Capitulo 10
ABBY
Cuando llego a casa de Río, es media mañana. Llamo a Frannie para decirle que iré a recoger más tarde a Murphy, y ella me dice que no hay problema.
Después, llamo a Karen para preguntarle si ha vuelto Jeffrey. Ella responde inmediatamente, como si estuviera esperando con ansiedad sentada junto al teléfono.
—No sé nada de él —me dice, con amargura—. Cuando le ponga las manos encima a ese desgraciado...
Yo no le digo que no tiene que preocuparse por la amante de Brasil. Si lo hiciera, tendría que darle demasiadas explicaciones.
Sin embargo, me pregunto si los problemas de Karen con Jeffrey son más profundos que la existencia de otra mujer. Jeffrey me pegó aquella vez en Río, cuando se puso celoso porque yo hablé con otro hombre. Yo lo amenacé con denunciarlo si volvía a tocarme, y él no lo hizo nunca más. Aunque, a decir verdad, en algunos momentos de tensión llegué a pensar que lo haría. Ésa es una de las razones por las que dejé de quererlo.
Tomo nota de que tengo que hablar con Karen sobre esto. Su violencia contra mí al quemarme la mano puede haber tenido origen en el hecho de que ella esté sufriendo maltrato. La tensión siempre ha intensificado la vena malvada de Jeffrey, y si él la está pegando por los problemas que tiene, alguien tiene que convencerla para que lo deje.
Escucho los mensajes para comprobar si hay alguno de Ben. Y hay uno:
—Voy a estar muy ocupado durante un par de días, Abby. Te llamaré.
Clic.
Bueno, pues eso es todo. Ya no me queda más que borrar los demás mensajes de medios de comunicación, ducharme, cambiarme de ropa y ponerme en camino hacia esa casa de la oración para visitar a la hermana Helen.
En una hora estoy de camino. Entre Carmel y el pueblo de Carmel Valley hay más vida de lo que yo creía. A ambos lados de la carretera, a los pies de las montañas de Santa Lucía, están enclavados restaurante, tiendas, casas, apartamentos y al menos un par de clubes de golf. Después de pasar el pueblo, sin embargo, las señales de civilización comienzan a escasear, y uno puede perderse fácilmente por el camino.
En vez de perder el tiempo buscando yo misma The Prayer House, paro en la oficina inmobiliaria de Carmel Valley Village, End-of-the-Trail Realty a pedir indicaciones. Sólo hay un agente, un hombre de pelo blanco que está sentado tras un escritorio. Sobre él, la placa de identificación reza Rick Stone en letras mayúsculas. Es un hombre grande, de hombros anchos, con la cara curtida. Lleva un sombrero de vaquero. Yo tengo la impresión de que me he metido en un anuncio de Marlboro, con la diferencia de que este hombre Marlboro tiene una enorme barriga sobre el cinturón.
—Vaya, hola —me dice, mientras me mira de pies a cabeza, y sonríe—. ¿Qué puedo hacer por usted, señorita?
—Estoy buscando un lugar llamado The Prayer House. ¿Podría usted decirme cómo se llega hasta allí?
Su expresión se transforma en una mezcla de confusión y cautela.
—Puedo decírselo, pero no entiendo por qué una cosita tan guapa como usted quiere ir allí. Por el camino hay una horrible cantidad de colinas, valles y curvas.
Lo de «cosita» y «señorita» me molesta, pero no tanto como que pasee la mirada por todas mis colinas, mis valles y mis curvas.
—Voy a visitar a alguien.
—Oh —dice él—. Me alegro. Por un momento, pensé que era una de esas monjas.
Me mira de pies a cabeza de nuevo.
—No es que lo parezca —añade, con una sonrisa aduladora—. No, en absoluto.
—¿Sabe dónde está ese sitio? —le pregunto yo, conteniéndome—. ¿Tiene un mapa, o algo así?
Él suspira. Con un gruñido, se inclina hacia uno de los cajones de su escritorio y lo abre. La enorme tripa cae hacia delante, y la silla cruje bajo su peso.
Saca el mapa y lo abre sobre la mesa.
—Me gustaría que todos los que piden un mapa me dieran un centavo —se queja, alisándolo con la palma de la mano—. Está bien, mire. Tome esta carretera hasta que llegue a esta otra. Aquí no hay señal, así que tendrá que mirar el cuentakilómetros. Yo diría que está a unos cuarenta y cinco kilómetros de aquí. Es la única carretera sin señalar a la izquierda de la principal. Se mete por este cañón de aquí, y sube por esta colina. Hay muchas curvas y giros. Sólo tendrá que encontrar el camino la primera vez, hasta que sepa adonde está yendo.
Señala en el mapa con el dedo índice.
—El lugar que busca está sobre esta colina, y sólo hay una carretera que suba, ésta. No se puede llegar de otro modo.
—Parece un poco complicado.
—Bueno, verá —me dice—. La mayor parte de las tierras que rodean The Prayer House son ranchos, propiedades privadas y valladas. De hecho, esta finca a la que va usted está completamente rodeada por otra propiedad. Eso cambiará, claro, cuando los promotores...
Se traga lo que iba a decir y me mira, estudiándome con atención.
—Vaya, ¿no la conozco de algo?
—No creo —respondo yo. Tomo el mapa, lo doblo y me lo meto al bolso.
—Claro que sí —dice, cuando se acuerda de qué—. Usted es la mujer de Jeffrey Northrup. La recuerdo de cuando vino con él hace años, buscando propiedades.
Yo no me acuerdo de Rick Stone en absoluto. De hecho, apenas recuerdo haber parado en esta oficina inmobiliaria.
—Eso es asombroso —le digo—. Hace, al menos, seis años que pasamos por aquí. Debe de tener muy buena memoria para las caras.
Él no responde durante un momento. Después dice:
—Tiene usted toda la razón, señora Northrup. Tengo buena memoria para las caras.
Se pone de pie y rodea el escritorio. Me pone una mano en la espalda y me guía firmemente hacia la puerta.
—Que lo pase bien visitando a su amiga, ¿de acuerdo? Y gracias por parar aquí.
Al minuto siguiente, me encuentro en el aparcamiento, junto a mi coche, preguntándome por qué tengo la sensación de que acaban de echarme a la calle. Todo ha empezado cuando el tipo se ha acordado de que soy la mujer de Jeffrey. Pero ¿por qué? ¿Negocios sucios?
Ésta podría ser una de las oficinas inmobiliarias que ha comprado mi marido. No tengo ni idea de lo que posee en este valle, sólo sé que Jeffrey ya estaba comprando tierras aquí antes de que yo lo conociera. Siempre he asumido que él continuaba comprando y vendiendo, aunque ésa es una faceta de sus finanzas de la que nunca ha hablado conmigo. Me aparto todo esto de la cabeza como si no tuviera importancia y entro en el Jeep.
Me pongo en marcha hacia el valle y enciendo la radio. Mientras escucho una suave música jazz, voy pensando en mi próxima reunión con la hermana Helen.