CAPÍTULO V

Viernes. Hoy le toca turno a las cosas lindas de Pozzi. ¿Fue importante el primer día? No creo. En el café de la Facultad. ¡Ah! anoche me quedé pensando en una cosa, ¿yo le pagaba a Fito con mi cuerpo o él me pagaba con el suyo? Mientras pude tener ese placer con él sentía que lo quería, a la noche. Pero lástima que el día era tan largo, y eso no duraba más que unos minutos. Bueno, los domingos a la mañana era más largo, casi toda la mañana, retozando sin apuro. Pero todo el resto del día había un precio que pagar. Tan alto. ¿Cómo Beatriz pudo pensar que dejé de quererlo porque eso empezó a fallar? Eso yo lo tengo bien claro.

Y aunque aquel placer de los primeros meses hubiese seguido ¿después por qué tenía yo que pagar, con mi dedicación a la casa? ¡Que pagase él! para eso yo era mona, o soy todavía. Sí, claro que yo pagaba, porque el cuidado de la casa me hartaba y para mí lo de la noche venía a ser la recompensa, el pago que él me hacía. Pero esto es un lío. Me estoy contradiciendo. Él no me pagaba, yo le pagaba a él, eso es lo que quiero dejar sentado. Si yo hubiese estado soltera me habría pasado el día mucho mejor, como después cuando divorciada. En fin, no es un disparate cuando digo que yo le pagaba a él. Y si él quería tener en la casa a una mujer de mis quilates, tendría que haber sido él quien pagase. Si, él mantenía la casa, pero yo era la que tenía todo marchando, para tener una casa bien organizada hay que estar pendiente todo el día, aun con personal de servicio. Yo entonces venía a ser el ama de llaves durante el día, y la prostituta ahí contratada todas las noches. Y lo que me daba era la comida y la ropa. Y eso quedó bien al descubierto cuando me separé, porque como yo me quise ir tuve que aceptar que no me pasase un centavo. Así que yo tenía que aguantarme las comidas de los estúpidos que él invitaba, y hacer todo lo que él quería. Y lo único que yo sacaba en limpio de todo eso era los buenos ratos de la intimidad. Así que en realidad yo le pagaba a él con mi trabajo, con mi dedicación a la casa, yo le pagaba para que a la noche me hiciera ese favorcito. Más pienso, más rabia me da. ¡Yo quiero que me paguen a mí! Ya que soy mujer, y objeto, según la onda más moderna, quiero ser pagada y bien. ¡Por lo menos eso! Cuando salga de esta clínica me tengo que definir, o me hago marimacho como las feministas, y eso jamás, o me dedico a hacerme pagar bien. Claro que a los treinta ya no es lo mismo. ¡Si pudiera volver a empezar con veinte años! ahí sí que me cotizaría. Que paguen, si no en dinero, que de veras no me importa, que paguen en atenciones, en esperas, porque yo no me voy a prodigar más gratis. Y menos que menos pagar yo.

Me sigo yendo por las ramas. Y las ramas secas. En vez de anotar cosas agradables para levantar el ánimo. Un momento regio: cuando entendí todo lo que Pozzi me explicó de esas últimas teorías de psicoanálisis. Fue en el primer mes de sus visitas al departamento. Otro momento regio: la corbata nueva. Pero eso pasó antes. A ver si me acuerdo por orden. En la primera salida no fue. Las cosas agradables se me borran de la memoria ¿por qué? Voy a hacer un esfuerzo y me voy a acordar. Primera vez que vino a casa: ¡apareció con corbata nueva! se vendió solo, me quería impresionar ¡qué momento regio! Pero no es cierto lo que digo, ése no fue un momento regio. No hubo tantos momentos regios. Con él nunca los hubo, salvo aquella noche después del seminario. Y no por él, fue por las ideas esas que me explicó.

Cuando Beatriz me preguntaba, ahí me di cuenta que él nunca me había terminado de convencer. ¿Por qué? ¿acaso no tiene todo para convencer? Es buen mocísimo, es simpático, es inteligente, es sensible, siempre tiene tema de conversación, es sexy, tiene buen corazón ¿qué le falta entonces? Nada. Entonces no hay duda que es mi culpa, que yo no puedo sentir nada por nadie. Pero no ¡no es cierto tampoco! ¡sí que siento! ¡siento desesperación por encontrar a alguien, al hombre que cambie todo esto! y si me pongo a pensar, y buscar lo que hay en lo más hondo de mí, y si me concentro, como en este instante, si me concentro totalmente, casi lo veo a ese hombre. Es un hombre al que admiro, y yo voy por una calle, voy a mi casa, o a mi trabajo, o de compras, y lo veo a él y me olvido de lo que tenía que hacer, me olvido de dónde voy, y se lo pregunto a él, y él se da cuenta de que estoy perdida, he perdido mi camino, y me he perdido del todo, porque no me acuerdo de quién soy, no me acuerdo de que soy linda, de que soy orgullosa, de que no me voy con el primer hombre que encuentro, y él me lleva a su casa, una casa antigua llena de libros, y con un piano de cola, ventanales a un jardín muy espeso y medio en sombras, y alguien está tocando el piano ¿la madre? ¿la mujer? Y ahí él se da cuenta de que no puedo entrar yo en la casa, y él se va conmigo, tratando de que nadie lo reconozca, y nos vamos a un lugar desconocido, y un día él se pierde por la calle, como yo, porque no conoce el lugar, y se olvida de dónde iba, y pregunta el nombre de las calles y nadie le sabe decir, porque él no se acuerda de dónde iba, y le preguntan quién es y tampoco se acuerda, o es que no lo quiere decir, vaya a saber. No, si se pierde por la calle no lo voy a querer tanto, es posible que ya no sienta tanto por él, no, estoy segura, ya no siento nada por él.

Estoy loca, escribir cosas sin sentido. Pero la verdad es que mientras se me ocurría todo eso… estaba segura de que a ese hombre desconocido lo quería con todas mis fuerzas. ¿Cuál es la falla de Pozzi? Sigo para ver si me doy cuenta. Aquella primera visita a casa: me elogió la decoración del departamento, no fue nada sonso, se dio cuenta de cuáles eran las cosas buenas. La deducción fue fácil: se vestía mal por descuido, porque buen gusto tenía. Me hizo contarle todo de mi vida. Se fue muy tarde sin que sucediera nada más, hablar y hablar. Yo estuve muy fría ¿por qué fingí? Porque estaba que me moría de ganas que pasara algo, y tener otra experiencia que no fuera Fito. Pero mantuve las apariencias. Estaba bloqueada. Cuando se fue me arrepentí.

Siguiente encuentro: no sabía cómo hacer para llamarlo, se me ocurrió una idea genial. Lo llamé para ofrecerle entradas de ballet, un sábado a la tarde para toda la familia, un palco. Dejé el sobre en boletería así que quedó todo elegantísimo, no tuve que conocer a la mujer ni nada por el estilo. Él me llamó después para agradecerme y arreglamos cita en casa. Para desquitarme decidí que le iba a preguntar yo a él, de su vida. Ah, ahora me acuerdo por qué la primera visita a casa terminó tan fría. Es que él me preguntó si yo me había divorciado porque había surgido otro hombre, y no me quería creer que había sido por otras causas. Como si siempre tuviese que haber un hombre de por medio, me dio mucha rabia, yo le aseguraba que no había habido un tercero y él me miraba con una risita, incrédulo. Y después pierdo el hilo, no me acuerdo dónde nos vimos, si fue en el mismo restaurant de la primera vez.

«Cena», me contó todo, de su pueblo a media hora de Buenos Aires, y se enojó porque le dije que era un barrio de Buenos Aires. ¿Quilmes un barrio de Buenos Aires? A mí me da envidia la gente que quiere mucho al lugar donde nació, y mientras comíamos Pozzi me estaba contando de su vida, que el padre tenía rotisería, que estuvo de novio con su mujer desde los quince años, hija de escribano. Que había empezado a trabajar antes de recibirse de abogado, a pesar de que en la casa tenían para pagarle la carrera. Y que actualmente aparte de ejercer en una firma comercial hacía otro trabajo. Y no me quería decir qué. Un trabajo social, creo que me decía. De golpe lo dijo, defensa de presos políticos que no pueden pagarse un abogado. No me pude contener y le di un beso en la boca grasienta, creo que de pollo a la cazadora. A una generosidad quise contestar con otra generosidad. Porque lo de él sí me pareció una muestra de generosidad. Entonces bajé de mi pedestal y lo besé. Qué estupidez. ¿Pero no está bien alguna vez seguir un impulso? Pero la verdad es que la mujer cuanto más pasiva mejor, más elegante, ¿o no? De todos modos no recuerdo ese momento con alegría, no, me da vergüenza recordarlo, debo ser sincera, me veo ridícula dándole ese beso. ¿Por qué? ¿estuve ridícula de veras? ¿por qué me da vergüenza ese beso? Todo chorrea de grasa, la rotisería del padre, el pollo a la cazadora, ¿o soy yo que no hago más que afear todo, hasta los recuerdos? Esa noche fuimos a casa. Después vinieron los malentendidos de la cita siguiente, eso no fue agradable y después lo del seminario, que sí. No quiero anotar cosas desagradables. Una noche él tenía que ir al seminario sobre Lacan, era una vez por semana. Yo le pedí que faltara, qué tontería. Él me invitó a ir con él. Fui y no entendí una sola palabra. De ahí directo a casa, tenía preparado algo frío para comer. Me largué a llorar, de vergüenza por no haber entendido nada. Él me explicó todo lo que habían visto en el seminario desde el principio y lo entendí perfectamente. Hablamos, le hice observaciones que le parecieron inteligentes. Tratamos de aplicar una de esas teorías sobre no sé qué del niño y el espejo, a gente conocida nuestra, y se nos hizo de día, hablando. Vimos amanecer. Y ahora no me acuerdo más de esas teorías, en aquella época me compré un libro en el que se explicaba todo, pero vinieron los líos del viaje y allá quedó el libro. Qué lindo que es cuando vienen esas ganas de saber. De elevarse. Creo que uno de los momentos más denigrantes, más inmundos de mi vida fue aquella vez con Fito. Cuando me gritó porque yo a veces en la mesa no me acordaba cuál era la empresa del ejecutivo que teníamos invitado. Y yo le pedí disculpas y le prometí estar siempre informada. Qué modo de rebajarme ese imbécil. Qué ganas de matarlo en este mismo momento. Lo estrangularía. Qué basura, dejarme con esta rabia de no haberle contestado lo que se merecía. ¿Qué le tenía yo, miedo físico? ¿por qué una a veces se deja basurear de ese modo? ¿de dónde viene ese miedo que paraliza? ¿de dónde? ¿miedo a un golpe? ¡si jamás me pegó ni me amenazó! ¿a qué viene entonces ese miedo infame? No veo otra explicación: porque el hombre aunque no amenace puede pegar, y es mucho más fuerte. Y una mujer no tiene más remedio que sentirle miedo porque frente a frente no tiene ninguna chance de ganar, porque la naturaleza lo quiso así. Naturaleza perra, inmundicia ¿por qué tiene que poner a la mujer en semejante basura de situación? ¿eh, por qué?

Qué gano con ponerme nerviosa. Tampoco hay que exagerar. «Todo en vos es una exageración», una de las frases que más me ha repetido mamá en su vida. Sobre todo cuando nació mi hija. Porque con Clarita pasé de estar desvelada toda la noche por cuidarla, a nada, a dejar que la cuidaran otros. En los primeros meses de vida yo no dormía preocupada porque le pasara algo, que si respiraba bien, que si tenía frío, que si tenía calor. Mamá me lo anticipó, que me iba a volver loca si me seguía preocupando así. Y sí, me volví loca, por algún lado tuvo que reventar la cosa. Bueno, o no, o me volví cuerda. En esos primeros meses a mí me trabajaba tanto la cabeza, tuve siempre tanta imaginación, pero tan malgastada ¿no? Las enfermedades, me imaginaba toda clase de cosas que le podían atacar a Clarita, esas corrientes de aire tan traicioneras, ventanas que se podían abrir a la noche misteriosamente y ya entraba un frío de pulmonía. Si no fuera por Pilar… Cuarenta y pico de años, de la provincia de San Luis, soltera, con la madre que se le acababa de morir. Eso es lo único que le tengo que agradecer a la familia de Fito, la niñera. ¿Qué hubiera sido de mí sin ella? Yo la vi agarrarse a Clarita, como a una tabla de salvación. Dicen cada cosa esas provincianas, según ella le había jugado meses y meses un mano a mano a la muerte, y había perdido, por eso le gustaba tanto cuidar a una criatura, después de estar cuidando a una vieja. ¿Cuánto tardé en darme cuenta? Unos pocos días me parece, o de un minuto para otro, y ya supe que Clarita estaba a salvo, y ni pasó otro minuto que ya había decidido volver a la Facultad ¡después de casi tres años! A veces me funciona la cabeza como una computadora, qué vergüenza. Cuando se dice que una persona es calculadora se quiere decir eso ¿no? No me gusta admitirlo pero de veras fue así.

Pero una cosa es ser organizada y otra ser calculadora. Pozzi me lo dijo, que yo era una máquina y que organizaba mi semana como, no me acuerdo lo que me dijo, como una hormiga no, pero algo desagradable era. Claro, él podía organizar su semana y yo no. Otra palabreja que él usaba era «manejadora». Que yo lo quería manejar a él como manejaba los encuentros reglamentarios con Clarita. Por ejemplo me acusaba de hacer coincidir los días que veía a Clarita con días que hubiese función de tarde en el Teatro. No era para estar en mi trabajo y verla a ella de paso. Yo no tenía necesidad de estar durante la función. La verdad es que yo quería educarle el gusto, empezar por ballet, y después, si le gustaba, seguir con un poco de ópera, y después conciertos. A una chica de cinco años, ya le puede empezar a gustar la música. Pero Clarita no se interesó. Le gustaba sí estar en los palcos mejores, ella conmigo y mamá, las tres solas en un palco para seis, a nuestras anchas. Pero yo la veía que se distraía, que a veces no miraba al escenario. Fue Pozzi quien me lo dijo, cuando le conté, quien me anticipó la razón. Me propuso que un día le regalara entradas a Clarita para ir con el padre. Yo la había llevado a Cascanueces, a La bella durmiente, cosas más para chicos, que le tenían que gustar más. Esa semana siguiente no había más que Giselle, que es menos variada. Me dijo Fito que la chiquita se había enloquecido de gusto. Y cuando se lo pregunté a ella me dijo que era mucho más lindo que los otros ballets. Huelgan los comentarios. Y con la ropa igual, lo que yo le compraba… rara vez se lo quería poner. Y para colmo lo que le compraba la madre de Fito era de un gusto horrible. Qué tortura ver a mi propia hija mal vestida. Y al teatro dejé que la siguiera llevando Pilar, en mi lugar. Por eso me da tanta rabia cuando dicen que los chicos tienen un olfato especial, infalible, para saber quién los quiere. Yo la quería, porque una madre no puede no querer a su chiquita, y monísima como ella, y si yo quería por sobre todas las cosas el bien de ella, ¿por qué Clarita tenía tantos problemas conmigo?

Pozzi nunca entendió eso. Según él la chica no me perdonaba que me hubiera ido de casa. ¿Qué sabía él? Para Clarita su madre fue siempre Pilar, eso yo siempre lo supe, pero conmigo tendría que haber sido más cariñosa de todos modos. Fito, en cambio, en cuestiones de la hija siempre se portó bien, y me la dejó ver cuantas veces se me ocurría. Pozzi a veces habla por hablar. Una cosa buena de Fito es que le gustaba que yo tuviese todo planeado de antemano. Tal vez si yo lo hubiese sabido tratar, si yo le hubiese sabido hablar, él habría cambiado. Pero no, él también tiene su modo de ser, y vaya uno a cambiarlo. No, el error fue casarme con él. Pero en cierto modo era un hombre razonable. Y Pozzi a veces no, con la idea fija de que si Clarita hubiese sido varón yo habría querido tenerla conmigo, qué terquedad. La próxima vez que venga voy a ser inflexible con él, lo juro. Y la verdad, no creo que Fito haya querido mortificarme, él de veras creía que lo de las comidas era importante. La culpable fui yo de no decirle lo que pensaba. Y así fui juntando bilis. No hay nada peor que no hablar. Pero a mí cuando algo me da rabia me quedo toda bloqueada y nada más. Tal vez ahí debe estar la diferencia entre el hombre y la mujer, que la mujer es toda impulso, toda sentimiento, y se deja consumir por la rabia, en vez de decir lo que piensa. Pero la verdad… es que yo en esos momentos no pienso. Cuando alguien me lleva por delante no pienso. Se me sube la sangre a la cabeza y nada más. Una reacción típicamente femenina. En cambio un hombre, justamente cuando alguien trata de llevarlo por delante es que se agranda. Eso habría que admitirlo, que una ya nace así. Beatriz dice que así no nacemos, que así somos educadas. Yo creo que es cosa de la naturaleza.

Y es lógico, porque si una es atractiva para ellos es por la sensibilidad, por lo tierna que una puede ser, entonces una no puede ser toda cerebro. Se es una cosa o la otra. Si no, no habría atracción entre los sexos. Uno aporta una cosa y el otro otra. Pero entonces no tendría que darme rabia cuando tratan de llevarme por delante. Y además lo consiguen. Pero ahí está la cosa, lo que pasa es que un hombre de verdad, o un hombre superior, digamos, no superior a mí, porque entonces Beatriz tendría razón, y no tiene razón, sino superior de otro modo… Bueno, mejor empiezo de nuevo.

De todos modos está mal meterles en la cabeza a las mujeres que son iguales a los hombres, está mal, está mal y está mal. Porque somos distintas. El lío es que se necesita de un hombre muy especial para que nos aprecie, nos comprenda. Otra vez el plural. Y si de algo estoy segura es que con mujeres no me interesa hablar, ¿acaso se le habla a un florero? Un hombre que nos comprenda, decía, y no se aproveche de nuestras debilidades. Un hombre superior. Es con él que quiero hablar, me parece. ¿Y me tocará la suerte de conocer uno así alguna vez? Porque existir, claro que existe.

Beatriz no me puede entender, está en otra cosa. También la verdad es que no me puede entender porque yo no le cuento todo. ¿Por qué será? ¿será vergüenza? ¿o por lo mismo de siempre? ¿así como no me animé a hablar frente a frente con Fito, tampoco me animo a hablar con ella? ¿y conmigo misma? en este diario de Alejandro nunca hablo, así que ni siquiera frente a mí misma tengo valor para hablar cuando ¿cuándo qué? Tal vez si supiera quién es esa persona a quien le quiero hablar, tal vez entonces me atrevería. Ese hombre superior. ¿Pero dónde está? ¿por qué no me da ninguna seña de vida? Si papá no hubiese muerto tan joven, tal vez él me ayudaría en este momento. Papá, tengo que preguntarte algo ¿es que los muertos ven lo que les pasa a los vivos? Yo creo que sí, algo me dice que sí, ¿pero entonces por qué no me llega alguna palabra tuya?

Aunque preferiría que no, que los muertos no viesen nada, así papá no pudo haber visto lo que pasó con Alejandro. Me da vergüenza, será por eso que no lo quiero contar a nadie, ni pensarlo yo siquiera, para que papá no lo oiga, o lo lea en mi pensamiento. Jamás lo voy a contar a nadie. Hasta que me lo olvide.

Viernes. Papá, tengo miedo. Hoy volví a sentir los mismos dolores que antes de operarme, ¿qué pasa? no tan fuerte pero los mismos dolores ¿acaso no sacaron lo que tenían que sacar? No me siento bien.

Más tarde. Me dieron calmante y estoy aliviada. Lo peor es tener miedo. Papá, no me tengo que asustar por un dolorcito. Tengo cosas que contarte, tampoco de eso me tengo que asustar, porque vos me vas a entender. Papá, sin que me diera cuenta empezó todo. En el Teatro mismo, que tanta satisfacción, tanta alegría me daba, ahí empezó ¿cómo me lo iba a esperar? Dos grandes cantantes, la mejor Lucía y el mejor Edgardo de ese momento, estaban en Buenos Aires para Lucia de Lammermoor. Qué maravilla fue, pero entre la primera representación y las siguientes tenían cinco días libres, me pidieron si podían visitar una estancia argentina. Un amigo de amigos propuso un conocido suyo, dueño de estancia en la provincia de Buenos Aires, a cinco horas de auto nada más, muy amante de la música. Lo llamaron por teléfono. A la media hora Alejandro ya estaba en mi oficina.

No me gustó, sentí un rechazo al primer golpe de vista. Blanco lechoso, corpulento pero un poco gordo, calvo. Corpulento pero fofo. Mirada huidiza, mirada de ratón, los lentes con armazón de oro. Mirando siempre para abajo. ¿Me entendés, papá querido, qué clase de persona era él? Los abuelos españoles e italianos. El padre había sido martillero de pueblo, se enriqueció con la compra de campos. Estaba estudiando medicina cuando el padre murió, volvió al pueblo a estar con la madre. La madre siempre había estado enferma, toda la vida. Según él de anemia crónica, desde que tuvo uso de razón vio a la madre enferma, muy religiosa. El padre tenía una salud de hierro, pero murió de un ataque repentino al corazón. La madre seguro que nos va a enterrar a todos, a mí en cualquier momento, si sigo así.

La primera impresión fue negativa, debería siempre guiarme por la primera impresión, ¿verdad papá? Ese fin de semana en la estancia fue de tiempo perfecto, cabalgatas, el sol de la pampa en invierno, bien abrigados. En la sala de la estancia con las chimeneas encendidas. Los extranjeros encantados. Yo nerviosa y tensa por excesivas atenciones del dueño de casa. De vuelta en Buenos Aires recibí flores y bombones. La primera vez que salimos me llevó al restaurant francés más caro. Yo siempre tensa, por el exceso de atenciones. Un hombre de una timidez increíble, pero arrogante con la gente de servicio, me dio asco. En eso vos eras ejemplar, el respeto y altura con que tratabas a esa gente.

Estaba decidida a no verlo más. Por teléfono me dejaba varios mensajes diarios. Cuando lo atendí me invitó a la estancia con Clarita y mamá. Me pareció un egoísmo imperdonable de mi parte privarlas de eso, el lugar era una maravilla. Grave error, Clarita se aburrió y mamá no se llevó bien con la vieja bruja. Clarita no quiso ir más. La vieja realmente era de escoba, todo el tiempo hablándome de la bondad del hijo, de su sacrificio por ella. En efecto, el único aliciente para él en la estancia, donde se pasaba la mitad de la semana, era su discoteca, espléndida.

Ese lunes mismo llamaron al Teatro para mí, desde París: la casa Saint-Laurent me comunicaba una nota de crédito a mi nombre. Pero yo la rechacé, con todo el dolor del alma. A pesar de eso, a los pocos días llegaron paquetes de Saint-Laurent, y me resultó imposible devolver semejantes bellezas. Las medidas eran exactas, las había tomado una mucama, la que le hacía arreglos de costura a la madre. Las había tomado de mi ropa, al ir yo a la estancia. Él me había oído decirle a la soprano que me encantaban las cosas de Saint-Laurent. Hicimos el pacto de vernos alguna noche por semana, pero estrictamente como amigos. Papá, mi grave error fue no contarle de mi relación con este muchacho Pozzi, Juan José, ya desde el principio. Tal vez por gula de más regalos. También debo admitir que con este Juan José nos estábamos viendo menos y menos. Y papá, eso no lo podés comprender, pero una mujer que no pierde la cabeza por un modelo de alta costura, no es una mujer.

Yo no sabía lo que era pasar una noche sin dormir por una preocupación, y él lo consiguió. Más de una vez. Me acuerdo muy bien de la primera. Esa noche habíamos comido juntos y me trajo hasta casa. Yo no creía que se quedase espiando hasta ver llegar a este muchacho Juan José, ¿además cómo hacía para saber que era a mi departamento que entraba, si yo tenía las cortinas corridas? Indudablemente Juan José acertó, Alejandro me había puesto detective. Yo lo atribuí a paranoia de Juan José, que se creía vigilado por la policía, y por lo que fuera. Tenía razón, Juan José quiero decir. Esa noche después de que se fue Juan José me estaba durmiendo lo más bien, sin sospechar nada. Ves papá, ahí sí admito que estuve mal, porque sentí satisfacción jugando con dos cartas, ¿te parezco muy barata? Pero papá, una mujer tiene que buscar su camino, no es abaratarse tener ese tipo de relaciones, te lo aseguro, los tiempos son otros. Yo comprendo que no te parezca bien lo que hice, de tener relaciones con Pozzi, pero no es promiscuidad. Sí, yo comprendo que en tu tiempo un hombre no podía respetar a una mujer así. Pero ahora es lo contrario, no se respeta a la mujer sin experiencia, a la mojigata ¿te gustaría tener una hija mojigata? Como te decía, esa noche tardísimo sonó el teléfono. Él me amenazaba con que se mataba, si no lo veía a primera hora de la mañana. Yo nunca había oído a alguien decir que se iba a matar, y me asusté, me dio una pena enorme. Le hice jurar que no iba a hacer ninguna tontería.

A la mañana lo llamé temprano, yo no había podido pegar los ojos. Él en cambio estaba durmiendo como un lirón, seguramente, porque tardó en venir al teléfono y tenía voz de dormido. Vino a casa, a mí se me ocurrió que lo mejor para que se le pasara el apasionamiento era… bueno, tener relaciones. En ese momento tuve un arranque, y se lo dije en serio, me pareció que era muy moderno proponerle eso. Le dije que de ese modo se daría cuenta de que no había más que una atracción física, porque entre los dos no existía una verdadera comunicación espiritual, no nos entendíamos en lo más mínimo.

Bueno, esto no creí que un argentino fuera capaz de decirlo, pero así fue. Dijo que era católico, pero en serio, no en broma. Él no tendría relaciones sexuales más que con una mujer que lo amase. Y si yo no lo quería, eso jamás. Porque para él sexo sin amor era cosa de animales.

Para entonces creo que ya estaban empezando los líos en el Teatro. Era la temporada del 73, ya había subido el gobierno peronista de Cámpora. Pozzi estaba encantado por la atmósfera de libertad, la libertad de prensa sobre todo, la amnistía de los presos. Antes de ese 25 de mayo en que subió Cámpora al poder y dejó a todos los detenidos políticos en libertad, el pobre Pozzi había estado terriblemente ocupado con sus presos. Cuando él se desocupó yo ya estaba enredada con este tipo. ¿Pero cómo se puede comprender una cosa así, que yo me le ofreciese a esa persona con la repulsión que me causaba? Siento tanta repulsión por él que no puedo ni siquiera escribir el nombre. Alejandro. Es que le va tan mal el nombre. Para mí ese nombre está asociado con grandeza, con Alejandro Magno. Tendría que encontrarle un sobrenombre. Pozzi le decía Belcebú. No está mal ¿verdad? Un diablo, pero un diablo raro, un diablo triste.

Y las intrigas del Teatro. Durante una representación de Rigoletto, en el intervalo, unos treinta o cuarenta facinerosos entraron por un pasillo y empezaron a cantar unas estrofas del himno nacional, a los gritos. El público, como siempre que se canta el himno en una ceremonia pública, se puso de pie, en una mezcla de respeto y miedo que daba asco. Respeto al himno y miedo a los facinerosos, ¿te das cuenta? ¿Pero cómo habían hecho para entrar? alguien de la dirección del Teatro estaba complotado, sin duda. Ni bien terminaron el canto empezaron a gritar a coro que el Teatro Colón era para los artistas argentinos, y fuera los extranjeros. Era un grupo nacionalista. De esos que odian todo lo extranjero. Y querían exigir que contratáramos nada más que cantantes argentinos. Pero era una locura. Porque por ejemplo bailarines clásicos sí teníamos, para todos los papeles, pero voces no. Hay buenos cantantes argentinos, pero no para cubrir todos los personajes de una temporada como la de este Teatro, que es el tercer teatro de ópera del mundo. En fin, un pedido absurdo. Además en ningún teatro de ópera importante pueden arreglarse con los cantantes del país, ni en Estados Unidos ni en la misma Italia. Siempre tienen que importar a alguien. Y en esos días empezaron a venir los funcionarios puestos por el gobierno nuevo. Uno decía una cosa y otro otra. Entre la gente esa que llegó unos querían seguir manteniendo el prestigio del Teatro, y otros querían cancelar los contratos de cantantes extranjeros que ya estaban ensayando.

Belcebú. Fue Pozzi quien me preguntó primero qué ideas políticas tenía. Yo creí que no tenía ninguna. Esa noche de Rigoletto me esperaba Belcebú a la salida para llevarme a comer. Lo primero que hice fue contarle la barbaridad. Él los defendió. Dijo que había que volver a las raíces nuestras, de país católico sano, y no sé cuántas cosas más. Un odio por las costumbres que no fueran las nuestras, que yo no podía creer. Odio por todo lo que fuera degeneración de las costumbres, según él, que nos venía de afuera, de la corrupción europea que queríamos imitar a toda costa, porque éramos unos tontos con complejo de inferioridad, y todo lo que viniera de afuera nos parecía mejor. En otras palabras, un puritano horrible.

Puritano horrible, sí, yo lo escribo acá en esa página. Pero a él no se lo dije. Y esto es lo que me da rabia. No era porque le tuviera miedo. Al contrario, era un hombre que yo podía destruir con una palabra, si se me daba la gana. Pero yo no le decía las cosas en la cara, lo que pensaba de él, por otras razones. Claro que saber cuáles razones eran ésas, no cualquiera lo sabe. ¿No sería que me daba una enorme lástima, y nada más? ¿verdad, papá?

Esa charla la tuvimos poco después de la primera amenaza de suicidio. ¿Cómo me iba a animar a decirle lo que pensaba de él? Pero no quiero pasar por santa tampoco, juegan una parte importante también los regalos. Qué poder puede tener una persona con mucho dinero, qué miedo me da eso. Mamá había soñado toda la vida con un tapado de visón, ¿cómo, de dónde iba yo a sacar el valor para devolverlo al peletero, el día que llegó a mi casa? Era el día de la madre del 73, octubre. «Para tu mamá, por haber regalado al mundo tanta belleza», o algo por el estilo. Belcebú. Sólo un diablo puede pensar una cosa así. ¿Cómo yo iba a tener la crueldad de negarle a mamá esa alegría?

¿Pero por qué no me animé a decirle que él me estaba haciendo seguir por un detective privado? Eso era un hecho concreto, no un sentimiento o alguna cosa así, vaga. No, ésa era una ofensa, se estaba entrometiendo en mi intimidad. ¿Y por qué no me animé a decírselo? Ahí sí me parece que me dio miedo. ¿Pero de qué? A mí siempre la gente con mucha plata me dio miedo ¿o algo distinto? ¿me infunde respeto? Yo creo que no es a mí sola, no tengo que ser tan tonta de acusarme de cosas como si yo fuera la única culpable. A mí me parece que aunque no se diga a toda la gente le impresiona alguien muy rico. Y la verdad es que un rico puede comprar lo que quiere, a una persona, a la policía, hasta a un juez, si nos descuidamos.

Me lo dijo, que besarme la mano, para él, significaba mucho más que para otro quién sabe qué. Y que no me besaría en la boca jamás, si yo no le decía que lo estaba empezando a querer. Y ahora tengo que confesar otra cosa que no entenderé jamás: con el asco que él me daba, el día del tapado de mamá, le dije, con toda alevosía, que lo estaba empezando a querer. Papá querido, yo a vos no te voy a pretender engañar, pero es la verdad: yo estaba emocionada por el gasto. Y me dio el primer beso en la boca. Esa boca finita sin labios, y esa saliva tan fría. Qué horror. Y qué horror yo, dejarme conmover por ese regalo, si yo sabía que a él tres mil dólares no le significaban nada. Pero no, ese fetichismo de las pieles, y de los vestidos caros ¡y tan lindos! No, tampoco hay que ser injusta con una misma, porque sea mujer una no tiene que tratarse de frívola y superficial. ¡No! y esto se lo quiero recalcar bien a Beatriz. El asunto de los trapos es muy complicado, porque ahí, papá, ahí entra una cuestión artística. Esos vestidos de París eran obras de arte. Nada de artesanía, ¡arte! creaciones de sueño. Saint-Laurent es un peligro para el mundo, papá. Y claro, la mujer, al tener más sensibilidad artística, lo que es indudable, no me lo nieguen, bueno, al ser más sensible aprecia más esos trapos y pierde la cabeza. Pero no la pierde porque sí, la pierde porque un Belcebú sabe elegir las armas con que atacar. ¡La verdad sea dicha!

Fue en ese octubre del día de la madre, o en noviembre, que renunciaron muchos de los funcionarios del Teatro y del Ministerio de Cultura, los nombrados por el gobierno de Cámpora. Creo que ni tres meses habían durado. Y vinieron los del nuevo gobierno, el de Perón e Isabel. No me había adelantado una sola palabra, Belcebú. Una mañana llegó la lista de los dos o tres nuevos funcionarios del Teatro, importantísimos, y ahí estaba el nombre de él. ¿Por qué si antes no había figurado nunca en política?

Mamá se dio cuenta, y Pozzi también se dio cuenta, por cosas que se sienten en la línea, pero claro, como él llamaba por teléfono poco y nada para entonces, tardó en avisarme. Yo a mamá no le había creído. Tenía el teléfono vigilado. Y el de mamá también estaba vigilado. Pozzi ni siquiera en casa me lo quiso decir. Él pensaba que hasta el departamento podía estar con micrófonos. Me dio cita en un café. Fue más o menos en la misma época del nombramiento de Alejandro. No, porque ahí todavía no había empezado con lo del casamiento. Debe haber sido cerca de fin de año, porque cuando Belcebú empezó con lo del casamiento era cerca de Navidad. Casarnos para fin de año, y pasar el verano de luna de miel por Oriente, Europa, lo que yo quisiera. Qué confusión tengo con esas fechas. Me podría haber ofrecido ir a Marte, que lo mismo le hubiese dicho que no. Una cosa es un beso, otra el matrimonio. La verdad es que sólo con alguien superexcepcional pensaría en casarme de nuevo. Bueno, de eso nunca se puede hablar con seguridad. Basta que una se enamore para cometer un error como casarse. Pero ahí yo creo que estoy a salvo, porque si no es de un hombre excepcionalísimo no me podría enamorar, estate tranquilo, papá.

En realidad mi viaje a México empezó ahí, en ese café donde nos encontramos con Pozzi. Me dijo que había averiguado todo lo posible de Alejandro. Que era un derechista extremo, que ya había tenido alguna actuación en el pueblo que está cerca de la estancia. Que había tenido que ver en una protesta contra una pareja de profesores de secundario, de ese pueblo, que vivían juntos sin casarse, y los habían echado por inmoralidad. Y que tenía malas amistades, gente de extrema derecha, ultracatólicos, y nacionalistas. Y que esa gente estaba acomodada con el nuevo gabinete de Perón. Que Alejandro era un peligro. Fue en ese momento que me empezó la claustrofobia, la sensación de que en Buenos Aires no podía respirar más.

Una cosa me gustaría saber ¿pero cómo? Es ésta: después de esa conversación con Pozzi, ya estaba bien claro quién era Alejandro, y yo la vez siguiente que lo vi, en vez de acusarlo de lo que era, estuve más suave que nunca con él. ¿Si lo hubiese mandado adonde se merecía, ahí nomás, me habría yo salvado de lo que siguió? Pero es que también me estoy confundiendo, la verdad es que cuando Pozzi me dijo todo eso, no quedé convencida de que era cierto.

Sí, eso es lo exacto, porque el día antes de Nochebuena, cuando le allanaron la casa a mamá, yo le fui a pedir ayuda a él, a Alejandro, en ningún momento creí que podía estar él detrás de todo. En seguida me vino a ver, me acompañó al Ministerio del Interior. Según él, se había descubierto que vos, papá, habías pertenecido a una logia, a una sociedad secreta, a la que pertenecía ahora un personaje antipático al nuevo gobierno, y que necesitaban todas las pruebas posibles. A mí en el Ministerio no me dijeron nada, delante mío fueron todas disculpas, por un error imperdonable, que esto y que lo otro. Fue Alejandro quien me contó de la logia. La pobre mamá casi se muere del susto. Y las dos llenándolo de agradecimiento a él por la protección que nos daba.

Pero inconscientemente yo de algún modo me estaba rebelando. En esos mismos días pedí la reválida del pasaporte. Algo en mí presentía lo que iba a pasar, y que estaba ya pasando, con Alejandro. Para colmo mamá me dijo que algo raro había habido siempre con vos, papá, de reuniones secretas, de cosas nunca aclaradas. Eso me asustó. Y ahora lo pienso y me da risa: es que vos tendrías alguna querida por ahí, y le dabas excusas a mamá. Yo te comprendo. Pero después no hubo escapatoria, pasadas las vacaciones de enero, todo ese mes en su estancia, con esa madre loca, mi madre media loca también, y Clarita que se aburría y que no se quiso quedar, ahí ya no hubo otra salida, y fue entonces que le dije que nunca jamás me iba a casar con él.

Pero al retomarse las actividades fue que pasó lo peor. Yo lo llamé a Pozzi, a quien no había querido ver, en parte debido a las vacaciones, y más que nada porque Alejandro me absorbía cada vez más. Pero lo llamé a Pozzi y le conté: Alejandro me había dicho que en el Ministerio había gente que quería detener a mamá, e interrogarla a fondo, para que contara de tus actividades, papá, de hace hasta veinte años. Según Alejandro si no era por él las cosas ya se habrían puesto feas. Pozzi estuvo de acuerdo conmigo, eran todas mentiras de Alejandro. Pero mentiras que él tenía el poder de convertir en verdad. Todo además quedaba bien claro si se agregaba otra cuestión. Alejandro me decía que si yo me hubiese casado ya con él para fin de año, todo ese disgusto de mamá se habría evitado. Era un chantaje, no había duda. Pero yo no me animaba a decírselo en la cara, y no era todo por miedo, eso es lo que me da rabia que no quede claro, yo no le tenía miedo, papá, te lo juro, no me daba miedo decirle las cosas en la cara, me daba lástima, porque él estaba loco por mí.

Fue por entonces que acepté el considerar otra vez la posibilidad del casamiento, que me diera seis meses de tiempo. Él dijo que convenía que se anunciara el compromiso. Yo saqué la excusa de Clarita, que quería que la chica lo conociera más, que se encariñase con él. Más o menos para septiembre podíamos casarnos, le dije yo. Una novia de primavera. La verdad es que todo parece una pesadilla. Con Pozzi imposible vernos, ya el terror era total. Pero al mismo tiempo me vino la esperanza de que todo se iba a arreglar, de que sí, que Alejandro se iba a desengañar solo. Más o menos a mediados de año fue cuando yo creí que las cosas estaban más calmas, porque era tan evidente que yo me hundía en el tedio con él, con ese Belcebú quejoso, que no teníamos nada más que hablar, y que él se hundía en el tedio conmigo. Pero peor lo trataba, más pegote se me volvía. Y un poco después el horror más grande, la sorpresa mayor, la cesantía de mi trabajo en el Teatro. Se me despedía porque no tenían más necesidad de mis servicios. Según él era obra de alguien que lo odiaba a él, en el Ministerio, y se había desquitado conmigo. Mentira, era orden de él. ¿Qué duda cabe, no te parece? Ya no pude aguantar mucho tiempo más. Sin despedirme, sin nada, me vine para acá. Me vine con todos los regalos. Con joyas, que me había regalado en el ínterin. Y haciendo el recuento de todo esto, lo pienso y lo pienso, y no le tengo odio. Le tengo una gran lástima. Papá ¿de qué estoy hecha? Te juro que no le tengo odio sino lástima. Pero más lástima debería tener de mí misma ¿verdad? Papá… te siento tan lejos. Como si no me comprendieses.