CAPÍTULO II

México, octubre 1975

Nunca se me había ocurrido escribir un diario íntimo. Quién sabe por qué. Debe ser porque no tenía tiempo, aunque pensar sí, estoy pensando todo el día. La verdad es que soy una de esas personas, o mujeres, lo cual no sé si encaja en eso de persona, que están todo el día piensa y piensa. No hago más que reflexionar todo el día, pero eso sí, al mismo tiempo que hago otra cosa. No creo que todo el mundo sea así, no, imposible. Por ejemplo, si estoy eligiendo una manzana en el supermercado, no sé, le estoy dando una importancia bárbara, como si esa manzana, al servirla en una frutera de plata, o al morderla un huésped especial, o al ser digerida por mí misma, pudiese cambiar el rumbo de una vida, o de dos vidas. Y para qué hablar del momento de decidir entre un pañuelo azul y otro celeste, bueno, allí ya se está jugando el destino de la humanidad entera. ¿Manía por la metafísica? ¿o aburrida, pavota superstición?

Antes un poco me divertía estar a merced de esas emboscadas del destino, pero en esas últimas semanas ya me han hartado. O yo me harté a mí misma con tanto peligro. Ya casi cinco semanas en cama. ¿Por qué me darán miedo los números impares? Debo estar empezando este diario por alguna razón en especial, pero no se me ocurre cuál.

Tuve que interrumpir un momento, el viento de golpe sopló muy fuerte por la ventana y se me volaron estas hojas sueltas. Me conviene un cuaderno, va a ser más práctico. Y llamé a la enfermera para que me alcanzara las hojas y entró cuando estaba contando hasta veinticuatro, que es múltiplo de dos, de cuatro, y de seis, así que seguramente este diario empieza bien. A todo esto, ¿por qué esa sensación de que los números pares traen mejor suerte?

Pero volvamos a las razones de ser de este diario. Un momento, ¿por qué digo volvamos? ¿no estoy sola acaso? ¿o este diario es una excusa para contarle cosas a alguien? ¿a quién puede ser? ¿o es conmigo misma que hablo? ¿me estoy desdoblando? ¿qué parte de mí le habla a qué otra parte? La verdad es que me cae gordo, como dicen acá los mexicanos, ese plural. En la Argentina diríamos me cae pesado. Diríamos, otro plural. Me parece que estoy encubriendo algo, mis ganas de hablar con alguien que de veras, lo pienso y lo pienso, no sé quién es. Tal vez papá, si viviera. Mamá no, porque sé perfectamente lo que contestaría a todo. Según ella una mujer tiene problemas porque quiere, porque pretende ser hombre y no mujer. Estar cuidando a mi hija, esperar todas las noches la vuelta a casa de mi marido, hoy en día, allá en Buenos Aires.

Y qué razón tiene, eso es lo errado, no aceptar nuestra condición de mujer, de muñeca sentimental, ¡qué se le va a hacer! ¿Pero por qué tanto temblor del corazón? Ay, qué tedio, ser tan sensible, o tan sensiblera. Por qué no ser de piedra, como los hombres. Pero es inútil querer imitarlos. Nos tenemos que conformar con envidiarlos. Yo y las otras, nos tenemos, y otra vez el plural. Pero no es con otra mujer que quiero hablar, porque de ellas sé todas las respuestas. Tiene que ser con un hombre. Si de veras necesitase hablar con alguien, sería porque ignoro la reacción de la otra persona, porque me intriga su respuesta ¿no?

Pozzi no puede ser. Lo conozco tanto que me animaría a prever todas sus reacciones. Debe ser con papá que quiero hablar. Cuando murió el mundo era tan distinto, yo creo que le hubiese encantado todo el circo de mi divorcio. El circo, otro modo de decir mexicano, se me han pegado tantos, en un año de estadía. En la Argentina habría dicho otra cosa. El despiole, o la milonga, o el despiporre. Me gusta decir el circo. Es una palabra positiva, un circo tiene color, alegría, emociones. Tantas cosas me caen bien de México. El acento. El tequila. Lástima que nunca se sepa lo que piensan estos tipos. Misterio. O «mosterio», como decía en broma aquella viejita, imitando a un cómico de la radio. Yo era tan chica y cuando ella decía «mosterio», me moría de risa. Cuánto la quería yo, pero venía poco a casa, era tía de aquella mucama tan buena. Qué lindo era querer tanto a alguien, lo sentía en el pecho a ese cariño, estaba llena de ese calorcito en el pecho cuando la veía, yo llevaba en el pecho no sé, un calor, ¿el pecho lleno de castañas calientes? o rosquitas recién fritas, no sé, algo con que la convidaba, y que sabía que le iba a gustar tanto. ¿Será a ella que le estoy escribiendo todo esto? No, qué ilusión, pobre vieja, no me entendería ni una palabra.

A lo mejor lo que quiero es ser chica otra vez, y hablar con ella como entonces. ¿Será eso? No creo, no, con toda seguridad. No me divertiría ser chica otra vez. Si hay algo que me divierte es tener estos problemas de mujer ya con alguna experiencia, por malas que sean, no, qué aburrido ser chica otra vez, y estar todavía sin conocer nada. Pero qué ganas de querer intensamente, así como entonces.

Ni siquiera a mí misma me puedo querer de esa forma. A mí misma menos que a nadie, porque ante todo es de mí que estoy harta, de mis reacciones ya archiconocidas, ¿pero entonces por qué las estoy anotando? Sí, lo tengo que admitir, una razón posible es el miedo, escribo para no pensar que me puedo morir. Y qué curioso, ahora no dije que nos podemos morir.

Lo indiscutible es que de a ratos siento que debo usar ese plural, así que con alguien estoy tratando de establecer un contacto. ¿Con mi anterior encarnación? una mujer que tuvo su apogeo en los años 20, digamos. Pero estamos en lo mismo, sería inútil contarle todo a una mujer de otra época, tan diferente. ¿Y por qué no? Ésa debe haber sido buena época para ser mujer, entre las dos guerras. Qué lindo ser misteriosa, lánguida, estilizada.

Ya sé lo que diría Beatriz: objetos estilizados, misteriosos, lánguidos ¡a punto de bostezar! Pero Beatriz, qué misterio de todos modos esa existencia, viviendo para sí mismas, perdidas en su propia belleza. Objetos, pero objetos preciosos. Un bibelot, un potiche. Aunque de veras suenan cómicos esos nombres ahora. Antes cómo me impresionaban. Ahora por el hecho de ser objetos, como las pobres mujeres, ya me hartan. ¿O me dan lástima? Pero somos así, inútil tratar de cambiarnos. Pero también hay que ver que es lindo estar siempre cuidándonos, y poniéndonos monas, porque es tan divertido ver que alguien se alborota por una. Claro, las feas están liquidadas, por eso joroban con el feminismo. Ahora que lo pienso cómo me gustaría hablar con una mujer de aquella época.

Pero no, me parece que no, que es con papá que quiero hablar. Pero qué empresa tan estéril. ¿O no? Veamos, ¿por qué esa necesidad? Tendrá que ver seguramente con lo que representaba papá para mí. Sí, porque en realidad yo no puedo saber cómo era. A mí me parecía tan sabio, tan justo, tan sereno, pero por otro lado que lo hiciera feliz alguien como mamá, debería hacerme sospechar. ¿Cómo le podía gustar que su mujer le dijera a todo que sí, tuviera o no razón? Para eso mejor tener un perrito, o una gata de angora, mansa y falsa hasta la médula. Ese 7 de noviembre del 59 en que falleció yo todavía no había cumplido los quince, cada vez que le decía que a mis compañeras, en ese baile de cumpleaños, el padre las hacía bailar el primer vals, sacaba la pipa de la boca y mirando para otro lado la movía en señal de que no. Le parecía ridículo, teatral, ese vals. Tal vez era porque no sabía bailar. Le voy a preguntar a mamá en la próxima carta.

Y pensar que en unos años más mi hija va a tener su baile de quince, el padre va a estar encantado de sacarla a bailar. Qué hombre convencional. Cómo me saturó. Qué mal lo recuerdo. Cómo me harta todo lo que tenga que ver con él. Y qué alivio saberlo a millares de kilómetros. Si a lo irritante de esa enfermedad tuviera que sumar el asco de verlo a él entrando al sanatorio y representando su papel de exmarido preocupado… ay, qué horror de tipo, siempre tan en papel, ¿por qué da esa impresión de que está actuando en un escenario? es como un actor que trabaja bien pero que no es natural, algo raro tiene Fito, él tiene siempre que demostrar a la gente todo lo que está sintiendo. Y yo creo que no siente nada. ¡Nada, eso es lo que está sintiendo!

Si papá hubiese estado vivo no me habría dejado equivocarme así. Quién sabe. Fito tenía sus ventajas. Tan seguro, tan protector, tan voluntarioso, tan pero tan sexy. Y tan organizado, qué horror los capricornianos. Tan fuerte, tan aguantador, claro, porque vive desde que nació —yo creo— metido adentro de esa caparazón, adonde no llegan ni las balas. ¿Y de qué será esa caparazón? Vaya a saber, pero ¡ah, ahora sé!, es como un cajón de muerto. Y por eso no siente nada, porque está muerto. Y en su cajón está solo y comodísimo. Y tanto que se jacta de que él es todo sentimientos. No siente nada, excepto por la hija. Sí, a Clarita la quiere, debo admitirlo. Eso sí es cierto en él. Si le pasa algo a Clarita él se desespera, vive pendiente de la hija. ¿Cómo puedo decir entonces que es un tipo sin sentimientos? Eso lo podría entonces decir él de mí, porque yo en Clarita nunca pienso. Ni me acuerdo de ella. Y eso que soy la madre. ¿Cómo puedo entonces hablar yo de sentimientos?

Jueves. Sigo hoy. Me decía aquella rubia tan alta del liceo que el padre se le había desmoronado cuando ella le llevó a la casa el primer pretendiente. El padre se puso como un energúmeno. Lo basureó al pobre muchacho, lo trató como a un ladrón que se hubiese metido en la casa, y después a la chica durante días no le habló. En casa mamá no pudo dormir durante semanas, cuando supo que un muchacho me esperaba a la salida del liceo y me acompañaba toda la hora de espera hasta la clase en el conservatorio. Ella tenía terror de que me hiciera algo, de que me pusiera una pastillita secreta en la cocacola, para «excitarme», como decía ella. En esa época se hablaba mucho de esas pastillitas. Afrodisíacas. Hace años que nadie las nombra más ¿habrán existido alguna vez? Es otra de las cosas que quiero preguntarle al médico.

Papá no alcanzó a conocer ningún pretendiente mío. ¿Cómo habría reaccionado? Allí está, como dice Beatriz, el adornito de la casa, con su almita de gata de angora, entre almohadones de seda, hasta que un día viene alguien y expresa la intención de llevársela a otra casa. Pero no, qué injusta soy, qué exagerada, me estoy dejando influir por Beatriz aunque no quiera. La verdad es que los padres estaban encantados de que las hijas se casaran. Lo que no querían es que los amoríos les impidiesen terminar una carrera, para que pudieran después defenderse mejor en la vida, no depender tanto del marido. Éste es un buen argumento para esgrimirle a Beatriz.

Hoy sábado 9. Retorno estas hojas, sin animarme a leer lo ya escrito. Me da miedo. ¿De qué? De parecer más tonta todavía de lo que soy. Me olvidé de encargar el cuaderno. Fito. Qué ganas de echarle en cara unas cuantas. Pero cuando lo tenía frente a mí nunca me animé a decirle lo que pensaba de él. No era por miedo ¿por qué era que me callaba? Yo creo que ese tumor me vino de acumular rabia. Lo que no sé es si me lo trajesen delante ahora ¿me animaría o no a decirle lo que pienso? Según él divorciarme para mí fue un paso atrás. Me gustaría aclararlo bien, acá en este papel, el hecho de que fue una evolución. Porque hubo cuestiones, pasos adelante muy claros en todo esto. Y los quiero enumerar. No quiero dudas inútiles. Esas dudas hacen perder tiempo, me enredan, no me dejan seguir pensando. Pero por dónde empiezo, ésa es la cosa. Punto principal ¿cuándo me convenció de que él iba a mandar en la casa? No, me convenció de otra cosa, de que convenía que él mandase.

Me da rabia de sólo acordarme. ¡Qué tipo repelente! Claro que en un hogar conviene que el hombre lleve la batuta, porque es más estable, más racional que la mujer. Pero claro, no tiene que tratarse de un badulaque como Fito. Un hombre, de veras. ¿Tendré en mi vida un hombre de veras alguna vez? Antes de Fito no había habido nadie, noviecitos del secundario. Él ya terminaba ingeniería, «qué importa que Letras no dé plata, el puchero lo voy a parar yo en casa, y si querés terminar la carrera la terminás, pero no quiero esperar más para casarnos». Entonces el primer mal paso está ahí: elegí una carrera que no daba dinero, no ¡dos por falta de una! Letras y el piano, pero eso fue para darle el gusto a papá. Una carrera como Letras no daba dinero, claro, no para mantener el tren de vida a que estaba acostumbrada: dos personas de servicio, abonos de ópera, veraneo de tres meses en el mar. Primer mal paso, carrera equivocada. ¿O me equivoco al creer que ese nivel de vida era tan fundamental? Sí, era fundamental, estaba acostumbrada a eso. Y él me lo podía proporcionar. Y además él me gustaba tanto. Tanto. El toqueteo. Que me besara. Que me raspase con los bigotes. Pero alto, porque de ahí no se pasaba.

Pensándolo bien, aunque yo no hubiese estado acostumbrada a tanta comodidad en casa, lo mismo habría caído en la trampa de Fito. Habría aceptado cualquier condición —matrimonial, claro está— que él hubiese impuesto. Porque me moría de ganas de él. Entonces… el primer mal paso fue no haberme sacado las ganas de él, libremente, sacarme de encima esa fiebre, bajarla hasta un grado razonable. Y recién entonces tratar de verlo como era realmente, ¡conocerlo! no imaginármelo, que tenía todas las virtudes de este mundo.

Pero no es cierto. Toda influencia de Beatriz. Es inútil querer pasar por algo que no soy. ¿Para qué escribo este diario entonces? Para decir la verdad, creo. Si empiezo por mentirme a mí misma no voy a llegar a ninguna parte. Lo que más me gustó en mi vida fue el toqueteo con Fito. Fue lo más excitante y divertido. Y los primeros meses de casada. Entonces no es cierto que tendría que haberme sacado las ganas antes. La primera noche de casados, y todo lo anterior, el casamiento de blanco fue un sueño. Que después todo se haya echado a perder no me tiene que hacer olvidar lo divino que fue el principio, sería injusto de mi parte. De soltera era divino excitarse con Fito en casa de mamá, hasta más no poder, y después quedarme sola pensando en lo que me esperaba de casada. Sola en mi camita imaginándome las delicias del amor. Y después la realidad superó todo. Lástima que por poco tiempo. Tendría que conformarme con ese recuerdo ¡quién me quita lo bailado! Pero es que duró tan poco…

Qué pinche destino. Pinche, como dicen acá. ¿Cómo se diría en la Argentina? ¿boludo? pero boludo es lo opuesto de vivo, lo que todos los argentinos quieren ser. En cambio pinche es ser miserable. Ahora que pienso, miserable es lo que ningún mexicano quiere ser. Y resultará una pavada pero me gustaría creer en algo como antes creía en el amor, en lo bien que me iba a ir en el amor. Qué imaginación tenía entonces, cuando soltera. Bueno, ahora también, pero para cosas feas, para asustarme. Para imaginar cosas muy lindas ya no. Sí, ahí di en el clavo, lo que se me apagó es esa lamparita, porque para desear algo con muchas ganas, para ambicionar algo, luchar, hay que creer ciegamente en eso. Bueno, es lo que se dice, creer, pero creer en algo que todavía no es una realidad, bueno, eso no es creer, eso es soñar. Bueno, tampoco es soñar, eso, eso es otra cosa. ¿Qué es? Bueno, debe ser… ser capaz de imaginarse algo. Antes yo era capaz de imaginarme cosas sensacionales. Ahora ya no. No es que no quiera. Sencillamente la imaginación no me da.

Pero me estoy yendo por las ramas, de lo que quiero hablar es de los malos pasos. Quedamos en que al fin de cuentas el primero no había sido no tener relaciones antes de casarme. ¿Cuál habrá sido entonces el primero? Ay, estoy un poco cansada. Mejor sigo mañana. Me gusta estar cansada, de tanto haber escrito. Me da la impresión de que me gané el sueño, como cuando trabajaba. Qué lindo era eso. Me gustaría acordarme de esa época, pero falta un poco, eso viene después. Me voy a dormir.

Domingo. Cuestión malos pasos, yo creo que no es cierto lo que puse ayer, que necesitaba tantas cosas para vivir, tanta plata. Necesitaba menos, con dictar algún curso de escuela secundaria me hubiese bastado. A ver… sin hija, sin tener que mantener a padres, ¿con qué me habría alcanzado? Tener un departamento chico donde estar tranquila, eso era todo, como lo tuve después de separarme. Ni coche, ni vacaciones especiales. Ni líos de ropa cara. Yo tenía tan buena facha. Seguro que igual no voy a quedar, después de esta peste. Justo a esta edad tan delicada, al borde de los terribles treinta. Pero tal vez no sean tan terribles. Al contrario, es cuando una empieza a saber lo que quiere.

Ah, lo anoto antes de olvidarme. Anoche antes de dormirme, me di cuenta de cuál fue el momento exacto en que a Fito lo desahucié. Porque a pocos meses de casada yo amanecía a veces con dolor de cabeza, y no sabía qué me podía haber hecho mal, alguna comida, me devanaba los sesos pensando qué podría ser. Y un día me di cuenta que el dolor me venía desde la mañana si esa misma noche me tocaba dar una comida en casa, porque Fito me había pedido que invitásemos a algún ejecutivo con la mujer. Fito estaba empecinado en que convenía invitar al presidente de tal compañía, al gerente de tal otra, etc., etc. Un día, inolvidable, me mostró una lista que había hecho, con nombres de ejecutivos importantes de toda la República. Ya no se conformaba con los de Buenos Aires. Su plan era abarcar todo, estar en buena relación con todo el país. Casi me desmayo al leer la lista, estaba escrita a máquina, por la secretaria, colocada en una carpeta con título. Sr. y Sra. Lucarelli. Y salió con la suya, todos lo estiman, y está al tope en su ramo.

Y ese día tuvimos la primera pelea, la primera discusión seria. Me prohibió que volviera a quejarme de la estupidez de nuestros invitados, ejecutivos y consortes. Yo no podía dar crédito a mis oídos ¿por qué lo ofendía tanto que yo criticara a esa gente? ¿acaso no era todo un jueguito comercial y nada más? Qué feo es eso, la primera vez que pasa, ahí encerrada en el dormitorio, como en un ring de box, o peor, la arena de los romanos, con la fiera ahí delante, que por fin muestra los dientes. Durante años me pregunté por qué se había enojado tanto ese día.

Mamá me dio una explicación, en épocas de los trámites de separación. Según ella, si él se había identificado con esos invitados imbéciles, era con toda razón, porque él era igual que ellos. A mí me dio mucha rabia porque mamá me lo dijo en defensa de él, echándome la culpa de deshacer un hogar sin razón alguna. Según mamá él era igual a los demás, y yo era la distinta, o la que pretendía ser distinta, que en el fondo no lo era porque me gustaba vivir bien. Y según ella él no me había engañado nunca, él había sido siempre así, y ahora me tenía que conformar, porque maridos perfectos no existen. Lástima, porque yo me lo había imaginado tan distinto. Y con lo mal que iban las cosas lo mismo permití que naciera Clarita. Me imaginé que de esa manera todo se iba a arreglar. Me lo imaginé tan lindo, como iba a ser la casa con un bebé.

Interrumpí porque vino Beatriz. La ocurrencia que tuvo, al verme peinada con raya al medio, y el pelo suelto sobre los hombros, me dijo algo que hacía años no me lo decían más. Que estaba igual a Hedy Lamarr. Hace tanto que no veo fotos de ella, de chica siempre siempre me lo decían, claro, ahora ella no trabaja más y la gente no se acuerda. Con toda aquella historia del marido que la tenía encerrada. Beatriz dice que se tendría que estudiar el caso de ella, porque estando casada con uno de los hombres más ricos del mundo, prefirió escaparse de la casa para hacer su carrera de cine. Una de las actrices más monas que hubo, si no la más de todas. ¿Estará mona todavía? Me gustaría ver una foto de ahora, puede darme una idea de cómo voy a ser yo a su edad. Antes me daba horror pensar en mí misma de vieja. Ahora no. Vaya a saber por qué una cambia. Que vengan cumpleaños, que se amontonen. No quiero morir joven. ¿Cuándo me darán de alta? ¿por qué tardo tanto en mejorarme? ¿llegaré algún día a mejorarme?

Lunes. Me armé de coraje. Leí lo que llevo escrito. Ante todo prometo nunca más ponerme dramática porque voy a terminar mal así, si hago este diario es para no deprimirme. Después me tuve que reír sin ganas: resulta que me había propuesto dejar bien aclarados los pasos de mi evolución. ¿De qué evolución me están hablando? Si di algún paso fue para atrás, como el cangrejo. Fito se alegraría. Pero atención, apenas si estoy empezando a aclararme todo este rompecabezas.

Bueno, hoy no me voy a ir por las ramas. Clarita. Si a mí me llega a pasar algo queda a merced del padre. No hice bien en dejársela, no hice bien en dejar que él le inculcase todas sus pavadas. Clarita lo adora, pero cuando sea grande quién sabe, si se da cuenta de lo hueco que es el pobre. Tal vez salga igual a él. De todos modos es a él a quien quiere, no a mí, la chica no me quiere, no supe conquistármela. Ni quise. Seamos sinceros. Y otra vez con el plural ¿a quién será que le estoy queriendo hablar? ¡Tengo que saberlo!

Martes. Tengo un ratito antes de que venga Pozzi. Con él habrá que hablar claro. Lástima, hoy tenía ganas de pensar en cosas agradables nada más. Y va a ser todo lo contrario. Pero cuando él se vaya voy a hacer una lista de cosas lindas, si me quedan fuerzas. En primer término el año 71, lo bien que me fue después del divorcio cuando por fin empecé a trabajar. Y después, de Pozzi, pero lo bueno nomás. ¿Y qué otra cosa me pasó, buena cien por cien? ¿nada más? No me puedo acordar quién me dijo que hay que hacer listas de las cosas lindas que a uno le han ocurrido para no olvidarlas, porque el ser humano tiene tendencia a acordarse de lo malo nomás. Quiero poner todo el año 71, del nombramiento en el Teatro Colón de mi profesor del Conservatorio de Música. La invitación a trabajar con él. El trabajo, el entusiasmo, la cosa más linda del mundo. El día entero en el teatro. Organizar más y más cosas, ¡los ciclos populares! Si yo me las arreglaba podían ver una ópera divinamente cantada dos mil personas en vez de trescientas. Lo cual era más gratificante (este término se me pegó de Pozzi) que sentarme a tiempo a la mesa de Fito. La separación. Pozzi. Juan José Pozzi una vez por semana. Mi hija dos veces por semana. Ay, si pudiera hacer un trabajo igual en México. Quiero hacer cosas lindas, quiero sanarme, quiero trabajar. Una vez en pie a mí no me para nadie esta vez. No puede ser que tenga la mala suerte de que se me cruce, no sé, otra piedra en el camino. Da miedo pensar en ciertas cosas, el diablo por ejemplo, aunque una no crea. Tener que dejar todo, país, amigos, porque se cruza el diablo.

—La verdad es que desde el día que te presentaste acá, yo no me estoy sintiendo bien.

—Porque te asustaste con lo que te dije… pero hacés mal, Ana, muy mal, en asustarte.

—¿Cómo no me voy a asustar? Empezando porque a ese hombre yo le tengo terror ¿me entendés? terror.

—Alejandro no te…

—¡No me lo nombres!

—Él no te puede hacer nada, ya. Vos lo llamás, le decís la verdad, que estás internada, que te han sacado un tumor, que tenés miedo de no curarte.

—Que no es cierto, los médicos todos dicen que no hay el menor peligro.

—Pero qué importa eso, vos podrías tener miedo lo mismo. La cuestión es que él vendría a verte inmediatamente, si sabe que vos lo querés ver otra vez.

—¿Vos Pozzi qué sabés? Puede estar con otra mujer ahora.

—Todo eso lo tenemos bien investigado. Él sigue con tus fotos en la casa, en la oficina, y no se le conoce ninguna otra mujer. Está completamente entregado a su trabajo y nada más.

—No creo que se vendría desde Buenos Aires, porque yo lo llamase.

—Todos estamos seguros de que sí, vos bien sabés que está como loco por vos.

—¿Y en qué momento lo secuestrarían?

—Algunos días después de llegar.

—¿No en seguida?

—No, porque entonces se podría sospechar de vos.

—Entonces yo lo tendría que ver.

—Una vez… o dos.

—Imposible.

—No le tocaríamos un pelo. Lo que queremos es el canje por nuestro compañero.

—De mí irían a sospechar, a la fuerza.

—No. No necesariamente.

—Pero me interrogarían, eso seguro.

—Y vos decís la verdad. Que era un amigo tuyo, un pretendiente, y que le telefoneaste para decirle de tu enfermedad. La verdad. Porque ahí está el detalle, vos tenés que decirle que te sentís mal, no que venga. Vos hacés así: lo llamás y le decís que te sentís mal… y sin ningún amparo de amigos, de familia. Poco a poco se lo vas diciendo. Que tenías necesidad de hablar con un amigo. Él entonces te va a decir que se viene a verte.

—¿Y si no me lo dice?

—Seguro que te lo dice. Vos, eso sí, no tenés que pedirle que venga. Que lo diga él. Entonces le contestás que no, que no venga. Y él se va a venir.

—¿Y si las cosas se complican? Yo lo detesto con todas las fuerzas que tengo, o que me quedan, pero tampoco quiero que le pase algo. Algo serio, que lo maten.

—No le va a pasar nada. Te prometemos una cosa, y esto va en serio: si el canje no se hace, si algo no funciona, lo dejamos libre.

—Eso lo decís vos, ¿pero y tus otros… compañeros? o no sé cómo se dice, cómo se llaman entre ustedes.

—Compañeros está bien.

—¿Y a vos Pozzi no se te ocurrió nada mejor que meterme en este lío?

—Si querés saber una cosa, a mí no se me ocurrió.

—Pero le diste vía libre al asunto.

—No tenés que pensar mal.

—…

—Anita. De ese modo podríamos recuperar a alguien muy valioso.

—No digas podríamos, yo ni sé quién es ni vos me lo querés decir. Vos sabés que de política yo no entiendo demasiado. Si me fui de la Argentina es por otra cosa. Pero era un asunto personal, yo en política no me metí ni me meteré jamás. Porque no la entiendo.

—Al resistirle a ese tipo ya te metiste en política.

—Qué tiene que ver…

—…

—¿Llamaste a Beatriz?

—No.

—Es muy buena persona, te caería bien.

—No tengo la cabeza para ver gente.

—¿Y fuiste a las Pirámides?

—No, es que ando nervioso, Ana. Estoy pendiente de que me llames, todo el día.

—¿Pendiente de mí?

—Bueno, de que tomes una decisión.

—…

—Él actuó mal con respecto a vos, ¿sí o no?

—Sí, eso sí.

—Y vos tomaste una posición frente a él, que es la del exilio.

—Yo no soy una exiliada política.

—Vos dirás lo que quieras, pero eso es lo que sos.

—Yo no te entiendo, Pozzi. Si yo no le tengo simpatía a tus peronistas de izquierda ¿cómo te podrías esperar que colaborase?

—Ya te lo dije el primer día, que antes de tomar ninguna decisión me dejes que te explique lo que es nuestro movimiento.

—No, ni loca, si te dejo hablar ya sé que voy a terminar dándote la razón.

—Por algo será…

—Pero es que vos sos buen abogado, y me podés hacer ver lo blanco negro, yo te conozco.

—…

—A vos lo que te importa es tener razón, no, qué estoy diciendo, ganar la discusión, eso es lo que querés. No sos sincero cuando te ponés a discutir.

—Tendrías que escucharme, no está bien que te cierres así.

—No me interesa ese tema, nada más que eso.

—Yo lo veo de otro modo. Querés estar aparte, como estaba aparte de la política la mujer de antes.

—Yo no soy una mujer de antes.

—En cierto modo sí, tu pasividad en cuestiones de política… ¿eso qué es?

—Por algo estoy acá, y no en Buenos Aires. Si hubiese sido tan pasiva me quedaba allá.

—Te podrías haber quedado, le podrías haber hecho frente allá, a Alejandro.

—Por favor ni me lo nombres.

—…

—Veo que no te importa en lo más mínimo que yo esté convaleciente.

—Vos sabías que contabas conmigo incondicionalmente allá, no te debías haber ido.

—¿Incondicionalmente para qué? ¿para una o dos citas por semana?

—Hiciste mal en venir acá, el exilio se justifica nada más que cuando en tu país has agotado toda posibilidad de acción.

—Pero hay que tener de aquello para dejar todo y empezar de nuevo.

—¿Qué? ¿cojones?

—Sí.

—Decilo entonces. Algunas mujeres ni se animan a decir las cosas por su nombre y se creen liberadas.

—Qué agresivo…

—Con vos quiero ser lo más directo posible, sabés como te quiero, con vos no puede haber malentendidos.

—Yo lo que sé es que si te ponés grosero es que vas perdiendo, mirá si te conozco.

—…

—Pero tendrías que aprovechar ya que estás acá en México, para conocer un poco. Las Pirámides y el Museo de Antropología por lo menos, tendrías que ver.

—…

—Después cuando estés de vuelta en Buenos Aires te vas a arrepentir de no haber visto nada.

—Sí, hago mal, tenés razón.

—Un poco de distracción te va a venir bien.

—Es que yo estoy seguro de que si me escuchases… Ya te lo dije el otro día, lo que te pido es que me escuches. Con calma. Yo te quiero explicar qué es lo que se propone este movimiento. Y yo sé que políticamente te va a parecer bien.

—Pozzi… me has hecho venir dolor de cabeza.

—Yo no te puedo insistir más, si querés en cualquier momento… yo vengo y te expongo todo el asunto. Y vos después decidís.

—Pero ahora no.

—Pensalo, pero mañana a más tardar me tendrías que contestar.

—Perdoname, pero si seguimos hablando un segundo más me empieza el dolor, yo sé cómo es.

—¿Te dan calmante?

—Sí, pero no puedo pedir a cada rato. Es droga fuerte, no es pavada. Por favor, no me hagas rabiar otra vez así.

—Perdoname.

—Eso es lo único que vas a conseguir conmigo, que me empeore.