recuerdas cuando me dijiste que tú como yo preferías los instrumentos de cuerda? pues bien a partir de allí empecé a conocerte…, Querida, lo primero que haremos al llegar a mi país será escuchar músicas desconocidas para ti. Aquí dicen que la música no es censurada y mienten, mi amor, mienten. Así como vibraste con esos ritmos tropicales de nuestra primera noche, que tus hipócritas altos funcionarios se reservan para sí, igualmente vibrarás con un género musical que no conoces, el cantado, que aquí prohíben porque contiene parte narrativa. Ah, qué felices seremos en aquella tierra maravillosa…». Ella entonces había procedido con suma dulzura a revelarle subsuelos insospechados de la realidad nacional, «Amor mío, debes tener en cuenta la trágica esencia de este país. El hecho de que emergiera antes de las aguas no impide que sea el más frío y desolado. Lo atestiguan esos espectrales ramajes de árboles muertos, el último testimonio de una vegetación extinguida. ¿Acaso no estarías de acuerdo en que los quitasen? A mí me acongojan, por la misma razón que el Supremo Gobierno decidió prohibir toda manifestación artística prepolar excepto la música, puesto que no es figurativa. Incluso la literatura pinta cuadros del ayer, y por eso también está prohibida. Para nosotros, tesoro mío, todo lo que nos recuerde el pasado resulta nostálgico y por lo tanto pernicioso. Debemos construir una nación nueva sobre bases nuevas, no nos conviene tratar de imitar el pasado, porque no lo lograremos».
W218 tragó otra bocanada de humo y en su memoria volvió a resonar la voz estentórea de él, «¡Cómo te adoro! tanto como tu belleza me deslumbra tu inteligencia. Y esto a un hombre le resulta difícil admitir. ¡Cómo comprendes y amas a esta tierra!… pero tienes que ver si ella te ama y te comprende a ti en la misma medida…». Las ventanas empañadas ocultaban las calles. El cigarrillo había ardido casi enteramente, debió apagar la colilla en el cenicero. A los pocos minutos su grata exaltación empezó a ceder hasta desprendérsele y serle ajena, en cambio ese nudo en el centro del pecho fue apretándose más y más. W218 trató de concentrarse en recuerdos buenos, «Querida… tú me preguntas cómo es que puedo saber todo de ti. Sé todo de ti por la misma razón que tú sabes todo de mí. Y esa razón… no se nombra… ¿para qué? ¿acaso no la conocemos? Como a ti, a mí de mañana no me gusta hablar hasta bien pasada una hora de haberme levantado. Como a mí, a ti te gusta hacer todo aquello de importancia menor —como ir al banco, al correo, a la peluquería— por la mañana. Como a ti, a mí me gusta descansar un rato después de almorzar, sacarme los zapatos, echarme encima una manta y dormitar mi buena media hora. Como a mí, a ti te gusta enfrentar las tareas de mayor enjundia durante la tarde, cuando tu potencial creativo es mayor, lo cual se debe simplemente a un problema de baja presión. Como a ti, a mí me gusta salir un rato por las noches, o ver una buena emisión de teletotal. Como a mí, a ti te gusta el amor por las noches. Como a ti, a mí me gusta hablar durante el amor. Como a mí, a ti te disgustan las formas fantasiosas y rebuscadas del amor, prefieres la simplicidad del abrazo natural mirándonos en los ojos. Y yerro al decir simplicidad, porque lo infinito no puede ser simple: tú te reflejas en mis ojos y yo en los tuyos, y en el reflejo que de ti hay en mis ojos están tus ojos en los que a su vez estoy yo reflejado, el uno en el otro multiplicados al infinito, llenando así de nosotros el espacio, nuestro infinito ocupa el otro infinito, el de los demás, ya que no hay lugar para ellos, porque no los necesitamos». W218 en cambio no le había confesado sus sensaciones de esos momentos, simplemente el abrazo de él la volvía invulnerable, la elevaba por encima de peligros destinados a mortales: le bastaba con mirarle la perfección de las facciones para sentirse junto a un ser de otra índole, superior.
A continuación la muchacha trató de recordar la tonada de una de aquellas jubilosas rumbas. No, le fue imposible. Miró el sillón donde él prefería sentarse. Miró la caja de cigarrillos ya vacía, la tomó suavemente en sus manos y la besó como a un niño al que no se quiere despertar. Miró las ventanas llorosas.
En ese preciso instante tuvo la revelación. Si él no regresaba no podría sobrevivir a la pena. Después de haber conocido la dicha no era posible resignarse a perderla. Nadie podría jamás reemplazar a ese hombre, por lo tanto si él no regresaba la existencia habría perdido todo sentido. Si no se atrevía a matarse su vida se reduciría a esperar la muerte. De muy lejos llegaron los repiques de un campanario, le recordaron que era hora de prepararse para ir a trabajar. Bendijo esa obligación, no soportaba más la soledad de su cuarto.
«Orden del Día, Notificación Adjunta. Matrícula de la Conscripta: W218. Reparto de Servicios: Sección A. Fecha: 10 Glaciario Año 15. Texto: Se la notifica que en cuarenta y ocho horas deberá estar lista para traslado de duración tres días a la vecina República de las Aguas, como guía de grupo de jóvenes lisiados. Se ha decidido elegirla teniendo en cuenta su nacimiento en esa república, y la proximidad de su traslado a la Sección B, dado que durante el presente mes se cumple el año de su incorporación a los servicios de la Sección A. Se persigue de este modo que la conscripta entre en contacto con los futuros beneficiarios, promoviendo una familiarización necesaria para el futuro desempeño de sus tareas. Se ruega a la notificada firmar la copia color gris del presente despacho. Firmado, Jefa de Personal Sección A, R4562. Miscelánea: Querida colega, estamos contentos de poder así premiar tu tan feliz desempeño en la Casa. Por supuesto, también incidió en tu elección el pedido que habías hecho de licencia para viajar a tu república de origen un fin de semana. Como ves, también a veces podemos actuar así, como en familia. Que no digan esos necios disidentes que todo es mecánico y frío en nuestro Ministerio. Saludos, y buen viaje, R4562». La conscripta se tuvo que agarrar del reloj donde marcaba su tarjeta, temió caerse de emoción. Durante varios minutos no pudo parar su llanto de alegría.
Debió luego apurar el paso porque le llevaría tiempo maquillarse para los encuentros del día, a realizarse en determinado recinto que figuraba un baile de máscaras en el teatro de la Ópera, eficaz recurso que se empleaba para pacientes que por primera vez recibían tratamiento. Mientras vestía su disfraz de Colombina, la tonada de una de aquellas rumbas volvió a su memoria. Entre lágrimas y sonrisas danzó frente a los espejos de la sala de vestir. El maquillaje se le había corrido con el llanto y se acercó al espejo para rehacerlo enteramente. Soltó una fuerte carcajada al notar que el lunar pintado en su mejilla teñía de negro una lágrima. Tratando de controlar tanta euforia aspiró hondo repetidas veces. Al cargar el cisne de polvo blanco por primera vez halló las fuerzas para admitir un hecho: el último día transcurrido en los brazos de LKJS, si bien por breves instantes, se había proyectado una sombra extraña sobre el amor de ambos. Esparció el polvo níveo sobre su rostro, tomó el lápiz negro entre el pulgar e índice y con toda atención volvió a dibujar el lunar, «Querida mía, mírame en los ojos. Debo realizar un esfuerzo sobrehumano para afrontar este tema, pero es preciso que lo haga. Sí, absurdo como suena, después de estas horas sublimes de amor, tengo miedo de perderme. Tú sabes que yo te adivino todos los deseos, ¿no es así? y ello no me sorprende, porque quien ama lee el pensamiento de la persona amada. Pues bien, yo te lo adivino a ti, pero tú no a mí, y… eso me colma de dudas, de horribles temores… ¿significa acaso que tú no me quieres, o es una extraña coquetería la que te lleva a actuar como si no penetrases la pobre miasma de mi mente?».
Con una peluca rosa de rizos cortos, y un sombrero violáceo de tres picos, quedó completo el tocado. W218 entonces se aplicó el antifaz, ¿por qué pretendía él que ella leyese su pensamiento?, ¿qué era eso de que el amor permite adivinar los deseos del otro? Seguramente habría dejado sus señas en el Ministerio, en ocasión de su reciente visita oficial. Las siguientes cuarenta y ocho horas le parecieron eternas.
Avenida de la Aurora Boreal número 300, una dirección tan fácil de recordar que ni siquiera la había anotado. La muchacha estuvo tentada de pellizcarse para creerlo, ahora estaba allí, ante sus ojos, la placa blanca con el número inscripto en negro. Qué diferente se había imaginado el lugar. No era una casa, sino un enorme edificio gubernamental. Y qué diferente se había imaginado Ciudad de Acuario, nada tenía que ver con sus vagos recuerdos de infancia. Desde el aeroplano había tenido la primera y definitiva impresión, de entre la nieve emergían edificios grises, y el único contraste lo daban las manchas de humedad que ensuciaban de negro algunos muros. Hasta llegar frente a la fachada sombría se había mantenido calma, pero al traspasar el umbral su corazón empezó a palpitar desmesuradamente. Pensó que tal vez eran pocos los minutos y los metros que la separaban de su amado, dirigentes burócratas la encaminaron hacia la oficina de personal. Media hora después estaba de vuelta en la acera desolada y fría. Nadie conocía a LKJS, y se le aseguró que de ese ministerio, el de asuntos referidos a la salud pública, no habían enviado visitante alguno a la nación vecina. El frío de la calle la caló hasta los huesos, dio algunos pasos sin saber hacia dónde orientarse. En seguida cayó desmayada.
Cuando se despertó estaba en su hotel, un transeúnte la había recogido y por la documentación de su bolso se había sabido dónde llevarla. Quien la arrancó de su pesado sueño fue la camarera, al golpear a la puerta, con un plato de sopa caliente. Preguntó a la muchacha cómo se sentía. Ésta no respondió, estaba absorta todavía en su pesadilla. Como si no hubiese bastado el desencuentro angustioso de esa tarde, una espantosa voz la había torturado durante el sueño. Miró a la camarera sin verla, «¿Quién es la nodriza de la niña? Dígamelo, por favor ¿quién es?». La camarera respondió que no lo sabía y se retiró tan pronto pudo. W218 cerró los ojos, quería volver a dormir para no pensar en el incidente del ministerio, pero tenía miedo de volver a caer en la misma pesadilla. Una pesadilla ciega, en la total tiniebla una voz pronunciaba esas palabras que nada le significaban, una y otra vez, «la nodriza de la niña… la nodriza…».
Llegada la noche, toda actividad del grupo de lisiados cesó y la muchacha se escurrió por los pasillos hacia la salida de servicio del hotel. Había vuelto a su memoria algo —¿un embuste?— que su amor ¿o simplemente amante? le había dicho, «Desde mi ventana veo un roble, perennemente verde». ¿Por qué había dicho algo así? Ante todo, el roble es un árbol de hojas caducas, y por último en Ciudad de Acuario toda vegetación había muerto durante los deshielos y la era polar no había visto crecer ni una brizna de hierba. ¿Por qué no había preguntado a LKJS la razón de tal fantaseo? Simplemente porque su presencia le había parecido suficiente para justificar cualquier desenfreno de la naturaleza. Si la naturaleza había sido capaz de crearlo a él, pues no debía sorprender que frente a su casa se irguiese el único árbol vivo de un continente.
Vio pasar un taxi, lo detuvo, pero el chofer era demasiado joven. Esperó varios minutos hasta que pasó un chofer de más de sesenta años. Antes de subir al coche preguntó si conocía bien la ciudad, «Como la palma agrietada de mi mano ¿adónde va la señorita?». Ella explicó que buscaba una casa frente a la cual crecía un roble perennemente verde. «Usted se burla de esta ciudad. Aquí no hay un solo árbol viviente. Los jóvenes ya no saben lo que la palabra significa, aunque en este país se haga un culto de la nostalgia, y se trate de mantener vivo el recuerdo del pasado. Pero como ésa es la actitud oficial, las nuevas generaciones reniegan de todo recuerdo que les resulte ajeno». La muchacha repitió al anciano las palabras exactas de su amante, «No sé qué responderle, señorita. Tal vez era un alucinado. Tan borrados están los árboles de nuestra frágil memoria, que hasta hay un barrio nuevo donde las calles tienen todas nombres como Sendero de los Pinos, o Alameda de los Alerces, o Callejón de los Sauces, para que el pueblo no los olvide». Ella preguntó si una de esas calles no hacía referencia a un roble, «Puede ser, aunque no la recuerdo».
Tardaron media hora en llegar al retirado barrio residencial. Eran todas casas espaciosas, con patio donde en vez de plantas había columpios, trapecios, subibajas y otros aparatos para juegos de niños. Cada calle en la esquina contaba con un poste que a dos metros de altura mostraba una chapa de madera. Allí figuraba el nombre de la calle y un dibujo del árbol correspondiente. Pronto encontraron una cierta «Callejuela del Roble», tenía solamente tres cuadras de largo. W218 despidió al chofer con generosa propina, prohibida en esa república pero siempre codiciada por todo servidor público. El anciano se ofreció a esperarla, allí le sería muy difícil encontrar otro medio de transporte para el regreso. La muchacha lo miró maliciosa, estaba segura de que en una de esas casas pasaría la noche, «¿Pero y si no encuentra usted a quien busca?». Se pusieron de acuerdo en que el coche esperaría cinco minutos estacionado en esa esquina. W218 estaba dispuesta a golpear a cada una de esas puertas, en algunas casas había luz, desde afuera se podían ver escenas familiares características. La muchacha reflexionó antes de emprender su inspección ¿por qué él había dicho que desde su ventana veía el roble? tal vez porque la casa estaba situada en la esquina, y podía divisar la chapa con el dibujo del árbol correspondiente. Miró de inmediato la chapa de esa esquina, y sí, el dibujo representaba un roble verde.
Vaya modo de glamorizar la realidad, pensó; ello demostraba que a él no le repugnaba mentir con tal de atraerla hacia su ciudad. Pero las casas de esa esquina tenían las ventanas cerradas, parecían deshabitadas. En cambio en la esquina siguiente había luces, y si no estaba él allí procedería a las siguientes esquinas, eran cuatro en total, la búsqueda se simplificaba notablemente. Hizo señas al chofer de acercarse, se hizo conducir hasta la esquina siguiente. Una de las modernísimas viviendas tenía las luces de la planta baja encendidas, los ventanales enormes habrían dejado percibir hasta el último detalle del interior, pero debido al frío estaban algo empañados. W218 divisó niños de corta edad y decidió no acercarse para ver mejor, evidentemente no se trataba de la casa de LKJS. Subiendo al coche para trasladarse a la esquina siguiente, echó al desgaire un último vistazo a la ventana empañada. Le pareció distinguir una silueta conocida, de hombre. Volvió a bajar, atravesó el primer patio, entre subibajas, toboganes y columpios. La nieve ahogaba el rumor de sus pasos.
LKJS jugaba con dos niños pequeños, una joven embarazada iba y venía. W218 no daba crédito a sus ojos, se acercó más aún para cerciorarse. Uno de los niños la vio y la señaló a LKJS. W218 corrió hacia el coche, la voz inconfundible tronó amenazante, «¿Puedo servirla en algo, señora?». Ella se detuvo, sin atreverse a darse vuelta y dar la cara. Apenas en un susurro le llegó otro tenso mensaje, «Te lo ruego, disimula. Estamos vigilados. La policía secreta…». La muchacha lo miró de frente por fin, fingió estar buscando la casa de unos amigos, «Debe ser en la próxima cuadra, señora, me parece haber oído ese nombre», y de inmediato agregó en susurro angustioso, «A las 10 de la mañana, en la Biblioteca Central, Sala de Lectura…». W218 dio las gracias y subió al taxi. Nunca había concebido que LKJS tuviese miedo a nadie, pero la voz había denotado terrores abismales. El chofer se felicitó de haberla esperado, «¿Y ahora de vuelta a su hotel?». W218 se preguntó si ese bondadoso anciano no sería un espía, «Perdóneme, pero si me mira callada y no se decide a decirme adónde quiere ir, yo no le puedo adivinar el pensamiento». ¡Adivinar, adivinar! otra vez esa odiosa palabra. Sí, al hotel, ¿a qué otro lugar podría dirigirse, en lo negro de la noche? La noche negra, todo era invadido por lo negro, las calles, el cielo, el interior de ese taxi helado. Negro. ¿Qué más era negro esa noche? ¿qué otra cosa había sido invadida por el color negro? No, no era posible. Pero sí, había sido eso lo que más la había espantado en su encuentro con LKJS ¡sus ojos habían dejado de ser verde claro, para volverse negros! Estaba segura, por eso la mirada era otra. Ojos no verdes sino negros. Negros como la noche, como el frío, como la soledad, como las lágrimas que un dolor excesivo congela adentro del pecho y no deja escapar. Lágrimas negras, encerradas, prisioneras.
A esa hora avanzada, la entrada de servicio del hotel estaba vigilada por un cancerbero que no la dejó pasar. Se dirigió a la puerta principal. Nevaba copiosamente. Bajo la marquesina, haciendo compañía al portero de librea, fumaba uno de los guardianes de su grupo. W218 volvió sobre sus pasos. Cruzando la calle se veía otro enorme bloque moderno, una de sus entradas estaba iluminada. Se refugió allí. Parecía una repartición gubernamental más. Los letreros indicaban «Sala de Préstamos», «Archivo General», «Sala de Lectura», y allí cesó de mirar, se dirigió a la sala más próxima y preguntó a una dama de avanzada edad qué era ese lugar, «Es la Biblioteca Central, señorita, donde esperamos a nuestros lectores a lo largo de toda la noche».
La viejita estaba vestida con estridentes colores, su peluca era rubia y lacia, «Pero señorita… Usted se parece tanto a alguien… Tal vez no lo sepa, pero hubo hace muchos años una actriz, la más bella de todas, que era muy parecida a usted». La sobreexcitación se apoderó nuevamente de W218 al enterarse de donde estaba, puesto que allí mismo volvería a ver —no importaba en qué circunstancias— a LKJS. Para disimular tanta emoción —le palpitaba el pecho y le aleteaban las narices— preguntó a la viejita quién era esa actriz de que le hablaba, «Solamente los más viejos podemos recordarla. Para mí es un rostro imborrable. Verá usted, todas las jovencitas de aquella época soñábamos con ser estrellas de cine, y yo no fui la excepción. Me teñí de rubia platinada y pese a que todos me dijeron que me quedaba bien, lo más cerca que estuve de la pantalla fue como acomodadora. Pero no en un biógrafo de barrio, no se vaya a creer. En uno de estreno. Niveles son niveles. Y con ella sucedía lo que con ninguna otra actriz… Al aparecer en su primera escena de cada película el público invariablemente lanzaba un “ah…” de asombro. Era un rostro tan bello que no parecía humano».
W218 supo en seguida cómo pasar ese rato, hasta que el guardián descuidase la puerta del hotel. Se le indicó con toda amabilidad dónde consultar archivos, viejos periódicos y revistas. Un vetusto bibliotecario le aconsejó una serie encuadernada en cuero blanco y negro. De primera intención no encontró tal parecido entre ella y esa actriz, pero sí le resultaba una cara ya vista en alguna parte. No tardó en darse cuenta dónde, una de las fotos la mostraba lujosamente ataviada en visita por un barrio árabe. W218 sintió frío en los huesos. Se trataba de aquel filme proyectado en la ciudad sumergida, como parte del documental turístico visto por teletotal. Después se encontró con fotos de la primera juventud de la actriz, en sus pocos filmes europeos, y allí sí el parecido era innegable. Era un artículo que contaba la vida de la estrella nacida en un país de nombre Austria. Anécdota curiosa resultaba cierto capricho de la luminaria, por el cual había rechazado un millón de dólares para protagonizar una historia titulada «Yo adivino el pensamiento». Había muerto en México en un enigmático accidente de carretera y la había sobrevivido una hija, de la que se desconocía el paradero. A quien la hubiese hallado se habían ofrecido sumas millonarias como recompensa, procedentes de la sucesión de su primer marido, presunto padre de la niña.
La huérfana soltó el pesado volumen, como si estuviese cargado de electricidad. No siguió leyendo nada más ¿sería ella, W218, la hija extraviada? No, la actriz había muerto más de veinte años antes de su nacimiento. Corrió al bibliotecario y le rogó que la ayudase a buscar datos sobre una… nodriza, historias de nodrizas célebres, si las había, «¿La señorita no me podría dar ningún dato suplementario?». W218 aventuró que ésta podría haber estado implicada en una intriga internacional. El octogenario se dio sin más a la pesquisa, después de encogerse de hombros significativamente. Había algunas nodrizas peculiares, pero no internacionales, ¿le interesaría por casualidad una fulana sin nombre, dueña sólo de una inicial, con triste historial delincuente? W218 preguntó de qué nacionalidad era, «De una nación europea que se llamaba Austria».
La muchacha pidió leer todo lo que se encontrase al respecto. Fue hallada solamente una crónica policial, de tono piadoso, en la que se contaba cómo una nodriza, o simplemente doméstica, había intentado dar muerte a la niña de la casa, en el día de su duodécimo cumpleaños, suministrándole un veneno. La mujer, largos años al servicio de esa familia, cuyo nombre se omitía por razones de respeto, había actuado en un rapto de locura, luego de lo cual se había ahorcado, con su propia trenza, en la celda del manicomio donde había sido encerrada. Se transcribía como curiosidad del texto de la nota póstuma encontrada junto al cadáver de la desdichada: «Adiós, es mi destino, como el de mi pobre hermano, que me vaya de este mundo por haber perdido la razón. Uhm… ¡ja! eso es lo que se creerán, pero él no era más que un sirviente al que el Profesor, para encubrir sus fechorías, hizo pasar por sabio loco…». W218 siguió leyendo con miedo creciente: «… No había otra mujer que yo en la casa, el Profesor no había querido que nadie ocupase el lugar de su madre…», «… él había rezado para que se le permitiera pagar en el otro mundo por las faltas de la madre, la cual así encontraría por fin descanso…», «… el jardín de lirios blancos parecía una alhaja muy fina esa noche, pero cuando me di cuenta de que no estábamos solos, de que sombras heladas se arrastraban tras oleandros y jazmineros, ya era tarde, demasiado tarde…», «… una hija, concebida bajo los peores auspicios, los del amor no correspondido…», «… la niña más bella que jamás existiera. Pero hoy traté de matarla, ya que no se trata más que de una hembra ¿y qué se puede esperar de una hembra? de ella hará lo que quiera el primer sinvergüenza astuto que se lo proponga. Qué bochorno haber tenido una hija y no un machito, que vengara todas las humillaciones que sufrí en la vida, por tener ese punto débil entre mis piernas, que me hace presa fácil del primer perro que sepa olerme la insensatez. Y de lo único que me alegro es de no haberla escuchado nunca llamarme “mamá”, porque yo no la quiero a ella, y deseo que ella no me quiera a mí. Sí, la desprecio tanto como me desprecio a mí misma, sirvienta de un hombre y de todos los hombres…».
W218 volvió a plegar el papel y colocarlo en su sobre de archivo. Sólo entonces descubrió otro recorte, mínimo, en el fondo del sobre. Era un extracto de las crónicas del crimen nazi, recogidas al finalizar la segunda guerra mundial. Según se refería, la búsqueda de descendientes de la nodriza había constituido parte de un complot infructuoso de la Gestapo, interesada ésta en quien se había denominado «la bruja de la lectura del pensamiento». La muchacha hizo un esfuerzo —sobrehumano— y se puso de pie. Abandonó la Sala del Archivo sin saludar al bibliotecario. Un cartel indicaba cómo llegar a la Sala de Lectura.
Era allí que se encontraría con el hombre de sus sueños a las diez de la mañana siguiente, bajo una bóveda iluminada al neón. Ya estaba convencida de que él sólo ambicionaba hacerla feliz, porque sólo él podría ayudarla a salir de esa encrucijada de enigmas. La supuesta lógica de tal razonamiento la terminó de tranquilizar. ¡Por fin lo comprendía, de ahí su insistencia en aquello de adivinar o no el pensamiento de la mujer amada! Él la quería tanto que había podido olfatear el peligro que la amenazaba. Sí, a él le confiaría todo, y él, iluminado por el amor que a ella le tenía, desbarataría toda intervención del Mal. Él la amaba ¿si no cómo explicar el modo en que por otro lado adivinaba hasta su menor deseo? Había sido por temor a perder el amor de ella que no le había contado la verdad sobre sus hijos, y su esposa, de la que seguramente ya estaría por divorciarse. Era medianoche, faltaban sólo diez horas para terminar con toda angustia.
Frente al hotel no había ya guardián alguno. En su habitación, bajo la puerta, encontró una nota anunciándole que la visita a Ciudad de Acuario se daba por terminada, debido al mal tiempo reinante y al mal efecto que éste había tenido en los desaventajados componentes del grupo: el viaje de regreso se había adelantado para la mañana siguiente, en el avión de las diez. W218, por enésima vez en ese día, debió agarrarse de algo para no perder el equilibrio.