CAPÍTULO X
«Matrícula W218 + conscripta Sección A de Terapéutica Sexual del Ministerio de Bienestar Público + felicitada recientemente por superiores + belleza física reconocida + tendencia pesadillas + equipada con dispositivo electrónico en vez de…». La muchacha marcó las premisas con decisión pero dudó antes de oprimir el botón de la suma. Estaba haciendo antesala en la administración del Instituto donde prestaba servicio, debía aclarar un error de su último cheque semanal. Respiró hondo y apretó el botón decisivo, pero en ese preciso momento se abrió una puerta y tuvo que levantar la vista antes de leer la respuesta. Junto a ella pasaron sin prestarle atención un grupo de funcionarios que acompañaban a un visitante, seguramente extranjero por las ropas.
W218 no podía dar crédito a sus ojos, de haber podido dibujar al hombre ideal no lo habría logrado representar tan cabalmente. Nunca lo había visto en sueños, pero estaba segura de que así era el hombre que su corazón ansiaba. ¡Su corazón! aprensiva miró la computadora: «respuesta imposible, una de las premisas mal enunciada o incompleta, carente de sentido». La conscripta exhaló un fuerte suspiro de alivio, evidentemente era la pesadilla de la noche anterior la que carecía de sentido, y por lo tanto no debía preocuparse más por fantasmas sombríos, no significaban un aviso al que prestar atención especialísima. En cambio ese hombre tan bien parecido no era un fantasma, y menos que menos sombrío, pero había pasado de largo por su vida y no lo vería más. Otro suspiro ¿pero no le había dado al menos la satisfacción de que existía un caballero a su entero gusto? W218 estaba muy adiestrada en el juego de extraer conclusiones positivas de cada experiencia.
El parque se veía cubierto de nieve esa noche, ni siquiera se podían oír los propios pasos. Menos aún se habrían podido oír los de otro caminante, pero por razones desconocidas la muchacha se dio vuelta para ver si alguien la seguía. Nunca a esa hora se encontraba con alguien, no tenía sentido su gesto. Observó atentamente el camino andado, los árboles muertos y los faroles de mercurio, las sombras respectivas, sus propias huellas solitarias en la nieve. No se divisaba absolutamente nada inquietante, no se oía tampoco nada, excepto su propio grito de horror, al devolver la mirada hacia adelante. Un desconocido le estaba interceptando el paso, junto a un farol que en vez de iluminársela le arrojaba sobre la cara la sombra del ala requintada del sombrero.
«Perdone usted, no fue mi intención asustarla», dijo con timbre sonoro de barítono. La muchacha temblaba, no podía dar un paso más. Para colmo de males ese hombre hablaba con acento de un país vecino, el mismo donde había nacido ella. Era un acento que sólo le recordaba desgracias, la gran catástrofe de los hielos, la pérdida de sus familiares, el orfanato, la travesía con otros niños tísicos hasta las tierras altas de esta nación limítrofe. El hombre se quitó el sombrero y W218 estuvo a punto de lanzar otro grito, no de horror esta vez. Ante ella, sonriente e inclinando la cabeza a modo de saludo, se erguía el hombre de sus sueños.
Le resbaló de los dedos la computadora, el caballero la recogió, con sus manos enguantadas le quitó la nieve adherida y la alcanzó a la joven balbuciente, «No… no fue susto, só… sólo sorpresa…». El compatriota sonrió, «Disculpe mi atrevimiento, me hallo en viaje de estudios, enviado por mi gobierno para aprender las técnicas del instituto que usted honra con su colaboración. Al oírla hablar me di cuenta de que éramos compatriotas y no resistí el deseo de esperarla aquí, para intercambiar unas palabras fuera de todo protocolo». Ella inquirió dónde la había oído hablar, «Durante la recorrida por las distintas dependencias tuve oportunidad de escucharla, en diálogo íntimo con un cliente». Estaba absorta en la visión del emblemático ser y no prestó atención a esas palabras, ella le recorría una a una las facciones y no hallaba modo de mejorarlas con la imaginación: la frente era espaciosa pero no demasiado, los ojos —verdes, condición imprescindible— sombreados por pestañas espesas pero no por eso de mirada lánguida, la nariz aguileña pero sólo lo suficiente para prestarle fuerza, los bigotes espesos pero sin llegar a cubrir el abultado labio superior, el labio inferior proporcionado al superior, los dientes perfectos pero no postizos, el mentón fuerte o no pero cubierto por el requisito fundamental de la muchacha o sea una barba en punta, el cabello negro y ondulado pero con toques plateados de canas leves, los anteojos comunes pero suficientes para dar el preciso toque intelectual, los hombros anchos pero no como los de un brutal jugador de rugby, las piernas largas pero en armonía con el talle largo, y finalmente las manos que por estar enguantadas presentaban la mejor de las ventajas al poder la muchacha imaginarlas a su antojo.
«Debo agregar que estoy muy bien impresionado por el funcionamiento del instituto». Recién entonces W218 reaccionó, ¿cómo era que el visitante había podido oírla tras puertas cerradas? «Como usted sabrá, agraciada compatriota, algunas de las paredes de los cuartos permiten visión y audición de lo que ocurre entre paciente y conscripta, conveniencia que los médicos instrumentalizan para estudiar las alternativas de la terapia administrada». La muchacha no lo sabía y trató de disimularlo, evidentemente el visitante acababa de cometer una indiscreción grave, «He sido muy bien recibido por las autoridades competentes, y se me está brindando toda clase de asistencia, pero al verla y oírla surgió en mí este deseo de una charla informal…». Ella creyó oportuno informarle sobre la imposibilidad de establecer relaciones íntimas fuera del instituto, «Ya lo sé, y no es eso lo que pretendo, sino una simple camaradería. Supongo que eso no le estará prohibido, ¿o prefiere consultarlo con la computadora? Sabe una cosa… me resultan algo pintorescos los usos que se le dan aquí a esos artefactos». La muchacha replicó que todos los extranjeros reaccionaban así, porque sospechaban que el Supremo Gobierno de ese modo se enteraba de todos los secretos de la población, «¿Y acaso no es así?».
W218 rebatió que si el ciudadano no quería que su pregunta quedase registrada en la Asistencia Electrónica Central bastaba con oprimir un botón más apenas leída la respuesta, pero atención, no después de dos minutos porque entonces sí era archivada en la Central; para concluir agregó que quien, como ella, no pretendía esconder nada al Estado, dejaba pues que sus preguntas pasaran al Archivo Gubernamental, para ilustración de la problemática nacional. «¿Y usted cree que la Central no se entera de todos modos, oprima botón o no antes de esos dos preciosos minutos?». W218 adujo que ése era uno de los argumentos principales de los ciudadanos disidentes, al cual ella respondía con un simple acto de fe en el Supremo Gobierno. La discusión cesó allí, y después de fijar cita para dos días más tarde, o sea la jornada libre de la conscripta, él se quitó el guante derecho para estrechar la mano de W218. Ésta pudo entonces apreciar que la diestra del compatriota era sensible como la de un pianista, áspera como la de un leñador, confiada como la de un amigo de infancia, férrea como la de un boxeador, sensual como la de un enamorado, velluda como la de un oso, manicurada como la de un actor, y por ende perfecta como la del hombre de sus sueños. El cual respondía al nombre o sigla de LKJS.
A las siete de la tarde señalada el compatriota llamó a la puerta de W218. La muchacha lo esperaba vestida con un mameluco azul, su plan era llevar al turista a un restaurant popular del gremio de los electricistas, entre los que contaba con amigos. Pero el atavío de LKJS resultaba un inconveniente: zapatos de charol, smoking con solapas de raso, al cuello moño blanco, capa negra de paño forrado en satén, sombrero de copa. W218 le comunicó su desconcierto, «No hay problema, muchacha, ya está todo previsto. Me habría interesado mucho cumplir con el programa suyo, pero esta mañana recibí —de una dependienta gubernamental— toda una retahíla de bonos para consumo inmediato, y como usted se dará cuenta, no me es posible desairar tan gentil invitación. Se trata de… uhm, veamos, en primer término cocteles en cierto lugar, a continuación comida con baile en otro, y… pues nada más. Ya sé, ya sé, habrá problemas de vestuario de su parte, pero también eso está previsto, dentro de breves minutos vendrá un mensajero con todo lo necesario». W218 se sintió contrariada, su plan había sido el de volver del restaurant popular a su casa con algunos amigos para un ponche, y así prevenir el peligro de terminar la noche sola con LKJS.
El timbre de la puerta de ingreso sonó estentóreo. Un mensajero portaba cajas grandes y pequeñas envueltas en papeles extraordinarios cuya existencia W218 ignoraba hasta ese momento. Ya ese lujo le parecía excesivo. LKJS lo notó, «No, W218, si usted se encuentra molesta con este cambio de programa, dejemos las cosas como estaban. No la quiero forzar». La muchacha se vio obligada a mirarlo en los ojos, y ese instante de renovado deslumbramiento le fue fatal. Sin responder empezó a desatar el lazo de seda de un paquete de los grandes y, mientras luchaba con el nudo le volvieron a la memoria impresiones imborrables de la niñez, como ciertos vestidos largos de noche vaporosos en chiffon plegado ¿de qué color? entre lila y zafíreo, transluciendo, acariciando una silueta longilínea de mujer como la suya. Por supuesto que ya no existirían más, dedujo.
La caja contenía un vestido largo de noche, en chiffon plegado color más lila que zafíreo, diferencia atribuible tal vez a la luz de una lámpara coloreada de la monohabitación. Ese modelo iría bien con aquellas sandalias de acrílico transparente incoloro con taco altísimo que se usaron hacia el final de la era atómica, pensó la conscripta en una minicrisis de insubordinación. Las buscó en una de las cajas medianas y las encontró. De allí se lanzó a la faena de abrir el paquete mayor, tratando de recordar el nombre de una piel prestigiosa, la más cara de todas, una piel de pelo corto que iba del gris oscuro al gris claro en costosísimas oleadas. «Se llama chinchilla, son muy pocos los ejemplares en existencia», explicó LKJS sosteniendo el abrigo largo hasta los pies que la muchacha se disponía a calzar sobre el mameluco, en prueba precipitada. Quedaban dos paquetes por abrir, los dos de poco tamaño. W218 imaginó una cartera de canutillos morados que nunca había visto en su vida, y abrió el paquete con la certeza —justificada, a estas alturas— de encontrarla. Se equivocaba, «Este perfume parece que era famoso por lo caro, el más caro de todos. En mi país guardamos cantidades en bodega gubernamental, junto a vinos y licores, botín de las sucesivas expediciones a la sumergida nación de Francia. El hecho de que todo ese botellerío estuviese herméticamente encorchado salvó a los exquisitos productos. El botín incluía la obra escultórica de grandes artistas y algunos vitrales góticos». La muchacha abrió el frasco y le bastó aspirar la fragancia para sentirse diferente, por primera vez en la vida hundió los dedos en su melena alborotándola, gesto típico de hembra frívola. Sin más tomó vestido y zapatos y se dirigió al baño, «Le falta abrir un paquete, y perdóneme la observación, pero le ruego que cuide todo esto, se trata de un préstamo de mi embajada». W218 retrocedió para abrir el último paquete, cuyo contenido era una cartera de canutillos morados. Sonriendo entró al baño con su dudoso cargamento. Al salir estaba pálida y seria, verse en el espejo tan desmesuradamente bella le había quitado la embriaguez, le había hecho entrever una dimensión sobrehumana en su persona. «¿Por qué me mira así, muchacha?, ¿se siente desconforme? Por supuesto que el atuendo no está completo…» y procedió a extraer del bolsillo interior de su chaqueta dos estuches chatos de terciopelo negro, «Esto no lo puede transportar un mensajero porque su valor es excesivo». El estuche cuadrado contenía un collar y un par de aretes, con profusión de brillantes engarzados en platino a la moda de 1930, y el estuche alargado una pulsera y una sortija, también en brillantes y platino, y de diseño según estilo similar.
El desperdicio de gasolina estaba mal visto por el Supremo Gobierno, pero al visitante eso no lo atañía y en el automóvil puesto a su disposición enfilaron a toda velocidad con rumbo inconfesable. Se alejaban de la ciudad, situada en un valle de gran altitud enteramente rodeado de montañas, y la caída de la tarde gris parecía acelerarse llegando al pie de esos macizos de piedra marrón y negra. Ella tenía especial debilidad por las puestas de sol, pero se debía contentar con verlas por teletotal, arrumbada como estaba la ciudad en el fondo de ese cajón sin tapa, el valle de Urbis. El automóvil subió la cuesta y W218 preguntó si el local de expendio de cocteles se hallaba allí sobre la ladera oscura, «No, en el centro de la ciudad. Lo que quiero mostrarle ahora es otra cosa». Ella no le había mencionado su deseo ¿sería posible que le hubiese adivinado también eso? Llegaron a la cima y de la casi noche pasaron a la luz rosada de la ladera opuesta, el color gris había desaparecido, también el negro y el marrón, W218 sólo entonces admitió lo mucho que los detestaba. Para disimular su goce preguntó cualquier cosa al visitante, «Sí, me voy muy bien impresionado por el funcionamiento de la institución a la que usted pertenece. De tener más tiempo entrevistaría a toda esa otra categoría de conscriptas, las que cumplen servicios en el campo, tareas de las cuales ningún ciudadano quiere ocuparse, supongo». Se divisaban otros grupos, parejas en la mayoría de los casos, esparcidos por el paisaje. Todos vestían galas exclusivas, «Sé que los ciudadanos de su país no tienen acceso a estos paseos, por restricciones de bencina. Pues bien, quienes usted ve son o diplomáticos extranjeros o funcionarios del gobierno local, sobre todo estos últimos».
Descendieron del coche, W218 portaba el atuendo suntuoso como la más distinguida mundana de la superada era atómica, intuitivamente colocaba los hombros a desnivel y miraba a quienes la rodeaban como si no viese a nadie. Para volver al tema oficial la joven explicó que también se realizaban tareas en la ciudad bajo el servicio civil obligatorio, mucho menos publicitadas, tales como la limpieza de casas y el cuidado de niños, «Sí, lo sabía. Ahora bien… ¿no le parece a usted, W218, que es injusto tener en cuenta las necesidades sexuales sólo del sector masculino descalificado? ¿acaso las mujeres de edad, las jóvenes lisiadas y las deformes no tienen las mismas urgencias?». Ella respondió sin titubear, explicó que el Supremo Gobierno tenía en programa una reforma de ese tipo, pero pasarían todavía algunas décadas antes de su realización, antes venían otras emergencias, como la defensa de fronteras, lo cual absorbía a todos los conscriptos varones de la nación. De todas maneras, la terapia sexual para mujeres estaba programada, y vendría después de los servicios de cirugía estética gratuita, previstos para un futuro no lejano. Acto seguido, y con decreciente convicción, añadió que después de estudios sesudos, se había llegado a saber que las necesidades sexuales de la mujer eran mucho menores que las del hombre. Esas palabras, que tantas veces había pronunciado en el escenario gris, marrón y negro de la ciudad, sonaron a sus propios oídos como engañosas, allí en la falda rosada. Por último W218 se vio obligada a bajar la cabeza, con temor a ofender masculló, «Mi opinión personal… es que las mujeres pueden prescindir de esas actividades porque tienen más recursos espirituales, sobre todo a edad avanzada. Además, muriendo tantos hombres en las guerras ¿qué otro remedio les queda a las pobres?».
Decidieron volver a la ciudad antes de que el espectáculo empezase a decaer. Pronto llegaron a un edificio ministerial sombrío, atravesaron un pasillo desierto, después de deslizarse por la consabida entrada lateral. Un ascensor silencioso los condujo a un cabaret oculto en la terraza que simulaba, o era, un palmar de cocoteros bajo cielo estrellado y tropical, al son de maracas y bongós. W218 debió tomarse del brazo del compatriota porque sus piernas se habían aflojado de emoción. No pudo menos que preguntar si ese decorado se basaba en algún paisaje de los planetas recientemente visitados. Él prefirió no contestar para evitarle un momento penoso. Por el acento la muchacha descubrió con estupor que la mayoría de los presentes eran nativos del país, miembros del gobierno. Se bebía en general champagne. Tras la primera copa ella miró al compatriota en el verde de los ojos, «No tienes necesidad de decirme nada, querida W218, o mejor dicho… dime que sí… que tú también quieres quedarte aquí y no ir a otro lugar…». Era exactamente lo que ella deseaba, y bailar, ensayar pasos desconocidos al compás de estos ritmos nunca escuchados. Él le explicó que eran de años anteriores a 1940 y por ello fuera del repertorio de la «Casa del Ciudadano». Se pusieron de pie sin más, «El lugar que debíamos visitar a continuación ofrece un ambiente más sofisticado, pero se me ocurre que tú tienes como yo fobia por la carne de cacería, y allí sólo ofrecen eso, jabalí, liebre, faisán, ciervo». También sus fobias compartía ese hombre singularísimo, pensó W218, y de inmediato pasó a echar una ojeada a las demás danzarinas para aprender el paso que debía dar la mujer. Tras la segunda copa sintieron hambre, y ella no podía creer lo que veía, un mozo llevaba una enorme fuente de tallarines, algo que no comía desde su primera infancia porque el Supremo Gobierno los había prohibido. Se los consideraba deformantes, además de atizadores de la gula.
Imposible comer tallarines sin desbaratar el maquillaje de la boca, y hasta el mentón en un descuido; W218 logró sustraerse por breves minutos a la presencia del compatriota, a sus palabras inteligentes, a su mirada hipnótica, para ir al baño de damas. Una extravagante matrona se empolvaba la nariz frente al espejo inmenso, W218 comprobó que el propio mentón estaba engrasado. Abrió la cartera de canutillos para extraer lo necesario cuando descubrió que inconscientemente había deslizado allí la computadora. La matrona salió impecablemente blanqueada y W218 extrajo el oráculo moderno, «caballero extremadamente bien parecido + caballero inteligente + caballero comprensivo + caballero de total afinidad espiritual + caballero ardiente + caballero extranjero». Sin dejar pasar un segundo oprimió el botón de la suma, «cautela y desconfianza, será preciso actuar racionalmente y controlar toda emoción». Con rabia oprimió el botón correspondiente al borrado, decidió que todo lo aducido por los disidentes contra el sistema de asistencia estatal tenía una razón valedera. De un zarpazo quitó el poco de tuco y aplicó el lápiz labial, se incorporó decidida a luchar por sus nuevas convicciones y abrió las puertas que conducían a la selva de cocoteros reales, o figurados en metal cromado, le daba ya lo mismo. Tuvo que asirse a la manija para no tambalear, tal era el poder de lo que se ofrecía a sus ojos: LKJS. W218 exhaló suspiro de profunda satisfacción y bendijo a sus padres, que nunca había conocido, por haberla traído a un mundo de deleites insospechados.
Amanecía. Ella dormía, una sonrisa seráfica iluminaba su rostro más que la luz tenue y mortecina del alba polar. A su lado yacía, despierto, el hombre de sus sueños. Lo que ensombrecía el rostro de él era más que la expresión de los ojos, el rictus amargo de los labios. Con sumo cuidado, para evitar todo ruido, estiró la mano y extrajo de su pantalón allí tirado sobre la alfombra, un estuche que contenía dos pequeñas planchas de vidrio de las utilizadas en análisis microscópico. Las ocultó dentro del puño cerrado de la mano izquierda, por si la muchacha se despertaba. Muy suavemente introdujo el dedo índice de la mano derecha en el sexo de ella, en busca de secreción vaginal. La muchacha tuvo una sensación grata pero no se alcanzó a despertar. Las cejas de él se enarcaron al modo de Mefistófeles y sus ojos se enrojecieron pero no de lágrimas: ya se podría completar el análisis detallado de la personalidad de la muchacha, iniciada en base a estudios zodiacales, a análisis de su saliva dejada en copas y cubiertos, a observación de sus cabellos cortados y sigilosamente recogidos en alguna peluquería. El compatriota sacó el dedo y untó de líquido una de las planchuelas, a la que cubrió de inmediato con la otra. Así pegadas las guardó en el estuche diminuto. Por fin pudo abandonarse al sueño, seguro de que la policía secreta de su país se enorgullecería de la misión cumplida.
Viernes. Cuántos días han pasado sin abrir este cuaderno. Pero es útil escribir, para ordenar un poco los pensamientos, y ver cuáles son los problemas verdaderos. Estoy decidida a evitar preocupaciones que no vienen al caso, no me tengo que asustar, y lo estoy logrando. Esta mañana amanecí con el dolor y de todos modos no me asusté como la semana pasada, porque ahora sé que es parte de la evolución de una enfermedad, no, qué feo suena, una evolución de la convalecencia. La semana pasada estuve tan mal y después me compuse, así que esta vez va a pasar igual, además esta vez no me ha atacado el dolor así de fuerte. Indudablemente la cosa va bien. Y hasta es posible que el dolor me atacó porque ayer me tomé esa pequeña libertad con el tratamiento. Vaya manera de decirlo.
Más tarde. Interrumpí porque el dolor aumentó y tuvieron que darme calmante. Y después esta siesta de dos horas que me ayudó también. Hacía días que no me atacaba tan fuerte. Qué error fue lo de ayer. Yo creí que me iba a hacer bien, que me iba a hacer circular mejor la sangre ¡qué esperanza! Con el médico nunca se habló de suspender las actividades sexuales, lógicamente, si no había nada que suspender. Tanto tiempo que no tenía una experiencia. No sentí nada. Tal vez haya sido por culpa de los medicamentos. ¿Por qué habrá sido? Recuerdo muchas malas experiencias, pero ésta fue diferente, no sentí rechazo, no sentí placer, no sentí absolutamente nada.
Lo raro es que no me tuve que forzar para hacerlo. Sentí deseos. Sentí una ternura tan grande por él en ese momento, parecía tan apaleado el pobre. Si estaba en mis manos poder confortarlo un poco ¿cómo no lo iba a hacer? Después se fue de lo más contento. Aunque no es cierto que lo hice por ternura. No, hubo un momento en que sentí ¿qué fue? un vértigo, un deseo de él muy fuerte, unas ganas de dejarme caer ¿dónde?, se abrió un abismo, y me vinieron ganas de lanzarme a lo desconocido ¿él, desconocido? ¡no! ¿qué habrá sido lo desconocido en este caso?… Pero qué estado tan desagradable queda después, cuando no se siente nada. Verdaderamente me lancé al vacío, al vacío que se me produce adentro mío. Tengo que admitirlo, fue un error, que no se va a repetir. ¿Pero volveré alguna vez a sentir esa maravilla de otros tiempos? Nunca más lo voy a hacer si no estoy loca de amor por alguien.
Alguien. ¿Existe? Sí, sobre eso mejor no dudar, porque si no morirme ya. Sin esa esperanza. ¿Pero dónde está? Habría que buscarlo, no esperar que aparezca. Qué horrible lo que se me acaba de ocurrir: estoy esperando al príncipe azul. Como las chicas de quince. Si en vez de decir que espero al príncipe azul dijese que busco al príncipe azul, ya sonaría un poco mejor. ¿Pero dónde lo busco?
Más pienso en la propuesta criminal de Pozzi, más rabia me da. No se me había ocurrido que de ese modo podía yo poner en peligro a Clarita, por ejemplo. Si yo aceptaba enredarme con ellos, el gobierno argentino podía descubrir mi intervención y tomar represalias con mi hija, o incluso con mamá. Sobre todo con mamá, que la pobre tiene ya antecedentes, gracias a Belcebú, ¿de qué no serían capaces estos peronistas mafiosos que nos gobiernan o desgobiernan? Así que yo, por favorecer a un movimiento tan dudoso, como el peronismo de izquierda, iba a poner en peligro a mi familia. Lo primero que le voy a echar en cara a Pozzi cuando se aparezca es eso.
Y que no me harte más con sus tonterías sobre Buenos Aires, la Reina del Plata. Estoy harta de esa reina. Claro que es el edén de los espectáculos, o era, ahora no creo que les quede dinero para el presupuesto del Colón, con todo lo que están robando estos sinvergüenzas. Antes no se sabía por dónde empezar, conciertos, óperas, películas, teatro. Hasta la televisión tenía cierto atractivo, con tantos políticos diciendo mentiras a toda hora del día, cuando Lanusse levantó la censura. Espectáculos y más espectáculos, para pasarse del día a la noche mirando espectáculos, viendo lo que hacen otros, el trabajo de otros, de actores, de cantantes, de músicos. Ésos son los grandes momentos que se viven en la Reina del Plata. Sentada en una butaca, bueno, ¿o en la cama haciendo el amor? a oscuras. ¿Eso también puede ser un gran momento? Qué casualidad, nunca lo había pensado, porque durante los espectáculos también las luces están apagadas.
Pero qué espectáculos. Qué calidad. Qué variedad. Y qué momentos inolvidables. Wagner cantado por elencos dignos de Bayreuth. Verdi digno del Teatro Reggio de Parma. Y películas y más películas. Para elegir. No hay que ser injusta, los mejores momentos de mi vida, con la excepción de aquella época con Fito, los he pasado en un palco del Teatro Colón. Y como yo casi todos los demás, estoy segura, viendo películas de amor. Pero qué disparate digo. Son las mujeres las que se pasan viendo telenovelas y películas de amor, no los hombres. Bueno, pero ellos también son espectadores ¿no? de pinches partidos de fútbol y peleas de box. Qué asco el mundo de los hombres, gustarles esas peleas en que dos energúmenos terminan con la cara ensangrentada. Qué asco los hombres. Y yo que digo que mi vida depende de encontrar un hombre, el adecuado. Qué loca estoy. Qué estúpida. Y lo peor es que ésa es la verdad. Sin esa ilusión no me importa vivir un minuto más. ¿Por qué soy tan tonta? ¿quién me habrá metido eso en la cabeza? ¿o es que está en nuestra naturaleza esa necesidad de romance? ¿qué romance, si ninguno dura?
Entonces, pensándolo bien, puede ser un gran hallazgo de los argentinos, o de las argentinas, mejor dicho, meterse en los espectáculos, ya que no se puede tener en la vida esas historias de amor tan fantásticas, por lo menos en la imaginación. Aunque está mal juzgar todo de acuerdo a lo que me pasa a mí, hay mujeres más fáciles de conformar. Hay mujeres que no tienen que imaginarse cosas raras para sentir placer. ¿O no? ¿o todas están en las mismas que yo? Porque cerrar los ojos e imaginarse una cosa mientras un hombre las está abrazando, es como estar viendo un show, es siempre lo mismo, ¿o no? lo mismo que ser espectadora, digo yo. Debe ser por eso que el sexo es mejor en penumbra, porque entonces el cuarto es como un teatro. Pero tal vez sea ésa la verdad, que siempre en la vida hay que ser espectadora. Pero no, ése es mi caso, o el caso de muchas, pero no es posible que sea ésa la verdad de la vida ¡tiene que haber algo más!
Me da vergüenza ser espectadora, pretendo algo más. Lo comprendo a Pozzi cuando dice que entró al peronismo porque desde adentro puede hacer algo por cambiar lo que no le gusta. Así por lo menos está tratando de hacer algo en la vida, de entrar en acción. O se hace la ilusión de estar en algo. Pero yo no podría hacerme esa ilusión, poniéndome en su lugar. Porque no les creo a esos tipos, por más que quiera. Es tan confuso todo lo que proponen. ¿Cómo piensa él que va a modificar todo eso? Se tiene fe, es muy luchador. Modificar el peronismo desde adentro. Vaya la tarea. Yo ni puedo modificarme a mí misma. Ni modificarlo a él, a mi gusto. Eso no estaría mal. ¿Qué es lo que le cambiaría? Yo creo que si él tuviese ideas políticas que me convenciesen, que me entusiasmasen, lo respetaría más. ¿Pero cuáles ideas políticas que a mí me entusiasmasen si yo no tengo ninguna? Me gusta el marxismo por la idea de la igualdad, pero después en la práctica parece que es un lío. Me gustaría que la Argentina progresase, que el nivel de vida subiese, que hubiera entonces mucho para repartir. De algún modo es lo que Pozzi quiere, un socialismo nacional dice él, ¿pero cómo se asocia con gentes de tan malos antecedentes para eso? Modificarlo a Pozzi, ¿pero la gente a cierta edad acaso se puede modificar? ¿quién hubiese podido modificar a Fito? Ya son así ellos, y no hay nada que hacerle. Mamá tiene razón, hay que aceptarlos como son, porque perfecto no hay ninguno. Y una mujer que acepta a Fito tiene que seguirlo a todas sus comidas de ejecutivos, y una mujer que acepta a Pozzi tiene que meterse en el lío de colaborar con terroristas. Qué lindo que es ser mujer, cuántas alternativas agradables se nos presentan, o doblegarse para un lado o doblegarse para el otro. Si queremos vivir en pareja con un hombre que nos haga felices a la noche, no haciéndonos sentir nada. Qué lindo programa. Qué justicia. El energúmeno que se duerme después de haber gozado como quiso, y la noble sacrificada que se duerme con la satisfacción de haber sido útil, aunque no haya sentido una reverenda nada.
Sin querer he confesado todo mi egoísmo. Como tengo problemas ya estoy deseando que todas las mujeres estén en la misma situación. Ojalá que no, pobres diablas. Ojalá que por lo menos puedan imaginarse que las rapta un sultán malo, y todas esas historietas que nos ayudan a veces. Y que así puedan ser espectadoras de alguna aventura romántica. Pero pensándolo bien, cuando una se imagina cosas, mientras está haciendo otras, no es totalmente espectadora. Qué confusión me hago. Beatriz dijo otra cosa, que más bien es representar un papel, un personaje que una se elige porque le gusta. Un personaje donde una se siente cómoda. Si yo estaba con Fito y me imaginaba que él era un hombre grande y me raptaba a mí que era una chiquita, en ese momento yo más que espectadora era una tramposa, me hacía pasar por quien no era. Bueno, estoy exagerando, lo que haría sería jugar la comedia, como una actriz. Esto me hace acordar de esa cuestión de Fito, la impresión que da estar siempre actuando en un escenario. Pero él está tan contento con ese personaje. El pobre es una nada absoluta, se conforma con poco, con un personaje de morondanga. ¿Él entonces en el fondo no es así? ¿él es una cosa y el personaje otra? Vaya a saber… También puede resultar que en el mundo cada uno es una nada que tiene que elegirse algún personaje que le guste. Para entretenerse en algo, llenar las horas, o el vacío que tiene adentro, qué sé yo. Y ahí estará la viveza de cada uno, de saber lo que quiere. ¿Será eso? Si quiere una careta azul o una verde. Para mí no hay cosa peor que cuando me dicen que no sé lo que quiero. La mataría a mamá cuando me dice que no sé lo que quiero, que mi error en la vida es querer ser diferente. En este mismo momento se me sube la sangre a la cabeza de sólo acordarme. Ella está segura de tener razón, que soy yo la tonta que no sabe lo que quiere. Claro, ella lo que está diciendo, en otras palabras, es que yo soy la tonta que no encuentra su personaje. Porque todos lo encuentran menos yo. Pero es cierto, Pozzi es el izquierdista, el sacrificado, y está encantado con su personaje. Beatriz es feminista, y encantada. Mamá es señora dedicada a sus amistades, otra que triunfa en la vida. ¿Y Alejandro? él me parece que está como yo, no sabe lo que quiere. Pero eso no es cierto, yo sé lo que quiero, ¡quiero un hombre digno de respeto! Entonces mi personaje es el de la mujer que busca un hombre digno de respeto. Pero posiblemente ése no es un personaje, ¿o sí? pero qué personaje que me da poca gana representar. ¿Entonces la viveza está en qué? ¿en no pensar? ¿en no representar más que ciertos personajes? ¿en encontrar un personaje que dé ganas representar? Pero yo no he sido capaz de encontrarlo. Me acuerdo de lo que pasó con Pozzi ayer y me da tanta vergüenza como acordarme del beso grasiento en el restaurant. No hay nada peor que arrepentirse de haber hecho algo.
Pero yo digo una cosa, ¿no sería más lindo que cada uno fuera como es, sin representar un papel? ¿no sería más espontáneo todo, más divertido? Pero está visto que no, porque a los que representan la comedia ya les pasé lista, y son los que están encantados de la vida. Los dos que la pasan peor somos el pobre Belcebú y yo, los que se quedaron sin papel, los que llegamos últimos al reparto de caretas. ¿Y soy justa si digo que Beatriz representa un papel? No, ella es más flexible. El problema es con los argentinos, me parece. Con los mexicanos es otro problema, ¿usan también careta? No, aquí eso es curioso, porque hay gente completamente fuera de papel, yo los veo y no me puedo imaginar qué son, si son guitarristas, si son senadores. Y hay guitarristas que parecen senadores y senadores que parecen guitarristas, y por ahí hasta alguna trapecista que parece dama de sociedad y al revés. Acá es otro el problema. Pero es cosa de ellos. Y tienen el buen gusto de no ser agresivos, eso hay que reconocérselo. Con ellos el problema es que todos tienen la misma expresión, la de la cortesía, de la generosidad, casi diría que de la lástima. Les doy lástima porque estoy exilada ¿o les doy lástima porque estoy enferma? ¿pensarán que me voy a morir? Me ven adelgazar y cada vez tomando más calmantes, es lógico que piensen mal, ellos no tienen por qué saber que estoy en tratamiento especial.