Capitulo 20

—¿Tía Helen? —Justin alza la mirada, y es evidente que se pone nervioso al ver a una extraña con ella. Se sube las mangas del jersey y se frota las palmas de las manos contra los vaqueros.

—Hola, Justin —dice Helen, en un tono tranquilizador—. Te presento a Abby Northrup. Es una vieja amiga de tu madre.

Su hostilidad hacia mí desaparece por completo frente a Justin. Es evidente que no quiere que el niño se asuste ni se preocupe.

—Hola, Justin —le digo yo, intentando que no me tiemble la voz—. ¿Cómo te va?

Él me mira, mira a la hermana Helen y se encoge de hombros.

—Supongo que bien.

—Te hemos traído la comida —dice la hermana Helen.

—Lo huelo —el niño sonríe—. Huele muy bien. ¿Es pollo?

—¿Y qué va a ser? Espero que no te estés cansando de él. Podría intentar que Tammy comprara cerdo o carne de vaca, la próxima vez...

—No, no, me gusta mucho tu pollo. De hecho, tú cocinas el mejor pollo que yo haya probado nunca. De verdad, tía Helen, es estupendo —se levanta y le da un abrazo—. Tú eres estupenda.

La «tía Helen» tiene una sonrisa resplandeciente. Claramente, está feliz cuidando a Justin. Yo dejo el cubo de comida sobre la mesa, y saco, con las manos temblorosas, la sopa, el pollo, el pan, los cubiertos y la servilleta. Cuando la mesa está puesta, me vuelvo hacia Justin y le digo:

—Tienes aspecto de estar muy sano.

Él sonríe de nuevo y se aparta el pelo moreno de la frente.

—Gracias a la tía Helen. Ya ves cómo me da de comer —dice, y se da unos golpecitos en el estómago—. Creo que he engordado desde que estoy aquí.

—¿Cuánto... —yo comienzo la pregunta, pero me interrumpo. Quiero preguntarle cuánto tiempo lleva allí, pero no quiero que se sienta presionado.

—Casi dos semanas —me dice, como si me hubiera leído la mente.

—¡Dos semanas! —¿desde que Marti fue asesinada?

Él toma un muslo de pollo y comienza a mordisquearlo.

—Sin embargo, el tiempo se me ha pasado volando. ¿Te ha mandado mi madre para que compruebes si estoy bien?

Yo estoy confusa, y no puedo evitar que se note.

—¿Tu madre? ¿Sabe que estás aquí?

Justin se chupa los dedos.

—No. Supongo que pensé que... ¿tía Helen?

Ella está tras él, recogiendo la habitación, aunque está relativamente ordenada. Justin se vuelve a mirarla.

—Mary no lo sabe —me dice a mí, lanzándome una mirada.

—La tía Helen intentó ponerse en contacto con ella —me explica Justin—, pero no la encontró, ni a ella ni a mi padre.

«Eso es porque estaban en Río, maldita sea».

—Justin —le digo yo—. Yo he visto hace muy poco a tu padre y a tu madre. Pensaron que tenían que irse para protegerte. Es una larga historia, pero creían que estaban haciendo lo mejor para ti.

—Ah, así que es eso lo que ocurrió. Cuando me escapé, al principio, volví a casa, pero estaba cerrada y a oscuras. El coche y la ropa de mis padres no estaba. Finalmente, llamé a la tía Helen. Ella me dijo que viniera aquí y que me cuidaría.

Justin la mira y sonríe.

—La tía Helen es muy buena espía, ¿sabes? Me hizo entrar a escondidas, en mitad de la noche.

—¿De verdad?

Él asiente y sonríe, como si estuviera orgulloso de su travesura. Después, se pone serio.

—Pero he estado muy preocupado por mi madre. Supongo que siempre pensé en que mi madre, al menos, estaría allí.

—¿Tu madre, al menos? ¿Y tu padre?

Él mira a la hermana Helen.

—Cuéntaselo —le dice ella.

—Bueno, la verdad es que la tía Helen quería asegurarse de que mi padre no estuviera.

—¿Por qué?

—Mi padre... —Justin no puede continuar. Deja en el plato el trozo de pollo que estaba comiendo, como si hubiera perdido el apetito.

—Paul Ryan —interviene Helen— está intentando arruinar a la propietaria de The Prayer House. El es el abogado que presentó la demanda que puede hacer que cierren la casa. Y adivina para quién está trabajando.

—Para mi marido —digo yo con un suspiro—. Me enteré anoche.

—Quizá no sepas esto: Justin averiguó que es adoptado por el chantaje de tu marido.

Yo miro al hijo de Marti, que no debería haber tenido nada más que alegría en su vida.

—¿Puedes contarme lo que ocurrió?

Yo asiento.

—Bueno, esto ocurrió en julio. Este señor, Jeffrey, le dijo a mi padre que sabía que yo era adoptado, y si mi padre no hacía algo por él, le diría a mi padre de verdad dónde estaba yo, y él me llevaría a su casa. Además, yo averiguaría que mi padre no es mi padre de verdad... Yo no supe que era adoptado hasta aquella noche. Y me quedé muy triste, y muy impresionado, de que me hubieran mentido durante tanto tiempo. Así que me fui.

—¿Te escapaste?

El traga saliva y asiente.

—¿Y Mary? —le pregunto—. ¿Qué dijo ella acerca de ti?

—Mi madre no estaba en casa. Estaba en una reunión de la iglesia, y a mí no me apetecía quedarme allí hasta que ella volviera. Así que me fui.

—¿Y adonde fuiste?

—Corrí. Corrí lo más rápido que pude por la 68, y después tomé la Route 1. Desde allí, fui en autostop hasta Santa Cruz, y viví en la calle durante un tiempo —dice, y se encoge de hombros, intentando aparentar indiferencia. Sin embargo, sus ojos me dicen algo muy distinto.

—Debiste de pasarlo mal.

—Sí. Pero había más niños de mi edad viviendo en la calle. Más de los que la gente se imagina. Así que, durante un tiempo, las cosas no fueron tan mal. Ellos me ayudaron, me dijeron dónde tenía que dormir por las noches y cómo podía conseguir comida. Podría haber seguido así durante mucho tiempo, pero entonces este tipo me agarró en un callejón una noche y me metió en su coche. Me llevó a una cabaña que está cerca de Felton, creo, en las montañas. No sé dónde estaba, realmente, porque me vendó los ojos, pero sé que estaba en las montañas y no tardamos demasiado en llegar. De todas formas, me dejó encerrado en una habitación durante una semana.

Yo miro a la hermana Helen a través de las lágrimas, y veo que ella no lo está pasando mucho mejor. A Justin le tiembla la barbilla, y sé que está intentando no perder el control mientras me cuenta esta horrible historia.

—¿Te hizo daño?

—No, en realidad. El hombre no estaba mucho tiempo allí. Me dejó atado a una silla. Me sacaba fotos y yo me imaginé que era para enviárselas a mis padres para pedirles un rescate, o algo así. Yo no podía dormir porque me dolía estar atado de aquella forma. Y no me daba mucho de comer. Pero lo peor era que no sabía lo que iba a ocurrir. Pensaba que al final me mataría para que no pudiera identificarlo.

—Oh, Justin... —yo le tomo la mano para reconfortarlo—. Lo siento mucho. No tenía ni idea de que te estaba ocurriendo algo así. Tu madre habría estado orgullosa de ti por ser tan valiente.

Él me mira de una forma extraña.

—¿Mary? ¿O mi madre de verdad?

—Las dos. Mary es también tu madre de verdad. Y te quiere mucho.

—Pero tú has dicho que las dos. ¿Conoces a mi madre real?

—Sí. Fuimos muy amigas. Era mi mejor amiga, en realidad. Una mujer maravillosa, Justin, muy valiente. Y tú te pareces a ella.

Helen sacude casi imperceptiblemente la cabeza, mirándome fijamente. Pero ya es demasiado tarde.

—¿Era? —dice Justin, con los ojos muy abiertos—. ¿Le ha ocurrido algo a mi madre?

—Yo... no la he visto durante unos días, eso es todo —improviso.

—Pero ¿está bien? ¿Podré verla otra vez cuando todo esto termine?

—¿Has conocido a Marti?

—Marti vino unas cuantas veces —interviene la hermana Helen—. Le dije que Justin estaba aquí en cuanto apareció.

—Ella se alegró mucho de verme. Cuando le conté cosas del tipo que me había secuestrado, sin embargo, dijo que averiguaría quién era y que haría que pagara por su delito, aunque fuera lo último que hiciera.

«Oh, Dios. ¿Es eso lo que ocurrió, Marti? ¿Lo encontraste, y él te mató?».

Se me encoge el corazón por Justin, y sin poder evitarlo, rodeo la mesa y lo abrazo. Mi amor lo envuelve, y es como si Marti estuviera aquí, abrazándolo con mi cuerpo.

—No te preocupes. Lo atraparemos, Justin. Y nos aseguraremos de que pague.

Estoy ansiosa por saber cómo se escapó Justin de su secuestrador, y qué recuerda de él. Sin embargo, antes de comenzar a hablar de eso, le pido que termine de comer. En realidad, el hijo de Marti todavía es un niño. Un niño que ha pasado por más horrores que muchos adultos, y que ha salido con el espíritu intacto. Y estoy segura que la hermana Helen es quien lo ha conseguido. Ella ha estado con él desde que se escapó, cuidándolo en cuerpo y alma.

Cuando ella termina de recoger la mesa, me deja sola con Justin mientras se va a tirar los restos de las verduras a la zona donde prepara el abono. Él ha recuperado el apetito, así que yo finjo que no lo miro mientras él come.

—¿Seguro que no quieres un poco? —me pregunta.

—No, gracias. No tengo mucha hambre.

La verdad es que tengo un nudo enorme en el estómago. Todavía no me he recuperado por completo del choque de encontrarlo allí, aunque la idea había comenzado a tomar forma en mi inconsciente, supongo que el día que vi a Helen subiendo por la ladera de la colina tropezándose y cojeando por el peso de los cubos.

Cuando Justin termina de comer, aclara el plato en un pequeño fregadero que hay contra la pared. Después lo seca, lo pone de nuevo en la mesa y se sienta frente a mí.

—¿Puedo preguntarte algunas cosas? No quiero que te disgustes, pero...

—No pasa nada. Quieres saber cuándo me escapé, ¿verdad? Eso es lo que me preguntaba mi madre, Marti Bright, quiero decir, todo el tiempo. Es una buena reportera. Quiere saber todos los detalles de todo.

—Me lo imagino. Justin, ¿serías capaz de identificar al hombre que te tuvo secuestrado en esa cabaña?

—No estoy seguro. No pude mirarlo mucho, sólo la primera noche, cuando me atrapó. E incluso entonces, no era más que una figura oscura a mi espalda, y me tapó los ojos antes de que tuviera oportunidad de resistirme.

—Pero tú dijiste que tenías miedo de que te matara para que no pudieras identificarlo.

—Porque quizá él se preocupara por eso, pero yo no llegué a verlo bien, nunca.

—¿Oíste su voz?

—Sólo una vez, mientras él hablaba por teléfono en otra habitación. Estaba diciendo algo sobre que lo perseguían. Es posible que se refiriera a la policía. Yo pensé que quizá uno de los chicos de Santa Cruz lo hubiera visto y hubiera avisado a la policía.

Eso me daba esperanzas. También pensaba que quizá alguien hubiera tomado su número de matrícula y me estuvieran buscando.

—¿Es eso lo único que oíste?

Él se ruboriza.

—No. Hubo una cosa más, pero ahora me parece un poco tonta.

—Eso no importa. ¿Qué es?

—Creo que le oí decir algo como «díselo al presidente». Y después oí mencionar «el Despacho Oval», pero puede que estuviera refiriéndose al despacho del presidente de alguna empresa, ¿no?

Yo cierro los ojos brevemente. La imagen está cada vez más clara.

—Justin, ¿cómo era la voz del hombre? ¿Sonaba igual que la del hombre al que oíste hablando con tu padre aquella noche, sobre tu adopción? ¿Como la de ése al que tu padre llamaba Jeffrey?

Justin sacude la cabeza.

—Eso es lo que me preguntó mi madre, pero no estoy seguro, porque él hablaba en voz muy baja. Pero sí oí a ese tipo, Jeffrey, decirle a mi padre que pensaba que sabía quién era mi padre real. Me dijo que si él había acertado, mi padre real tenía mucho dinero y era político. Y que eso saldría en todos los periódicos y mi padre de verdad iría a mi casa y me llevaría con él. Así que cuando oí a este tipo hablando por teléfono desde la cabina, me hice la extraña idea de que estaba hablando con el presidente de Estados Unidos. Qué tonto, ¿verdad?

No sé cómo responder a eso.

—No, Justin, no es unta tontería. En absoluto. ¿Te diste cuenta de qué coche tenía este hombre?

—No estoy seguro, pero debía de ser caro, porque el motor ronroneaba como un gatito.

«¿O como un Mercedes?».

Jeffrey está huyendo. La policía le pisa los talones. ¿Es posible que haya secuestrado a Justin? Quizá estuviera haciéndole algún chanchullo a Chase también.

O para Chase, si él es el padre biológico del niño.

Una pregunta mayor aún: si Jeffrey es el que atrapó a Justin en Santa Cruz, ¿qué pensaba hacer con él? ¿Cuánto tiempo pensaba tenerlo secuestrado? ¿Hasta después de las elecciones, o sólo hasta que consiguiera lo que se proponía con The Prayer House? De todos modos, dudo mucho que hubiera dejado libre a Justin después de que ambas cosas hubieran terminado. Lo más posible es que lo hubiera matado cuando ya no le sirviera.

Siento frío, y me abrigo más fuertemente con la chaqueta.

—¿Cómo conseguiste escaparte?

Justin sonríe, claramente, orgulloso de sí mismo.

—Lo engañé. Comencé a gritar como un loco. Tenía la boca amordazada con cinta, así que gritaba con la garganta. Él vino corriendo y me quitó la cinta. Le dije que me dolía terriblemente el estómago. Él no me creyó, al principio, pero yo grité tanto, que casi perdí la voz. Le dije que creía que me estaba muriendo, y finalmente me quedé quieto, muy quieto. Como si me hubiera desmayado. Entonces, me desató para poderme mirar mejor el estómago, y murmuró que él sabía algo de urgencias médicas y que yo no tenía nada en absoluto. Entonces fue cuando le metí los dedos en los ojos.

La sonrisa se hace más amplia.

—Vaya si me sentó bien. Lo tomé por sorpresa, como cuando él me atrapó aquella noche. Me quité la venda de los ojos y eché a correr hacia la puerta. Salí y la cerré con el cerrojo que había por fuera, para que no pudiera salir rápidamente. Vi un montón de fotografías en la mesa del salón, y tomé una para poder demostrar lo que me había ocurrido. Después corrí.

Yo sonrío.

—Qué bien te ha venido ser una estrella del atletismo, ¿eh?

Él se queda muy complacido.

—¿Sabes eso?

—Sí, lo sé.

—¿Sabes? Tu cara me resulta familiar —me dice—. ¿No te he visto en el colegio?

—He ido a algunos eventos. Te vi correr una o dos veces.

—Bueno, tienes razón —dice—. Me alegro de ser bueno en atletismo. Pero si hubiera sido más listo, hubiera mirado bien a ese tipo antes de escaparme. Lo que pasa es que no creía que le hubiera hecho demasiado daño, y tenía el presentimiento de que me iba siguiendo los talones desde que cerré aquella puerta. Corrí desde aquella montaña a Santa Cruz, quedándome apartado de la carretera, entre los árboles, por si él iba a buscarme en el coche. Cuando llegué a Santa Cruz, hice autostop y volví a Pacific Grove, y después vine aquí, con la tía Helen.

—Así que, Justin, estuviste en Santa Cruz más o menos durante tres semanas, y después en esa cabaña durante otra semana, más o menos... Y desde que te escapaste de ese hombre, has estado en The Prayer House.

—Más o menos —dice Justin, y mira a su alrededor. La tía Helen me ha estado dando clases. Viene siempre que puede por las noches, cuando nadie la ve. Es muy buena profesora.

—Lo sé. A mí me dio clases.

—¿De verdad? Vaya, debe de ser muy vieja.

Yo arqueo las cejas.

—¿Perdón?

Él se ríe.

—Lo siento, no quería decir eso. Me refiero a que debe de llevar dando clases mucho más tiempo del que yo creía. Se supone que ahora está retirada, y me alegro, porque tiene asma...

Justin se queda callado un momento.

—Ahora que lo pienso, ésa es otra forma en la que podría identificar a ese tipo.

—¿Cómo?

—Algunas veces respiraba con dificultad.

—¿Piensas que también tenía asma?

—Algo así. Un día oí que traía leña de fuera y encendía la chimenea. Parecía que casi no podía respirar.

Ahora recuerdo que a la persona que me tiró por la barandilla le ocurría lo mismo.

Mientras yo intentaba resistirme, él estaba resollando, de la misma forma que lo hacía Jeffrey cuando subía a la buhardilla y buscaba su ropa.